Capítulo 27

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El último día.

Al inicio creí que todo el asunto del viaje resultaría un completo estrés para mí, pero ahora que ya estábamos en el último día, sentía un poquito de nostalgia.

Lo pasé tan bien que ni siquiera me detuve a pensar lo lejos que estaba de mi casa. Los chicos me mantuvieron distraído todo el tiempo y por primera vez en mi vida sentí que había logrado liberarme de esa cárcel donde yo mismo me había puesto. Tuve la llave en mi mano todo el tiempo, pero tenía miedo de usarla; miedo de salir. Pero lo había hecho, y eso para mí era un verdadero logro.

El clima se compadeció de nosotros y decidió darnos por lo menos un día de sol. Así que aprovechamos para salir a comprar algunas chucherías en el pueblo, luego fuimos a merendar a una cafetería que tenía como atracción principal un parque lleno de gatitos. Debo decir que Camilo y yo lo pasamos mejor que todos los demás.

Al final, como oscureció temprano, regresamos a la casa con las compras para hacer la cena.

Bianca y Mariana no paraban de discutir porque las dos querían cocinar, pero no se ponían de acuerdo en qué hacer para cenar, así que al final yo decidí ofrecerme a cocinar para todos.

—¿Y tú sabes cocinar? —cuestionó Benjamín.

—Claro que sí.

—Qué, ¿tú no? —atacó Camilo.

—No, esas son cosas de chicas.

—Eso es muy machista —dijo Jon, mientras armaba uno de sus cubos rubik—. Te acabas de meter en un lío.

—Un comentario muy desacertado, sin duda —continuó Camilo.

—El saber cocinar es un conocimiento básico que cualquier ser humano funcional debería tener, Benja. Algún día te mudarás solo, ¿y qué piensas hacer? —seguí yo.

—¡Llamar a su mami para que le lleve una vianda! —exclamó Mariana, furiosa.

—De seguro este es de los que deja sus calzones sucios en el baño para que su mamá se los lave —agregó Bianca.

Benjamín no sabía ni dónde meterse.

Al final, mientras ellos seguían machacando a Benjamín y él intentaba defenderse —argumentando cosas peores cada vez—, yo comencé a hacer la cena. Todos estaban de acuerdo en que querían comer un plato caliente, así que, para hacerle honor a mi madrina, cociné el estofado de alubias, el primer plato que ella me enseñó a hacer. Luego puse la mesa y todos se sentaron.

Benjamín estaba rojo como un tomate. No supe deducir si estaba molesto, avergonzado, o ambos. Lucía como un niño regañado a punto de llorar. Y es que en realidad, todos lo habíamos regañado, así que su reacción tenía bastante sentido. Y por si fuera poco, como si el sermón de su vida no hubiera sido suficiente castigo, cuando todos terminamos de comer, le tocó levantar la mesa y lavar toda la losa, según Bianca "para que aprenda a hacer tareas de un humano funcional".

—Creo que fueron muy rudos con Benja —comenté mientras armaba mi sobre de dormir.

Nos habíamos quedado comiendo chucherías y tomando cerveza hasta tarde, así que, cuando el alcohol comenzó a hacer efecto, los chicos decidieron irse a dormir.

—Él se lo buscó. ¿Quién piensa de esa manera en pleno siglo veintiuno? Y con su edad, es como un anciano de ochenta atrapado en el cuerpo de un tipo de 20 —dijo Camilo.

—Bueno, tal vez fue lo que él aprendió.

—Vivo con mis abuelos y no son las personas más modernas del mundo, pero cuando llegas a cierta edad te das cuenta de que hay cosas que no son como tú las aprendiste. Debes salir de la burbuja, ¿sabes? Aprender por tu cuenta y cuestionarte qué es lo que está bien y qué está mal.

—Sí, supongo que tienes razón —concluí—. Oye, se me ocurrió una idea, ¿tienes sueño?

Camilo hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Bueno, somos como mejores amigos pero supongo que hay muchas cosas que no sabemos del otro, así que ¿qué tal si nos contamos algunos secretos?

De repente, noté que sus ojos brillaban. Le gustaba la idea.

—De acuerdo, déjame apagar la luz.

Apagó las luces del comedor y se metió dentro del sobre de dormir. La luz de la luna entraba por la puerta trasera y nos iluminaba a ambos. Era el momento perfecto para tener una de esas charlas interesantes.

—¿Comienzo yo? —pregunté, Camilo asintió—. Bien, veamos... Soy sonámbulo. Cuando estoy bajo mucha presión o estrés mi cabeza se vuelve loca y hago muchas ridiculeces estando dormido. Una vez me metí a la habitación de mi madrina y jalé su frazada mientras le gritaba que quería ir a salvar el mundo con ella.

Camilo soltó una carcajada, que de inmediato ahogó con su mano.

—Qué lástima que no te pasó estando aquí, sería genial verte hacer algo de eso. Bueno, em... Cuando era niño tenía un conejo, era mi mejor amigo. Un día desapareció y mi abuela me dijo que se había ido con su familia. Yo me resigné y luego de unos días, me metí al garaje de mi abuelo y encontré la piel de mi conejo extendida sobre una mesa. Luego de eso todo cobró sentido para mí. El día que mi conejo desapareció comimos estofado, y mi abuela discutió muy fuerte con mi abuelo esa noche. Jamás le dije nada al respecto, pero odié a mi abuelo durante muchos años. Con el tiempo comprendí que estábamos atravesando una situación económica muy difícil y mis abuelos no tenían qué darme de comer, así que... Bueno, me comí a mi mejor amigo.

—Dios, qué fuerte. Lo lamento mucho.

—Ni lo menciones, ya lo superé. Eso creo.

—La última conversación que tuve con mis padres fue una pelea. Discutí con mi madre por una idiotez, y le grité mucho. Yo estaba muy enojado con ella porque me había regañado y lloré como un loco mientras le repetía una y otra vez que ya no la quería más. Lo siguiente que supe después de eso fue que ellos habían muerto. De vez en cuando regreso a ese día en mi mente y me imagino pidiéndole perdón a mi mamá. Eso me hace sentir más tranquilo conmigo mismo.

Camilo se puso de costado y extendió su mano para acariciar mi cabeza.

—Estoy seguro de que ella recibió y aceptó todas las disculpas que tú le diste.

Sonreí, con las mejillas arreboladas.

—Bueno, salgamos un poco de todo este asunto dramático —prosiguió—. Traté de insinuarlo varias veces pero creo que tú no lo captaste, así que te lo voy a decir directamente. Soy gay. Por esa razón es que no me gusta, ni me va a gustar Mariana.

Supongo que Camilo se dio cuenta de mi cara de sorpresa. Yo no soy precisamente disimulado cuando algo me impacta. Abrí la boca y los ojos de par en par, estaba realmente sorprendido.

—Iba a decir una estupidez como "ni se te nota" pero sé que ridículo y que en realidad no es algo que se deba notar, así que... Guau, no me lo esperaba. Quiero decir, pensé que Mariana no te gustaba porque no era tu tipo, no porque directamente no te gustaban las chicas. ¿Qué tal lo tomaron tus abuelos?

—Nunca se los dije. He llevado varios ex novios a casa y solo se los presento como "él es fulano de tal" y ya está. Supongo que sospechan algo, pero jamás me han hecho un comentario al respecto. Digamos que yo solo dejo que fluya.

—¿Crees que hayan pensado que yo era tu novio? —pregunté, con total inocencia.

—Dormiste en mi casa, en mi cama, y desayunamos juntos, así que probablemente sí, pero de todas maneras la abuela dijo que le parecías completamente encantador. De hecho me pregunta cuándo te llevo de nuevo.

—Tu abuela es adorable —dije.

—Sigamos, ¿qué más tienes?

—Le tengo pánico a las alturas, a la velocidad y a los payasos.

—A mí me dan miedo las tormentas fuertes.

—Jamás he besado a nadie en mi vida.

—Yo he besado a más personas de las que me gustaría reconocer.

—Soy virgen.

—Una vez participé en un trío, pero salió bastante mal.

Otra vez puse cara de sorpresa, Camilo solo se rió.

—No es justo, mis secretos son demasiado patéticos —dije.

—Nada que ver. Sigue —me animó él.

—Hace un par de años mi madrina me descubrió viendo porno. Pero no era por nada en especial, simplemente hablaban de eso todo el tiempo y yo solo quería saber cuál era el chiste.

—Me dan un montón de miedo las cucarachas que vuelan.

—Yo le tengo miedo a los gusanos.

—Tú me gustas.

Se formó un gran silencio. Fue tan intenso que incluso tuve la sensación de escuchar mi corazón taquicárdico retumbando por toda la habitación. No me atreví a mirarlo, pero sabía que él esperaba que lo hiciera. Esperaba una respuesta, una que yo no podía darle porque nunca me había pasado algo como eso.

—Lo siento, eso fue muy repentino. Yo no quise incomodarte.

—Está bien, es... Yo... Creo que no tengo más secretos para contar. Además me dio sueño.

Me di media vuelta y me cubrí hasta la cabeza con el sobre de dormir. Camilo no se movió durante un par de segundos, hasta que por fin sentí el siseo de su sobre.

No dormí nada esa noche. 


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