Capítulo 37

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Cuando era niño, y durante mi adolescencia, solía imaginar cómo sería mi vida cuando llegara a ser adulto. A veces incluso me preguntaba si alguna vez llegaría a la adultez. Si tendría amigos, si tendría un gran amor, y al final siempre terminaba convenciéndome a mí mismo de que esas cosas solo le sucedían a la gente normal, no a los invisibles como yo. Tuve ese pensamiento hasta poco antes de cumplir los dieciocho años, pero entonces, todas esas cosas que yo creía imposibles comenzaron a suceder, y de pronto descubrí que me había metido en un problema mucho más grande: no sabía cómo manejarlo.

Aprendí a hacerlo en muchos aspectos. Aprendí a controlar mi ansiedad, a no auto sabotearme, a creer en los cumplidos de las personas y a aceptarlos. Sin embargo, todavía me faltaba mucho camino por recorrer, muchas cosas que aprender, principalmente sobre las relaciones interpersonales. Concretamente, cómo demonios se arregla una amistad cuando acabas de meter la pata hasta el fondo.

Sí. Acababa de cagarla.

Fue sin querer, lógicamente. Supongo que Camilo y yo nos dejamos llevar por el subidón y nos olvidamos de que no éramos los únicos seres humanos en el mundo. Para cuando nos dimos cuenta, él me estaba tomando de la mano, estaba a punto de besarme, y Mariana entró al salón y lo vio todo.

Y sí, estaba furiosa.

—¡Mariana, espérame! —grité mientras corría detrás de ella.

—¡No quiero hablar contigo!

—¡Pero quiero explicarte...!

Ella frenó en seco. Yo trastabillé cuando intenté no chocar contra ella.

—No quiero que me expliques nada, Antoni. Déjame en paz.

Yo acaté esa órden. La dejé marcharse aunque tuve la intención de insistir.

Mariana se había enojado conmigo, y yo me sentía completamente devastado. No solo porque probablemente ella pensaba que yo la había traicionado de forma vil, sino porque tampoco me dio la oportunidad de explicarle lo que había sucedido. Nosotros planeábamos contarle a los chicos cuando nuestra relación estuviera bien definida, obviamente no esperábamos que lo supieran de esa manera tan brusca.

Mariana no entró a clases después de eso. También se salió del grupo que compartíamos.

—¿Y ahora qué hago? Seguramente me odia —me lamenté.

—Nos debe odiar a los dos —continuó Camilo—. Tú no fuiste el único involucrado.

—Sí, pero tú le gustas. El problema aquí es que ella piensa que yo, sabiendo lo que ella sentía por ti, me metí contigo.

—Para ser un novato en esto tienes bastante claro lo que está pasando. ¿Cómo estás tan seguro de que Mariana piensa eso?

Chasqueé la lengua.

—Cuando uno sufre de trastorno de ansiedad desarrolla una afinidad especial para leer a las personas. Es como un sexto sentido, ¿sabes? Y muy pocas veces fallamos. Estoy seguro de que Mariana cree que soy un cretino que no respeté sus sentimientos.

—¿Y eso en qué lugar me deja a mí? Siento que soy como un objeto por el que se están peleando.

—No es mi intención que te sientas de esa manera. ¿Tú también te vas a enojar?

Camilo suspiró.

—No, no tengo por qué enojarme contigo. En realidad debería hablar con Mariana. Aunque ella sienta algo por mí, yo soy quien decide con quién quiero quedarme. A mí no me gusta ella, me gustas tú. Quiero estar contigo. No tiene sentido que se enoje porque yo siento algo por ti.

—No sé si eso me hace sentir mejor o peor.

Él me tomó con suavidad del antebrazo para jalarme hacia él.

—Sé que no va a servir de nada que te diga que no te sientas mal, pero no lo hagas. Tú no eres el culpable de mis sentimientos, Antoni. Tampoco traicionaste a Mariana. No quiero que esto sea un retroceso para ti, quiero que sigas sintiéndote seguro y cómodo.

—Sí, lo sé —contesté, luego de apoyar mi cabeza contra su pecho—, pero Mariana fue mi primera amiga en la universidad. Ella me importa, no quiero que piense que soy una basura o algo por el estilo.

—Pero tú no puedes controlar lo que piense la gente sobre ti. Entiendo lo que sientes, pero no puedes manejar sus sentimientos. Ella debe calmarse y aceptar tener una conversación contigo. Y si no quiere, tú no puedes obligarla.

Me encogí de hombros.

Me gustaba tener amigos, pero no sabía que tenerlos era tan complicado.

La gente suele molestarse por cosas que no tienen mucha lógica. Se enojan, explotan y reaccionan impulsados por el enojo y la rabia, y a en ocasiones no piensan en el daño que pueden generarle a la otra persona.

Al final yo también me enojé un poco con Mariana. Y me sorprendí al descubrirlo, porque quizá mi antiguo yo estaría encerrado en su habitación llorando y echándose la culpa, pero después de analizar lo que Camilo acababa de decirme, llegué a la conclusión de que no sentía culpa. Solo tristeza y un poco de enojo.

El enojo es un sentimiento tan válido como todos los demás. Me dijo una vez mi terapéuta. No te reprimas, enojate, porque los seres humanos no estamos llenos solo de buenos sentimientos, y a veces los sentimientos son subjetivos.

No lo entendí muy bien en ese momento, pero ahora que me había tomado el tiempo de analizar lo que estaba sintiendo, comprendí a la perfección lo que había querido decirme. Y tenía toda la razón. 


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