Cap 23. Estani

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—¿Puedo? —preguntó sigilosa al asomar un ojo tras la puerta.

—Puedes, señorita calamidades.

—¿Perdona? ¿Quién es la persona que solo me trae desgracias? —dijo en tono burlón haciéndose hueco a mi lado.

Estaba jugando a un videojuego online con Jimmy, en un pequeño televisor plano que me había traído de mi antigua habitación. Ni siquiera me cambié de ropa porque estaba exhausto, más emocional que físicamente. Solo me apetecía mover los dedos sobre un mando y pegarle una paliza a Jimmy en la carrera de coches a la que nos habíamos retado. Detuve el juego y la ojeé de soslayo.

—Lo siento por traerte desgracias —espeté serio esperando alguna reacción de Hela para reírme de ella.

—Pues no te perdono —me siguió el rollo—. Las diosas de la muerte no tienen compasión con nadie.

Abrí los ojos sorprendido. Ella esbozaba una sonrisa con el cabello oscuro y húmedo cayéndole por ambos lados del rostro; olía a champú. Se hizo con otro mando que tenía bajo la tele y lo cogió con una mueca de travesura que sí me hizo reír. Parecía relajada, eso me ayudó a tranquilizarme.

—Así que conoces la historia de Hela.

—Solo un poco, ¿quién no investiga el significado de su nombre?

—Entonces —comenté levantándome para conectar el segundo mando a la consola—, sé más de tu nombre que tú.

—Tranquilo, tenemos tiempo para que me pongas al día —contestó y me tendió mi móvil. Me habían llamado y colgado al instante.

Probablemente, Jimmy. Ya le explicaría por qué nuestra carrera se había ido al sastre, la culpa era de la intrusa que se había sentado en la alfombra celeste de mi nuevo cuarto. Volví a su lado tras enviarle un rápido mensaje al pelirrojo y salí de la partida online. Hela esperaba paciente, con unos ojos ilusos explorando la distribución de la habitación. No había mucho que ver. Aparte del escritorio, la cama y el armario ya instalados cuando hube llegado, solo había añadido la alfombra, el televisor y una estantería de madera donde estaban apretujados los libros, las figuritas de colección y alguna que otra fotografía enmarcada.

—¿Te gusta? —inquirí.

—¿Eh?

—Lo que ves.

—¿Tú?

Hela abrió los ojos que había clavado en los míos, pillada por sorpresa, y comenzó a ruborizarse. Qué dulce resultaba a veces su inocencia. O siempre, no lo sabía. Me reí recordando que no solíamos pillar las conversaciones a la primera.

—Me refería a la decoración, tonta.

—¡Ah! —exclamó soltando el mando y se atrapó el cabello entre las manos para peinarse una trenza casi idéntica a las que solía hacerse Linda—. Creo que va con tu estilo, simple y vintage.

Así era mi estilo, sí. La música tenía mucho que ver.

—¿Qué juego quieres que...?

—Una carrera de coches —espetó rápida.

Volvió a sorprenderme, era la primera vez que la veía tan enérgica. ¿Estaba tratando de parecer despreocupada? Elegimos un circuito que simulaba una carrera alrededor de Roma, tres vueltas y jugadores virtuales aparte de nosotros.

—Vamos allá.

—Antes que nada, Estani —se detuvo y bajó el tono de voz—. No quiero que pienses que para mí eres una molestia, un estorbo o...

—Ya lo sé, no te preocupes —indiqué.

Me precipité al levantar la mano para acariciarle la cabeza como hacía con Linda. Como había hecho la noche anterior para consolarla en aquel parque bajo las estrellas. No teníamos esa confianza. Así que disimulé estirando el brazo entero y repitiendo el gesto con el otro, algo que ella aprovechó para hincarme un dedo en las costillas y obligarme a encogerme por las cosquillas. Tenía muchas, y eran horribles para mí, inaguantables.

—¿Qué te has tomado hoy, Hela? —pregunté riéndome de la energía que desprendía.

—Quiero que sepas que voy a intentar que nos sintamos en familia. Y, bueno, tendrás que acostumbrarte a mi presencia, a mis bromas pesadas y a mi bullying.

—Así que le haces bullying a las personas en las que confías —acerté, porque su cara era un libro abierto—. No me extraña que Paola y Nicki estén locas.

Sonrió con los labios cerrados y extendidos, una mueca que le formó unos pequeños hoyuelos en las mejillas, y pulsé el botón play del mando antes de que siguiese distrayéndome con su actitud desenfadada.

Me ganó dos carreras, aunque yo lo hice con cinco. Ni sus mofletes hinchados de rabia ni sus palabrotas en susurros iban a dejar que me amedrentase. Al contrario, la embestía y le siniestraba el coche tantas veces como podía para seguir riéndome de ella. Hela se vengaba procurando atacarme con sus dedos finos y las uñas largas, que me acuchillaban los costados dejándome sin respiración entre carcajadas. Al final, cuando cayó la noche, Emi nos llamó para que bajásemos a cenar. Estaba haciendo salmón y verduras salteadas, y mi padre no tenía mucha idea de cocina porque la mayoría del tiempo la pasaba viajando por cuestiones de trabajo, así que Hela y yo nos pusimos a ayudarla con una ensalada cortando los ingredientes y aliñándola mientras él montaba la mesa. Las conversaciones terminaron fluyendo como si nada hubiera ocurrido, supuse que su madre tampoco quería alargar la tensión entre todos. Hela, por otro lado, estaba poniendo todo de su parte por facilitar que pasásemos un buen rato.

Imaginar que cada día fuera a ser así me cargó de ilusión. No habíamos vuelto a convivir con nadie aparte de mi madre hasta su hospitalización. Después de recoger el comedor, volví al cuarto para seguir con una composición que tenía pendiente y Hela se metió en el suyo. Yo tocaba los acordes y ella, sin saberlo, me acompañaba. La oía cantar sin alzar demasiado el tono, y pensé que podría componer música cada noche con esa voz de fondo. El olor a champú de su cabello se había impregnado en todo mi dormitorio.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro