Cap 70. Estani

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Nadie podía creer lo que Hela había conseguido.

La habíamos visto charlar con un tipo con pintas raras, enchaquetado y espigado, que no concordaba demasiado con el ambiente, aunque sí con el perfil que encajaba a la perfección con la figura de cazatalentos que se presentaba a menudo en la taberna de Murphy. Luego de un par de minutos en los que pensé acercarme por si el tipo la estaba incordiando, él se alejó y Hela volvió con nosotros con un brillito en los ojos que no parecía del todo bueno.

Nos contó que el cazatalentos se había interesado por su voz, pero que finalmente había accedido a organizarnos una audición para un posible contrato con una discográfica. Entendí su mirada de culpabilidad al relatárnoslo con toda la sinceridad del mundo porque lo habríamos sabido en un momento u otro, pero al menos había conseguido que el italiano aquel nos diese la oportunidad de demostrarle que como grupo podíamos funcionar tan bien como ella sola. Sin embargo, en el fondo yo también sabía que la voz de Hela podría dar mucho más de sí si cantaba sola que si se limitaba a los instrumentos de un grupo pop-rock.

Aun así, decidimos disfrutar de la última noche en Chiclana y las chicas corrieron a hacer el tour que habían pensado hacer por aquel lugar. Los chicos optamos por quedarnos un rato en la taberna para que yo pudiese ponerme al día con Murphy, que nos invitó a unas cervezas con una gran sonrisa de añoranza. Alcanzamos unos taburetes junto a la barra y nos deleitamos de la joven que tocaba la guitarra sobre el escenario no como audición, sino como parte del espectáculo de la noche.

—¡Y yo que pensaba que ya estarías por los lares de Barcelona triunfando con tus canciones! —vociferó el viejo—. Ya me extrañaba no escuchar tu nombre por ningún lado.

—Eso no pudo ser, Murphy. Supongo que mi padre te puso al tanto de la situación de mi madre y lo que ocurrió.

—Así es, chico —dijo extendiendo el brazo para darme varias palmaditas en el hombro—. Es algo que nunca se supera, pero me alegra verte tan bien y de vuelta al mundillo que te corresponde.

Nos fuimos bebiendo las cervezas sin hablar mucho más allá de cómo le iba a mi padre en el trabajo, a mí en los estudios y a su familia en general. Amadeo y Jimmy seguían la conversación asintiendo, soltando comentarios graciosos e intentando conocer mejor al viejo Murphy. Procuraban por todos los medios evadirse de lo que había pasado antes; podía notar que les había herido el orgullo no haber destacado tanto como nuestra vocalista. Era normal. Nosotros habíamos tenido que trabajar duro para ser buenos, pero Hela había nacido con el don. Incluso me planteé si habíamos sido egoístas al aceptar la audición en lugar de animarla a que aprovechase la oportunidad de tomar su propio camino.

El último sorbo de cerveza me supo demasiado amargo.

La posé sobre la barra y me despedí de Murphy con un gran apretón de manos después de ver que había pasado casi una hora. Mis amigos se unieron a la búsqueda de las chicas, que entre la multitud y el ruido parecía casi imposible.

Visitamos varios pubs hasta entrar en uno de mayor tamaño que los anteriores. Tenía una terraza que conducía al interior con butacas, mesitas repletas de copas acabadas y una gran pérgola de madera con enredaderas que la cubría hasta la entrada. La atravesamos y, en cuanto pisamos el interior del pub y anduvimos varios pasos, mis ojos la encontraron de forma automática, como si aquella chica dulce y vulnerable que se contoneaba al ritmo de la música desprendiese una luz especial capaz de acaparar toda mi atención. Los latidos se me aceleraron al pensar en reencontrarme con su carita tras el concierto, tras compartir sonrisas y miradas cómplices sobre el escenario por primera vez. Allí arriba, al menos para mí, por un momento habíamos sido solo ella y yo. La había contemplado aferrada al micrófono, abrumada por la experiencia, y luego había visto cómo se iba desenvolviendo hasta encontrarse cómoda regalándole su voz a un público desconocido.

Me reprimí las incontrolables ganas de correr hacia su figura y estrecharla entre mis brazos bajo los focos parpadeantes de la discoteca a setecientos kilómetros de Madrid, el hogar que nos unía y nos dividía, y me desvié rumbo al cuarto de baño.

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