⓿➊ - Amor Verdadero

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Desde siempre supe que estaba condenado a quedarme junto a Emmoní por toda la eternidad.

La conocí durante la escuela elemental, en circunstancias de lo más peculiares. He de aclarar que yo nunca he sido alguien popular o excesivamente sociable, pero al menos sabía adaptarme a la situación y mantenía relaciones cordiales con los demás. Ella, por el contrario, desde niña se ha caracterizado por emitir un aura oscura e intimidante que, junto a su largo cabello negro y su piel enfermizamente pálida, le daba un aire aterrador que le generaba constantes problemas con la gente a su alrededor.

Era una víctima de sí misma, por así decirlo.

Los demás niños, en aquel tiempo, la trataban con una mezcla de miedo y desprecio, de modo que no resultó extraño que terminaran por hacerla víctima de burlas y acoso. Por lo general se limitaban a molestarla con palabras hirientes, aunque en determinadas ocasiones podían llegar a propasarse a nivel físico y psicológico. La llamaban Bruja y bien parecía una, no solo por su apariencia lóbrega y su personalidad incluso más tétrica, sino también porque corrían rumores de que era capaz de maldecir a quienes deseaba. Verdad o no, ella nunca mostró interés por rebatir aquellas habladurías, que no hicieron más que crecer con el pasar del tiempo.

No recuerdo exactamente qué razón, motivo o circunstancia me llevó a defenderla. Tal vez aquel día desperté con una infantil autoconcepción de héroe idílico, pero para cuando recobré la sensatez ya me había enzarzado en una encarnizada lucha contra los niños que más la atormentaban. Luego de aquel evento, ella comenzó a relacionarse más conmigo, mostrándome una faceta amable que no correspondía a su actitud usual, hasta el punto de llegar a considerarnos "amigos". Supongo que fue en ese momento que recibí su maldición, pero mi pueril ingenuidad de aquel entonces simplemente me hizo sentir satisfacción por haber logrado protegerla.

Si bien Emmoní nunca abandonó la involuntaria estética tenebrosa que la caracterizaba, seguirme obedientemente a todas partes redujo un poco el temor que producía, de modo que su vida luego de la escuela elemental fue más tranquila. Muchas veces intenté presentarle a algunos de mis amigos menos prejuiciosos, pero siempre rechazaba hostilmente afianzar nuevas relaciones. Bien podría haber puesto más esfuerzo en ayudarla socialmente, pero a decir verdad disfrutaba el poder absoluto que mantenía sobre ella.

Usualmente, Emmoní respondía con monosílabos cuando le dirigían la palabra, si es que acaso prestaba atención a lo que le decían. Conmigo, en cambio, no paraba de hablar. Eran temas extraños, básicamente literatura mágica y de horror, u otros tópicos metafísicos que nunca intenté comprender ya que no me importaban en lo más mínimo. Lo que sí me interesaba era su peculiar inteligencia nata y su destacable capacidad de resolución de problemas. Más de una vez conseguí que hiciera ensayos y trabajos para mí a cambio de nada, y cuando formábamos grupos, era ella la que se quedaba con la mayor carga académica.

Nunca se quejaba. Al contrario, parecía disfrutar el serme de utilidad.

Presumo que fue por todo eso que, en algún momento, dejé de considerarla una persona. Para mí se convirtió en una herramienta útil y una mascota entretenida. A lo mejor ella sabía perfectamente cómo la veía, pero ¿qué podía hacer? Yo era su mundo, yo era su todo, lo cual me llenaba de regocijo. O, al menos, eso es lo que mi insensata vanidad me llevaba a creer.

Pero el tiempo avanzó y los cambios resultaron inevitables. Para bien o para mal.

Los problemas comenzaron al acabar la secundaria. A pesar de que yo pueda parecer un haragán idiota sólo por decir que le dejaba el trabajo académico pesado a Emmoní, la verdad es que soy del tipo "vago pero listo". No tuve complicaciones en ingresar a una buena universidad al primer intento gracias a tal característica. Mi tétrica Bruja, mucho más inteligente que yo, también lo hubiera conseguido de haberlo intentado, pero justo por aquel entonces atravesó un problema familiar que nunca me molesté en indagar, lo que la obligó a desaparecer del mapa por un tiempo.

Así, por primera vez, me quedé sin mi mascota preferida. Descubrí que, a pesar de la cercanía que parecía existir entre nosotros, la verdad era que no sabía nada de ella. Ni su número de teléfono, ni su dirección u otro tipo de datos personales, ni siquiera me había tomado la molestia de recordar su apellido exacto. En pocas palabras, nunca había puesto especial interés es indagar algo con respecto a su vida. Sin lugar a dudas, nuestra "amistad" no había sido más que una farsa y yo era el único culpable. A pesar de todo, me había acostumbrado tanto a tener aquella tenebrosa sombra de ojos rojizos siguiendo mis pasos, que me aterraba la idea de estar sólo.

Puede que haya sido suerte, no sé si mala o buena, pero ese temor me duró tan sólo un par de meses, tras lo que conocí a Cladem. Ella era el opuesto exacto de Emmoní. Sus vivaces ojos azules y su esplendoroso cabello rubio hacían especial conjunto con su extrovertida y amistosa personalidad, lo cual la convertía en lo más cercano a una preciosa y maravillosa criatura celestial. No sé qué me vio, tal vez el estar tanto tiempo al lado de mi Bruja me había dado poderes extraños, pero siempre me buscaba y me prefería por sobre sus amistades corrientes.

Disfruté de un extraordinario año lleno de dicha y paz, hasta que la oscuridad volvió a invadir mi vida. Emmoní arregló su problema familiar e ingresó a mi universidad, pero para ese entonces ya no la necesitaba. ¿Cómo iba a seguir junto a aquella funesta Bruja, cuando tenía un Ángel a mi lado?

Al comienzo creí que las cosas iban a salir bien. Emmoní y Cladem se conocieron y, aunque obviamente no pudieron congeniar, la Bruja no pareció reaccionar tan negativamente cómo había temido. Es más, actuó como si nada sucediera, aunque su vehemente obsesión hacia mi persona parecía haberse acrecentado hasta un punto patológico.

Más de una vez intenté dejarle en claro que no era nada agradable que me siguiera a absolutamente todos lados, o que se parara frente a mi casa todas noches hasta el amanecer, pero ella no modificaba su accionar. Se limitaba a responder sonriente que era su deber estar junto a mí, y que nada ni nadie podía interponerse en nuestra relación. En el pasado habría considerado aquel comportamiento como un signo de innegable lealtad de su parte, pero ya no era más que un obstáculo para mis previsiones a futuro.

Decidí ignorarla, con la esperanza de que la Bruja se cansara de mí y encontrara a otra víctima a la que torturar con su oscuro amor. Cladem, en cambio, sentía lástima por ella y continuamente la trataba con amabilidad, con la fútil pretensión de hacerse amiga suya. De esa manera, el tiempo continuó su imparable marcha hasta que la paciencia de Emmoní finalmente se quebró.

La gota que rebalsó el vaso, sin lugar a dudas, fue mi incauta iniciativa de formalizar una relación con Cladem. Yo estaba decidido a no permitir que la constante presencia intimidante de la Bruja arruinara mi vida, así que supuse que me dejaría en paz al enterarse de mi noviazgo. Pero ¿cómo iba a imaginar que su apodo guardaba más verdad de la que cualquier mente sensata podría suponer?

Puedo describir los eventos que llevaron hasta mi desgracia final como una serie de golpes de mala suerte. Es sorprendente cuán perjudicial resultó ser el simple hecho de vivir en una ciudad cercana al mar, con un tristemente famoso astillero abandonado. Más sorprendente aun fue que ni Cladem ni yo nos percatamos que era justamente allí hacia donde Emmoní nos estaba conduciendo mientras nos cazaba.

Terminamos en un callejón sin salida, completamente incapaces de recibir alguna ayuda en medio de una solitaria noche estrellada. He de reconocer la admiración que me produjo Cladem cuando, viéndose sin más esperanzas, intentó razonar con la Bruja que pugnaba por tomar nuestras vidas. Claro está, dicha admiración se transformó en pavor cuando mi otrora tétrica mascota despedazó sin piedad alguna a mi precioso Ángel, pintándonos a ambos de una brillante tonalidad escarlata.

Así llegué hasta este preciso momento. La antesala a mi indudable final.

¿Qué más puedo hacer sino esperar que la malvada Bruja que se yergue frente a mí tenga la piedad de brindarme una muerte rápida e indolora? Ni siquiera soy capaz mirarla a los ojos sin sentirme lleno de inmenso terror. Aún mantiene una forma vagamente humana, pero las sombras viscosas que cubren los bamboleantes filamentos de su espalda me producen una repulsión inimaginable. Aunque, no puedo negar, la piel absolutamente negra de su escultural cuerpo desnudo y sus ojos, rojos como la sangre que nos cubre, me hacen verla como una perversa belleza salida directamente de las pesadillas más aberrantes de un escritor desquiciado.

Ahora finalmente me doy cuenta de cuán ingenuo fui al creer que ella era mi herramienta. En realidad, nunca tuve poder alguno sobre esta siniestra Bruja... Es más, siempre fui yo su entretenida mascota. Me mantuvo vivo todo este tiempo porque resulté ser el único insensato que se atrevió a relacionarse con ella. Así, por primero creerme un héroe y luego actuar como un villano, estoy condenado a perecer en sus oscuras manos. La ironía de la cruel justicia ha de ser.

―Mírame, Anóito ―dice ella y, aunque no quiero, así lo hago―. No me temas, ámame como siempre lo has hecho.

Pese a la extravagante situación que se viene desarrollando, y tragándome el desconcierto que el pánico me produce, fuerzo una débil sonrisa. Parece que aún conservo cierto control sobre ella, y no puedo desaprovechar la oportunidad que tengo para seguir con vida.

―Por... ¡Por supuesto, Emmoní! ¿Cómo podría yo... temerte?

Ella sonríe, revelando la multitud de colmillos que se esconden tras sus rojizos labios y se acerca más a mí. Resisto con toda mi fuerza de voluntad el instinto que me ordena huir y, si bien el olor a azufre mezclado con almizcle que emana de su piel me revuelve el estómago, soy capaz de quedarme quieto para recibir su tétrico abrazo. Su cuerpo es suave y firme, pero a la vez etéreo y vibrante, mientras que su piel tiene el tacto de una porosa seda. Realmente es algo repulsivo.

―Nos quedaremos siempre juntos ―susurra, y vuelve a asumir su apariencia humana―. Por siempre y para siempre. Soy tuya, y tú eres mío.

Mientras acaricio sus negros cabellos con fingido cariño, pienso que, realmente y sin lugar a dudas, estoy destinado a quedarme junto a Emmoní por toda la eternidad.

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