➊➌ - Por mi hermana mayor

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En este mundo no existe criatura más bella y maravillosa que mi hermana mayor.

Físicamente incomparable. Alta y de largas piernas, pero de porte delicado y femenino. Su piel, tersa y blanca como una nívea seda, siempre parecía brillar por cuenta propia. Su sedoso cabello castaño, al que acostumbraba sujetar en una coleta por sobre un hombro, no hacía sino enmarcar su tierno rostro, de mirada decidida y al mismo tiempo cordial.

Y su personalidad no opacaba tal hermosura. Tan amable y confiable, no había quien pudiese siquiera atreverse a pensar mal de ella. Como una suave flor que purifica el aire con su delicioso aroma, tal era el efecto que generaba su simple presencia, trayendo paz y tranquilidad a su alrededor.

Realmente, mi hermana mayor es extraordinaria.

O, al menos, así lo era.

No puedo entenderlo.

¿Por qué alguien con tanta bondad y compasión en su corazón tiene que sufrir?

Con timidez, me arrastro por el suelo hasta llegar a los pies de su cama, donde ella se ha mantenido recostada desde hace ya varios días. Me asomo lentamente para observarla, evitando realizar un movimiento brusco o generar un sonido fuerte que pueda asustarla. Pero una duda me asalta tras considerar que, tal vez, prefiera estar sola en estos momentos. Al fin y al cabo, ¿qué podría hacer yo para reconfortarla?

Afortunadamente, ella repara en mí casi al instante y me sonríe con profundo afecto. Esa misma sonrisa, que en el pasado era más que suficiente para depurar la desesperación de mi alma, ahora no hace más que causarme inmenso dolor. Pero estoy seguro de que el sufrimiento que ella padece es infinitamente mayor. Puedo verlo y oírlo con claridad. Aunque su boca y sus ojos sonrían, ella está llorando amargamente por dentro.

Mi hermana mayor, otrora tan hermosa y ahora tan desgastada, extiende sus brazos hacia mí. Yo empujo mi cuerpo en su dirección, permitiendo que me envuelva en un suave abrazo. Puedo sentir su calor y su amor inundado mi ser, tan puro, tan real. Incluso con la agonía que la invade, ella puede transmitir una paz incomparable sin necesidad de pronunciar palabra.

Me gustaría poder decirle que todo va a estar bien. Que yo estoy con ella y que nunca la abandonaré. Lo expresaría con orgullo y seguridad si tuviera la capacidad de hablar, pero tan solo puedo balbucear un par de sonidos ininteligibles. A pesar de todo, ella comprende mis sentimientos a la perfección y me acaricia con ternura sin dejar de abrazarme.

Mi hermana mayor sufre...

Y yo sufro con ella.

Mi pobre hermana ha perdido el resplandor natural de su blanca piel, la cual ahora es enfermizamente pálida y azulada. Apenas ha probado bocado últimamente, por lo que los huesos se le marcan en todo el cuerpo y no tiene energías suficientes para moverse con soltura. Su demacrado rostro se ve sombrío desde que negras ojeras han rodeado sus ojos azules, mientras que sus labios, antes de un suave tono rosáceo, han terminado por volverse grises y resecos. Su cabello, que me cubre por completo, ya no posee ese agradable tono castaño del pasado, habiéndose tornado amarillento y quebradizo.

¿Por qué tienes que sufrir tanto, hermana?

¿Qué puedo hacer para que tu sufrimiento cese de una vez por todas?

Si tan sólo fuese yo capaz de formular tales preguntas...

En eso, un ruido proveniente del pasillo que da a la habitación nos alerta a ambos. Me apresuro a liberarme de sus brazos y me lanzó fuera la cama, para esconderme con premura bajo esta. Desde allí puedo observar a salvo cómo la puerta del cuarto se abre con sumo cuidado. Los padres de mi hermana ingresan lentamente, la saludan y encienden la luz. Sus rostros denotan afecto sincero, pero es fácil adivinar que su sufrimiento interno ha de ser insoportable.

El señor y la señora se acercan al lecho. La conversación que mantienen con mi hermana es casual, intentando evitar tocar temas preocupantes o incómodos. De vez en cuando lanzan cortas preguntas referidas a su estado, ante lo que ella no duda en afirmar que se encuentra mejor que antes. Pero yo sé que no es verdad, y estoy seguro que sus padres también pueden percatarse de ello.

Mi hermana sufre...

Y todo el mundo sufre junto a ella.

Cuando finalmente los señores se despiden y retiran, un dilema se gesta en mí. Lo que más deseo ahora es regresar a envolverme en los brazos de mi hermana, para intentar reconfortarla con mi silenciosa presencia. Pero una sensación incómoda me insta a seguir a los adultos. Con tal fin, me arrastro hasta la pared que colinda con la cama y rebusco hasta dar con un agujero oculto bajo el tapiz. Es complicado, pero logro ingresar y así puedo recorrer el interior de las paredes de aquella antigua casa. Lo he hecho tantas veces en el pasado que, incluso en medio de la total oscuridad, puedo guiarme hasta dar con otro agujero que me permite vislumbrar el exterior.

Los padres de mi hermana están sentados en la larga mesa del comedor principal, uno al lado del otro. El rostro del hombre, usualmente orgulloso y refinado, expresa una rabia increíble mientras gesticula sin descanso. Su esposa murmura y llora desconsoladamente a su lado, mientras que yo me esfuerzo en comprender lo que dicen. No me resulta nada fácil, pero al cabo de un rato logro captar algunas de sus palabras.

―¡Van a cerrar el caso... falta de pruebas y....!

―Pero... ―responde la mujer―. El juez dijo...

―¡...amañado...! Su familia... poderosa que la nuestra... ―El señor golpea la mesa con furia―. ¡No se quedará así...! ¡Yo mismo iré...!

―¡No lo hagas...! ¡... hija ya ha sufrido...! ¡... que su padre termine en la cárcel... no lo soportaría!

―¡Si yo no...! ¡Nadie más...!

―¡Por favor...! Aún... sólo... apoyarla y...

La señora abraza a su marido y él se tranquiliza al verla tan angustiada. Ambos sollozan con tanta amargura que un escalofrío recorre mis espinas dorsales. Reconocer mis propios sentimientos nunca me ha resultado sencillo. Al fin y al cabo, no puedo distinguirlos por medio del olfato tal como lo hago con los de los demás seres vivos. Pero ahora lo comprendo perfectamente. Lo que siento es similar a lo que en este mismo momento carcome sin misericordia al padre de mi hermana.

Desolación... Deseo de justicia...

Ira... Sed de venganza...

Como la conversación de los señores parece haber concluido, me apresuro a recorrer el camino de vuelta al cuarto de mi hermana. Emerjo de debajo de su cama y la observo. Por suerte sigue despierta y me toma entre sus brazos al verme. Sus caricias son reconfortantes, y alivian un poco el oscuro sentimiento que recién he descubierto en mí. Pero ver su rostro demacrado es suficiente para hacer resurgir el fuego en mi interior.

Mi pobre, pobre hermana, antes tan bella y ahora tan marchita.

―Eres muy bueno ―musita, sin soltarme―. Eres muy bueno, Arioch. Eres muy bueno.

Eso es lo que siempre me dice. Soy bueno... ¿Soy bueno? ¿Qué significa ser bueno? No comprendo qué es el concepto de bondad, a pesar de que mi hermana me ha leído infinidad de libros sobre ese tema y sobre otros muchos. Gracias a ella mis conocimientos generales son extensos e incluso me enseñó a leer, pero no tengo la paciencia necesaria para hacerlo.

―Eres bueno, asegúrate de siempre serlo ―asegura mi preciosa hermana, mientras sus brazos flaquean―. Gracias, Arioch, mi pequeño hermanito...

Su respiración indica que se ha quedado profundamente dormida. Últimamente duerme mucho, posiblemente para escapar de la cruda realidad. Tiene todo el derecho a hacerlo, el sufrimiento que padece en el mundo material sólo puede verse mermado en el campo onírico. Por eso ella debe dormir, cosa que yo nunca he hecho ni podré hacer.

Me arrastro hasta caer de la cama. El suelo alfombrado amortigua el ruido que genera mi cuerpo al impactar contra el suelo, así que el sueño de mi hermana no se ve interrumpido. Con lentitud, repto hasta detenerme ante a un gran espejo de cuerpo completo.

En el pasado me gustaba observar cómo mi hermosa hermana peinaba su largo cabello frente a su reflejo. Me agradaba verla probándose alguno de sus incontables vestidos de lino y seda. Ser capaz de contemplar todas las facetas de su incomparable belleza era mi pasatiempo favorito. Pero, sin lugar a dudas, mi verdadero deseo era poder percibir su inocente felicidad por siempre.

Realmente me gustaría poder volver a aquellos pacíficos días.

Nunca me he sentido cómodo al ver mi propio reflejo. Hacerlo me recuerda lo distinto que soy de mi hermana mayor, lo distinto que soy de sus padres, lo distinto que soy de todas las personas y animales que me rodean. Saber que no soy como ellos siempre me ha causado la más honda desesperanza.

¿Qué es lo que soy? Era la pregunta que siempre me hacía.

Eres mi hermanito menor. Tal era la respuesta que mi hermana me daba al notar mi desconsuelo. Ella siempre sabía qué decir en el momento apropiado. A pesar de que no puedo articular fonemas comprensibles, mi comunicación con ella nunca tuvo mayores complicaciones. Gracias a esa conexión inexplicable pude dejar de lado la angustia que me generaba no conocer nada sobre mí mismo. De todas formas, me daba igual qué era yo, siempre y cuando pudiera seguir al lado de mi maravillosa hermana.

Pero, ahora, al erguirme frente a aquel espejo de marco dorado, puedo sentir un rayo de esperanza. El padre de mi hermana no puede imponer justicia por mano propia porque la ley se lo impide. Pero yo no soy como el padre de mi hermana. La ley no está pensada para regir el comportamiento de alguien —de algo— como yo.

¿Qué es la ley? Mi hermana me ha leído sobre eso. Se supone que la ley es justicia, pero la ejecución de la ley no siempre trae justicia. Tal como está sucediendo con el caso de mi hermana, la ley puede llegar a beneficiar a quien la rompe. Entonces, ¿dónde queda la justicia? Si la ley no la aplica, ¿quién lo hará?

Me acerco al espejo hasta quedar a tan solo centímetros de su superficie y lo observo atentamente. Mi reflejo se contorsiona y casi puedo escuchar cómo lo dice.

Tú eres la justicia.

Ya veo, la ley impide que la verdadera justicia se aplique. Y ni el padre de mi hermana, ni las decenas de abogados que ha contratado pueden hacer algo para remediarlo. Pero yo no soy como ellos. Yo soy diferente, yo soy superior, yo soy el único que está por encima de la ley.

Yo soy la justicia.

Volteo y regreso a la cama de mi hermana. Sigue dormida, pero es mejor así. Estoy seguro de que ella discutiría fervientemente la epifanía que acabo de tener. Aunque, claro, para eso primero tendría que explicársela con palabras que no soy capaz de pronunciar.

Hermana mayor, tengo algo importante que hacer. Lo haré por ti, mi amada y única hermana.

Porque sin ti, no me quedaría nada.

Porque sin ti, a este mundo no le quedaría nada.

Me alejo de la cama y me aproximo al ventanal de la habitación, que por suerte encuentro sin seguro. Es amplio y da paso a un elegante balcón. De un salto subo a la baranda de mármol y atisbo el exterior. Nunca antes he salido de la mansión, aunque he de admitir que mi memoria no resulta muy confiable. Lo poco que puedo recordar de mi pasado se disuelve en una aglomeración de imágenes muy difusas, las cuales en su mayor parte se concentran en el rostro de mi hermana conforme iba creciendo y madurando.

¿En verdad debo salir?

Debo hacerlo, por el bien de mi hermana.

Pero es aterrador...

Sí, es aterrador... Pero mi hermana se enfrentó a algo mucho más horroroso.

Tengo miedo, hermana.

¿Miedo?

Eso es, tengo miedo. El mundo da miedo.

Pero mi hermana sufre. ¿Acaso mi miedo será un nuevo elemento que acrecentará su sufrimiento?

Me niego.

No debo pensarlo más.

Hermana...

Me decido a impedir que las dudas sigan asaltándome y lanzó mi cuerpo al vacio. Mientras caigo, no puedo evitar preguntarme si acaso moriré al impactar contra el suelo del jardín.

¿Morir? ¿Puedo morir?

Mi hermana me leyó sobre la muerte. Debo admitir que no le presté mucha atención cuando lo hizo. Simplemente recuerdo haber escuchado que morir puede, en ocasiones particulares, liberar de la desgracia o el castigo a los afectados. No lo comprendo bien, pero estoy seguro de que la muerte no es tan mala. Al fin y al cabo, no supone el final de la existencia.

Mientras exista, seré. Y mientras sea, podré amar a mi hermana.

Me estampo violentamente contra el suelo, atravesando unos pequeños arbustos espinosos. Si pudiera sentir aquello que llaman dolor, seguramente estaría retorciéndome patéticamente en estos momentos. A pesar de ello, soy incapaz de moverme por unos segundos, y un líquido negruzco mancha mi campo de visión. Tras luchar un poco, finalmente puedo emerger de entre los arbustos, cuyas hojas curvadas y afiladas ramas marcan mi membrana corporal.

Siento que una gota cae en mi cabeza principal, y levanto la mirada. Al cabo de un rato, más gotas arremeten a mi alrededor, hasta dar paso a una fuerte lluvia. El sonido es ensordecedor y me obliga a encogerme en mi mismo, mientras intento acondicionar mi sistema auditivo. Ya he oído el ruido producido por la lluvia en el pasado, pero siempre desde la seguridad de la mansión con todas las puertas y ventanas cerradas.

Ya veo, el cielo también sufre y por eso llora a raudales.

El cielo sufre y sangra sin detenerse.

El agua nunca me ha gustado mucho. Ni siquiera mi preciosa hermana consiguió convencerme ni obligarme a tomar un baño completo. Pero, en esta ocasión, la lluvia limpia el líquido oscuro que brota de las marcas de mi cuerpo. Me reconforta, a pesar de lo fría que está, y me hace sentir renovado.

Decido ponerme en marcha, y me arrastro hasta el alto muro de piedra que demarca el límite del jardín que rodea la casa. Salto contra la pared y consigo aferrarme a su superficie irregular. Con dificultad, luchando contra el torrente de agua que cae sobre mí, consigo escalar la muralla hasta asomarme al exterior.

Como la mansión está en la cima de una montaña, la ciudad entera se extiende ante mí.

Tan bella.

Y tan aterradora.

Pero no puedo echarme para atrás ahora. Presentarme ante mi hermana sin haber impuesto justicia sería un insulto a su desolación. Debo proseguir. Hasta el final.

Me tiro del muro, extendiendo todo mi cuerpo. Gracias a la altura, puedo planear libremente por sobre la ciudad. Entre la oscuridad de la noche, y las nubes azabaches que cubren el lacrimoso firmamento, dudo que haya alguien que logre verme. Es más, dada la hora y el clima, nadie debería tener el atrevimiento de siquiera atisbar por su ventana.

Cierro los ojos y me concentro en los incontables olores que impregnan el ambiente.

Agua.

Tierra.

Plantas.

Sangre.

Multitud de animales.

Animales... perros, gatos, aves, roedores... humanos...

Machos y hembras humanos...

Busco a uno. Lo he olido antes, durante las ocasiones en las que visitó la mansión. Lo he observado desde mi escondite en el interior de las paredes. Lo he sentido como un intruso, mas nunca sospeché del peligro que podía llegar a representar. Él, en quien mi hermana tanto confiaba.

Confianza...

Mi hermana me dijo una vez que uno sólo puede autodefinirse gracias a lo que los otros le dicen. Uno debe confiar en esos otros, y creer ciegamente en sus palabras para forjarse una identidad propia. Mi hermana me dice que yo soy bueno, entonces soy bueno. Me dice que soy su hermanito, entonces soy su hermanito. Pero ahora no sé cuánto tiempo estaré separado de ella. Si no vuelvo a escuchar que soy bueno y que soy su hermanito, entonces...

¿Qué deberé ser?

Abro todos mis ojos de improviso.

He encontrado a quien buscaba. Su aroma se junta con otro más dulzón, gasolina posiblemente, y uno amargo, el humo de un auto. Está moviéndose a gran velocidad.

Encojo ligeramente mi masa corporal para descender sobre la superficie. Tras esquivar algunos edificios consigo ubicar visualmente mi objetivo: una camioneta blanca y lustrosa, llamativa incluso bajo la furiosa lluvia que cae por todos lados. He visto aquel vehículo antes, estacionado fuera de la mansión.

Consigo aterrizar suavemente sobre el techo de la camioneta y me engancho a su superficie. Entre el ruido de las gotas de agua que el cielo llora y el golpeteo que estas producen al impactar contra el vehículo, es imposible que mi presencia pueda ser detectada.

Ahora, sólo queda esperar.

No sé cuánto tiempo transcurre hasta que el auto se detiene. Estoy en un estacionamiento de paredes blancas iluminado hasta un nivel exagerado, donde otros muchos vehículos descansan apaciblemente. Con tanta luz, él me verá al instante, por lo que me deslizo muy despacio hasta caer al suelo, escondiéndome con premura debajo de un coche cercano. Desde allí puedo observar sin peligro.

Él sale de la camioneta y se dirige al maletero. Mientras rebusca despreocupadamente, salgo de mi escondite y me yergo a su espalda. ¿Qué me impide imponer justicia ahora? Está distraído y no podrá oponer resistencia. Sé perfectamente cómo acabar con una vida, lo he hecho varias veces con los pájaros que invaden la terraza de mi hogar. Mi hermana acostumbraba alimentarme con variedad de cosas dulces y saladas, pero por alguna razón el sabor metálico de las aves agonizantes siempre me ha parecido inigualable.

¿Acaso un ser humano sabrá igual?

Pero asesinarlo no tendrá sentido alguno. Las palabras de mi hermana sobre la muerte regresan a mi mente. Morir es verse liberado de la desgracia y el castigo. Y él debe ser castigado, no debe escapar de ninguna manera. Porque él no puede ser considerado humano. Él es el Monstruo que destrozó la pureza de mi amada hermana mayor sin mostrar conmiseración. Sin mostrar arrepentimiento. Sin someterse a la justicia...

Seré yo quien le pague con la misma moneda.

Yo lo destrozaré.

Mi hermana me ha leído interesantes novelas en el pasado. Ella tenía especial gusto por las de género romántico y dramático, mientras que yo prefería las que giraban en torno a grandes hazañas e historias épicas. En varias de estas últimas, el antagonista, por más poderoso y perverso que fuera, siempre terminaba por recibir su merecido. Yo me encargaré de trasladar eso a la realidad.

El Monstruo debe ser castigado a cualquier costo.

Sin importar los sacrificios necesarios.

Él cierra el portaequipaje de golpe, pero soy lo suficientemente ágil como para ocultarme tras un auto. Mientras el Monstruo camina por el estacionamiento, yo lo sigo arrastrándome en completo silencio. Afortunadamente, soy capaz de ingresar a la casa sin que él tenga la menor idea de lo que sucede.

De esa manera dio comienzo un muy largo proceso de recojo de información. Si deseo imponer justicia, debo armar un complejo plan que no pueda fallar bajo ningún concepto. Gracias a los libros que mi hermana solía leerme, guardo en mi memoria varias situaciones de similar índole, así que al menos tengo experiencia teórica sobre estrategia bélica y manipulación de masas.

El Monstruo habita una mansión incluso más grande que en la que mi hermana y sus padres viven. El estacionamiento donde guarda su camioneta se ubica debajo de la edificación, y todos los vehículos le pertenecen a su familia. Recabar datos de valor resultó relativamente sencillo gracias a las habladurías de los numerosos sirvientes que pululan por todos lados, día y noche. Aunque también su continua presencia dificultó mis intentos de exploración de la gran estructura.

Me tomó una semana recorrer el lugar de cabo a rabo. Sus paredes, techos y pisos son compactos y resistentes, por lo que no puedo movilizarme como lo hacía en mi hogar. Por fortuna, casi todos los pasillos poseen muebles y extraños monumentos que me brindan espacios seguros donde ocultarme. A pesar de ello, ingresar a las incontables habitaciones y salones que encuentro a mi paso sigue siendo una tarea complicada.

Incluso con todos esos inconvenientes, gracias a mi exploración pude concretar el plan perfecto para imponer justicia. Al parecer, los padres del Monstruo se encuentran de viaje en algún país extranjero. Además de él y los incontables sirvientes que moran en la gran mansión, también reside allí una joven muchacha. La hermana menor del Monstruo.

He decidido denominarla la Herramienta. La Herramienta que me permitirá castigar al Monstruo. ¿Acaso no resulta justo y necesario? Usaré a su hermana menor para vengar a mi hermana mayor. Sí, así debe ser. Ahora debo continuar observando atentamente. Oyendo con total esmero. Pensando a profundidad. Moviéndome amparado por las sombras. Royendo con furia. Excavando con rabia.

El Monstruo pasa sus días muy contento, saliendo de la mansión temprano con su camioneta y regresando ya entrada la noche. No me importa mucho lo que haga de momento, sólo necesito memorizar su rutina general para imponer el castigo.

La Herramienta, por el contrario, es la que concentra todo mi tiempo de análisis. Ella es muy cordial con los sirvientes, y acostumbra entablar largas conversaciones con ellos. Incluso los ayuda con algunos de sus quehaceres, principalmente en la cocina. A la Herramienta le encanta hornear dulces y pasteles. Logré robarme uno hace un día, y no me pareció agradable. Mi hermana preparaba cosas mejores.

Mi pobre y dulce hermana...

La Herramienta nunca abandona la gran mansión. Escuché a los empleados decir que ella sufre algo llamado albinismo, lo que le impide exponerse a los rayos solares y las inclemencias del clima. Aunque, incluso sin haber oído eso podría suponer que no es una persona sana. Es demasiado blanca. Cada centímetro de su piel y cabello es del color de la nieve. Lo único que rompe ese patrón monocromático son sus ojos, tan rojos como la sangre. Y tales características me causan un terror indescriptible.

Ya que la Herramienta no puede salir del edificio, dedica su interminable tiempo libre a la pintura. Tiene un espacio en la mansión acondicionado para dicha actividad, donde acostumbra encerrarse a pintar sin descanso. He visto algunos de sus cuadros. Son horribles. Si mi hermana hubiese decidido invertir tiempo al arte visual, seguramente habría elaborado obras de mucha mejor calidad.

Mi hermana...

Luego de un par de meses ya tenía aprendida hasta cierto punto la rutina de ambos, el Monstruo y la Herramienta. También había podido memorizar el patrón de movimiento de los sirvientes, por lo que sabía dónde estar y dónde no estar dependiendo de la hora. Entonces decidí poner en marcha la primera fase del plan.

Él y ella se llevan muy bien. Me sorprende que el Monstruo pueda demostrar tanto afecto, considerando lo podrido que está por dentro. Parece amar profundamente a su hermana, lo que no hace sino aumentar ni sed de justicia. Haré que todo ese amor sea su condena. La Herramienta aparenta no ser una mala persona, pero tendrá que resignarse a convertirse en un —sacrificio— daño colateral. De todas formas, la percibo como una versión atrofiada de mi hermana mayor, así que no tendré reparos en utilizarla.

Eres muy bueno, Arioch.

Las palabras de mi hermana resuenan en mi mente casi a diario. Soportar más de dos meses sin verla ha resultado ser una tortura mucho más atroz de lo que había podido imaginar. Dos meses alejado de mi hermana mayor. Dos meses completamente solo. Dos meses sin saber qué debo ser.

Eres muy bueno...

¿Soy bueno? Debo serlo, por mi hermana.

Castigar al Monstruo usando a la Herramienta es un acto de bondad.

Así es, no hay duda.

No debo tener dudas.

La primera fase del plan es sencilla de idear, mas difícil de lograr. Por fortuna, esta noche encontré la oportunidad perfecta. El Monstruo invitó a un grupo de amigos a celebrar una fiesta en uno de los jardines interiores de la mansión. Tanta gente desconocida en el lugar me causa inmenso malestar, pero es preciso luchar contra mi aversión si quiero salir airoso.

Por eso, espero pacientemente.

En mi hogar también han organizado celebraciones, así que poseo cierta idea de cómo funcionan. Siempre, sin excepciones, hay asistentes que, ya sea por curiosidad o por efectos del alcohol, deciden dar paseos en los alrededores, hasta que alguien amablemente los insta a regresar a la zona de reservada para los invitados. Y esta fiesta cumple ese mismo esquema.

A diferencia de las festividades que los padres de mi hermana celebraban, con adultos elegantes y jóvenes educados, lo que el Monstruo ha reunido en su gran mansión es una turba de bulliciosas y desenfrenadas formas de vida. Incluso los sirvientes parecen incómodos con la masa de gente desagradable, pero dada su posición no tienen derecho a levantar la voz de protesta.

Repulsivos seres humanos, incapaces de controlar sus instintos.

Entonces, me decido a actuar.

Primero, un cortocircuito. No hay duda de que la interacción que tienen las cajas de fusible y los cadáveres de pájaros desnucados es algo digno de ver. La fiesta queda sin luz. Los sirvientes intentan arreglar el desperfecto y abandonan sus puestos. El Monstruo está que hierve de ira.

Y los invitados menos sobrios no dudan en ir más allá de la zona permitida.

Escojo un pequeño grupo que se adentra por unas de las entradas secundarias de la gran mansión. En aquel momento la Herramienta debe estar durmiendo en su habitación, y la mayoría de sirvientes se encuentra en el lugar de celebración. No es noche cerrada, por lo que incluso sin iluminación eléctrica es posible distinguir algunos detalles. Por eso, permito que el grupo que he escogido me vea.

Tal es el nivel de alcohol en su sangre que, en lugar de miedo, lo que les causa mi aparición es sorpresa y curiosidad. Me arrastro fuera de su campo de visión atravesando un pasillo y, tal como esperaba, los humanos corren a trompicones para seguirme, mientras ríen y hablan atropelladamente.

La persecución prosigue hasta que llegamos al punto previsto en mi plan. Me lanzo violentamente contra unas puertas dobles, y logro abrirlas a pesar de su seguro. Me he percatado de que a lo largo de estos últimos dos meses me he vuelto más grande y fuerte. Posiblemente se deba a que ahora mi dieta principal la componen las aves y los pequeños mamíferos que encuentro pululando en los alrededores. O, tal vez, la ausencia del cariño de mi hermana está liberando aquello que se encontraba escondido en mi interior.

Tras abrirse las puertas, me aseguro de esconderme sin dilación, de modo que el grupo que me seguía pierde mi rastro. Pero eso no importa. Estamos en el espacio que la Herramienta usa para pintar. Todos sus cuadros están allí guardados, incluso el nuevo que acababa de empezar a trabajar hace unos pocos días. He cumplido mi objetivo, por lo que me retiro silenciosamente.

Al día siguiente puedo disfrutar de las consecuencias de mis actos.

Los invitados que guie son encontrados inconscientes en medio de los cuadros destrozados. El Monstruo, hecho una furia, echa toda la culpa a la incompetencia de los sirvientes. Pero la Herramienta, con justa razón, recrimina a su hermano. Parece que ha querido hacerlo desde hace mucho tiempo, ya que le suelta un extenso discurso sobre lo impropio que es usar la noble casa familiar para armar fiestas desagradables. Ella llora, él intenta discutir sin éxito, y los sirvientes son testigos de la disputa.

Esto último es esencial. Los sirvientes deben ver y oír, para que así se convenzan de que la relación entre sus jóvenes amos no es tan buena como parece. Sus testimonios serán vitales para mis planes a futuro.

De cualquier forma, esta vez he ganado. Pero sólo es el primer paso. Aún queda mucho por hacer.

Las semanas transcurren y yo me dedico tenazmente a afinar los detalles de mis planificaciones. Reservo las noches para acomodar las piezas, mientras que durante el día me limito únicamente a observar. Así, poco a poco puedo notar los resultados de mi esfuerzo.

Unas manchas de pintura cubriendo algún vehículo lujoso, unos cuantos utensilios de arte destrozados, ropas y adornos perdidos sin razón aparente. El Monstruo sigue el pensamiento lógico y culpa a los sirvientes, muchos de los cuales son despedidos sin compasión. Pero yo sé que, en el fondo, sus sospechas se concentran en la Herramienta. Y ella, sin lugar a dudas, tiene los mismos recelos contra él.

Han dejado de hablar tan amistosamente como lo hacían antes. Las sonrisas y muestras de afecto que caracterizaban su otrora cordial relación han dado paso a miradas frías y murmullos ininteligibles. Los empleados se han percatado de aquella tensión pero, por el bien de su trabajo, prefieren desviar la mirada hacia otro lado. De todas formas, a ellos sólo les pagan por mantener la casa en estado óptimo, no por conservar las buenas relaciones entre dos hermanos tan particulares.

La Herramienta ha abandonado su usual actitud animada, y prefiere encerrarse en su habitación para llorar a solas. El Monstruo, por su parte, frecuenta con menor regularidad la mansión, saliendo antes del mediodía con algún vehículo para recién regresar en la madrugada. A decir verdad, no pensé que quebrantar su conexión fraternal iba a ser tan sencillo. Es probable que mis acciones simplemente adelantaron una conclusión inevitable, fruto de los sentimientos negativos que ambos guardaban recelosamente. Pero no puedo reducir el ritmo de mi labor, la segunda fase del plan es la que decidirá mi éxito o fracaso.

Ya ha pasado la medianoche. Estoy agazapado en una esquina del techo de la habitación de la Herramienta. A lo largo de estos meses he conseguido agujerear algunas paredes, de modo que mi rango de acción se ha acrecentado sin arriesgar el sigilo. La pálida joven parece estar dormida en su amplia cama con dosel, pero se incorpora repentinamente. El ruido de un auto en el exterior deja en claro que el Monstruo ha regresado. La Herramienta baja de la cama, con el rostro angustiado. Se frota las manos y respira hondamente.

Sé perfectamente lo que está sucediendo. La chica ha alcanzado su límite emocional y está dispuesta a dar su brazo a torcer con tal de amistarse con su hermano. Y eso es algo que debo evitar a toda costa.

Ella se dirige a la puerta de la pieza, pero un sonido cercano la hace sobresaltar. Soy yo, que me he deslizado lentamente por la pared hasta caer al suelo de manera deliberadamente ruidosa. La Herramienta me observa con los ojos desorbitados y la boca ligeramente abierta, como si estuviera a punto de lanzar un grito. Puedo sentir el olor del terror absoluto que la está invadiendo, y comienza a hiperventilar al instante.

Yo me limitó a encogerme, a una distancia prudente de ella. Gracias a que la única fuente de luz proviene de un ventanal cercano, soy capaz de ocultar la mayor parte de mi masa corporal entre las sombras. Cierro la mayoría de mis ojos, dejando abiertos únicamente el par que considero más "humano", y escondo también casi todas mis extremidades. Ahora sólo debo actuar con sumo cuidado.

Levanto un par de brazos y comienzo a contonearme torpemente. Una vez, hace ya muchos años, hice algo similar al intentar imitar un baile que vi por televisión. Mi hermana, que estaba conmigo en aquel momento, sufrió un ataque de risa tan potente que me prometí a mi mismo nunca hacer nada tan denigrante por segunda vez. Pero, en estos momentos, adoptar una imagen ingenua e inofensiva es completamente necesario.

Mis esfuerzos dan fruto, y percibo que el temor de la Herramienta amengua ligeramente. Sigue muy asustada y no deja de lanzar miradas furtivas a la puerta que da al pasillo, calculando cuánto tiempo le tomaría huir. Entonces decido hacer uso de un método infalible para disipar lo que resta de su miedo.

Tomo una hoja de papel cercana y, haciendo uso del líquido negruzco que mis dedos supuran, me apresuro a realizar un dibujo. Esbozo a la Herramienta de una manera muy burda intencionalmente, lo que tiene como resultado algo similar a lo que haría un niño pequeño. Le muestro la hoja de papel con mi torpe dibujo y ella, finalmente, cambia su actitud a una de sorpresa.

Se atreve a dar un paso al frente, y yo dejo escapar mi bosquejo para que vuele hasta sus manos. La Herramienta lo analiza por unos instantes, confundida, hasta que finalmente se percata de que es un retrato suyo. Sonríe y me observa, todavía con cierta desconfianza.

―Eres una personita muy rara ―susurra—. Yo también soy muy rara...

Pero yo no soy una simple persona. Ardo en ganas de degollarla allí mismo, pero me contengo. No he olvidado mi misión y razón de ser: imponer justicia en honor a mi hermana mayor. Nadie ni nada, incluyendo mi instintiva sed de sangre, podrá interponerse en mi cometido.

A partir de entonces empecé a visitar a la Herramienta todas las noches. Su semblante y actitud han recobrado la calidez de antaño, aunque continúa siendo gélida y mordaz durante las ocasionales veces en las que interactúa con el Monstruo. Es normal, ya no lo necesita a él teniéndome a mí. Y resulta de vital importancia que la relación entre ellos dos siga así de tensa, ya que de esa manera no correré el riesgo de que la chica revele mi existencia.

A pesar de que ha retomado su costumbre de ayudar a los sirvientes, es improbable que la Herramienta les hable sobre mí. He dado claras muestras de temor hacia todos los humanos distintos a la pálida chica, quien ha sido lo suficientemente perspicaz como para notarlo. Las cosas son simples, nadie más debe imponerse entre nosotros. Supongo que para alguien como ella, que siempre ha sido tan solitaria, poseer un amigo debe tener un valor inestimable, aunque se trate de alguien —de algo— que no es humano. Por mi parte, me resulta complicado ocultar la repulsión que me genera su lamentable imagen, ya que no puedo dejar de compararla con la majestuosidad cuasi perfecta que era y es mi hermana mayor.

¿Cómo estará mi hermana?

Esta noche he decidido realizar un experimento. Me encuentro oculto entre las sombras generadas por la multitud de muebles de la habitación de la Herramienta, observándola atentamente. Ella, sentada al borde de su cama, aún no se ha percatado de mi presencia y su rostro refleja honda angustia. Finalmente, salgo de mi escondite y ella sonríe abiertamente al verme.

―Pensé que no vendrías ―susurra, mientras me arrastro a su lado―. Estaba muy preocupada.

Subo al lecho y la tomo de los hombros. Ella ríe y lucha juguetonamente. La obligo a tumbarse y envuelvo sus brazos y piernas con mis tentáculos. Voy midiendo la fuerza necesaria para controlar sus movimientos sin producirle hematomas. Su piel es tan sensible que casi cualquier cosa puede herirla. Y, para la última parte del plan, debo asegurarme que no llegue a sufrir daños que después resulten inverosímiles o inexplicables.

En medio de mi análisis, escucho que ella gime. No es dolor, es placer lo que está sintiendo. Mis estómagos se revuelven, y temo vomitar las ardillas que engullí hace un par de horas. No puedo creer que me vea en la obligación de entablar contacto físico con una criatura tan lasciva y desagradable. Ella me ha dado muchos nombres durante los meses que nos conocemos y los murmura todos, sin dejar de gemir ocasionalmente. Mueve sus caderas rítmicamente mientras intenta envolverse más entre mis tentáculos, dificultando mi escrutinio.

Yo no soporto más de diez segundos, hasta que considero que el experimento ha concluido. La suelto, sumamente asqueado, y me lanzo fuera de la cama. Me apresuro a escalar la pared e ingreso al agujero que me permite escapar de la habitación. Escucho que ella me llama con desesperación, y yo la maldigo amargamente.

Es igual de monstruosa que su hermano.

Pero ella también sufre...

Es igual de asquerosa.

Entonces llega la hora de dar inicio con la tercera fase del plan.

En realidad, es la más sencilla de concretar. La Herramienta, dada su precaria condición, no come lo mismo que los sirvientes. Es más, los alimentos que le son destinados se preparan en una estancia completamente apartada de la que se usa para cocinar la comida de los demás. Y como el Monstruo no acostumbra almorzar ni cenar en la mansión, los empleados cuentan con un lugar destinado exclusivamente a preparar sus propios alimentos. Y eso facilita el procedimiento que he ideado.

Antes de empezar con esta parte del plan tuve algunas dudas sobre qué clase de elemento podría usar para conseguir resultados óptimos. Necesitaba algo que, sin llegar a matarlos, dejara a los humanos en un estado en el que les sea imposible continuar trabajando. Sacarme a la mayor parte del ejército de sirvientes de encima resultaba prioritario, por lo que también debía de ser algo de efecto rápido.

La solución fue inesperada pero eficaz: yo mismo. Al parecer, el líquido oscuro que mi masa corporal produce a voluntad es altamente tóxico para casi cualquier forma de vida. Hice algunos experimentos con aves y roedores en un bosque cercano a la mansión, para luego pasar a estudiar animales más grandes como lobos y jabalíes. En base dichos estudios, y con la ayuda indeliberada de un pobre sirviente al que no volví a ver jamás, conseguí obtener la dosis indicada para mis intereses.

Incluir la sustancia negruzca dentro de los ingredientes que los trabajadores utilizan para sus comidas es tarea fácil. He aprendido a camuflarme tan bien, que sólo necesito que un rincón cercano al techo esté cubierto por una suave sombra para pasar completamente desapercibido. Moverme por la gran mansión se ha tornado una tarea increíblemente sencilla, así que infiltrarme en la cocina no representa ningún inconveniente.

Poco a poco puedo ver los resultados. El número de sirvientes va disminuyendo y, aunque el Monstruo se esfuerza en contratar otros para mantener los números estables, no duran más de unos pocos días. Por fortuna, no todos los trabajadores sufren consecuencias que los inhabilitan de trabajar luego de consumir mi ennegrecido fluido corporal. Algunos parecen ser anormalmente inmunes y, salvo un leve malestar general, no presentan mayores complicaciones. Este hecho inesperado me quitó un peso de encima, ya que es necesario que haya testigos presenciales para la última parte del plan.

Y finalmente ha llegado el momento decisivo.

Esta noche impondré justicia.

Esta noche el Monstruo recibirá su castigo.

Los elementos están todos en las posiciones predeterminadas. Los pocos sirvientes que quedan duermen en sus respectivas habitaciones, al fondo de la mansión. El Monstruo, al igual que todas las noches, está quién sabe dónde, pero en base al patrón que he definido durante estos meses sé perfectamente a qué hora regresará. Por su lado, la Herramienta se encuentra acostada en su cama, muy afligida.

No la he vuelto a contactar tras la repulsiva experiencia que tuve que atravesar al experimentar con ella, y eso parece haberla deprimido. Su estado de debilidad emocional me convence de dar inicio con el plan, por lo que me apresuro a golpear la puerta de su habitación desde el exterior. Espero en el pasillo, hasta que ella emerge de la estancia, atemorizada.

Al verme, su rostro se ilumina y pronuncia uno de los apodos que me ha dado. Yo doy media vuelta y me arrastro rápidamente por el oscuro pasadizo. Ella, tal como he previsto, me sigue a paso rápido, sin dejar de llamarme con consternación. La Herramienta no es muy veloz y, como está descalza, sus pies enrojecidos no le permiten correr a un ritmo constante. Me aseguro de que no me pierda de vista mientras nos adentramos en el laberinto de corredores y escaleras, pero no acorto la distancia que nos separa.

Finalmente llegamos al primer piso y yo me detengo al notar que ella respira con dificultad. Nunca antes la he visto hacer el más mínimo esfuerzo físico, de modo que su patética debilidad es completamente natural. Me mantengo estático mientras la Herramienta recupera el aliento, y observo la hora en un reloj de pared cercano. Ya casi ha llegado el momento, no puedo arriesgarme a retrasarlo.

Retomo la marcha, y la Herramienta también lo hace a pesar de que apenas puede mantenerse en pie. El trayecto nos permite alcanzar la cocina, no la que usa el personal, sino la destinada a los dueños de la casa. Dado que allí también hay un reloj puedo estar al tanto de la hora, hasta que finalmente el clímax arriba.

―No... sigas... huyendo... por favor... ―musita la chica color nieve, apoyada en un aparador.

Si yo tuviera una boca capaz de sonreír posiblemente lo estaría haciendo en estos momentos. Extiendo mi cuerpo, al mismo tiempo que abro todos mis ojos y alargo la totalidad de mis brazos, cilios y demás extremidades. Logro alcanzar a ocupar la mitad de la cocina, a pesar de que el recinto posee buen tamaño, y seguramente podría expandirme más si quisiera. Pero no es necesario, el gesto de horror en la mirada de la Herramienta es prueba suficiente de que he conseguido causarle el impacto psicológico deseado.

Gruño lo más hostilmente que puedo, mientras chasqueo mis mandíbulas y me acerco lentamente a ella. La chica retrocede, hiperventilando, hasta que choca contra una mesa metálica. Allí encuentra un afilado y puntiagudo cuchillo de cocina, que yo mismo coloqué en ese preciso lugar de antemano. Es probable que la Herramienta tenga claro que un arma tan fútil no puede ser usada para enfrentarse a alguien —a algo— como yo, pero la desesperación y el miedo la obligan a empuñarla.

Me aparto ligeramente, permitiendo a la Herramienta vislumbrar una de las puertas que permiten salir de la cocina. La voy rodeando, hasta darle la oportunidad de escapar del lugar. Entonces la sigo a una distancia prudente, procurando no destrozar los adornos ni muebles que obstaculizan mi andar por los pasillos. Al fin y al cabo, debo asegurarme de que no queden pruebas de mi participación en el asunto. Todo debe ser humanamente explicable.

En medio de la persecución, oigo el lejano ronronear de un motor y huelo el inconfundible aroma de la gasolina. El Monstruo ya está aquí, tal como estaba vaticinado. Y la Herramienta ha recorrido el camino que lleva directamente a la conexión entre el estacionamiento del sótano y el primer piso de la mansión.

Todo está consumado.

Salto en el aire, al mismo tiempo que encojo mi cuerpo hasta adoptar un tamaño humano. Caigo sobre la Herramienta y la envuelvo, mientras ella lanza un grito de horror absoluto. Su alarido es tan agudo y fuerte que no cabe duda que tanto el Monstruo en el sótano como los sirvientes en sus habitaciones lo deben haber escuchado.

Eres muy bueno, Arioch.

Las palabras de mi hermana surgen repentinamente grabadas en mi mente. La Herramienta ha sido completamente aprisionada por mis extremidades, de modo que no puede moverse a voluntad. Observo su rostro desencajado por el miedo y sus rojizos ojos llorosos que contrastan con su pálida piel cubierta de sudor.

Eres bueno, asegúrate de siempre serlo.

Entonces llego a una conclusión obvia. Alguien verdaderamente bueno sabría que la Herramienta no tiene culpa alguna. Ella no ha dañado a nadie, más bien al contrario, ha sufrido durante toda su vida por su condición. Al igual que yo antes de decidirme a imponer justicia, nunca ha podido abandonar su hogar y nunca ha conocido más personas además de su hermano y los sirvientes. Ella y yo somos entes solitarios, y lo normal sería sentir empatía mutua.

Por supuesto, alguien bueno llegaría a tal conclusión. Alguien bueno... Bondad... Pero...

Yo no soy bueno, hermana mayor.

Al menos, no puedo serlo desde una perspectiva humana. Pero ese tipo de moral no puede juzgarme, ya que no soy humano. Yo soy... algo más. Yo soy más fuerte, yo soy más grande, yo soy más peligroso. Yo soy la justicia y el castigo. Yo causo miedo y desesperación. Yo estoy por encima del Bien y del Mal. Yo...

Mis reflexiones se ven interrumpidas al sentir que una puerta se abre de improviso. Es el Monstruo. Aquel ser humano, que mancilló a mi hermana y la condenó al más hondo sufrimiento, se ha que quedado estático, observándome.

Por fin.

Me abalanzo contra él, sin soltar a la Herramienta. Haciendo uso de mis tentáculos obligo a la chica a estirar los brazos, con el cuchillo de cocina bien empuñado. Conozco a la perfección la fisiología humana, de modo que el filo atraviesa el vientre del Monstruo en una zona no vital. Sin darle tiempo a reaccionar, lo tomo de las manos y lo fuerzo a sostener la cabeza de su hermana.

Es tan sencillo acabar con una vida. Animales o humanos, todos terminan muertos cuando sus cuellos se quiebran. Ni siquiera tienen tiempo para lanzar un último suspiro. No hay dolor. No hay suplicio. Es la ejecución idónea para un inocente.

La Herramienta ha perecido, que en paz descanse. El Monstruo, con los ojos desorbitados, se mantiene silencioso sin soltar la cabeza desencajada de la chica. Acerco mi rostro principal al de él y lo observo, asegurándome de que mi figura quede grabada a fuego en su retina.

¡Mírame, Monstruo! ¡Yo soy el que impuso justicia!

¡Tú manchaste a mi hermana y yo hice que asesinaras a la tuya!

¿Sabes qué es lo mejor?

Que nadie creerá esa historia.

¿Algo como yo mató a la Herramienta? Vaya patraña.

Los sirvientes ya han visto que tú, Monstruo, no te llevas bien con tu hermana. Saben que eres irascible y mentalmente inestable. Por eso la conclusión a la que ellos y todos lo que juzguen tu caso llegarán será más que obvia. Nadie te forzó, Monstruo. No existe algo como yo. Tú eres el único culpable.

Matarte no es penitencia suficiente. Por eso quiero que me veas bien, quiero que sepas que yo fui quien causó esto.

Quiero que tu rencor sea lo suficientemente grande como para que me odies con toda tu alma.

Y será tu búsqueda de venganza contra mí lo que impedirá que tú mismo te quites la vida.

Vive, Monstruo, vive y ódiame. Ódiame y sufre. Sufre por toda la eternidad.

¡He impuesto justicia!

¡He impuesto castigo! ¡Yo he ganado!

El ruido de pasos lejanos me anuncia que la hora de retirarme ha llegado. Los sirvientes deben haber llamado a las autoridades tras escuchar el lastimero grito de la Herramienta. Y cuando encuentren a su joven amo en la escena del crimen se convencerán de su total culpabilidad. No importa cuánto poder tenga la familia del Monstruo, asesinar a su propia hermana hará que esa influencia se vuelva contra él.

La justicia ―venganza― es deliciosa cuando se aplica correctamente.

Salir de la mansión es demasiado fácil, dado que tuve muchos meses para proyectar mi huida. Y la noche me ampara bajo su oscuro velo, por lo que incluso con mi descomunal tamaño puedo asegurarme que nadie ni nada se percate de mi silencioso arrastre. Todo ha finalizado satisfactoriamente.

Recordar el gesto de mudo terror en los ojos del Monstruo me llena de dicha. Estoy seguro de que mi hermana le habló de mi existencia, al menos en términos generales. Pero, obviamente, él nunca le creyó. De haberlo hecho, no se hubiera atrevido a ultrajarla, por el miedo a la reprimenda que yo podría tomar. Pero de nada sirve pensar en situaciones hipotéticas ahora que todo ha terminado.

El Monstruo finalmente pagará por sus crímenes.

El Monstruo finalmente sufrirá por sus pecados.

Al llegar a mi hogar intento discernir cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez que estuve allí. Tal vez hayan pasado nueve o diez meses, pero nada de eso importa. Voy a ver a mi hermana nuevamente, y tal anhelo es lo único que concentra mi atención.

Mi hermana...

Trepo el muro, caigo en el jardín exterior y busco la ventana que da a su habitación.

Mi hermana...

El ventanal está abierto y puedo ingresar.

Mi her...

Entonces, simplemente lo sé.

No necesito observar la cama vacía ni percibir el efluvio depresivo que impera en toda la casa. Mi hermana no está más en este mundo. Mi hermana murió, y yo no estuve a su lado en sus últimos momentos. Mi hermana se ha ido y me ha dejado completamente solo.

¿Qué debo hacer ahora, hermana?

Vacío...

Tristeza...

Muerte...

Ninguno de mis ojos es capaz de llorar, no tienen glándulas lagrimales para hacerlo. La mandíbula de mi rostro principal posee una forma inmodificable, así que no puedo curvarla para denotar mi pena. Pero, al menos, puedo permitirle a mi alma sollozar amargamente. Nunca más volveré a ver a mi hermana porque, aunque ella sigue existiendo en algún lugar fuera de este mundo, yo nunca podré alcanzarla. Porque ella es buena, y yo no soy bueno. Porque ella sufrió y yo hice sufrir.

Sin mi hermana, ¿qué me queda?

Sin mi hermana, ¿qué le queda a este mundo podrido? ¿Qué me impide sumergirlo en la más profunda miseria? ¿Qué me impide castigar a todos sus habitantes por el simple pecado de existir?

¿Qué razón tengo para ser bueno?

Entonces, escucho algo. Algo lejano. Algo débil. Un llanto...

Me apresuro a meterme bajo la cama vacía, buscando el agujero de la pared. Soy demasiado grande, pero con mucho esfuerzo consigo destruir parte de mi masa corporal para ingresar. Muy lentamente recorro las paredes de la antigua mansión, siguiendo el origen del llanto. Finalmente, encuentro otro agujero y puedo asomarme.

Estoy en una habitación que, en el pasado, siempre preferí evitar. Desde que tengo memoria estuvo abandonada, aunque los padres de mi hermana se aseguraban de conservarla limpia y ordenada. Era extraño verla, repleta de juguetes infantiles y pueriles adornos coloridos. De haber podido comunicarme, le habría preguntado a mi hermana sobre el origen de aquella estancia, pero mi forzado mutismo mantuvo siempre mi duda latente.

Ahora, aquella habitación ha cambiado. Sigue habiendo juguetes infantiles por doquier, pero son nuevos y distintos a los del pasado. También abundan adornos, pero son en su mayoría blancos y rosados. Pero hay otra cosa que llama poderosamente mi atención.

Un bebé.

Emerjo completamente del agujero de la pared y me arrastro hasta la cuna donde reposa el pequeño ser humano. Al sentir mejor su aroma descubro que es una hembra. Una bebé... y huele como mi hermana. También posee el ligero hedor de la sangre del Monstruo corriendo por sus venas, por lo que no me cuesta mucho atar los cabos.

La bebé detiene su llanto al verme, sin mostrar temor alguno. La observo, con una mezcla de sentimientos luchando ferozmente en mi interior, mientras decido qué reacción debo tomar ante el inesperado suceso. Repentinamente, ella alza una de sus manitas y yo acerco uno de mis dedos. Ella lo toma y ríe con gracia. Mi alma también ríe.

Hermana mayor, no debes preocuparte.

No estoy solo.

Tu hija no está sola.

Yo la cuidaré, hermana. Ella será mi hermana menor.

Yo la protegeré. Me aseguraré de que no le suceda nada malo y castigaré a cualquiera que siquiera pretenda dañarla.

Lo haré, lo prometo.

Seré bueno para y por mi hermana menor.

Por ti.

Por mi hermana mayor.


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