➊➎ - Prunus

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Tal como la rutina de las mañanas ordenaba, Enzo Fedele se encontraba caminando con parsimonia por las calles de la ciudad de Bonifacio, ubicada al sur de Córcegus. Su lento andar le permitía reflexionar con serenidad sobre diversos temas que rondaban su mente. Quedaban unos pocos meses para graduarse del lycée, lo que lo obligaba a pensar seriamente en su futuro. Tenía varias opciones, tales como buscar un trabajo para intentar independizarse de sus padres o probar suerte en alguna universidad local, aunque esa última idea no le emocionaba mucho. Siempre había sido alguien sin aspiraciones concretas ni mucha iniciativa, así que dedicarse a estudiar le parecía una pérdida de tiempo.

―¡Enzo!

Su ensimismamiento no se disipó al instante, incluso tras oír su nombre. Él hubiera preferido completar el trayecto en solitaria paz, pero sabía que eso era imposible. Tal como sucedía todos los días, una persona se acercaba trotando hacia él, sonriendo mientras agitaba una mano. Se trataba de una chica de largo cabello rubio vestida con uniforme de colegiala. Incluso siendo su trote no demasiado apresurado, el esfuerzo la había hecho ruborizarse y jadear fatigosamente. Era tan alta como Enzo y estéticamente delgada, sin atributos femeninos destacables, lo que le daba una apariencia digna de una modelo.

―¡Lucy reportándose! ―dijo ella, tras detenerse frente al chico y regular su agitada respiración―. ¡Te pedí que fueras a mi casa a recogerme! ¿Por qué estás yendo solo?

―Porque tu ruidosa presencia me impide pensar con calma.

―¡Eres cruel! Tu deber como hombre es escoltarme para que nada malo me suceda.

La chica hizo un puchero y se cruzó de brazos. Enzo apretó la mandíbula, sin saber si reír mordazmente o chasquear la lengua con exasperación. La persona que tenía frente suyo bien podría ser considerada como una visión idílica de la belleza femenina occidental, si no se tomara en cuenta un muy pequeño detalle. Lucien Menteuse, más conocido como Lucy, era y siempre había sido un hombre.

―Viejo, si nos metemos en problemas seguro tú saldrías mejor parado que yo ―espetó Enzo―. Has practicado deportes toda tu vida... Que te hayas agitado por correr hasta aquí es una mentira que no me voy a tragar.

―¡Cruel! ¡Eres muy cruel! Si me tratas mal no volveré a ayudarte a estudiar. ¡Y tampoco te prepararé más pasteles!

Enzo meneó la cabeza, guardándose sus comentarios para evitar dar inicio a una insufrible discusión. Había conocido a Lucien en el école maternelle a la edad de tres años. Siempre se había caracterizado por ser delicado y femenino, pero en algún punto dado había decidido actuar y pensar como una mujer por alguna razón desconocida. Dado lo permisiva que era la sociedad de la ciudad nadie había tenido problema en aceptar tal resolución, e incluso los padres de Lucien lo habían apoyado en términos legales y demás formalidades.

Pero para Enzo la situación no dejaba de parecerle difícil de comprender y de tratar.

Suspiró, concluyendo que no valía la pena gastar energías cavilando en el asunto, y reanudó su marcha con dirección al lycée. Lucy continuó quejándose por su actitud fría mientras andaba a su lado, pero al cabo de un rato cambió de tema a cuestiones académicas. La tensión de Enzo se redujo ligeramente y participó en la conversación con naturalidad, ya que le era sencillo interactuar con su amigo cuando dejaba de comportarse femeninamente.

Había ocasiones en las que Enzo se preguntaba quién era el que estaba equivocado. ¿Era él, negándose a aceptar a Lucien como mujer, o lo era el susodicho junto a toda la población de la ciudad? Sin lugar a dudas era una cuestión difícil de solucionar, ya que la respuesta dependía enteramente de la idiosincrasia de cada quién. Posiblemente, había concluido Enzo, la sangre de sus antepasados provenientes de los Estados Papales lo impulsaba a tener una visión más metódica y conservadora de la vida. O, tal vez, era simplemente su personalidad extremadamente cauta la que no le permitía admitir que burdos sentimientos subjetivos pudieran modificar hechos tangibles.

Miró de reojo a Lucy, quien había empezado a soltar un discurso sobre lo horrible que era el almuerzo de la cafetería. Realmente parecía una mujer por donde se le analizara, una muy subdesarrollada, pero una mujer a fin de cuentas. Enzo no dudaría en la veracidad de aquello, si no fuera porque recordaba perfectamente las veces que se habían bañado juntos durante su infancia. Lucien era hombre, nada podía cambiar eso.

Pero lo que a Enzo le causaba más confusión era la actitud amistosa que recibía de su parte. Lucy era aceptado como mujer por parte de todos, ya fueran antiguos conocidos, familiares cercanos o lejanos, y gente con la que interactuaba por primera vez. Sólo Enzo se negaba a reconocer su autoproclamada identidad femenina, e incluso así su amistad no se veía mermada. Y, para empeorarlo incluso más, era su mejor amigo.

¿Cómo? ¿Por qué?

Lucien seguramente se sentía incómodo cada vez que Enzo le remarcaba indirectamente cuál era su verdadera naturaleza. A pesar de ello continuaba a su lado, sonriendo, charlando y expresándose sin inconvenientes. O era alguien con una confianza en sí mismo de magnitud astronómica, o había tomado la oposición de Enzo como un reto personal a superar. De cualquier forma, su amistad parecía ser lo suficientemente fuerte como para que ni siquiera sus perspectivas contrapuestas pudieran deteriorarla.

―Aquí nos separamos ―dijo Lucy, repentinamente―. ¡Asegúrate de prestar atención! Si estuviéramos en la misma clase podría salvarte cuando terminas perdido en tus pensamientos como siempre pasa... ¿Me estás escuchando?

Enzo dio un respingo y se percató de que habían llegado a la puerta principal del lycée.

―¿Qué? Claro, sí, lo que digas.

―No sobrevivirás mucho tiempo si sigues tan indiferente a lo que te rodea. ―Lucien comenzó a alejarse por uno de los pasillos, pero volteó tras dar unos pocos pasos―. Por cierto, no voy a poder almorzar contigo porque tengo una reunión con mi club. Así que espérame cuando acaben las clases para ir juntos a casa, quiero hablarte de algo importante.

―Estás loco si crees que voy a desperdiciar mi tiempo libre para esperarte, camarada.

―¡Cruel! ¡Hazlo, o no volveré a dirigirte la palabra nunca más!

Sin más que añadir, Lucy se apresuró a desaparecer entre la multitud de alumnos que se dirigían a sus respetivas clases, mientras Enzo suspiraba pesadamente. De todas formas, tampoco tenía nada importante que hacer tras el lycée, por lo que carecía de excusas para no cumplir el inusual pedido. Chasqueó la lengua y procedió a enrumbar a su salón, permitiendo a su mente divagar con total libertad.

...

El ocaso pintaba de un enfermizo tono naranja el patio y la fachada del pabellón principal del lycée, iluminando suavemente a los pocos alumnos que salían del lugar. Enzo, apoyado en una pared cercana a la entrada, revisó su celular y murmuró una maldición al ver que había estado una hora esperando en aquel punto. Asumió que lo más sensato era irse, ya que él había cumplido su parte. Lucien no podría recriminarle nada tras tardarse tanto, así que no había problemas.

Mientras debatía consigo mismo, sintió que le daban una palmadita en un hombro. Su amigo finalmente había llegado, completamente agitado y sudoroso. Parecía haber realizado un esfuerzo sobrehumano, al grado de que sus labios y la punta de sus dedos habían adquirido un leve matiz azulado.

―¡Lo siento mucho! ―dijo Lucy al ver el gesto hosco de Enzo―. Tuve otra reunión y no pude escaparme...

―Da igual, vámonos.

Salieron del lyceé y se pusieron en marcha por una de las calles. No eran vecinos, pero podían llegar a sus respectivas casas siguiendo el mismo camino. En el pasado, durante el collège, había sido costumbre para ellos caminar juntos todos los días de ida y vuelta. Pero al entrar al lyceé, Enzo prefirió desechar aquel hábito para no tener que confrontar rumores molestos. Al fin y al cabo, pasar desapercibido le resultaba vital dada su afición por sumirse en sus reflexiones sin preocuparse por el mundo real.

En aquel caso, sin embargo, le causaba curiosidad descubrir qué era lo que Lucien quería decirle. Se trataba de algo supuestamente importante, pero Enzo no sabía cómo interpretar eso. Su amigo no se caracterizaba especialmente por tomarse las cosas en serio, y en su memoria no tenía almacenado ningún suceso reciente digno de mención que sirviera como pista. Y ya que hasta el momento se habían mantenido caminando en completo silencio, la intriga había alcanzado su punto más álgido.

―¡Qué suerte que mañana sea feriado! ―exclamó Lucien, repentinamente—. Las clases son divertidas, pero tener tiempo para relajarnos nunca está de más.

―Ah, sí. Pero tu equipo siempre aprovecha los días libres para entrenar, ¿no?

―Tienen esa mala costumbre, pero esta vez no podré participar.

―¿En serio? ¿Por qué?

Lucy se detuvo intempestivamente, causando que Enzo diera un respingo.

―¡Llegamos a tu casa! Como te hice esperar una hora, no te pediré que me acompañes hasta la mía.

Enzo asintió y se mantuvo estático, analizando el rostro sonriente de su amigo.

―¿Y bien?

―¿Bien?

―¿Qué era eso tan importante de lo que ibas a hablarme?

La sonrisa de Lucien desapareció al instante para dar paso a un peculiar gesto de pesadumbre.

­―Yo... ―El rubio se apoyó en el muro que rodeaba la casa, con la mirada paseando por el piso―. Ya llevamos muchos años siendo amigos, ¿verdad?

―Lamentablemente, así es.

―He pensado que... tal vez deberíamos dar el siguiente paso.

Enzo entrecerró los ojos mientras un escalofrío le recorría la espalda. Su mente, usualmente soñadora y apática, activó todas sus alertas al instante, instándolo a huir de allí cuanto antes. Pero fue capaz de controlar sus impulsos con la esperanza de poder desviar el oscuro destino al que parecía querer llegar la conversación.

―Muy a mi pesar, somos mejores amigos o algo así. Ese es el nivel final de toda relación amical, compañero.

―Lo que quiero decir es que... ―Lucy tomó una gran bocanada de aire―. ¡Quiero ser tu novia!

―Y yo quiero adoptar un dragón cósmico, pero hay cosas que son imposibles en esta vida. Si sólo se trataba de eso, entonces me voy. Buenas tardes.

―¡Espera! ¿Por qué no me aceptas? Hemos estado juntos mucho tiempo, sé todo lo que te gusta y disgusta. Si me das la oportunidad...

―Mira, viejo, así sin rodeos, no me gustan los hombres. Fin de la discusión.

―¡Pero yo soy mujer! ¿Qué es lo que me falta?

―No se trata de algo que te falta, sino de algo que te sobra. ―Enzo chasqueó la lengua, exasperado―. De todas formas, ¿por qué yo? Seguramente soy la única persona cuerda en toda la ciudad que no se cree tus alucinaciones.

―Porque me gustas. Siempre me has gustado. ¿Yo no te gusto?

―Me gustan las hienas, pero no tendría una relación romántica con una. Ahora, si me lo permites, procederé a huir cobardemente a la seguridad de mi hogar.

Lucy frunció el ceño e infló los cachetes, con el rostro completamente enrojecido. Enzo detuvo su intento de escape al notar que su amigo estaba a punto de gritar o llorar, o tal vez las dos cosas al mismo tiempo, lo cual atraería la indeseada atención de los vecinos. Siempre había temido que una situación de ese calibre pudiera llegar a suceder, pero la sorpresa lo había tomado desprevenido. ¿Qué había hecho para merecer tal tormento?

―Entonces, te propongo un reto ―dijo Lucien, más tranquilo, luego de unos segundos―. Tengamos una cita mañana...

―Camarada, no voy a sacrificar mi sagrado feriado de vagancia para satisfacer tus indecentes caprichos.

―¡Cállate y escúchame! Tendremos una cita mañana y me tratarás como la mujer que soy. Luego de eso volveré a declararte mis sentimientos. Si me aceptas podremos ser felices juntos, pero si continuas pensando igual que ahora entonces prometo dejar de molestarte. Seguiremos llevándonos bien sin importar el resultado, ¿qué dices?

Enzo resopló, calculando sus posibilidades. Estaba seguro que su respuesta no cambiaría bajo ningún concepto, así que no había riesgo en aceptar el reto. Y como tampoco perdería la amistad de Lucien tras rechazar su confesión, realmente tenía todo a su favor. Aunque eso último era tan sólo teórico, ya que resultaba obvio que ninguno de los dos podría volver a comportarse con normalidad tras aquel funesto evento.

―No lo sé, tal vez acepte.

―¡Muy bien! ―Lucy le dio la espalda―. ¡Nos vemos en la plaza Prunus al mediodía! No te atrevas a faltar, apagaré mi celular para que no puedas dar ninguna excusa. Te estaré esperando todo el tiempo que sea necesario, Enzo.

―Espera, no he dicho que vaya a...

Pero su amigo se alejó a toda prisa, impidiéndole concluir la frase. Había terminado involucrado en un embrollo que hubiera preferido evitar a toda costa, pero ya no había marcha atrás. Cuando a Lucien se le metía algo en la cabeza, era prácticamente imposible hacerlo cambiar de parecer. Incluso con eso en mente, Enzo realmente esperaba que cumpliera su palabra y aceptara olvidar el tema tras el reto.

Suspiró, buscando ver el lado positivo. La situación tenía muy mala pinta, pero al menos nada podría hacerla empeorar más.

...

Despertó.

Cansado, desanimado y adolorido. Había tenido pesadillas que prefería mejor no recordar, así que se forzó a desprenderse de los restos de sueño. Tomó su celular y observó la hora con desgano. Las diez y media, aún le quedaba algo de tiempo antes de tener que partir a su nefasta cita.

Enzo suspiró con pesadez. Aquel día, a pesar de ser feriado, sin lugar a dudas iba a resultar muy estresante y complicado. Había salido con Lucien varias veces en el pasado, pero en esa ocasión le generaba gran desasosiego meditar en el concepto de "cita" y todos los infortunios que implicaba. Incluso cabía la posibilidad de que alguno de sus conocidos del lyceé los viera juntos por casualidad, lo cual desataría habladurías por todos lados dada la enorme popularidad de Lucy. Si bien eso no sería precisamente perjudicial para Enzo ya que su rubio amigo era aceptado como mujer, igualmente representaría un atentado contra sus principios e idiosincrasia.

Maldijo su suerte y se obligó a levantarse de la cama. Tras cambiarse, bajó al primer piso de su casa, sintiendo el agradable aroma del desayuno. Vivía junto a sus padres y su hermano menor, quienes también tenían la mala costumbre de despertar muy tarde los días feriados. Los encontró preparando la mesa de la cocina, por lo que se unió a ellos para acelerar las cosas.

Antes de comenzar a desayunar, el padre de Enzo encendió una pequeña radio ubicada en una de las repisas. Tanteó entre las emisoras hasta detenerse en un programa de noticias locales, ya que no parecía haber nada mejor para escuchar durante una mañana tan tranquila. Pero, cuando la familia comenzó a comer y conversar animadamente con la radio de fondo, sus ánimos se vieron oscurecidos.

El noticiero anunció que se habían producido avistamientos de embarcaciones no identificadas en las costas de la ciudad. Las autoridades aún no habían emitido un pronunciamiento oficial, pero según algunos testigos, se trataba de barcos provenientes de la temida nación conocida como Punta Hereje. Los datos específicos eran escasos de momento, por lo que aconsejaban a la población alejarse de los puntos de desembarque y evitar salir fuera de sus hogares. Añadían, en son de nerviosa broma, que tal vez resultara prudente preparar el equipaje para acudir a algún refugio de ser necesario.

Luego de desayunar, Enzo regresó a su habitación invadido por una profunda preocupación. Intentó llamar a Lucien, pero, tal como temía, su celular estaba apagado. A pesar de todo, se convenció de que su amigo no sería tan idiota como para atreverse a acudir al punto de encuentro planeado para su cita teniendo encima un posible atentado hereje. Incluso si su insensatez llegaba a impedirle pensar con racionalidad, la familia de Lucy no le permitiría arriesgarse a tal grado.

Transcurrió una hora y los temores de los ciudadanos de Bonifacio se vieron cumplidos. Los herejes se infiltraron en la urbe con objetivos inciertos, pero indudablemente adversos para toda la gente de bien. La fuerza de defensa local apenas había tenido tiempo de reprimir a una pequeña parte del grupo invasor, pero su escasa preparación frente a ese tipo de ataques no le permitiría resistir mucho tiempo. Por fortuna, también corrían rumores de que los Estados Papales e incluso la República Teocrática de Maverick habían enviado agentes especializados en contención y exterminación, respectivamente, de herejes.

Enzo y su familia, al igual que todos los habitantes de la zona costera de Bonifacio, se vieron obligados a enrumbar al refugio improvisado más cercano. Tras tomar los objetos estrictamente necesarios, se embarcaron en la camioneta del padre de Enzo y partieron sin perder tiempo. Mantuvieron la radio encendida durante el trayecto para estar al tanto de las noticias, pero también conversaron entre ellos con la intención de reducir la tensión.

El viaje transcurrió sin inconvenientes hasta que se vieron inmersos en un embotellamiento que les impidió continuar la marcha. Al parecer, buena parte de la población había tenido la idea de tomar un camino similar para llegar al refugio, lo que había generado un total caos vehicular. De cualquier forma, se encontraban lo suficientemente lejos de la costa como para dispersar gran parte de sus temores.

En medio de la tensa espera, el padre de Enzo recibió una llamada y se mantuvo hablando por celular durante unos segundos. Su gesto denotó preocupación, y se giró hacia su hijo sin cortar la llamada.

―Enzo, ¿sabes dónde está Lucy? Su madre dice que ella salió a encontrarse contigo hace como una hora.

El chico alzó ambas cejas, anonadado. Sin lugar a dudas, había subestimado demasiado la imbecilidad y la lealtad de su amigo. La falta de sentido común de Lucien era una de las cosas que más le molestaban, pero en ese caso en específico podía adquirir tintes fatales. Y ya que tenía parte de la culpa, no le quedaba más remedio que hacerse responsable para evitar una posible desgracia.

―Creo que sé dónde puede estar ―dijo Enzo, abriendo la puerta de la camioneta―. Saldré a buscarlo y luego iremos directamente al refugio.

―¡Espera, Enzo!

Saltó fuera del vehículo rápidamente y se internó en el tráfico hasta alcanzar la acera. La plaza Prunus no estaba demasiado lejos, así que confió en que no le tomaría demasiado tiempo ir a pie. Por fortuna, aquella zona también se encontraba a buena distancia de la costa, lo que le permitía asumir que los herejes no estarían merodeando en los alrededores. Al menos, así sería en el mejor de los escenarios, pero prefirió evitar verse invadido por fatalismos.

Mientras avanzaba a toda velocidad, repasaba mentalmente su plan básico. Llegaría a la plaza, buscaría a Lucien y, después de insultarlo debidamente por su idiotez, irían juntos hasta el refugio con la esperanza de encontrarse con la familia de alguno de ellos en el camino. Realmente parecía ser algo simple, pero su confianza desapareció por completo tras alejarse del ruidoso tráfico.

Las silenciosas calles desiertas que comenzó a recorrer le causaban una sensación de incertidumbre que daba paso lentamente a un inevitable pavor instintivo. Ni siquiera podía oír el canto de los pájaros ni el ladrar de los perros, como si hasta los animales tuvieran claro que evitar delatar su presencia era vital para sobrevivir. Al fin y al cabo, todo ser vivo con un mínimo de raciocinio sabía que evadir a los herejes era un acto de prudencia más que de cobardía.

Sin reducir la velocidad, Enzo recabó mentalmente los datos que había escuchado o leído sobre Punta Hereje y sus malignos habitantes. La información oficial decía que simplemente se trataba de una pequeña nación demonista que se oponía hostilmente a los preceptos morales de los Estados Papales y demás países neocristianos. Una descripción así de escueta la hacía parecer similar a la República Antiteísta de Vojeraza, pero corrían rumores referidos a la existencia de verdaderos entes demoniacos pululando entre sus filas.

Por fortuna para Enzo, no necesitó seguir dándole vueltas al asunto al ver que había llegado a su destino. Usualmente, aquel lugar siempre bullía de actividad, por lo que verlo completamente desierto generaba una aplastante sensación de incomodidad. El chico meneó la cabeza para liberarse del efecto pernicioso de aquel espacio liminal, y se dedicó a buscar a su amigo.

La plaza Prunus poseía ese peculiar nombre debido al árbol que crecía exactamente en el centro de la misma. Era una planta que, a simple vista, parecía ser un cerezo de flores rosadas, pero al analizarlo a profundidad no era complicado distinguirlo como un ciruelo. En algún tiempo remoto, la población de la ciudad había entablado fuertes discusiones para determinar si el nombre de la plaza debería hacer referencia a las cerezas en base a la tradición, o a las ciruelas según los hechos. Al final determinaron que, como ambos árboles eran de la familia Prunus, era fácil resolver la disputa de una manera que todos resultaran satisfechos.

Y justamente a los pies de ese peculiar árbol se hallaba Lucy, aguardando con un gesto de angustia plasmado en el rostro. Estaba vestido con ropas ligeras, tan delicado como siempre, enmarcado por la misma tonalidad de las flores que cubrían el follaje de la planta cercana. Llevaba una pequeña cartera rojiza en una de sus manos, y utilizaba la otra para juguetear con la larga coleta que sujetaba su cabello rubio. Incluso se había pintado los labios y las uñas, obteniendo una imagen indudablemente femenina.

A pesar de que en ocasiones pasadas lo había visto con ropas de características similares, Enzo fue invadido por una sensación confusa. Cuestionó sus propios recuerdos, preguntándose si realmente todo lo que creía saber sobre Lucy era cierto, o si se trataba de un malentendido de su parte. El nombre "Lucien" era masculino sin lugar a dudas, pero no lo había escuchado desde hace ya muchos años, por lo que también cabía la posibilidad de que nunca hubiese existido. ¿Realmente Lucy era hombre? ¿O acaso siempre había sido mujer?

En cualquier caso, concluyó Enzo, en esos momentos no tenía tiempo para preocuparse en problemas existenciales. Incluso si no había visto la más mínima señal de herejes en el camino, su aparición repentina era una posibilidad a tomar en cuenta. La aparente tranquilidad de la plaza podría verse rota en cualquier momento si bajaban la guardia, y eso causaría que sus vidas estuvieran en juego.

―¡Enzo! ―exclamó Lucy al verlo, con los ojos húmedos por la emoción―. ¡Sabía que vendrías, realmente lo sabía! Yo...

―¡Maldito imbécil, estúpido anormal! ¿¡Qué demonios haces aquí!? ¡Hay un límite para tu idiotez producto de la falta de sentido común!

Lucien se encogió, visiblemente cohibido. Enzo sabía perfectamente que la peligrosa situación en la que se encontraban tenía a su amigo como principal responsable, y no sentía reparos en dejárselo claro. Aunque también reconocía que no tenía mucho tiempo para seguir recriminándole.

―Tenemos que salir de aquí ahora.

―Pero nuestra cita...

―¿Acaso crees que es un buen momento para eso? ¿No te has enterado de que estamos bajo ataque?

―Dijeron que los herejes están por la costa, así que podríamos...

―¿Podríamos qué? Mira a tu alrededor, idiota, todos los locales están cerrados. ―Enzo suspiró pesadamente, tomándose unos segundos para apaciguar sus airados ánimos―. Escucha, podemos posponer tus caprichos para otro día. En estos momentos debemos ir al refugio.

―No sé si podamos salir otro día...

Enzo chasqueó la lengua, sumamente exasperado. No tenía ni idea de por qué su amigo parecía reacio a reaccionar debidamente ante el peligro que los rodeaba, pero no podían detenerse a discutir. Lo tomó de un brazo con poca delicadeza y lo obligó a seguirlo, mientras intentaba decidir qué camino podría ser el más corto a su destino.

―Espera, Enzo, hay algo allí delante.

El aludido se detuvo, descubriendo al instante lo que había alertado a Lucien. Se trataba de una figura humanoide muy grande y corpulenta, envuelta en telas negras que ocultaban sus facciones. Sostenía un pedazo de metal afilado en una de sus manos como si de una rústica espada se tratara, y olisqueaba el piso tal cual una bestia de caza al acecho.

Ni Lucien ni Enzo tenían idea de qué era aquella cosa, pero no les fue difícil determinar que se trataba de un hereje. Por fortuna, no parecía haber reparado en ellos, por lo que ambos chicos retrocedieron lentamente, sin despegar sus miradas sobrecogidas de la atroz criatura. Tenían la intención de desviarse por un callejón cercano para evitar un desafortunado encuentro, pero un repentino pitido los hizo sobresaltar.

Conteniendo la respiración, Enzo extrajo su celular del bolsillo de su chaqueta y observó la pantalla. Era su padre quien llamaba, posiblemente para avisarle que su familia había llegado al refugio a salvo y estaban esperándolo. El chico colgó y apagó el aparato, maldiciéndose a sí mismo por no haber tomado esa precaución antes. Tuvo la esperanza de que aquel incidente no hubiese alertado al monstruoso hereje, pero al ver el rostro horrorizado de Lucy supo de inmediato que no tenían esperanzas.

El individuo envuelto en telas negras había desviado su rostro oculto hacia ellos. Se irguió por completo, revelando ser mucho más alto de lo que habían podido suponer, y lanzó un alarido gutural. Sin dejar de bramar, arremetió contra los chicos a toda velocidad, esgrimiendo frenéticamente su oxidada espada por sobre su cabeza. Lucien se aferró con fuerza al brazo de Enzo, quien ni siquiera tuvo los ánimos para apartarlo como usualmente lo hacía.

El hereje intentó acuchillarlos sin piedad, pero se detuvo a tan solo unos centímetros. La mole de su cuerpo se tambaleó ligeramente y soltó torpemente su rústica espada. Tras ello, se derrumbó lentamente hasta terminar abatido de espaldas en el suelo, completamente inmóvil. De entre las telas que cubrían su cuerpo inerte emergieron diversos tipos de insectos que se apresuraron a escapar por todos lados.

Sehr guter Tag, junge Leute ―pronunció alguien, causando que ambos chicos pegaran un sobresalto.

Enzo dio media vuelta, atemorizado, y se encontró con un hombre alto, aparentemente joven a pesar de su cabello plateado, con extraños ojos de distinto color: uno azul y otro verde. Estaba vestido con un uniforme compuesto de una larga gabardina de cuero blanco por sobre una camisa impoluta, complementado por pesadas grebas metálicas y botas militares. En una de las mangas de su abrigo portaba una insignia que a Enzo no le resulto complicado reconocer. Se trataba de una cinta roja adornada con la silueta de un águila negra de dos cabezas en cuyo interior se dibujaba una cruz blanca: la bandera de la temida República Teocrática de Maverick.

―Buenas tardes ―volvió a decir el militar, mirando con curiosidad al par―. Supongo que haber estado tan cerca de morir bajo manos de un Verdugo Negro los tiene conmocionados. ―Entrecerró los ojos―. Pero me causa gran curiosidad saber qué hacen dos civiles en las calles dada la situación actual.

―Lo que pasa es que... nosotros... ―Enzo meneó la cabeza―. Muchas gracias por salvarnos... señor...

―¡Ahora sí podemos tener una cita, Enzo! ―exclamó Lucy, que hasta el momento no había soltado su brazo.

―¿Otra vez con tus idioteces, viejo?

―¡Me prometiste que me tratarías como mujer hoy!

―No es momento de eso, en serio.

―Pero...

―Por favor, Lucien, simplemente vayamos al refugio y...

Enzo cerró la boca, consciente de la estupidez que acababan de cometer. Observó de reojo al militar, y sus sospechas se confirmaron al notar que su gesto, hasta hace poco afable, se había torcido en una mueca de profundo desagrado. Una reacción de tal naturaleza era perfectamente previsible proviniendo de alguien que pertenecía a una teocracia neocristiana. Lucy simbolizaba, sin lugar a dudas, una de las cosas que los fanáticos religiosos menos toleraban.

―Disculpe, señor... ―se atrevió a decir Enzo, sonriendo con nerviosismo―. ¿Podría por favor acompañarnos al refugio?

El maverickiano no respondió y ladeó ligeramente la cabeza, como si los analizara inquisitivamente. Luego de unos segundos de tensión, levantó una de sus manos enguantadas con un dedo apuntando directamente a Lucy.

―¿Qué eres tú, ungläubig?

―Soy Lucy Menteuse, mucho gusto ―respondió el aludido―. ¿Y usted?

El hombre se frotó el mentón, ensimismado en sus reflexiones. Tras ello, dio media vuelta, haciendo ondear su pesada gabardina.

―Como pueden ver, soy un exterminador de Maverick, aunque actualmente estoy trabajando como agregado militar en los Estados Papales. Mi nombre no es importante, pero me conocen como Kerbtier ―pronunció con seriedad―. Y, dadas las circunstancias, no tengo intención de prestarles ayuda...

―¡Pero...! ―exclamó Enzo, desesperado―. ¡Nosotros sólo...!

―Sin embargo ―continuó el exterminador―, tengo previsto dirigirme al refugio más cercano como parte de mi misión. Su compañía no será bienvenida, pero tampoco haré nada para impedir que me sigan.

Sin nada más que agregar, el militar comenzó a andar a paso rápido, alejándose del lugar. Enzo se apresuró a seguirlo, al mismo tiempo que empujaba a Lucy para que soltara su brazo. Alcanzaron al hombre y se esforzaron en mantener su acelerada velocidad de caminata, temiendo que en cualquier momento algo saltara de entre las callejuelas para atacarlos.

Enzo no estaba completamente seguro de hasta qué punto la presencia del exterminador representaría una ayuda en caso de peligro. Sin embargo, tuvo oportunidad de resolver sus dudas tras recorrer unas pocas calles cuando, luego de doblar una esquina, el grupo se topó con otro Verdugo Negro, el cual parecía tener la intención de ingresar a una casa. No empuñaba ningún tipo de arma, pero sus fuertes manos de largas garras eran más que suficientes para darle un aspecto temible.

La bestial criatura rugió con ferocidad al notarlos, y se abalanzó contra ellos. No obstante, antes de que les cayera encima, el Verdugo sufrió un espasmo que desvió su trayectoria y terminó empotrado contra un muro de concreto. De su cuerpo maltrecho, tal como le había sucedido al que habían visto antes, surgió una multitud de insectos de diversos tipos. Enzo y Lucy no pudieron evitar quedar sorprendidos ante tal evento, pero como el militar no redujo su velocidad antes, durante ni después del ataque, no tuvieron oportunidad de ahondar en el caso.

Situaciones similares se repitieron conforme avanzaban. Los Verdugos Negros que intentaban arremeter contra ellos terminaban aparentemente muertos y repletos de insectos. También se encontraron con algunos soldados de leva herejes, aunque estos sólo atinaban a huir despavoridos lanzando blasfemias apenas veían al maverickiano. Enzo sabía que aquellos sucesos estaban directamente relacionados a Kerbtier, pero no tenía el atrevimiento de exponer sus interrogantes sin correr el riesgo de ofenderlo.

―¿Por qué salen insectos de los monstruos? ―preguntó Lucy con curiosidad, y luego le hizo una seña al militar―. ¿Tú les haces eso? ¿Cómo? ¿No es asqueroso?

―Calla, imbécil ―masculló Enzo, horrorizado―. Calla, maldito imbécil, o terminarás como un nido de termitas. Y yo también, por tenerte cerca.

El exterminador se detuvo de golpe, pero no debido a los chicos. Su mirada comenzó a pasearse entre los techos de los edificios circundantes, y su ceño se frunció al cabo de un rato.

―Voy a apresurar el paso ―informó con gravedad―. Si alguno de ustedes se queda atrás, deberá resignarse a perecer.

Dicho eso, el militar procedió a partir corriendo a una velocidad demencial. Enzo se sobresaltó por la sorpresa, pero consiguió recuperarse a tiempo antes de perderlo de vista. No era lo suficientemente rápido como para alcanzarlo, pero al menos se mantenía a una distancia estable. Lucy también comenzó a correr, pero apenas podía seguir el ritmo de Enzo. Él se extrañó de eso, ya que su amigo siempre había destacado en diversos tipos de deportes y poseía un muy buen estado físico.

El chico intentó preguntarle si estaba bien, pero fue interrumpido al distinguir una sombra gigantesca que cubrió parte de la calzada. Alzó la vista y descubrió una masa negra de apariencia humanoide apostada en el techo de una casa relativamente alejada. La criatura pegó un brinco sin hacer un solo ruido y se aferró a la pared de un edificio, mientras que de su cuerpo emergía un largo cuello carmesí terminado en una sonriente máscara blanca de larga nariz.

Debido al miedo, Enzo redujo su velocidad hasta que Lucy fue capaz de alcanzarlo. Intentó decirle algo, pero ambos fueron arrastrados intempestivamente a un lado de la calle. El horror los paralizó por completo, pero suspiraron con alivio al notar que quien los había desviado había sido el exterminador. Se encontraban entre las columnas de dos sendas edificaciones corporativas, ocultos entre las sombras.

―¿Qué era esa cosa? ―musitó Enzo, sin atreverse a asomarse fuera del improvisado escondite.

―Una Lágrima Séptica ―contestó Kerbtier, revisando una tableta táctil que extrajo de entre sus ropajes―. No es común verlas participando activamente en los asaltos herejes. Esperaremos a que se aleje lo suficiente antes de retomar la marcha, pero tendremos que partir a toda velocidad porque no le costará seguirnos el rastro.

Enzo asintió, y se concentró en recuperar el aliento. Aquel día parecía ir empeorando cada vez más, y sabía perfectamente quién era el único culpable.

―Yo... No creo... ―Lucy, absolutamente agotado, apenas podía pronunciar palabra entre cada respiro―. No puedo... continuar... corriendo...

―Vamos, camarada, no es momento de fingir fragilidad ―espetó Enzo―. Te la has pasado practicando deportes toda tu vida. Soy yo el que debería estar a punto de desfallecer.

―Era de esto... de lo que quería hablarte ayer. Hace unos meses... me diagnosticaron un... soplo cardiaco anormal.

―¿Ah?

―En realidad, sufro complicaciones cardiacas de nacimiento. Me dediqué a los deportes para combatirlo, pero... supongo que mi corazón no es tan fuerte. Tengo endocarditis y...

―Espera, espera... ¿Por qué diablos no me lo dijiste antes?

―Porque nunca he querido tu lástima, Enzo... Yo realmente estoy enamorada de ti, y me haría muy feliz que tu sientas lo mismo por mí de forma voluntaria. Usar mi condición sería una forma de obligarte... ―Lucy finalmente fue capaz de regular su respiración, pero su rostro macilento y sus labios azulados no daban buena señal―. Es posible que pronto tenga que ser internada de manera indefinida. Quería que supieras cómo me siento antes de que eso sucediera, y también...

La voz de Lucy se quebró. Enzo meneó la cabeza, abrumado por el inesperado giro de los acontecimientos. Con sólo forzar su memoria un poco, fue capaz de recoger diversos momentos que corroboraban lo que su amigo acababa de contarle. Lucien siempre se había mostrado animado y activo en público, pero en más de una ocasión, cuando estaban a solas, había dejado entrever gestos de extenuación y melancolía. Y, sin lugar a dudas, durante los últimos meses aquellas señales se habían hecho cada vez más comunes. A pesar de que Enzo se había percatado de ello, no le había dado mayor importancia en su afán de evitar pensar demasiado en su amigo.

Esa última palabra hizo que al chico se le formara un nudo en la garganta.

"Amigo"

¿Qué clase de amigo había sido? Toda la vida se la había pasado despreciando el comportamiento y las decisiones de Lucy. Nunca había puesto especial esfuerzo en intentar comprenderlo, y tampoco le había ofrecido ayuda cuando lo necesitaba. Enzo se había acostumbrado a la presencia de Lucien, y lo había tomado como una molestia inevitable, de modo que nunca había considerado la posibilidad de perderlo.

―Llevan su obsceno dramatismo al punto de las náuseas, kleine ungläubige. ―pronunció repentinamente el exterminador, apoyado en la pared de la columna―. Algo tan simple como una enfermedad cardiaca no es problema para la ciencia médica actual... al menos en Maverick.

―Mi familia no tiene tantos recursos... ―musitó Lucy.

―Para eso existen las vías humanitarias, abartig. Tengo entendido que los Estados Papales ofrecen todo un conjunto de apoyo para casos así, y como están afanados en evangelizar Córcegus les saldría rentable ganar buena fama.

―Pero... ―dijo Enzo, todavía muy aturdido―. Para alguien como Lucien...

―Incluso es probable que te puedan ayudar con tu otro problema... ¿Cómo lo explico? ―Kerbtier suspiró pesadamente―. Continuamente este planeta es visitado por entidades cósmicas pacíficas que buscan asentarse por razones diversas. En los Estados Papales poseen la paratecnología necesaria para analizar la naturaleza espiritual de dichos entes, y así brindarles manifestaciones corporales que se adapten a los estándares humanos...

El exterminador se calló al notar el gesto de confusión plasmado en el rostro de los abatidos chicos.

―A lo que voy... ―continuó, tras carraspear―. Existen casos específicos de seres humanos con almas que no se ven expresadas por sus características genotípicas ni fenotípicas. ―Señaló a Lucy―. Es decir, en el remoto caso de que tu alma no coincida con tu cuerpo, en los Estados Papales pueden "arreglar" eso. Y no me refiero a que simplemente parecerás una mujer, tal como sucede ahora, sino que serás una a nivel cromosómico. Como ya dije, son pocos los casos, pero tu enfermedad cardiaca podría ser una prueba básica de...

―¿¡En serio!? ¿¡Algo así es posible!? ―exclamó Lucien, olvidando por completo su desconsuelo y su fatiga―. ¡Es genial! ¡Realmente genial! ―Se giró hacia Enzo y lo tomó de los manos―. Si algo así sucede, ¿me aceptarás?

―Creo que... nos desviamos del tema de improviso. ―Chasqueó la lengua, pero su amigo se negó a soltarlo, exigiéndole una respuesta concreta―. Yo...

En eso, las columnas que los ocultaban temblaron con violencia. Los chicos se sobresaltaron, y el exterminador dio unos cuantos pasos fuera de las sombras para analizar los alrededores.

―Si mis superiores se enteraran que les doy ideas controversiales a los ungläubige, me quemarían vivo en la hoguera ―masculló, y le hizo una seña a los otros dos―. La Lágrima Séptica continúa cerca, pero no podemos ocultarnos por más tiempo. Tendremos que correr.

―Lucien no puede seguir así ―indicó Enzo, preocupado.

―Puedo, sí puedo ―aseguró el aludido, asintiendo con vehemencia―. Lo haré, ¡vamos!

Un lejano aullido los obligó a ponerse en marcha. Kerbtier se mantuvo a la cabeza, pero con una velocidad reducida para que sus compañeros no le perdieran el rastro. Enzo también limitó su aceleración para quedarse junto a Lucien, ya que temía que pudiese desfallecer en cualquier momento. No tenía mucha idea de qué tan grave era la enfermedad de su amigo, pero asumía que realizar tanto esfuerzo físico era peligroso para él.

Su avance continuó en relativa calma, hasta que alcanzaron la calle que los llevaría directamente al refugio. Podían observar a lo lejos las luces y las señales que anunciaban la posición de su destino, pero su alegría fue mermada al notar que una sombra los cubría. La Lágrima Séptica los había hallado y, saltando de edificio en edificio, se acercaba peligrosamente a ellos.

Enzo calculó que, con un poco de suerte, podrían alcanzar su objetivo antes de que el monstruo los alcanzara. Suponía que en el lugar estarían apostados más exterminadores de Maverick y caballeros de los Estados Papales, así que el hereje se vería obligado a dejarlos en paz. Y así hubiese sucedido de no haber sido porque Lucy, debido al miedo y al agotamiento extremo, tropezó torpemente en una saliente del camino.

Enzo, de forma automática, frenó en seco y dio media vuelta para aproximarse a su amigo apenas se percató del hecho. Se agachó a su lado y vio que simplemente se había raspado los brazos y las piernas. Pero apenas podía respirar y no era capaz de moverse mucho.

―Vamos, levántate ―susurró Enzo con desesperación, intentando ayudarlo―. Falta muy poco.

―No... puedo... Déjame, Enzo.

―Estás loco, no voy a hacer eso.

―Morirás también... Vete... De todas formas, a mi no me queda... mucho tiempo.

―¿Ya olvidaste lo que dijo el tipo de los insectos? Pueden curarte, así que sólo debes...

―No... ―Lucien cerró los ojos―. Ya estoy... demasiado cansada.

―Despierta, por favor, vamos. No me hagas esto, Lucy.

Sin más opciones, Enzo la tomó de los brazos y la acomodó sobre su espalda. Por fortuna, ella pesaba muy poco, pero el esfuerzo físico que había realizado le impidió ponerse de pie por completo. Ya sin importarle si el monstruoso hereje que los perseguía estaba cerca, Enzo avanzó con suma lentitud con Lucy apenas sujeta en sus hombros. La chica continuaba con los ojos cerrados, pero su entrecortada y endeble respiración indicaba que seguía con vida.

Tras recorrer unos pocos metros, un rugido hizo escarapelar todo el cuerpo de Enzo. Volteó ligeramente, para ver a la colosal masa negra acercándose en su dirección con los brazos extendidos. No reaccionó ante tal hecho, ya que de todas formas no había nada que pudiera hacer para esquivar la acometida.

Se preguntó si las cosas hubieran podido ser diferentes de haber escogido otro camino. Concluyó que bien podría haber sido así, pero daba igual pensar en ello. Ni Lucy ni él tenían la culpa del final que iban a sufrir. El mundo había confabulado en su contra para acabar con ellos. Era un pensamiento sumamente victimista, eso lo tenía claro, pero al menos servía para disipar sus preocupaciones estando tan cerca la muerte.

Pero la Lágrima Séptica no llegó a impactarlos. Antes de que los tuviera al alcance, fue empotrada violentamente contra una estructura cercana. Enzo, sorprendido, vio ante sí a otra criatura, de menor tamaño que el hereje, pero considerablemente más espeluznante. Parecía una mezcla de diversos tipos de insectos, pero a grandes rasgos tenía la apariencia de una hormiga alada con una fina cabeza de avispa coronada con un afilado cuerno-tenaza de escarabajo emperador. Sus patas estaban cubiertas de espinas y terminaban en garfios triples, pero su característica más resaltable era el profundo color blanco platinado que teñía cada centímetro de su exoesqueleto blindado.

Antes de que Enzo pudiera preguntarse qué demonios era esa cosa, el insecto mutante se lanzó contra la Lágrima Séptica, enredándose en un feroz combate. El hereje daba muestras de ser más poderoso, pero de cada herida que sufría la hormiga blanca brotaba un chorro de ácido corrosivo, de modo que el combate se mantenía en igualdad de condiciones.

―Su insensatez me obligó a sacar a uno de los peligrosos ―dijo Kerbtier, que se había acercado a los chicos sin hacer ruido―. ¿Puedes correr, ungläubig?

―Yo... ―Enzo sacudió la cabeza para recuperarse de la sorpresa―. Sí, pero Lucy...

―Bien, yo llevaré a tu amigo... amiga... a la persona desmayada. Levántate y corre sin mirar atrás.

Enzo obedeció, mientras el militar cargaba a Lucy en su espalda. Se alejaron a toda prisa, dejando atrás los chillidos y rugidos que producía el combate entre el hereje y el insecto. Finalmente pudieron alcanzar la zona del refugio, y redujeron su velocidad con alivio. Enzo aprovechó para cerciorarse que Lucy continuara estable, y se tranquilizó al notar que su respiración se había regularizado levemente. Suspiró, feliz de saber que todo el peligro había pasado.

―Escucha, ungläubig ―dijo Kerbtier, repentinamente―. Parece que por aquí cerca se encuentra uno de los Maestres de la Asamblea de la Inquisición. Si quieres exponer el problema de tu... "amiga", esta será tu única oportunidad. No creo que ella despierte a tiempo para hacerlo por cuenta propia.

―Entiendo...

―Yo te guiaré hasta su presencia, pero no podré ayudarte más. Los inquisidores y los exterminadores mantenemos relaciones diplomáticas muy tensas.

―Está bien, muchas gracias.

Enzo suspiró por segunda vez, con una mezcla de nerviosismo y desazón. Para intentar serenarse se dedicó a divagar mentalmente sobre lo que sucedería si Lucy realmente llegaba a curarse de su problema cardiaco y su otra complicación. Suspiró por tercera vez, al reconocer que los principios y valores de su idiosincrasia habían sido puestos en duda. Pero realmente esperaba que el Maestre aceptara brindar ayuda, ya que así podría darle una buena noticia a su amiga cuando despertara.

Y también necesitaba pensar en la confesión de Lucy.

Aunque su respuesta era más que obvia.

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