⓿➍ - Sujeto de Pruebas

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―Se da inicio al experimento número doscientos cuarenta y siete.

Las pantallas de los módulos de control actuaban como única fuente de iluminación de aquella lóbrega sala. Los investigadores estaban concentrados en los datos y variantes que las máquinas actualizaban a cada segundo. Algunos se revolvieron en sus asientos y tragaron saliva con dificultad, preparándose mentalmente para lo que se venía. Recke Todesengel, como jefe del proyecto, se mantenía de pie mientras paseaba entre los módulos con parsimonia. En su mano derecha sostenía un pequeño aparato ovalado, que acercó a su boca para hablar.

―Primera fase del experimento, presentación del sujeto.

La pared metálica que se encontraba frente a todos se dividió en dos lentamente, dejando al descubierto una gruesa lámina de cristal reforzado. Aquel muro transparente separaba el centro de control de otro salón, mucho más amplio y de acolchadas superficies blancas que repartían uniformemente la iluminación por todos sus rincones. Recke y los demás investigadores entrecerraron los ojos, enceguecidos momentáneamente por la repentina cantidad de luz.

Cuando recuperaron la visión observaron un escenario similar al que habían presenciado durante los doscientos cuarenta y seis experimentos anteriores. La cúbica sala blanca de alto techo estaba casi completamente vacía, con excepción de una cama simple ubicada al fondo, y una extraña máquina erigida en el centro exacto de la estancia.

Dicho artilugio era muy versátil y podía modificar su forma de acuerdo a los requerimientos de los experimentos que realizaba. En ese caso específico, estaba compuesto por dos largas tenazas metálicas que emergían del suelo y sostenían firmemente los brazos de la persona que fungía como sujeto de pruebas. Se trataba de una mujer de edad indefinida, pero aparentemente joven, vestida con una delgada túnica blanca que le cubría desde el cuello hasta las rodillas. Su largo cabello negro le caía desordenadamente sobre su rostro y cuerpo, haciendo contraste con su ropa y su nívea piel, apenas dejando entrever los aterrorizados ojos con los que observaba al frente.

―El sujeto, Remiel Todesengel, no presenta anormalidades ―declaró Recke, y levantó su mano izquierda con la palma hacia arriba―. Se procederá a iniciar la fase dos.

Nadie en la sala se movió ni hizo ningún ruido. Los investigadores eran conscientes de que deberían estar acostumbrados a la tensión de los experimentos, pero apenas podían regular sus respiraciones. El cristal que separaba el centro de control de la sala blanca era transparente sólo de un lado, y actuaba como un espejo desde el otro. A pesar de que tenían en claro que el sujeto de pruebas no podía verlos, sentir sus profundos ojos grises clavados en su dirección los intranquilizaba hasta el punto de la desesperación.

―Se utilizará una corriente continua para medir el grado de resistencia del sujeto. ―Recke se mantuvo silencioso durante un instante―. Segunda fase del experimento, recolección de datos.

El hombre hizo una señal y uno de los investigadores, muy a su pesar, manipuló el módulo que tenía frente a sí. Sus compañeros hicieron lo propio y, al cabo de un segundo, la máquina de la sala blanca hizo emerger dos pares de finos aguijones metálicos del suelo. Las cuatro púas, unidas por un filamento en común, se acercaron a la columna de Remiel en forma vertical y se insertaron certeramente entre las vértebras de su región torácica.

Los investigadores se sobresaltaron al escuchar los gritos dolor que la chica emitió al sentir sus huesos perforados. Recke se mantuvo inmutable y concedió permiso a unos pocos de sus subordinados que necesitaron abandonar la sala. Los que tuvieron el estómago de quedarse concentraron toda su atención en las pantallas de sus respetivos módulos, ignorando los alaridos que hacían eco a través de los parlantes del centro de control.

Recke dio una nueva señal, con la palma de su mano izquierda apuntado al suelo. Los investigadores realizaron algunos ajustes a los controles para comenzar con el experimento, tras lo que un suave zumbido indicó que todo se había puesto en marcha. Aquella señal fue acompañada de un sacudón de la máquina, que comenzó a transmitir una corriente eléctrica a través de sus aguijones metálicos. Los gritos de Remiel se hicieron más potentes, y otros cuantos investigadores tuvieron que dejar la estancia a toda velocidad.

―El sujeto tolera una corriente usualmente mortal para el ser humano promedio ―pronunció Recke―. Se procederá a aumentar la potencia en un nivel diez veces superior.

Del cuerpo de Remiel empezó a surgir un denso humo negruzco, acompañado del olor característico de la carne chamuscada.

―La potencia será aumentada cien veces más.

De la boca, los oídos y la nariz de la chica brotó sangre a borbotones, pero parte de esta se vaporizaba antes de salpicar al blanco suelo. Sus gritos se ahogaron por la hemorragia, y su piel se abrió en profundos surcos sanguinolentos.

―Se aumentará a un nivel mil veces superior.

El cuerpo de Remiel se retorció y convulsionó, tornándose completamente negro.

―Se procederá a...

En eso, la máquina detuvo la transmisión de corriente intempestivamente, produciendo un chirrido metálico. Los módulos de control se desactivaron por un segundo, para luego encenderse mostrando un signo de error en sus pantallas.

―La máquina fue derrotada nuevamente, jefe ―comentó uno de los investigadores, pálido y sudoroso, mientras forzaba una sonrisa nerviosa―. ¿Retomamos... el experimento?

Recke dio un vistazo al sujeto de pruebas. Apenas quedaba rastro de humanidad en aquel pedazo de carbón antropomórfico, que no se movía ni emitía sonido alguno. Solamente gracias a los datos que los módulos actualizaban a cada segundo era posible asumir que Remiel seguía con vida.

―El resultado ha sido el esperado, continuar sería improductivo ―concluyó Recke―. Concéntrense en recopilar todos los datos. ―Levantó el transmisor que sujetaba con su mano derecha―. El experimento finalizó satisfactoriamente, se procederá a la fase tres, resumen del proceso.

Sus subordinados obedecieron al instante, mucho más tranquilos. A pesar de que el olor a quemado continuaba atenazándoles los pulmones, el ya no escuchar los lastimeros alaridos les permitía desconectar de la realidad. La fase final de todo experimento siempre resultaba la más sencilla.

―Jefe, ¿es cierto lo que dicen? ―preguntó alguien luego de unos minutos, despegando la mirada de su respectivo modulo―. Que usted dejará de liderar el proyecto pronto.

―Es algo que fue previsto desde el inicio ―contestó Recke, fríamente―. Doscientos cuarenta y nueve experimentos dirigidos a comprobar la inmortalidad del sujeto de pruebas. A partir del experimento doscientos cincuenta se cambiará de objetivo, de modo que mis conocimientos sobre muerte y dolor serán innecesarios.

―Pero, jefe...

―De todas formas, continuaré presente como observador. Así que me seguirán viendo por aquí.

Los investigadores soltaron suspiros de alivio. Recke era apático y disciplinado, pero como líder siempre denotaba preocupación por el estado psicoemocional de las personas a su cargo. Les permitía abandonar los experimentos más desagradables sin consecuencias negativas, e incluso los ayudaba a buscar otros proyectos cuando su salud mental no les permitía continuar. Además, si bien nadie lo decía abiertamente, todos sentían mucha lástima por Recke. Por él y por el sujeto de pruebas.

―¿Y sabe cuál será el objetivo de los futuros experimentos, jefe?

―No he sido informado, pero asumo que no cambiarán mucho de perspectiva. ―Observó a los presentes por algunos segundos―. Pueden retirarse ahora, yo me encargaré del resto.

Los demás le agradecieron profundamente y fueron saliendo de la sala conforme terminaban con sus obligaciones.

―Hasta el próximo experimento, jefe ―dijo el último en irse.

Viéndose solo, Recke avanzó hasta el muro de cristal. A un lado de este se encontraba un pequeño teclado empotrado en la pared, y él apretó uno de sus botones. Se abrió una puerta y Recke pudo ingresar a la sala blanca. Allí el olor a carne, cabello y sangre quemados era insoportable, pero el hombre apenas arrugó la nariz con desagrado. A paso lento se acercó hasta la máquina y observó inexpresivamente el cuerpo humano carbonizado que continuaba aferrado por las tenazas metálicas.

Extrajo un control con forma de tableta táctil del bolsillo de su saco blanco y manipuló algunos parámetros. Las tenazas comenzaron a abrirse lentamente, y Recke sostuvo el pedazo de carbón humanoide entre sus brazos. Lo cargó con dificultad y lo llevó hasta la cama del fondo de la sala, donde lo depositó suavemente. Se agachó debajo del lecho y tanteó con la mano hasta encontrar una caja azulada. La abrió y sacó una túnica blanca, unos cuantos rollos de vendas y un par de paños.

Volvió a manipular su tableta táctil, y la máquina que controlaba la sala hizo emerger un lavabo del suelo. Recke empapó los paños y procedió a frotar el cuerpo quemado de Remiel. Tras limpiarlo por completo, desenrolló las vendas y envolvió cada centímetro de la piel achicharrada de la chica, dejando únicamente su cabeza descubierta.

Tras concluir con la faena, guardó los implementos en la caja y vistió a Remiel con la túnica. Con su tableta hizo desaparecer los artilugios de la máquina de la habitación, para luego sentarse en el suave piso con la espalda apoyada en el borde de la cama. Entonces, tal como hacía cada vez que concluía un experimento, se dedicó a divagar mentalmente.

Había conocido a Remiel hace más de treinta años, cuando él apenas había cumplido los cinco. Su difunto padre, el talentoso pero infame doctor Todesengel, la había encontrado quién sabe dónde y había decidido adoptarla como una hija más a pesar de su indefinido origen sobrenatural. El doctor seguía una extraña rama paracientífica que fusionaba la algología con la tanatología, y trabajaba para la temida Ethereal Corporation, de modo que Recke siempre estuvo rodeado de cosas y temas relacionados a la ciencia no convencional.

A pesar de todo, el padre de Recke no tuvo la intención de usar a Remiel para sus proyectos experimentales. Es más, pugnó por firmar un convenio con Ethereal Corp. para así asegurar la libertad y libre desenvolvimiento de la chica mientras él trabajara bajo las órdenes de la organización. Si bien el doctor nunca dejó en claro la razón de tal acción humanitaria, Recke sospechaba que la intención de su padre estaba dirigida a ayudarlo a él, su único hijo.

A Recke le diagnosticaron un grave trastorno de personalidad psicopática anómala a una edad temprana. Ciertamente, él no comprendía las bases de la moralidad que regulaba el comportamiento común, y tampoco podía sentir la más mínima empatía por las personas o animales que le rodeaban. Pero Remiel no era una persona ni un animal. Era "algo" distinto, una criatura superior a la especie humana con una naturaleza aún no esclarecida. El padre de Recke había supuesto que una hermana de características tan particulares permitiría que su hijo no se sintiera solo.

Y, de cierto modo, funcionó.

Recke desarrolló una extraña conexión con Remiel. La primera vez que la vio tenía la apariencia de una joven de quince años, y dicho aspecto nunca varió en lo más mínimo. Según ella, no recordaba nada de su vida antes de ser encontrada por el doctor Todesengel y tampoco tenía idea de qué era exactamente. Recke la atiborraba de preguntas que la pobre chica no podía contestar, aunque intentó asumir su papel de hermana mayor lo mejor que pudo. Al fin y al cabo, tanto Remiel como Recke eran distintos a los demás y vivían en un mundo que no los comprendía.

Entonces, él descubrió su inmortalidad.

Fue por pura casualidad, un día que jugaban en los alrededores de la central de investigaciones. Recke se resbaló al acercarse mucho a un deslizamiento del terreno, y hubiese caído de no ser por la ayuda certera de Remiel. La chica logró empujarlo a tiempo para ponerlo a salvo, pero no pudo mantener su propio equilibrio y terminó precipitándose al abismo. Recke, de siete años, supuso que lo correcto sería buscar a su padre para informarle de lo sucedido, pero le ganó la curiosidad de saber cómo había acabado su hermana.

Con mucha dificultad, encontró un camino escarpado que le permitió descender. No le resultó complicado hallar a Remiel, cubierta de sangre, con el cuello y el vientre empalados en las afiladas ramas de un árbol maltrecho. Recke notó que respiraba débilmente, así que la desprendió sin mucha delicadez y la dejó en el suelo. Supuso que la hemorragia terminaría matándola, por lo que se sentó a su lado a esperar pacientemente. Siempre había sentido un profundo interés en observar la muerte de alguien en persona, de modo que la oportunidad era perfecta.

Pero Remiel no murió. Al cabo de un par de horas sus heridas habían sanado por completo y pudo levantarse como nueva. Agradeció a su hermanito el haberse quedado junto a ella, creyendo erróneamente que había sido por buena voluntad. Regresaron juntos a la central y, tras informar de lo sucedido al doctor Todesengel, todo transcurrió con aparente normalidad.

Pero, a partir de entonces, la conexión entre Recke y Remiel se corrompió en una enfermiza obsesión.

El entonces niño psicópata desarrolló una inmensa curiosidad por la aparente inmortalidad de su hermana. Luego del incidente de la caída, comenzó a trazar diversos escenarios que pusieran en peligro la vida de la chica con tal de comprobar su hipótesis. Incluso a su corta edad, él conocía perfectamente más de un método para dicho fin, además de contar con acceso a ciertas máquinas que se guardaban sin mucho cuidado en las instalaciones. Remiel sobrevivía siempre, sin excepciones, lo que no hacía sino aumentar exponencialmente la fascinación de Recke.

―Deja de intentar asesinar a tu hermana ―le recriminó su padre en cuanto se percató de su macabro interés―. Es tu deber protegerla.

―Ella es inmortal. ¿De qué la voy a proteger?

―De este mundo, de su gente. No hay forma de vida inteligente en este miserable planeta que esté preparada para la existencia de alguien como Remiel. Ella es única, y lo que es único debe ser conservado hasta que cumpla su propósito. Remiel te ha elegido, Recke, recuérdalo siempre.

El niño no entendió nada de lo que su padre le dijo en aquel entonces, pero aceptó detener sus tentativas de comprobar la inmortalidad de la chica. De todas formas, ella siempre se mostraba amable con él a pesar de saber perfectamente que había intentado asesinarla más de una vez. Incluso con su trastorno, Recke no podía negar que el cariño sincero que Remiel le brindaba lo hacía sentir muy a gusto. Era como la madre a la que nunca había conocido.

Los años pasaron en relativa paz. Tras hacerse adulto, Recke siguió los pasos de su padre como investigador, ya que de todas formas estaba obligado a trabajar para Ethereal Corporation sin lugar a discusión. Remiel, en cambio, nunca desarrolló ningún tipo de responsabilidad. Se dedicaba a recorrer las instalaciones y pasear por los alrededores sin preocupaciones, para disgusto de los investigadores que le temían enormemente.

Entonces, sin previo aviso, el doctor Todesengel desapareció. La versión oficial fue que había perecido en un "accidente" ocurrido durante sus investigaciones de tanatología psicomórfica. A pesar de los rumores que corrieron sobre el caso, Recke prefirió no ahondar mucho en lo sucedido. De todas formas, su padre iba a morir en algún momento, daba igual cuándo o cómo. Lo que sí le preocupaba ligeramente era el destino que iba a sufrir Remiel tras el suceso. El convenio exigía que el doctor trabajara para la corporación a cambio de asegurar la libertad de la chica, y un muerto obviamente no podía trabajar.

Tal como dictaban esas suposiciones, Remiel perdió toda autonomía al instante y fue tomada como sujeto de pruebas. Recke batalló por obtener la asignación del proyecto que la envolvía y, si bien había muchos otros investigadores más experimentados que él, logró que se le otorgara el liderazgo. Posiblemente, los altos mandos asumieron que el contacto previo que había mantenido con Remiel a través de los años le daría una ventaja que otros no poseían, y dado su trastorno psicopático no tendría inconvenientes sentimentales en realizar los crueles experimentos.

Y tenían razón, pero no de la forma que esperaban.

―Hermanito...

Recke se sobresaltó, regresando al presente de golpe. Se había quedado ensimismado en sus recuerdos hasta el punto de la somnolencia. Volteó y se encontró a Remiel sentada sobre sus muslos con las rodillas dobladas. Se había regenerado casi por completo, su cabello negro había recuperado su longitud usual y en su rostro apenas quedaban retazos de hollín.

Recke se levantó pesadamente y le apartó los restos carbonizados de la mejilla.

―¿Cómo te sientes?

―Ahora estoy bien. ­―La chica tanteó su cuerpo―. Pero creo que me dolió más de lo normal.

―Ya veo. Para los dos últimos experimentos intentaremos utilizar otro tipo de analgésicos previos. Tu organismo realmente se resiste a los químicos.

―¿Qué pasará después?

―¿Después? ¿Te refieres al experimento doscientos cuarenta y nueve?

Remiel asintió.

―Se dará un cambio de liderazgo para el proyecto ―Recke revisó su tableta táctil―. Un tal Trottel Dummkopf será el nuevo jefe de investigaciones, pero yo continuaré como observador.

―Ah... Entonces todo seguirá igual... Me pregunto si esto acabará en algún momento.

Recke la observó tendidamente. La chica tenía la mirada perdida, con el rostro afligido. El hombre se sentó en la cama y ella se acurrucó junto a él.

―Ten paciencia, Rem. Dentro de poco podrás salir de aquí. Pero no puedo darte detalles ahora, las paredes tienen ojos y oídos.

―De todas formas terminaré en otro lugar similar ―murmuró la chica―. Por lo menos seguiremos juntos.

Recke no contestó. Tal vez fuera así, tal vez no. Él no podía saber qué deparaba el perverso futuro, pero tenía algo muy en claro. Lo que es único debía ser conservado... sin importar el costo.

...

―Con esto concluye el experimento doscientos cuarenta y nueve ―finalizó Recke, con el transmisor cerca de su rostro―. Se procederá a la fase tres, resumen del proceso.

Los investigadores en la sala se felicitaron mutuamente. En aquella ocasión nadie había necesitado abandonar el centro de control, ya que el experimento no había sido tan desagradable como los anteriores. A través del cristal podían observar a Remiel, sentada en el borde de su cama, sin ningún tipo de daño apreciable. Hace tan solo unos instantes había tenido ambos brazos completamente desollados, pero su poder regenerativo daba señales de haberse acelerado considerablemente.

―Parece que el experimento doscientos cincuenta se llevará a cabo ahora mismo ―anunció Recke, revisando la pantalla de su tableta―. Trottel Dummkopf está en camino.

Los ánimos de los investigadores flaquearon. Todos sabían qué era lo que caracterizaba a Trottel como jefe de investigaciones. Resumiendo los variopintos rumores que corrían sobre él, se trataba de un imbécil que se creía muy inteligente, y que nunca aceptaba ningún tipo de discusión o consejo. Trabajar con él, según decían, generaba tal cantidad de estrés que casi siempre los proyectos que lideraba terminaban dramáticamente abandonados.

A Recke le resultaba curioso aquel comportamiento. Incluso él, con su total falta de empatía, era capaz de dar un trato cordial a sus subordinados para asegurar su lealtad y eficacia en el trabajo. Tal vez, concluyó, el tal Trottel era un sociópata, el enemigo natural de todo psicópata respetable.

Tras unos minutos de tensión, la puerta doble del centro de control se deslizó para dar paso al nuevo jefe. Era alto y fornido, con el cabello rubio rapado a ambos lados de la cabeza y sostenido con una pequeña cola de caballo por detrás. No portaba la indumentaria oficial de los investigadores, sino que en lugar de una bata blanca llevaba encima un abrigo de cuero que le llegaba hasta la mitad de los muslos. Y para colmo de males, tenía un cigarrillo encendido en la boca, un tabú que todo científico evitaba dentro y fuera de las instalaciones.

A diferencia de Recke, cuyo gesto inexpresivo y oscuro cabello perfectamente peinado hacia atrás le daba un aspecto de seriedad y disciplina, Trottel proyectaba la imagen de un matón de Vojeraza. Y dicho perfil se acentuó cuando, tras entrar a la sala, el rostro del hombre rubio se deformó en una mueca de burlona diversión. Se acercó a paso rápido a Recke y le tendió una mano.

―He escuchado de ti, Recke Todesengel ―dijo, sacándose el cigarrillo de la boca con su mano libre para lanzarlo al suelo―. ¡Vaya fuerza tienes, freund! Masacrar a tu propia hermana doscientas cuarenta y nueve veces. ¿No serás un maldito psicópata? Ah, soy Trottel Dummkopf, aunque ya debes saberlo.

―Mucho gusto, estábamos esperándote ―pronunció Recke con extrema frialdad, ignorando la mano alzada de su interlocutor―. Y sí, clínicamente estoy diagnosticado con un trastorno de personalidad psicopática. Pero eso no viene al caso. Los integrantes del proyecto estamos interesados en escuchar la perspectiva que tomarás con respecto a los objetivos de investigación.

―Perspectiva... objetivos... eso es una pérdida de tiempo. ―Se plantó frente a los investigadores―. Escúchenme bien, freunde, prefiero las cosas rápidas y bien hechas. Yo doy las órdenes y ustedes las obedecen al instante. Si no pueden cumplir algo tan simple, pues lárguense ahora. Será fácil encontrar reemplazos, no se crean tan especiales.

Nadie respondió. En su lugar, dirigieron sus miradas contrariadas a Recke, como esperando que hablara en nombre de todos. Este suspiró pesadamente, pero se resignó a aceptar el papel de mediador.

―Dummkopf, asumo que al menos tienes clara una temática de investigación para el proyecto.

―Temática, ¿eh? ―El rubio extrajo una tableta similar a la de Recke―. El Núcleo Directivo me mandó un condenado documento ridículamente largo sobre eso. Apenas leí el comienzo y el final, pero tengo una vaga idea. ―Se giró hacia la pared de cristal―. Al parecer se procederá a investigar la capacidad reproductiva del sujeto de pruebas.

Corrieron murmullos entre los investigadores. El rostro de Recke se endureció.

―Tu padre pretendía investigar algo similar, eso fue lo que escuché ―prosiguió Trottel, haciendo una seña socarrona hacia su colega―. El Núcleo pretende usar al sujeto de pruebas para producir fuerzas de combate inmortales a nivel masivo. Malditos locos, incluso a mí me parece una estupidez. Pero no hay nada que hacer, si las cabezas de la corporación deciden algo, nadie puede oponerse.

―¿Cómo pretenden investigar su capacidad reproductiva?

―De eso va este experimento, freund. Vamos a presentarle a otro sujeto y luego analizaremos si son compatibles. ¡Ah! Su compañero tampoco será humano, así que si todo sale según lo planeado tendrás unos sobrinos horribles ―añadió Trottel lanzando una risotada.

Recke se guardó sus comentarios y se apartó a un lado para presenciar el desarrollo del experimento. El proceso siguió un patrón similar al que conocía, con Trottel anunciando en voz alta cada fase. El hombre rubio parecía tornarse inusitadamente serio cuando su trabajo comenzaba, de modo que los investigadores no tuvieron complicaciones en seguir sus instrucciones. Finalmente, llegó la parte más importante, cuando una de las paredes del salón blanco se deslizó suavemente para permitir la entrada del potencial compañero de Remiel.

Era, a todas luces, un individuo joven de sexo masculino. Llevaba una túnica similar a la de la chica pero de una tonalidad grisácea. A simple vista era posible identificarlo como algo no humano, dada la tonalidad profundamente negro-azulada de su piel y su alborotado cabello blanco. Su rostro tenía características humanoides, pero el iris de sus ojos era rojizo y su nariz achatada se asemejaba a la de un reptil. Era bípedo, pero no parecía capaz de erguirse por completo, de modo que su postura encorvada recordaba a la de un simio.

―¿Qué es eso? ―preguntó Recke, acercándose a la pared de cristal.

―Un repugnante Chernabog artificial ―respondió Trottel, parado a su lado―. Por eso dije que tus sobrinos van a salir bien feos.

―¿Pretenden usar un demonio para esto?

―Un símil de demonio en todo caso. Parece que es increíblemente obediente y leal a la corporación. Les viene a pelo, su progenie será inmortal e incapaz de desobedecer. La fuerza de combate perfecta. Tal vez quieran conquistar el mundo, aunque estoy seguro que allá afuera hay cosas que pueden "destruir" aquello que no se puede matar.

Aquel primer experimento giraba en torno a la reacción inicial que ambos sujetos de prueba tendrían al estar en la presencia del otro. Remiel dio muestras de desconcierto, y lanzaba miradas fugaces a la pared de cristal que ella veía como espejo. El Chernabog, en cambio, se mantuvo completamente estático durante unos minutos, para luego dar un par de pasos al frente y sentarse en el suelo acolchado, con las piernas dobladas en lo que parecía ser una peculiar pose de meditación. Abrió la boca y pronunció algunas palabras que tomaron a Remiel por sorpresa. La chica continuó indecisa, pero luego movió los labios para responder.

―Revisen el sistema general de audio ―ordenó Recke, mas recordó al instante que ya no estaba a cargo―. Oír su conversación ha de ser vital para el análisis, Dummkopf.

―Tal vez, pero es algo imposible. ―Trottel lanzó un bostezo―. El Chernabog... creo que se llama Dumahoth, bloquea y contiene de forma inconsciente toda onda sonora a su alrededor. Es decir, para hablar con él y escucharlo debes estar muy cerca. Es realmente molesto porque también inhibe el uso de medios artificiales. ―Señaló su tableta táctil―. Analizaremos la interacción de ambos sujetos mediante sus signos vitales y ondas cerebrales, así determinaremos su grado de afinidad.

Recke chasqueó la lengua, poco convencido de la eficiencia de aquel método improvisado. A él le gustaba que todas las variables estuvieran controladas hasta el más mínimo detalle, ya que ignorar algún elemento podría conllevar una falla en el recojo de resultados. Aunque, en ese caso específico, eran otras cuestiones las que alteraban su humor.

―Tranquilo, freund. Ese monstruo no le dirá nada ofensivo a tu hermana ni la dañará, le han ordenado ganarse su confianza bajo cualquier costo.

El experimento continuó sin complicaciones ni eventos dignos de mención. Remiel y Dumahoth conversaron de diversos temas que los investigadores no pudieron escuchar, pero dados los gestos tranquilos de ambos asumieron que eran cosas banales. Tras un par de horas, el proceso concluyó y los científicos se dispusieron a resumir los datos para después retirarse de la sala.

―El Chernabog vivirá aquí a partir de ahora ―informó Trottel, antes de irse―. Es riesgoso que los dos sujetos se queden juntos sin estar bajo observación directa, pero tal vez la intimidad acelere el proceso. A lo mejor nos encontramos inesperadamente con algunos deformes bebés inmortales en algún momento.

El hombre rubio lanzó una carcajada mientras desaparecía tras la puerta del centro de control. Recke lo maldijo por lo bajo, y se apresuró a ingresar a la sala blanca. Aquel nuevo proyecto de investigación podría poner en peligro sus planes predeterminados, por lo que era su deber tomar medidas al respecto. Estaba demasiado cerca de lograr su cometido como para arriesgarse ante situaciones imprevistas.

Al llegar al centro de la sala, Recke sintió que atravesaba un muro invisible y pudo escuchar que Remiel y el Chernabog estaban hablando. La chica se percató de que el hombre se acercaba y se levantó del borde la cama para ir a su encuentro.

―¡Esto fue sorpresivo, hermanito! No tenía ni idea de que...

Recke pasó de largo sin prestar atención a lo que decía. Llegó hasta Dumahoth, que seguía sentado en su pose de meditación, y le estampó la cabeza contra el suelo de una certera patada. El demonio quedó atontado por el golpe a pesar de la textura blanda del piso, pero Recke no mostró piedad y le clavó algunos puntapiés en el vientre.

―¿¡Qué haces!? ―Remiel tomó a su hermano de un brazo, intentando alejarlo―. ¡Vas a matarlo!

Él la apartó violentamente y se agachó para agarrar a Dumahoth del cabello. Observó su rostro adolorido con desprecio durante algunos segundos, analizando su gesto. La criatura le devolvió la mirada, pero su faz no revelaba miedo ni hostilidad.

―Tu aparición es un problema, Chernabog. Mantente al margen de este experimento si aprecias tu vida. Tengo mucha experiencia asesinando cosas, y más te vale que no decida ponerla en práctica contigo.

―Me mantendré... ―El demonio escupió sangre negra al blanco suelo. Su voz era gutural pero no muy distinta a la de un joven humano común―. Me mantendré fiel a los designios de Ethereal Corp.

Recke soltó el cabello del sujeto y le regaló otro puntapié en el vientre como despedida. Giró hacia su hermana, que lo observaba con el ceño fruncido.

―Escucha, Rem. Los preparativos para que ambos podamos salir de aquí pronto estarán listos ―dijo Recke, confiando en que el poder del Chernabog realmente bloqueara los incontables micrófonos repartidos por la sala―. Necesito que confíes en mí.

―Hasta ahora no me has dicho qué estás planeando. ¿Cómo quieres que confíe en ti?

―Es complejo, pero te aseguro que es lo mejor.

Sin más, Recke lanzó una última mirada al demonio que continuaba escupiendo sangre en el suelo, y se dirigió a la puerta que conectaba con el oscuro centro de control. El cambio en la iluminación no le permitió distinguir a primera vista nada a su alrededor, pero luego fue capaz de notar que Trottel lo observaba con un gesto de burlona sorpresa.

Was läuft, freund? Vine aquí porque creí olvidar algo y te encuentro dándole una paliza al pobre y demoniaco sujeto de pruebas. ―Sonrió abiertamente―. ¿Quieres que borre los datos de las cámaras? Puedo hacerlo fácilmente, pero...

―Da igual. Cualquiera que lo vea deberá tomarlo como la reacción previsible de un hombre ante una amenaza directa contra la integridad de su hermana.

―Realmente eres un psicópata, kumpan... ―Trottel lanzó una carcajada―. Como sea, no creo que alguien te busque problemas por masacrar a un maldito Chernabog. Si por mí fuera, eliminaría a todos esos repulsivos demonios al mismo tiempo. ―Su gesto cambió a uno de intimidante seriedad―. Pero más te vale que esto no afecte al desarrollo del experimento. Realmente no me gustaría tener que verte como un obstáculo.

Recke no respondió. Los problemas a su alrededor se estaban acumulando, pero sabía que todavía tenía las cosas bajo control. Sólo necesitaba un poco de tiempo. Y suerte.

...

Recke caminaba apaciblemente por los alrededores de la central de investigaciones. Las instalaciones se encontraban ocultas en medio de un tupido bosque, así que lo único que se podía encontrar por aquellos lares eran árboles y demás tipos de plantas. El hombre tenía la costumbre de pasear sin un destino específico casi todos los días para despejar su mente, pero en aquel momento su caminata no seguía fines recreativos.

Llegó hasta un árbol de tronco oscurecido y se acuclilló. Apartó las hojas y la tierra a los pies de la planta hasta dar con un objeto metálico en forma de tubo que sobresalía del suelo. Presionó su punta y el artilugio se iluminó ligeramente de rojo, tras lo volvió a enterrarlo. Entonces escuchó que unos arbustos cercanos se removían, y se levantó lentamente.

Una extraña entidad viviente se había asomado de entre los matorrales circundantes. Tenía la apariencia de un caracol de viscoso cuerpo púrpura y capazón piramidal negro. Su tamaño sobrepasaba con creces el de un hombre adulto, y poseía un par de brazos que terminaban en manos de tres dedos, las cuales utilizaba para arrastrarse con mayor velocidad. Los largos tentáculos oculares de la glutinosa criatura se bamboleaban rítmicamente por encima de su cabeza, pero sus ojos no se desprendían de Recke.

―Llegó el momento, Ezigurath ―dijo el hombre, arrugando la nariz al sentir el olor a tierra mojada que emitía el caracol―. Los inhibidores están posicionados, ahora todo depende de ustedes.

La criatura emitió un burbujeante sonido y alargó uno de sus brazos con la mano abierta. En su gelatinosa palma sostenía unas pequeñas esferas platinadas con una lucecilla rojiza en su interior. Recke tomó las canicas sin ocultar un gesto de repulsión, y las guardó en el bolsillo de su bata. Tras ello, el caracol gigante retrocedió pesadamente hasta desaparecer en la maleza.

El hombre dio media vuelta y retornó por el camino que había recorrido para llegar hasta allí. Alcanzó la entrada de las instalaciones en poco tiempo, y los guardias le franquearon el paso con total confianza. Mientras atravesaba los iluminados pasillos repletos de científicos que iban y venían, Recke dejaba escapar una o dos de las canicas platinadas que había recibido. Lo hacía en puntos específicos, como esquinas, entradas de salas o cerca de grandes máquinas, asegurándose que nadie tomara especial atención en ello. No podía evitar que las cámaras lo detectaran, pero asumió que los agentes de seguridad no reaccionarían a tiempo por algo de apariencia tan banal.

Se quedó con unas pocas esferas en el bolsillo y finalmente llegó a la sala de investigación donde experimentaban con Remiel. Ingresó al centro de control, y todos se giraron para verlo con sorpresa.

―Ya era hora, kumpan ―rezongó Trottel, parado cerca de la entrada con una cara de pocos amigos―. Los sujetos de prueba no muestran ningún avance en su relación... ¡Ya ha pasado un mes, maldición! Ahora mismo estamos preparando un gas afrodisiaco que llenará toda la habitación, a ver si se espabilan un poco.

―Toma ―susurró Recke, lanzándole una de las canicas.

―¿Ah? ―El hombre rubio atrapó el redondeado objeto al vuelo y lo observó con desconcierto―. ¿Qué diablos es...?

No pudo acabar la frase. La esfera se resquebrajó y explotó violentamente, destrozando la mitad superior del cuerpo del desdichado. De entre la sangre y los pedazos de órganos que quedaron como resultado emergieron unos pequeños caracoles violeta, que lentamente comenzaron a devorar los restos emitiendo murmullos y susurros.

―Todos fuera ―ordenó Recke a los anonadados investigadores―. Ahora.

Lo obedecieron aterrorizados. Casi al instante, una fuerte alarma se espació por la instalación y Recke pudo oír, a lo lejos, diversos gritos y explosiones. Esto dio paso a disparos acompañados de alaridos inhumanos, dando a entender que la central estaba sufriendo un ataque. El hombre sonrió ligeramente, y se apresuró a ingresar a la sala blanca.

―Rem, nos vamos ―anunció, acercándose a su hermana para tomarla de un brazo―. Debemos ser rápidos mientras el caos mantiene ocupados a todos.

―¿Qué sucede, hermanito? ―La chica meneó la cabeza y señaló al Chernabog, que estaba sentado en el suelo con su usual postura de meditación―. Si vamos a salir de aquí, él debe venir con nosotros.

―Imposible. Eso está fuera de discusión.

―¡Si lo dejamos, seguirá sufriendo!

―Escucha. ―Recke aspiró profundamente―. He hecho un trato con los Heraldos de Folkmord, lo que es malo de por sí. No puedo ahondar en detalles debido al tiempo, pero te aseguro que un ente demoniaco sólo nos traería problemas peores.

―Pero...

―No se preocupen por mí ―musitó Dumahoth, encogiéndose de hombros―. Yo soy feliz sirviendo a Ethereal Corp. De ninguna manera podría pensar en irme por voluntad propia.

Remiel intentó discutir, pero desistió al ver el gesto firme del demonio. Recke lo observó por unos instantes y le lanzó una de las esferas platinadas.

―Es un Embrión de Cochlea ―explicó el hombre, inexpresivamente―. Explotará si se lo ordenas y devorará toda la materia orgánica que esté en un radio de uno o dos metros. Úsalo para suicidarte o para salir de aquí por tu cuenta, demonio.

Sin nada más que decir, Recke sostuvo la mano de su hermana y caminaron apresuradamente a la salida. Pasaron de largo por el centro de control, evitando acercarse a los caracoles susurrantes que continuaban devorando los restos de Trottel, y salieron al pasillo.

El caos era el previsto. Las fuerzas de contención y seguridad trotaban de un lado a otro con las armas desenfundadas, gritando órdenes y guiando a los aterrorizados civiles. Estos últimos, científicos en su mayoría, se limitaban a transitar con paso rápido en dirección a las salidas de las instalaciones. Dado el miedo y la confusión, además de la falla general en el sistema eléctrico, nadie se percató de Recke y Remiel sumándose a la multitud. Consiguieron avanzar de esa manera, hasta que se separaron de la marea humana al encontrar un pasadizo mucho menos transitado.

―¡Jefe Todesengel!

Recke se detuvo al escuchar su apellido, con su mano libre en el bolsillo donde guardaba las esferas. Si se trataba de un investigador que había visto lo sucedido con Trottel, nada impediría que los denunciase a las fuerzas de seguridad. Y, más que un castigo contra su persona, temía lo que sucedería con Remiel.

―¡No sabe cómo me alegra encontrarlo, jefe! Me enviaron a buscarlo para iniciar con el experimento, pero me perdí... ―El hombre se detuvo―. ¿Qué hace el sujeto de pruebas fuera de su sala?

―La voy a sacar de aquí ―aseguró Recke, extrayendo una de las canicas y preparándose para lanzarla.

―Jefe... Entonces evite las salidas de la zona norte y sur, el grueso de la seguridad se ha concentrado allí para proteger a los peces gordos. Pero escuché que el oeste ha sido desde donde se ha abierto la brecha del grupo atacante, por lo que la ofensiva de la fuerza de contención es fuerte. Debería probar suerte por la zona este, pero es posible que también haya infiltrados o guardias por ahí. ―El investigador dio media vuelta, preparándose para irse―. ¡Si me preguntan, diré que vi su cadáver, jefe!

Recke levantó una mano para arrojarle la esfera al hombre mientras este se alejaba por el pasillo. Tragó saliva, consciente de que lo mejor era evitar dejar testigos por si las cosas salían mal. Los sacrificios eran necesarios, no había duda.

―Nos ha ayudado... ―susurró Remiel, viendo a su hermano a los ojos.

Él chasqueó la lengua y guardó la canica en su bolsillo. Prosiguieron su huida, siguiendo el camino que los llevaría a la salida de la zona este. Recke no confiaba plenamente en lo que su antiguo subordinado le había comunicado, pero no le quedaba de otra. Sus temores se disiparon levemente al notar que, mientras más avanzaban, menos actividad humana veían hasta que comenzaron a recorrer pasillos completamente vacios.

Finalmente, pudieron vislumbrar la luz que anunciaba la salida al exterior. Apresuraron el paso, pero repentinamente fueron bloqueados por una amorfa criatura similar a una masa gelatinosa color carne. El aroma que emitía era peculiar, como el de un pastel dejado mucho tiempo al sol y no dejaba que producir sonidos burbujeantes.

―Déjanos pasar, heraldo ―dijo Recke―. Tengo un trato con Ezigurath, así que...

La masa rugió y se lanzó contra ellos. Recke apartó a su hermana y lanzó todas las canicas que le quedaban contra la criatura informe. El ser fue envuelto por explosiones y caracoles morados que quedaron adheridos a su cuerpo, pero no pareció sufrir daños y sólo se vio ligeramente desviado. Gracias a ese corto estado de confusión, Recke y Remiel pudieron retomar la marcha a toda prisa hasta conseguir salir de las instalaciones.

La masa fue tras ellos, pero se detuvo antes de alcanzarlos. De entre los árboles que rodeaban la central emergió lentamente el caracol gigante llamado Ezigurath. El monstruoso molusco levantó una de sus manos de tres dedos y la zarandeó, tras lo que la masa emitió un gruñido y desapareció en el interior de las instalaciones. Recke sonrió con alivio, pero fue incapaz de reaccionar a tiempo al ver que Ezigurath se acercaba rápidamente para tomarlo del cuello con demencial fuerza.

―El humano ha hecho bien su trabajo ―se escuchó decir a una voz monótona que surgió desde el caparazón de la criatura―. Le daremos una muerte rápida como recompensa.

―Ese... no era... el trato...

―Los tratos se establecen entre iguales. Las formas de vida inferior son ingenuas si creen que pueden obtener algo de los seres superiores. ―El caracol emitió un sonido burbujeante al notar que Recke se retorcía con furia―. Nosotros nos encargaremos de la criatura inmortal que amablemente se nos ha sido conferida. El humano no puede hacer nada para impedirlo, debe resignarse a perecer.

―¡No! ―exclamó Remiel, e intentó empujar al colosal monstruo sin éxito―. Si le haces daño moriré y no podrás usarme. Yo solamente vivo porque así lo deseo, mi inmortalidad desaparecerá en cuanto lo decida.

Ezigurath dirigió sus globos oculares hacia la chica. Ella resistió la mirada con absoluta seriedad, pero el caracol aumentó el ímpetu con el que ahorcaba a Recke.

―No lo asesines ―masculló Remiel, furiosa―. Él es mi presa.

El monstruo encogió levemente los tentáculos de su cabeza, y finalmente soltó el cuello de Recke, quien cayó pesadamente al suelo. Remiel se agachó al lado del hombre, frotándole la espalda mientras este tosía y regulaba su entrecortada respiración.

―Que así sea, entonces ―pronunció Ezigurath con su extraña voz de tono invariable―. No tenemos la intención de enfrentarnos a la atroz criaturita inmortal, sea lo que sea. ―Dio media vuelta―. El humano y el espantoso ente deben seguirnos, los llevaremos hasta el punto de reunión.

Con ayuda de Remiel, Recke consiguió ponerse de pie. Se dedicaron a caminar en completo silencio cerca del rastro viscoso que el caracol dejaba a su paso. Recke sabía perfectamente que las cosas serían muy complicadas a partir de ese momento, aunque tenía la esperanza que no lo fueran tanto como con Ethereal Corp.

Aun así, había algo que lo preocupaba. Al parecer, él era la presa de Remiel, y no sabía a ciencia cierta qué implicaba aquella denominación. La observó de reojo y ella esbozó una brillante sonrisa. Era la sonrisa amable que siempre le dedicaba, pero, por alguna razón, Recke sintió que un escalofrío recorría su espalda.

Realmente las cosas iban a complicarse demasiado.

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