You better watch out Cupid

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Cuando Demián nació, lo vistieron de flores.

Sus padres eran tan dichosos por su primogénito de piel blanquecina, nariz pequeña y labios rojos. Estaban tan fascinados y lo adoraban tanto que lo envolvieron con terciopelo blanco y listones dorados.

Pero no fue hasta que tenía cuatro años cuando Demián comenzó a ver las cosas diferentes e incluso con muchos colores, todo aquello era oído por sus padres, y su madre en desesperación creyendo que todo era culpa suya, llamó a una bruja.

—Su hijo es un reencarnado —mencionó la mujer mirando fijamente a Demián quien no paraba de llorar mirando como el aura alrededor de la señora se tornaba negra.

Pero el infierno se desató cuando el señor Siela supo del atrevimiento de su mujer, este en su inseguridad y alegando hechicería, despojó de todo a su mujer incluyendo a su único hijo, tal fue el infortunio que nunca se volverían a ver.

No habría flores ni tampoco tardes de té.

El amor del señor Siela se había convertido en odio y Demián creció creyendo que su destino estaba marcado por el desamor, él no podría amar a nadie. Sin poder decirle nada a nadie solo vio como la muerte iba a por los suyos dejándolo completamente solo y a merced de una familia cero amorosa.

El despertar cada mañana era un suplicio, pero debía hacerlo para evitar los gritos de la familia que lo acogió. Estos no dudaban en burlarse de él por su aspecto delicado, de su falta de defensa, de su boca aterciopelada, así que decidido hizo lo que había estado haciendo por largos tres años, seguir con la corriente y no mirar atrás.

Cuando los días se ponían más difíciles el ir a la preparatoria le venía bien, pese a su timidez conocía mucha gente, era querido por la mayoría de las chicas y uno que otro chico dispuesto a defenderlo. Demián era aquel ser de luz que debía ser protegido sin importar qué y el sentirse así le profería a él la seguridad que le hacía falta contra su familia.

Aunque disfrutaba ver los colores fluctuar a través de ellos. Su favorito, era sin duda, un color que no se encontraba en nadie más, un perfecto dorado acompañado de una hermosa sonrisa y ojos azules pertenecientes a Eryl, el capitán del equipo de tiro con arco.

Y ahí estaba Eryl, alborotando a todas las chicas. Demián sabía que debía limitarse a mirar de lejos y esquivar a las mujeres que se congregaban a su alrededor, pero lo que nadie sabia e incluso el mismo Demián ignoraba, es que Eryl, en su propia discreción, no le quitaba la mirada de encima.

—Chicos, por favor, sigan su camino— dijo el entrenador dispersando las masas

Eryl aprovechó aquel instante para cortarle paso a Demián, sin duda alguna esta vez no se le escaparía.

—Eh —musitó Demián. Por un momento creyó que miraba directo al sol, no quemaba, pero era tan brillante y tan precioso.

—Dentro de una semana habrá un pequeño torneo de tiro con arco y... me gustaría invitarte —dijo finalmente Eryl entregándole un ticket de entrada.

—¿Por qué? —preguntó Demián nervioso mientras miraba el ticket.

Eryl aprovechó su timidez para acercarse a él, y al estar tan cerca pudo ver como sus mejillas se coloreaban y sus orejas igual

—Porque quiero que vayas a verme —le susurró en el oído aprovechando esa pequeña parálisis nerviosa para meterle el ticket en el bolsillo trasero del pantalón.

No se hizo esperar el coro de "uh" entre sus compañeros. Ahí iba otra cosa que le fascinaba a Demián de Eryl, su falta de miedo a la sociedad. Y es que, para eso, Eryl tuvo que hacer un poquito de trampa, sabía que los prejuicios estaban a la orden del día y aunque no podía echarles miel a todos, lo haría con los que lo rodeaban y formaban parte de su cotidianidad.

Era evidente que después de escuchar esa voz ronca en su oído, Demián no iba a poder deshacerse de las sensaciones que poseían su cuerpo. Le picaba la oreja, su corazón latía desbocado, se mordía los labios con nerviosismo, y no era para menos, su amor unilateral hacia Eryl estaba rompiendo barreras.

Después de aquella invitación, Eryl aprovechaba para entregarle notitas junto con una sonrisa. Demián se moría de vergüenza y emoción después de todo estaba enamorado, le gustaba muchísimo y no podía evitar que las flores de su corazón brotaran.

A escondidas y mezclándose entre la gente fue a uno a uno de sus entrenamientos, mientras las chicas gritaban el miraba atento a tan fascinante ser, vio los músculos de sus brazos tensarse y deseó estar entre ellos, y finalmente la flecha dio en el blanco, pero más tardó él en moverse que Eryl en verlo y sonreír.

Y así pasaron los días, entre exámenes de improviso, trabajos de investigación, hasta el tan ansiado día del torneo. Demián con la emoción a flor de piel observó como su amor platónico no fallaba ni una, aplaudió en señal de apoyo y esperó a que todo terminarse para poder despedirse de él.

—Hola —saludó Eryl sonriendo de lado y con las manos en los bolsillos—. Disculpa, tuve que ducharme súper rápido.

—Descuida, de hecho, te esperé para agradecerte la invitación —musitó Demián avergonzado.

—No sabes cuanto deseé que llegara este momento, he intentado hablar contigo desde hace bastante tiempo —comenzó a decir mientras caminaban juntos—. Sino es porque las chicas me tapaban el paso, es porque eras muy escurridizo —comenzó a reír y Demián juró que se había enamorado más de él. —Eso último lo digo porque nunca logro alcanzarte.

—P-pero... ¿De qué querías hablar conmigo?

—De todo. —Respondió Eryl sin dudarlo clavándole la mirada justo ahí en sus iris arcoíris. —Tu tienes un secreto —musitó muy cerca de él—, y yo también.

Demián se petrificó. Nadie sabía de su extraña habilidad para ver auras, nadie sabía que él todas las noches soñaba con la pérdida de alguien amado. Y estaba completamente seguro que no era la pérdida de sus padres sino alguien más.

—No sé de qué hablas —señaló Demián con los nervios de punta. Sentía las mejillas arder y también sentía miedo, si Eryl lo supiera ¿Lo despreciaría? ¿Lo repudiaría? Ya era suficiente con su familia para añadir a su crush como cereza del pastel.

Caminó lejos de él para evitar continuar con la conversación.

—Demián Siela —musitó Eryl—. Hace tiempo perdí a mi alma gemela —explicó y se podía notar cierto dolor en la voz. —He vagado por todo el mundo, he intentado rogar por un perdón que no llega, una vida tras otra y después de tanto te encontré a ti.

—¿De qué estás hablando? —replicó Demián enojado y confundido a la vez.

—Puedes verla, ¿no es así? —cuestionó tomando el rostro colorado de Demián en sus manos. —Sé que puedes verla porque puedo verlo a través de tus pupilas, y te juro que no me importa si eres un chico —señaló. —Lo único que quiero saber es si puedes verla.

Demián no podía evadir ese momento, el verlo ahí derrumbado frente a él le causaba dolor a él también, y es que dentro de sí algo le decía que había una verdad encerrada. Aun podía recordar cuando él llegó a la preparatoria y ambos se miraron lo que parecía una eternidad.

—Es... es tan dorado que siento que voy a quemarme —dijo finalmente con los ojos llorosos.

—Lo sabía —respondió Eryl suspirando en alivio. —Lo sabía —repitió y no dudo en abrazarlo ahí, afuera, donde la gente les tiraba miradas recelosas.

Demián temía que su corazón se fuese a salir de su lugar.

—Nunca he sabido el porqué, todavía recuerdo cuando se lo dije a mis padres, también pude verla cuando mi padre murió, pero cuando te veo a ti, todo es tan dorado. ¿Tú sabes qué es y el por qué?

—Es el alma de las personas y no es casualidad que puedas verlas, asumo que el destino y los dioses querían que fuese así —la mirada que Eryl le daba a Demián era de pura ternura, tanto que Demián creyó que lo besaría ahí mismo.

—No entiendo nada —musitó Demián después de unos segundos y fue Eryl quien lo tomó de las manos pidiéndole que lo acompañara a casa para explicarle.

Demián miró la hora y aun en su preocupación, no podía ignorar los latidos de su corazón y las palabras de Eryl.

—Desearía que tomaras asiento, mi explicación podría ser larga ya que es toda una mitología la que está detrás-

—¿Vas a hablar de Psique? —interrumpió Demián mirándolo fijamente.

—Sí... ¿Sabes algo de ella?

—Todo, cuando empecé a buscar sobre esto, justo ahí me remitió, me leí todo, incluso sobre Eros...

Demián dejó de hablar y miró fijamente a Eryl sabiendo que no era casualidad su nombre, su talento con el arco, su búsqueda.

En ese momento fue el mismo Eryl quien se arrodilló frente a él

Todo era demasiado obvio.

Y finalmente dejó de ser tan obvio cuando Eryl aprovechó el descuido de Demián y lo besó justo en sus labios terciopelo, invadió su boca con la lengua provocando que sus margaritas brotarán en su pecho, el calor de su piel pálida, su aliento a rosas, su amada memoria.

Eryl tuvo que detenerse para tomar aire, pero fue Demián quien no dejaba de llorar, todo le llegaba de golpe: la traición, el arrepentimiento, el perdón y luego súbitamente la separación de sus almas.

—Te he extrañado horrores —musitó Eryl sobre sus labios, robándole uno que otro beso.

—Mi cupido... —musitó Demián en susurró mientras tomaba el rostro de su amado entre sus blancas manos.

— Perdón... era la única manera —dijo apenado Eryl.

—Solo hiciste lo que he querido hacerte desde que te conozco —confesó con las mejillas rojas y el cuerpo tembloroso.

—¿Ah sí? —cuestionó Eryl mirándolo a los ojos, esos ojos que durante un par de años buscó entre la multitud. —Todavía tenemos tiempo —dijo besándole los nudillos de la mano.

—Sí —respondió Demián, a quien ahora todo le quedaba claro. El no era a quien Eros en su momento buscó, él era lo que Eryl estaba buscando justo ahora. —Tenemos mucho tiempo —repitió mientras se colgaba de su hombre de brazos de dios griego, ojos azules y hermosa sonrisa.

—Debes volver a casa —musitó Eryl sobre los labios de su amado.

—No quiero —respondió Demián. —Quiero quedarme contigo —confesó abrazándolo.

—Todo lo que quieras alma mía, pero debes volver a casa.

Eryl y Demián se encaminaron mientras compartían sus rutinas, sus molestias, sus inseguridades.

—Ten por seguro que siempre contarás conmigo —dijo Eryl a un Demián que ya no soportaba a su familia y este sabía que faltaría poco para que el pudiese disponer de su herencia. Solo un poco más para alejarse del dolor y por fin ser feliz.

Porque ahí estaba su cupido atravesando una flecha dorada en su alma y su corazón.

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