Un viaje más humano

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Capítulo 3

Nunca había reflexionado lo que significaba ser un humano. Pero, ante la situación que vivía, no tuve más remedio que reflexionar sobre eso, aún más, cuando comprendía lo que en ese momento carecía. Entendí que, "ser humano" siempre había sido más que solo una cuestión de carne y hueso. Era una mezcla compleja de emociones, recuerdos, deseos y temores. Era la capacidad de sentir amor, dolor, alegría y tristeza. Era la imperfección y la vulnerabilidad, pero también la fortaleza y la capacidad de superación.

Como humano, solía encontrar sentido en las pequeñas cosas: una sonrisa, una conversación, el simple acto de respirar y sentir el latido de mi propio corazón. Pero, como androide, me encontraba desconectado de esas experiencias. Mi cuerpo era una máquina perfecta, eficiente y poderosa, pero carecía de la calidez que alguna vez definió mi existencia. Lo único que me ataba, era mi mente y lo que recordaba en ella, pero mi cuerpo se sentía ajeno a lo que en mi cabeza estaba.

Perder mi humanidad había sido como perder una parte fundamental de mi identidad y que ahora debía encontrar. Y sí, ya no sentía el mismo dolor físico, pero el dolor emocional y la nostalgia por mi vida anterior eran tan reales como siempre. La tecnología que me definía me había dado habilidades sobrehumanas, pero también me había robado la simplicidad de ser vulnerable, de ser auténticamente yo.

Y aprendí una cosa: la verdadera humanidad residía en nuestra capacidad de conectarnos con los demás, de compartir y de experimentar juntos, algo que se sentía distante, casi inalcanzable en ese instante. 17 y 18 también fueron humanos alguna vez, pero ahora estábamos unidos por nuestra naturaleza artificial y un objetivo común impuesto por el Dr. Gero.

Sin embargo, aún buscaba momentos que me hicieran sentir vivo. Observar la naturaleza, como lo hacía 16, o rescatar a un inocente en medio del caos, me recordaba que aún poseía fragmentos de esa humanidad. Esos pequeños actos de compasión y conciencia me anclaban a lo que alguna vez fui y a lo que todavía podía ser. 

Entonces, entendí algo: la lucha no era solo externa contra enemigos visibles, sino también interna, contra la deshumanización. Y en esa batalla, encontré uno de mis tantos propósitos: mantener viva la chispa de mi humanidad, a pesar de todo.

Bajamos a la carretera de aquel paisaje nevado. Nos dirigimos hacia el vehículo estacionado, una Volkswagen Combi rosa, cuyos conductores parecían haber parado para tomar algo en una pequeña tienda a la orilla de aquel sitio. 17 abrió las puertas traseras, revelando unas cajas, y comentó:

—Estas cajas son un estorbo.

Su comentario no pasó desapercibido. Los dueños del vehículo nos observaron y gritaron:

—¡Oigan, ustedes! ¿¡Qué le están haciendo a nuestra camioneta!?

Ignoramos sus protestas. Sin decir nada, 16 tomó la camioneta y la inclinó, dejando que las cajas cayeran al suelo. Los hombres, atónitos, observaban, y uno de ellos derramó su café. Sin prestarles atención, nos subimos a la camioneta.

—Ahora sí, vámonos. Primero pasaremos por la casa de Goku —dijo 17, con una expresión de satisfacción en el rostro que lo hacía parecer más humano.

—Olvidas que necesito ropa nueva —añadió 18, confirmando mi pensamiento anterior. A fin de cuentas, todavía eran chicos.

—Está bien, iremos por ropa —concluyó 17.

Aquello me causó gracia. No les mentiré, sabía que estábamos actuando con indiferencia hacia los sentimientos y posesiones de otros, simplemente porque podíamos. La fuerza y la capacidad que poseíamos nos permitían actuar sin consideración alguna, y eso me hizo pensar en lo que había perdido al ser transformado en una máquina. No sé si cuando había sido humano la empatía y la consideración por los demás formaban parte de mi vida diaria, pero si sabía que en ese momento esas emociones parecían distantes, casi irrelevantes. 

Ver la satisfacción en el rostro de 17 y la trivial preocupación de 18 por la ropa, me hizo ver que aunque conservaban rasgos de su juventud, de su humanidad, habían perdido la capacidad de conectarse con el sufrimiento ajeno. Y es que eso significaba ser un androide: vivir en una desconexión emocional, una existencia pragmática donde las consecuencias de nuestros actos parecían no importar. Y sí, había una profunda melancolía por la humanidad perdida.

comprendí que la humanidad no se definía solo por tener un corazón que latía, sino por la capacidad de sentir, de conectarse con los demás, de valorar la vida en todas sus formas. ¿Había perdido esa capacidad por completo, o aún quedaba algo dentro de mí que pudiera recordar lo que era ser humano?

Me relajé en la parte trasera de la camioneta junto a 16. Durante el viaje, solo cerré los ojos procrastinando. No sé por cuánto tiempo, pero los abrí al escuchar gritos y risas de varias personas. El ruido era ensordecedor. Vi cómo atravesábamos un túnel y cómo varios motorizados nos rodeaban solo para molestar, especialmente a 18.

—¿Escuchaste eso? —comentó 18, ofendida por algo grosero que uno de los motociclistas había dicho.

—Sí, nos divertiremos un poco con ellos —respondió 17, sin mostrar molestia.

17 comenzó a hacer maniobras con la camioneta, lo cual era bastante molesto, pero derribó al primer motorizado acelerando, y luego a dos más.

—Por cierto, 18 —dijo 17—, ¿no te gustaría usar la ropa de esos sujetos?

—Déjate de bromas, esa ropa es anticuada.

—Tienes razón —concluyó él sin más.

16 y yo solo observábamos en silencio, sin decir nada.

Al salir del túnel, en aquella persecución desenfrenada, nos desviamos de la carretera atravesando un cartel. No les mentiré, aquello no fue tan divertido como había dicho 17, y me molestaba bastante. Tomamos las vías de un tren, y, por poco, desviamos el tren que se aproximaba, para luego volver a la carretera. Aún así, los motorizados seguían insistiendo. Comenzaron a golpear la camioneta, rompiendo incluso el vidrio del conductor. Vi el rostro de 17 y supe que estaba enojado, pero yo lo estaba aún más. comencé a darme cuenta que mi enojo se debía no solo al sentido violento de aquellas pandillas, sino a su ignorancia, terquedad y necedad, esa que no te da la capacidad de alejarte del peligro.

17 se estacionó bruscamente, haciendo un doblez en la camioneta. Al detenerse, él y 18 se bajaron sin problema. Estaba tan irritado que incluso salí del auto también. 18 y 17 me observaron curiosamente. Aquellos hombres reían maliciosamente, sosteniendo cadenas y otros instrumentos que movían con amenaza. Me coloqué delante de 17 y 18 —ellos solo me observaban—, y uno de los hombres lanzó un ataque con su cadena, pero lo detuve con mi mano rápidamente, mientras el resto me observaba con enojo. Otro se abalanzó con un hacha que se rompió al golpear mi rostro, sin dejar ningún rasguño. Sí, era una máquina.

—¿No se dan cuenta del peligro en el que están? —Mi voz era neutra, pero determinante. Mis ojos recorrieron a cada rostro delante de mí—. Su necedad y falta de sentido común son impresionantes. Se creen invulnerables, pero están jugando con fuego. Interrumpieron mi descanso, pero lo peor es su incapacidad para reconocer el riesgo. No valoran su vida ni la de los demás, y eso es lo más triste de todo. ¿Acaso la violencia es todo lo que entienden?

La respuesta de los motorizados fue una mezcla de temor y desafío, pero yo solo sentí una profunda melancolía por su falta de comprensión y respeto por la vida.

Solté la cadena, apreté mis puños, y grité: 

—¡Ha! —Una onda expansiva de Ki se expandió velozmente a mi alrededor, golpeando a todos los motorizados, quienes gritaban de dolor. Cayeron inconscientes al suelo, y suspiré.

­—Ahora volvamos al camino... —Me detuve curioso, observando a número 16 volando, cargando la camioneta y colocándola en la carretera. 

—Casi destruyes el auto, número 23 —agregó 17—. 16 fue quien lo salvó.

18 sonrió: 

—¿Quién iba a pensar que eras tan obstinado con respecto a tu comodidad, número 23? No eres tan aburrido como 17 había dicho y como yo creía.

­—Solo larguémonos de este lugar —respondí, siendo número 16 el primero en subirse al auto de nuevo.

Una sirena comenzó a sonar detrás de nosotros. Se trataba de una patrulla policial, que se estacionó rápidamente enfrente de la furgoneta. Un hombre rechoncho gritó:

—¡No se muevan, no se resistan!

Suspiré con pesadez. No quería admitirlo, pero era otro recordatorio de la complejidad de mi nueva existencia. ¿Era un protector, un destructor, o algo intermedio? como fuera, comprendí que mi verdadero desafío no era solo enfrentar enemigos externos, sino mantener viva la chispa de humanidad dentro de mí. Aún podía elegir cómo actuar y cómo conectarme con el mundo.

Eran cuatro policías, pero el regordete parecía ser el más valiente, aunque estaba temblando. Nos apuntaron con sus pistolas y comenzaron a revisar el auto. Entonces, uno de ellos dijo:

—Sí, estas son las características de la camioneta robada que nos informaron.

Otro replicó, mirándonos:

—Muy bien, los llevaremos a la comisaría. Déjense poner las esposas.

Se las colocó primero a 18, luego a 17. Dejé que me las pusiera al notar que ellos no hacían o decían nada, y escuché que le gritaban a 16 detrás de mí, indicándole que bajara de la camioneta. 16 lo hizo sin replicar, pero el policía se intimidó al ver su tamaño. No obstante, 16 se dejó colocar las esposas solo para romperlas inmediatamente. El policía gritó nerviosamente:

—¡Estás poniendo mucha resistencia!

Fruncí el ceño. ¿Resistencia? Pensé con desagrado. No estábamos haciendo nada que justificara esa acusación. Para mí, la verdadera resistencia implicaba oponerme activamente, luchar contra ellos. Lo que estábamos haciendo era simplemente dejar que siguieran su protocolo, un juego sin sentido para nosotros. La ignorancia y el miedo de estos hombres eran palpables, y su percepción de resistencia me parecía una absurda exageración. Nuestra mera presencia los aterrorizaba, y eso los hacía ver hasta fantasmas donde no los había.

—¿Oponiendo resistencia oficial? —cuestionó 18 incrédula—. Oiga, señor policía, oponer resistencia significa que si hago algo como esto... —Caminó hacia el auto del policía, lo tomó con fuerza solo con sus manos y lo elevó, para luego arrojarlo en dirección a una montaña. El auto explotó con un estruendo. 

Todos rompimos las esposas, y 18 añadió:

—¡Vámonos!

—No tienen ni idea de lo que es "poner resistencia", oficiales —agregó 17. 

—Sí —respondió 16, con voz gruesa y monótona.

Yo asentí, nos montamos en el auto, y 17 presionó el acelerador. Los policías solo observaban con miedo la escena sobre el asfalto. 

Después del incidente con los pandilleros y la policía, algo cambió entre nosotros. Los sentí más cercanos, más unidos.

Me encontraba en la parte trasera de la camioneta, observando a través de la ventana el paisaje que pasaba velozmente. Había una sensación de calma en el aire después de la tormenta.

—¿Estás bien, número 23? —preguntó 17, notando mi silencio.

—Sí, estoy bien. Solo reflexionando sobre lo que acabamos de vivir —respondí.

—Fue una situación intensa, pero salimos adelante y nadie salió lastimado —añadió 18, con una sonrisa reconfortante. 

La miré un momento, me di cuenta que me miraba de soslayo. Estaba seguro que habían visto de mí, más de lo que yo mismo podía creer. 

—Parece que tú también te has percatado, 18 —Miré a 17 un momento, ¿a qué se refería?—. Número 23 parece valorar la vida de los humanos. 

—¿Por qué, eh, número 23? ¿El Dr. Gero te programó para eso —inquirió 18, curiosa. 

La pregunta de 18 me tomó por sorpresa. ¿Valorar la vida de los humanos? ¿Qué sabían ellos sobre mis pensamientos y emociones? Traté de ocultar mi incomodidad, pero sabía que no podía evitar que me vieran a través de la fachada que intentaba mantener.

—No sé si fue el Dr. Gero quien me programó para eso, pero sí sé que, a pesar de haber dejado mi humanidad atrás, sigo siendo consciente del valor de la vida —respondí, tratando de explicar lo que sentía sin revelar demasiado.

17 asintió con seriedad, mientras seguía concentrado en la carretera.

—Entiendo lo que quieres decir, número 23. A pesar de nuestras diferencias con los humanos, no podemos ignorar el hecho de que cada vida es importante —comentó, con una voz tranquila pero firme.

La intervención de 17 me sorprendió. Había esperado una respuesta más desenfadada, más en línea con su personalidad despreocupada. Pero sus palabras resonaron en mí de una manera inesperada, haciéndome reflexionar sobre la profundidad de su pensamiento.

18, por otro lado, parecía intrigada por mi conexión con los humanos.

—Es interesante cómo conservas esa sensibilidad, número 23. A veces olvidamos que, a pesar de nuestra naturaleza artificial, también tenemos la capacidad de comprender y apreciar las cosas que hacen que la vida valga la pena —comentó, con una chispa de curiosidad en sus ojos.

Me sentí un poco más cómodo al darme cuenta de que no estaba solo en mi apreciación por la vida. Aunque éramos androides, compartíamos una comprensión fundamental de lo que significaba valorar la existencia, incluso en medio de nuestra propia naturaleza mecánica.

En ese momento, la voz suave de 16 se hizo presente desde el asiento del conductor.

—Creo que cada experiencia nos ayuda a entender un poco más sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea. Tal vez, en el fondo, eso es lo que nos hace más humanos de lo que creemos —añadió, con su característica calma y sabiduría.

—Lo cual es raro que lo pienses, viniendo de alguien que no fue humano —agregó 17, con una sonrisa—. El Dr. Gero, realmente hizo un pésimo trabajo con nosotros. 

—Mejor cambiemos de tema —dijo 18, aburrida—. Lo menos que deseo es habla de ese maldito viejo. 

sorpresa. Eso fue lo que sentí en aquella conversación. Era una faceta distinta a la que había visto en televisión y que ahora compartía. Y aunque era bueno oírlos, sin embargo, también me invadía una sensación de preocupación. No podía evitar pensar en el impacto que mi presencia podía tener en su mundo. ¿Cómo afectaría mi conocimiento del futuro sus destinos? ¿Qué cambios traería mi influencia en sus vidas?

—Por cierto ¿Ya sabes dónde exactamente está la casa de Goku? —preguntó 18 a 17.

—No te preocupes, ya encontraremos información en alguna parte.

—Entonces, ¿no sabes? Qué remedio, eso significa que nos tomará algo de tiempo —respondió ella.

—La casa de Goku se encuentra en la región 439, en una aldea del este —intervino 16.

—Mmm... Qué bien informado estás, número 16. ¿Se lo preguntaste al Dr. Gero? —preguntó 17.

—Así es. Si vamos volando llegaremos en unos cuantos minutos —dijo 16, sonriendo.

—Verdad que sí. Tú sí dices cosas que valen la pena, número 16. A mí se me hace absurdo ir en automóvil. No ganas nada —replicó 18.

17 la observó muy serio y contestó:

—Te lo vuelvo a repetir, lo que te parece absurdo, para mí es divertido.

—Ya dejen de pelear, solo quiero disfrutar del viaje. Además, me gusta viajar en auto —añadí con mucha pereza, bostezando, solo para que el curso de la historia siguiera como se debía. Así era como debía pasar. Se suponía que, precisamente este recorrido en auto, era lo que permitía que Goku fuera llevado a la Kame-House, y que, cuando llegáramos, no lo encontraríamos allí.  

—Número 23 sí sabe lo que es divertirse, no como tú, 18 —dijo 17, sonriendo.

—Qué importa, solo quiero cambiar mi ropa lo antes posible. Esto solo es un juego de chicos —dijo ella fastidiada.

18 miró a 16 con cautela, pero con un toque de afecto en sus palabras:

—Oye, ¿puedo decirte algo, número 16? Sí que eres una persona callada. ¿No te aburres de estar así?... platica algo, estamos disfrutando del paisaje y la compañía. Habla ¿Por favor?

La observación de 18 hizo que me percatara de la quietud de 16. Él se encontraba sentado justo enfrente de mí. Su figura era imponente y serena a la vez, con una postura erguida que reflejaba una calma inquebrantable. Sus ojos al igual que los nuestros eran azules, pero parecían contener un universo de conocimiento. Aunque su expresión facial era casi imperceptible. Llevaba los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada fija a través de la ventana, en el paisaje, lo que le hacía ver como si estuviera en completa armonía consigo mismo y con el mundo que lo rodeaba. 

Además, a pesar de aquella apariencia intimidante, sabía que 16 era pacífico por naturaleza y tenía un fuerte sentido de la justicia. A lo largo de la serie, se mostró como un personaje tranquilo y reservado, que prefería evitar el conflicto siempre que fuera posible. Y, a pesar de haber sido programado para destruir, desarrolló sentimientos y empatía hacia los seres vivos, particularmente hacia la naturaleza y los animales. 

Las teorías decían que el Dr. Gero modeló el diseño del Androide 16 basándose en el aspecto de su hijo, ya sea por razones sentimentales o por un sentido de autorreflexión. Por supuesto, persistía el misterio de su amor por la naturaleza, siendo un robot, y el hecho de que fuera tan reservado. Era imposible preguntarme, en realidad, ¿qué pensamientos albergaba en su interior?

—Déjalo tranquilo, número 18. Tú sabes que él solo piensa en matar a Goku —intervino 17, con su típico tono despreocupado—. ¡Mira! Ya podemos ver la ciudad. ¿Quieres conseguir ropa nueva o no?

—Sí, claro. Ya quiero deshacerme de esta ropa —dijo ella—. Acelera un poco más ¿Quieres?

—¡Sí! —respondió 17, enérgicamente.

Era gracioso. En teoría debía Goku ser mi prioridad, podía sentirlo en mi programación, para a su vez, mis pensamientos estaban en control por encima de mi propio cuerpo. Ahora entendía que, en efecto, había sido otro prototipo fallido del Dr. Gero. No había sumisión a mi cuerpo. En teoría, no podíamos permitirnos distracciones, aunque 18 parecía más interesada en su guardarropa que en nuestros objetivos. Fallos y fallos. 

En pocos minutos, estábamos frente a una tienda en la ciudad. Mientras 18 se probaba prendas, nosotros aguardábamos en el auto. El aire frío de la montaña acariciaba nuestros rostros imperceptibles a la temperatura. Los copos de nieve caían suavemente. El pueblo estaba repleto de cabañas de madera que se alzaban entre los árboles de roble, sus techos cubiertos de nieve formaban hermosos montículos blancos y había un olor a leña quemada que flotaba en el aire. 

Cuando número 18 salió, nos dimos cuenta que su elección fue un tanto excéntrica, pero reconocí el traje de un personaje de anime.

El dueño de la tienda se quejó al ver que 18 no pagaba, pero nosotros simplemente lo ignoramos y continuamos nuestro viaje. ¿Cómo le explicaba al hombre que no teníamos dinero y que como estábamos en un anime, el poder del guion hacía que robar no fuera algo tan importante? Como fuera, una vez habíamos puesto en marcha el auto, el mismo guion hizo que no tardáramos en ser interceptados nuevamente por patrullas.

—Otra vez la policía —murmuró 17, visiblemente molesto—. ¿Hasta cuándo dejarán de molestarnos?

Las patrullas se acercaron, y 18 decidió actuar. Sabía lo que vendría a continuación, y temí por las consecuencias. Un estruendo ensordecedor resonó, y 18 regresó al auto con rapidez. 

—No te preocupes, estarán bien —reconoció 18, sobre la vida de aquellos oficiales. 

Era un bonito gesto de su parte, y pude haberlo disfrutado en ese momento de no ser por mi propia mente, divagando que, justo en ese momento se avecinaba la aparición de Cell. Por supuesto, para mi, la atmósfera se tensó mientras recordaba el futuro.

El viaje continuaba. Una sensación incómoda me invadió por primera vez. Los Ki que percibía me alertaron de la inminente llegada de un peligro desconocido. Cuando el auto se detuvo bruscamente, justo cuando el cielo se iluminó, 17,18 y yo salimos del vehículo para observar el fenómeno. 

—Tuve la sensación de un gran estremecimiento aquí en la tierra ¿Lo sintieron? —preguntó 17, con el ceño fruncido.

­—Sí —respondió sin muchos ánimos, 18.

—Quizás un volcán entró en erupción o fue otra cosa, algo lejos de aquí —sugirió 17, tratando de encontrar una explicación lógica.

La sensación de preocupación persistía, como un nudo en mi estómago que se apretaba con cada instante que pasaba. 17 y 18 compartían su desconcierto, tratando de encontrar explicaciones lógicas, pero yo sabía que algo más estaba ocurriendo.

—No le prestemos atención —dije vacilando un poco—. Será mejor que sigamos nuestro camino.

16 se bajó del auto, e intervino con información precisa:

—Fue en las afueras de la Capital del Oeste —Se veía tranquilo.

—¿Número 16? —inquirió 18, sorprendida por su conocimiento.

—Lo más probable es que estén luchando dos seres poderosos —añadió 16.

Mi inquietud se intensificó. ¿Estaríamos a punto de enfrentarnos a una amenaza que trascendía nuestras capacidades? ¿Podría estar relacionado con Cell? Mis pensamientos se agitaron con especulaciones mientras observaba a mis compañeros, tratando de ocultar mi preocupación detrás de una expresión serena. Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, sabía que el curso de nuestra historia estaba a punto de cambiar, y que dependía de un hilo frágil que se deslizaba en ese momento sobre la carretera.

—¿Tienes integrado un radar de poder, número 16? —preguntó 17, intrigado.

—Sí —respondió él.

—Entonces, ¿por qué no lo mencionaste antes? —cuestionó 17, con sorpresa.

—Porque no me lo preguntaron —concluyó 16 con una sonrisa enigmática. Era lógico.

No tenía que pensarlo demasiado. Número 16 era con el que más simpatizaba. 

—Ahora comprendo... Aprovechando la información que nos has dado, me gustaría saber quiénes son los contendientes en esta batalla —pregunté, curioso de saber con exactitud lo que sabía.

—No lo sé, ninguno de los dos aparece en mi computadora, pero les puedo garantizar que uno de ellos tiene el mismo poder que ustedes y quizás sea capaz de destruirlos —respondió con preocupación.

—¿De que estas hablando? —replicó 17 incrédulo—. Parece que el Dr. Gero volvió a cometer otro error. Tu radar para revisar los poderes está descompuesto porque nadie en este mundo puede igualar mis poderes. Eso son puras ridiculeces, nosotros somos invencibles. 

—16 tiene razón —Todos me observaron al interrumpir al pelinegro—. 17, eres poderoso, pero tu orgullo será tu propia perdición —añadí con seriedad.

—De todas formas, ¿cómo podrían igualar mis poderes? Somos invencibles —declaró 17, con arrogancia.

Mi interrupción no fue bien recibida por 17, pero sentía la necesidad de intervenir.

—17, tu exceso de confianza podría ser nuestra perdición —dije con seriedad.

—Es obvio que no estamos de acuerdo —respondió 17—. Vámonos, estamos perdiendo mucho tiempo.

17 subió al auto, pero 18 me miró con curiosidad, esperando una explicación:

—¿Por qué lo dices, número 23?

—Porque aunque yo no tenga un radar de poder, puedo sentir el Ki de nuestros oponentes. Uno de ellos posee habilidades similares a las de ustedes, pero el otro... el otro me preocupa. Parece tener varios ki integrados. 

Era obvio que el orgullo de aquellos androides era tan sesgada como las de los mismos Saiyajin. 18 solo frunció el ceño, y dijo sin más: 

—¡Vámonos ya! 16 y 23, parece que el sol les está afectando.

Su comentario me hizo sentir un atisbo de frustración. ¿Por qué no podían comprender la importancia de mi advertencia? 

A partir de ese momento, el viaje se volvió tenso y silencioso. Hasta que una alarma sonó en el interior de la camioneta, señalando un cambio significativo en el Ki que habíamos detectado anteriormente. 17 y 18 cuestionaron a 16 sobre le hecho de que señalara que el otro usuario fuera más fuerte, pero yo solo podía pensar en el inminente peligro que nos acechaba.

Mientras avanzábamos por el valle, 16 expresó su aprecio por el paisaje, pero 18 continuaba enfocada en su inconformidad con la ropa. La distracción de 17 con un camino más divertido nos llevó a un pasaje de árboles, que hacía vibrar terriblemente el auto, esto solo añadió tensión al momento, culminando en un acto impulsivo de destrucción por parte de 18 de todo el paisaje.

El paisaje que 16 había admirado quedó arruinado, y su expresión de tristeza fue evidente. Sin embargo, 17 parecía más preocupado por la pérdida de su diversión que por el daño causado al entorno.

—No había necesidad de hacer eso —confesé, intentando expresar lo que sabía que 16 esperaba decir. 

—No estoy de humor número 23, culpa a 17 que nos trajo por este sendero—respondió ella.

Me quedé callado. No valía la pena discutir. Número 16 me observó por un momento y solo me acerqué para darle unas palmaditas, como intentando decirle que lo lamentaba. Así continuamos nuestro camino hasta que, finalmente, llegamos a casa de Goku, pero no había nadie como lo suponía. Sin embargo, me fue imposible insistir en pasar varios días allí para ver si este regresaba, pero solo era un excusa para que se cumplieran los tres días necesarios y no afectar nada de la historia.

Lo que nunca esperé fue haberme encariñado con ellos al ver y al vivir en carne propia sus humanidades. Me cuestionaba en si permitir que la historia siguiera como iba, o si debía intervenir...



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