𝗩𝗘𝗜𝗡𝗧𝗜𝗨𝗡𝗢

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꒰ ❝VEINTIUNAVO CAPITULO❞ ꒱

—¡Vamos!

Lailah, Draco, Harry, Ron y Hermione echaron a correr de vuelta a la extensión de pared donde la Sala de los Menesteres esperaba recibir las órdenes del siguiente que entrase.

«Necesito el lugar donde se esconde todo», rogó Draco en el interior de su cabeza una vez se acercó a la pared, y la puerta se materializó una vez que pasó tres veces por delante.

El furor de la batalla murió en el momento que cruzaron el umbral y cerraron la puerta tras ellos. Todo estaba en silencio. Estaban en un lugar del tamaño de una catedral con la apariencia de una ciudad, sus altísimas paredes estaban cubiertas de objetos escondidos por miles de estudiantes hacía mucho tiempo.

—No extrañaba este lugar. —Confesó Lailah en un murmuro, recordando los difíciles momentos que tuvo que pasar mientras intentaba convencer a Draco de no matar al director Dumbledore.

—¿Y no se dio cuenta de que cualquiera podía entrar aquí? —Preguntó Ron, y su voz resonó en el silencio.

—Creyó que era el único capaz de hacerlo —Repuso Harry—. Pero, desgraciadamente para él, yo también necesité esconder una cosa en mi época de...

—Por aquí —Indicaba Lailah, guiando a los demás con rapidez, no quería derrochar tiempo—. Me parece que está cerca.

Pasó por delante del trol disecado y el armario evanescente que Draco había reparado el año anterior, pero se desorientó ante tantos callejones flanqueados por muros de chatarra; no recordaba muy bien por dónde tenía que ir...

—¡Accio diadema! —Gritó Hermione desesperada.

—Eso no funciona aquí —Le dijo Lailah, volviendo por sus pasos—. Draco, ¿puedes ponerte frente al armario?

—¿Para qué?

—Necesito orientarme.

—Creí que era Draco quien sabía dónde estaba la diadema. —Habló Ron, buscando por su alrededor.

Ninguno de los dos le dio una respuesta.

—¿Y cómo es que conoces este lugar? Nunca te ví antes en Hogwarts.

Lailah ni siquiera volteó a mirar al pelirrojo, quien se sintió ofendido por la actitud de la chica. Creía que había algo raro en ella. Cuando Draco se colocó frente al armario ella se puso en el lugar que solía quedarse, sentada en suelo mirando hacia su derecha, le gustaba mirar hacia ese lugar porque era el lugar donde Lilith nunca aparecía.

—¿Nos dirás tu nombre al menos? —Volvía a hablar Ron.

—Soy Lailah. —Le respondió con desinterés, levantándose.

Había encontrado el lugar que solía inspeccionar. Recordaba, en una ocasión, haber visto aquella diadema que tanto llamó su atención. Se adentró con más profundidad en el laberinto, buscando objetos que reconocía de sus anteriores viajes. La respiración le retumbaba en sus oídos, y su misma alma parecía temblar.

Eran experiencias totalmente nuevas para Lailah; estar allí, presente, ayudando a detener una guerra. Casi no podía creerlo.

Entonces se detuvo en seco, ahí estaba, justo enfrente. El viejo armario con la superficie llena de ampollas y, arriba de todo, el picado brujo de piedra que llevaba un viejo sombrero polvoriento y lo que parecía ser una antigua diadema opaca.

Lailah sintió a Draco acercarse por detrás, se quedó a su lado mientras la observaba.

—¿Sigues desorientada o...? —Sin embargo, al notar que los ojos morados de la chica estaban puestos en un lugar fijo, dirigió su mirada hacia el lugar, entonces lo vio—. La diadema, está allí.

El chico se apresuró en agarrar el accesorio, tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar lo alto del armario pero finalmente estuvo en sus manos. Se había quedado inmóvil, observando con detalle la diadema. Lailah también se acerco. Al examinarla de cerca vio las minúsculas palabras que tenía grabadas: «Una inteligencia sin límites es el mayor tesoro de los hombres».

—Es hermosa, ¿no lo crees? —Murmuró Draco, desviando la mirada hacia la chica.

—Sí, pero también es peligrosa —Le recordó—. Debemos destruirla, más pronto mejor.

—Harry... —Dijo Hermione detrás de ellos, ofreciéndole al chico uno de los colmillos de basilisco que recolectaron en la Cámara se los Secretos.

—No —Interrumpio Lailah, alargando la mano—. Tiene que hacerlo Draco, Hermione.

—¿Y por qué él? —Preguntó Ron sin entender—. Fuiste tú quién encontró la diadema.

No fue necesario que la chica dijera algo al respecto, observó al pelirrojo con una mirada que Draco nunca antes había visto en ella. Entonces Ron murmuró algo para si mismo y desvío la mirada; nadie más cuestionó las decisiones de Lailah.

La castaña con cabello enmarañado se acercó y le entregó el colmillo a Draco, quien estaba igual de confundido que los demás pero prefirió no decir nada, no sabía porque era tan importante para Lailah que fuera él quién destruyera la diadema, pero no iba a negar que tenía la necesidad de hacerlo. Aceptó el colmillo pero no hizo nada, no estaba seguro.

Busco el consentimiento en los ojos violeta de Lailah, aquellos que tanto le gustaban. Entonces, cuando la chcia asintió y lo ánimo, volvió a centrarse en ambos objetos que tenía en sus manos y sin pensarlo más, enterró el colmillo en la diadema, justo en el centro del zafiro azul.

Todos se asombraron cuando una sustancia como sangre, oscura y alquitranada, comenzó a emanar de la diadema. De repente Draco la sintió vibrar con violencia, después romperse entre sus manos, y al hacerlo, les pareció oír un débil y distante grito de dolor, resonando no sólo en la Sala de Menesteres, ai no en el objeto que acababa de fragmentarse entre sus dedos.

—Ya está.

—Eso significa que si atrapamos a la serpiente...

—Podremos acabar con Voldemort.

Dejaron los restos de la diadema junto a una pila de objetos abandonas y antes de salir de la sala, Draco le agradeció a Lailah en un murmuro y agarró su mano para ir uno al lado del otro. Sus corazones latían contra sus pechos, y no solo por el hecho de que sus manos estuvieran agarradas, si no porque estaban terminando con lord Voldemort; eran parte clave de la guerra.

Un gran número de enormes explosiones sacudió el castillo en el momento que la puerta desapareció tras sus espaldas, una gran cabalgata de figuras transparentes pasó galopando en sus caballos, con las cabezas gritando con sed de sangre bajo sus brazos. La batalla todavía tenía lugar a su alrededor y se podían escuchar gritos a cada segundo, el pánico invadía la escuela.

—¿Dónde está Ginny? —Dijo entonces Harry bruscamente—. Estaba aquí. Se suponía que tenía que volver a la Sala de los Menesteres.

—Digo que vayamos a buscarla y luego...

Pero Ron se interrumpió cuando gritos y alaridos y los inconfundibles sonidos de duelos llenaron el pasillo.

Lailah miró alrededor y su corazón pareció fallar, una horrible sensación recorrió su cuerpo y se agarró con fuerza al brazo del rubio. Los mortífagos habían entrado en Hogwarts.

—Traquila —Le decía Draco contra su oreja—. Estaremos bien.

Aparecidos de la nada, Fred y Percy Weasley acababan de doblar por un pasillo, ambos estaban peleando contra hombres enmascarados y vestidos con capuchas.

Harry, Ron y Hermione corrieron para ayudarlos pero Lailah fue más rápida, se había dejado llevar por la adrenalina del momento y se adelantó unos pasos. Separando sus brazos con un movimiento brusco y preciso extrajo toda el agua que estaba contenida en el cuerpo de los hombres, quienes parecieron quedar inmóviles, disecados, murieron al instante en el que Lailah movió los brazos. Los cuerpos cayeron con un sonido seco y todas las miradas se voltearon hacia la chica, estaban asombrados y aterrados a la vez.

—Eso fue...

—Asombroso. —Dijo Fred, acercándose.

—Nunca había visto algo parecido —Decia Hermione con estupor—. No sabía de brujas que pudieran controlar un elemento sin varita.

—Eso es porque no soy una bruja, Hermione. De hecho...

Pero antes de que pueda seguir, se produjo una fuerte explosión. En cuestión de una milésima de segundo, cuando ya creía tener controlado el peligro, volvieron a estar indefensos.

Pero Lailah era un ángel guardián, ahora de carne y hueso, había sido entrenada para evitar peligros, para reaccionar antes de los humanos y salvar las situaciones insalvables. Sis instintos seguían intactos y se dejó llevar por ellos, después de todo sólo habían pasado unas horas desde que sus alas habían sido arrebatadas.

Fue como si el tiempo, a los ojos de la rubia, se hubiera detenido. Sus extremidades se movían de forma automática, no tenía necesidad de pensar en sus acciones. El techo se estaba derrumbando sobre ellos. Lailah trasladaba con minuciosidad el agua que había extraído de los mortifagos tan solo segundos atrás, manipuló las células de tal forma que la masa se multiplicó y creo una gran barrera de agua sobre ellos. Suficiente para frenar a los escombros de caer sobre el grupo.

El tiempo pareció volver a la normalidad, el bullicio golpeaba con fuerza sus tímpanos, sus piernas estaban flectadas y concentraba todas sus fuerzas en mantener la barrera firme, pero sus brazos tiritaban y el esfuerzo no tardaría en ganarle. No tenía la fuerza de antes, estaba debilitada.

—¡Salgan! ¡Ahora! —Les gritó Lailah para que salieran del trance en el que se encontraban—. ¡No puedo mantenerlo por mucho tiempo!

Sus pies comenzaban a resbalar lentamente por el suelo y sus rodillas chocaron contra ella, la barrera había bajado unos centímetros y rozó el cabello de Fred. Pronto iba a ceder.

—Rapido Ron. —Escuchaba que decía Hermione, apresurando a quienes seguían bajo ella.

Se movían con dificultad entre los escombros y el polvo, y cuando finalmente todos se encontraron a salvo Lailah lanzó la barrera por el gran agujero que había formado la explosión y la dejo caer en los terrenos del castillo, esperando que con suerte acabará con otros mortifagos.

No supo con exactitud cómo, pero se encontraba en los brazos de Draco, siendo abrazada con angustia. Ya no tenía los privilegios de un ángel, sólo era una simple humana que no tenía la energía suficiente para aguantar lo sobrenatural. Se había sobrepasado, estaba débil.

—Eso nos hubiera matado —Soltó Fred, observando a su alrededor—. Nos salvaste, desconocida con ojos violeta, ¿cómo podemos agradecerte?

—Bueno —Comenzó a decir mientras se apoyaba de Draco para mantenerse de pie—, si tuvieran un Filtro Vigorizante en sus bolsillos sería de mucha ayuda.

Aunque en realidad no esperaba que alguno tuviera una variedad de pociones a la mano.

—¿Te sientes muy mal? Deberíamos irnos, tu aspecto es horrible —Draco parecía muy preocupado—. Fue una mala idea venir, no estás en las condiciones de...

—Estoy bien, te lo prometo —Lo interrumpió—. Sólo necesito recomponer las energías.

Sin embargo aún se encontraban en medio de una batalla. Un cuerpo cayó pasando por el hueco que había a un lado y las maldiciones volaron hacia ellos desde la oscuridad, golpeando la pared tras sus cabezas.

—¡Al suelo! —Gritó Harry, mientras más maldiciones volaban a través de la noche.

Draco agarró a Lailah y la puso detrás de su cuerpo, para luego tirarse al suelo, manteniendola a salvo en todo momento. Hermione chilló a un lado, y nadie necesitó preguntar por qué. Una monstruosa araña estaba intentando escalar a través del enorme agujero en la pared.

Ron y Harry gritaron juntos, sus hechizos chocaron y el monstruo voló hacia atrás desapareciendo en la oscuridad, con las patas sacudiéndose horriblemente.

—¡Ha traído amigos! —Gritó Fres a los demás, mirando sobre el borde del castillo a través del agujero que las maldiciones habían hecho en la pared.

Más arañas gigantes estaban trepando por el lateral del edificio liberadas del Bosque Prohibido, en el que los motifagos debían haber penetrado. Draco lanzó Hechizos Aturdidores sobre ellas, tirando al primer monstruo encima de sus compañeros, por lo que rodaron nuevamente fuera del edificio y se perdieron de vista.

Entonces llegaron más maldiciones volando por encima de la cabeza de Lailah, tan cerca que sintió que su estela le movía el pelo.

—¡Vámonos, ahora!

Empujando a Lailah delante de él, Draco iba agachado para esquivar las maldiciones que volaban hacia ellos desde los jardines. Se dirigieron al corredor que ahora estaba lleno de polvo, mampostería que se desmoronaba y cristales que hacía tiempo habían caído de las ventanas, vio a mucha gente corriendo de un lado a otro, aunque no podría asegurar si eran amigos o enemigos.

Al doblar la esquina, cuando ya se encontraban a salvo de las maldiciones, Percy soltó un rugido como el de un toro:

—¡ROOKWOOD! —Y corrió en dirección a un hombre alto que estaba persiguiendo a una pareja de estudiantes.

—¡Harry, aquí dentro! —Gritó Hermione.

Lailah, Draco, Harry, Ron, Hermione y Fred se arrastraron hasta llegar detrás de un tapiz.

—Debes descubrir donde está Voldemort —La castaña le hablaba a Harry—, porque tendrá la serpiente con él, ¿no es verdad? ¡Hazlo Harry... mira dentro de él!

—¿A qué te refieres con mirar dentro de él?

Quiso saber Draco, que se encontraba con el ceño fruncido. Pero Harry ya había cerrado los ojos ante la orden, y enseguida, los gritos, los estallidos y los demás ruidos discordantes de la batalla se apagaron hasta hacerse distantes, como si estuviera lejos, muy lejos de ellos...

Con un suspiro, luego de largos minutos en silencio, Harry abrió los ojos.

—Está en la Casa de los Gritos. La serpiente está con él y tiene alguna clase de protección mágica alrededor; acaba de enviar a Lucius Malfoy a buscar a Snape.

Draco, sin evitarlo, mostró una mueca de disgusto.

—¿Voldemort está sentado en la Casa de los Gritos? —Dijo Hermione ultrajada—¿No... ni siquiera está peleando?

—No cree que necesite pelear —Dijo Harry—. Cree que voy a ir a por él.

—¿Por qué?

—Sabe que voy detrás de los Horrocruxes... está reteniendo a Nagini cerca de él... obviamente voy a tener que ir hasta él para acercarme a esa cosa...

—Esta bien —Dijo Ron, cuadrando los hombros—. Entonces no puedes ir, eso es lo que él quiere, lo que está esperando. Quédate aquí y cuida de Hermione, y yo iré y la conseguiré...

Harry atajó a Ron—. Ustedes dos se quedan aquí, yo iré bajo la capa y volveré tan pronto como...

—No —Dijo Hermione—, tiene mucho más sentido si yo agarro la capa y...

—Ni lo pienses. —Le gruñó Ron.

Antes de que Hermione pudiera llegar más lejos de, “Ron, yo soy tan capaz...” Lailah se derrumbó en el pecho de Draco. Su piel estaba pálida y sangre brotaba de uno de sus orificios nasales, parecía costarle trabajo mantener los párpados abiertos.

—¡LAILAH!

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