27. Espada sagrada

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Raguel, Mayo y Andrei me seguían escaleras abajo, hacia el subsuelo. Las hileras de estantes de libros, estaban rodeadas por la muchedumbre. Los ángeles me reconocieron al verme, así que intercambiaron saludos con nosotros a medida que avanzábamos. La biblioteca nunca había estado tan llena. Pero los ángeles que estaban allí, no estaban para leer libros. Llegamos al final de aquella biblioteca, la enorme puerta estaba abierta de par en par, dentro se hallaba mi padre en compañía del arcángel Miguel.

No nos atrevimos a atravesar aquella puerta, ya que mi padre parecía concentrado leyendo un libro que se encontraba sobre un altar. Los cuatro, al ver aquellas páginas doradas, que irradiaban una luz etérea, sentimos, la pureza y lo sagrado de él. Ese libro no pertenecía a la tierra, lo entendí de inmediato, su esencia, era propia del Empíreo.

— ¿Ese es el libro que hizo que Amanda perdiera la conciencia? — preguntó Andrei, mirando aquella escena.

— Ese es uno de los libros sagrados de Dios — informó Raguel —. Si Amanda no tuviera parte de sangre de ángel, seguramente hubiera muerto en su presencia.

Lo entendía perfectamente, yo incluso, que en mi sangre imperaba más de ángel que de humano, podía sentir como mi parte terrenal se descomponía ante esa presencia absoluta.

— ¿Qué va a hacer con ese libro? — preguntó Andrei.

— Es el libro de las fronteras — le expliqué yo, ya que tenía cierto conocimiento al ser el hijo del escribano divino —. Con él, es capaz de abrir puertas a cualquier lugar.

— ¿Incluso al infierno? — preguntó Mayo.

— Incluso al infierno — le respondí. Ella miró seriamente hacia mi padre y Miguel. El arcángel se mantenía en silencio, esperando a que mi progenitor terminara con su recitación.

Supimos que Vretriel terminó su lectura, cuando una potente explosión de luz se hizo notar frente a mi padre y al libro. Debí taparme los ojos con el brazo, ya que sentí que aquel deslumbro sería capaz de freírme las retinas.

La luz, de apoco, fue menguando, y, en su lugar, el brillo fue apagándose en sombras, y la sensación sagrada, fue reemplazada por un tufo a azufre y muerte.

Una enorme puerta negra, de algún material metálico, apareció donde había sido la explosión de luz.

Era la puerta al infierno.

Lo supe al sólo verla, su aspecto era macabro. Mis amigos también lo notaron, ya que su naturaleza ángel sintió el repentino rechazo a aquellas sombras. Y nosotros no fuimos los únicos, cada ángel que estaba en aquella sala, todos hicieron mutis repentino. Lo presentían, presentían el infierno próximo. Cada uno de ellos, fueron acercándose a la entrada de la pequeña sala.

— Fórmense, mi legión — ordenó el arcángel Miguel, y los hombres y mujeres santos comenzaron a formarse en hileras, que estas a su vez formaban triángulos. Tenían sus propias formaciones, perfectamente coordinadas. Comenzaron a invocar sus espadas sagradas, y a elevar las alas blancas de sus espaldas. Estaban preparándose para la batalla.

Miguel hizo sus manos dos puños, y con luz que desprendió de sus dedos, una larga espada blanca se invocó ante él. Su empuñadura era dorada, con hermosos gravados sagrados. La blandió ágilmente y la envainó a su costado.

Mis ojos se enfocaron en aquella espada. Sentí envía y disgusto. Sentimientos que un ser como yo no debería sentir. Pero, mi parte humana se resentía en estas situaciones.

Lo había intentado durante toda mi vida, había intentado sentir el icor en mí, mi parte santa, en causarla, hacerme de ella, pero nunca pude, nunca pude invocar una espada sagrada.

La espada sagrada sólo era capaz de ser invocada por los ángeles más puros y fuertes, pero yo, siendo mestizo con una madre humana, nunca podría aspirar a invocar un arma como aquellos seres perfectos. Si hubiera podido, el arcángel seguramente me recibiría en su legión. Pero no, yo debía quedarme de este lado, viendo como traspasarían el portal sin problemas e irían por Amanda.

Era un ángel fallado, incompleto, por eso nunca pude proteger a Amanda, por eso me la habían arrebatado.

Mi padre se quedó a un lado del libro, sin invocar una espada tampoco. Él al no ser un ángel guerrero, tampoco tenía espada sagrada. Su lugar era entre los libros sagrados.

Mi padre, leyó algo más de aquel libro sagrado, y, con sus palabras, las puertas del infierno se abrieron de par en par. El crujido que hicieron al girar, fue similar al chillido de una arpía, era escabroso, y la esencia macabra que provenía de su interior, me colocaba los pelos de punta.

Los ángeles que formaban la legión, hicieron una reverencia al entender que ya era hora, y fueron atravesando la puerta, con las indicaciones de Miguel.

— Ten la puerta lista para nuestro regreso — le indicó el arcángel.

— Estaré aquí hasta que vuelvan cada uno de ustedes — prometió mi padre. Y con eso dicho, el arcángel atravesó último aquel portal. Su imagen se perdió en el interior de una bruma negra que lo envolvió como si fueran garras vivas.

Los cuatro nos quedamos inmóviles, mirando hacia aquella puerta abierta. Estaba allí, ante mis ojos, sólo tenía que dar unos pasos y me adentraría al infierno. Pero, no pude moverme.

La puerta, comenzó a cerrarse por sí sola, y se selló. No volvería a ser abierta, no hasta que mi padre así lo decidiera.

Entrecerré los ojos, en un signo de frustración. Podrían pasar varias horas, incluso días hasta que sus hojas vuelvan a abrirse.

— No te preocupes, Chris — dijo mi padre, caminando hacia mí, colocó su mano sobre mi hombro, en un signo de consuelo. Pues, se había percatado de mi expresión afligida —. Ellos la traerán de vuelta — aseguró y volteó a ver a aquella puerta.

— Sí... — dije no muy convencido de eso. Sabía que tenía que confiar en los ángeles superiores, ellos eran mucho más poderosos e inteligentes que nosotros, pero no podía... no podía esperar que alguien más fuera por Amanda mientras yo me quedaba aquí. Y sin ser capaz de demostrarle a mi padre, más expresiones de descontento, salí de la sala. Andrei me siguió por detrás. Mayo y Raguel se quedaron junto a mi padre, algo curiosos por la puerta y el libro.

— Si tan sólo yo también tuviera una espada sagrada... — me quejé conmigo mismo.

— Ningún nefilim nunca pudo invocar una — me recordó mi amigo —. No te sientas mal por eso.

— Es imposible no hacerlo cuando la vida de nuestra amiga corre peligro y no podemos hacer nada para ayudarla.

— Ah, ah — dijo Andrei —. Sí podemos hacer algo, pero a nuestro modo — dijo y sacó cuatro papeles plastificados de su bolsillo. Justo en ese momento llegaban Mayo y Raguel.

— ¿Qué es eso que tienen ahí? — preguntó Raguel.

— Shhh — le chistó Andrei, instándolo a guardar silencio.

Luego de comprobar que mi padre no nos había escuchado, nos repartió una de esas hojas a cada uno de nosotros.

— Un boleto de avión a Islandia — dije, al leer la información allí impresa.

— Ajá, así que apúrense, que, si seguimos perdiendo el tiempo, no llegaremos a tomar el vuelo.

Me reí y lo abracé por el cuello, rodeándole los hombros con mi brazo. No sabía de dónde había sacado el dinero, pero le estaría eternamente agradecido.  

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