La Chica de las Nieves

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La pequeña Sofía, mejor conocida como la chica de las Nieves.

Su piel fantasmal no pasaba por desapercibida, contrastaba con sus labios rojos y sus ojos de un color marrón oscuro. Su pupila se perdía entre el color de su iris.

Callada y sin sentimientos aparentaba ser la muñeca de porcelana.

Vagaba por las calles todas las noches, distraída y sumida en sus pensamientos, siempre tarareaba alguna canción mientras caminaba mirando hacia las estrellas, éstas se reflejaban en sus ojos negros como la noche.

Sofía apenas tenía 8 años y convivía con unos padres adictos a las drogas y que, de paso, no se ocupaban de cuidarla.

Maduró a una edad temprana, ya que se tenía que valer por ella misma, hasta trabajaba para conseguir las drogas que sus padres consumían para que no atormentaran a golpes. De allí su expresión neutra ante cualquier cosa, contenía sus emociones y se convirtió en una criatura frágil inexpresiva.

Todas las noches los vecinos que se asomaban por las ventanas escuchaban el cantar de Sofía mientras su mirada estaba fija en el cielo. Era como un pequeño espectro que paseaba a altas horas de la madrugada.

Siempre con su vestido rojo, su único y favorito.
Con un gran lazo rosa agujereado atado a su cintura que se podía observar cuando estaba de espaldas.
Incluso en invierno lo usaba.

El frío era insoportable, pero ella no tenía nada más con qué cubrirse y la gente no era lo suficientemente amigable para cederle un abrigo en las heladas de la estación, con el tiempo se acostumbró a permanecer así bajo las bajas temperaturas. Dejando que sus pocas fuerzas por diversas enfermedades contraídas acabaran despacio con ella.

Su vestido estaba muy desgastado, ya pasaron 2 años, se quedaba pequeño y gracioso en su cuerpo en etapa de crecimiento.

Andaba descalza y descuidada sin expresión alguna, su tararear se escuchaba todavía, pero no con la misma intensidad de antes.

Una noche sorprendió al vecindario una gran nevada en invierno, la voz de Sofía inundaba las calles vacías.

Poco a poco, la canción que cantaba dejó de sonar, y un muchacho adolescente se asomó por la ventana, extrañado por el cesar de las canciones que cada noche alcanzaban sus oídos. No podía haber acabado ya la melodía.

Las bisagras hacían un ruido extraño y era costosa la tarea de ver lo que sucedía, la ventana estaba completamente helada.

Cuando consiguió abrir lo suficiente para asomar la cabeza, se encontró con la pequeña.

Acostada sobre la nieve, con los labios blancos y agrietados entreabiertos, y su vestido rojo, Sofía miraba al chico que la observaba desde lo alto.

Corrió hacia abajo con un abrigo en sus manos para arropar el cuerpo helado, pero cuando llegó, la joven tenía la mirada fija en el firmamento y exhalaba por última vez mientras la nieve caía sobre su cuerpo inerte.
Él mismo le dio sepultura, porque era el único que demostró algo de afecto por la figura muerta.

El pueblo se vio conmocionado con la pérdida, aunque no hizo nada por ayudarla.

Sus padres nunca supieron nada, se encontraban casi siempre en su casa con una botella de alcohol y sus preciadas drogas, no se preguntaron sobre la desaparición de su hija y conseguían lo que necesitaban a base del robo.

No era lo mismo sin Sofía, las noches eran silenciosas sin sus canciones, tristes.

Las calles a las horas que ella pasaba siempre estaban vacías, la gente se encontraba en sus casas cuando ella pasaba junto a las viviendas.

Pero no se quedaron del todo sin ella, tiempo después, cada noche de invierno La Chica de las Nieves aparecía.

Su canto se escuchaba lejano y a la vez muy cerca, tocaba las ventanas de los vecinos con unos suaves golpes.

El miedo se apoderaba del pueblo Bismarck, nadie se atrevía a abrir sus ventanas.
Aunque llegó el día en el que un viejo señor mayor de mala memoria abrió una para que el aire fresco nocturno ventilara su habitación.

Una fuerza sobrenatural le obligaba a salir fuera, costosamente llegó a parar a las calles por su elevada edad.

Se sentía confuso, y una melodía volvió a sonar.

Se acostó entre la blanca nieve y quedó dormido, cayendo rendido en los brazos de Morfeo.

Al día siguiente, se anunció su muerte.

Por desgracia no sería el último en caer en el juego de La Chica de las Nieves.

Corre, se acerca el invierno, cierra tu ventana si no deseas una gélida muerte bajo su canto.

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