La noche más oscura (+18)

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BattleOfKing s

Era una lúgubre noche, oscura y sin fin.

La calle carecía de luz mientras Gregorio permanecía en su casa solo sin compañía.

Miraba por la ventana, su respiración empañaba el cristal de tanto que se pegaba a él.
Su mirada penetrante permanecía fija en la oscuridad.
La mirada de un loco demente que tan siquiera parpadeaba.

—Yo... ¿Loco? ¡Mienten!¡Mienten!¡Mienten!— gritaba en la soledad golpeándose la cabeza contra la ventana de su habitación.

Tan fuertes eran los impactos que el cristal llegó a resquebrajarse y algunos trozos rotos quedaron incrustados en su nuca.

—Mentirosos... son unos mentirosos... ¡Los mataré a todos!¡Pecadores!— reía para sí mismo y llevaba sus dedos hacia el lugar de donde brotaba la sangre para luego chupárselos con ímpetu.

Su lengua lamía frenéticamente, y cuando hubo terminado, Gregorio comenzó a rascarse los brazos apoyado de espaldas al cristal, aumentó la velocidad, sus uñas se clavaron en su carne y el color escarlata teñía su piel.

—No saben nada... ¿A que sí Dios mío todopoderoso? Todo es para ti, para ti gran Señor, castigaré a esos pecadores inmundos y sucios de palabras huecas y lengua larga.

Se levantó y se dirigió directo a la cocina, corriendo por los pasillos de su casa y tocando las paredes manchándolas de los restos que quedaban de su sangre en sus manos.

Sus ojos abiertos como platos estaban a la caza de un gran cuchillo carnicero, merodeaban por la cocina en busca del mejor de todos para realizar la tarea.

Rebuscó entre los cajones causando un caos y tirando cachivaches por toda la sala.

Consiguió lo que estaba buscando, un gran cuchillo de punta fina, muy afilada y dispuesta para matar.

—JÁ, se viene, se viene, se viene. El placer de la carne desmenuzada.... sacrificios para el Señor de los Cielos para ganarme la vida eterna, ¡muerte a los pecadores! ¡Que mueran por no creer en ti mi querido Mesías! Si no querían someterse a ti por las buenas, lo harán por las malas.— La punta del cuchillo acabó en la lengua de Gregorio, partiéndola en dos.

Disfrutaba del sabor a metal en su boca, lo saboreaba con gran furor.
Su lengua parecía la de una serpiente, una maldita cobra venenosa corrupta por el demonio lista para el ataque.

El cuchillo pasó por su rostro, la fina punta se clavaba ocasionándole cortes profundos.

—De maravilla, ¡un corte relativamente perfecto! —sus locos ojos brillaban de la emoción y la euforia del momento.

La hora de la masacre ya había llegado.
Las manecillas del reloj daban las 21:00 y el pajarito de madera salió de su caseta para cantar la hora.

Gregorio se acercó y le cortó la cabeza con rabia.

—Ya me tenías cansado, duerme eternamente pajarito lindo y hermoso, descansa con Dios.

Cogió una chaqueta negra con capucha colgada en una percha junto a la puerta principal y salió de casa.

Andaba a paso rápido por las oscuras calles.
El pueblo era tranquilo, por lo cual, la gente no solía estar fuera a altas horas de la noche aunque no fuera demasiado tarde.

Su chaqueta se fundía con la noche, la capucha tapaba su rostro y su enorme alegría llena de malicia y locura.

Su euforia iba en aumento, estaba cerca, sus pasos se volvieron más rápidos y no pudo contenerse a saltar varias veces de emoción.

Muy poco quedaba.

Más cerca.

Más.

Más.

Más.

—¡MÁS CERCA, MUUUUCHO MÁS! —corrió el último tramo que le separaba a él del instituto en las solitarias calles.

Su respiración agitada era evidente, así que a las puertas del lugar dio una gran bocanada de aire y entró.

Ya estaba allí, quedaba menos para saborear la gloria.

Recorría los pasillos del instituto vacío, menos una única aula que no lo estaba.
En la que él debía estar en este mismo instante presente.

Paró en seco cuando distinguió una luz, caminó tranquilamente luciendo una gran sonrisa hacia el aula.

—Por fin, el Paraíso se acerca, mi Amo Salvador, todo será tuyo... y la vida eterna mía.

Sus manos ya estaban en el picaporte y se introdujo en el aula.

Los niños miraban expectantes a su profesor de Religión, preguntándose el por qué de su tardanza y qué hacían allí a la hora de dormir observando la sonrisa de Gregorio mientras los padres esperaban afuera a que terminara la charla educativa, únicamente organizada para sus hijos.

Gregorio, por su parte, observaba a las almas pecadoras maquinando planes en su desbocaba y aterradora mente.

—¡Bienvenidos sean queridos alumnos! ¡Gracias a todos por venir a la charla sobre la asignatura de Religión! Adoro contar con todos vosotros. — Cerró con su llave la puerta.

Su habla era extraña, le costaba pronunciar las palabras en un lenguaje que se entendiera decentemente, su lengua flaqueaba en aquellos momentos.

Los alumnos se removían incómodos en sus asientos mientras su loco profesor deducía la razón de la repentina reacción de los niños.

—No os preocupéis, cierro la puerta para que nadie nos moleste, y para que Dios se quede entre nosotros protegiéndonos a todos juntos, el Mesías nos une aquí, como a hermanos de una misma sangre...la que corre por nuestras venas.

Pero, no solo les preocupaba la puerta cerrada, sino también la cara ensangrentada de su profesor.

Un alumno levantó una mano temblorosa y Gregorio le cedió la palabra:

—Pro-profesor...¿le ha pasado algo en la cara?

—¡¿A mí?! ¡Oh! Tranquilo, solo fueron arañazos de mi gato.— Fue a cerrar las persianas de las ventanas y se puso de espaldas al público presente sacando el cuchillo de su chaqueta.—¡¡¡¡Es hora de empezar la charla!!!!

Los 20 pares de ojos vislumbraban el gran cuchillo con terror, los chillidos inundaban la sala, pero nunca llegarían a oídos de los padres ausentes esperando a que termine la lección en sus vehículos o junto a la puerta del centro charlando entre sí.

—¡¡Está loco!! ¡¿Qué va a hacer?! ¡¡No nos mate por favor!!—gritaba una niña que estaba inundaba por las lágrimas y el miedo, temblaba como una fina hoja de un árbol contra el viento.

—¿Loco? ¡¿Loco?! ¡LOOOOOCO! ¡¡¡Los locos sois vosotros!!! ¡Pecadores, ateos!— Gregorio estaba furioso, de nuevo esa palabra que le incitaba a matar.—¡Os entregaré a Dios como ofrenda, mi pequeño regalo, mi sacrifico!

Una rápida cuchillada cortó el cuello de la joven, que caía de rodillas agarrándose el lugar por donde la sangre salía a borbotones, miraba a Gregorio con sorpresa en su mirada, estupor.

Una de veinte.

La sala era una melodía de jadeos, gritos, ruegos, lloros y clemencias, y sobre todo de plegarias hacia Dios que Gregorio detestaba.
Ellos no eran dignos para hablarle a su Señor todopoderoso.

El tiempo corría, y solo quedaba un único niño arrinconado en una esquina del aula, aterrorizado y cubierto por el sudor frío, Gregorio se acercó a él mirándole con ternura, era su alumno favorito.

—Ojalá tú vayas con Dios.— Dicho esto, el grito del chico fue callado por la incrustación del cuchillo carnicero en su boca, cavando en su garganta hasta despedazarla y posteriormente sacándolo para introducirlo en su pecho y sacarle el corazón.

Gregorio estaba en un estado de éxtasis, ya había cumplido.

—¡Aquí tienes mi sacrifico, por los pecadores mal nacidos! ¡Este corazón ya no late gracias a mi fugaz entrega a ti! — Se llevó el corazón a su boca y sus dientes masticaron la carne ensangrentada del fresco y joven órgano.

La sangre pintaba la sala, parecía estar todo hecho para una película aterradora, cuerpos despedazados esparcidos por los diferentes ángulos del aula adornaban la escena.

—Y ahora Señor mío, mi Guía, mi Luz, mi Salvador, dame la vida eterna, a tu lado mi Amo, mi Creador—abrió una de las ventanas y su mirada se centró en el cielo.— Entrégame mi recompensa.

Gregorio se tiró al vacío, siendo aplastado contra el duro suelo.

Palabras: 1320.

Gracias a todos por el apoyo, me honra deciros que...
¡HEMOS GANADO!
Después de un duro camino lo hemos logrado.

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