Música para Javier (+16)

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El demente e infeliz Javier Pérez vivía en su casa aislada del pueblo, era un lugar oculto entre los grandes árboles del bosque.

Vivía con su aprendiz, Javier tuvo un tiempo dorado como músico y a pesar de haber recaído y convertirse en un don nadie, todavía quedaban personas que admiraban su trabajo.

Y uno de ellos tuvo la fortuna, o la desgracia, de poder aprender de él.

Edgar era un joven de 20 años que amaba la música, y admiraba mucho a este hombre.

Su forma de acariciar las teclas del piano le fascinaban, su manera de profanar el silencio de todas las salas de la casa y llenarlas de armonía dejaba a Edgar en un limbo que deseaba que nunca cesase.

Todo era maravilloso para el aprendiz, tanto el talento de Javier, como vivir en aquella casa.

Los días pasaban, y cuando era la hora de dormir la melodía del piano no dejaba descanso alguno.

Cada noche el volumen fue subiendo, hasta que alcanzó una velocidad frenética y un sonido feroz.

Edgar bajaba las escaleras, no podía pegar ojo y su cabeza dolía.

Mientras lo hacía, sus pisadas se escuchaban por el crujir de la madera vieja.

Paró.

La música paró, y Edgar sentía un frío que abrazaba su cuerpo.

Esto no le daba buenas vibraciones, pero prosiguió en su tarea de bajar las escaleras a pesar de que sus piernas temblaban y le costaba mantenerse en pie.

Llegó al salón de la casa, las luces estaban apagadas, caminó hasta el piano y después su vista recorrió toda la sala.
Javier no estaba, supuso que ya se fue a su habitación a dormir y dio media vuelta para dirigirse a descansar.

Pero no llegó nunca a pisar tan siquiera un tramo de la escalera ni a salir de aquella sala.

Un grito atroz se hizo oír por toda la casa acompañado de la risa del chiflado Javier mientras sacaba el hacha de la pierna de su aprendiz teñida de rojo y que dejaba una gran abertura en el muslo izquierdo del muchacho.

Edgar cayó al suelo, lograba visualizar únicamente la sombra de su mentor con el arma en mano.

Intentó arrastrarse, las lágrimas caían sobre su rostro, la desesperación y el miedo no le dejaban pensar con claridad.

Lloraba, gritaba, suplicaba.

Javier clavaba su hacha en su otra pierna, ocasionado que se oyesen chillidos que desgarraban la garganta de la persona que le admiraba.

Y así prosiguió, cortando sus brazos, dedo a dedo, oreja a oreja,dejándolo sin lengua.

—Esta sinfonía calma mi ser atormentado— dijo Javier cerrando sus ojos y respirando profundamente.

Edgar seguía consciente, observando, deseando que nadie tuviera una muerte como la suya, prefería que hubiera acabado rápido con él y ahorrarle tanto sufrimiento.

Pero su opinión no contaba.

El hacha volvió a levantarse, cuando cayó se incrustó en el corazón de Edgar terminando con todo.

Su última lágrima solitaria resbalaba por su mejilla sucia.

La sinfonía de gritos daba a su fin.

Javier subió a su habitación dejando el cuerpo despedazado e inerte en su salón.

Recordaba aquella reciente y fresca melodía que fue su obra, una obra macabra e infernal, acostado en la cama con una gran y reluciente sonrisa.

Para LeyreBartra
-bianconera

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