Marcos

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“Cerrar la puerta, contar hasta diez, abrir y cerrar, una y otra vez”.

Dí otra vuelta alrededor de mi cuarto, me aseguré de que las cobijas de la cama estuvieran a la misma altura, que toda mi ropa estuviera bien acomodada y que el suelo estuviera limpio; estaba a punto de revisar de nuevo cuando tocaron a la puerta.

—¡Marcos! ¡Ya es tarde! —reclamó la voz de mi hermana al otro lado.

—¡Ya voy! —grité de vuelta y caminé hacia la puerta.

Abrí y revisé desde el marco que todo estuviera en orden, cerré la puerta, coloqué el seguro, le dí vuelta a la perilla para asegurarme que lo había hecho bien, comencé a caminar por el pasillo y volví a regresar solo para estar completamente seguro de que había cerrado.

"¿Qué tal? Me presento, soy Marcos Oliveira, tengo 17 años y estudio mi segundo año de preparatoria en este manicomio de ciudad.

Al ser recluida, esta ciudad y sus distintas colonias no tenían un nombre, o bueno, los letreros dicen que los tenían, pero eran tan antiguos que era prácticamente imposible leerlos, por lo cual cuando la gente llegó y vio la colonia situada a un lado de una colonia llena de pilas de basura, la nombró "Panteones".

—Marcos, ya es tarde —insistió mi hermana al verme mientras amarraba una bolsa de papel y la dejaba sobre la barra.

—No estaría aquí si fuera tarde, ya voy —respondí cortante mientras me  acercaba.

"Ella es Zoraya, mi nada querida hermana adoptiva, y es la firme prueba que tengo de que efectivamente éramos más de los chicos diferentes en esta ciudad; la adopté como mi hermana para evitar que nos separaran cuando por error ambos terminamos en la misma casa; conforme pasó el tiempo descubrimos que no fue una buena idea, ya que no nos soportamos mutuamente. Pero ya estamos aquí, no podemos hacer nada.

Por si te lo preguntaste, llegué aquí cuando tenía 7 años casi recién cumplidos, y fui diagnosticado con Trastorno Obsesivo-compulsivo o TOC"

Dejé la bolsa en la orilla de la barra mientras abría el refrigerador para sacar el plato de avena con frutas que me había preparado la noche anterior, me senté en la silla de la barra que estaba frente a mi hermana y comencé a desayunar en silencio mientras ella volvía a su cuarto a dormir; cuando terminé, lavé mis trastes, los sequé, los guardé y tomé mi almuerzo para guardarlo en mi mochila bajo el librero y salir de casa a paso lento.

La distribución de esta ciudad es peculiar, está dividida por zonas que al comienzo decían ser colonias y después, por cuestiones de extensión, se denominaron “sectores”. Hay un total de once sectores habitables y otros dos que están abandonados por Dios y por la vida; los baldíos, a un lado de mi sector, y las afueras, una zona al sur de la ciudad que separa a los sectores “Hospital” y “Periférico Norte”.

Yo vivo en la zona norte, y para ser una ciudad, esto está definitivamente mal planificado puesto que solo hay una escuela preparatoria y no hay Universidad, aunque también debo ser realista, por cómo está diseñada, con sus mallas de alambre rodeando cada edificio y sus paredes en la frontera bien podría pasar por una mezcla entre Chernóbil y los guetos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. Y no, no lo es, estamos al otro lado del mundo.”

Llegué a un alto edificio de paredes melocotón rodeado de una malla de alambre unos quince minutos después, suspiré con resignación y me adentré en este sosteniendo las correas de mi mochila; caminé por los pasillos llenos de casilleros encontré el mío y lo abrí, estaba igual de vacío como la había estado los últimos dos años, dentro solo había dos trapos y un bote de gel antibacterial.

Tomé el frasco y vacié un poco en uno de los trapos para comenzar a limpiar las paredes del casillero, primero abajo, luego derecha, izquierda, al fondo, arriba y de nuevo abajo; uso el otro trapo para secar y repetí el proceso con la puerta.

Tan pronto como finalicé mi tarea, miré a los cuadros de las losetas del suelo, inhalé profundamente, puse el pie en el cuadro inmediato asegurándome que quedara dentro de este en su totalidad y comencé a caminar.

“Uno, dos, tres, cuatro, cinco…” murmuraba mi mente a cada paso mientras seguía mi ya conocido trayecto, siempre viendo al suelo para seguir cada uno de los cuadros.

“Treinta y nueve, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, cuarenta y tres” me detuve y alcé la vista, a solo veintiún pasos más, una chica de brillante traje verde esmeralda revisaba su casillero, sonreí con tranquilidad y conté los pasos que me faltaban para llegar a su lado.

"Ella es Amelia, aunque ella no lo sabe, fuimos compañeros en secundaria, ella solía decir que yo era de sus mejores amigos, y ella era mi única amiga de hecho. Estoy bastante consciente de que actualmente no me soporta, sin embargo, no hay cosa que yo anhele más que estar con ella.

La había observado durante las primeras semanas de clase, siempre usaba el mismo conjunto, repetía la misma rutina al llegar y sus libros y cuadernos estaban acomodados siempre en el mismo orden. Mi ansiedad me hacía buscarla con desesperación, pero también debía admitir que mi razón no le discutía; parecía tener algunas compulsiones similares a las mías, tal vez era como yo, una de los diez primeros.

Por desgracia, siempre que me le acerco me aparta sin pensarlo, sé que para este punto mi dignidad y mi amor propio quedaron en lo más profundo del océano de la vergüenza, pero no me alejo porque confío en que algún día me dé una oportunidad y pueda charlar con ella".

—Hola Am —saludé recargándome en el casillero al lado de ella —¿Qué tal?

Ví cómo rodó los ojos fastidiada como siempre hacía cuando me acercaba, no pude evitar reír para mis adentros, era divertido ser fastidioso, a veces.

—Te dije que no me llamaras Am —respondió con un tono de fastidio que en cualquier otra circunstancia me hubiera asustado, pero con ella me divertía —¿Qué quieres?.

—Esa no es forma de hablarle a tu mejor amigo —devolví burlesco viendo como se molestaba cada vez más.

—Marcos, acéptalo, no eres mi mejor amigo, yo no tengo amigos —sentenció cortante, sus palabras clavándose directo en mi corazón.

“¿Eso es suficiente para que lo entiendas o de verdad necesitas humillarte más?”

—Todo el mundo necesita al menos un amigo —insistí derrotado.

“Nop, necesita humillarse más”.

—No me sermonees, para eso tenía a mi madre —reclamó mientras se recargaba en el casillero en una posición extrañamente parecida a la mía —¿Qué quieres?

“¡Efecto espejo!”

—Ahmm...

Gracias a mi corazón y mi obsesión emocionandose por una reverenda tontería, me quedé sin palabras para explicarme, así que opté por buscar en mi mochila  hasta dar con un estuche color mora y entregárselo.

—¡Oh! Mis lentes —exclamó Amelia tomando el estuche, un minúsculo atisbo de sonrisa se hacía presente en su rostro —Te debo una

—Sí, ¿te la puedo cobrar? —pregunté viendo mis manos con nerviosismo, no podía permitir que nuestra conversación fuera tan corta, ni que no hubiera más.

—Ajá

—Bueno, trabajas en la librería ¿no? —siempre he sido un auténtico tonto cuando de inventar excusas se trata, así que me aproveché de un trabajo para literatura que tengo pendiente.

—Sí, y no me gusta el rumbo que está tomando está conversación —respondió cruzándose de brazos.

—¡No te voy a pedir un descuento! —afirmé nervioso antes de morder mi labio mientras pensaba —Solo, ¿me puedes conseguir un libro?

—¿Y por qué no lo pides en la librería? —preguntó encarnando una ceja.

—Porque cuando fui no lo tenían y no me dieron la opción de apartarlo —analicé la oración y noté que era inverosímil, aunque para mí fortuna, cierta —Ahora que lo pienso, creo que la chica no me quería vender. Además tu trabajas en el almacén ¿no?

—Sí, y lo sabes por... —interrogó y yo me dí cuenta de que hablé de más.

Me muerdo la lengua mentalmente, mientras me recrimino mi maldita maña de hablar de más cuando estoy nervioso, se supone que no conocía nada de ella. Busco una excusa rápidamente.

—Porque he ido varias veces y jamás te he visto atendiendo —justifiqué, sí, sonó como la frase de un acosador, pero ella asintió con desconfianza, así que confío en que me creyó —No creo que siempre llegue en tu hora de descanso

—Pues sí —responde cortante —Trabajo en el almacén de la librería

—¡Ahí está! —celebré ante mi pequeña victoria —Te sabes de memoria todos los libros que llegan todos los días al almacén, puedes decirme si está, te lo pago si quieres

—Bien —cedió rodando los ojos —Ya que me compusiste mis lentes no será necesario que me lo pagues

—¡Gracias! —dije dando un brinco de alegría —¡Eres la mejor!

Me dí un empujón para quedar en medio del pasillo, dí media vuelta sobre mi eje, me aseguré de tener mis pies metidos en los cuadros del suelo y comencé a caminar a paso rápido por el pasillo rumbo a mi salón llevando la cuenta de mis pasos.

“Bien, yendo por partes, sí, tal vez soy un poco el acosador personal de Amelia, pero no puedo evitarlo, es parte de mi rutina; y siendo honesto, tampoco tengo amigos además de ella así que, mi obsesión, mi trastorno y mi soledad, no son la mejor combinación.

Y podré ser muchas cosas, pero no mentiroso, si me ofrecí a componer sus lentes fue porque, efectivamente, podía hacerlo; soy aprendiz de optometrista, un trabajo que sigo diciendo que es inútil porque con todas las modificaciones tecnológicas actuales es estúpido que no haya una mejor forma de solucionar la vista más que con lentes”.

Seguí caminando por los pasillos rumbo a mi salón hasta la esquina  al fondo y dí la vuelta, iba tan concentrado en el suelo contando mis pasos que no noté a un chico que corría hacia mí hasta que chocamos.

El impacto contra mi cabeza hizo que el chico cayera hacia atrás; yo tropecé y caí de rodillas, utilicé mis manos para detener mi caída y lo aproveché para levantar el bloc de notas digital que había dejado caer, me aseguré que estuviera en buen estado antes de levantarme

—Lo lamento, en serio —me disculpé acercándome para estirar al chico su aparato —¿Estás bien?

Él simplemente asintió algo asustado mientras tomaba la tableta y también la revisaba; aproveché la situación para detallarlo un poco; era alto, de pelo negro y corto con piel algo amarillenta, usaba una sudadera negra que le llegaba a las rodillas, un pants gris y tenis blancos iguales a los míos.

Quise ayudarlo a levantarse, pero él rechazó mi ayuda con un gesto de manos y se levantó por su cuenta, cuando lo hizo, sólo inclinó la cabeza y juntó sus manos, imitando el gesto de un agradecimiento oriental. Sonreí y le toqué el hombro.

—De nada, adiós amigo —exclamé y pasé corriendo a su lado.

“¿En qué número íbamos?”

Me detuve en seco y me giré para mirar atrás, aún podía vislumbrar el lugar donde había caído.

—Debo ir como en el cincuenta y siete —murmuré contando el número de cuadros que había de mi lugar a donde había caído.

“No puedes estar seguro.
Tal vez diste más pasos.
Tal vez menos.
Avanzaste muy rápido, seguro no contaste un paso.
Hay que empezar de nuevo.
¡Sí, empezar de nuevo!
¡Empezar de nuevo!
¡De nuevo!
¡De nuevo!
¡De nuevo!”

—¡Bien! —grité estresado tapándome los oídos —Empezaré de nuevo

Regresé corriendo hasta el casillero donde había comenzado mi cuenta, coloqué mis pies en el mismo lugar y volví a comenzar.

“Uno, dos, tres, cuatro…”

Iba en el paso sesenta y tres, faltaban treinta y ocho para llegar a mi salón y diecisiete más para estar en mi asiento cuando sonó la campana que marcaba el inicio de clases.

—Brillante, esta vez sí llegaré tarde —me quejé frustrado mientras seguía contando mis pasos, no volvería a iniciar una segunda vez.

Espero les guste.
Atte. Ale Bautista

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