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El invierno siguiente fue muy ordinario a excepción de que Matías y yo nos relacionamos muchísimo más y mejor, sin dudas su carisma nunca desapareció así como esa habilidad de hacerme sonreír siempre que él quisiera, siempre supo cómo, siempre lo supo...

Las cosas no cambiaron mucho, mi padre: el mismo arrogante con todos a su alrededor, en ello no incluía mi madre, la mujer que la apoyo en todo momento y supo cómo levantarlo en sus recaídas, de no ser así sería una persona mal agradecida, supongo, y ella, mi madre: siendo mi cómplice o todo lo que implicara en ayudarme a escondidas y Verónica con una que otra pista que sólo la llevaban a nada.

Sería navidad, copos de nieve cayendo paulatinamente vistiendo todo de blanco, centros comerciales repletos de personas aglutinadas comprando nuevos adornos, árboles navideños, guirnaldas y decorados concordes a la fecha.

Para esas festividades eran los únicos días que parecíamos una familia normal, llena de amor como las demás familias, sólo eran camuflajes.

Sólo esos días mi familia se mantenía unida...

La mañana antes de navidad escuchaba discutir a mis padres, la razón no la sabía pero recuerdo escuchar el azote de la puerta frontal siendo cerrada bruscamente por mi padre, preocupada, bajé sin pensar las escaleras y socorrer a mi madre.

—Mamá, dime ¿qué fue lo que pasó? —inquirí.

—Cosas de tu padre y mía, no te preocupes hija, de seguro volverá al anochecer. Mientras tú puedes ir junto a tus amigos, estarán felices de verte.

—No quisiera dejarte sola...

—Estaré bien hija, ve, pero regresa temprano a adornar el árbol y ayudarme, aún falta mucho por realizar en esta casa.

—Claro mamá, regresaré temprano para ayudarte en lo que necesites —le brindé un abrazo y me retiré.

Inconsciente de dónde dirigirme, me marché rumbo a casa de Matías sin intenciones de molestarlo en sus quehaceres, ciertamente era un día de estar con la familia.

Ubicándome frente a su casa, sentí la vergüenza escurrirse por mi piel, me coloqué tras un árbol a observarlos, él y su madre colocaban cientos de adornos y luces navideñas por doquier, se los notaba tan felices y entusiasmados, además, jugaban como dos niños tirándose bolas de nieve, aparte de ser su madre, él la consideraba su mejor amiga, en ese momento le di la razón y es que pese a todo lo que les tocó afrontar seguían unidos, juntos salieron adelante liberándose de los problemas que los agobiaba.

Eso me hacía pensar en ¿por qué no éramos una familia así? ¿Por qué mi padre no olvidaba los problemas del pasado así como lo hacían ellos y eran felices pese a todo? Creo que era egoísta de mi parte pensar eso, pero añoraba tener de vuelta esa clase de familia que da una sonrisa a los problemas y poseen la felicidad de un niño.

— ¡Liz, estás aquí! —gritaba Matías.

*Y justo cuando pensaba haber encontrado el mejor escondite*

—Ammh, sí, es que... ammh...

— ¡Pequeña traviesa! Te estabas asegurando de que Santa no me traiga mi regalo de niño bueno ¿no es así?

—Eso mismo Matías —no pude evitar reír con mi risa dramática que hacía que las personas pensaran que me estaba ahogando o tenía convulsiones (literalmente).

— ¡Eres malvada! —me lanzó una gigantesca bola de nieves.

Fue ahí cuando comenzó una increíble guerra con bolas de nieve, inclusive su madre jugaba con nosotros, capturé en mi memoria sus sonrisas y la mía disfrutando aquello.

Seguidamente lo típico e infaltable en cualquier invierno ¡muñecos de nieve! Asimismo nos acostamos en la superficie blanca y fría a realizar siluetas para así conformar el ángel navideño.

— ¿Pasarás navidad con nosotros?

—Debo ayudar a mi madre y pasar con ellos la navidad —le respondía mientras nos dirigíamos a la cafetería.

—Desearía que pasaran con nosotros, sería algo único, tan único como tú mi pequeña.

—Mi padre no estaría de acuerdo, ya lo conoces Matías, es gracias a mi madre que podamos salir.

Nos sentamos junto a la ventana de la cafetería que daba en vista a la calle, el panorama desde allí era perfecto, todo estaba cubierto bajo la fría nieve, todos los locales que observaba estaban vestidos como la navidad, amaba esa época del año donde todos regeneraban sus esperanzas.

Matías pidió lo habitual, capuchino y madalenas y yo un café solo.

— ¿Tomarás solo eso? —Matías me preguntaba con la boca llena de madalenas y yo asentí—. ¡Ten! Te invito una, luego te llevaré a tu casa antes de que sea algo tarde ¿de acuerdo?

Camino a casa nos topamos con un par de chicos de la escuela, no se los veía muy amigables, tenían una mirada desafiante que generaban miedo y lanzaron unas burlas tratando de hacernos quedar mal:

— ¡Miren quiénes están aquí! La rarita y el rarito.

Ante esa burla Matías estaba de lo más tranquilo como si fuese que tenía toda la situación bajo su control absoluto... y de verdad, la tenía.

—Prefiero ser "rarito" a ser una persona común y corriente que trata de alimentar su ego burlándose de las personas para sentirse superior.

Los chicos no tuvieron palabras para defenderse de la verdad que les había dicho Matías y terminaron por huir como miedosos.

Matías siempre estuvo para defenderme de cualquier cosa, para cuidarme y asegurarse de que todo esté en orden conmigo.

Tenía tanta generosidad en su corazón y esa generosidad, no se la quitaba nadie.

Ese era Matías... mi salvavidas.

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