32

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Por días me sentí pésima por haber roto con Jeremías, no lo asimilaba aún, tanto fue su amor por mí que decidió unir lazos, me lamenté que no fuera correspondido, de haberlo lastimado como lo hice, me creí la peor de las personas, pero... ¿qué se puede hacer cuando el corazón le pertenece a otro?

Lo visité días después pidiendo que me perdonara, realmente necesitaba que lo hiciera, quedamos de buena manera lo que hiso que me tranquilizara y pudiera seguir con mi vida sin culpa.

La semana de la graduación había llegado. Todo fue muy hermoso, sin dudas uno de mis mejores recuerdos que marcaron mi vida, disfruté cada momento con mis compañeros, lloramos sabiendo que esa era una despedida, nos abrazamos y volvimos a bailar, algunos en grupos y otros en pareja, las luces de colores invadían cada sector del enorme salón, con mis tacones en una mano y un refresco en el otro, observé atentamente a cada uno recordando vivencias, anécdotas y cada situación embarazosa que realizamos como curso, sabía que los extrañaría aunque no más de lo que extrañaba a mi antiguo curso.

Y así llegamos a la entrega de títulos donde más lágrimas recorrieron el rostro de cada uno de los presentes, el discurso con palabras expresivas y con agradecimientos no pudo faltar, ese era el adiós a una etapa, también fue un adiós a Jeremías, fue un adiós a mis compañeros, a los recuerdos, a todo lo que aquella etapa que se cerraba podía marcar en mí, donde también se crearon lazos y se armaron familias, porque eso éramos pese a las diferencias de cada uno, una familia algo chiflada pero lo éramos.

Pero mientras una etapa se cierra, otra está dispuesta a abrirse.

—Al fin lo lograste —mencionó mi padre observándome llegar junto a él con un certificado y una mención de honor.

—Lo logré por mí misma, con mis esfuerzos, lo hice distinguiéndome de los demás, eso me alegra —admití con un orgullo inflando mi pecho.

—Pues deberías, es tu deber —emitió con autoridad.

Me había olvidado que mi padre no apreciaba mis pequeños logros, que no valoraba mis intentos y esfuerzos, que no valía la pena qué tanto lograra durante mi vida, mi padre nunca lo creyó suficiente sin importar que sea la mejor en donde iba, que haya sido distinguida o lo que fuere.

Tanto entusiasmo él lo había arruinado con su perceptible desagrado, no podía contenerme, ya no lo hice...

— ¿Qué tan miserable debo ser para que te sientas orgulloso de mi, papá? He hecho todo lo posible para alcanzar mis metas, he logrado ser lo suficientemente aplicada y distinguida. ¿Qué no lo notas?

—Te lo dije anteriormente, es tu deber y tu obligación, no veo la razón de sentirme orgulloso —admitió en tono frustrado y se giró en dirección al coche para marcharnos.

Lo seguí porque no tenía caso enfrentarme a una piedra, no importaba qué tanto le hablara, seguiría duro y estático, sin mostrar algún otro gesto o sólo emitir imprudencias.

En casa de la abuela todos mis familiares se encontraban reunidos esperando mi presencia para celebrar mi logro, me emocioné por la grata sorpresa, hacía tiempo que no estábamos así, hablando como la gran familia que éramos, hasta que sin querer, se me escapó una pequeña pero gran novedad.

—Terminé con Jeremías —así de escueto, como si fuera decir un "hola, tanto tiempo"

*Qué buena manera de arruinar el momento* me regañé a mí misma.

Lo siguiente fue peor que el regaño mental que me di en ese entonces, acompañado de un gran sermón hasta que no me contuve y acallé los desprecios de mi padre.

—Yo amo a Matías, papá —me levanté de la mesa provocando que todas las miradas se fijaran en mí—. No hay manera de hacer que deje de hacerlo, estoy cansada de ti y de tu apática personalidad, nos has alejado con tu forma de ser, entiéndelo, lo amo —volví a recalcar.

—Tiene razón, Gregorio —mi madre se había levantado a enfrentarlo.

La miré asintiendo como agradecimiento pero a la vez con suspicacia ya que el remitente con el que nos enfrentábamos no vería las cosas como nosotras.

— Ella tiene el derecho a hacer su vida, algo que tú has destruido, déjala vivir, que sea ella misma, ellos se aman... lo sé —agregó mi madre.

— ¿De qué sirve el amor para aquel chiquillo? No podrá darle una buena calidad de vida, no podrá ni siquiera comprarle caramelos —zanjó mi padre haciendo que todos en la mesa se estremezcan del temor.

Por la cara que pusieron sabía que no querían estar en mi lugar, nadie lo querría de hecho.

—Te he aclarado que no me importa lo que él o alguien más tenga para ofrecerme, sólo me importa qué tan grande pueda ser su amor por mi persona, lo amo papá —suspiré resignada sabiendo que no había forma de convencerlo—. Tengo la edad suficiente para decidir qué es mejor en mi vida y él... lo es, si tú te opondrás no me importa, ya no puedes hacerlo.

—Ellas tienen razón, hijo —mi abuela salió a mi defensa y ponerse de mi lado—. Has arruinado bastante a esta familia, soy tu madre, me duele verte así, duele ver cómo mi hijo ha cambiado tanto, Liz sólo quiere ser feliz, déjala que lo sea con quien ama.

—No tengo la culpa de que te hayan criado como lo hicieron, de que no hayas tenido una buena relación con quien deberías hacerlo, pero no soy la causante de que las cosas hayan sido así —sentía ganas de llorar, pero mi valentía apenas estaba aflorando y no era bueno dejar las cosas por la mitad.

—Ustedes no saben nada —objetó mi padre—, no saben lo que están diciendo ¿qué es lo que les pasa?

—Papá, quiero ser feliz, yo... amo a Matías —repetí una vez más antes de abrazarlo.

Sus brazos correspondieron los míos, eran tan cálidos como los recordaba de niña, mi gesto fue repentino para él pero me apretujó más fuerte al percatarse de todo, derramando así algunas lágrimas.

Él no me soltaba, yo tampoco quería hacerlo, sus lágrimas no paraban, abrazarlo había hecho que su barrera se rompiera y sólo quedaba aquel padre que extrañaba, el mismo que tanto amaba.

—Te perdono, yo... lo hago papá —susurré para que él lo supiera—. Te perdono.

Lo hacía, todo el daño huyó con ese abrazo que nos dimos, no me importó lo mucho que había causado con su actitud o lo mucho que nos separó, lo único que me importó fue que pudo darse cuenta de todo el error que estaba cometiendo, que lo afrontaba, y entonces se liberó una parte de mí que necesitaba ser liberada.

—Lo lamento tanto, hija mía —lloraba en mis brazos arrepentido, mi abuela y mi madre se acercaron a compartir aquel abrazo tan cálido.

—No lo lamentes, papá —sugerí obsequiándole una sonrisa—. Ya te perdoné —volví a abrazarlo.

—Todos tienen razón —se alejó de mis brazos para dirigirse con la mirada a los presentes—. No debí ser tan cruel contigo hija —me miró acariciando mis mejillas—. Arruiné lo único que tenía, mi familia, espero que todos puedan perdonarme algún día, estoy sumamente arrepentido.

Todos se acercaron a abrazarlo y derramar algunas lágrimas con él, los vi felices por el cambio radical que asumió mi padre.

Cenamos en silencio, cada quien en su propio pensamiento, luego llegó el brindis donde todos añadieron algunas palabras para agradecer. De mi parte agradecí por mis logros, por culminar una etapa, por la vida, por la familia, por el cambio de mi padre, por el amor.

Poco a poco todos se habían retirado por lo tarde que se había hecho, los despedimos a todos agitando las manos.

Antes de ir a dormir mi padre golpeó a mi puerta provocando un pequeño susto en mi interior, no esperaba su presencia.

— ¿Todavía no duermes? —inquirió adentrándose en mi habitación y sentándose sobre el borde de mi cama, sujetaba algo en sus manos que luego la colocó a un lado de él.

—Sólo, estaba pensando —miré a un lado recordando el daño que me causó, pero ese daño, ya no dolía.

—Siempre piensas mucho, recuerdo que de niña has sido así —suspiró obviamente adentrándose en sus recuerdos que compartió junto a mí.

También lo hice, tenía razón, siempre pensaba, era mi forma de permanecer distraída.

—Han pasado tantas cosas por las que estoy muy arrepentido —confesó mi padre cabizbajo, lo miraba mientras él suspiraba apretando los puños.

—Debes saber perdonarte a ti mismo, dejar ir todo aquello que no te deja vivir, si no lo haces, no podrás seguir en calma —lo abracé por la espalda.

Lo hise porque no quería que se sintiera triste o culpable, quería que se sintiera amado. Yo lo amaba.

—Lo sé —admitió—. ¿Te leo un cuento? —enseñó el libro que luego yacía entre sus manos.

Asentí recordando las veces que de niña él me leía cuentos antes de dormir, no se retiró de mi habitación hasta notarme dormida.

Días después estaba empacando mis cosas, lista para volver a mi ciudad...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro