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La semana había pasado, cada tarde Matías venía a visitarme, en ocasiones me ponía celosa cuando no paraba de charlar con mi padre, pero estaba orgullosa de ambos, de que al fin pudieron convivir y podía ser feliz gracias a los hombres más importantes en mi vida.

Mi madre también estaba feliz con su marido, en mucho tiempo parecían dos jóvenes enamorados, mi padre se empeñaba en llenarle de detalles.

Con Matías todo era perfecto, nos amábamos como nunca, ya no había razones para ocultarlo, sus besos y caricias me estremecían, su sonrisa me encantaba, sus bromas siempre me hacían reír, a mis padres también los hacía reír, se llevaban de maravilla.

Era noche del sábado, nos pareció genial la idea de reunir a ambas familia en el jardín de casa para una cena y poder recomponer el almuerzo que una vez mi padre echó a perder con sus humillaciones, él mismo se había ofrecido a realizar la cena para quedar a mano con dicha situación.

Estaba en mi habitación preparándome para salir a recibir a mi chico, sí, mi chico, mi despertador de fuertes emociones, mi todo.

No llegamos a decir que éramos "novios" lo nuestro no se definía por un nombre o etiqueta, se demostraba y estábamos seguros de lo que sentíamos, no era necesario nada más, lo sabíamos y eso nos bastaba.

El amor no se basa en letras, se basa en los actos, en las demostraciones, en lo que uno siente y lo vive sin temor, eso éramos, la perfecta demostración de nuestros actos por amor.

Bajé tímidamente las escaleras dirigiéndome a la sala, mi padre y mi chico estaban sentados en el sofá observando un juego de básquetbol y compartiendo conversaciones entre carcajadas.

— ¿Les he dicho lo tierno que se ven llevándose tan bien? —inquirí entre risitas, ellos se sobresaltaron por mi inesperada presencia.

—Tú eres tierna, mi pequeña —Matías se levantó dirigiéndose a mí, me sujetó de mi cintura con una mano para acercarme a él, luego me envolvió en sus brazos, miró deseoso mis labios y de pronto los saboreó, volvió a parar, se acercó hasta mi oído—. Te amo —susurró.

—Creo que nunca me acostumbraré a esto —mi padre se aclaró la garganta y ladeó la cabeza—. Pero me gusta ver feliz a mi hija.

—Yo no digo nada cuando tú y mamá están muy acaramelados demostrándose sus afectos —le di un pequeño golpe en el hombro a mi padre, él se sonrojó y guardó un silencio tímido.

Mi guapísimo chico ayudó a mi padre a llevar algunas sillas con la mesa al jardín, a mí me tocó colocar el mantel y los cubiertos en sus respectivos órdenes, Iveth, la madre de Matías, traía la cena en unas bandejas y mi madre traía otras.

Antes de servir la cena oímos el sonido del claxon de un coche, en segundos ingresaban Verónica junto a sus padres, el señor y la señora Henderson, Irene y Frank para ser exacta.

—Lamentamos llegar tarde —mencionó la Sra. Irene a mis padres—, es que el tránsito es un caos a estas horas de un fin de semana y las personas se enloquecen.

—Los estábamos esperando, siéntense —ofreció Matías estrechando la mano a las visitas.

*¿Qué era todo aquello? ¿Todos lo sabían menos yo? Habían planeado todo eso ¿y no pensaban decírmelo?* por un segundo me enfurecí porque todos fueron cómplices, pero después de todo, tomé aire y me tranquilicé, estaba con las personas que más amaba, eso era todo lo que me importaba.

— ¿Van a decirme qué es todo esto? —pedí porque enserio estaba más perdida que Perla saliendo de mi habitación o yo saliendo de una prueba.

—Queríamos celebrar por todo —pronunció mi madre.

— ¿Por todo? —casi gritaba por lo sobresaltada, casi.

—Sí, porque estamos todos juntos, por la felicidad, por el cambio de cada uno en sus vidas, todos aquí somos una única familia, tal vez no con el mismo apellido ni con la misma sangre, pero el lazo que nos une es más fuerte y estamos felices con eso.

—Porque la familia no se basa solo en el tipo de sangre, sino en lo que compartes, si das más de lo que recibes, si haces todo lo posible por mantener estables las cosas, cada lazo arma una familia diferente —comentaba el Sr. Frank Henderson.

—Hija, tú eres lo que nos ha unido, también celebramos por ti —añadió mi padre.

Seguidamente cada quien se sirvió un poco de comida en su plato, las risas eran inminentes, hablaban sobre negocio, sobre sus días, sus gustos y varios temas más que se crearon.

De pronto sentí la mano de Matías sujetando la mía bajo la mesa entrelazando sus dedos, lo miré a lo que él asintió y me guiñó un ojo. Acercaba con cautela su silla hasta que estuvo pegado a mi lado, nuestras rodillas se tocaban, soltó su mano y la envolvió por mi espalda.

Era reconfortante cómo un simple toque de Matías me hacía sentir segura, la manera en la que él hacía que me derritiera y mi corazón latiera a mil por segundo —así es, no por hora, era por segundo—, que me quitara todos los suspiros, que mis piernas me fallaran al tenerlo cerca, de que no quisiera otra cosa que no sea abrazarlo y besarlo, en la cercanía sentir su corazón latiendo haciendo competencia al mío, que con cada beso nos perdiéramos olvidándonos de nuestro alrededor.

—La noche aún es larga —oí decir a mi amiga—. Liz ¿por qué no le quitas el polvo a tu violín y nos deleitas con su sonido?

—Oye, no es mala idea —le siguió mi chico.

Así todos me insistieron, me retiré del lugar para dirigirme muy veloz a mi habitación a buscar mi instrumento que lo tenía tan olvidado.

Buscaba donde se suponía que la última vez lo había dejado, como lo dijeron: su estuche estaba empapado en polvo, remojé un paño hasta humedecerlo, lo limpiaba recordando mi presentación cuando Matías me llenó de ánimos haciendo que amara algo que durante tiempo odié.

Bajé las escaleras brincando de escalón en escalón, abrí la puerta principal que me separaba del jardín y la cerré detrás de mí, las sillas que estaban alrededor de la mesa ya no se encontraban en la misma posición, armaron un círculo donde todos me esperaban con una sonrisa.

Así prosiguió la noche, conmigo ejecutando el violín mientras todo mi cuerpo vibraba con su sonido y todos cantando una canción haciendo compañía a la melodía que les brindaba.

Extrañé todo aquello que estaba viviendo en ese momento, lo disfruté tanto que de pronto ya no extrañé nada, absolutamente nada.

Me permitían ser yo misma, encontrarme y encontrarlos, ahí estaba una versión mejorada de mí, una más madurada, aquella Liz que tuvo que enfrentar crecer de la manera que no lo esperó, pero todo valió la pena para ese entones.

Porque sufrir nos ayuda a crecer y superar los obstáculos porque no nos queda otra cosa que superarnos a nosotros mismos.

Para ser felices tenemos que sufrir primeramente.

Estaba despidiendo a Verónica cuando Matías se aferró a mí por mi espalda cerrando sus brazos hacia mi abdomen, me estrujó hasta darme la vuelta para perderme en su mirada seductora que brillaba como la luz de la luna de esa noche.

—Te amo —dijo dándome besos de piquito en mis labios, fueron varios que no pude contarlos—. Tú le das sentido a mi vida.

—Te amo... te amo demasiado —respondí besándolo profundamente. Sus manos resguardaban mis mejillas mientras jugueteaba con su dedo pulgar mis labios.

—Si te dieras cuenta de cómo me pongo estando a tu lado, alborotas mi mundo, mi interior, todo en mí responde a tu nombre, me haces sentir muy afortunado y vaya que lo soy —suspiró—. Te amo tanto que no me importó todo el tiempo que te hayan alejado, siempre seré solo para ti. Acércate —insistió.

— ¿Qué? —fruncí las cejas.

—Acércate a mí —volvió a repetir, lo hice, recosté mi cabeza a su pecho—. ¿Hoyes eso? —inquirió y asentí escuchando los latidos de su corazón—. Solo late de esa forma cuando tú estás cerca —me apretujó con sus brazos, me quedé allí, escuchando cómo latía velozmente—. Liz Harrison, más conocida como mi pequeña —infló su pecho y enderezó la espalda colocándose recto y firme como un mensajero dando un aviso—. ¿Quieres salir a bailar conmigo?

—Claro que quiero —me balanceé sujetándome de su cuello.

—Estupendo —me robó un tierno beso danzando con mi legua haciéndome suspirar—. Nos vemos mañana.

Posterior a eso, Matías y su madre se retiraron de casa, él no se fue sin antes abrazarme y llenarme de millones de besos haciendo despertar a los celos paternales de cierta persona que le costaba ocultarlos pero que resultaban muy evidentes y obvias.

*** 

También les hice cambio a este capítulo, que lo disfruten.

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