Debí escribir una carta - Arisse Eliane Bell

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Debí escribir una carta. Sí, creo que debí haberlo hecho. Y ya que estamos en ello, también debí hacerlo al finalizar el día, no al comenzar, porque... ¿quién lo hace en primeras horas de la mañana? A no ser, que estés segura de que habrá una respuesta; una que te hará sentir feliz... No, correspondida, esa era la palabra. Pero no te puedes permitir soñar demasiado cuando te arriesgas tanto, cuando dejas tu corazón como en una bandeja para saber si la otra persona lo tomará o si lo rechazará... o si lo estrujará y desechará como si no significara nada. A aquello último le temía, le temía tanto que había evitado encontrarme en esta situación en algún momento de mi vida. Pensaba que sería lo suficientemente sensata como para ser la persona a la que le entreguen el corazón en bandeja y las tres posibilidades de elegir... No me gustaba sentir la vulnerabilidad de que la otra persona pudiera decidir qué hacer con el tuyo. Pero aquí estaba, en mis veinte años enfrentándome a mi más grande temor, con una serenidad aparente en mi exterior mientras esperaba aquí.

Debí levantarme temprano aquel día. Estaba segura que, de haber dormido bien la noche anterior y no haberme desvelado como siempre, habría escuchado la primera alarma y me habría duchado pacientemente aquel lunes para el primer día de clases en la universidad. Tal vez si así hubiera sido, no habría tenido que sentarme junto a él en los asientos de la segunda fila cerca a la ventana y cerca al pupitre del profesor, el peor de los lugares para alguien como yo. De haber llegado temprano ese día, no me habría olvidado llevar mi único lapicero que me brillaba para esa mañana, porque planeaba comprar mis materiales ese día regresando a casa, mientras me tomaba el tiempo de pasar por el centro comercial y de paso ojear los libros en la sección de descuento, a ver si podría comprar alguno... Sin embargo, ahí estaba yo, llegando 45 minutos tarde y corriendo por las escaleras, al mismo tiempo en que me quitaba la bufanda y el abrigo, debido a mi terrible sudor corporal por la falta de ejercicio en mi cuerpo. Mi cabello debió verse horrible. Recuerdo muy poco de las expresiones de mis compañeros ese día, tal vez fueron... Prefiero ignorarlo porque soy muy buena amiga de casi la mayoría ahora.

Debí mirar directamente al profesor al llegar a la puerta del aula de clases. Algo que hasta ahora no entiendo es: ¿por qué siempre que ingreso a algún lugar me encuentro con tus ojos? Fue así aquella vez. Solo había puesto un pie en la entrada y ya había sido atraída hacia ti; tenías el codo izquierdo apoyado en la mesa compartida, parecías estar muy atento a la clase del profesor, por lo que la pregunta que, por la noche me invadió, fue: ¿por qué entonces miraste hacia mí aún si el profesor no se había dado cuenta de mi presencia y la mantuviste aún después de ello? Cuando el profesor me permitió pasar a su clase y miré a todos los asientos ocupados del salón, supe que solo había un lugar para mí y era a tu lado. Te levantaste y me ofreciste paso al asiento de tu derecha. No pude decirte gracias debido a que no me salían las palabras y sentía que el sonrojo de mis mejillas debido a mi maratón improvisada y rutinaria, como me hiciste notar semanas después, se incrementaba. 

Pensaba que esa sería la primera interacción que tendríamos y eso me entristecía y frustraba al mismo tiempo, pero entonces ahí estaba yo otra vez: buscando algo que había olvidado. Esta primera vez contigo fue mi lapicero. No lo notaste en un comienzo, por supuesto. Y yo no iba a decírtelo, por supuesto. No me importaba sacrificar mis únicas monedas de sencillo para comprar un lapicero luego en el receso entre clases y tener que caminar hasta un cajero automático para retirar un billete para mi almuerzo, aunque esperaba no tener que hacerlo sino hasta el centro comercial, como era mi plan inicial, ya que ese era el primer día de clases y lo más probable era que no hubiera más que algunas introducciones generales al curso y tal vez alguna clase luego se cancelara porque un profesor estaba en reunión o acomodando su horario para evitar cruces con otras clases. No me importaba todo ello porque, definitivamente, no quería aprovechar aquella única oportunidad para hablar contigo. Sin embargo...

Debí fingir que tenía un lapicero. El profesor estaba dando algunas indicaciones respecto a cómo calificaría el semestre, y, al parecer, te perdiste algo, porque te volviste hacia mí y me atrapaste con la mirada en mi único cuadernillo de notas nuevo, que había destinado para muchas otras cosas en un pasado, pero que, al levantarme tarde y no tener mucho tiempo para decidir, tuve que sacrificar y traer para un curso de universidad. Por supuesto, notaste de inmediato lo que ocurría y bien pudiste haber sacado varias conclusiones, entre ellas de seguro estaba: "Irresponsable". Quería que te quitaras esa imagen de mí, pero no sabía cómo. Murmuré que había olvidado mi lapicero. Tu mano izquierda apoyada en tu mentón ocultaba la mitad de la expresión de tu rostro, pero me extendiste tu lapicero azul y tus ojos se estrecharon en lo que asumí era una sonrisa. Y aquella primera interacción le dio inicio a todo.

Debí hacer más amigos en un comienzo, pero yo siempre fui de las que se rodeaban de amigas y, por ello, como me dijiste en una de nuestras conversaciones, en un principio fui muy tímida y reservada contigo cada vez que intentabas hablarme. Aquella incomodidad de conocer a una persona nueva, en ti se desvaneció con el pasar de los días, pero conmigo eso permaneció hasta por terminar el primer semestre. Me considerabas tu amiga sin siquiera preguntármelo, pero cualquiera que nos viera o supiera de nosotros, también nos veían así. Yo estaba insegura al respecto, porque veía cómo, al pasar solo unas semanas del primer semestre, ya te habías hecho amigo de casi todo el salón e incluso saludabas a compañeros de otras aulas; mientras que yo había llegado solo a interactuar con nuestro grupo de proyecto, las cuales ahora son mis mejores amigas.

Vi también cómo algunas chicas te hablaban y tú te llevabas bien con ellas, pero era diferente a cómo te llevabas conmigo: tú no hablabas con ninguna a solas, siempre en grupo con diferentes amigos, en cambio, a mí me buscabas y me acompañaban cada que me veías ir a la biblioteca, luego del almuerzo, u otro lugar. Elevabas mis esperanzas al tratarme de manera diferente, porque yo no había hecho muchos amigos, así que no estaba segura de cuándo diferenciar amabilidad de interés.

Debí irme temprano a casa aquel día. Era finales de nuestro segundo año, mis amigas me aconsejaron preguntártelo, y lo pensé, lo consideré... Sí, lo consideré. Lo iba a hacer, pero luego estaba aquel chico de la biblioteca con el que hablé solo por esa vez. Estaba esperándote afuera de la biblioteca, mirando hacia el primer piso en el patio central de nuestra facultad, intentando buscarte en los grupos de chicos que reían mientras caminaban hacia distintas direcciones. Pero no apareciste, no me respondiste al mensaje, así que esperé en un lugar donde sabía que me encontrarías al igual que siempre cuando terminaras de hacer lo que tengas que hacer. Estaba leyendo aquel libro grueso azul que me acompañaste a comprar un día, aunque este era la copia de la biblioteca, el mío estaba a salvo en casa con un forro muy bien cuidado. Dejé el libro a un lado en la mesa, dejando un lápiz en medio y cerrándolo, para ver si respondías al mensaje, pero no había nada. 

Mientras pensaba, un chico me habló, preguntando por el libro que estaba leyendo y que al parecer ya no había más copias en la biblioteca para prestar. No sé cómo inició, pero hablé con él. No sé cómo, pero hablamos sobre ti y sobre lo que iba a preguntarte. No sé cómo, pero me hizo entender que en realidad yo no te interesaba de ese modo y por eso no habías dicho nada por esos dos años. Tenía sentido. Cuando llegaste, sin hacer mucho ruido, te sentaste a mi lado y hablamos, como siempre, fuiste amable y te presentaste con él. Luego nos fuimos de la biblioteca. Ya no te pregunté nada y tú tampoco me preguntaste nada.

Debí escribir una carta. Creo que habría sido más fácil, porque ahora mismo estoy con un remolino de mis pensamientos y temo trabarme cuando te lo diga. Ahora tienes una novia y sé cuál será tu respuesta, creo. Pero por este tercer año de nuestra carrera, sigues siendo todavía amable y ahora todos notan que me tratas diferente. Todavía has elevado mis esperanzas...

Te veo sonreír cuando vienes hacía mí. Sé que dirás: "Buenos días", y yo te pediré hablar contigo en privado en esta mañana...

Creo que debí escribir una carta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro