"Voy a extrañar" - Tsuyu7w7Emi

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Fandom: Latin Hetalia


Afligido, caminó por las calles de Londres hasta la casa de su amigo para explicarle su situación. Manuel le contó que su novio argentino no se sentía amado. Él sabía que no era demostrativo, pero fue tanta la inseguridad e impaciencia de Martín que en su depresión confesó que aunque lo amara con el alma, quería volver a Argentina porque se sentía solo. Arthur no sabía cómo ayudarlo, hasta que recordó un viejo libro de conjuros que había heredado de sus abuelos, estaba bastante deteriorado. Años de lógica y estudios científicos no le valieron a Manuel que quería ser más amoroso con Martín lo antes posible y creyó que no perdería nada con probar, pidiendo un milagro entre su escepticismo, casi subestimando al libro.

Pero luego de aquel extraño ritual sintió desfallecerse, vacío, oscuro, como si estuviese muriendo.

...

El chileno se levantó de golpe de la cama.

—¡Arthur!, ¡Arthur!

Su amigo sobresaltó cayendo de la litera golpeándose fuerte contra el suelo—. Auch...

Manuel observó todo. Estaba de vuelta en Argentina.

—¡A ver, ¿qué clase de hechizo era ese?!

—¿Eh?

—¡Es lo único que pudo hacer esto, ese no era un hechizo para cambiar la personalidad!

—No sé de qué hablas.

Manuel corrió hacia el estante de libros de Arthur para encontrar en ése el culpable.

—Manuel, ¿ese es libro de mis abuelos?, ¿cuándo te lo mostré? De todas formas, cuídalo, es bastante viejo.

No podía creerlo. El libro decía "Ritual para volver en el tiempo".

—¡¿Cómo no viste lo que decía?!

—Hey, calm down! ¿Qué te sucede?

Según lo que podía leer, solo tenía veinticuatro horas para cambiar algún hecho de hace quinientos días y al haber viajado hasta allí ya no volvería al mismo presente. Solo se podía viajar si había un deseo de por medio y si no lograba cumplirse en ese lapso de tiempo se quedaría en el pasado para enfrentar su nueva realidad. Su deseo era ser más demostrativo, pero hace quinientos días Manuel y Martín solo eran amigos. Entonces solo le quedaba enamorar al argentino en veinticuatro horas si quería tenerlo en el presente. El chileno estaba perplejo, ¿cómo iba a hacer para enamorarlo en un día si apenas recordaba cómo se habían hecho cercanos? Sí, se conocieron en la secundaria, pero recién en el último año entablaron buena química.

—Good, me iré a bañar primero.

—¡Arthur, ¿no ves que viajamos en el tiempo?!

El inglés lo miró incrédulo y salió agregando—. Estás raro.

—¿Solo yo viajé? —ahogó su cara en la almohada pasando largos minutos de decadencia—. Manuelito, firme... Hay que superar esto y volver con Martín al presente.

—Ajáh... Yo no escuché nada —decía Arthur viniendo de la ducha algo confundido.

Devolvió el maldito libro a su lugar, se dirigió al baño y siguió meditando.

—Por lo menos sigo hablando neutral, en esta época no podía evitar mi acento chileno.

Tenía un terrible temor que jamás podría explicar. Solo podía rezar en que todo saliera bien.

Manuel ni siquiera desayunó. Se adelantó y corrió temprano hacia las puertas de su escuela. Casi en vano, Martín siempre llegaba tarde. Seguía esperando en la esquina del edificio la llegada del rubio cuando lo vio llegar, algo despeinado a paso apurado, con el uniforme escolar, su cara perfecta y destacada entre la multitud de alumnos atrasados a punto de doblar la esquina.

—¡Martín! —Se acercó corriendo a él.

—¡Manu!... Qué raro vos tarde, che.

Estaba emocionado, tanto que no pudo evitar abrazar a Martín como si realmente no lo hubiese visto en más de un año. Le costaba entender el momento, pero extrañaba abrazarlo como no solía hacerlo.

—¿Euh, te sentís bien? —Y era lógico que el rubio reaccionaría extrañado.

—Sí, pero, ¿me ayudarías en algo?

—Obvio, decíme.

—Quiero faltar al colegio hoy, pero me da miedo irme solo.

—Ah... ¿Querés que me ratee con vos?

—Por favor.

—Dale —Manuel sonrió feliz, bien era alguna travesura común entre los estudiantes de secundaria faltar al colegio para salir a divertirse, pero aun así se sentía bien.

Escapaban del colegio mientras Martín le dedicaba una sonrisa cómplice de fugitivos. El petiso le devolvió la misma, teniendo esperanza hasta la medianoche.

—Che, ¿vamos al Obelisco? Viajamos en subte y llegamos —sonreía ladino el argento.

—Está bien, vamos.

Cuando se dirigían al subterráneo, Manuel ya iba pensando algún tema de conversación. Caminaba a su lado mirándolo y recordando al Martín que le dijo "Te amo, pero quiero irme", aquel que hizo por fin sensibilizar a Manuel. Ahora, debería inventar algo sobre la marcha si no quería perder a este Martín también. Recordó incluso cuando salió formalmente con un chico en Chile, que por los prejuicios de sus familias tuvieron que separarse. Por eso, una de las razones para aceptar el intercambio era el pensamiento más abierto de Buenos Aires sobre la igualdad. Manuel llegó pensando en ser mucho más liberal respecto a su sexualidad, y por lo que notó en esa provincia se sentía bastante cómodo o tolerado.

Quizás podría aprovechar eso para saber el estado en que se encontraba Martín en ese entonces.

—Oye, Martín, ¿puedo contarte algo que no le he dicho a nadie aún? —sintió como la sangre se le subía corriendo a la cabeza mientras el otro lo miraba curioso—. Pero no se lo digas a nadie, solo te lo voy a confiar a ti.

—Sí, dale, confía en mí.

—Bien... Yo soy gay —Ni sabía ya de dónde estaba sacando ánimos para cada atrevimiento.

—¿En serio? Nunca dijiste nada —La formación llegó.

—Me da vergüenza decirlo.

—No tengas vergüenza, boludo, es re normal —dijo Martín risueño. Manuel se sintió arder.

—Sí, aquí sí.

—Bueno, no todos pensamos igual, pero conmigo podés hablar cualquier cosa, es más, yo soy bisexual y no me da vergüenza decirlo.

—Ay, sí, ya.

—Te digo en serio, ¿no me creés?

—Para nada —decía apropósito. Sonrió, algo fingido, pero quizá, a los ojos del argentino podría resultar atractivo.

Martín siempre decía que la sonrisa de Manuel era una de las cosas más bonitas que existían sobre la Tierra.

—Creéme.

—Demuéstralo.

Se quedó callado, avergonzado tal vez por lo descarado que fue Manuel.

Llegaron a la avenida 9 de Julio, cruzaron corriendo y descansaron en la plaza donde se encontraba el monumento. Rieron al recordar que el semáforo en rojo los alcanzó cuando ya estaban a mitad de calle. Se acostaron en el césped un rato mirando las nubes, contándose mutuamente secretos y anécdotas, como si fueran amigos de toda la vida... Así debían haber sido.

—Che, Manu. Creo que estoy enamorándome de Luciana.

Abrió los ojos sorprendido por el comentario inesperado sobre su compañera de curso, pero no se paró a mirarlo. Siguió observando el cielo, angustiado por supuesto.

—¿Crees que la amas?

—Creo que sí.

Y quedaron callados un largo tiempo. Tiempo que hacía sentir a Manuel perderlo todo.

—Te gustaría amar así como en las películas, ¿no?

—Aunque parezca tonto, sí —respondió Martín sonrojado cerrando los ojos cuando la brisa le obligaba.

—Suerte, entonces.

—Gracias, la necesito... "En este mundo donde el amor está casi desvalorizado..."

Incrédulo de que algo así saliera del Martín a su lado, preguntó—. ¿Y esa frase?

—Mía.

—¿En serio?

—Sí... No te rías.

Cruzó sus dedos sonriendo—. No me río.

Volvían contándose más cosas de las que pudieron saber en sus vidas de enamorados, se confiaron ideas y sueños, se hicieron mejores amigos en unas horas casi sin darse cuenta.

—Te presto el CD del Indio Solari entonces.

—Sí, gracias Martín.

—De nada, ah, si te parece, ¿te querés quedar a dormir en mi casa? A mi vieja no le molesta que lleve amigos del colegio.

Manuel se sintió más iluminado que el día.

—¿En serio puedo? ¡Me encantaría!

Ambos siguieron rumbo a casa de Martín. Su madre, la italiana Fiorella los recibía con cariño. Cocinó lasaña enamorando el paladar de los jóvenes, habló con Manuel por una hora haciendo que el rubio se pusiera celoso. También se encargó de desplomar el placar de Martín para buscarle ropa que le quedara al castaño y que pudiese dormir cómodo, la hiperactividad de la madre de Martín era costumbre para él, que sin chistar comenzó a ordenar todo. El chileno entró a la habitación cambiado, mientras recibía el halago de su amigo diciéndole que "le daba alta facha".

Llegó la hora de acostarse y como Martín tenía cama individual, Manuel se acostó en el lado opuesto. El silencio nocturno atacó y ninguno de los dos podía pegar un ojo, ¿aún quedaban cosas por contar después de ese día? Manuel quería hablar, pero no se animaba.

Se giró, tenía unas ganas feroces de abrazarle los pies, aun si era ridículo... Pero reaccionó. Si se dormía las cosas pasarían y él no volvería de nuevo a su presente, sin embargo, había conocido tanto en ese día de su enamorado que le resultaba ilógico volver, a fin de cuentas, aquel presente impredecible daba miedo. Pero no pudo evitar sentirse inútil, después de todo no quería obligarlo a quererlo, no quería arruinar su ilusión con Luciana, no quería dejar de ser tan amigo como lo logró ese día, pero tampoco quería dejar a Martín y seguir sin él. Y "Se acabó todo" pensó mientras sollozaba. Si había algo que realmente quería era seguir estando con Martín incluso si éste ya no era suyo. Rindiéndose perdería a aquel Martín del cual se despidió a oscuras en algún tiempo paralelo.

—Manu... ¿Seguís despierto? —susurró Martín.

El chileno no contestó, pero escuchó atento. Siguió callado hasta que Martín continuó.

—¿Por qué me abrazaste hoy?

Manuel separó los labios modulando algo que Martín no llegó a oír.

—¿Manu?... ¿Qué dijiste?

—Te amo —repitió para que quedara claro.

No fue capaz de saber que hizo Martín, pues la medianoche llegó durmiendo fugaz a Manuel.

El tiempo volvería a empezar.

...

Se sentía mareado. Hace un mes Martín se había ido de viaje a Italia con su madre. Antes de echarse una siesta en ese sillón se comunicó por mensaje de texto con Arthur, que estaba en Inglaterra solo, hablando de trivialidades mientras bebía un té. Luego de eso puso en el equipo de música el disco que Martín le había prestado alguna vez y que haciéndose el olvidadizo nunca devolvió, por lo menos quería que algo de Martín permaneciera con él. Así es, Manuel estaba de nuevo quinientos días adelante, pero sentía todo el peso de los días anteriores sobre sí mismo, casi olvidando su alterna vida de noviazgo, pero nunca olvidando cuánto seguía amando a Martín.

¿Qué cambió? Para empezar: Manuel, que, si bien con Martín casi no tenía secretos, se había vuelto inseguro y más tímido de lo que ya era, Manuel parecía cada día más melancólico, cada día necesitaba más la mirada esmeralda del

argentino para no sentirse solo, cada día deseaba ser de él y él suyo, por eso se quedó en Argentina, no fue capaz de alejarse y continuó sus estudios allí. También: Luciana, habían sido novios durante meses hasta que ella lo dejó. Desde entonces el argentino solo tenía relaciones pasajeras intentando olvidar el cariño de esa chica, es por eso que Manuel nunca se arriesgó, no quería ser uno más en la lista de consuelo. Siguió callado, en silencio por más de un año... Escuchando la voz del cantante favorito de Martín...

"Parece que en el final no me saldré con la mía, mi amor,

(debería chequear mi contestador) ..."

—"Flight nine, five, six, voy a extrañar... ¡Tu belleza es como un resplandor!"... —Se levantaba de a poco para repasar las fotografías de la casa.

De Martín y de Manuel, eran del único tipo. Fotos de amistad, claro.

"... Estoy tan cansado que no tengo fuerzas para discutir,

es tan triste esta vez que no puedo hablar..."

—"Flight nine, five, six, el tiempo dirá... ¡Yo sé que vos vas a regresar!"...

Siempre cantando con dolor la misma estrofa, siempre esperando que Martín volviera a él.

"... Disculpa mis actos de hampón,

siempre hay quilombito en un cielo de dos...

Y nunca hay terreno sagrado, amor,

Es difícil no ser injusto con vos..."

—¡Cuando escapas en tu flight nine, five, six, intento reír!... ¡Dios no está en los detalles de hoy!

"... ¿Será un melodrama vulgar?, ¿pasados dos meses nos consolarán? ..."

Qué patético y cursi se sentía al acariciar el cristal de ese marco que contenía dos personas aparentemente felices. Dos personas que debían estar juntas, pero que el tiempo alejaba.

—"¡Llorarás con un ojo y con el otro te reirás!" ¡Qué temazo, boludo, abríme! —escuchó Manuel del lado de afuera con suerte.

Bajó un poco el volumen y fue corriendo a la puerta, porque sabía de quien era esa voz y su mundo volvía a recobrar algo del color que estaba perdiendo sin su presencia.

—¡Martín, volviste! —celebró abrazándolo y siendo correspondido.

—"Flight nine, five, six, voy a extrañar..." —continuó Martín cerrando los ojos balanceándose con Manuel un poco para culminar esa canción que también le gustaba mucho —"¡Tu belleza es como un resplandor!"

Y Manuel se engañaba para sentir que esa última frase cantada por su amado era dedicada para sí.

—Me alegro que hayas vuelto —dijo sonriendo mientras el solo de guitarra terminaba con la canción.

—Gracias, che, te extrañé. ¿Me dejás pasar? Tengo que contarte un montón de cosas.

—Sí, claro. Adelante —Se hizo a un lado cediendo el espacio de la entrada.

No hablaron de algo concreto. Mientras, el rubio se paseaba como dueño de casa descalzo, abriendo la heladera, jugando a hacerle cosquillas a Manuel para que éste sonriera un poco.

—Siempre parecés triste, sonreí, dale.

—No es que no quiera, es que no me sale.

Hasta que Martín hizo una mueca desentendida adornándola con una de sus típicas sonrisas manipuladoras, tomó las manos de Manuel mirándolo fijamente. El castaño de inmediato se ruborizó confundido.

—Tu sonrisa es una de las cosas más bonitas que existen sobre la Tierra... Regalámela.

Miles de cosas pudieron cambiar con el tiempo, menos esa frase que extrañaba hasta el cansancio, menos la picante seguridad de Martín a la hora de hacer un cumplido. Se mordió el labio inferior y se zafó de una mano para poder cubrirse parte del rostro. Tenía un nudo inmenso en la garganta que lo hacía débil frente a Martín, porque solo con Martín podía sentirse como realmente estaba por dentro. Débil.

—Manu... Te tengo que preguntar algo —agregó con mirada seria y las mejillas coloradas.

Manuel siguió escuchándolo. Trató de mirarlo sin saltarle a los labios para besarlo, de no desvanecerse cuando escuchaba a Martín tartamudear un poco y comportarse torpemente tierno, de no llorar de tristeza por imaginarse el destino que quería sabiendo, o más bien, presintiendo que no sería nunca así.

Pero entonces, Martín dejó de hablar esperando una respuesta que no salió antes de que Manuel rompiera en llanto. Y no es como si no aguantó y lloró de tristeza, porque luego de las palabras que Martín uso hacia él, Manuel solo podía llorar, pero de felicidad

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