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—Anne, ¿qué demonios te pasa?

Anne miró a Amity con una mirada impasible mientras le metía un palito de helado a Liam en la boquita. El hijo de Luz se había enfermado en los últimos días debido a la ola de frío que azotaba la ciudad, y no era la única: ese día, Anne tenía su agenda llena por lo menos durante una semana más.

No le importaba demasiado, Anne amaba a los niños.

Siempre había querido un niño dentro de su familia, y el sueño de adoptar uno seguía ahí metido en su cabeza a pesar de la inestabilidad con Marcy.

Inestabilidad. Como si fuera eso. Como si estuvieran pasando un mal momento y no le hubiera pedido el divorcio oficialmente tres días atrás.

En esos tres días, Anne no había tenido noticias de su todavía esposa, pero no la iba a llamar para presionarla.

Anne conocía a Marcy lo suficiente como para saber qué decisión iba a tomar finalmente.

—Tose, cariño—le pidió dulcemente a Liam, el cual obedeció.

El hijo de Luz, que había sido producto de su exnovio Edric, era un encanto con todo el mundo. Era educado, bonito y tierno, criado por sus dos padres a pesar de que no estuvieran juntos ya que todavía conservaban una gran amistad aun cuando hubieran sido novios en el pasado.

Edric no tenía problema en que Liam pasara semanas completas con su madre pues tenía un trabajo pesado como gerente de una empresa de moda y solía viajar durante largos períodos de tiempo; sin embargo, no era un padre ausente como muchos solían pensar. Llamaba a Liam cada noche preguntando como le fue en el día, y cuando Edric estaba en casa, le ponía total atención a su hijo. Además, conocía a Amity también, la actual pareja de Luz, y no ponía reparos en que Amity fuera como una segunda madre para Liam.

—Has estado comiendo helado a escondidas de tu tía Amity, ¿no es así, enojon?—se burló dulcemente Anne del pequeño niño, quien enrojeció por la culpa y la vergüenza.

—No me cambies el tema—reclamó Amity detrás de ella—. Anne, demonios, ¿cómo se te ocurre...? ¡Marcy no merece ninguna oportunidad! ¡Te engaño con su asistente!

El breve recuerdo de ver a Marcy tomándole la mano a Alexa en su oficina, hablándole al oído haciendo que se riera, causó una punzada de dolor en su corazón, pero fingió una indiferencia que no sentía para que Amity no siguiera retándola.

Anne nunca se había considerado a sí misma como una persona celosa, no, así como Marcy. Mientras Marcy era todo posesividad y gruñidos, Anne era calma y silencio, porque Marcy nunca le había dado motivos para dudar de ella en esos ochos años que estuvieron juntas.

No hasta ahora.

—Bronquitis aguda—le dijo a Amity—, solo descanso, mucho líquido y acetaminofén para bajar la fiebre.

Amity empezó a murmurar por lo bajo mientras comenzaba a abrigar a Liam.

—Deberías firmas esos tontos papeles—regañó Amity—, y deshacerte de ella. Le pides la casa, dinero y la mandas al diablo

—Amity—dijo Anne con la voz seca—, sigue siendo mi esposa, y la mujer que amo. Tú no lo entiendes, así que te lo diré de una forma fácil: Marcy me sigue amando, lo sé, sólo tiene que darse cuenta de eso y la ayudaré con eso para que luego no se arrepienta por haberse divorciado.

—¿Arrepentirse?—farfulló Amity con rabia tiñendo su voz—. ¿Cuando Marcy Wu se ha arrepentido de algo?

Nunca. Marcy era una persona que pensaba bien las cosas antes de hacer algo. Si le estaba pidiendo el divorcio, no era por una decisión apresurada, sino por que tuvo que pasar semanas pensando en si era correcto o no.

—Y si realmente te ama—agregó Amity tomando en brazos a Liam—, entonces que se dé cuenta sola y te pida de rodillas perdón. ¡Te ha humillado! ¿Dónde demonios está tu orgullo, Anne?

Anne levantó la vista luego de firmar la receta médica de Liam.

—Amity—dijo con suavidad ahora—, ¿sabes que el orgullo no es todo en esta vida? Si nos dejáramos guiar sólo por el orgullo, entonces la vida sería una miseria—sonrió con tristeza—. La vida no se trata de quién es el más orgulloso, si no de ser capaz de perdonar y dar segundas oportunidades.

La expresión dura de su mejor amiga se suavizó un poco para dar paso a la pena.

—No quiero verte llorar más—murmuró Amity—, no te lo mereces, Anne. No una persona como tú—Tomó aire, arreglándole el gorrito al niño antes de abrir la puerta—. Sigo sin apoyarte en esto, pero eres mi mejor amiga, así que si las cosas no resultan... Bueno, siempre estaré para que llores en mi hombro.

Anne sonrió ahora con más alegría.

—Nos vemos el fin de semana—le dio un pequeño beso en la mejilla a Liam—, tú mejórate y hazle caso a tu tía, ¿bien?

—Si, tía Anne—dijo Liam sonriéndole.

Cerró la puerta, suspirando, para luego decirle a su secretario que hiciera pasar al siguiente paciente.

Sasha Waybright y su pequeña niña de tres años, Alice, le sonrieron de vuelta.

Anne saludó familiarmente a Sasha, a quién conocía desde que la pequeña Alice había nacido, algo así siendo su médico personal cada vez que la niña tenía alguna complicación además de ser una consejera para Sasha, ya que el padre de Alice murió cuando la bebé tenía solo un año y desde entonces Sasha la crió sin ayuda alguna.

Además...

Bueno, Anne no era tonta. Los últimos meses había notado cierto coqueteo y miradas con doble sentido por parte de Sasha, pero siempre las había ignorado debido a lo preocupada que estaba de su matrimonio con Marcy. Además, Sasha sabía que era una mujer casada, ¿no era bastante obvio con el anillo que adornaba su dedo anular y las fotografías que tenía en el escritorio?

La que más destacaba era por supuesto la del día de su matrimonio, donde ambas tenían vestidos blancos y lucían felices ante el juez luego de dar el sí.

Pero a pesar de amar a Marcy, no significaba que Anne no pudiera mirar, y era bastante obvio que miraría a una mujer como Sasha Waybright, con un rostro tan atractivo, sensual y, por sobre todo, dulce como ella tenía.

—Luces un poco cansada—le dijo Sasha con expresión preocupada.

Hizo un gesto vago, queriendo quitarle importancia.

—No es nada—apuntó a Alice, que tenía el rostro colorado sorbía su nariz—. ¿Cómo se siente mi paciente favorita?

—Mal—masculló Alice con los ojos llorosos.

Sasha sentó a la niña en la camilla, ansiosa.

—Estuvo todo el día de ayer tosiendo y apenas durmió algo en la noche por eso, además de que tiene fiebre y dice que le duele la garganta—explicó.

Anne comenzó a atenderla con diligencia.

Afortunadamente, Alice era la última niña del día, por lo que no estaba apurada para terminar pronto y luego podría irse a su casa a descansar un poco.

A su vacía y fría casa ahora.

Mordió su labio inferior, notando sus ojos un poco llorosos ante ese pensamiento.

Decidió concentrarse en el trabajo, no necesitaba ponerse sensible ahora.

Luego de varios minutos revisando a la pequeña niña llegó a su veredicto: amigdalitis. Le dio una receta con antibióticos a Sasha, recomendándole reposo a Alice y mucho líquido, viendo su expresión de alivio al ver que no era algo tan grave.

—¿Te vas para tu casa ahora, Anne?—le preguntó Sasha mientras abrigaba a su hija.

Asintió, distraída, mientras guardaba sus cosas en su bolso.

Normalmente, Marcy iba a buscarla durante las tardes para irse juntas y cenar en compañía, aunque las últimas semanas su esposa le enviaba mensajes diciéndole que tenía trabajo extra así que no la esperara a comer.

Se abrigó.

—¿No quieres que te llevemos?—ofreció Sasha con amabilidad.

Miro a la de cabellera negra, notando el interés en sus ojos, y su primer pensamiento fue en negarse aludiendo a que su esposa la iría a buscar, que no se preocupara, pero si era honesta consigo misma...

Bueno, Anne estaba cansada.

—Eso... Estaría bien.—aceptó sonriendo suavemente.

Sí, estaba agotada de viajar sin nadie a su lado, llegando a una casa vacía y helada, comiendo algo frío mientras miraba la televisión para hacer algo de tiempo y luego yéndose a acostar en esa cama enorme qué sé sentía ahora incómoda y triste.

Sobre todo, cuando pensaba que Marcy podía estar compartiendo la cama con su amante.

Trato de desviar ese pensamiento, fingiendo oír la conversación de Sasha, contándole sobre los logros de su hija en el jardín de infantes, subiendo al asiento de copiloto sin decir otra cosa.

¿Marcy disfrutaba de sus encuentros con Alexa? De seguro si, después de todo, ¿no lucía enamorada y pendiente de ella como lo había hecho con ella durante tanto tiempo?

Anne tenía miedo a perderla, aunque una parte de ella le susurraba que ya era tarde, que Marcy se le había ido de las manos y ahora le pertenecía a otra persona.

Anne no quería ser negativa, trataba de creer en el amor que Marcy tuvo - tenía- y apelar a ello para volver a conquistarla, para demostrarle que su amor seguía allí, solo había que regarlo, pero luego de eso, ¿qué vendría? Las cosas no volverían a ser iguales, lo tenía claro.

¿Como lo serían si Marcy estaba amando en ese instante a otra persona?

¿Y como no amaría a Alexa? Anne la conocía no solo de vista, había hablado con ella también cuando se la encontraba al momento de visitar a Marcy en su oficina. Alexa era una mujer guapa, educada, amable, inteligente y graciosa, que solía atraer las miradas de quien fuera con su porte.

Anne, en cambio, no podía competir con ella.

Allí donde Alexa eran todo risas, Anne apenas era una carcajada. Allí donde Alexa era un rosal, Anne solo era una margarita. Allí donde Alexa era una tormenta, Anne con suerte era una llovizna.

Anne no culpaba a Marcy por haberse enamorado de Alexa.

Pero aún así, dolía por que Anne siempre se había enorgullecido de tener el corazón de Marcy solo para ella, y ahora no le quedaba nada de eso. Solo una pequeña esperanza de que Marcy pudiera notar que ellas estaban destinadas, eran almas gemelas, y decidiera aceptar esa tonta pero consoladora oferta que podía acabar muy mal.

Aunque si las cosas fracasaban...

¿Qué haría Anne sin Marcy?

Ocho años de amor no eran fáciles de superar aunque para Marcy lo hayan sido.

—Anne, ¿por que lloras?

Parpadeó, levantando la vista, encontrándose con el preocupado rostro de Sasha frente a ella.

Se dio cuenta entonces de que Sasha estaba estacionada fuera de su casa y Alice estaba durmiendo en el asiento trasero, sentada en su sillita.

Llevó sus manos a sus mejillas, notándolas húmedas, y abrió la boca para disculparse.

Aunque lo que salió no fue una disculpa, si no un Jadeo de dolor mezclado con un sollozo.

Cubrió su boca, derrumbándose sin saber por qué.

Dolía, dolía tanto ver a Marcy, la persona que consideraba el amor de su vida, de pronto se diera cuenta de que ya no la amaba como decía hacerlo, buscando a otra persona con la cual compartir su vida, y lo hicieran a un lado porque ya no le quería.

Dolía ser desechada y tirada a la basura.

Dolía ver que era la única enamorada y la única que estaba dando algo por un matrimonio que parecía perdido desde hace mucho.

—L-Lo si-siento...—sollozo entre hipidos.

—No, no, no te disculpes, no pasa nada—se apresuró a decir Sasha con pena en la voz—. No llores, Annie, por favor, me rompe verte así.

Las manos de Sasha acariciaron su rostro húmedo e hinchado, pero no vio la repulsión o disgusto en sus ojos, solo eterno cariño y ternura, genuina preocupación y afecto que no veía hace mucho tiempo.

No, Marcy fue la única en mirarla de esa forma tantos años que había olvidado lo que era qué otra persona se preocupara de esa forma por ti.

—Marcy me... Me pidió el di-divorcio...—contó entre lágrimas—, ella ya no... No me quiere... Y esta bien, lo ju-juro, yo no... No puedo obligarla a quererme, pero... No lo hace más fácil, y duele tanto, tanto...

Dejó que los brazos de Sasha la rodearan, atrayéndola a ese cálido cuerpo desconocido pero cómodo que parecía sostenerla tan bien en ese instante, y pronto dejó su hombro húmedo por las lágrimas mientras seguía sollozando por la tristeza que le embargaba.

—Tranquila, mi amor...—murmuró Sasha acariciándole el cabello—, sé que duele, no te avergüences de eso, bebé.—sintió unos suaves labios besándole la frente y le miró entre lágrimas—. Annie, si quieres–

No alcanzó a oírla porque alguien en ese instante abrió bruscamente la puerta del copiloto y la agarró del abrigo, tirando de ella, separándola de forma sorpresiva.

Soltó un grito suave mientras Sasha se quejaba, saliendo del auto.

—¡Oye, idiota!

Anne se volteo, encontrándose con el disgustado rostro de Marcy.

Le miró, sorprendida al notar su mandíbula apretada, sus ojos refulgiendo de ira.

—Treinta días—concedió Marcy con la rabia tiñendo su voz.

Pero sus palabras no le sorprendieron.

No, lo que le sorprendió fue ver en el rostro de Marcy, luego de que le hubiera pedido el divorcio, unos irracionales celos que no veía desde que ambas tenían veinte años y eran unas jóvenes tontas, ilusas, y por sobre todo, enamoradas. 

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