❄︎ | chapter 4: veins of a rotten heart

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libro uno: venganza en la oscuridad
capítulo cuatro: venas de un corazón podrido
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🌳 Cirque Hart, West Stave, Ketterdam, Kerch

GALINA HABÍA APRECIADO LA grandeza y excentricidad del Cirque Hart con unos ojos soñadores en el pasado, ansiosa por atravesar el inestable puente que conducía hacia la isla en el medio del canal en la que se erguía la gran estructura con la forma de un árbol celestial. Parecía ser un sitio fantástico alejado de la oscuridad del resto de Ketterdam, un lugar en el que las personas tristes como ella podían ir a buscar consuelo y alegría. La gente que emergía de las puertas de roble en el medio del tronco del árbol, mostraban gigantes sonrisas y planificaban cuándo soñarían con volver. Debido a eso, Galina entró con el corazón latiéndole de la emoción, observando las maravillas siendo una niña durante el primer día en el que experimentaba tal asombro. Los famosos temmers se dividían en distintos pasillos que simulaban ser las ramas del árbol, y había tantas secciones por explorar que Galina se lamentó pensando que no tendría tiempo de ver todo.

Pero en el Cirque Hart lo que le sobraría sería el tiempo. Porque desde ese día, Galina se quedó atrapada entre las antes invisibles enredaderas venenosas que cubrían el maldito árbol, convirtiéndose en una de las atracciones principales del show en la llamada Creación en el Corazón del Mundo. Saksa amaba robar frases y estudios de la Pequeña Ciencia para sus actos, y a los visitantes les encantaba tener la posibilidad de ver a los grisha fuera de la imagen bélica que les daba Ravka.

Por eso mismo, ahora Galina observaba llena de odio a la gente que salía del Cirque Hart riendo e imitando con gracia los movimientos de manos de los grisha. Le hubiera gustado muchísimo permitir que una chispa rozara la cuerda del puente, incendiándolo para que la isla quedara a la deriva. Lo mismo ocurrió en el interior, donde las filas de personas leían el tablero de espectáculos y el mapa que indicaba dónde se encontraba cada orden grisha con una excitación tan palpable como su furia interna.

—¿Que quieres ir a ver, cariño? —se burló Kostya, imitando los rostros de los espectadores que observaban los cinco pisos de túneles con ramas y hojas que se extendían hasta frenar abruptamente en un techo de cristal que permitía la vista nocturna por entre la copa del árbol ficticio—. ¿Prefieres La historia de Bárbara la explota corazones o El Duelo entre el Fuego y el Hielo?

Galina la ignoró, inspeccionando los alrededores de la planta baja y a sus temmers guardias. Los ojos de cada uno de ellos se hallaban posados en su persona, sabían que vendría. Aquellos que la habían conocido antes de que se liberara parcialmente del show le sonrieron con malicia, algunos hasta le guiñaron un ojo. Galina les respondió con un gesto vulgar y se giró hacia Kostya.

—¿Está en su carpa?

—Seguro que sí, cuando me fui estaba allí. Esperándote.

Una estructura surgía del centro del recinto, alzándose dos pisos completos de escaleras que acababan en una verdusca carpa de circo con una bandera en su punta, la cual mostraba el corazón atrapado en el látigo. Esa era la oficina de Saksa, la cual tenía una ubicación perfecta para vigilar todo lo que ocurría en el circo. Seguro ya había notado que Galina había aparecido.

—Aguardo por ti —avisó Kostya cuando Galina comenzó a caminar hacia las escaleras de madera.

—No.

—¿Por qué respondes si no te hice ninguna pregunta?

Volteándose disgustada, miró a Kostya por primera vez desde que abandonaron el Club Cuervo. Su piel marrón estaba en perfectas condiciones como siempre, acentuando la palidez de la de Galina, y su cabello oscuro se mantenía con sus ondas como si estuviera tallado en mármol. Kostya nunca cambiaba, su belleza jamás menguaba, y Galina siempre la vería como la princesa perdida en un circo en lugar de en un palacio.

—Haz lo que quieras, pero apenas salga de allí voy a ir directo al club. No pienso quedarme a socializar.

—Te iba a proponer que tengamos una cita, no que socialices, pero como prefieras —respondió Kostya, fingiendo decepción y formando una línea escarlata con sus labios.

Para su pesar, Galina sonrió en ese sitio tan horripilante. Kostya era la única que siempre la había hecho reír allí, además de otorgarle efímeros momentos de felicidad y de amor. Hacía tiempo estuvo enamorada de Kostya, la bondadosa Alkemi que le había regalado una crema para aliviar el dolor de las heridas causadas por su acto, quien eventualmente se volvió su amiga. Nunca habría podido sobrevivir a esa pesadilla sin su compañía.

—Tengo que volver al Club Cuervo —repitió la rubia con un tono más ameno—. Mañana y el resto del mes me tendrás toda para ti. Aunque tendrás que compartirme con los ineptos que vean mi show.

—Tengo el presentimiento de que eso no es cierto.

—¿Crees que nadie va a ver mi show?

—No seas tonta, me refiero a que dudo que vaya a disfrutar de tu compañía por un buen tiempo —Galina abrió la boca para argumentar lo mismo que le había dicho a Kaz, pero Kostya le dio un empujón—. Apúrate, antes de que esos Mortificadores estúpidos bajen a buscarte.

Efectivamente, los dos temmers personales de Saksa la observaban con una intensidad capaz de frenar su corazón sin usar sus manos. Suspirando como reemplazo de sus insultos, se despidió de Kostya con un asentimiento y afrontó las escaleras con una expresión de odio súbita, estando frente a la puerta más rápido de lo que hubiera querido. El hombre y la mujer que protegían la entrada le señalaron una mesa con una bandeja y vasos de agua con la cabeza, no hacía falta mayor explicación. Galina se quitó sus pulseras sin apartar sus miradas de ellos y apenas se fueron de su alcance, los temmers le permitieron entrar.

La oficina de Saksa le parecía demasiado pequeña, a pesar de saber que no lo era. Las ventanas que rodeaban todo el parámetro como un observatorio jamás estaban abiertas y el mobiliario era tan colorido que a Galina le causaba un revoltijo en el estómago. Al fondo de la habitación, la única parte central que no era cubierta por vidrio, colgaba un alargado cuadro horizontal con ocho dibujos que formaban una línea. Había un corazón en cada extremo, el de la punta izquierda sangraba mientras que el del lado contrario poseía una sección de color negro. Le seguían de un lado dos picos cruzados y del otro una lágrima de cristal con un líquido turbio en su interior. Y en el medio, una ola dando una vuelta sobre sí misma, un tornado desbocado rodeado de hojas y una llama azul cual cielo nocturno. Sentada en una silla de terciopelo verde debajo del cuadro, Saksa tenía las manos cruzadas sobre la mesa con una sonrisa que enseñaba hasta sus molares.

—Mi hermosa Fatua —la saludó con un regocijo que Galina estuvo lejos de compartir—. Siéntate, siéntate. Tenemos algunos temitas que discutir.

Galina eligió el asiento turquesa más cercano a una ventana, para no sentirse tan encerrada allí dentro. Bajó su capucha y dejó libre su cabello rubio parecido al de Saksa.

—¿Cómo fue tu tiempo del otro lado del Barril? —preguntó su aún dueña, inclinándose hacia ella aparentando interés.

—¿Cuántas veces tengo que decir que no vine aquí a socializar? —murmuró con un gruñido de exasperación—. ¿Para que me mandaste a llamar?

—Veo que quieres ir directamente al punto. Pasar tanto tiempo con Brekker te está quitando tu buen humor —si Saksa esperaba alguna reacción por parte de Galina ante la mención de Kaz, la Inferni se aseguró de decepcionarla—. Me han informado que fuiste al Orfanato Sankta Margaretha en busca de tu documento y en el proceso te desquitaste un poquito con el pobre Ludger. ¿Es así?

Lo peor era que Galina sabía que debía haber amenazado a la orzaya Franka antes de marcharse del orfanato, pero en el momento no pensó en lo que le convenía para el futuro, su razón estaba nublada por su pelea con el viejo. No se olvidaría de esa ofensa por parte de la nueva orzaya, su furia ya caería sobre ella apenas pudiera entregarla.

—Depende, ¿tú lo tienes?

—Sí, pero lo que no me cierra en cuanto a tu envalentonada búsqueda es el motivo —Saksa frunció el ceño sin dejar de sonreír y Galina se cruzó de brazos para contener sus impulsos de estrangularla—. ¿Para qué lo necesitas luego de años de ni siquiera mencionarlo?

—Tiene mi nombre, ¿no? Creo que me pertenece.

—De nuevo, sí, pero tú me perteneces a mí, por lo que todo lo tuyo es mío —Galina agradeció que le prohibieran ingresar con sus pulseras, de lo contrario la mujer frente a ella tendría el rostro derretido. Saksa pareció notarlo, y con una risita agregó—. Pienso, supongo, que tiene algo que ver con un rumor que se ha deslizado hasta mis oídos sobre un trabajo especial. Uno que requiere cruzar la Sombra hacia Ravka Oriental. ¿Te suena?

—No particularmente.

—Sabes que no puedes mentirme, Galina, no gastes tus palabras —la desestimó con un gesto de su mano y abrió uno de los cajones de su escritorio—. Tranquila, no te frustres. Voy a dejarte emprender esta aventura con tus amigos criminales.

El corazón de Galina golpeó la jaula que eran sus costillas con tal fuerza que oyó los latidos en sus oído. Era un juego maligno en el que Saksa quería meterla, no podía ser que de verdad aceptara con naturalidad y sin resistencia la idea de que se escapara del país. La observó con atención esperando distinguir un indicio que le demostrara su mentira, pero no halló nada sospechoso más que el papel que había sacado de su escritorio.

—No puedo ir —dijo Galina, no por no querer que su permiso fuera cierto, sino porque era imposible que lo estuviera dando con tanta tranquilidad—. ¿Para eso estoy aquí? ¿Para hacerme perder el tiempo y burlarte de...?

—Estás aquí porque voy a proponerte un trato al que no vas a poder negarte —la interrumpió Saksa, cambiando su postura y mirando a la adolescente con las cejas alzadas. Galina no le respondió, por lo que la mujer tomó su silencio como una señal para continuar—. Vas a ir a Ravka Oriental con tu querido Kaz Brekker para ayudarlo con su trabajo y mientras tanto también realizarás el mío.

No importaba nada de lo que le dijera, Galina sabía con seguridad que alguna parte del trato de Saksa no la favorecería. Es más, dudaba obtener algún beneficio de este, porque la jefa del Cirque Hart no se caracterizaba por su generosidad. Además, ya no era la niña tonta que creía cualquier promesa bonita que le ofrecían, por lo que la negativa danzaba en el borde de su lengua, lista para ser escupida apenas fuera necesario.

—Si acepto, ¿qué ganó yo?

—Justo lo que más deseas: que congele el precio de tu escritura.

Las ilusiones todavía no invadieron la mente de Galina, a pesar del calor que se extendía poco a poco en su cuerpo.

—¿A cuánto?

—Cien mil kruge. Y estoy siendo muy bondadosa.

De verdad lo estaba siendo, pero eso no significaba nada bueno. Que redujera a la mitad el antiguo precio de su escritura solo se debía a que el trabajo que le iba a proponer sería una misión que rozaba con la locura.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó temiendo la respuesta y respiró hondo como si fuera a recibir un golpe. Exhaló el aire contenido sin hallar tranquilidad al ver con horror la maniática sonrisa de Saksa que había recibido muchas veces. Siempre incluían un juramento que le proporcionaría una clase de dolor a Galina.

—Tienes que asesinar a Darya Starlington.

Si esa orden proviniera de cualquier otra persona, Galina se habría carcajeado hasta que su estómago le rogara que parara. Aunque también le dieron ganas de reír por lo absurdo que sonaba. Matar a Ledi Zvezda. Galina tendría que matar a la descendiente de una supuesta Sankta, conocida por sus mortíferas tormentas eléctricas, su falta de piedad contra sus enemigos y el hecho de que asesinaba fjerdanos como si se tratara de un deporte. Más fácil sería escabullirse en el Gran Palacio y robarle las joyas a la Reina. Matar a Darya Starlington. Una superviviente nata, siendo la única que había salido con vida de un atentado de Fjerda contra su familia, esa grisha tenía a la muerte viviendo amenazada en su corazón, con la advertencia de que si se atrevía a tocarla, ella la mataría primero. Más fácil sería ahorcar a Saksa ahora mismo y arriesgarse a un escape forzoso.

Desconocía cuánto tiempo había transcurrido, pero al volver en sí Galina negó con la cabeza.

—Me estás enviando a una misión suicida —se quejó Galina, aliviándose por no haber recolectado las esperanzas en el ofrecimiento inicial—. Darya Starlington es la grisha más poderosa del mundo, ella me asesinará a mí en el instante en que ponga un pie en su habitación.

—No desestimes tu propia valía, Fatua. Tú eres una de las grishas más poderosas que he visto.

Eso era mucho decir considerando lo que se contaba de Saksa. Galina lo había oído cientos de veces, después de todo era una de las leyendas más famosa que circulaba entre los temmers. Si le creía a esta historia, Saksa había tenido un hermano menor que era grisha. Entonces, mientras ella sembraba los campos de su hogar en Lij, una ciudad al sur de Kerch, su hermano practicaba oculto sus maravillosos poderes. Un día, muerta de la envidia, la leyenda asevera que lo asesinó y se escapó para acabar en Ketterdam, donde años más tarde fundó el Cirque Hart. Una burla a los grisha para continuar martirizando la memoria de su hermano. Y para que su negocio tuviera éxito solo trataba con los mejores practicantes de la Pequeña Ciencia.

—¿Por qué quieres que la mate?

Galina vio bastante más lógico que le ordenara capturarla para traerla al circo, aunque eso de verdad no podría hacerlo ni en sus sueños. No había forma de controlar a Ledi Zvezda, quien era la encarnación de la tormenta.

—Los grisha en Os Alta temen desertar por su influencia y sus amenazas del futuro que les aguarda si lo intentan —explicó aplacando su sonrisa, y Galina se estremeció al darse cuenta que Saksa tenía espías hasta en Ravka—. La necesito fuera del tablero para que no perturbe la llegada de nuevos temmers.

Querrás decir el "secuestro", pensó Galina, pero en su lugar respondió:

—De hacerlo, el precio de mi escritura debería ser más bajo. Ochenta.

—¿Te ves en posición de negociar? —inquirió Saksa, aunque la risa en su voz indicó que lo hallaba más divertido que indignante—. Noventa y ocho.

—Ochenta y cinco.

—Noventa y cinco.

—Noventa.

—Está bien, tu precio final serán noventa mil kruge —aceptó Saksa, tomando una pluma y escribiendo en el papel misterioso que aún no revelaba—. Como prueba de su muerte, deberás traerme la daga Starlington. Es una reliquia de la familia, es plateada y tiene un león de plata en su pomo.

Además había un robo incluido. Matar a una grisha, robar una daga y secuestrar a la presunta Invocadora del Sol. Si antes Galina solo se consideraba una adolescente violenta con ciertas tendencias delictivas, después de esta futura visita a Ravka sería una criminal hecha y derecha. Hasta podría usar el nombre que le habían dado en el espectáculo, con el que se burlaban todos aquellos que lo conocían; para inspirar aún mayor temor. Como Kaz era Manos Sucias, como Inej era el Espectro, ella sería Fatua. No la ridiculizarían nunca más.

—¿Cómo sé que apenas lo haga y regrese tú no ignorarás este acuerdo?

—Soy una comerciante, Galina, mi palabra es la mejor promesa que podrías recibir. El trato es el trato.

Sí, pero las promesas también eran engañosas. Galina era muy cuidadosa con las que oía, les buscaba la trampa instintivamente. En el Barril, nadie te ayudaba sin querer aprovecharse y Saksa no era la excepción. De todas maneras, era verdad que si quebrantabas un trato en Kerch tu credibilidad se perdía con la misma rapidez con la que habías faltado a esa promesa.

—Pero como muestra de mi buena fe, te diré la respuesta que viniste a buscar y algo más —anunció Saksa con la misma reverencia con la que una Sankta le estaría hablando a un creyente, aunque parecía tratarse de una Diosa malévola al borde de convertir la quietud en caos—. Cruzaste la Sombra como toda la gente lo hace, a través de un esquife y con muchísima suerte de tu parte. Pero hubo una particularidad, y fue que dicho esquife estaba siendo protegido por unos grisha enviados especialmente por una familia. La misma familia que complotó la muerte de tus padres con los fjerdanos.

A Galina le fue imposible ocultar su desconcierto. Nunca había sabido nada de sus padres y de pequeña había creado teorías que explicaban por qué la habían abandonado. Justificándolos, transformándolos en protagonistas de una historia trágica en la que no habían tenido otra opción que dejarla ir. Confirmar sus ideas infantiles le brindó una extraña calidez en el pecho que le resultó bastante inútil, porque a pesar de no haber sido los desalmados que había creído, sus padres seguían muertos.

—Tú sabes quiénes son... quiénes eran.

—Oh, no, niña, tampoco te hagas tantas ilusiones —la frenó Saksa con una carcajada que encendió el fuego en el interior de Galina—. La familia que planeó su asesinato se contactó conmigo para saber si podían hacerte viajar hasta aquí. Según lo que me dijeron tus padres eran grisha, por lo que supusieron que tú también lo serías —pegó un aplauso que sobresaltó a Galina—, ¡y tenían razón!

Concordaba con lo que el viejo le había dicho, que desde niña su destino había sido acordado por alguien más. Atada al Cirque Hart, a Saksa Van Leeuwen, a este sitio que en lugar de ser un árbol vibrante de vida y la supuesta Creación en el Corazón del Mundo, era un organismo escabroso con venas que transportaban sangre venenosa. Un corazón podrido habitado por gusanos que disfrutaban del ambiente tóxico y del horror que generaban. Galina necesitaba saber el nombre de esa familia. Galina los iría a cazar a Ravka Oriental. Galina los quería muertos.

—Si aceptas, y espero que lo hagas, debes decirle a Brekker que venga a firmar el contrato. Es tan quisquilloso ese niño —al notar que la mirada de Galina estaba centrada en sus manos, sus guantes, sus palmas con cicatrices que en circunstancias se encendían como antorchas, Saksa sonrió satisfecha con el trato que había trazado. Galina subió sus ojos y su ira se incrementó al ser testigo del gozo de su dueña, al caer en cuenta que Saksa había aguardado a que ella creciera para encargarle una misión como esta—. Oh, y el apellido de la familia es Vasilyev.

CON LA NOCIÓN DE que su vida no se había torcido por un abandono, sino por un complot que produjo una consecuente tragedia, Galina sentía que su vida había adquirido un nuevo propósito. Seguiría luchando por su libertad, asesinaría a Darya Starlington aunque fuera a morir en el intento y le robaría su daga a su cuerpo moribundo, pero Saksa había añadido un nuevo objetivo a satisfacer. Venganza. Por sus padres asesinados y por el terrible futuro que su muerte desencadenó, Galina los buscaría hasta el fin del mundo y los haría sufrir de todas las maneras en las que ella misma había sido maltratada, dañada e insultada. Siempre había pensado que su vida era regida por una fuerza que se empecinaba en llevarle la contra y apagar cualquier llama de felicidad, pero Galina lucharía con uñas y dientes para impedir que extinguiera este nuevo fuego.

Kostya la siguió por el angosto puente, disculpándose con las personas a las que Galina empujaba sin cuidado. Poco le importaba lo que le sucediera a estúpidos que disfrutaban de un espectáculo basado en la explotación de grishas y encima lo festejaban como si fuera una genialidad. Tenía que apresurarse hacia el Club Cuervo, explicarle lo sucedido a Kaz antes de que tuvieran que marcharse. Al no cargar un reloj, Galina no sabía cuánto tiempo había pasado desde que lo había dejado parado en su oficina, y el cielo estaba teñido del mismo tono oscuro con el que había entrado al Cirque Hart. Supuestamente la hora más oscura era la previa al amanecer. No podían irse sin ella, no cuando tantas cosas dependían de su viaje.

Su preocupación se disipó con una sonrisa tomando el control de sus labios. Frenó tan abruptamente que Kostya se chocó con sus espaldas, pero la Alkemi se recompuso al instante tomando el hombro de su amiga. Galina le indicó que se quedará allí y Kostya, reacia, le hizo caso. Pocas veces se habían juntado sus amigos y ella sin que creciera una tensión rara. Quien la había ayudado en su peor momento y quienes la aceptaron cuando no tenía a nadie más.

—¿Qué ocurrió que están tan alegres? —preguntó Galina con ironía debido a sus expresiones serias que rozaban la preocupación.

—Tenemos una manera de cruzar la Sombra sin ser cena de volcra —respondió Jesper, lo cual era algo muy bueno, pero su rostro apuntaba todo lo contrario.

Galina miró a Inej esperando recibir algún mensaje facial de su parte que le permitiera saber cómo habían lidiado con Tante Heleen. Con un leve asentimiento, la rubia se alegró al interpretar que Kaz había encontrado una salida para su problema. Solo le faltaba mirarlo a él, por lo que centró sus ojos en los suyos. A pesar de haber solucionado el inconveniente de la Sombra, lo notaba igual que al marcharse del Club Cuervo.

—Entonces podemos decir que todos hicimos algo productivo esta noche —dijo Galina, incapaz de contener las ansias de revelarles el trato de Saksa para borrar sus expresiones—. La vieja arpía me permitió acompañarlos en este viaje de trabajo amistoso.

—¿A cambio de?

La voz de Kaz pondría en vergüenza a la magnitud de un trueno. Él sabía cómo funcionaban los negocios en el Barril y no se permitió aligerar sus facciones como Inej y Jesper. Galina formó una línea con sus labios, acercándose unos pasos más hasta que los cuatro formaron un círculo cerrado por el que la información no saldría.

—Tengo que matar a la mujer que Jesper nombró más temprano, a la descendiente de...

—¡No puedes estar hablando en serio! —exclamó el zemeni, ganándose malas miradas de los otros tres por llamar la atención—. ¿Cómo se supone que vas a...?

—Con mi inteligencia, mi fuego y mi sentido del humor.

—Claramente la ayudaremos —agregó Inej para sorpresa de Galina, quien jamás se hubiera imaginado que su amiga arriesgaría su negación a asesinar por ella.

—Hay un detalle más que debo decirles, pero eso no es importante ahora —dijo para asegurarse que les contaría al respecto de los Vasilyev, y su mirada volvió a desviarse hacia Kaz—. Saksa tiene el contrato, no me dejó leerlo, pero acepto. Aparte de permitirme ir, negoció la congelación del precio de mi escritura. Solo tienes que firmar.

Los ojos de Kaz se agrandaron ligeramente, ciertamente no se esperaba eso, al igual que Galina al oírlo unos minutos atrás. Ella creyó que él asentiría y se apuraría para sacarse de encima este asunto de una vez, pero Kaz se quedó estacionado en su lugar, observándola como si estudiara una rareza recién descubierta.

—¿Estás dispuesta a hacerlo?

Galina no tardó ni un segundo en contestar.

—Sin dudas. Está en juego mi libertad. Es intentarlo y triunfar o luchar y morir. Cualquier opción me da igual.

Habiendo experimentado tantos eventos inesperados hoy, Galina ya debería haberse acostumbrado a la idea de que ese fuera un día inusual. Sin embargo, nada jamás podría haberla preparado para esto. La comisura izquierda del labio del maldito Kaz Brekker se alzó levemente en un microsegundo que pareció jamás haber existido por la velocidad en la que ocurrió. Los otros dos no lo notaron, no lo estaban mirando a él, pero Galina lo presenció como si se tratara del avistamiento de un Sankto.

—Esperen aquí —les ordenó Kaz, ignorando por completo las cejas alzadas de Galina que rozaban el inicio de su cuero cabelludo—. Ten.

Como si un atisbo minúsculo de sonrisa fuera poco, Kaz le extendió a Galina su sombrero, el cual había olvidado en su oficina al irse apurada. La rubia lo miró sin reparo, y le sonrió al tomarlo de sus manos. Le daba gracia pensar en, de nuevo, el maldito Kaz Brekker caminando amenazadoramente por los callejones de Ketterdam con su bastón de un lado y su sombrero del otro. Pero más que nada, le sonrió porque por una vez su destino estaba a la merced de una persona que no pretendía aprovecharse de ella, ni usarla todo lo que pudiera para luego desecharla.

Al igual que cuando negoció por su escritura, Kaz avanzó por el puente del Cirque Hart con el propósito de cortar parte de las enredaderas que ataban a Galina a ese árbol del terror. En un futuro, ambos regresarían con hachas para encargarse de tirarlo abajo para siempre, porque Galina sabía que podía confiar en él. El Bastardo del Barril que le había extendido su ala de cuervo a la chica a punto de iniciar un incendio forestal y perecer en el proceso.

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