❄︎ | chapter 9: above the sacred fire

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libro uno: venganza en la oscuridad
capítulo nueve: sobre el fuego sagrado
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🌟 Estudio de Ledi Zvezda, Pequeño Palacio, Os Alta, Ravka Oriental

GALINA ESTABA ASESINANDO A Darya.

Hacía años que la sangre no le afectaba, al igual que la sensación de la piel al ser perforada y las quejas de sus víctimas. La muerte de otras personas era el seguro de que ella seguiría con vida y no recibiría un terrible castigo al regresar al Cirque Hart. Tenía que llegar siendo una asesina o se terminaría convirtiendo en la torturada. Sin embargo, en esta ocasión Galina se había preparado para usar su fuego. Durante el camino desde la fiesta hasta la habitación privada en la que habían entrado, Galina había planeado metódicamente cada uno de sus movimientos para que ninguno fuera errado. Quemaría la garganta de Ledi Zvezda y vería cómo las llamas consumían su vida antes de huir. Pero los mejores planes tienen los más catastróficos fallos y Galina estaba presenciando cada uno de ellos en primera persona.

El principio había sido todo un éxito y tal vez fue su exceso de confianza el que no la preparó para fallar. Había cantado usando la voz que escondía mejor que cualquier riqueza, su secreto jamás revelado ahora estaba a la disposición de cada invitado de la fiesta. Y de sus amigos, a quienes había visto disfrazados de guardias, observándola como si estuvieran viendo a otra persona. Kaz e Inej no habían salido del asombro de presenciar los poderes de la Invocadora del Sol y Galina aparecía en el escenario cantando con la melodiosa voz que había ocultado durante toda su vida.

De todas maneras, Galina no había esperado que Ledi Zvezda apareciera instantáneamente a su lado luego de que acabara su presentación. Sí, había elegido la canción adrede, pero creyó que esperaría un poco más para acercársele o que ella tendría que actuar para rogarle unas palabras a solas. Ledi Zvezda le proporcionó la victoria en bandeja de plata y Galina se había apurado en dejar sus manos vacías. Hasta que estuvieron solas y Darya comenzó a hablar de hermanos perdidos y manchas de nacimiento.

Galina se había aturdido, no entendía lo que estaba ocurriendo y la descolocaron el dolor y las lágrimas de su objetivo, que no había adivinado su nombre porque se enteró de sus verdaderas motivaciones para estar allí. No. Supo su nombre sin siquiera consultárselo porque estaba segura que Galina era su hermana menor y que un milagro las había juntado. Pero la muerte las volvería a separar.

Sus pensamientos se arremolinaron en su mente exigiéndole que tomara una decisión. Su nombre era muy común en Ravka, más aún por la tragedia de la que Darya pensaba que había sido una protagonista. Que los Vasilyev hubieran complotado contra sus padres con los fjerdanos y que según Edmon también hubieran estado enemistados con los Starlington era una inconveniente casualidad. Su mancha de nacimiento era una cruel coincidencia que buscaba importunarla. Y que su edad coincidiera con la de la bebé... era eso, otra coincidencia. Muchas coincidencias. Porque Galina no creía en los Santos, ni en el destino, y menos en la Coronel del Segundo Ejército de Ravka que era mucho más inteligente que ella. Debía ser un engaño que estaba haciendo para ganar tiempo y que sus soldados atraparan a sus amigos. Si ya habían aprisionado a Arken como Kaz había acordado con la salida de lince, había una posibilidad de que ya los hubiera delatado.

Pero aún así... algo se había removido en el pecho de Galina con las palabras de Ledi Zvezda. Un sentimiento que era mejor que quedara sepultado, ya que la única razón por la que había crecido era por una creencia desesperada de una mujer que lo había perdido todo. ¿Y qué mejor forma de acabar con sentimientos que asesinar a la persona que los generaba? Solo que con un leve cambio de planes que ahora podría provocar su muerte, pero a Galina le había quedado claro que una constante en su vida era vivir burlándose de los bordes entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Solo que no se esperaba que al clavar la daga en el abdomen de Darya Starlington, una fracción del dolor en su expresión se trasladara a su propio corazón. A Galina nunca le había dolido matar, era una cuestión de supervivencia y la culpa no formaba parte de lo poco que le quedaba de conciencia. Pero al ver a Darya desangrándose en el suelo mientras sostenía la daga ensangrentada con su temblorosa mano, Galina creyó que alguien más la había apuñalado a ella cuando estaba distraída. Porque el ardor que sentía en todo el cuerpo no podía ser producto de otra cosa que de una herida mortal.

La puerta se abrió de sopetón y Galina se desprendió de cualquier emoción que le inhabilitara su tarea principal: escapar con vida del Pequeño Palacio. La Inferni que las había acompañado miró con horror la escena sangrienta, pero antes de que moviera sus manos para crear llamas, Galina pegó un salto que solo le fue posible por su entrenamiento de bailarina y le hizo un fino corte en la garganta.

—No... —murmuró Darya con la voz apagada, intentando hacer algo desde el suelo sin importar que cada movimiento le quitara un poco más de vida.

Esta vez Galina no sintió nada al ver a la Inferni caer. Se apresuró a guardar la daga del león plateado en una correa debajo de la falda de su vestido y le robó la kefta a la pelirroja muerta. Maldijo a sus manos por tardar en colocársela y pensaba observar una última vez a la moribunda Ledi Zvezda cuando un grito la hizo replantearse sus acciones de esta noche.

—¡DARYA!

Se apresuró a atravesar la puerta secundaria y cerrarla antes de que la ominosa presencia la descubriera. Galina se mantuvo escondida, con la puerta entornada para seguir viendo lo que ocurría en el estudio. El sonido de los pasos se fue acercando cada vez más hasta que el mismísimo General del Segundo Ejército apareció con la expresión más aterradora que Galina había visto nunca. Sus ojos grises se posaron en la Inferni pelirroja por unos efímeros instantes para recaer en el cuerpo pálido y estático de Darya. El Darkling se arrodilló sobre la sangre y tomó a Ledi Zvezda en sus brazos con la mirada de alguien que estaba viviendo su peor pesadilla.

—Darya, no te vayas, resiste —le susurró como si temiera que hablarle más fuerte pudiera provocarle un mayor daño—. La ayuda ya viene, aguanta, Darya. Aguanta o juro por los Santos que a donde sea que vayas iré a buscarte y no me importará cuánto te quejes, te traeré de regreso conmigo a este mundo.

Por lo que le había contado Edmon, Ledi Zvezda y el General no tenían la mejor de las relaciones. Ella lo odia tanto como a los fjerdanos, le había dicho con total sinceridad y le enumeró todas las veces en las que los había oído discutir. Sin embargo, lo que estaba pasando frente a Galina indicaba exactamente lo contrario. Porque la manera en la que Kirigan se aferraba a Darya con desesperación y por cómo ella agarraba su kefta con uno de sus puños para que él no se fuera, enviaba un mensaje totalmente distinto. Galina no podía decir que conociera lo que era el amor, pero la parecía correcto asumir que debía ser algo similar a esto.

Escuchó que más pasos se aproximaban y Galina decidió que era hora de partir. Agradecida de tener el plano del Pequeño Palacio grabado en su cabeza, se separó de la puerta que le permitía ver la agonía de dos personas que estaban a punto de separarse de una forma definitiva y comenzó a escabullirse por los pasillos más alejados a la fiesta. Contradiciendo su manera de actuar en otros actos ilícitos en los que se había visto envuelta, sus piernas se sentían débiles y sus manos no paraban de temblar, sin poder sacarse de encima la sensación del mango de la daga y del perfecto movimiento que hizo para apuñalar a Darya. Pero no tenía tiempo que perder en tranquilizarse y no frenó en ningún momento, con su kefta robada asegurándole un pase libre con todos los grisha con los que se cruzaba.

Habían acordado que Galina saldría por la iglesia y que todos se encontrarían en la zona de los jardines donde Jesper los estaría esperando con un carruaje. Galina sabía que al haber descubierto tan rápido el asesinato de Darya, el General ordenaría que restringieran las salidas para atrapar al culpable. No sería difícil que la encontraran si eso llegaba a pasar y Galina no tenía dudas de que le esperaría un destino mucho peor que la muerte si su camino se cruzaba con el del Invocador de Sombras. Apresuró su andar, casi que empezando a trotar al temer la idea de que Kirigan la desmembrara antes de arrojarla a la Sombra para convertirla en el almuerzo de los volcra.

Pensó que en la iglesia se encontraría con un silencio tranquilizador que la ayudaría a volver en sí. Al contrario, se tropezó con una catástrofe peor de la que acababa de escapar.

—¡Espera! —gritó con la misma desesperación con la que el Darkling le había susurrado a Darya.

El Inferni con una bola de fuego en su mano se detuvo sorprendido por su aparición, apartando la vista de la persona a la que estaba a punto de incinerar. A Kaz. Él se dio vuelta para mirarla y Galina se acercó más a ellos, sin querer que cualquier distracción de Kaz hiciera que el Inferni atacara.

—Él es uno de los intrusos, vitsanik —la llamó por el nombre que recibían las grisha que le habían jurado lealtad a Darya, confiando en la insignia que brillaba en su kefta robada—. Quiso secuestrar a la Invocadora del Sol.

—Lo sé, por eso es que Ledi Zvezda lo quiere vivo para sacarle información sobre el resto de sus compañeros —respondió Galina adoptando el papel necesario para que pudieran escapar—. Hay que llevarlo para que lo interroguen.

—Eres una Inferni —dijo notando los colores de su kefta y cuanta más desconfianza veía en sus ojos, Galina más se aproximaba a Kaz.

—Lo soy —confirmó al colocarse al lado de su amigo.

—Espero que sea cierto.

Galina no supo qué fue lo que destruyó su actuación, pero tuvo que detener una llamarada de fuego con las manos antes de que alcanzara a Kaz. Lo empujó con todas sus fuerzas para tirarlo detrás de los bancos donde las llamas no lo alcanzarían, y le devolvió el fuego al grisha sabiendo que esta sería una pelea con un perdedor y su asesino.

—Veo que lo eres, aunque no tienes las destrezas de alguien que fue entrenada aquí —el hombre tenía una mano destruida, seguramente gracias a Kaz, y aún así podía usar solamente la otra para crear más fuego del que Galina podría en su mejor noche—. Veamos cuánto puedes soportar antes de que te convierta en cenizas.

Fue un ataque flamígero atrás de otro y Galina apenas podía contener uno cuando el siguiente ya la estaba alcanzando. En venganza por la muerte de su dueña, la kefta robada que le quedaba más grande de lo que se había dado cuenta, hizo que se tropezara y que se desplomara contra las baldosas heladas de la iglesia. El Inferni se cernió sobre ella sabiendo que había vencido. Galina colocó sus brazos delante de su rostro cerrando los ojos y Kaz gritó su nombre.

En cuanto se escuchó el sonido de las llamas en la mano del Inferni, lo siguiente que se oyó fue el fuego extinguiéndose. Algo pesado se precipitó sobre Galina y no pudo contener el grito de horror por la perturbadora noche que estaba viviendo. Se quitó el cuerpo del Inferni muerto de encima, viendo que de su nuca sobresalía un cuchillo que conocía. Al observar el resto de la iglesia, encontró a Inej acuclillada en un balcón aún en la posición en la que lanzó una de sus numerosas armas.

Inej, a pesar de la promesa por la que se negaba a matar, había asesinado por primera vez para salvarle la vida a Galina.

Galina se puso de pie en el mismo momento en el que Inej bajó del balcón de un salto. La mirada de la suli no se separaba del grisha muerto y de la sangre que se derramaba por su cabeza. Unos ruidos de personas que se acercaban alertaron a Kaz, quien comenzó a caminar hacia la salida deteniéndose frente a una impertérrita Inej. Galina no sabía qué decir luego del sacrificio que su amiga había hecho por ella, más que nada por la voz autodestructiva en su cabeza que le repetía una y otra vez que no se lo merecía. Que Galina podía ser una asesina traidora y despiadada, pero se suponía que Inej se mantendría impune de la carga del asesinato. Ahora por su culpa, ella ya no era la única de las dos en cargar con un cadáver y la culpa en sus espaldas.

—Debemos irnos —les dijo Kaz, viendo que ambas no daban indicaciones de estar por seguirlo.

—Lo... lo maté —tartamudeó Inej con la voz rota, a lo que Galina quiso tomar la daga de los Starlington y clavársela en el pecho para acabar con su inoportuna vida.

Si así era como se sentía la libertad, Galina estaba dispuesta a devolverla y dejar de quejarse por el resto de su vida con tal de no seguir presenciando el sufrimiento que tantas personas pasaban por su culpa. Culpa. ¿Desde cuándo Galina experimentaba culpa por alguien que no fuera ella misma y su círculo tan minúsculo de amigos?

—Inej, mírame. Mírame —insistió Kaz consiguiendo por fin que la suli apartara los ojos del Inferni—. Le salvaste la vida a Galina.

Al ser mencionada, Galina sintió la obligación de adelantarse y ayudar a su amiga cuando más la necesitaba.

—Si no fuera por ti, el cuerpo sin vida sería el mío, Inej. Y yo —no valgo la pena, merezco estar muerta, no soy digna de tu amistad ni de la de nadie, creo que asesiné a mi hermana, soy un monstruo que nunca debió salir de su jaula— te lo agradezco.

Algo en su tono debió delatar sus emociones conflictuadas porque la cabeza de Kaz se giró hacia ella. Galina no se volteó. No confiaba en lo que podría hacer de cruzarse con los escrutadores ojos claros de Kaz, que le quitarían la verdad aunque tuviera que arrancársela del alma. Prefirió mantener su atención en Inej, tomando sus manos y apretándolas a pesar de tener sus guantes manchados de sangre y que en sus manos persistieran los temblores.

—Y tú me salvaste a mí —fueron las palabras de Kaz que consiguieron que Galina lo mirara.

Salvar a Kaz fue un reflejo, algo que haría estando dormida, herida o al borde la muerte. Después de todo, él la había salvado de cosas mucho más atemorizantes que morir a manos de un Inferni.

—Inej, ahora toma tu santa y vámonos —ordenó rozando sus hombros al pasar cojeando junto a ellas.

Galina estaba dispuesta a tomar el cuchillo por ella, pero los gritos de unos hombres detuvieron sus pasos. Inej tiró de sus manos con la suavidad suficiente para no lastimarla, siendo la primera vez que las tocaba, y los tres salieron corriendo antes de que los encontraran. La única razón por la que Galina avanzaba era porque Inej la estaba agarrando, como si supiera que al igual que ella su amiga necesitaba un empujón para salir de los oscuros pensamientos originados por sus siniestros actos. Solo cuando alcanzaron al exterior Galina tomó una bocanada de aire probando que no era una muerta en vida. Soltó a Inej mostrándole la mejor sonrisa que pudo fingir y escondió sus manos en los bolsillos de la kefta robada.

Desde afuera, el Pequeño Palacio no daba señales de las tragedias que residían en su interior. Por el lugar donde la había apuñalado y al haber robado la daga, Darya Starlington ya debería estar muerta. Por alguna razón que aún desconocía, eso no tranquilizaba en nada a Galina. Su preocupación no era por miedo a lo que el Darkling haría en contra del asesino, o sea ella, sino por la extraña tristeza que le generaba la muerte en sí. No era como si se sintiera orgullosa por el resto de sus muertos, pero esto la había hecho para ganar su libertad, no porque Saksa la obligó a cambio de no recibir un castigo. No obstante, aún sentía los barrotes imaginarios apretando su cuerpo hasta asfixiarla.

¿Qué he hecho?

—¿Qué pasó? ¿Están bien?

Jesper estaba frente a ellos, observándolos inquieto al mismo tiempo que Galina notó que Alina Starkov no estaba allí. Un carruaje oscuro con caballos negros los estaba esperando, perfecto para escabullirse en la noche, y no tenían a la persona que les aseguraría un millón de kruge al regresar a Ketterdam. Por lo tanto, sin el dinero para pagar su escritura, Galina llegó a la conclusión de que mató a Ledi Zvezda por absolutamente nada. Y eso la hizo querer morirse.

—Es real, Jesper —le dijo Inej, maravillada al recordar la demostración de Alina—. Hizo que la luz cantara.

—La perdimos —Kaz explicó lo evidente con una mueca asesina, queriendo volver al palacio y tomar a la Invocadora del Sol enfrente de todos.

La sonrisa de Jesper chocó contra la pesadumbre del resto.

—¿Sí? —preguntó con sorna y comenzó a caminar hacia el carruaje.

—No sabemos dónde está —solo Jesper era tan estúpido como para jugar con la irritación de Kaz, pero Galina continuaba ensimismada como para advertirle que no siguiera a menos que quisiera terminar golpeado.

—¿No? —se rió, y Galina sabía que lo hubiera imitado de no tener una daga clavada en el corazón—. Solo pregunta.

—Jesper...

—Solo pregunta.

Se subieron al carruaje, acomodándose para que los cuatro entraran sin problema, todavía sin conocer lo que Jesper sabía y ellos no. La verdad era que a Galina no le importaba, su mirada estaba en sus guantes blancos cubiertos de las manchas rojas de la sangre de Darya. La kefta de la Inferni a la que había matado le pesaba como si fuera un trozo de concreto, pero si no se la había sacado era porque quería conservar el prendedor que la decoraba. No se lo merecía, no se lo había ganado, ni entendía por qué lo quería tanto. Solo sabía que la estrella del norte parecía brillar desde que ella se la había puesto y no tenía intenciones de que su brillo se apagara.

—Solo pregunta —repitió Jesper, sentado junto a Kaz en el asiento del conductor delante de Galina e Inej.

—Bien. ¿Sabemos dónde está el objetivo?

Ante la pregunta de su jefe, Jesper se tomó su tiempo para observar a cada uno con una gran sonrisa y agitó las riendas para poner en marcha a los caballos. Al parecer, aunque la mayoría del grupo no lo supiera habían tenido éxito en todas sus misiones. Eso no hacía que Galina se sintiera mejor.

Al salir del área del Pequeño Palacio y adentrarse en las concurridas calles de Os Alta, Jesper les explicó que la Invocadora del Sol había entrado ella solita al baúl que estaba en la parte trasera del carruaje. Apenas lo dijo todos pensaron que era un chiste, pero luego de que el zemeni lo prometiera cuatro veces decidieron creerle. Tenían a Alina Starkov en un cajón al que se había metido voluntariamente y estaban andando por la capital de Ravka como si no hubiera pasado nada.

Eventualmente el interés de los tres se centró en Galina, especialmente el de los dos que la habían oído cantar de verdad, sin usar la voz desafinada con la que fingía que el canto se le daba mal. Solo al adentrarse en el bosque decidió que era un buen momento para confesarles lo que por tanto tiempo se había guardado.

—Canto bien —admitió en el silencio, aún con la mirada en sus manos. La sangre parecía expandirse en sus guantes cuanto más tiempo los observaba—. ¿Vieron las caras de los idiotas de los invitados? Canto más que bien. Pero lo tengo que ocultar en Kerch. No puedo permitir que Saksa lo sepa o lo usará en mi contra.

No era necesario que aclarara lo que sucedería si la dueña del Cirque Hart se enteraba. Recibiría las mismas amenazas que ya recibía en cuanto a sus piernas, que se las cortaría, que las mutilaría para que nunca más pudiera bailar. Su voz era su secreto mejor protegido, el que guardaba para que no hubiera chances de perder la lengua.

—Por eso usé un nombre falso, porque Saksa tiene espías en Ravka y no podía permitir que descubrieran que hay una Galina que sabe cantar. Sabrá que soy yo y... y bueno, no quiero eso.

—Pero... —Jesper apartó sus ojos del camino para mirar a la rubia, a la que había llamado cantante estrella sin saber que era la absoluta verdad—... Saksa podría tener espías en el Pequeño Palacio que sepan quien eres.

—Lo dudo —aunque no lo dudaba tanto como para no temer lo que se encontraría al volver a cruzársela—, y si los tiene al menos sabré que lo hice por la misión. Por mi libertad.

Aunque el peso de la daga en su pierna se hiciera más insoportable con cada metro que se alejaban del palacio.

Mis hermanos y yo tenemos manchas de nacimiento características en nuestros cuerpos, como la que yo tengo en el brazo.

Pude matar a Darya Starlington, por cierto —decirlo en voz alta hizo que se quedara sin aire.

Markov la tiene en la espalda, Yelena en la pierna izquierda y... y mi hermanita menor en el cuello. Galina.

—Y le robé la daga —la cual estaba manchada con su sangre y con la traición del falso abrazo que le había dado para acercarse.

Porque siempre supe que no habías muerto, ni tú, ni tus hermanos.

Galia —Inej apoyó sus manos en el hombro y la pierna de Galina, quien estaba perdida en ese recuerdo de Darya explicando una verdad que la vinculaba con varias coincidencias que no podían ser reales.

Nuestros hermanos, por los Santos...

Galina —ni el tono demandante de Kaz la trajo de regreso, sin importar que se dio vuelta para que quedaran enfrentados aunque Galina no le estuviera prestando atención. Ni a él ni a nada que no fuera esa maldita frase que no podía sacarse de la cabeza.

Solo sé que eres Galina Starlington.

Inej, ¿qué sabes sobre la daga de los Starlington? —inquirió queriendo confirmar las historias que había escuchado de pequeña.

—¿Qué pasa, Galia?

—Solo respóndeme —pidió, ignorando si solo estaba incrementando su preocupación.

—La fabricó Odessa Starlington, la hermana Inferni de Sankta Svetlana —empezó con cautela, tocando el hombro de Jesper para que parara el carruaje. Miró a Kaz esperando una confirmación y él asintió igual de consternado que ellos aunque no lo demostrara—. Cuenta la leyenda que cuando un Starlington Inferni usa la Pequeña Ciencia mientras la empuña, la hoja también se prende fuego.

Ninguno se esperó que Galina se bajara del carruaje de un salto. La llamaron pidiéndole que les explicara lo que le estaba pasando, pero Inej le había dado toda la información que necesitaba. Cuenta la leyenda. Toda leyenda provenía de una pequeña realidad, ¿no?

Porque Galina no creía en los Santos, ni en el destino, y menos en que la idea que persistía en su mente fuera cierta.

A pesar de no creer, Galina levantó la kefta y su vestido para sacar la legendaria daga que le había pertenecido a una Sankta. A pesar de no creer, Galina se quitó su guante derecho frente a sus amigos sin interesarle que vieran sus cicatrices. A pesar de no creer, Galina tomó la daga con su temblorosa mano y acomodó sus pulseras. A pesar de no creer, Galina chocó las piedras para que saltaran chispas y creó una llama que se posó en su mano izquierda. Y a pesar de no creer, Galina estaba en el medio de un camino desolado en un bosque tenebroso y desconocido, cuando la hoja de la daga se cubrió de la luz que la marcaba como alguien diferente de quien se había terminado por convertir.

Sobre el fuego sagrado, Galina vio reflejada la versión de sí misma que no había sido abandonada, que no tenía los antebrazos y las manos llenos de cicatrices, que no había crecido asesinando y que no había matado a su hermana.

Y ya fuera porque había derramado la sangre de Darya, porque sentía que los árboles se le venían encima para apretujarla y asfixiarla, o porque su primera muerte había sido en el ámbito del espectáculo y esta última no podía quedarse corta de dramatismo; Galina Starlington se desmayó y el fuego desapareció.




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