15. Estrella polar

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Pasado un rato miro la hora:

—De todas formas, me voy a ir ya, que se está haciendo tarde.

Me asomo a la ventana y observo cómo el cielo se ha oscurecido completamente. Ella se acerca, me abraza por la espalda y me dice:

—Yo te acompaño.

Luego me da un beso en el cuello, como si fuera mi pareja. Sin embargo no digo nada, porque me gusta que haga eso.

—Venga, vamos —dice ella.

Recojo mis cosas y empezamos a andar escaleras abajo, mientras ella grita:

—¡Papá, mamá! ¡Voy a acompañar a Abigail a su casa!

—¡Vale! —contesta su padre —¡pero no tardes mucho, que es tarde!

Luego me mira a mí, una vez hemos llegado al comedor, y me comenta:

—Voy a aprovechar para sacar a pasear a Dash.

—Vale —respondo yo, sonriendo.

—¡Dash! —grita ella.

Luego lanza unos besos al aire para llamarlo, mientras él viene corriendo hacia nosotras. Lottie le pone la correa y entonces salimos a la calle. Empezamos a andar poco a poco y ella me pasa el brazo por mis hombros, para atraerme hacia sí. Clavo la mirada en sus ojos, y ella me pregunta:

—¿Te incomoda?

—No —digo, mientras se me dibuja una sonrisa.

Ella sonríe más que yo, y me da un beso en la frente. Con la otra mano sostiene la correa. Mi casa está a unos veinte minutos de la suya, vamos andando poco a poco.

Y es entonces cuando nos cruzamos con él. Sentado en una esquina, en una calle donde no hay prácticamente nadie, un hombre nos ve pasar por al lado suyo. Cuando ya estamos unos metros más adelante, el hombre se levanta, y comienza a hacer los mismos pasos que nosotras. Doblamos la siguiente esquina y él también, cruzamos un paso de peatones y él también.

Charlotte no se da cuenta, sigue hablando de sus cosas, pero yo no paro de voltear los ojos hacia él y luego hacia ella, simultáneamente. Cuando el hombre aprieta el paso yo busco las llaves de mi casa en el bolsillo de mi chaqueta y las agarro bien fuerte, con la punta sacada hacia afuera, como si llevara una navaja. Ese es mi mecanismo de defensa.

Entonces empiezo a decir:

—Lottie...

Pero como ella está hablándome no me escucha. Vuelvo a intentarlo:

—Lottie...

Pero ella sigue sin escucharme. Dicen que a la tercera va la vencida, y si eso no es cierto voy a hacer que así lo sea:

—¡Charlotte! —grito, para llamarle la atención.

Ella deja de contarme lo que sea que me estuviera contando:

—¿Qué pasa? —pregunta, preocupada.

—Es ese hombre de atrás —le respondo —lleva siguiéndonos desde hace unas calles.

—Separémonos y vamos rápido —me responde ella.

—¿Separarnos por qué?

—Porque si es así de retrógrada y machote aún va a tener más ganas de violarnos si cree que somos una pareja.

Entonces nos separamos y yo le digo, mostrándole cómo lo he hecho yo:

—Saca tus llaves de casa y ponlas así.

Ella me imita y apuramos más el paso. De repente escuchamos su voz, diciendo:

—Qué buena estás, Charlotte.

Ella abre mucho los ojos. Estoy segura de que le ha recorrido un escalofrío por todo el cuerpo al escuchar su nombre salir de la boca de ese señor. Pero no un escalofrío de los buenos, como los que tengo yo cada vez que ella intenta seducirme (aunque nunca lo consigue, todo se ha de decir). A ella le habrá recorrido un escalofrío de los malos, de los que nos dejan mal cuerpo durante horas, días y semanas.

Dash se da la vuelta, y al ver al señor caminar rápido hacia mi amiga, empieza a ladrar como un loco. Apuramos más el paso todavía.

No sé qué quiere de nosotras, solo sé que yo nunca había pasado tanto miedo. El corazón me bombea rápido, tan rápido que casi no me deja respirar porque me aprieta los pulmones.

—¿Por qué os vais? —pregunta el hombre —Si estáis buenísimas las dos...esos culos, esas tetas...diez hijos os hacía yo a cada una. Venid, venid conmigo.

—¿Qué hacemos, Abby? —pregunta ella por lo bajito, a punto de entrar en un ataque de pánico.

—Correr como nunca —le respondo.

El hombre se acerca mucho más a nosotras, diciendo:

—Charlotte...un nombre precioso para una chica que está tan buena como tú.

Dash ladra más fuerte y se abalanza al hombre para darle un pequeño mordisco. Él grita de dolor y, justo cuando nos disponemos a salir corriendo, una señora mayor que vive en un bajo un poco más adelante de donde estamos nosotras, abre la ventana, diciendo:

—¡Ay, Charlotte, mi nieta!

Luego hace un gesto leve con la cabeza para indicarnos que lo que quiere es salvarnos de ese hombre. Las dos entendemos al segundo que tenemos que seguirle el rollo, de modo que ella contesta, acercándose a la ventana:

—¡Abuela!

Entonces la señora me mira a mí y me dice:

—¡Alice, tú también estás guapísima!

Sé que no me llamo así, pero tengo que fingir que sí porque ella no me conoce, lo que conlleva que no conozca mi nombre real. Seguramente sabe cómo se llama mi amiga porque habrá escuchado los comentarios asquerosos de ese hombre.

La señora sale al rellano, y luego a la calle. Nos hace entrar en su casa, siendo ella la última en volver a ella. Mientras hacemos eso, el vecino de la puerta de enfrente, sale al rellano diciéndole al hombre, el cual no deja de tocarse la zona donde Dash le ha mordido:

—Tú y yo la vamos a tener.

—Pero si ni nos conocemos —le responde el asqueroso.

—Ya, pero...¿te crees que no te he escuchado desde mi casa, viejo verde? Yo soy policía, y ahora te vas a enterar.

Charlotte y yo nos miramos y sonreímos a la vez. En cuanto la mujer cierra la puerta, Lottie suelta la correa de Dash y corremos las dos a abrazarla, a modo de agradecimiento por habernos salvado la vida. Ella nos estrecha entre sus brazos tan fuerte como puede y luego exclama:

—¡Estáis temblando! Voy a prepararos una tila a cada una para que os tranquilicéis. Ya estáis a salvo. Sentaros en el sofá.

Cuando nos separamos de ella, viene Dash, corriendo y arrastrando la correa. Al llegar adonde está la mujer se pone a dos patitas, a hacerle fiestas. Él también está muy agradecido. La señora se pone a acariciarlo y él le lame las dos manos.

Nosotras obedecemos y ella se dirige a la cocina. Una vez nos hemos acomodado, me acerco a Charlotte y la abrazo.

—No pasa nada. Ahora estamos aquí y nos relajamos un poco. Después llamamos a nuestros padres.

Ella asiente, con la cabeza gacha y, sollozando, dice:

—No quiero que te pase nada.

—Oye oye oye —respondo yo, poniendo la mano sobre una de sus mejillas y empujándola hacia arriba, suavemente, para que alce la cabeza y me mire —no me ha pasado nada, estoy bien. Estoy aquí, contigo, las dos sanas y salvas. Dash nos ha defendido, la señora nos ha salvado la vida. Y ahora lo que tenemos que hacer es alegrarnos de que en el mundo todavía quedan ángeles.

—¿Ángeles? —pregunta ella, al no entender lo último que he dicho.

—Sí, Lottie —le respondo —ella es un ángel que Dios nos ha enviado. Es un ángel vivo. Es una lástima que no todos tengan uno.

Entonces empiezo a acariciar su mejilla para secarle las lágrimas mientras le digo:

—Así que ahora deja de llorar porque estamos sanas y salvas y además el vecino se ha llevado al hombre a la comisaría, lo que significa que muchas chicas más se han salvado de lo que podría haberles pasado.

Ella sonríe levemente:

—También tengo miedo de que ahora no quieras volver a mi casa por esto...quiero que vengas más veces pero supongo que ahora ya no querrás...

—Escúchame —le respondo —tus padres son súper simpáticos...y tú más. Evan es una monada y Dash se llevaría muy bien con Whitney y Eilish. Lo que quiero decir es que yo voy a la casa de quien me quiere y me trata bien.

—Yo te quiero —me responde ella, mirándome con los ojos aún un poco enrojecidos.

Eso me pilla tan por sorpresa que no sé cómo reaccionar. La miro intensamente a los ojos, intentando buscar algo en ellos que me diga en qué sentido dice eso. Ella me mira intensamente y sus pupilas me hablan de que me quiere de verdad. Que está totalmente enamorada de mí.

—Me quieres... —le digo, invitándola a continuar la frase.

—Sí... —responde ella —como una amiga...la amiga más especial del mundo.

La señora aparece en esos momentos, con una bandejita y tres tazas de tila sobre ella.

—Tomad, tomad —dice —y una para mí también que me he puesto enferma de oír lo que os ha dicho ese cerdo. Diez hijos, dice...diez hostias le daría yo. ¡Qué asco, por favor! Y encima a unas jovencitas de...

—Diecisiete años —decimos las dos al unísono.

—Ya ves tú —responde ella —qué gente más marrana hay por el mundo.

—También hay ángeles —digo, mirándola a ella.

—Ay, niña, no digas eso...yo no soy ningún ángel.

—Nos ha salvado —aporta entonces Charlotte —a las dos.

—¿Y qué iba a hacer, sino? ¿Dejar que os violase? No quiero ni pensarlo.

—¿Cómo se llama usted? —pregunto yo, con curiosidad.

—Me llamo Isabella —responde ella.

—¿Y el vecino policía? —pregunta Lottie.

—Alexander —responde la señora Isabella, sonriendo un poco —qué suerte que estaba él...

—Nuestro segundo ángel —respondo yo —mis hijos se llamarán así.

—Y los míos —añade Charlotte, antes de dar un sorbo en su taza.

Algo me dice que en un futuro serán los mismos. Su Isabella será mi Isabella y su Alexander será mi Alexander. Entonces me lo imagino. Se me viene una imagen a la cabeza, en la que aparecemos Charlotte y yo bastante más mayores. Estamos en un sofá sentadas, dándonos un beso, mientras yo sostengo a una niña pequeña sentada sobre mis piernas y ella un niño.

Creo que ella se ha imaginado algo parecido, porque pone su mano sobre mi rodilla y la acaricia, con suavidad. La miro y me sonríe de esa forma tan especial y mágica. Yo intento imitarla, pero me siento inútil ya que mi sonrisa no es ni la mitad de bonita que la suya.

Miro de reojo a la señora Isabella, quien, también sonriendo, hace un gesto con las manos de un beso, dejándome claro así que quiere saber si somos una pareja o no. Yo niego con la cabeza y luego vuelvo a mirar a Lottie. Nunca me había sentido tan feliz de verla, ahora aprecio mucho más que esté aquí. O estar yo. No quiero ni pensar qué habría pasado si la señora Isabella y el señor Alexander no hubieran estado en sus casas.

Pero aquí estoy. Aquí está ella. Aquí estamos las dos. La miro y no me resisto. Necesito abrazarla. La señora Isabella recoge las tazas y aprovecho que se ha ido a la cocina para abalanzarme a abrazar a Lottie. A ella le pilla desprevenida y se desestabiliza, cayendo con la espalda y la cabeza sobre el sofá. Al estar entrelazada con ella, me caigo yo también de manera que termino sobre ella, a menos de dos centímetros de sus labios, con mi pecho apoyado plenamente sobre el suyo, con mi cadera sobre la suya y con sus piernas entre las mías. Al darnos cuenta de que es una postura muy malpensante, empezamos a reír:

—Amiga —dice ella entonces, bromeando —ya sé que soy guapa pero no te pases.

En ese momento entra la señora Isabella de nuevo en el salón, y al vernos así nos dice, bromeando también:

—Chicas, está muy bien que estéis enamoradas y todo eso, pero sexo en mi sofá no, por favor.

—Señora Isabella —respondo yo, riendo —no estamos enamoradas...simplemente yo quería abrazarla y nos hemos resbalado.

—¡Uy! —responde la mujer, alzando la voz —¡señora Isabella, dice! Cariño, no quiero que me llames así, que me siento muy vieja...llamadme Isabella, a secas.

Las dos asentimos, sonriendo, y yo aprovecho para decir:

—Por cierto, Isabella, yo me llamo Abigail...

—¿Cómo te había llamado yo?—pregunta la mujer.

—Alice —respondemos las dos, al unísono.

—Lo he dicho porque es el primer nombre que se me ha venido a la cabeza —responde —pero Abigail es mucho más bonito que Alice.

—Gracias —le contesto yo, educadamente.

La mujer se levanta entonces, con prisa. Parece que de repente se ha acordado de algo, y nos dice:

—¿Habéis cenado?

Las dos negamos con la cabeza y ella dice:

—¡Habérmelo dicho! Voy a prepararos algo. Mientras, llamad a vuestros padres.

Cuando la mujer vuelve a la cocina, saco el móvil y busco en contactos el número de mi casa, ya que no me lo sé. Cuando lo encuentro, pongo el manos libres para que Lottie pueda hablar también.

—¿Hola? —dice la voz de mi madre a través de él.

—Hola mamá —respondo yo.

—Hola Meredith —dice ella.

—¿Cómo estáis? ¿Vuelves ya, Abby?

—Mira mamá —respondo yo —estaba volviendo a casa y Charlotte me estaba acompañando. De repente un hombre ha empezado a seguirnos, andando cada vez más rápido hacia nosotras. Era un hombre que tendría unos cuarenta y cinco o cincuenta años. Como Charlotte no se daba cuenta porque me estaba hablando pues al final he gritado su nombre, y este señor ha empezado a decir: «Charlotte, estás muy buena...las dos estáis muy buenas...esos culos, diez hijos os hacía a cada una».

—¿Qué?—pregunta mi madre, atónita —¿dónde está ese asqueroso, que le parto la cara?

—Mamá...¿qué pasa? —se escucha la voz de mi hermano.

—Un asqueroso que les ha dicho cosas muy feas a Abigail y Charlotte —responde y, de nuevo al teléfono dice —¿y estáis bien? ¿Dónde estáis?

—Dios nos ha enviado dos ángeles, mamá —respondo yo.

—¿A qué te refieres, hija?

—Cuando íbamos a empezar a correr, una señora que vive en la casa donde estábamos pasando por delante, se ha hecho pasar por la abuela de Charlotte y nos ha salvado metiéndonos en su casa. Mientras tanto, su vecino, el cual es policía y nos ha escuchado también, ha salido y se lo ha llevado a comisaría.

—Bueno, menos mal que estáis sanas y salvas —responde ella.

—Sí, Meredith —dice Charlotte —tranquila que no nos ha pasado nada al final. Solo ha sido el susto.

—¿Estáis en casa de la señora?

—Sí —respondemos las dos, al unísono.

—Bueno, cenar allí y luego vamos, ¿vale?

—Vale —respondo yo.

Cuando cuelgo aparece Isabella con una pizza entre sus brazos.

—Vuestra cena —dice, dejándola sobre la mesa de la salita —estaba ya hecha porque es lo que iba a cenar yo, pero vosotras sois más urgentes.

—Gracias —responde ella.

Entonces empezamos a cenar. Nunca había disfrutado tanto de una pizza como ahora, que valoro todo lo que hay a mi alrededor.

Cuando ya hemos terminado le mando un mensaje a mamá, para decirle que ya puede venir a buscarme. Entonces Charlotte me mira y dice:

—Voy a llamar a mis padres.

Una vez hemos acabado de hablar con ellos, sonrío porque hemos acordado que esta noche la pasaré en su casa, ya que ninguna de las dos quiere dormir sola. Llamo a mi madre para decírselo:

—Hola, Abby, ya voy a ir a buscarte, dame la dirección de esa casa.

—No, mamá, no hace falta —le respondo —hemos hablado con los padres de Charlotte y la señora Anderson dice que quiere que esta noche durmamos las dos en su casa, para asegurarse de que estamos bien.

—Bueno...vale —responde ella, un poco indecisa —pero mañana no te pases el día entero allí.

—Tranquila, no voy a hacer eso. 

—Bueno, pues que duermas bien en su casa...un besito de buenas noches de parte de papá y de Aaron. Y dos lametones de parte de Whitney y Eilish.

—Dales otro beso a papá y a Aaron. Y muchos achuchones a las perritas.

—Vale, guapa —responde ella —que descanses.

—Igualmente mamá.

Al colgar miro a Charlotte y ella dice:

—¿Entonces vienes?

Asiento con la cabeza y a ella se le dibuja una sonrisa enorme. Luego se me abalanza para abrazarme y vuelve a ocurrir lo mismo pero al revés. Esta vez es ella quien acaba encima mío. Entonces digo yo, en broma:

—Dices que yo no me pase, pero ahora eres tú quien está cruzando la línea roja.

—Agr, yo puedo hacer eso —responde ella, haciéndose la interesante.

—¿Ah sí?

—Aja...y además te encanta. Se te nota mucho en la mirada.

Justo cuando estoy a punto de responder, Isabella aparece de nuevo, y nos dice:

—Chicas, ya os he dicho que está genial que os queráis, pero por favor, sexo sofalero en mi casa no.

—Abigail —dice entonces Lottie, mientras nos incorporamos riendo —creo que no vamos a abrazarnos más en este sofá.

—Mejor no.

Pasados unos minutos la madre de Charlotte llega a la casa. Supongo que ella le habrá enviado por WhatsApp la ubicación en tiempo real.

Antes de irnos, Isabella me da un papelito con un número de teléfono.

—Para que vengáis a verme más veces.

—Sí que vendremos...¿verdad Abby? —pregunta Charlotte.

—Por supuesto —respondo yo.

—Descansad bien las dos —responde ella, despidiéndose con la mano.

—Igualmente —decimos las dos al mismo tiempo.

Cuando llegamos a su casa, Eva dice:

—No hagáis mucho ruido, que Evan y Logan ya están durmiendo. Bueno, no creo que Logan esté...estará jugando a la play.

Una vez llegamos al cuarto de Charlotte, yo cierro la puerta y ella dice:

—¿Quieres dormir conmigo o en la habitación de invitados?

—Quiero dormir con alguien a mi lado, así que contigo.

—Pero solo hay una cama —responde ella, dudosa.

—Pero cabemos las dos, ¿no? —pregunto yo.

—Sí —contesta ella, sonriendo como nunca.

Entonces corre al armario y saca de él un pijama. Tendiéndomelo dice:

—Toma, póntelo.

Me encierro en el cuarto de baño que hay al lado de su habitación y allí me lo pongo. Esta noche no puedo lavarme los dientes ya que no he traído mi cepillo. Entonces se lo digo a ella:

—Tenemos uno nuevo —contesta, abriendo unos cajones —espera, que lo busco.

Cuando lo encuentra me lo da y yo me cepillo bien los dientes. Tienen que estar radiantes, aunque yo ya me vaya a dormir.

Una vez estamos preparadas, nos metemos las dos debajo del edredón. Cuando ya hemos apagado la luz, escucho su voz:

—¿Te gustan las estrellas?

—Sí —respondo yo.

Escucho como ella se mueve y acto seguido enciende un proyector, parecido al que tengo yo. Se lo comento:

—Yo también tengo uno.

—¿De verdad? ¡Genial! —responde —A mí me gusta mirar las estrellas y pensar que cada una es una persona, según lo importante que es en mi vida.

—¿Y cuál soy yo? —le pregunto.

—Tú eres la estrella polar. La que más brilla y la que se queda quieta. Que nunca desaparece.

Me tumbo de lado y la miro a los ojos, intentando transmitirle toda la confianza posible para que me diga la verdad. Al inspeccionar sus pupilas, me doy cuenta de que ellas me dicen que yo para Lottie soy alguien demasiado especial como para ser una amiga, que me quiere como a nadie, que daría la vida por mí...que está totalmente enamorada de mi persona. Y no me quiero quedar así. Quiero que ella me confirme lo que siente por mí.

—Charlotte —le digo yo —tengo que hacerte una pregunta.

—Dime —contesta ella.

—No quiero incomodarte, pero necesito saber qué sientes exactamente por mí.

—¿A qué te refieres? —responde ella, acercándose un poco.

Hago un suspiro y digo:

—¿Estás enamorada de mí?

Ella abre mucho los ojos, se nota que no se esperaba esa pregunta. Se queda callada unos segundos, meditando qué decir. Finalmente responde, titubeando:

—No suelo enamorarme de las chicas heteros...

Yo asiento, aunque sé que miente. Lo cierto es que me siento mal. Algo me dice que me habría gustado que hubiera dicho que sí. ¿Qué habría pasado? ¿Qué estaría haciendo ahora? No entiendo nada.

Tampoco entiendo por qué en la isla de la razón la gente me mira cada vez más raro. No me he cambiado de vestido, no me he teñido el pelo, no me he maquillado...sigo igual que antes, pero esa gente cada vez me rechaza más.

Volviendo a la realidad, ella me sigue mirando. Entonces se frota un poco los brazos, para hacer ver que tiene frío y me dice:

—Si no te molesta, ¿podemos dormir pegadas? Tengo frío y así entro en calor.

—Sí —respondo, sin pensármelo dos veces.

Quiero ver qué dice mi corazón si la tengo al lado. Ella se acerca lentamente y apoya su cara sobre mi hombro, suavemente. Luego pasa el brazo que tiene hacia afuera por encima mío, rodeando mi barriga. Yo paso mi brazo que está más cerca de ella por debajo de su cuello y con la mano llego a su espalda, la cual atraigo un poco más hacia mí.

—¿Estás cómoda? —me pregunta entonces.

—Sí —le respondo yo, diciendo así la verdad —¿y tú?

—Nunca había estado tan cómoda —me responde.

Hace ademanes con la cabeza hasta que consigue darme un beso en la mejilla. No se da cuenta porque la habitación solo está iluminada por las estrellas, pero mis mofletes se han vuelto a sonrosar. Entonces me dice:

—Buenas noches.

Le devuelvo el beso y le digo:

—Buenas noches.

Cuando ya han pasado unos minutos, hablo de nuevo, con la esperanza de que siga despierta:

—Lottie...

—Dime —responde, con voz de tener sueño.

—¿Las amigas normales hacen esto?

—¿El qué? —pregunta ella, alzando la cabeza.

—Pues esto —respondo, con tono de obviedad —dormir así.

—No lo sé —responde ella —¿alguna vez lo has hecho con Keira o con Sam?

—No...

—Pues ahí tienes la respuesta —me indica entonces.

—Y...¿por qué nosotras sí? —pregunto, extrañada.

—¿A tí te gusta? —me pregunta entonces.

—No lo sé —le respondo y, mirándola a los ojos, añado- creo que sí.

A ella se le dibuja una enorme sonrisa en el rostro, de esas que me indican que me quiere.

«No encontrarás a nadie mejor que ella...estáis hechas la una para la otra» me dice mi mente.

«Ella es una mujer, Abigail. ¡Céntrate! Imagina besar a una chica...¡asco!» contesta mi razón.

Siento todo su cuerpo pegado al mío, y así noto su corazón bombear muy rápido.

—¿Estás nerviosa? —le pregunto, entornando un poco los ojos.

—Un poco...

—¿Y por qué? —le digo, curiosa.

—Pues no lo sé.

Entonces yo me muevo para quitarme su brazo de encima. Me incorporo un poco y la agarro de los hombros, obligándola así a apoyar los dos en el colchón y, por lo tanto, a estirarse boca arriba.

—¿Qué haces? —pregunta, extrañada.

Acto seguido soy yo quien me tumbo de lado, pasando la mano que está pegada al colchón por debajo de su espalda para atraerla más hacia mí. A mí también me gusta estar así de pegada a ella.

Entonces coloco la mano que tengo hacia afuera sobre su tórax y, mientras ella me mira, sorprendida, yo le digo:

—Ahora cierra los ojos y respira hondo.

Ella lo intenta varias veces, pero su corazón no se ralentiza. Entonces abre de nuevo los ojos y dice, girando la cabeza para mirarme:

—No funciona.

—¿Y por qué no? —pregunto yo, extrañada.

—Tal vez porque eres tú quien está a mi lado.

El corazón que se acelera entonces es el mío, pero lo disimulo muy bien soltándola y girándome hacia el otro lado.

—No somos nada, Lottie.

—Ya lo sé —responde, con un tono un poco deprimido —buenas noches.

—Buenas noches —respondo yo.

Me doy la vuelta aprovechando que ella no me ve, y la miro detalladamente, resistiéndome a mi impuso de acariciar su espalda o su brazo. Pasados unos minutos, cuando creo que ella ya está dormida, me acerco lentamente y la coloco en la misma postura que antes: ella apoyada en mi hombro, mi brazo pasando entre su cuerpo y el colchón, mi mano en su espalda atrayéndola hacia mí y su brazo que está al descubierto de nuevo por encima de mi ombligo.

De repente ella hace ademanes y me da un beso en la clavícula, el cual recorre todo mi cuerpo en forma de escalofrío, como si fuera una pequeña corriente de electricidad. Así me deja claro que no estaba durmiendo. Al llegar la sensación a mi mente no puedo evitar sonreír. Es entonces cuando doy las gracias a Dios porque ella esté medio dormida y porque solo iluminen las estrellas del proyector, ya que no quiero que me vea sonreír. Se pensaría que me estoy enamorando de ella. 


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¡Hola lector! ¿Cómo estás? Espero que estés genial...

¿Te ha gustado el capítulo? Yo lo dividiría en dos partes: la primera parte no me gusta nada, pero era necesario ponerla porque es algo que a muchas de nosotras nos pasa. La segunda sí me gusta muchísimo. Supongo que con eso ya sabrás de dónde a dónde del capítulo va cada parte. 

¡Nos leemos la semana que viene!

Pd: ¿le pones la cara de un actor a algunos personajes? ¿A cuáles? ¿Qué actor?

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