Capítulo 24: La perspectiva de la ambivalencia

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Una figura observaba. A través de enormes y rectangulares paneles de vidrio, el cielo de Fráncfort se veía incluso más apagado que de costumbre. La vista de la oficina se escondía tras el Skyper, un moderno rascacielos de treinta y ocho plantas de vidrio grueso y acero, tan icónico como el resto de edificios que caracterizaban aquella ciudad por su arquitectura sobria de líneas rectas. Apenas eran las ocho de la mañana. A través del color azul artificial del vidrio se podía ver a la gente caminar con prisa para dirigirse a sus respectivos trabajos. Todos iban envueltos en elegantes trajes de oficina. El panorama era frío y gris. Tras el panel de cristal arqueado permanecía la elegante silueta cóncava del edificio, alojando una de las oficinas de la planta alta; aquellas que estaban destinadas a hospedar incontables agencias y departamentos de importantes empresarios y centros de comercio del mundo entero.

Tras unos minutos tan lentos como silenciosos, el hombre se alejó de la ventana para poner en marcha el computador que descansaba inmóvil sobre el amplio escritorio. Se dirigió hasta una pequeña estancia, separada de la oficina por una pared de concreto gris, y apretando otro botón puso en marcha una máquina de café. Era imponente y elegante a la vez, casi caballeresco; su silueta era alta, tenía brazos estilizados pero firmes, y una barba sombreada tan canosa como su oscuro cabello peinado pulcramente hacia atrás. Se colocó muy firme al lado del escritorio, enfundado en un pantalón gris impecablemente planchado y una camisa blanca bajo un delicado chaleco purpura y negro. Su apariencia le hacía transmitir un aire solemne y de apariencia atemporal.

Segundos más tarde, la puerta del despacho se abrió y el aire se llenó de risas y jadeos mientras un hombre de cabello rubio y una joven de larga melena, igualmente rubia, irrumpían en el lugar envueltos en una vorágine de besos y de manos que se movían por todas partes buscando dónde aferrarse. Al ver que los recién llegados no habían notado su presencia, el hombre decidió hablar:

—Buenos días, amo Noah.

Al instante las risas se apagaron. La joven se separó abruptamente de Noah Silver mientras se arreglaba el cabello y trataba de recolocar la falda en su lugar, evidentemente avergonzada. Noah, por su parte, mostró una mirada de fastidio ante la presencia de su mayordomo.

—Así que aquí era donde estabas, Jack —dijo con sarcasmo mientras se abrochaba de nuevo su pantalón y apretaba el cinturón de cuero sobre su cintura—. Bastante oportuno como siempre.

—Noah, yo... me voy a retirar a mi puesto —dijo ella.

La joven intentó ignorar tanto como pudo la presencia del mayordomo y trató de escapar de la oficina por la puerta abierta. Sin embargo, Noah fue más rápido que ella y, tomándola por la cintura, le evitó marcharse.

—Procura dejar espacio para mí durante el almuerzo —le susurró con una sonrisa descarada entre los labios mientras le daba un beso fugaz en los labios—. Yo te llevo el postre.

No pudo evitar sonreír de manera nerviosa. Cuando Noah la soltó y por fin pudo caminar fuera de la oficina, una rápida mano le asestó una sonora nalgada que hizo que la piel le hormigueara a través de la tela de la falda.

—Sé una niña buena y no me pases llamadas hasta que termine de hablar con mi mayordomo —ordenó.

La joven cerró la puerta y desapareció luego de musitar un apenado: "como usted diga, señor Silver".

Jack aguardaba por la formalidad de su amo, Noah, quién acabó por sentarse en la silla detrás de su escritorio. El mayordomo ya le había dejado preparada una taza de café, de la cual emanaba un potente aroma.

—Tu eficiencia a veces no compensa tu impertinencia, Jack. ¿Alguna vez te lo habían dicho?

—Mentiría si dijera que sí, amo Noah, pero si eso es lo que quiere escuchar...

Noah tomó un sorbo de su café y restó importancia a las palabras del mayordomo con un gesto burdo de la mano.

—Deberías relajarte un poco de vez en cuando. No es bueno estar siempre tan serio —dijo mientras revisaba algo en la pantalla de su ordenador.

—Lo siento, señor, pero no creo que relajarse sea lo más apropiado para nosotros en este momento —dijo Jack con solemnidad y quizás con algo de severidad en la voz—. No después de haber perdido una de las cartas y, ciertamente, no conociendo aún el reporte de la investigación que solicitó.

—Lo que pasó con Elliot fue tu culpa, Jack. Creí que ya lo habíamos dejado claro, así que asúmelo de una vez por todas y deja de estar reclamándomelo.

Noah se colocó de pie y comenzó a caminar por la oficina.

—Al final el niño terminó siendo más competente de lo que se esperaba, pero, si me permite decirlo...

Jack interrumpió su oración a espera de la autorización de Noah.

—Tú y yo sabemos que igual lo vas a decir, así que anda, termina de arruinarme la mañana.

—Si el señor hubiera hecho caso a mis consejos y no hubiera subestimado al niño, nada de esto estaría pasando y ya tendría en su poder la carta que necesitaba para encontrar el resto de cartas con mayor facilidad —dijo.

Sus ojos rodaron por las marcas rojas de lápiz labial que brillaban indiscretamente sobre el cuello desnudo de Noah, asomado tras el botón abierto de su camisa.

—Eso no me importa, Jack. Para algo estás aquí. Tenías que haber hecho algo...

Los ojos de Noah eran dos guijarros de hielo azul.

—No habría podido, señor. Las reglas del juego son muy claras...

Noah gruñó al recordar a Elliot. Iba pensando en él mientras se acercaba a la pared de cristal y dejaba que su mirada vagara por el paisaje de Fráncfort y se perdiera en la rivera del Meno.

—Maldito mocoso. Ya me las pagará cuando le vuelva a poner las manos encima. No creas que me dejaré insultar así. Todavía tenemos otra de las cartas del Tarot Arcano con nosotros y está más que claro que Elliot no sabe aún cómo manejar los poderes de las cartas. Mientras esto siga así, la balanza está aún a nuestro favor Jack, confía en mí. Esto no es más que un revés temporal, pero si aprendemos del error y rectificamos un poco la estrategia, saldremos de esta. ¿Qué sabemos del otro tipo?

Jack, en respuesta, comenzó a hablar mientras se dirigía hasta una carpeta colocada sobre el escritorio de Noah y la señalaba grácilmente con sus dedos.

—No mucho todavía, más allá del hecho de que, al parecer, está bajo las órdenes directas de aquel a quién llaman "El Coleccionista" y de que, por lo mínimo, se ha visto involucrado en varios sucesos catalogados como Amenaza a la Seguridad Urbana según los protocolos de defensa internos del conglomerado. Los investigadores deducen que podría tratarse de alguien con un entrenamiento militar bastante sofisticado. Quizás sea lo que llaman un Spestnaz o un SEAL. No sabemos cuál es su presupuesto de operación, o si pertenece a una organización partisana. Sin embargo, lo más probable es que se trate de un mercenario, o por lo menos eso es lo que he podido averiguar hasta ahora. Y por supuesto, éste sujeto, al que me he tomado la libertad de catalogar en mi reporte como Amenaza Libre FES-00, o AL-FES-00, podría estar relacionado con un asalto al sector criminal de la ciudad de Copenhague hace pocas semanas, y una supuesta reciente infiltración de la célula de PROMETHEUS en Libia. Algo es seguro, amo Noah. Él también está buscando las cartas, y podemos inferir que es alguien verdaderamente peligroso. Con él no podrá tomarse la libertad de cometer errores...

—En otras palabras, un rival digno de mis habilidades entonces. Por fin.

Noah le entregó la taza vacía al mayordomo a la vez que se volvía a sentar frente al computador.

—Concéntrate en seguir llenando el dossier. Cuando tengamos su ubicación, avísame. No sería mala idea darle una visita de cortesía en cuanto tengamos la oportunidad. Y por Elliot no te preocupes, más temprano que tarde, sus cartas serán mías, eso te lo aseguro. Ahora, si no queda más nada qué decir, vete... Necesito hacer más dinero.

—Como usted lo ordene, señor —dijo Jack mientras hacia una imperceptible reverencia con la cabeza y se dirigía a la puerta.

—Y Jack, por cierto... cuando te vayas, busca a Helga y dile que venga para acá. Hoy tengo ganas de que el almuerzo se adelante.

Jack asintió ante la sonrisa petulante de Noah, y sin decir nada más cerró la puerta a sus espaldas.

─ ∞ ─

Luego de la desaparición de Lila, el regaño de su padre y su tía y la motivadora charla con los espíritus, Elliot quedó tan repleto de energía y con tantas cosas en la cabeza que no pudo dormir durante la noche. Por más que lo intentó varias veces, al final se rindió ante la fuerza del insomnio y duró despierto la noche entera navegando en internet, leyendo artículos interesantes y viendo videos en YouTube.

En un viaje fugaz a la sala de juegos había tomado unas latas de refresco y unas cuantas bolsas de papas y galletas. A cada ruido o movimiento súbito de Colombus, dormido en la cama vecina, Elliot contenía la respiración y se quedaba muy quieto, observándolo. Apenas ayer su mejor amigo había estado a punto de morir; apenas había pasado un día desde que había sido salvado de Lila... o perdonado por Lila. Fuera como fuera, Colombus estaba vivo, y estaba bien. Cuando Elliot lograba comprobar que éste no se había despertado, volvía a contemplar la pantalla de su laptop.

Mientras saltaba de página en página, se dio cuenta de la dirección que estaban tomando sus pensamientos, y sin querer resistirse más a su curiosidad, tecleó en el buscador la palabra que llevaba rato haciéndole ruido en la cabeza.

«Demonios», escribió con rapidez. Automáticamente el buscador arrojó un sin fin de resultados entre los que Elliot se dispuso a perderse. Frente a él había una maraña de ventanas de colores oscuros, mayormente rojo y negro. Todas ellas llenaban la pantalla del ordenador, e hicieron que Elliot se adentrara en un mundo de fábulas, mitos, leyendas urbanas, y datos "reales" de avistamientos de demonios: cómo vender tu alma al diablo, guía de demonología ilustrada, las huestes demoníacas y la marca de la bestia, la biblia negra, manual de magia negra, rituales de sangre, Lucifer, Belcebú, Satanás, Mefisto, Dios, los arcángeles, demonios menores, OVNIS, alienígenas, la Cábala, el imaginario demoníaco del Medioevo, los pecados capitales, orgullo, ira, lujuria...

Y fue en ese apartado en el que vio la imagen de una demonio que iba completamente desnuda, con enormes alas negras que se extendían sobre el lecho de un hombre dormido, mientras acariciaba su cuerpo con lascivia.

«Lila», pensó Elliot, incapaz de no asociar aquella ilustración con el cuerpo desnudo de Lila en medio de su habitación. Una vez más la recordó. Apenas había pasado un día. Sus ojos viajaron inevitablemente al lugar exacto donde ella había estado arrodillada y rendida, con los ojos rojos y llorosos, mientras Colombus se retorcía de placer. De inmediato se puso a leer.

«Súcubos: demonios de aspecto femenino que se alimentan del apetito sexual durante la noche hasta que drenan por completo el alma de sus víctimas y estas mueren. Durante la edad media, las súcubos fueron la explicación de la iglesia a las espontaneas micciones masculinas que sucedían al dormir, en especial dentro de los monasterios, donde los jóvenes sacerdotes culpaban a estas criaturas demoníacas de sus eyaculaciones nocturnas. Según la demonología de la época, las súcubos eran las hijas de Lilith en la Tierra. Su contraparte masculina eran los Íncubos, a quienes se les atribuía la maldad de desflorar niñas vírgenes durante el sueño para dejarlas embarazadas, siendo el resultado final de esta fecundación una bruja o un brujo».

Durante el par de horas que precedieron al amanecer, Elliot se dedicó a buscar más información sobre las súcubos para tratar de entender lo más que pudiera. Por más que lo intentó, en ninguna parte encontró ninguna referencia a la virtud o a la bondad en semejantes criaturas, pero, aun así, él no podía dejar de recordar las lágrimas de Lila bajando por sus mejillas y el arrepentimiento en su voz. Para Elliot, era imposible asimilar que todo aquello hubiera sido una mentira.

Cuando el sol comenzó a asomarse en el horizonte Elliot estaba bastante cansado. Dejó toda la basura de la noche en la papelera debajo del escritorio (que ya estaba a rebosar). Salió de su cuarto y se dirigió al cuarto de baño para tomar una refrescante ducha que lo ayudara a despejar su mente para afrontar un nuevo día.

«...o mejor sería decir una nueva vida», reflexionó mientras sonreía con verdadera diversión al bañarse y dejar que su cuerpo se relajara bajo las caricias del agua tibia.

Ya estaba de vuelta en su cuarto cuando escuchó la voz de Colombus a sus espaldas.

—Buenos días, viejo —dijo en medio de un bosteza—. No crees que es muy tempr...

Pero cuando Colombus terminó de abrir los ojos y prestó atención al torso desnudo de Elliot, casi no se muerde la lengua de la impresión.

—Elliot, ¡¿estás bien?! ¿qué demonios te pasó?

Colombus se levantó de un brinco de la cama. Estaba observando atónito las marcas de magulladuras en las muñecas y el cuello de su amigo. Con cuidado posó una mano sobre el hombro de Elliot y tomó una de sus muñecas para revisarla con mayor atención. Las palmas también estaban mallugadas. Cuando habló, la preocupación de ver a su mejor amigo en aquel estado le distorsionó la voz.

—Hermano, ¿qué... qué significa todo esto...?

Elliot simplemente se encogió de hombros y sonrió mientras se alejaba un poco de Colombus. Rápidamente se colocó la camisa blanca del uniforme y cubrió las marcas del cuello ajustando la corbata antes de colocarse el saco negro encima.

—No es nada, Bus, no te preocupes —dijo restándole importancia a la situación.

—¿Nada? —exclamó Colombus con incredulidad y exasperación—. Pero cómo me vas a decir eso cuando tienes semejantes moretones en el cuerpo. ¿Qué está pasando contigo, Elliot? Desde hace semanas que estás muy extraño. Casi no hablas con nosotros, te la pasas fuera del castillo todos los putos fines de semana haciendo sabe Dios qué cosa, y ahora llegas con la cara golpeada y el cuerpo todo maltratado. ¡¿Acaso estás en un jodido club clandestino de pelea o algo así?!

Elliot no pudo evitar reírse ante la ocurrencia de su amigo.

—Genial, y ahora te ríes. Perfecto.

—No te molestes, Colombus. En serio no me pasa nada, o bueno, nada que sea realmente grave. Confía en mí y créeme cuando te digo que mejor es no saber muchas cosas —dijo Elliot con soltura y calma en la voz—. Ahora deja de preocuparte y vístete, vamos. Hoy amanecí con más hambre que de costumbre y tal vez me atreva a desayunar algo diferente.

—¿Y también vas a cambiar de desayuno? —farfulló Colombus confundido—. Definitivamente tú ya no eres el mismo Elliot que yo conocía. Los extraterrestres te abdujeron y te hicieron algo.

—Si estás insinuando que alguien me metió una sonda por el culo a mitad de la noche sin que yo me diera cuenta, déjame decirte que eso no ha pasado —dijo Elliot entre risas—. Sigo siendo tan virgen como siempre. Pero definitivamente... ya no soy el mismo de antes.

─ ∞ ─

Durante el desayuno, Elliot decidió variar su típico plato italiano por una mezcla de huevos revueltos, pan y tocino, acompañado de un gran tazón de avena y un vaso de jugo de naranja sin nada de azúcar. Colombus veía aquello con incredulidad, pero aun así no dijo nada. Era evidente que Elliot se sentía bien, porque no dejaba de hablar animadamente mientras sonreía, algo poco común en él. Al poco rato de haber estado comiendo, Pierre apareció en el comedor con su tablet en alto mientras hablaba con alguien en la pantalla. Sin siquiera ver mucho lo que hacía, el chico tomó una manzana y con un rápido vistazo ubicó a Elliot y a Colombus, y caminó hasta ellos mientras seguía hablando con el aparato.

—Te dije que con lo gordo que es Colombus, los iba a encontrar rápido, Mady, y para que veas que no es mentira, mira.

Pierre giró la pantalla y automáticamente Elliot y Colombus vieron el rostro alegre de Madeleine. Su cabello rojo estaba alborotado, y cuando vio a sus otros amigos frente a ella, les sonrió enormemente y llena de felicidad, y sopló un par de besos en sus direcciones.

—¡Ay chicos, cómo me gustaría estar allí con ustedes! No se imaginan lo aburrida que he estado esta última semana. Se los juro que, si sigo así, terminaré hablando sola en cualquier momento —se quejó mientras le daba un mordisco a una manzana verde que ya iba a medio comer.

—Sí, bueno, aquí todo sigue tan aburrido como siempre. Realmente no te pierdes de mucho —dijo Pierre mientras se sentaba entre Elliot y Colombus para que Madeleine los pudiera ver a los tres—. Arrímate más cerca Elliot, casi no te ves.

Al escuchar que Pierre acababa de decir aquello, Elliot volteó a verlo con asombro. Éste le devolvió la mirada al notar la intensidad de los incrédulos ojos de Elliot sobre él.

—¿Qué? ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué me ves así?

—Obvio que porque tiene miedo de que lo vayas a morder cuando se acerque. Nos pasa a todos cuando vemos a un perro con rabia menear la cola —se burló Colombus mientras también se acercaba a Pierre.

Pierre le echó un empujón con el codo, pero Colombus solo se rio. Al final, Elliot negó con la cabeza mientras comenzaba a hablar.

—No pasa nada, Pierre, es sólo que pensaba que aun seguirías molesto conmigo —le dijo mientras acercaba la silla a su amigo.

—Si piensas que me voy a disculpar por herir tus delicados sentimientos Elliot, te puedes quedar esperando hasta que te mueras —replicó Jean Pierre mientras se giraba para continuar hablando con Madeleine—. En fin, Mady, que aquí todo sigue igual. Lo único nuevo fueron las audiciones para una obra del club de teatro que abrieron la semana pasada, y que ahora Elliot trabaja con el jardinero porque está castigado.

—¿Y tú cómo sabes eso? —preguntó Elliot sorprendido.

No había visto ni hablado con Jean Pierre desde que éste le había gritado que era un egoísta la semana pasada.

—Yo se lo dije en clases de gimnasia —dijo Colombus mientras masticaba un burrito con la boca abierta.

—Pareces un cerdo, gordo —le recriminó Pierre al ver aquello. Colombus respondió mostrándole la boca llena.

—¿Y por qué te castigaron, Elliot? —preguntó Madeleine con extrañeza.

—N-no fue nada —respondió Elliot un poco vacilante—. Mi papá se molestó por algo que hice y habló con Rousseau, pero no fue nada y no es importante. ¿Cuándo volverás al colegio Mady?

Preguntó para zafarse cuanto antes de aquella curiosidad sobre su castigo. Afortunadamente, su pregunta funcionó. Automáticamente, Colombus y Pierre voltearon a ver a Madeleine con la misma intensidad con la que hasta hace un instante miraban a Elliot.

—No lo sé con seguridad. Pero cuando le pregunte a mi papá esta mañana me dijo que, aunque ya el colegio lo había llamado para decirle que todo estaba bajo control y que no tenía de qué preocuparse, él creía prudente esperar una o dos semanas más antes de mandarme de vuelta —dijo la chica con pesar.

—Ay, por favor —dijo Pierre con exasperación—. ¿Por qué tu papá tiene que ser tan paranoico? Pero como sea, conociendo al señor Guillaume, mejor sería dar las gracias de que no te sacara del Instituto.

—Créeme que bastante que me tocó llorar toda la semana para convencerlo de que no lo hiciera, Pierre. Y al final fue mi mamá quien lo convenció de todos modos. No sé cómo lo hizo, pero lo hizo —dijo la chica con entusiasmo.

Colombus, al escuchar aquello, comenzó a decir algo bajo entre risas, pero apenas Pierre lo escuchó le aporreó las costillas con el codo. Colombus reclamó, pero Pierre lo amenazó con el puño.

—A la próxima te va peor, gordo.

Madeleine observó a Elliot mientras soltaba un suspiro y se reía.

—Ellos nunca cambiarán, ¿verdad? —le preguntó.

—Esa es la manera que tienen para decirse que se aman.

—O sí, ¡cuánto lo amo! —se burló a su vez Colombus mientras tomaba a Pierre por la cara e intentaba besarle los cachetes. Pierre forcejeaba para evitar el contacto con los labios de su amigo.

La risa estruendosa de Madeleine al otro lado de la pantalla hizo que ellos mismos se echaran a reír. Todos se rieron por un buen rato, hasta que Madeleine, en medio de la risa y el llanto, por fin pudo hablar.

—¿Y qué saben ustedes acerca del nuevo director?

—¿Nuevo director? ¿De qué hablas? —dijo Elliot mientras recuperaba el aliento y se secaba las lágrimas.

Nadie sabía nada de un nuevo director, así que todos observaron a Madeleine con extrañeza.

—Chicos, ¿es en serio? —se quejó ella risueña—. ¿Cómo es posible que aun desde mi casa yo sepa más que ustedes de lo que está pasando en el castillo?

—Fácil. A nadie le interesan los cuentos de pasillo, Mady —dijo Pierre.

—¡Pues debería de importarles! Según lo que me enteré por el grupo de WhatsApp del instituto...

—Esperen. ¿El Instituto tiene grupo de WhatsApp? —preguntó incrédulo Colombus interrumpiéndola.

—Sí, pero es para los padres —respondió la chica—. Pero en fin, que la cosa es que con todo lo de las muertes extrañas y sobre todo después de la muerte del profesor Viele, que en paz descanse (dijeron Colombus y ella al tiempo), la junta directiva...

—El conglomerado O.R.U.S querrás decir, Mady —corrigió Pierre.

—Sí, supongo, pero, en fin, como decía, la junt....

—¡Esperen, esperen! ¿Los freaks de los restauradores tienen un conglomerado? —preguntó Colombus sorprendido—. ¡¿Y forman parte de la junta de padres y representantes?! ¡¿Qué chanfles pasa aquí?!

—¡Gordo, pero por supuesto q-que...! —decía Pierre atónito—, claro que...

—Los miembros de la junta directi...

—Colombus —intervino Elliot—, ¿no sabías que O.R.U.S. es una insti...?

—¡...cómo les estaba diciendo... la junta directiva del insti...!

—No, Elliot, ni te molestes en perder tu tiempo. Era obvio que alguien que sólo piensa en comer como un cerdo no va a saber nada del famosísimo conglomerado global O.R.U.S. Gordo, ¿al menos has leído las noticias una vez en tu vida? —se burló Pierre con fastidio en la voz, resignado por completo a la ignorancia de su amigo.

—EN FIN... —Madeleine interrumpió a todos alzando la voz, molesta de que no la dejaran terminar—, los miembros de la JUNTA DIRECTIVA estaban muy inconformes con la gestión del director Gauthier y, aparentemente, esta semana otra persona iba a reemplazarlo de manera permanente en la dirección del instituto.

—¿Y tú como hiciste para enterarte de todo eso si el grupo es solo para los padres, Mady? —inquirió Pierre con suspicacia.

—Pues digamos que mi papá no es muy bueno para ponerle contraseñas a su teléfono —se rio la chica con malicia.

—Algo difícil de creer de un ingeniero informático de bancaria digital, diría yo —se sorprendió Pierre.

—Pues... hasta ahora nadie ha dicho nada de eso a los alumnos, Mady —dijo Colombus con asombro.

—Yo no sé qué pensar, la verdad, pero ya las clases están por comenzar. Lo mejor será que nosotros nos vayamos poniendo en marcha. Te extrañamos mucho, así que vuelve pronto —dijo Elliot mientras, sin saber por qué, le guiñaba uno de sus ojos azules a Madeleine.

Ni siquiera él entendió muy bien de dónde salió el ímpetu para hacer aquello, pero ciertamente, no se sintió mal después de hacerlo. Ella le devolvió el gesto con una sonrisa en el rostro, y aquello le sacó otra sonrisa a él. Y en secreto, nada de aquello pasó desapercibido para Pierre, quien no pudo evitar sentirse celoso.

Los chicos se despidieron de su amiga y se pusieron en marcha para comenzar una nueva semana de clases. Elliot no dejó de pensar en lo que Mady le acaba de revelar, puesto que él ya no confiaba en nada que tuviera que ver con la famosa alianza de políticos y multimillonarios que, bajo el nombre de O.R.U.S., manejaban gran parte de las inversiones públicas del mundo con el lema de "optimismo, responsabilidad, unión, y sustento".

─ ∞ ─

Los alumnos se apresuraban en los pasillos por llegar a sus clases. El profesor Rousseau caminaba entre ellos con calma mientras se dirigía a una cita importante con el director del Instituto. Su semblante era sereno; sus agudos ojos ambarinos estaban atentos como siempre. Con su elegante vestimenta cotidiana, piel blanca y su cabello castaño salpicado por las canas, Rousseau daba muchas veces la impresión de ser un gran y elegante felino. Especialmente cuando sus ojos parecían dorados bajo el sol. Con esa calma externa y esa cautela prudencial, el profesor caminaba en dirección a la oficina del director en la planta baja de la Nouvelle Tour.

El recinto era inconfundible. A simple vista unas amplias puertas dobles de madera oscura y pavos reales tallados en ellas, con clavijas de hierro grueso muy juntas en el centro donde ambas puertas se unían, recibían a quién pretendiera acceder al despacho. Mientras tanto, dos intimidantes armaduras flanqueaban ambos lados de la entrada con sendos espadones en las manos; siempre alertas, en caso de que el inmaculado director necesitara ser protegido.

Rousseau llamó a la puerta y sin esperar contestación alguna, asomó el cuerpo en el despacho.

—Disculpe, señor, ¿quería usted verme? —dijo una vez dentro del despacho.

—¡Ah, mi querido amigo Rousseau! Qué bueno que llega. Pase, por favor, y cierre la puerta cuando entre —dijo el hombre detrás del escritorio. Acababa de depositar allí un grueso fajo de papeles.

El hombre que ocupaba aquel despacho ya no era Thierry Gauthier. En su lugar, un hombre delgado, de estatura promedio, prominente frente de entradas amplias, cabello oscuro canoso y ojos igualmente oscuros miraba directamente a Rousseau. Venía caminando hacia él con una sonrisa en los labios. El hombre estrechó la mano derecha del profesor en un apretón efusivo que imitaba la cordialidad a la perfección.

—Scott Monroe —dijo—. Nuevo director del inmaculado Instituto Vanguardista de las Artes, Antoinne Saint Claire, supervisor general de la Sección Inmaculada, y de todo el programa O.R.U.S Inmaculado en general.

El hombre no dejaba de sonreír.

—Un placer conocerlo, monsieur Monroe —contestó Rousseau mientras le devolvía la sonrisa.

—Al contrario, el placer es todo mío, profesor. Tome asiento, por favor.

El profesor caminó por el despacho hasta alcanzar una de las butacas que rodeaban el escritorio. En general, podría decirse que la oficina era una verdadera obra de arte contemporáneo; algo muy propio del Instituto en sí, con su piso de mármol negro, su techo alto hecho completamente de acero pulido en forma de caracol, el cual se iba desenroscando desde el centro hasta que la espiral se hiciera tan amplia que se fundiera delicadamente con las amplias paredes de cristal que circundaban la oficina circular. Era un efecto óptico increíble en el que el interior del despacho parecía estar en medio de los jardines orientales del castillo.

El director Monroe caminó hasta llegar al extremo más alejado del despacho, donde descorrió una elegante licorera que permanecía perfectamente oculta tras un disfraz de globo terráqueo antiguo. Estaba vertiendo unos cubitos de hielo en un vaso cuando se giró para ver a Rousseau.

—¿Gusta algo de tomar? —preguntó.

El profesor rechazó la oferta muy educadamente con un movimiento de sus manos.

—Aún es muy temprano para mí, pero muchas gracias por el ofrecimiento, monsieur.

—¡Ah! El decoro de los franceses. Me encanta —le dijo Monroe mientras tomaba un pequeño sorbo de su vaso.

Tras estar a gusto con su bebida, el hombre caminó hasta su escritorio y se sentó. Imitando un bueno uso de la concentración, se puso a revisar los documentos frente a él. Los ojos dorados de Rousseau no perdían detalle de nada de lo que hacía su anfitrión. Pero cuando el director volvió a levantar la mirada para hablar con Rousseau, sus ojos, en cambio, parecían esconderse implacables detrás de una máscara de camaradería.

—A ver —dijo con calma—. ¿Cómo decir esto sin sonar grosero?

—Sólo debe decir las cosas con claridad y, si es cierto, la verdad le dará la razón. Sin importar qué tan desagradable pueda ser esta —aconsejó sutilmente Rousseau.

Monroe pareció reflexionar sobre aquellas palabras.

—Sí, me gusta. Me gustan sus maneras, Rousseau, y siendo así las cosas, entonces hablaré con libertad —el director tomó los documentos de su escritorio y poco a poco los fue dejando caer frente al profesor—: negligencia en la activación de los protocolos de seguridad; asalto a la bóveda subterránea; perdida de un objeto invaluable de la colección; muertes innecesarias, incluyendo la de un profesor; y... por último, corrupción en los archivos de vigilancia. Yo no sé a usted, pero a mí estas me parecen pruebas suficientes para catalogar de ineficiente, y creo que estoy siendo benevolente al utilizar esta palabra, la gestión del director anterior, Thierry Gautier. Gestión de la cual usted, según el reporte clasificado, era el segundo en la línea de mando, profesor.

—Y como segundo al mando, me imagino que usted será consciente de las limitaciones de mi autoridad en lo que a esos asuntos corresponden.

—Y es precisamente por eso que quiero cambiar las cosas un poco —dijo Monroe mientras se ponía de pie y tomaba un largo trago de su vaso—. A mi parecer, y me disculpo de ante mano por lo que voy a decir, Gauthier no era más que un inepto con ínfulas de grandeza. Usted, sin embargo, viene de un linaje mucho más... refinado y competente dentro de nuestra organización. Y eso si sólo contamos los méritos intelectuales y dejamos de lado el talento del que tantas maravillas he escuchado hablar.

—Muchas gracias, monsieur.

—No tiene que ser modesto y no tiene que agradecerme, Rousseau —dijo el hombre con firmeza—. Lo que necesito es que usted y yo trabajemos íntimamente en contacto el uno con el otro para limpiar estos desastrosos errores que Gauthier ha dejado a su paso. ¿Me entiende?

—Por supuesto que lo entiendo, monsieur, y le aseguro que puede contar conmigo para lo que necesite.

—Pues, excelente. Eso era lo que quería escuchar —el director sonrió con ligereza—. Ahora dígame, ¿qué sabemos de la chiquilla causante de todo este embrollo?

—Aparentemente su objetivo siempre fue el tesoro de la bóveda, pero sus motivaciones nos son enteramente desconocidas. Desde su ataque al difunto profesor Viele, no ha vuelto a aparecer en los radares.

—Y, aun así, las muertes continuaron ocurriendo incluso después de que el robo fuera efectuado —musitó Monroe mientras revisaba con atención las fechas en los documentos sobre el escritorio—. Sin embargo, lo más extraño de todo es que el patrón de comportamiento de la criatura se sale por completo de los esquemas regulares de su especie. Raro, raro, muy raro. Y más extraño es que usted me diga que no ha habido señales de la criatura después de la muerte de Viele, cuando es evidente que los registros de vigilancia de la madrugada del domingo pasado fueron alterados para eliminar información del sistema. ¿Qué pasa con eso?

Monroe fijó sus ojos negros sobre los dorados ojos de Rousseau en espera de una respuesta.

—Ya tengo a mi mejor activo trabajando en ello, monsieur —fue todo lo que alcanzó a decir el profesor.

Monroe volvió a revolver sus papeles y rápidamente sacó una hoja de expediente.

—Elizabeth Grimm, ¿no? Un pez bastante gordo. Su padre es una persona difícil de complacer. Y de contactar también...

—Es mi pupila incluso desde años antes de ingresar al programa. Una chica perfectamente competente.

—Me imagino —respondió Monroe—. Y ahora, hablando del protocolo, profesor, ¿ya tiene algunos nuevos prospectos dentro de su sección?

El profesor Rousseau asintió afirmativamente antes de volver a hablar.

—Jean Pierre Blandor y Saki Shunzui, de segundo año. Ambos tienen mucho potencial. También es muy probable que Henry Clark, de cuarto año, pase las pruebas el año que viene.

—Y qué hay de...

El director volvió a rebuscar en su escritorio por otro expediente.

—¿Elliot... Arcana?

Al escuchar aquel nombre, el profesor Rousseau casi perdió el semblante de calma que había mantenido hasta el momento. No había esperado escuchar el nombre de Elliot durante aquella conversación. Sin embargo, supo controlarse para que la voz le saliera tan neutra como de costumbre.

—La verdad es que el joven Arcana, aunque talentoso en líneas generales, no me parece un prospecto muy estable emocionalmente. Recientemente ha demostrado conductas muy inapropiadas para los estándares de la Sección Inmaculada. No lo considero adecuado para ingresar al protocolo y... entender sus fundamentos.

—Mmm, ya veo —dijo Monroe con una sonrisa en los labios—. Pero, aun así, a mí me parece un chico interesante. No lo descarte del todo todavía profesor, estoy seguro de que el joven Elliot podría sorprendernos a todos de un momento a otro.

—Como usted diga, director —asintió Rousseau—. Ahora, si me lo permite, me gustaría retirarme para preparar mis clases de la tarde.

—Oh, ¡pero claro, claro! Lo menos que quiero es retenerlo innecesariamente, profesor —dijo el director con amabilidad—. Tan sólo... hábleme de una última cosa. ¿Qué sabemos hasta ahora de los potenciales supra a nuestro alcance?

—Lamento informarle que de ese tema no tenemos datos en la institución. No sé si esté al tanto, pero desde hace dos décadas el programa O.R.U.S de Saint-Claire no tiene un centro de investigaciones de dicha clase —dijo Rousseau mientras se ponía de pie—. Del tema no conseguirá nada más allá de la red de seguridad especial. Simplemente no hay información al respecto.

—Exacto, excelente. Hábleme de la antena.

—Sobre eso, pues... en los terrenos del castillo se bloquea todo acceso de código G2 y G3, por lo que...

—Perfecto. Desconéctela. —ordenó el director sin esperar a que el profesor terminara de hablar.

—¿Cómo dijo?

—Lo que escuchó, profesor. Es muy sencillo: a partir de este momento las cosas van a ser diferentes dentro de este Instituto. Y para que eso sea así, necesito esa antena desactivada cuanto antes.

Rousseau pudo sentir que en aquellas palabras no había lugar para las réplicas o las contradicciones.

—Monsieur... —dijo conteniendo un suspiro casi agónico—, supongo que está al tanto de lo que eso significa. El protocolo O.R.U.S...

—Lo dejaremos permanentemente en Fase 1. Sigilosamente, claro está. No se preocupe por nada más, Rousseau. Pediré más recursos a la oficina central. Su muchacha, Grimm, irá a la cabeza.

—Así será entonces, monsieur Monroe... por último, déjeme felicitarlo por su nombramiento como nuevo director. Bienvenido a Saint-Claire.

Tras aquellas últimas palabras, Rousseau salió del despacho del nuevo director con un mal presentimiento en la boca del estómago.

─ ∞ ─

El suelo estaba duro y cada vez que Elliot removía algún trozo de maleza con mucho esfuerzo, el aroma vivo de la tierra le impregnaba la nariz en cada respiro; así, sus pulmones se llenaban con un olor frío, terroso y acogedor. En tiempos de vacaciones pasadas, por allá en las tierras de la finca familiar en el norte de Italia, su abuela le había comentado aquel efecto extraño que causaban el paso de las estaciones sobre la tierra, pero él nunca había podido comprobarlo por sí mismo hasta aquel momento. A pesar del cansancio que ya sentía en los brazos, Elliot sentía que estar allí en el jardín valía completamente la pena.

De pronto, Elliot escuchó el pesado ruido de una fuerte inhalación a su lado. Cuando se giró, Paerbeatus estaba con la cara levantada hacia al cielo y los brazos abiertos, mientras tomaba una gran respiración que mantenía su pecho henchido por el aire.

—Huele delicioso eso que estás preparando, cachorro.

Y sin previo aviso, Paerbeatus tomó un puñado de tierra recién removida por Elliot y se lo metió a la boca.

—Paerbeatus, ¿qué estás haciendo? —preguntó Elliot con curiosidad al ver cómo el espíritu comenzaba a masticar la tierra oscura con soltura.

—¿No es obvio? Me estoy lavando los dientes, por supuesto —dijo risueño antes de escupir una bola de barro—. No hay nada como masticar una buena porción de tierra recién removida para tener unos dientes fuertes y blancos como las perlas.

Y mientras decía aquello, el espíritu sonreía ampliamente para que Elliot pudiera ver de lo que estaba hablando. En su lugar, claro está, lo único que Elliot podía ver eran unos dientes llenos de tierra.

—Yo mejor me quedo con la odontología moderna, pero gracias de todos modos....

—En fin, ¡para eso no fue para lo que salí de mi carta, cachorro! —dijo el espíritu mientras comenzaba a caminar en círculos amplios alrededor de Elliot.

Este, quien ya conocía y se había acostumbrado al humor del espíritu y a la mayoría de sus mañas extravagantes, sabía que la súbita hiperactividad de Paerbeatus sólo podía significar una cosa.

—¿Estás sintiendo la presencia de una carta? —preguntó con interés mientras veía como el espíritu caminaba de un lado para el otro.

—Sí, eso creo. Pero dame un momento, necesito prestar atención a lo que me están diciendo.

Rápidamente se colocó una mano en una oreja en un intento por afinar el oído

—Sí, ese soy yo. Paerbeatus. ¿A la orden?

Elliot se acercó hasta su mochila, colocada bajo la sombra de un árbol cercano, y extrajo un cuaderno y un lápiz y regresó trotando lo más rápido que pudo. Cuando hubo llegado a su lado, a Paerbeatus los ojos ya le estaban brillando con intensidad.

—¿Puedes ver algo, Paerbeatus? —preguntó mientras se sentaba a sus pies y levantaba la cara para ver a su amigo espiritual.

—Así es, cachorro. Está un poco oscuro, pero creo que veo mujeres.

A diferencia de las veces anteriores, Paerbeatus parecía estar más en control de la situación.

—Mujeres muy lindas, jóvenes. Deben tener frío porque casi no llevan ropa...

—¿C-cómo dices? —preguntó Elliot extrañado—. No entiendo. Eso no nos dice mucho, Paerbeatus, ¿qué otra cosa puedes ver? Concéntrate, por favor —pidió Elliot con calma, mientras rápidamente anotaba lo que el espíritu estaba diciendo.

—¡Hay luz ahora, es de día! Una calle. Ahora hay hombres, están haciendo fila. Una bella mujer de metal oscuro, enmarcada. Mujeres viejas, mujeres lindas, mujeres vestidas de color rojo y negro. Los hombres las quieren, las necesitan, y ellas lo saben. Hay mucho humo, mucho ruido. Algunas están aburridas, y otras contentas. Algunas se sienten mal. Veo también una calle acariciándose... un seno de piel muy lisa, como si estuviera hecha de bronce.

El corazón le había comenzado a latir con mucha fuerza. Elliot no entendía nada de lo que estaba diciendo Paerbeatus, pero aun así anotaba como loco todo lo que el espíritu le estaba diciendo. La aparición de una nueva carta, más que asustarlo, le emocionaba. Y aunque sabía que esta vez no iba a ser tan fácil salir a buscarla, la mente de Elliot ya estaba buscando la manera hacerlo.

—¿Qué más estás viendo, Paerbeatus? —le preguntó otra vez sin levantar los ojos de su cuaderno mientras hablaba.

—No mucho más, pero... veo a alguien. Veo a alguien familiar. Ya sé de quién se trata.

Paerbeatus fijó sus grandes ojos brillantes y morados en el rostro de Elliot. Aquello era algo que nunca antes había pasado y que, sin lugar a dudas, sería de mucha utilidad al buscar la nueva carta.

—¿Estás seguro? —preguntó Elliot tratando de contener la emoción dentro de su pecho. Aun así, una sonrisa de triunfo bailaba indecisa entre sus labios.

—Totalmente seguro, cachorro. Esta energía ya la había sentido antes.

La energía de Paerbeatus había sido tan intensa que Temperantia apareció de inmediato, un poco preocupada.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Temperantia, mientras se ponía alerta y miraba de un lado al otro—. ¿Estás bien, Elliot?

—Estoy bien, Temperantia, no te preocupes. Paerbeatus está localizando a otro de los suyos. Está sintiendo a un nuevo espíritu —dijo Elliot sin poder disimular su emoción ya.

—Y no es cualquier espíritu, cachorro. Es el espíritu de Poodle. Es la carta de Raeda —dijo Paerbeatus sonriente.

A través de sus ojos la imagen del niño pelirrojo con su traje de marinerito era nítida. Aquel era, sin lugar a dudas, el espíritu de Raeda.

─ ∞ ─

Elliot hablaba emocionadamente a solas en el jardín, sin notar los ojos que lo veían con atención desde una de las ventanas del castillo. Madame Gertrude, quien había estado hablando de varios asuntos importantes con Louis Rousseau, notó que este apenas le estaba prestando atención mientras veía con fijeza algo allá abajo, en los terrenos del castillo, a través de la ventana de su despacho.

—¿Acaso has escuchado algo de lo que te estoy diciendo, Louis? ¿O simplemente estoy perdiendo mi tiempo cómo en cualquiera de mis clases? —le preguntó con reclamo la mujer en su habitual tono estricto, como si no hubiera diferencia entre Rousseau y alguno de los demás alumnos del instituto.

Aunque lo respetaba mucho, la Madame a veces no aprobaba la actitud tan relajada del director de la sección Apollinaire.

—Por supuesto que te estoy escuchando, Gertrude, fuerte y claro. Es sólo que en estos momentos hay otros asuntos más urgentes en mi cabeza. Discúlpame, por favor —respondió éste sin despegar sus ojos de la ventana.

Con paso lento, Madame Gertrude se acercó hasta la abertura en la pared y también echó un vistazo a través del cristal. No pudo ver nada más que los amplios jardines del castillo, y a lo lejos, una pequeña mancha que parecía ser un alumno, ataviado con el uniforme deportivo, de rodillas en el suelo y con algo entre sus manos mientras les daba la espalda a ellos. Por la distancia que había entre el chico y los dos profesores, Madame Gertrude no tuvo manera de saber quién era. Con un ligero suspiro, Madame Gertrude se volteó a ver a su amigo para darle una mirada preocupada.

—¿Acaso estás así por el nuevo director? —preguntó con calma mientras le colocaba una mano sobre su hombro—. Me enteré que esta mañana te llamó a su despacho. ¿Qué quería?

—Ascenderme, creo yo —dijo él con una media sonrisa en sus labios mientras se alejaba de ella y se sentaba detrás de su escritorio—. Tal parece que esa es la recompensa por ganarme la desconfianza de la junta. La verdad, no lo sé. Nuestro nuevo director tiene una visión un tanto... diferente, si es que lo podemos llamar así, con respecto a las políticas que se habían estado manejando en el instituto.

—¿Y eso que significa, Louis? Por favor, no me hables con rodeos que sabes que no lo soporto —lo reprendió la Madame mientras ella misma tomaba asiento frente a su amigo.

—El nuevo director es Scott Monroe. ¿Te suena el nombre? —preguntó Rousseau con algo de sarcasmo en la voz.

—¿Sonarme? Pff, ¿qué clase de pregunta es esa, Louis? —dijo entre dientes Madame Gertrude—. La familia Monroe siempre ha sido muy influyente dentro del Conglomerado. ¡Scott Monroe es casi una leyenda de la televisión! Pero... jamás pensé que un hombre como él se prestaría para ocupar un puesto tan particular como el del director del Instituto Saint Claire...

Lo último lo dijo evidentemente sorprendida.

—Yo tampoco me esperaba algo como eso, pero... así están las cosas en este momento, Gertrude.

—Y eso... ¿qué significa para nosotros? —preguntó ella un tanto ansiosa.

—En primer lugar, a partir de ahora tenemos que ser mucho más cuidadosos con todo lo que hacemos —dijo Rousseau con serenidad mientras entrelazaba sus dedos y apoyaba su mentón en ellos sobre el escritorio—. Monsieur Monroe quiere tomar un control más profundo del que tenía Gautier sobre las actividades de O.R.U.S y, aparentemente, quiere modificar la política actual de seguridad supra dentro del castillo, por lo que mandó a anular la barrera perimetral.

Madame Gertrude se llevó ambas manos a la boca con horror.

—No... puedes estar hablando en serio, Lou —dijo con un jadeo de pavor.

—Me temo que si, Gertrude —respondió Rousseau.

—¿Y no podemos hacer nada para evitarlo?

—Absolutamente nada —le contestó con calma—. Como director del instituto, Monsieur Monroe está en toda la libertad de hacer lo que quiera con todo lo que tenga que ver con el protocolo O.R.U.S y el conglomerado. Por ahora, sólo podemos tomar nuestras propias precauciones y obedecer.

Madame Gertrude no supo qué decir. No pudo evitar que se le formara un nudo en la garganta. Estaba analizando para sus adentros la repercusión de lo que Rousseau le acababa de decir. Sin poder evitarlo, la mujer se preocupó por su amigo y por las demás personas en el castillo que quedarían expuestas a semejante carga, luego de que la antena fuera desactivada. Rousseau, que podía leer la preocupación en el semblante de la mujer, trató de aligerar la pesadez que se había instalado entre ellos cambiando rápidamente de tema.

—Por cierto, Gertrude, aprovechando que estamos hablando de O.R.U.S, ¿quién crees tú que podría tener potencial para el programa dentro de la sección Apollinaire?

A madame Gertrude le costó un poco recobrar el aliento, pero rápidamente recuperó la compostura y respondió.

—No he pensado mucho en eso, pero si debo responderte ahora mismo, haciendo una evaluación rápida de los alumnos de todos los grados, yo diría que de los más prometedores serían el señor Clark, como miembro más inmediato, y el señor Blandor y la señorita Shunzui como posibles futuros prospectos.

Rousseau le dedicó una amplia sonrisa al ver que la respuesta de Madame Gertrude había sido casi idéntica a la suya cuando el director le había hecho la misma pregunta en la mañana.

—Yo consideraría a Elliot Arcana —dijo con entusiasmo en la voz el profesor a sabiendas de cuál sería la reacción de la mujer ante la mención de aquel nombre.

—Bah. Si me lo preguntas a mí, el señor Arcana es un jovencito muy brillante, sí, pero su ingenio es equiparable únicamente a su majadería y a su falta de respeto por las normas y el orden, cosa que se sale por completo del riguroso estándar de la Sección Inmaculada.

Otra risa se asomó en los labios de Rousseau al escuchar aquella respuesta.

—A mí me agrada —le dijo afablemente Rousseau.

—Eso no lo pongo en duda —le refutó ella con acritud—. Pero si el mérito se manejara por gusto, no sería realmente mérito. En fin, supongo que si tú lo sugieres, tus razones tendrás, Louis. Después de todo, tú siempre has tenido...

La mujer dudo un momento incapaz de encontrar la palabra adecuada para definir lo que quería decir.

—Mmm, buen... ojo, para estas cosas —dijo al final mientras su mirada se fijaba en el peculiar brillo que los ojos de Rousseau siempre parecían desprender.

—Sí —concordó él con ella—. Llamémoslo buen ojo.

Y sin decir nada más, Rousseau se volvió a poner de pie para asomarse por la ventana del despacho. En ese momento, Elliot ya había terminado con su castigo y los jardines del instituto estaban desolados y callados.

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