Capítulo 61: Paraíso roto

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Cuando Elliot llegó en la mañana a la ciudad de Caracas, una aura de confusión y maravilla le embargó por igual. El día se sentía completamente diferente, como si el velo sombrío que lo cubría todo la noche anterior hubiera desaparecido sin dejar rastro. Había música por doquier, de muchos géneros diferentes pero casi todos latinoamericanos; tambía se escuchaba el típico ruido de los vehículos, se veía el humo blanco y negro de las máquinas, se sentía la gente que iba a pie de un lado a otro por la ciudad. Era muy temprano y se notaba a primera vista. Una vez más, las guacamayas y los loros silvestres, los mismos que le recordaban a Don Quijote, saludaron a Elliot ni bien posó un pie en el tejado del local a donde Jocelyn le pidió que esperara. El cielo era azul, muy azul, y el contraste del celeste con el blanco de las nubes, con el verde de las palmeras y de los otros especímenes de la flora y la fauna caribeña, hizo que Elliot imaginara una bandera de colores tropicales cubriendo la ciudad, las montañas y los edificios, aún sucios y aún viejos, en el entretanto del firmamento urbano. Fue quizás por eso que el velo enturbado del día anterior se había esfumado como lo hizo.

La niña llegó un poco más tarde de lo esperado, pero a Elliot no le importó mucho. En lo que había pasado de vacaciones en América, pocos momentos habían servido para apreciar una cultura nueva, diferente, vibrante de alguna manera. Nueva Orleans era un pequeño pedazo de la Francia colonial en el sur de los Estados Unidos, y eso era algo que podía verse con la influencia de las culturas africanas, francesas y angloparlantes. Saba por su parte, era como impregnar una isla perdida en el Caribe con el tinte de la civilización occidental, quizás mediterránea, vista desde los ojos de los pueblos de la Europa del Norte, donde la rigidez y el orden prevalecen por encima de la espontaneidad y la conveniencia. Y así, para Elliot, era fácil notar en Saba cómo una ciudad tan pequeña como The Bottom se hacía un trazo blanco y anaranjado, conquistador y pacífico a la vez, de un pueblo donde la tranquilidad y la comunión con la naturaleza reinaban por sobre todas las cosas, aun cuando en la cima de su volcán, o entre los secretos de su selva, aguardaran criaturas mágicas y trampas peligrosas para los incautos.

Esa mañana, Venezuela era su propio trozo de aventuras, tal y como lo habían sido ya Miami, Nueva Orleans, las intrigantes puertas del Conservatorio, Saba e incluso México, con sus pirámides y sus palestras de juegos durante la prueba de Fortuna. Caracas, el ávila, el Caribe... el entretejido cultural que a Elliot tanto le fascinaba: el poder reconocer arquitecturas italianas y francesas, fotografías viejas durante su investigación sobre la ciudad que hacía ver a esos edificios sucios y viejos como elementos de Miami, tal como en una película de los 80s, o las guacamayas, que también le recordaban el resto de parajes frondosos y selváticos de todo el continente. Si bien Elliot no podía reconocer la música, sentía la alegría que en ella se plasmaba, al menos en su mayoría, y si bien sabía que la situación del país no era favorable para disfrutar de todo ello en buenos términos con la calidad de vida que cada ser humano se merece, el chico igual quería pensar, al menos en sus adentros, que con tanta belleza y con tanta cultura empapándolo todo, era imposible no querer ser feliz, y disfrutar del momento, y embriagarse del país y su belleza...

—Estamos listos —dijo Jocelyn animada.

La niña volvía a aparecerse con la ropa sucia y rota, era la misma del día anterior. Elliot sospechó que algo no andaba para nada bien, pero una vez más, no quiso ser impertinente. Simplemente le siguió el paso mientras esta le dio un corto paseo desde ahí hasta el centro de la ciudad, donde se encontraron con una extravagante muchacha con un cabello entre rosado y rubio que Jocelyn llamó "Sra. Maye", para el gran disgusto de la chica, y que le entregó una bolsa grande con comida para hacer un picnic, además de prometerle no uno sino DOS "panes de jamón" —Elliot no tenía ni la menor idea de qué era eso— a la niña para las fechas navideñas. Esta brincaba de felicidad, a la vez que tomó a Elliot de la mano y se lo llevó lejos de ahí, no sin antes darle muchas gracias a la muchacha.

—Entonces, el plan es...

—¡El plan es hacerme caso! —dijo Jocelyn repleta de confianza.

Elliot la volteó a ver preocupado, pero sorprendido del carácter firme de la niña. Lo cierto es que no tenía ni la menor idea de lo que estaba ocurriendo ni de adonde se dirigían.

—No te preocupes, lo tengo todo bajo control —insistió ella— Hazme caso.

Varios minutos luego, tras usar el caótico transporte público de la ciudad (que a Elliot le recordaba mucho al de la India o los países vecinos), llegaron a un río amplio que cruzaba una autopista y sus calles circundantes, y entre los caminos se abrían paso vías cerradas, verdes, como partes de una arboleda dispersa entre los edificios y las calles, y donde finalmente alcanzaron otro parque como el de la otra noche, uno que lindaba con el río. Ahí, varios pasos adentro, Jocelyn le advirtió a Elliot sobre lo que estaban a punto de hacer:

—Mira, por aquí vive un viejo loco que lo sabe todo... Si alguien puede ayudarnos a encontrar tu carta, es él...

Elliot abrió los ojos confundido.

—¿Un viejo que lo sabe todo?

—Sí, y loco, no olvides eso... ¡Por eso tenemos que ser más inteligentes! —repitió la niña mientras unía sus dedos con su sien como si imitara a una psíquica.

—¡UY, ELLIOT! ¡A mí eso no me gusta! —dijo Paerbeatus apareciendo de la nada—. ¡Para viejo loco ya tenemos al señor de la polla! —susurró intentando de que no le oyeran, evidentemente fallando en el intento por la conexión mental de todas las cartas, tras lo cual sonó la respuesta de Senex:

—¡Cuánta insolencia! —resonó en la cabeza de Elliot como una exclamación ahogada.

A un lado apareció Imperatrix, aspirando a tomar el control de la misión:

—¿Estás seguro de lo que estás haciendo? —le preguntó a Elliot a voz viva.

Jocelyn respondió por él:

—¡Sí, sí! ¡No se preocupen, todo va a salir bien!

El espíritu artista le sonrío con dulzura, aunque en su interior, buscaba la forma de evitar que se le notara la desconfianza en la mirada. Elliot notó aquello y solo asintió con confianza en su voz. Iudicium, desde el interior de Elliot, contribuyó a calmar las ansias de Imperatrix:

—Reina, no debes temer. En cualquier caso, aquí estaremos para él, y no creo que esta niña y su amigo puedan suponer realmente una amenaza para el chico...

Imperatrix reaccionó primero al "reina" que le dijo Iudicium con un gesto de fastidio, a lo que contestó después:

—Es Imperatrix, no reina... y supongo, pero igual... Creo que todos podemos sentir lo mismo que pasó anoche. Esa.... sensación tan extraña en el fondo de todo, en cada pisada, en cada cosa que hacemos. Todo se siente...

—Malvado —terminó de decir Iudicium—. Lo sé... Pero no hay que preocuparse. Además, esta mañana se siente mucho menos...

Elliot prestaba atención a la conversación en su cabeza, a medio tener entre la artista y el jazzista, y Jocelyn, algo irritada, seguía esperando a que el chico le hablara.

—¡Elliot! —lo llamó finalmente—. Esto es lo que haremos...

Y comenzó a explicarle el plan. Al terminar de escuchar, Elliot dio un paso horrorizado.

—¡No podemos hacer eso! ¡Es muy cruel!

La niña soltó una risa espontánea, quizás algo fría para Elliot, pero todo lo contrario, más bien, era una impregnada de un exceso de calidez y confianza.

—¡No te pongas así! ¡Es mi amigo! Además, si te hace sentir mal, después podemos sacarlo a pasear con nosotros.

Elliot tragó saliva, imaginando todo lo que se venía. Ya con todo acordado, el chico y la niña caminaron parque adentro, camino a un pequeño puente de concreto que cruzaba el río, pero poco antes de estar lo suficientemente cerca, una voz áspera y algo estridente los recibió de sorpresa:

—¡QUIETOS! No se acerquen más. ¡NO DEN NI UN PASO MÁS!

—Te lo dije —comentó Lunaydis con voz de travesura.

Al instante, un mendigo salió de su escondite en unos arbustos, apuntando a los dos con una escoba vieja cubierta por una sábana rota y sucia con patrones de Winnie Pooh.

—¡IDENTIFÍQUENSE Y LEVANTEN LAS MANOS! —gritó de nuevo el hombre.

—Américo, soy yo, Luna —dijo la niña—. Por favor, no dispares...

Era un chiste.

—Esta es una escoba, niña, ¡no una metralleta! —respondió el hombre irritado—. Pero te prometo que tengo buena puntería, y no me va a temblar el pulso para darte un palazo.

Elliot levantó las manos en el aire como lo había pedido el hombre.

—¿Estás segura que es tu amigo? —preguntó; Lunaydis rápidamente le hizo bajar los brazos.

—¡Obvio que lo es! Es solo que ahorita se le metió el loco full... ¡Américo! —lo riñó la niña—. ¡Solo vinimos a hablar contigo! Queremos hablar de historia. Eso te gusta, ¿no?

—Sí —admitió el hombre; actos seguido, fijó sus ojos en Elliot con un tono amenazador y cargado de suspicacia—. ¡Pero me gustaría más si no trajeras espías a la puerta de mi casa!

De pronto, por detrás del rastro de una sutil nube morada acompañada del sonido de una explosión, apareció Senex con la gallina bebé entre sus manos, observando con mucha atención al mendigo:

—Jum —dijo—, ¿a esto llaman un viejo loco en estos días? —comentó entre indignado y curioso—. Hace dos mil años a un hombre como este le habrían venido a visitar desde tierras lejanas para aprender de su vida y de los secretos de su mente...

—¿Quién? ¡¿Este?! —Lunaydis, ignoró a los dos ancianos, y señaló a Elliot, y se echó a reír—. ¡Te juro que Elliot es todo menos espía, créeme! Además, él también habla francés, ¡como tú! Anda, Elliot, dile algo para que te escuche...

Esto último tomó al chico por sorpresa.

—Je m'appelle Elliot... ¡Enchanté Monsieur! —exclamó.

Lunaydis se llevó las manos a la cabeza.

—¿Es en serio? ¡¿Vienes de Francia y solo sabes presentarte?! —preguntó incrédula.

—¡Fue lo primero que se me vino a la cabeza...! —contestó Elliot.

El mendigo seguía de pie apuntando con la escoba. Senex caminó hasta él y comenzó a inspeccionarlo mucho más de cerca. La pollita, imitando a su cuidador, también parecía querer desentrañar sus secretos, a la vez que sus ojos se entrecerraron para verlo mejor, y cuando nadie más se lo esperaba, Paerbeatus también se unió en pose de análisis profundo e intenso, con una mano en la barbilla y otra en la cadera, y ojos muy concentrados y entrecerrados, mientras estudiaba de pies a cabeza al hombre de la escoba.

Ouais, ouais —contestó el hombre irritado—. Métete tu enchanté por el culo, ¡ESPÍA!

Américo, como se llamaba el amigo de Luna, era un viejo desgarbado, vestido como un sabio de la antigüedad repleto de suciedad y algo banal, o al menos así parecía con su vestimenta hecha de sábanas cosidas, igual que la misma que cubría la escoba, mismas que le daban la apariencia de tener más bien una túnica amarrada desde el cuello hasta las rodillas, en vez de dos prendas de vestir separadas. Su cabeza era calva, su barba era blanca y muy larga, como algún poderoso mago de los cuentos del pasado, y su piel era algo blanquecina, quizás por el vitiligo, o quizás fuera un hombre blanco en el olvido, con una piel eternamente tostada por el sol. Apenas a dos pasos de distancia, estaba Senex, quien al observarlo parecía deleitarse con sus ojos, azules, distantes como los suyos, morados, y era como si en aquel mendigo el espíritu viera un reflejo moderno de sí mismo; como si fuera la ilusión viviente de un espejo que mostraba a las personas en las diferentes épocas de la humanidad. Y aunque él no era humano, Américo era como si pudiera conocer esa versión de sí mismo, y ponerla frente a ese espejo que distorsionaba la realidad, y era como si la carta IX del tarot arcano fuera aquel espejo de recuerdos y perspectivas, y en todo eso pensó Senex mientras observó al hombre y se maravillo, pues aunque no lo conocía, no le hacía falta ello para saber que ante ellos estaba presente una persona muy sabia...

—Bueno, ¡es hora del plan! —susurró Lunaydis a Elliot antes de acercarse el hombre solo unos pasos.

—Te dije que no te movieras o te iba a dar un palazo, Luna, ¡no me retes!

—Américo, ¡ya está bueno! —lo volvió a regañar la niña—. Yo solo vine a presentarte a Elliot para que hablaras con él en francés como tanto te gusta, ¡y mira cómo te pones! Pero no pasa nada, ya que no quieres compartir con nosotros, Elliot y yo nos vamos a sentar aquí a comer antes de irnos, porque después de tanto caminar, ya nos cansamos...

Elliot recordó el plan de la niña y tragó saliva. No pudo dejar de esbozar una sonrisa incómoda y algo nerviosa.

—Bueno, ¡pero lárguense a comer fuera de mi jardín! —le espetó el mendigo.

—Este no es tu jardín —contestó la niña mientras se sentaba—. Tu jardín está debajo del puente, y nosotros nos vamos a sentar es en el suelo del parque. Ven Elliot, comencemos con nuestro picnic...

—¿Están seguros de esto? —volvió a preguntar Imperatrix apenada.

Nadie contestó. Elliot siguió a Jocelyn aturdido, unos pasos más allá...

—A ver, ¡¿qué tenemos por aquí?! —dijo ella con voz de animadora.

Lunaydis, a contrario de lo que se imaginó Elliot, había adoptado una actitud digna de una actriz infantil, para nada cruel, sino más bien juguetona. Estaba tarareando una melodía mientras sus dedos acariciaban el plástico de los envoltorios.

—Tenemos chocolate Cri-cri, perfecto —comenzó a enumerar con suma delicadeza—, una botella de Coca-cola, ¡y mira...! Sándwiches de huevo y de atún también...

De reojo, Elliot notó que Américo no perdía de vista las cosas que Lunaydis sacaba de las bolsas, mientras las ponía sobre la grama con mucho cuidado. Ella también veía con discreción al anciano por el rabillo del ojo, y no se había perdido el detalle de que, con cada cosa que sacaba de las bolsas, Américo bajaba cada vez más y más la escoba.

—¿Qué más tenemos, Elliot? Dilo en francés, por favor, para que si alguien que habla francés está cerca se pueda enterar de nuestro picnic de lujo...

—Bueno, lo cierto es que esta niña sí sabe de modales —la elogió Imperatrix sorprendida.

—B-bueno... tenemos un pollo frito con papás —dijo Elliot en francés.

Uh pulé, wi wi —canturreó Lunaydis alegre—. Pulé es pollo, ¿verdad? Pulé frité, ¡delicioso!

Elliot no pudo evitar reírse ante la ocurrencia de la niña. Poco a poco, el mendigo cada vez se iba acercando más hasta donde estaban ellos. Elliot, a su vez, se iba sintiendo menos incómodo, y notaba cómo la calidez del gesto, por más inapropiado que fuera, resultaba un buen plan para unir al viejo al picnic...

—Bueno, ¡buen proveché! —dijo la niña mientras tomaba un muslo de pollo.

—Bon appetit —le devolvió Elliot la cortesía de manera apropiada con una sonrisa en los labios sin perder de vista al mendigo.

Finalmente, Américo, muy cuidadosamente y con sigilo, como si no quisiera ser descubierto o parecer grosero, terminó de sentarse justo al lado de ellos, sobre la sábana que habían puesto en el suelo. Tenía un aroma bastante fuerte a sucio y descuido que Elliot no pudo pasar por alto, pero no se atrevió a decir nada para no sonar grosero.

—¿Puedo comer con ustedes? —preguntó el anciano con educación.

Tanto Elliot como Lunaydis pudieron escuchar al estómago del hombre rugir con fuerza. Elliot quiso apresurarse a entregarle al hombre algo de comida, pero la niña lo detuvo en seco, casi como si se tratara de una advertencia a no tener prisa ni miedo, y lo sostuvo por la muñeca antes de que este pudiera hablar.

—No lo sé, Américo, digo, ¡con gusto te invitaríamos a nuestro picnic! Pero es que este es un picnic muy exclusivo, ¿sabes? ¡Es solo para personas que hablan!

—Yo hablo —contestó enseguida el mendigo con tanta emoción que las palabras se le atropellaron—. ¡Yo hablo francés, ruso, alemán e inglés! —contó con los dedos—. ¡Y estudié en la Universidad Nacional Autónoma de México, además!

—¡¿En serio?! —preguntó Elliot sorprendido; Lunaydis finalmente se había salido con la suya, y como celebración, le entregó a Américo su ración de comida—. ¡Y cómo fue que...! Bueno —Elliot no sabía cómo expresar lo que quería decir sin sonar muy directo o insensible—: ¿Cómo es que terminó viviendo aquí?

Américo ya iba a mitad de su primer sándwich de atún cuando comenzó a responder, contando la historia entera de su vida a partir del año 1961...

El viejo respiró profundo. Elliot y Lunaydis lo veían atónitos. Había hablado sin parar durante casi diez minutos seguidos...

—¿Entonces...? —preguntó Jocelyn algo perdida.

—Ahora toca ir al Archivo Histórico de Miraflores... Y no será tarea fácil.

Elliot no reaccionó.

—¡¿Miraflores?! —insistió la niña con cierto pánico en la voz—. ¡¿La casa presidencial?!

—No, ¡no esa! Tenemos que ir al Archivo Histórico, ¡niña! No al palacio. El Archivo está es al frente del Banco Central...

Pero lo que sus acompañantes no sabían es que Elliot aún estaba procesando la información que el anciano había soltado, así sin más. Había sido una historia muy cruel y triste; sobre todo, injusta.

—Eh, Elliot... ¿Estás bien? —le preguntó Jocelyn algo preocupada.

Él asintió para calmarla. Américo parecía no darse cuenta de que todo lo que acababa de contar había afectado a Elliot de sobremanera. Y es que, si todo era verdad, no era solo que la vida de Américo hubiera sido difícil, sino que el mundo acaba de tornarse aún más siniestro y perverso, y eso contando que el chico ya tenía tiempo descifrando la participación de multimillonarios y mercenarios, demonios y brujos, y por supuesto, de los directores de su escuela, en todo lo que parecía estar mal.

—¿Así que tenemos que cuidarnos de un gobierno secreto y de sus agencias de inteligencia? —preguntó Elliot aun atónito, y suspiró.

—¡Tal cual! —espetó el anciano mendigo con pavor en su voz—. Y no será cosa fácil, me temo...

—¡Para nada, eso no será problema, Américo! —respondió Lunaydis emocionada—. Elliot y yo podremos con cualquier cosa, ¡¿verdad?!

La niña estaba observando a Elliot con una enorme sonrisa llena de heroísmo. Elliot quería devolvérsela, pero no sabía cómo. Estaba asustado. Américo se cruzó de brazos:

—Aún si nos lanzaremos a semejante locura, el problema no es solo saber DÓNDE conseguir información sobre lo que están buscando, si no, también, CÓMO obtenerla —exclamó—. El Archivo Histórico contiene información clasificada, y por ende, está cerrado al público...

Elliot, entre apenado y asustado, se rascó la cabeza mientras sonreía, imaginándose cómo rayos haría para salir vivo de todo a partir de ahora. «Si todo es como dijo este señor... ¿Cómo es que el mundo no ha volado en mil pedazos ya?», se preguntó en un trémulo pensamiento. Una voz respondió desde la caverna tenebrosa que era su mente en ese momento; fue Iudicium, y lo había hecho con voz calmada y afable, casi inspiradora:

Supongo que porque aún hay gente como tú, anciano...

Elliot no contestó nada.

Simplemente estaba contrariado, y estaba abrumado. Además, como el buen nerd de la historia, la geografía y la política que siempre fue, mucho antes de que toda la aventura de las cartas comenzara, sabía por las noticias y cosas que leía en internet que el país en el que se encontraba era una dictadura, lo que también significaría militares intransigentes, mucha corrupción, y poco respeto por los derechos humanos. Una receta complicada de digerir para los aventureros destinados a cruzar caminos con opresores y tiranos...

Sin perder tiempo, los tres tomaron un autobús del caótico transporte público de Caracas para llegar hasta la Av. Urdaneta, una larga avenida congestionada, abarrotada de edificios viejos a los costados, muchos con tamaños inmensos y de apariencia importante. Américo y Lunaydis parecían muy entusiasmados con mostrarle la ciudad a Elliot, porque a cada que podían le iban explicando la historia y el trasfondo de cada edificio, como el edificio de un periódico famoso que fue clausurado por el gobierno, o el edificio donde había un ministerio, o varias torres en las que había empresas importantes, mismas de las que Elliot podía reconocer los logos de multinacionales a un lado de los pararrayos, etc. Había mucha gente, muchos vehículos, muchos locales, y sobre todo, mucho calor. Pero el colorido, a pesar de la inocultable presencia del concreto y del aire autoritario empañando todas las ventanas y los murales con graffitis políticos, hacía que el recorrido fuera agradable.

Elliot jamás pensó que Venezuela se parecería tanto a Brasil (país que habían visitado el año pasado en las excursiones de primer año del instituto), y si bien sudamérica en general era siempre asociada con los Andes, era muy evidente que Caracas era una ciudad caribeña y tropical a más no poder, con muchos árboles en todos lados, incluso en medio de las aceras y las caminerías, y con un verdor muy intenso y oscuro siempre presente, casi como si una metrópolis moderna hubiera sido edificada en pleno valle selvático, una jungla de concreto y palmeras bajo un cielo celeste muy vivo y abierto... Muy al estilo de Brasil, incluso de Río de Janeiro, y es que las montañas, al igual que en el país al sur, no solo eran verdes, sino que también eran anaranjadas debido a las incontables casas sin terminar que cubrían la naturaleza en las alturas de la ciudad. Tal como ya había visto ayer, miles de casas anaranjadas pintaban el horizonte y sus cerros, y si Elliot fijaba la vista, era muy difícil que los colores gris, naranja, verde y celeste no se entremezclaran en cada paisaje. Incluso en pleno corazón de la ciudad, Caracas era una epítome poética e irónica del contraste en su esencia más pura, y quizás la prueba más implacable de lo mismo, era precisamente ese orgullo con el que Lunaydis y Américo le mostraban el lugar, a pesar de haber sufrido evidentemente tanto sobre sus calles y bajo su cielo...

Pasaron veinte minutos. Tras andar por la avenida al bajar del autobús, finalmente llegaron a un pequeño edificio. Según Américo, el Archivo Histórico de Miraflores estaba ubicado antes en el Palacio, pero luego fue movido a este nuevo edificio que quedaba justo al frente. El acceso estaba restringido, pero infiltrarse era más fácil ahora pues antes habrían tenido que colarse al edificio presidencial para conseguir la carta. Y ya que, según la historia de su vida, Américo había trabajado para el gobierno en el pasado (mucho antes de la dictadura), le era fácil suponer que la información de la mencionada carta —o la carta en sí misma—, estaría resguarda en alguna bóveda de ese edificio. Ahora que estaban ahí, tan solo tenían que encontrar la manera de entrar...

Lunaydis fue la primera en intervenir:

—Elliot —dijo a Elliot—, primero lo primero... ¿Cuáles son tus poderes?

—¿Mis poderes?

—¡Sí, tus poderes!

—Bueno, es que —Elliot se rascó la cabeza—. No tengo ningún poder... ¡O bueno! ¡No son míos, si no de los espíritus que viajan conmigo....!

La niña se cruzó de brazos con impaciencia.

—¡Es lo mismo!

Américo los veía a los dos con aburrimiento y un poquito de intriga. Todo el asunto de la magia lo traía sin cuidado, pues él mismo alguna vez trabajó con artefactos mágicos y con mitos locales. Pero ver la interacción de la pequeña Luna con un extranjero tan curioso como Elliot sí que le parecía de lo más interesante.

—Bueno, en ese caso —Elliot se tomó un segundo para enumerar—, Amantium puede ayudarme a caerle bien a la gente, y... que no... regañen tanto como tú —dijo casi manipulando a la niña del temple de acero—, y pues, también está Senex, cuyo poder... ahora que lo pienso, nunca lo he utilizado, creo, pero... en fin, tiene un ave fénix, y también está Iudicium, que me permite hablar mentalmente con todos los espíritus, así como bloquear a los demás de leerme la mente, y... está Imperatrix, que puede hacerme cambiar de forma, y...

—¡Esa misma! —exclamó Lunaydis satisfecha.

Elliot asintió, pero contrariado.

—Ya lo había pensado —dijo—. El problema es que yo no sé hablar español, así que de nada sirve que asuma la forma de alguien más.... A menos que combine el poder de Imperatrix con el poder de Amantium y el poder de Fortuna, es decir, mi carta de la buena suerte, pero es muy arriesgado. Preferiría recurrir a alguna otra alternativa...

De pronto, Américo se apresuró en decir algo:

—Bueno, ¡podrían dejarme ayudar! —espetó impaciente—. Con la ropa adecuada puedo hacer uso de los idiomas que conozco para aparentar ser un traductor, y tu amigo podría disfrazarse de algún dignatario extranjero, preferiblemente ruso o chino. Por suerte, hablo un poco de ruso, en caso de que decidan utilizar mi ayuda. Además...

Lunaydis y Elliot lo escuchaban con atención. Al ver el interés de los chicos, el anciano continuó:

—Conozco... personas... que podrían ayudarnos. Pero no será fácil atraer su atención. Tomará al menos un día intentar localizarlos, si es que aún están dispuestos a escucharme...

—¡¿En serio?! ¡¿Te refieres a la Sociedad de los Secretos?! —exclamó Lunaydis maravillada.

—¡Shhh! —Américo se apresuró en hacerla callar—. ¡Más discreción, niña! ¡Nuestra vida corre peligro...!

Pero Luna, a pesar del regaño, veía al anciano con ojos brillantes y repletos de emoción. Por fin, una aventura digna de una superheroína como ella, pensaba. Sin más demora, y a pesar de todo lo difícil que se veía, la chica se sumó al plan, y presionó a Elliot lo más que pudo para que cediera...

—¡¿Qué dices, Elliot?! ¡Vamos! ¡Te juro que todo va a salir bien...!

Y Elliot solo la observó con mucha atención, tanto a ella como al anciano. No estaba seguro de involucrarlos en su búsqueda de la carta, más por miedo a meterlos en problemas que por desconfianza... Pero el que las cosas se torcieran a medio camino tampoco era tan descabellado. Ya Elliot había confiado antes en Roy y al final eso le costó la mitad de sus cartas del tarot, así que debía tener cuidado como fuera. Sin embargo, a falta de otra pista, el poco tiempo que le quedaba de su viaje y ante la absoluta persistencia de la chica, Elliot aceptó darle un intento al plan. No quería juzgar al mundo entero por los errores de una sola persona, o eso se dijo a sí mismo para seguir adelante, obedeciendo al deseo de su corazón de que el mundo fuera cada día un mejor lugar, no uno peor. Quizás la confianza, aún bajo ataque, era la clave para ello... O una vez más, eso volvió a decirse, por más dudas o resabios que dieran la ocasión.

─ ∞ ─

De vuelta en New Orleans y acostado sobre su cama, los ojos de Elliot recorrieron una y otra vez los apuntes de su cuaderno.

—No puede haber ningún error —murmuró algo agobiado, más para sí mismo que otra cosa; era una afirmación, no una pregunta.

Sin embargo, por más que intentara planificar una y otra vez todos los pasos del plan armado con Lunaydis y Américo, Elliot se conocía muy bien como para no darse cuenta de que su mente estaba en otro lugar; otra preocupación que no lograba definir con claridad. Finalmente se rindió y dejó que el cuaderno le cayera sobre el rostro mientras soltaba un largo suspiro.

—¿Todo bien, anciano? —preguntó Iudicium mientras se materializaba junto al chico, sentado sobre el borde de la cama—. Pareces cansado...

Elliot asomó sus ojos por debajo del cuaderno para ver la mirada fuerte pero amable del ángel jazzista quien lo veía con atención.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Por supuesto—aceptó el espíritu mientras veía como Elliot se acomodaba en la cama frente a él.

—¿Qué opinas de Lunaydis y Américo?

El espíritu jazzista acentuó su mirada.

—No me he formado ninguna impresión de ellos realmente —contestó, pero al ver que Elliot lo veía con mucha fijeza, como esperando algo más, continuó—: Si debo contestar algo, supongo que puedo decir que estoy sorprendido del hecho de que la vida sigue siendo tan injusta como hace cientos de años atrás.

—A veces las criaturas viejas son las que hablan con mayor ignorancia... ¡¿Qué?! —protestó Senex, haciéndose presente también—. Ya que Paerbeatus y la majestuosa criatura solar, es decir, la polla de fuego —Elliot esbozó una sonrisa nerviosa—, están jugando, pues me decidí a estirar la pata en el sentido menos mórbido de su significancia. ¡A ver, me tomé la libertad de unirme a este intento de conversación! ¿Va? Y digo intento porque hay que ver que el tiempo no te ha vuelto más inteligente, Iudicium...

—Solo estoy siendo honesto con el anciano —comentó indiferente el ángel mientras se encogía de hombros, sin darle mayor importancia a las palabras del sabio.

—¡Bah! Honesto, sí. Y nihilista de poca monta, ¡también! —reclamó el filósofo—. ¡Venga, niño! ¡Atrévete a preguntarme lo mismo a mí, anda! ¡Pregúntamelo!

El hombre instó a Elliot con vehemencia, mientras sacudía sus manos, al mismo tiempo que sus ojos morados se volvían más intensos.

—Mmmm, vale. ¿Qué opinas de...

—¡Me parecen personas espléndidas! —lo interrumpió el hombre de inmediato, sin dejar que Elliot terminara de formular la pregunta—. Ahora pregúntame por qué. ¡Vamos, apúrate!

—¿Por...

—PORQUE LO SON —lo volvió a interrumpir—. Porque, y escúchame bien pequeñajo, sin importar la época en la que vivas, o el mundo en el que estés de pie, o el cielo que repose sobre tu cabeza, las almas brillantes y extraordinarias siempre han sido y serán raras, y todas han sido moldeadas por el sufrimiento. ¡Y es justamente por esa rareza que siempre han sido victimas de burlas, de discriminación y de prejuicios, a pesar de que son esas mismas personas las que por ello ven lo que es la vida de verdad! Y todo para luego relamerse las heridas antes de tener que surgir, salir adelante... Porque no existe tal cosa como la justicia en la naturaleza, y la ilusión de su existencia, de todas formas, sólo puede nacer a causa de su contraparte... ¡Vamos, tú mismo deberías saberlo!

—¿Yo? —preguntó Elliot incrédulo pero atento.

—Creo que estás confundiendo al anciano —intervino Iudicium al ver la cara de profunda reflexión de Elliot.

—Tú cállate, que estoy debatiendo con el niño y lo estoy tratando como lo que es en realidad, es decir, como un hombre —lo confrontó el sabio—. No como tú, que le arrancaste el dolor sólo para hacerlo más débil...

—Lo estoy cuidando —intervino Iudicium indignado.

—No, lo estás matando, eso es lo que están haciendo... ¡Pff, nada más lejos de la realidad!

—Querer a alguien nunca ha sido nada malo —insistió Iudicium mientras sus ojos se volvían amatistas brillantes.

—¡Ja! Y aun así, en la historia del hombre han muerto más personas por culpa del amor que del odio. ¡Disparates para lanzar al techo!

Las alas de Iudicium se erizaron con el comentario tal como lo hacían las de Don Quijote cuando estaba irritado. Elliot rápidamente se acomodó entre ambos para aligerar la tensión:

—No peleen por favor —intervino.

El espíritu filósofo se alebrestó más con el comentario, sacudiendo sus manos en un gesto de fastidio.

—¡Aquí nadie está peleando niño, estamos debatiendo! —le contestó—. ¡¿Lo ves?! Mira lo que has hecho con él... Cada vez más frágil y temeroso, ¡y mira que ya tenía un corazón enorme! Pero, ¿acaso no eran los reyes de corazón enorme los que siempre terminaban con la cabeza separada del cuerpo? ¡¿Ah?!

—Es solo un niño —repitió Iudicium.

—Y sin embargo, tu prueba fue la más horrible y cruel a la que se ha enfrentado...

De pronto, un silencio. Elliot volteó a ver ambas con ojos reflexivos. Una pequeña luz morada había comenzado a flotar sobre la cabeza de Senex, mientras que Iudicium reposaba calmadamente sus alas sobre su espalda una vez más.

El comentario fue como un balde de agua fría. Acto seguido, tras pensarlo por unos segundos, el ángel jazzista de ojos morados bajó la mirada y se sentó de nuevo en la cama. Afligido como estaba, no supo qué decir.

—Es verdad —confesó.

—Pero Iudicium no me obligó a tomar su prueba —intervino Elliot—. ¡Fui yo quien lo buscó a él, y fui yo quien aceptó las condiciones!

Si bien el debate estaba acalorado, Elliot aún quería hacer sentir bien a los espíritus. Tras decir aquello le puso una mano en el hombro a Iudicium, a lo que este sonrió con calidez. Sus ojos morados estaban llenos de gratitud, y sin embargo, la palabra 'gracias' no salió de sus labios.

—Entonces contéstame algo, niño, vamos... ¡¿Qué piensas TÚ de la tal Lunaydis y el Américo?! ¡Esa es la pregunta que realmente debería importar!

—Pienso que... —por un momento Elliot no supo qué decir, hasta que por fin, las palabras se formaron en su boca—: Pienso que me gustaría ayudarlos...

—Entonces ayúdales.

—Pero no sé cómo —admitió el chico.

—Entonces busca ayuda de alguien que sí sepa como —insistió el sabio—. Por cada pregunta que tenemos en la vida, siempre existe una respuesta. ¡¿Acaso por fin lo verás?! ¡Solo tenemos que querer encontrarla! Al final... La decisión está en tus manos.

—¿Encontrar la qué? —preguntó Colombus entrando a la habitación.

El chico dejó de seguido unas bolsas en la cama de Elliot antes de correr directo al baño.

—¡Si se te olvidó pedirme algo te voy a matar, Elliot Arcana!

Esta vez ni se inmutó al ver a Elliot hablando con los espíritus. Aunque apenas habían pasado horas, Colombus ya se comportaba como si fuera algo cotidiano, que siempre había ocurrido desde que él y Elliot habían sido mejores amigos...

—Será mejor que nos retiremos para que puedas descansar, anciano. Nunca es bueno confiar cuando la perspectiva solo alcanza para ser impredecible....

Al instante, ambos espíritus desaparecieron. Elliot quedó solo en la habitación; su mente reflexionaba sobre todo lo que acababa de hablar con Iudicium y Senex. Solo quedaban pocos días en América, y, aun así, si había una forma de recuperar la carta y al mismo tiempo ayudar a Lunaydis y a Américo, no se podía quedar de brazos cruzados. Porque si la vida no tenía maneras de ser justa, pues él mismo tendría que asegurarse de hacer que la justicia existiera, que fuera real, de hacer lo que está bien, no solo por los espíritus y por él, sino también por los que lo estaban ayudando, y ya esa decisión la había tomado.

De pronto, desde el interior del baño, salió un sonido de pura relajación, un suspiro alargado en forma de Aaaaahhhhh....

—Casi me orino en los pantalones —comentó Colombus justo después, mientras salía del baño—. Nunca te comas un napolitano familiar después de beber casi un litro de refresco, ¡no es una buena idea! ¿Ya revisaste las cosas? ¿Crees que te sirvan?

Justo en ese momento, Elliot se acercó a una de las bolsas de papel que Colombus había dejado sobre su cama. De ella sacó lo que parecía ser un saco bastante elegante en un estado bastante decente, a pesar de ser de segunda mano. La etiqueta decía '35$'.

—Yo creo que sí —comentó Elliot—. ¿Era la talla más pequeña?

—La más pequeña que conseguí, pero también compré unos alfileres por si acaso —dijo el chico sentándose en su cama—. Mi mamá solía hacer eso cuando mi papá adelgazó y los trajes no le quedaban.

—Creo que todo debería servir.

—Aun no me has dicho para qué necesitabas todo eso —recordó Colombus—. Primero el teléfono desechable, y ahora ropa negra y elegante.... ¿Una de las cartas te pidió que robaras un banco? O eso, o vas a hacer un cosplay de PayDay 3...

—Es que por algún motivo encontrar la carta de Venezuela no ha sido tan fácil, y a una amiga se le ocurrió que si nos infiltrábamos en un edificio del gobierno, tal vez podríamos conseguir alguna pista...

—Vaya —expresó Colombus con seriedad—. ¿Y por lo menos sabes si la carta sigue en el país?

—No es nada seguro, pero Paerbeatus cree que sí.

—Viejo, qué desastre. Todo lo que me estás contando es tan surrealista que me siento en una peli de Rápido y Furioso —comentó Colombus entre preocupado y chistoso—. Espero que aparte del disfraz también tengas una placa falsa, porque si no, no veo cómo vas a lograr colarte...

Elliot rápidamente entornó los ojos pensativo.

—La verdad es que no lo había pensado, pero ahora que lo dices, es una muy buena idea —de inmediato tomó su celular para revisar algo en internet—. Bus, ¿cómo se te ocurren esas cosas?

—Te dije, Rápido y Furioso y las series de la TV... y quizá también algo de mi tío Titus.

Los dos se rieron con aquello, y un minuto más tarde, ya estaban bromeando juntos sobre el viaje a Ámsterdam de unos meses atrás. Sin pensarlo dos veces, Elliot terminó por contarle todo el plan a Colombus, y él, encantado, le dio todos los consejos que veía necesarios para que el golpe, como le decían los dos chicos, saliera perfecto.

Fue en ese momento que Elliot lo pensó por última vez, atesorando el momento con cariño: haberle ocultado las cosas a su mejor amigo por tanto tiempo había sido una de las estupideces más grandes que había hecho en su vida. Y, quizás... A los seres queridos nunca hay que ocultarles nada de nada, por más locos o bizarros que puedan ser los secretos.

─ ∞ ─

A la mañana siguiente, durante el desayuno, la tía Gemma le envió una foto del árbol de navidad y los preparativos para la fiesta de fin de año con su familia. Aquello, sumado al rato que pasó bromeando con Colombus la noche anterior, así como el debate con los espíritus, lo tenían con la moral y el humor muy en alto. Por fin, después de mucho tiempo, Elliot sentía que había logrado descansar algo por la noche.

Mirando hacia atrás, ni siquiera se arrepentía ya de haberle pedido el autógrafo a Mia Maze mientras se hacía pasar por el hermano de Delmy dentro del Salón de las Puertas. Se sentía indetenible y con el cuerpo recargado de energía, y aunque todavía debía recuperar una carta más y resolver como pasar la prueba del Sol, tenía la confianza de que todo iba a estar bien.

—¿Ese es tu desayuno o el de Colombus?

Dijo alguien a sus espaldas, una chica. Elliot volteó lentamente para encontrarse de frente con los ojos de Delmy, quien sin más, se sentó junto a él en la mesa con su bandeja del buffet.

—Hoy amanecí con más hambre de lo normal —comentó Elliot mientras veía su desayuno americano, junto al plato de frutas, el vaso de avena, y la taza de café humeante junto a una magdalena glaseada.

—No me sorprende —comentó ella mientras le daba un mordisco a su sándwich de manera despreocupada.

Al notar los ojos de Elliot fijos en ella, se apresuró a agregar algo.

—Estás completamente rodeado por la armonía, lo puedo ver en tu aura —dijo al final abarcando el cuerpo de Elliot con un movimiento de su mano.

Elliot sonrió sorprendido.

—¿Puedes ver mi aura? —preguntó, de pronto se detuvo, y continuó sonrojado—: Qué pregunta tan tonta después de todo lo que ya he visto... ¿no crees?

Delmy se encogió de hombros:

—La verdad no, la armonía es muy rara. Ni yo misma la entiendo a veces —dijo después de comprobar que nadie alrededor escuchaba—. Pero, de todas formas, nunca fui una alumna estrella en Prisma...

Y antes de que Elliot pudiera preguntar nada, la misma Delmy se explicó:

—Prisma es el nombre de la escuela del Conservatorio a la que se supone que todos debemos ir...

Elliot tenía los ojos fijos en ella con mucha atención:

—Y de la que decidiste cambiarte —comentó recordando una conversación que habían tenido Delmy y la señorita Ever, en la que su amiga se había alterado mucho.

También Rousseau lo había mencionado hace poco. Delmy, por su lado, disentía.

—Más bien de la que escapé, si le preguntas a cualquier persona que me conozca desde entonces —corrigió con fastidio en la voz—. No me importa. Todos dicen que la armonía es una bendición, pero para mí siempre ha sido más bien una maldición. Y no, no puedo ver tú aura, no siempre al menos. Pero hay días en los que las personas están... muy en contacto con la armonía, por así decirlo, y simplemente amanecen místicas, y se vuelve todo más evidente si no sabe controlarlo...

—Entiendo —Elliot mordió un trozo de tocino crujiente y pensó por un momento—. ¿También te pasa a ti? Digo, lo de estar mística...

—Trato de mantenerlo bajo control —contestó ella—. Las consecuencias de no hacerlo no son solo que los demás puedan ver tu aura, sino... Bueno, digamos que esos días, todo puede ser impredecible, y suelen ser esos días en los que pasan cosas muy buenas y muy malas al mismo tiempo. De todas formas, muchas veces es inevitable, así que sí, también me pasa, y en mi caso es peor de lo que imaginas —Delmy hizo una pausa, como si no quisiera seguir hablando del tema, pero entonces, tras unos segundos, continuó como si nada para sorpresa de Elliot—: Todos los magos del Conservatorio aman esos días, porque se supone que tus poderes están al tope y puedes "vibrar" con la armonía, pero... para mi es más molesto que un dolor de estómago. No me gustan las cosas paranormales.

Elliot no contestó de inmediato. Delmy se preguntó si el chico estaría reflexionando sobre lo que acababa de decirle.

—Creo que entiendo por qué —comentó él, mirándola a los ojos, recordando todo lo que había pasado con el demonio del último piso y Mady.

Al escucharlo, Delmy se sobresaltó con una sonrisa auténtica emergiendo de sus labios. Estaba a punto de reír como si acabara de escuchar un chiste íntimo y gracioso.

—Garoto, ¿estás bien? —le preguntó mientras le ponía una mano en la frente para medirle la temperatura—. ¡¿Estás seguro que no quieres decir que es la cosa más alucinante que has escuchado jamás?!

Elliot rió, falsamente indignado y un poco sonrojado:

—Creo que en toda mi vida nunca he usado la palabra alucinante...

—¿Les limitan las palabras que pueden usar en la sección Apollinaire?

—Definitivamente, 1984 —respondió Elliot siguiendo el chiste de su amiga.

—¡¿En serio?! ¡¿Tantas?! —contestó ella haciéndose la tonta y riendo a carcajadas.

Por primera vez Elliot pudo ver un brillo radiante en los ojos negros de su amiga, uno que no tenía nada que ver con la magia. Aquello lo hizo feliz, y siguiendo el sonido de risa, Elliot se contagió y se dejó llevar, y sin darse cuenta, movió sus manos lentamente para que estas se sintieran más cerca de las de Delmy...

—Puedo hacerte una pregunta —dijo Elliot tras un minuto de risa y silencio.

Ella asintió mientras le daba otro mordisco a su emparedado.

—¿Cómo funciona la armonía? Me refiero a eso que hacen con los ojos... ¿Cómo lo hacen?

—No es realmente algo que hacemos —volvió a revisar a su alrededor—. Es más un efecto secundario. En pocas palabras, es como no comer y luego tener mucha hambre, solo que no duele ni es algo malo, y ocurre cuando te conectas a la armonía. Entonces, tus ojos simplemente cambian de color...

—¿Y los colores significan algo?

—Sí, por supuesto. Es de lo primero que nos explican en Prisma —dijo la chica cambiándose de silla para estar más cerca de Elliot al mismo tiempo que sacaba un papel y un lápiz de su cartera; Elliot instintivamente se acomodó, quizás, un poco nervioso—. No es nada complicado.

Delmy dibujó un círculo en el papel y luego cuatro triángulos alrededor, formando algo parecido a una brújula, puesto que cada uno de los triángulos daba en dirección de los cuatro puntos cardinales.

—La armonía natural tiene cuatro formas —Delmy señaló al círculo como la fuente de la armonía, y luego a los cuatro triángulos—, y una persona que nace conectada a la armonía tendrá uno de sus cuatro colores, o tintes, tonalidades, etc, como prefieras. En fin, la tonalidad naranja es la más común, ya que esta es de las personas conectadas principalmente a la armonía de su mente, es decir... la de los magos psíquicos.

—¿Psíquicos? —preguntó Elliot muy emocionado—. Quieres decir... ¿telepatía y esas cosas?

Estando tan cerca de Delmy podía sentir el aroma de su cuerpo, su calor, ver los detalles de su piel muy cerca. Si bien algo en su cabeza le hacía no sentirse del todo bien, tampoco le desagradaba estar en esa situación.... Y quizás, por primera vez, Elliot notó que Delmy era una chica muy bonita.

—Mmmm no —lo corrigió ella—. La telepatía es una sintonía, Elliot, y esas no dependen de tu afinidad armónica... En fin, ¡no me desvíes!

—No entiendo.

—No importa, garoto, por ahora concentrémonos en la base de todo...

—Vale.

—Solo presta atención y apréndelo de memoria: el tono naranja es para los psíquicos.

—Anaranjados, psíquicos —repitió Elliot.

—Exacto. Los magos psíquicos son los únicos que tienen acceso a las Quimeras de manera espontánea, aunque con un pentarezzo, cualquier virtuoso puede tener una. O bueno, por lo menos esa es la teoría, porque en la práctica, tener una Quimera no es tan sencillo...

—A las quimeras las conozco, creo... Pero ¿qué es un pentarezzo?

—Así llaman la gente del Conservatorio a los hechizos.

Elliot echó la cabeza para atrás mientras esbozaba una sonrisa.

—Les gusta complicarlo todo, ¿no?

—Ay garoto, y eso que no hemos ni empezado todavía —se rio Delmy antes de seguir con la explicación—. El segundo tipo de armonía más común son los ojos dorados, que corresponden a la armonía celestial...

—¿Celestial? ¿Como en los ángeles y el paraíso?

—Algo así, pero esa historia es más complicada, e historia de la armonía nunca fue mi materia favorita en Prisma. En general no me gusta la historia.

—Lástima, a mí me encanta la historia —admitió Elliot.

—Entonces te llevarías muy bien con Ney. Él y mi papá son amantes de la historia...

—A tu hermano ya lo conocí y puedo confirmar que sí, si tu papá es como él, probablemente tienes una familia divertida —comentó Elliot.

Ambos rieron con complicidad.

—El punto aquí es que la armonía celestial tiene sus pros y sus contras, y en resúmen, es perfecta para alejar a los malos espíritus. Los magos que la usan generalmente son muy buenos para hacer sellos y escudos y ese tipo de cosas —retomó Delmy—. Ya el tercer tipo de afinidad de la armonía es un poco más raro, la armonía de ojos grises, o de tonalidad plateada. Puede variar mucho, pero normalmente toma el color de un mineral muy puro, diamantino. Esta se conoce como la armonía universal o cósmica...

—Yo he visto que tus ojos se vuelven grises cuando haces magia —señaló Elliot, recordando las veces que había visto a Delmy usando sus poderes.

Delmy se sobresaltó con nerviosismo al escucharlo. Rápidamente asintió y continuó hablando como si nada.

—Ehm... La armonía universal está relacionada con la naturaleza y sus elementos, como la tierra, el agua, el fuego, etc. Los más virtuosos son capaces de controlar más de un elemento a la vez, e incluso, controlar las plantas y a los animales, y casi cualquier sustancia que no sea artificial —dijo con seguridad—. Aunque es muy complicado. En fin, todos los miembros de mi familia tenemos esta afinidad armónica, sí...

Elliot sonrió orgulloso de Delmy.

—¡Wow, no sabía que fueras tan poderosa!

Delmy se apresuró a negar con la cabeza.

—No lo soy, no realmente —dijo con cautela—. Tener acceso a la armonía no es tan simple o sencillo como te lo estoy contando.

—¿Eso qué quiere decir?

—Quiere decir que aunque estés conectado a la armonía, eso no significa que vayas a poder hacer magia. Todo depende de qué tan profunda sea la conexión. En mi caso, mi conexión es fuerte, y aun así, no lo suficiente como para realizar pentarezzos, ni hechizos de nivel avanzado....

—¿Y no puedes entrenar para eso?

—Lamentablemente para muchos, no es tan simple. Si bien hay casos de personas que han logrado fortalecer sus conexiones armónicas, la mayoría de las veces las personas malgastan toda su vida tratando de elevar su grado a un punto en que les sea posible leer e interpretar pentarezzos, pero... por más estudios y práctica, la armonía simplemente no cede. Por lo tanto, suele decirse que la conexión es algo con lo que simplemente naces o no —explicó pausadamente—. Por eso se establecieron los grados de conexión hace muchos años, y desde entonces, las personas de un grado no suelen estudiar o intentar superar el que ya tienen. Solo los virtuosos (el grado más alto de todos) son los que realmente pueden hacer magia potente, mientras que el resto solo somos personas normales con mucha o poca armonía.

A pesar de lo interesante que le parecía, Elliot no dijo nada de inmediato. Estaba muy atento a cada palabra que decía Delmy, sumamente feliz y satisfecho, animado de seguir aprendiendo más sobre la magia. Tras meditar por medio minuto, finalmente contestó:

—No pensé que todo sería tan complicado.

Delmy sonrió con nerviosismo.

—¡Y aún no te he contado sobre la última afinidad, la más rara de todas...! Tanto, que ni siquiera hay registros de que alguien pueda nacer de manera natural con dicha conexión.

—¿En serio? ¿A qué te refieres? —dijo Elliot intrigado.

Tanto Elliot como Delmy ya habían terminado de comer. En la mesa quedaban los platos vacíos, mientras ambos conversaban absortos, atrapados por la temática de la magia y sus recovecos. Incluso Delmy, a quien la magia nunca antes le había llamado la atención, no pudo evitar confesarse internamente sobre lo mucho que estaba disfrutando compartir así de cerca junto a Elliot sobre el tema....

—Primero tienes que entender que independientemente de cuál sea tu afinidad, lo cierto es que con práctica puedes acceder a cualquiera de las direcciones o tonalidades de la armonía —le explicó ella, volviendo a señalar la brújula en la hoja—. Ningún virtuoso, por más virtuoso que sea, puede usar dos tipos de armonía al mismo tiempo. Pero, por eso mismo, con el entrenamiento adecuado, puede aprender a canalizar en momentos diferentes distintas afinidades, vibraciones, colores, etc... ¡Tú entiendes!

—Ehm... ¿Cómo si fueran una batería? —preguntó Elliot sorprendido.

—¡Exactamente! Como una batería —admitió la chica con una sonrisa en los labios —. Aunque claro, siempre es más fácil recargar tu batería mágica con magia de tu afinidad. Como sea, ya que los virtuosos son unos obsesivos del dominio armónico y de demostrar cuánto poder y habilidades tienen, todos y cada uno de ellos han entrenado para recanalizar su propio cuerpo tanto como la armonía lo permita. Especialmente si son famosos, o están en la Orquesta, pero, no nos desviemos...

—Entiendo. Delmy, ¡ya dime cuál es el cuarto tipo!

Ella sonrió apresurada.

—¡OK, es que...! Es la más rara de todas, puesto que es la tonalidad de ojos morados... y se llama armonía arcana.

Cuando Delmy dijo aquello, Elliot abrió los ojos sorprendido. Ella le sostuvo la mirada.

—¿Arcana? ¡¿Cómo mi apellido?!

—Exactamente como tu apellido —asintió ella, y con esa respuesta, mil cosas volaron por las cabezas de ambos.

«Arcana... Magia arcana...», pensó Elliot en un santiamén. «Pero...», y al instante, recordó todas y cada una de las veces en las que alguien le había dicho que era un Arcana, y que en los Arcana la magia fluía con facilidad, y, sobretodo, recordó cuando se infiltró en el Salón de las Puertas con Delmy y descubrió que un tal Julio Arcana —como su primo italiano—, estaba registrado como virtuoso miembro de la familia Arcana. Delmy, al notar lo callado que estaba Elliot, se apresuró en hablar:

—Al principio pensé que solo era una casualidad, pero luego te metiste en todos estos problemas y... Supongo que no lo es para nada. Quizás la armonía resonó en tu interior, Elliot... Y ¿quién sabe? La armonía es muy rara...

—Pero... pero... ¡Te juro, Delmy, que nadie de mi familia tiene magia...! Por lo menos nadie que yo sepa. Al menos que me hayan mentido siempre, pero... ¡Ellos no son así, no lo habrían hecho!

—¿A lo mejor algún antepasado?

—Tal vez —concordó Elliot sin poderlo negar.

«Te pareces mucho a él», siempre decían los espíritus, y la primera vez que habló seriamente con Paerbeatus, éste le reclamó por no decirle que «no era quien él creía que era», haciendo referencia posiblemente a su creador... Entonces, Elliot no pudo evitar preguntarse si, acaso... L.A., el misterioso firmante de las cartas, ¿era en realidad un antep....?

—Yo te creo, garoto —dijo Delmy tomándolo de la mano, sacándolo del pensamiento.

—¡¿C-cómo?! —preguntó él sorprendido por el gesto.

—Si tú me dices que no hay magia en tu familia, te creo... Después de todo, el apellido Arcana es extraño, pero no es tan raro como lo pensarías.

—¿En serio? ¿Por qué lo dices?

—Porque —Delmy le soltó la mano y buscó su teléfono—, lo busqué en internet hace tiempo, cuando mis sospechas surgieron...

—Oh...

—Son... 495.147 resultados, ¿ves? P-pero eso no es lo importante —se apresuró a cambiar de tema—: Lo importante es que la magia arcana es muy rara porque, literalmente, es la armonía que viene del Arca y de la que nacen todos los hechizos, al menos, para los estudios del Conservatorio, y es así porque su conexión con la armonía es la única que permite modificar la realidad...

—¡¿En serio?!

Delmy asintió, nerviosa.

—A lo mejor que tu apellido sea el mismo es solo una coincidencia —dijo despreocupándose un poco—. Siempre pensé que se llamaba así porque venía del Arca, ¿sabes? Tiene sentido para mí, Arca y Arca-na. Y tiene más sentido aún si tomamos en cuenta que el mago que descubrió el Arca fue el mismo que bautizó su magia...

—¿Y quién fue?

—Noé... El de la Biblia.

De pronto, Elliot se levantó con euforia, sin poder evitar hablar alzando la voz:

—¡LO SABÍA! —gritó.

Cuando volteó, notó que había llamado la atención de todos en el restaurante. Delmy estaba ocultando la cabeza como podía entre sus manos.

—¡Lo siento, lo siento! —repitió Elliot mientras se volvía a sentar—. ¡Pero es que lo sabía!

—A mi me causa mucha gracia —dijo ella relajándose poco a poco—, porque todos creen que el Arca de Noé fue realmente un barco enorme, cuando en realidad se trató de un descubrimiento científico, el más grande de su época. Pero entonces, para que entiendas la historia de Noé tendríamos que hablar de política e historia de la magia y eso me da mucho fastidio, garoto. Hasta aquí llega mi conocimiento e interés del tema...

Para Elliot, era como si lo último no tuviera importancia; estaba radiante de felicidad.

—Gracias, Delmy —contestó él, tomándola por las manos y llevándose una de ellas hasta los labios para besarla rápidamente, con euforia—. ¡Gracias por contarme todo esto!

—No... bueno... yo... tú —Delmy estaba roja como un tomate; su piel morena tomó de inmediato un tono delicado—. ¡Eso era lo que yo te había prometido, garoto! Contarte lo que pudiera de la armonía...

—Sí, pero nunca me esperé que me contaras tanto, considerando que no te gusta el tema....

—Pe-pero... lo hice —admitió ella, sonrojada como nunca.

—Y por eso te doy las gracias —contestó él con una sonrisa en los labios—. ¡No sabes lo feliz que estoy por todo lo que me contaste!

Elliot se inclinó en su dirección y la abrazó. Delmy no supo qué hacer, hasta que por fin le devolvió el abrazo. Los dos estuvieron así por un minuto, que a Delmy le pareció una eternidad. Finalmente, el chico la soltó.

—¿Puedo hacerte otra pregunta?

—S-sí, por supuesto.

—¿Tú sabes si hay alguna forma de sacar a una persona con magia de un país?

Delmy no contestó enseguida, pero luego de pensarlo por un instante, le respondió:

—No estoy segura, pero podría preguntarle a Ney si quieres. Supongo que por el Salón de las Puertas se podría, si cuentas con el permiso...

—Por favor —insistió Elliot—. Solo es algo que quiero saber por curiosidad, pero, si se puede... Tal vez podríamos ayudar a alguien al mismo tiempo que recupero la última carta, ¿qué dices?

Delmy se sorprendió de que Elliot la tomara en cuenta para tal decisión.

—¿Me preguntas a mí?

—Sí, me gustaría saber qué opinas, o si es mucho pedirte ayuda con esto... Aunque, te juro que valdrá la pena, Delmy... Todo va a salir bien.

Y en un recuerdo momentáneo, Elliot volvió a ver el rostro emocionado de Lunaydis diciéndole eso mismo el día de ayer mientras hacían el plan para ayudarlo con la carta. Al instante, Elliot sonrió un poco. Delmy, a su lado, tuvo que pensarlo apenas unos segundos:

—Está bien. Cuenta conmigo...

Elliot volvió a abrazarla con cariño, sin dudar.

—Eres genial —le susurró; ella sonrió.

Aquella mañana estaba siendo una de las mejores en mucho tiempo. Elliot sentía que pasara lo que pasase, todo iba a salir bien gracias a que contaba con el apoyo y el cariño de todos sus amigos.

─ ∞ ─

—¿Camuflaje?

Colombus veía con atención y seriedad a Elliot.

—En orden —contestó él.

De inmediato levantó la carta del tarot de Imperatrix y la bolsa de papel con la ropa para Américo.

—¿Identificación falsa?

—Aquí, aún que todavía no me has dicho donde la conseguiste —comentó Elliot sorprendido; era un gafete de identificación con una foto carnet de Robert Pattinson—. ¿Y por qué Robert Pattinson?

—Porque no sé como funciona muy bien la magia y los dos se parecen —contestó Colombus encogiéndose de hombros.

—¡No me parezco en nada a un vampiro brillante!

—Era Robert Pattinson o Ezra Miller.

—Buena elección —admitió Elliot.

—De nada. ¿Tienes batería en el teléfono?

—Carga al cien por ciento —Elliot le mostró la pantalla a su amigo para que comprobara el porcentaje de la batería.

Por un momento la pantalla mostró una imagen distorsionada por la estática antes de mostrar la interfaz del aparato.

—Viejo, tienes que arreglar ese teléfono o cambiarlo por uno nuevo, está a punto de morir.

Colombus acercó su propio teléfono al de Elliot y al instante ambos vibraron.

—Listo —dijo el chico mientras activaba algo en su propio teléfono—. Ahora nos podremos comunicar aunque estés fuera de alcance.

—¿Qué hiciste? —preguntó Elliot algo confundido y sorprendido.

—Solo compartí una app contigo para que siempre me puedas llamar. Básicamente vinculé los dos dispositivos, y si, en el peor de los casos el teléfono se destruye, voy a recibir una notificación con la ubicación exacta para poder comenzar con el rescate...

Elliot rió impresionado:

—¿Y cómo piensas ayudarme en ese caso?

Estaba muy agradecido por el gesto de su amigo, pero realmente no veía cómo eso podía realmente ser de ayuda, teniendo en cuenta que él básicamente podía estar en cualquier lugar, incluso al otro lado del mundo en ocasiones, gracias a la magia de Raeda.

—La interpol debería ser suficiente, ¿no? —admitió Colombus sin saber muy bien qué decir—. O el profesor Rousseau, él sabe de la magia.

—Pero yo no confío en él...

Elliot iba a seguir hablando, pero unos golpes en la puerta interrumpieron la conversación. Al instante Jean Pierre asomó la cabeza dentro de la habitación. Primero hubo un silencio extraño, todos se quedaron viendo a los ojos sin saber qué decir o cómo actuar. Desde el incidente con él demonio Jean Pierre se comportaba de esa manera, como si los estuviera evitando deliberadamente.

Primero se fijó en la mochila y la bolsa de papel sobre la cama de Elliot, y después, la suspicacia ya había secuestrado su mirada.

—Solo vengo a decirles que Madame Gertrude nos prohibió usar los baños del hotel por el resto de la tarde... Algo con unas reparaciones de unas tuberías, pero no explicó nada más.

—Pues... ¡Qué bueno! Porque esta mañana el agua tenía un sabor metálico tan extraño que tuve que cepillarme los dientes con agua embotellada —comentó Colombus.

Su mirada estaba fija en Elliot como si quisiera apoyo.

—Yo no noté nada extraño —admitió él sin darse cuenta.

Jean Pierre solo asintió.

—Si queremos usar el baño, debemos ir al McDonald de la esquina —dijo el chico antes de comenzar a irse.

—Jean Pierre, espera...

Pero Elliot no pudo detenerlo. Colombus, a un lado, lanzó un comentario despreocupado:

—Creo que todavía está un poco traumatizado, pero no te des mala vida... Ya se le pasará.

—Pues, yo no sé cómo no lo estás tú también, Bus —admitió Elliot mientras tomaba sus cosas de la cama.

—Supongo que de algo sirve la robustez —bromeó su amigo con orgullo.

—La grasa no es un chaleco anti balas —se burló Raeda de pronto.

Elliot acababa de llamarlo mentalmente y este apareció en medio de la habitación.

—Solo para que lo sepas. Para lo único que sirve la grasa es para alimentar a...

—Detente, Rider —exclamó Elliot molesto de repente; hasta Colombus parecía sorprendido—. No digas esas cosas de Colombus...

El espíritu marinerito hizo un gesto de sorna, imitando a una princesa:

—¿Amanecieron sensibles las dos nenas el día de hoy? ¿Están en sus días? —preguntó primero mirando a Elliot y luego a Colombus con sus grandes ojos morados—. A ver, ¿para esto me llamaste, mocoso?

—Por supuesto que no —dijo Elliot—. Necesito volver a viajar para continuar con la búsqueda de la carta...

—Mmmm, sí, déjame ver.... Mmmm, sí, hoy no se va a poder, porque... ¿Cómo lo digo para que entiendas? ¡Ah sí! No me da la gana...

—Rider, por favor, no tenemos tiempo para esto.

—Pues te jodes —saltó el espíritu cruzándose de brazos—. Esta ya es la quinta o la sexta vez que me haces abrir un portal a ese sitio de mierda, y todo para ti es tan fácil como rascarte el culo y ladrar órdenes. Claro, porque soy yo el que se tiene que sudar las nalgas para abrir las puertas, ¿no? ¿Sabes lo difícil que es manejar la armonía y moverla en esa mugrosa dirección? Yo te respondo: NO, no sabes una puta mierda. ¿Y todo para qué? Para una real, absoluta y soberana NADA, porque sigues sin saber siquiera si la supuesta carta sigue en ese infierno. Mi respuesta es un total y rotundo NO.

—No puedes negarte —le reclamó Colombus—. Es tu responsabilidad.

—¿Cuando se murió el mequetrefe y quién le puso al gordo la corona de reina? Chúpame las bolas, gordo.

Al escucharlo, Colombus reaccionó iracundo:

—¡Ahora sí te voy a...!

Elliot tuvo tiempo de detenerlo.

—No, Colombus... Él, Rider... Él tiene... la razón —suspiró Elliot con una terrible cara de culpa.

Raeda comenzó a reir con malicia.

Colombus se liberó por fin de Elliot y cuando estuvo a punto de volver a arremeter contra el marinerito, simplemente tomó aire muy profundamente hinchando todo su pecho. Repitió la misma acción un par de veces hasta que al final le mostró el dedo del medio al espíritu.

—Ya sabes lo que puedes hacer con ese dedo, princesa—contraatacó Raeda.

—Y tú, Rider, ¿cómo puedes ser tan egoísta? —lo cuestionó Elliot.

—¿El mocoso hablando de egoísmo? Ahora sí es cierto que el mundo se va a acabar...

—No, ¡sí lo eres! —Elliot fue tan directo y honesto, que incluso Raeda calló su risa por un segundo—. Lo que estamos haciendo... no tiene nada que ver ni contigo ni conmigo. Tú mismo me acabas de decir lo difícil que es concentrar la armonía en Venezuela, ¿no? Lo mucho que te cuesta y lo complicado que es...

—Bueno, sí, per...

—¡Entonces por un momento, solo imagina...! —le pidió Elliot con calma, acercando lentamente su rostro al del marinerito, que poco a poco se iba quedando mudo—: Imagínate lo que sería estar allí todo el tiempo, bajo esa presión tan negativa, rodeado de toda esa neblina oscura que parece que quiere asfixiarte...

—T-tú... ¿puedes verla? —farfulló Raeda incrédulo, con los ojos muy abiertos y acuosos.

—No, pero Iudicium y los otros sí pueden, y de alguna forma, sí puedo sentirla. De seguro piensas que soy un inútil, y ¿sabes qué? Tienes razón. Yo soy el que se metió en todo esto sin saber nada de la magia, yo soy el que no tiene magia ni siquiera para cuidar de mí mismo. Y también, por eso, soy yo el que, en un acto egoísta y vil, sigo robándome el crédito por la hazaña que es recuperar a cada uno de ustedes —dijo al ver que los espíritus se habían materializado casi todos a su alrededor—. Cuando, en realidad... El único héroe de toda esta aventura... Es Rider.

Paerbeatus aplaudió tan rápido como pudo con manos de foca feliz. Imperatrix, Iudicium y Colombus se quedaron viendo a Elliot con cara de creer que se había vuelto loco. Raeda, por su parte, observaba a Elliot con la boca abierta.

Elliot asintió.

—¡Rider es el único y verdadero héroe de toda esta historia! —continuó diciendo Elliot—. Tú eres el protagonista, el aventurero pródigo, y tu leyenda, cuando exista algún día, se llamará RIDER, y estoy seguro que será muy famosa, y muchas chicas y chicos le escribirán fanfics por generaciones...

Al escuchar aquello, Colombus soltó una risa indiscreta, por suerte, ignorada por Raeda, quien solo se bamboleaba con orgullo al escuchar cada palabra del discurso de Elliot.

—Ha sido gracias a ti que hemos podido reunir tantas cartas como lo hemos hecho, y también, si no fuera por lo mucho que te has esforzado durante todo este tiempo para movernos de un lugar a otro, para encontrar las vetas arcanas, ¡e incluso! Para mantenerme con vida aunque no me soportes, no estaríamos a punto de lograrlo. Tú eres el héroe, pequeño campeón —Elliot se inclinó ante él, reposando el control remoto del televisor sobre su hombro—. Tú eres el héroe, no yo.

—¡LO VEN! —exclamó triunfal Raeda, sin dejar ni siquiera medio segundo de tiempo a que Elliot terminara de hablar—. Hasta el mocoso lo está reconociendo, y eso que, para ser un inútil, no está tan mal...

Paerbeatus lloraba conmovido mientras estaba sentado en posición de mariposa en medio de la habitación. Amantium, a un lado, movía los brazos como si estuviera en un concierto, disfrutando de una balada. Todos aplaudieron, y a petición de Raeda, repitieron tres veces: «Larga vida a Rider», mientras lo veían con ojos risueños:

—Nuestro creador siempre dijo que, de todas sus creaciones, Rider era la que más orgulloso lo hacía sentir.

—Y por mi hermosura también, soy el más hermoso de todos —agregó Raeda con orgullo—. Incluso más que el fetiche viviente...

—Y todo en un tamaño práctico de bolsillo, una maravilla multifuncional —intervino Columbus con sarcasmo discreto.

Raeda estaba tan embriagado por el ego que ni siquiera notó la ironía, y tomó las palabras del chico como otro cumplido más.

—Pequeño y letal, como los mejores venenos —admitió henchido de orgullo.

—Y cuando todo esto termine —dijo Elliot—. Cuando por fin todos vuelvan a estar juntos...

—Va a ser todo gracias a ti, Rider —completó Imperatrix mientras le reposaba su mano imperial sobre el hombro con una mirada dulce y sugerente...

No pasó ni un segundo:

—Mocoso, ¡agarra tus cosas que nos vamos! —ordenó Raeda acercándose a la puerta que tenía más cerca para transformarla—. Ha llegado mi momento de ser el héroe que siempre he sido...

Elliot tomó sus cosas y se puso en marcha mientras reía a voz viva.

—Si alguien pregunta...

—Saliste a comprar libros —respondió Colombus—. Yo me encargo de todo de este lado, hermano —y guiñó un ojo.

Elliot, confiado, abrió la puerta que conectaba al Evergarden Babylon con el Paseo de los Próceres de Caracas. En ese lado la noche se veía negra y la calle oscura. La vista sobrenatural era tal como la describían los espíritus, pero había algo más, algo inédito y sombrío que era nuevo, inesperado, por más que Elliot no pudiera verlo todavía. Cuando terminó de cerrar la puerta que daba hacia al hotel, el aura negra y prohibida de la ciudad rota acabó por darle la bienvenida con gusto una vez más...

─ ∞ ─

Los minutos pasaron. Nadie había llegado aún. A Elliot le parecía que había algo raro, pero no sabía reconocer qué cosa. No había peatones, los vehículos no conducían por las calles que rodeaba la amplia isla en la que se encontraban, y las luces de la calle, sin bien no estaban apagadas, parecían estar sumergidas en un filtro oscurecedor que reducía su luminiscencia.

—Algo no me gusta —dijo.

Iudicium apareció a un lado, con mirada preocupada.

—A mí tampoco...

De pronto, pasos comenzaron a escucharse alrededor. Era como el sonido de botas militares chocando contra el suelo. Y más rápido que un suspiro, el espíritu jazzista gritó:

—¡ELLIOT, CORRE!

De pronto, el disparo de un francotirador atravesó la punta de una de sus alas, justo antes de que el espíritu desapareciera.

—¡IUDICIUM! —gritó Elliot mientras instintivamente se lanzaba al suelo, cubriéndose con la esquina del monumento de cuya puerta habían salido—. ¡Rápido Rider, abre la puerta, nos vamos!

Pero antes de que Raeda pudiera hacer algo, una granada cayó cerca del chico y los espíritus. El humo expulsado era denso y negro, y los cubrió a todos asfixiándolos con premura y desespero.

—¡¿Qué está pasando?! —gritó Elliot asustado.

Más sonidos de botas militares, rifles en movimiento, agujeros en el suelo... Y de pronto, Elliot notó que un grupo de soldados en uniformes militares negros, sin ningun camuflaje o identificación, lo habían rodeado. Del suelo, en una compuerta improvisada, como si se tratara de un túnel oculto abierto recientemente, se extendió una mano, luego un brazo, y luego una máscara...

Elliot distinguió un aro perfectamente circular, como un anillo, con un color blanco y cian, moviéndose siniestro por toda la superficie de la máscara, como una pupila dispersa y siniestra, avizorando con hambre. No pasaron ni diez segundos cuando aquella silueta futurista y mórbida que había salido del suelo se colocó de pie, y con un botón de su muñeca, su traje cambió de color inmediatamente, del gris concreto, a un blanco hueco y frío.

Dos agujeros más, y luego otro, y al cabo de otros segundos, contados con una precisión milimétrica y perfecta, ya eran cuatro soldados, un pequeño regimiento de operaciones especiales, los que estaban apuntando sus armas al chico. Elliot no sabía nada, ni entendía qué estaba ocurriendo, y tampoco quería hacerlo: ya con su instinto de preservación afinado tras tantas aventuras, lo único que quería hacer era salir de ahí...

—¡RIDER! —gritó Elliot desesperado mientras se aferraba al pequeño cuerpo del espíritu y lo cubría por instinto.

Otra granada, y más disparos, esta vez de los soldados que estaban en los flancos. Las balas eran contadas, precisas, no una lluvia descontrolada; más bien, parecían administradas con la experticia de soldados veteranos, de élite, de aquellos que preservan sus cartuchos hasta el final de cada misión.

—¡AAAHHGGG...! ¡MALDITOS! —vociferó el marinerito en medio de un gruñido de dolor—. ¡Me dieron en la pierna...!

De inmediato los ojos de Elliot se dirigieron al lugar en el que una de las manos de Raeda se aferraba con fuerza. En la pierna izquierda del espíritu, cerca del tobillo, un pequeño orificio del que salía la sangre a borbotones. Era la herida de una bala.

—¡¿Qué hago?! ¡No no...! —Elliot trató de cubrir la herida con sus manos, pero el grito de dolor de Raeda lo hizo detenerse—. ¡¿Qué hago, Rider?!

El soldado líder comenzó a hablar en idioma extraño, que parecía mezclar palabras del ruso, japonés, finlandés y alemán:

—Posición del satélite local en las coordenadas más-diez-punto, cuatro mil seiscientos treinta y ocho; sector dos, ángulo menos-sesenta-y-seis, radio lunar: nueve mil treinta y tres grados del área cuatro. Adopción automática del protocolo doce-cero-cinco. Área segura para la captura.

Elliot escuchó la voz mecánica y digital muy cerca de él, como si la voz fuera penetrando lentamente en su cabeza. Sin embargo, las figuras seguían más o menos a diez metros; eran las mismas cuatro figuras blancas, humanas, mecánicas y futuristas, que lo observaban con ese aro azul que se deslizaba sobre la superficie de sus máscaras. Tras escuchar las órdenes, los dos soldados a los extremos comenzaron a moverse para rodear al chico. Los cañones de sus armas apuntaban directamente a Elliot.

Otra orden fue dicha:

Lectura de ondas übergeist descontroladas. Recarga de voluntad de ataque detectada. Fuerza hostil con alta probabilidad de retaliación, baja probabilidad de daño eficaz. Respuesta letal autorizada.

Elliot no entendió casi nada, pero sabía que era el fin. Rider estaba herido, y aunque no lo estuviera, el aire tóxico de las granadas le impedía abrir la puerta arcana de regreso al hotel. El chico no sabía qué más hacer. Su primer impulso fue abrazar a Raeda con mucha fuerza:

—¡NOS RENDIMOS, POR FAVOR, NO DISPAREN! —gritó Elliot mientras el cuerpo le temblaba.

«¡NOS RENDIMOS, POR FAVOR, NO DISPAREN!», se tradujó automáticamente al casco del líder del escuadrón. Elliot estaba a punto de soltarse a llorar. No recordaba haber sentido la muerte tan cerca de él nunca antes...

El soldado apuntó su rifle en dirección de Elliot, y no dudó ni por un segundo.

—Área asegurada. Flancos en guardia. Neutralizador listo... A mí señal...

—¡NO DISPAREN! —gritó Elliot tan fuerte que se hizo daño en la garganta.

—¡Niño, vete, corre!—le apremió Raeda, pero Elliot no lo soltó.

—Fuego —ordenó el capitán.

El sonido metálico estalló de inmediato. La velocidad de la bala era impresionante, como si viniera de un arma diseñada muchos años lejos en el futuro, con una tasa de combustión y velocidad de salida que dejaba en palidez a la tecnología militar actual. Elliot se acurrucó mucho más sobre Raeda mientras sentía como si el tiempo a su alrededor se ralentizaba por culpa de la adrenalina en sus venas.

«Aquí se acaba todo», pensó desesperado e indefenso. «Lo siento, chicos», se disculpó con los espíritus desde la furia contenida que era su mente en ese momento... «¡Lo siento mucho!». Mientras la bala aún viajaba hacia Elliot y Raeda, más disparos se unieron. Pero estos no venían en su dirección...

«MANIFESTO QUIMERA», declamó una voz desconocida.

Los disparos de los flancos se sumaron, todos hacia otra ala del monumento. El capitán desvió el aro azul de Elliot hacia su izquierda.

De pronto, una explosión de luz morada sacudió todo alrededor. Incluso la bala que viajaba hacia Elliot fue desviada de su trayectoria. Los soldados de los flancos salieron disparados hacia la plaza central, mientras que los agentes en blanco activaron un mecanismo de endurecimiento de sus trajes y pudieron aguantar la onda expansiva.

«¡DOMŪRO!», dijo otra voz, esta vez, una familiar. Era Lunaydis, quién justo aparecía.

La declamación del hechizo fue un grito que cortó el aire. Elliot vio la forma impresionante de su armonía cuando el suelo a sus pies cobró vida para levantar una muralla de tierra y granito que lo protegió de las balas que salieron disparadas en su dirección como represalia.

—¡LUNA, NO! —se escuchó el grito desesperado de Américo mientras veía a la chica correr en dirección del peligro resuelta a no quedarse con los brazos cruzados—. ¡TE VAN A MATAR!

Eran tres voces ya. Elliot se sentía perdido y desorientado, pero la llegada de sus amigos acababa de darle un nuevo aire. El chico rápidamente se levantó y tomó a Rider entre sus brazos, y como pudo, huyó de la escena, aunque tan pronto como dio varios pasos hacia atrás, donde creía que estaría a salvo, una extraña fuerza sobrenatural, armónica, se atrevió a pensar, lo oprimió con suma potencia...

Y como un neófito emocionado, aprendiz con inmenso potencial, supo reconocer algo al instante: esa sensación en el cuerpo, no solo en sus músculos y sus huesos, sino... en su cuerpo, en su forma, en su materia... Ya la conocía. La había sentido días antes, en Miami, cuando...

«¡//P1R3VOLT...!», declamó la primera voz en aparecer.

Elliot no supo de donde salió, pero un hechizo de fuego y rayos cayó del cielo y aterrizó sobre el flanco izquierdo, desde donde caían los disparos. Varios de los soldados gritaron horrorizados, chamuscados, rompiendo filas tras haberlas rearmado después del último ataque.

—La amenaza X —informó el soldado de blanco más cerca del flanco.

El capitán del escuadrón dio un paso atrás, y ordenó la reagrupación de sus hombres de élite. Todos se movieron con rapidez, ocultándose detrás de los muros con arbustos y árboles de la plaza que daban más lejos del área central, cerca del monumento. Había humo. Elliot sabía donde estaban Lunaydis, Américo... y esa otra persona con magia.

La opresión le impedía voltear y moverse. De pronto, justo del lugar a donde se dirigía para huir con Rider, salieron dos soldados de negro, sin máscaras, y comenzaron a dispararle sin esperar ni siquiera un segundo. Elliot cerró los ojos por instinto, como si aquello fuera a protegerlo de las balas... Pero estas nunca llegaron. De pronto, aun con los ojos cerrados, escuchó los gemidos adoloridos de los soldados. Cuando abrió los ojos, los vio flotando en el aire, suspendidos, y las balas, detenidas. El chico giró con prisa su vista... Lunaydis estaba tirada al suelo, con su mano estirada en dirección de Elliot y las balas, como si fuera ella quien lograra aquello... Y a la derecha, Elliot vio otra silueta.

De pronto, el corazón le dio otro vuelco. Un hilo dorado, un recuerdo... Su pecho, su corazón, su cuerpo; todo latía. Imágenes con prisa se acumularon en su cabeza. Toda su vida se proyectó de nuevo ante sus ojos, como si estuviera a punto de morir, pero la función de su muerte se hubiera retrasado. Estaba a salvo, y aun así, lo veía todo sin poder distinguir nada. Los ojos: un par de ojos morados... Una noche, una selva, un mar de fuego morado, Miami, luces en un techo con estrellas, más fuego, más opresión... Sus rodillas, «inclínate», la dominación condescendiente pero protectora, un reconcomio extraño...

El pecho le dolía, el hilo que salía de su corazón y llegaba a su mente, y entonces lo vio aún más de cerca; iba directo al corazón de Raeda, y las cartas, y su bolso, y todos los espíritus. El tiempo parecía detenido. No había balas, el humo aún se disipaba.

—¡LUNA! —gritó Américo.

Elliot suspiró, reaccionó, recuperó tanto aire como pudo. Acaso... ¿Un nombre quería formarse en su boca? Cuando Elliot volteó a mirar, todo había pasado en un segundo, y la silueta de ojos morados, sombra que era dueña armónica de la opresión en sus pies, la misma que le había salvado la vida, había desaparecido.

—¡¿Pero qué rayos?! —dijo Lunaydis extrañada.

Los hombres estaban muertos en el suelo. Pero si bien no había heridas en sus rostros ni sus cuerpos, como si hubieran muerto sin dolor alguno, sí había una herida en el aire, o eso parecía. Una mancha morada y cian, eléctrica, opresiva, oscura de alguna forma. Y el capitán del escuadrón, a lo lejos, comenzó a disparar.

Cuando Elliot se fijó en Lunaydis, vio que sus ojos eran de un color plata intenso y brillante. Su energía mágica estaba a tope, y en la mente de la niña solo existían las palabras de su maestro en ese momento: «Si alguna vez te consigues con los Gusanos Blancos, no te contengas».

Más soldados llegaron. Las manos de Luna se extendieron frente a ella, en dirección a las armas de los hombres, pero su magia no reaccionó. «Ya trajeron las de plástico» pensó, y automáticamente modificó su plan. «Entonces será por las malas...». Rápidamente sus dedos hicieron de pistola imaginaria, y sin demora, su índice se iluminó:

«HIZĒNDIO».

Un destello escarlata brotó con alevosía. Al segundo siguiente el arma entre las manos del capitán de los gusanos explotó, lanzando al hombre de espaldas contra el suelo a varios metros.

—¡LUNA, CUIDADO! —Elliot gritó justo a tiempo para alertar a la chica del soldado que la apuntaba desde un punto ciego a su derecha.

El enemigo estaba a punto de disparar cuando la niña se lanzó de golpe al suelo y apoyó sus palmas sobre la tierra.

—Mala suerte —dijo sonriendo con astucia.

«¡Fukai...!»

La última palabra... una declamación que produjo una corriente de aire subterráneo potente, tanto que la tapa de la alcantarilla sobre la que estaba parado el soldado salió volando por los aires. El soldado se golpeó la cabeza y cayó inconsciente.

—¡Vuelve a tu carta, Rider! —ordenó Elliot—. ¡Ya nos iremos luego!

Raeda no lo dudó.

—¡Elliot! ¡¿Estás bien?! —dijo Lunaydis en cuanto llegó a su lado.

—¡Yo estoy bien, pero hirieron a dos de mis amigos! —admitió el chico con la cara sucia por las lágrimas y la tierra—. Me volviste a salvar...

—Me debes otro helado —dijo simplemente la niña—. Aunque esta vez no fuiste el único que se salvó por los pelos...

—¿Qué dices? —preguntó Elliot sorprendido—. ¡¿No trajiste refuerzos?!

—¡Rápido! —Luna no respondió—: ¡Tenemos que deshacernos de los otros dos o no nos dejaran ir!

—¡¿Quiénes son esas personas?! ¡¿Por qué nos comenzaron a disparar de la nada?!

—¡¿Eres un mago y no sabes quienes son?! —exclamó ella entre confundida e irritada—. ¡Quién más! ¡Son los gusanos blancos! ODIAN a las personas con magia... Tú llegaste con magia, así que ahora te cazaran hasta el cansancio. ¡Pero no temas, tu adorable superheroína caraqueña te salvará! ¡Súper Luna al rescate!

Otra vez, explosiones moradas y azules ocurrieron lejos, acabando con los soldados de negro que quedaban rezagados. Los gusanos blancos (Elliot supuso que estos eran los de élite que surgieron del suelo, vestidos de blanco), seguían resistiendo reagrupados lejos del monumento. Sin embargo, cuando Elliot se asomó, vio que ya no estaban ahí...

—¿Qué es eso? —preguntó el chico mientras veía cómo Lunaydis sacaba un rosario de cuentas negras de su bolsillo.

—¡Bisha me dijo que solo usara esto en casos de emergencia, y esto cuenta como una emergencia!

—Sí, pero... ¡¿qué hace?! —insistió Elliot quien no podía dejar de pensar en el hueco de la pierna de Raeda y no sabía cómo escapar de alguien que estaba realmente dispuesto a dispararle para matarlo.

Es cierto que no era la primera vez que le disparaban, pero Elliot sabía que cuando Roy lo había hecho, no estaba intentando matarlo. Estas personas, por su parte, ni siquiera iban a dudar.

—No lo sé, pero creo que es parte de la armadura de Bishamon, así que debe de ser algo bueno —la niña sonrió antes de llevarse el rosario a los labios.

«¡KAI!».

El rosario brilló y las cuentas se desprendieron para envolver la muñeca de la niña. Sus ojos comenzaron a brillar con más fuerza, y la presión de la armonía creció tanto que Elliot sintió como si alguien lo estuviera estrangulando.

«¡Bisha no Vaisravana!», prosiguió Lunaydis. De inmediato una copia mágica de la lanza sagrada del dios Bishamonten se materializó en su mano. Su punta plateada brillaba junto a los colores del estandarte del dios, ondeando en el viento. Una franja roja como la sangre, otra dorada por la riqueza, y la última verde por la buena fortuna.

Elliot buscó una vez más al segundo mago, pero no vio nada. Habían llegado refuerzos. Más soldados habían surgido de los mismos tres agujeros abiertos anteriormente. El capitán de los gusanos se reubicó y Elliot volvió a verlo. Esta vez, a sus espaldas habían once soldados de élite, doce contándolo a él. Elliot y Lunaydis estaban rodeados.

De pronto, los gritos de Américo causaron escalofríos en los chicos. Seis soldados de negro lo capturaron desde su escondite tras los árboles que rodeaban la isla de cemento del monumento. Cuando Elliot volteó, vio cómo la realidad se distorsionaba justo ahí, cuando los soldados cruzaban el perímetro, y como una ilusión física, lo comprendió: Los gusanos blancos los habían encerrado en un área contenida, como cuando Elliot estaba en un pequeño fragmento o espacio del Arca... Como en la prueba de Iudicium.

Elliot gritó y trató de saltar sobre Luna para protegerla como lo había hecho con Raeda. Los disparos de los soldados eran inminentes, y hasta Américo parecía en peligro. El capitán de los gusanos ordenó un cambio de táctica:

—Fuego de supresión, protocolo de administración de munición nulificado; prioridad de la misión elevada a grado cuatro. Disparo indiscriminado autorizado.

Y cuando la palabra "autorizado" fue dicha, automáticamente, como si de robots se tratase, una lluvia de acero antimágico potenciado cayó con furia e ira sobre los chicos. Lunaydis abrió los ojos con pánico. La fuerza que intentó aguantar la sobrepasó al punto en que algunas balas atravesaron sus protecciones recién conjuradas.

—¡DOMŪRO! —Luna volvió a declamar desde su mente para fortificar su defensa, pero era imposible.

Pero fue cuando vio cómo el soldado encargado de ejecutar a Américo lo acostaba sobre el suelo y lo inmovilizaba que finalmente reaccionó.

«Fuu... —la niña movió sus labios, pero sus propios movimientos eran muy lentos—. In».

Y al instante, justo cuando Lunaydis esperaba haber salvado a Américo de su trágico fin...

«//M33T4XOS...».

Un haz blanco de luz, un rayo morado, silencioso, subsónico, tanto que era infinitamente más rápido que el sonido, se formó y se unió a una abertura azul cian en el firmamento blanco, que era lo único que todos los presentes podían ver. El movimiento fue como el de un latigazo en cámara lenta...

Pasaron tres segundos.

Uno...

Dos...

Tres...

Todas las armas estallaron. Todos los cascos explotaron. Todos los drones tácticos, invisibles, cosas que Elliot ni siquiera sospechó que estaban registrando todo, cayeron al suelo.

—¡PERO QUÉ...! —gritó Lunaydis.

Lo último que alcanzó a ver Elliot, ahora sí, a lo lejos, fue la silueta de un niño que recuperaba el aliento arrodillado, vestido con un hoodie oscuro y al fijarse tan rápido como pudo, vio que llevaba puesta esa máscara de kitsune, y cuando los recuerdos de su pecho regresaron, notó otra vez esa... armonía, la misma sensación que siempre acompañaba la fuerza suprema que le oprimía los pies y las rodillas, y esa «...INCLÍNATE...» orden tácita, esa... familiaridad. Elliot movió sus ojos tan rápido como pudo, y justo antes de ver cómo la silueta desaparecía en otro hechizo morado, como si la misma realidad se hubiera transformado en una puerta arcana... pudo reconocer algo, y entonces, creyó saber...

La luz blanca se apagó, el rayo morado y celeste se difuminó, el firmamento recobró su color. El tiempo tuvo permiso de recobrar su ritmo, aunque nunca se detuvo en realidad...

Una bomba de aire explotó, era el hechizo de Lunaydis. Todo pasó muy rápido como para que Elliot pudiera entender nada. Las balas se desviaron. Los soldados salieron volando por el aire de manera violenta. Una de las balas que ya había sido disparada le rozó el cuello y lo hizo sangrar, y entonces...

—Elliot —dijo la niña.

Cuando Elliot bajó la mirada, observó la bala atravesando el pecho de Lunaydis, y los ojos de la niña se apagaron enseguida. Sorprendida e incrédula, Luna se llevó una mano hasta el hombro y sintió la sangre caliente mojándole los dedos. Era el color de su propia sangre...

—¡LUNA! —gritó Elliot desesperado.

La niña dejó caer la lanza mientras sus ojos buscaban los del soldado que le había disparado.

Era el capitán. Su rostro desfigurado, incendiándose con la máscara atada a su cabeza, descubrió un rostro humano... pero salvaje, frío, muerto no en el alma, si no en el corazón. Era el rostro de un asesino.

Con su último respiro, el gusano blanco se disponía a disparar, esta vez con la intención de atravesarle la cabeza a la niña. Con sus últimas fuerzas levantó la mano, sacó la pistola de su pantorrilla, una normal, sin antimagia, sin luces, sin nada especial, y aun así, lo suficientemente peligrosa como para matar a su enemigo en el instante de máxima debilidad.

El hombre apuntó, entornó la vista para no fallar, apuntó, lo hizo, y entonces, fue su propia cabeza la que salió volando por los aires, manchando lo que quedaba de su traje blanco incendiándose lleno de sangre. A un lado, los ojos anaranjados del dios de la guerra y la fortuna, Bishamonten, brillaron con frialdad. La hoja de su katana lucía inmaculada en medio del aire.

Ni una sola gota de sangre había manchado su filo.

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