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extra uno
( la mayoría de las chicas )







most girls are smart and strong and beautiful.
most girls, work hard, go far, we are unstoppable.
most girls, our fight to make every day.
no two are the same.

most girls, hailee steinfeld










BETTY CASI SE HABÍA DESMAYADO LA PRIMERA VEZ QUE PISÓ NUEVA YORK.

Había ido en compañía de su padre y Tony Stark a visitar la escuela en la que iba a ser matriculada —Midtown, una de las mejores, según Tony—. Cuando había visto los rascacielos, ya desde lejos, se había quedado con la boca abierta.

Para alguien que había vivido catorce años en una granja, aquel lugar era inmenso. Tony había reído ante su expresión.

—¿No llevabas todo el camino diciendo que querías poner una canción al llegar? —le recordó, burlón.

—¡Cierto! —exclamó Betty, inclinándose rápidamente hacia adelante—. ¡Happy, es el momento!

Con Welcome to New York de fondo, aquella experiencia era mil veces mejor. Betty había observado el lugar por un largo tiempo, tratando de no perderse nada, lo que era difícil. Había algo en cada esquina, en cada escaparate. Ni siquiera con la vista de halcón que poseía su padre hubiera podido apreciar bien todos los detalles.

Betty estaba convencida de que ella jamás podría vivir en un lugar como aquel. Se sentía casi fuera de lugar. Veía los coches pasar a toda velocidad, las calles repletas de personas, los edificios que parecían medir miles de metros, y su interior le gritaba que regresara a la granja.

No lo hizo. De un modo u otro, Nueva York terminó convirtiéndose en su casa. Una casa caótica y a la que le costó meses adaptarse, entre que iba y volvía al complejo. Pero una casa, después de todo.

Lo más difícil fue aprender a usar el metro y a no ser atropellada mientras cruzaba por calles secundarias. Después de eso, le quedó saber cómo moverse por la ciudad cuando entraba en modo superhéroe.

Siempre era divertido saltar de azotea en azotea, y un buen entrenamiento, en opinión de Steve.

Betty terminó volviendo aquello algo habitual. Regresaba de la escuela a la Torre de los Vengadores y, como no tenía nada mejor que hacer, se ponía el traje de combate, los auriculares y se iba a hacer del mundo un lugar mejor mientras escuchaba música.

Se volvió una actividad mucho más recurrente tras su regreso de la pequeña salida de campo con Natasha. En otras palabras, después de ser una fugitiva internacional que había ayudado a terminar con la Sala Roja.

Lo de todos los días, ¿no?

Betty aún tenía algunos problemas legales, pero Tony se había declarado su tutor de cara a Ross y la ONU y se estaba encargando de ayudarle.

Por el momento, mientras mantuviera el perfil bajo y no contactara a otros ex Vengadores, Betty podía hacer de justiciera en Nueva York sin meterse en problemas.

No se enfrentaba a amenazas nivel Vengadores, pero sí que evitaba que peatones fueran atropellados o detenía a ladrones de bolsos, lo que consistía en un buen servicio a la comunidad.

Antes de los Acuerdos, Spider-Man había comenzado a aparecer en las calles, lo que redujo redujo el trabajo de Betty. Después de éstos, en los que habían incluso peleado en el mismo bando, el hecho de que el nuevo justiciero pareciera estar evitándola —y no de manera discreta, literalmente había huido de ella corriendo— molestó a Betty.

—Podría intentar descubrir quién es.

Escuchó a Tony chasquear la lengua al otro lado de la línea.

¿Todo eso porque te quita atención?

—No, no me importaría trabajar con él —respondió Betty tranquilamente—. Pero no entiendo por qué huye. Ya prácticamente somos colegas del trabajo.

No te metas en líos, mocosa —dijo Tony—. Deja al Spider-Boy tranquilo y preocúpate por tus estudios, por ejemplo.

—¿Queda mal decir que no me importan los estudios?

Dice la que casualmente lleva media de sobresaliente —se burló Tony.

—La escuela es demasiado fácil —suspiró Betty.

¿Y por qué no te apuntas a algún club?

—Lo pensaré, pero...

Un ruido atrajo la atención de Betty.

Incluso después de años, Betty nunca supo cómo fue capaz de reaccionar tan rápido.

Betty clavó una flecha-cuerda al otro lado de la calle y saltó desde la azotea, usando el arco como tirolina. Llegó a la carretera y llevó de un empujón a la chica que cruzaba la calle a la acera, salvándola por los pelos de ser aplastada por un camión que había girado la esquina a toda velocidad.

Desde la azotea, había visto el vehículo y no había tardado en comprender que aquella chica iba a necesitar algo de ayuda.

Ambas terminaron en el suelo, la chica tumbada sobre la acera y Betty de rodillas, jadeando. La euforia la invadió. ¡Aquel rescate había sido increíble! Ojalá Steve y Nat lo hubieran visto. Sus entrenamientos habían valido la pena.

—¡Dios! —exclamó la chica, jadeando—. ¡Eso ha sido...! ¡Tú! ¡Wow!

La miró, con los ojos muy abiertos. Tenía el pelo castaño totalmente despeinado y cubriéndole la mirad de la cara. Su expresión era cómica. Sus ojos azules reflejaban aún la impresión.

A Betty le resultó bastante guapa.

—¿Estás bien? —preguntó, recordando que debía preocuparse por el estado de las personas a las que salvaba.

—S-sí —jadeó ella—. G-gracias. Yo... Wow.

Betty le ayudó a ponerse en pie.

—Un placer.

—Tú eres la Vengadora arquera de Internet —señaló la chica, con la vista fija en el arco que Betty sujetaba—. La del aeropuerto alemán.

—Artemis —corrigió Betty.

Una figura roja y azul aterrizó a su lado de un salto. Betty trató de ocultar su sobresalto; la chica casi pegó un bote.

—¿Todo bien por aquí? ¿Estáis...? —Spider-Man se calló al ver el traje de Betty—. Ah, ya veo.

—Spider-Man, me alegra verte —se apresuró a decir Betty, tendiéndole la mano—. ¿No llegas un poco tarde?

—Me alegra que estuvieras aquí, Artemis —carraspeó él—. Yo... Debería irme.

—Yo también. Contigo, de hecho —aceptó Betty. Se giró hacia la chica, que se les había quedado mirando boquiabierta—. Un placer.

Aquella tarde, Artemis volvió a hablarle a Spider-Man, sin saber que Betty Barton ya pasaba tiempo a diario junto a Peter Parker.

Pero también fue cuando una joven Kate Bishop de tan solo quince años quedó fascinada por la justiciera Artemis.

Betty no recordó el rostro de aquella chica desconocida por mucho tiempo, pero sí le quedó bien presente lo que había sentido al verla.

No fue hasta meses después —y muchos problemas de por medio— que comenzó a darse cuenta de que le había parecido guapa de la misma manera en la que siempre había pensado de los chicos.

Betty ya conocía el término bisexual. De todos modos, buscó un poco en Internet. Quería estar segura de aquello.

Y, cuando ya había terminado de informarse, llamó a Nat, que estaba en alguna misión, con la esperanza de que ella le ayudara.

Hey, Betty. —Escuchar la voz de Natasha al otro lado de la línea siempre era reconfortante—. ¿Cómo va todo por ahí? ¿Ya ha vuelto a regañarte Tony? Apuesto a que él tenía razón, fuera lo que fuera.

Betty rio.

—No, estoy siendo un ángel últimamente —declaró, aunque aquello no era estrictamente cierto—. Desde el asunto con Spider-Man, todo ha ido a mejor. Solo quería preguntarte por algo.

Sorpréndeme —asintió Natasha—. Si quieres robar planos a la NASA o colarte en los documentos del FBI, la respuesta es no.

—No era eso, pero gracias por la idea. ¿Tienes tiempo?

Sí, aún estamos en el jet. Cuéntame.

Betty dudó de cómo expresarlo de la mejor manera. No quería soltarlo abruptamente, pero sabía que terminaría haciéndolo, por mucho que planificara la respuesta.

—¿Crees que yo podría ser bisexual?

Ah, conque es ese tipo de pregunta —rio Natasha—. Claro que podrías serlo. Pero ¿qué te ha llevado a esa conclusión?

—Estoy viendo Los Juegos del Hambre y, fuera de las lágrimas, Katniss y Finnick me parecen alucinantes —bromeó Betty—. ¿No crees?

Escuchó la risa de Natasha al otro lado de la línea y no pudo evitar sonreír.

—Es que veo fotos de Emma Watson o Jennifer Lawrence y no entiendo cómo no me di cuenta antes —continuó diciendo.

Más risas de Natasha.

—¿Y la actriz de Mary de Reign, Adelaide Kane? ¿Te acuerdas que nos la estábamos viendo juntas? Bueno, creo que podría haber sido mi despertar bisexual —añadió Betty—. Sin olvidar a Taylor Swift.

Sí, son buenos ejemplos —comentó Natasha, divertida—. ¿Y tú querías preguntarme si creo que eres bisexual?

—Creo que solo tenía que contarte unas cuantas bromas estúpidas y ver cómo reaccionabas —admitió Betty.

Juraría que escuchó a Natasha suspirar al otro lado de la línea.

Este es el momento en el que me pregunto por qué no te hablé antes de Cupid.

—¿Cupid? —repitió Betty, sorprendida—. No me suena.

Era una compañera de S.H.I.E.L.D., antes de que descubriéramos que aquello en realidad era HYDRA. Hicimos muchas misiones juntas. Siempre fuimos muy cercanas. Y esa cercanía terminó convirtiéndose en algo más que amistad.

Betty guardó silencio, mientras iba comprendiendo poco a poco por qué Natasha siempre reía cuando Betty le preguntaba cómo era que no tenía novio.

—¿Así que Cupid y tú sois pareja? —dijo, usando el tono interrogativo para asegurarse de que no metía la pata.

Ajá. Ella también es fugitiva. Está conmigo, de hecho. Digamos que esta es mi forma de darte la bienvenida a la comunidad bisexual.

Betty sonrió ampliamente.

—Gracias. Ahora, me toca decírselo a papá.

¿Y a tu madre? —preguntó Natasha, en tono cauteloso.

Betty suspiró.

—Les llamaré ahora. Cambiemos de tema. ¿Cómo están las cosas por ahí? ¿Qué tal Pete, Steve, Sam y Wanda?

Todo bien. Celebrando San Valentín de una manera un tanto peculiar.

—Ah, sí. Yo iba a hacer un plan de amigos. Iba con Peter y Ned al cine, aunque parece ser que Ned está enfermo. —Betty hizo silencio—. ¿Crees que Peter puede estar planeando algo? Porque, si él no hace nada, lo haré yo.

De nuevo, Natasha rio.

Te diría que tuvieras cuidado con ese chico araña, pero creo que él debería tener cuidado contigo.

Betty le quitó importancia. Peter y ella llevaban algo —así lo llamaba Natasha, en tono de burla— en marcha desde octubre, pero él no se atrevía a más y Betty había querido esperar a ver si le echaba ganas. Pero empezaba a cansarse de esperar.

—Ya veremos —dijo Betty—. Te mantendré informada, aunque no me parece justo después de que acabe de enterarme de la existencia de esa tal Cupid.

No seas rencorosa, no imites al gruñón de tu padre.

—Que no te escuche decir eso. —Betty suspiró y contempló, con el ceño fruncido, la pared frente a ella—. Te echo de menos. La ley es una mierda.

Yo también, cariño —admitió Natasha—. Puede que consigamos organizar un encuentro un día de estos. Lo consideraré con Steve.

—Sería genial —dijo Betty—. ¿Sabes algo de Yelena, por cierto?

Las últimas noticias que tengo de ella es que iba liberando a Viudas por el mundo. Está bien, que yo sepa.

—Me alegra saberlo.

SU PRIMERA NOCHEVIEJA JUNTO A KATE. Solo de pensarlo, Betty sentía vértigo.

No porque ambas hubieran planeado nada especial para la noche. Habían regresado juntas a Nueva York, con el objetivo de pasar un «Año Nuevo entre la juventud», como lo había denominado Clint.

Realmente, ambas habían acordado quedarse en casa y no hacer mucho más. Las últimas semanas no habían sido fáciles, aunque eso no quitaba que menos felices, y ambas habían acordado que preferían una Nochevieja más bien tranquila.

—Solo es decir adiós a 2024 —comentaba Kate, mientras abría la puerta del piso de Betty—. Ni siquiera ha sido un año taaan bueno.

—¿Perdona? Te que recuerdo que me conociste en 2024 —protestó Betty, cruzándose de brazos.

Kate rio y apartó los mechones que a Betty le gustaba dejar que cubrieran su cara, solo con el propósito de que Kate se los colocara bien.

—¿Quién dice que no te conociera de antes? —preguntó Kate, divertida.

Betty aprovechó la cercanía de la chica para besarle y Kate no puso objeción alguna. Betty se alegraba de haber cerrado la puerta a su espalda.

Llevó las manos al pelo de Kate y disfrutó de la sensación de sentir su cabello entre sus dedos. Kate deslizaba con suavidad el pulgar sobre su mejilla y aquello le hacía sentir escalofríos.

Betty se sentía mucho mejor junto a Kate que en cualquier otro lado.

—Betty Barton-Romanoff, te juro que... —trató de decir la castaña, entre jadeos.

—Me encanta cuando dices mi nombre completo —respondió Betty, burlona.

—Sí, lo aprendí de Yelena —dijo Kate, sonriendo. Acarició la mejilla de Betty y la pelirroja sintió la electricidad recorrer todo su cuerpo ante aquel simple roce—. ¿Me enseñas la casa?

—Sí, será mejor que la conozcas si vas a quedarte aquí —asintió Betty.

Ambas habían coincidido en que Kate necesitaba una casa que no fuera la de su madre ni la de su tía, después de que su apartamento hubiera sido incendiado por los chandaleros.

Betty había comentado que tenía una habitación de sobra en su casa y así había sido como Kate había terminado convirtiéndose en su compañera de piso. Clint había dicho algo de que esperaba que Kate durmiera alguna vez en su dormitorio.

Aquello les había sacado los colores a las dos.

Betty guió a Kate hasta la que sería su dormitorio y le indicó dónde podía dejar sus cosas.

—No soy excepcionalmente ordenada, lo aviso ya —le dijo, apoyada en el umbral de la puerta—. Así que no me volveré loca si colocas las camisetas en el que yo creo que debería ser el cajón de los calcetines.

—Está bien saberlo —admitió Kate, observando con ojo crítico la habitación—. Puedo deshacer la maleta luego. ¿Te apetece un batido?

—Estaba pensando en lo mismo —exclamó Betty, sonriendo—. Tengo en la cocina, sabores para elegir.

—Me he mudado al paraíso —opinó Kate.

—¿Porque hay batido o porque estoy yo aquí? —preguntó Betty, burlona—. Aunque, en realidad, prefiero no saber la respuesta a esa pregunta. Vamos, bonita, nos merecemos un batido.

Betty tomó la mano de Kate y arrastró a la chica hasta la cocina, con Lucky corriendo a su encuentro al escuchar sus risas.

—No entiendo cómo no he adoptado un perro antes —comentó Betty, acariciando con cariño la cabeza del can—. Te daré algo a ti también, no te preocupes.

Mientras sacaban los batidos, el teléfono de Betty sonó y ella respondió rápidamente al ver quién llamaba y recordar algo importante: le había prometido a su padre avisar cuando llegaran a Nueva York y se le había pasado por alto.

—¡Papá! —exclamó, en tono alegre y tranquilo—. ¿Qué tal todo?

No han cambiado demasiado las cosas desde que os marchasteis, no te preocupes —rio Clint—. ¿Y vosotras? Imagino que ya habréis llegado y se os ha olvidado avisar. Vuestro tren se suponía que llegaba hace un buen rato.

—Pues sí —admitió Betty. No tenía sentido ocultarlo si él ya lo sabía—. Pero estamos de maravilla. Íbamos a tomar un batido.

¿Solo pensáis en batidos?

—Básicamente —rio su hija—. En eso y en el perro que hemos adoptado. Es una gran responsabilidad.

Una gran responsabilidad... La frase resonó en el cerebro de Betty, haciéndola fruncir el ceño. ¿Por qué aquello le resultaba familiar?

Díselo al que tiene cuatro críos —dijo Clint, burlón—. Aprovéchalo antes de que crezca y te deje abandonado en Año Nuevo por irse con la novia.

—Ahora no te pongas así, fue idea tuya que viniéramos aquí —protestó Betty—. Sé consecuente, papá.

Siempre lo soy —respondió su padre—. Pasadlo bien, ¿eh, Betts? Pero siempre con precaución y...

—Gracias, papá, me hago a la idea —le cortó Betty, riendo—. Te llamaré más tarde. ¡Saluda a los chicos de mi parte!

Tú saluda al perro de la mía.

—¿No te olvidas de alguien?

No creo —respondió su padre, claramente divertido—. Adiós, cariño.

Y colgó. Betty rodó los ojos y se guardó el móvil, descubriendo que Kate ya había sacado los batidos y puesto algo de comida para el perro.

—¿Tu padre? —quiso saber la castaña.

—Acertaste —dijo Betty, aceptando el vaso que le tendía—. Gracias, bonita.

—Se nos olvidó avisar —recordó Kate, abriendo mucho los ojos—. Dios, vaya fallo.

—Él ya se imaginaba que pasaría —rio Betty—. Somos un desastre.

—Y tanto —asintió Kate, sonriéndole.

Un par de besos con sabor a batido de chocolate terminaron con la sugerencia de Kate de que vieran una película antes de la medianoche. A Betty le pareció una gran idea.

—¿Vemos la última de Star Wars? Es la última que nos queda —pidió, suplicante.

Kate suspiró, aunque solo fingía, en parte, su resignación.

—No puedo creerme que me hayas hecho ver toda la saga.

—Venga ya, son películas buenísimas —protestó Betty. Sonrió al tener una gran idea—. Cuando terminemos estas, podemos ver Harry Potter.

—Acepto el trato —declaró Kate, dejándose caer a su lado en el sofá.

Ambas quedaron pronto convertidas en un lío de piernas y brazos, tapadas por una gruesa manta azul. Betty comentaba algún que otro dato sobre la película, para asegurarse de que Kate no perdía el hilo, mientras que ésta le hacía de vez en cuando preguntas.

—Me encantaba construir las naves con Lego —le comentó, suspirando—. Aunque Ned se lo tomaba mucho más en serio que yo. Era divertido hacerlas juntos.

—Podría regalarte una de esas por tu cumpleaños —se dijo Kate, pensativa.

Betty rio.

—Creo que es mejor dejar los Lego en el pasado —opinó—. No sé si tendríamos paciencia suficiente.

—¿Pero sí tenemos paciencia suficiente para hacer medio millón de flechas super-especiales? —preguntó Kate, divertida.

Shh, presta atención a la peli —le regañó Betty, apoyando la cabeza en su hombro y quedándose prácticamente tumbada contra a Kate.

La castaña se sonrojó levemente ante aquello, mientras unía su mano con la de Betty y continuaban viendo la película en silencio.

A las doce menos cinco, ambas tenían cajas de pizza abiertas frente a ellas y se habían puesto sombreros cutres que habían encontrado en un armario.

—Ya casi termina el año —comentó Kate, dándole un sorbo a la lata de Coca Cola que acababa de abrir—. ¿Alguna última confesión?

Betty hizo un breve repaso mental de los últimos días. Desde el momento en que conoció a Kate en aquella gala hasta que la vio regresar, cojeando, después de su enfrentamiento con Fisk. Las Navidades junto a sus hermanos en la granja, con Kate allí, siempre sabiendo cómo hacerla reír. Las películas que habían visto por pasar el rato, el viaje en tren que las había dejado agotadas, todos los besos que habían intercambiado. Cómo se sentía cada vez que su piel rozaba con la de Kate.

Betty besó a Kate. Sintió a la castaña sonreír sobre su boca.

—Bonita confesión, pero se suele esperar a después de medianoche para el beso —comentó.

—¿Hay alguna norma que diga que no puedo besar a mi novia ahora? —preguntó Betty, en tono divertido.

—No creo —admitió Kate, siguiéndole la corriente.

Kate fue la que le besó aquella vez y Betty lo aceptó de buen agrado. Kate sabía a Coca Cola y al pintalabios de cereza que se había comprado en la estación por hacer la gracia.

—¿Y tú, bonita? —preguntó Betty, curiosa—. ¿Alguna confesión?

La sonrisa de Kate se ensanchó.

—Gracias por salvarme de ser aplastada por un camión cuando tenía quince años.

Betty arqueó las cejas, hasta que recordó. Su boca se abrió por el asombro.

—Por Dios, ¿eras tú? —exclamó, impresionada—. ¿Así que siempre has tendido a meterte en problemas?

—Y tú siempre has tendido a salvarme de ellos, al parecer —replicó Kate, divertida—. Por eso hacemos una buena pareja, ¿no, princesa? Equilibrio.

—Equilibrio —repitió Betty, burlona—. Sí, supongo que...

Un fuerte ruido las distrajo. Las miradas de ambas fueron a parar a la televisión. Betty se echó a reír.

—No puedo creer que ni siquiera nos hayamos dado cuenta —declaró, girándose hacia Kate—. Supongo que toca decir feliz Año Nuevo, Katie.

—Feliz Año Nuevo, Betty —respondió ésta—. Aunque quería ser yo la primera en decirlo.

—Ya tendrás el año que viene para eso —replicó Betty.

Kate le besó.

—Me alegra saber que habrá un año que viene —susurró.

Betty sonrió.

—A mí también, bonita.

El año que dejaban atrás le había traído demasiados malos momentos. También muchos muy buenos. Kate había sido el mayor descubrimiento de aquel año. Ella y el saber que podía seguir adelante sin Natasha, sin olvidarla, pero sin sentir que los recuerdos y la culpa la consumían a cada momento.

Tener a Kate allí, a su lado, era señal de que el nuevo año comenzaba de la mejor manera posible.

Betty no pensó en el futuro, ni si éste seguiría siendo igual de bueno que aquel momento. Si aquella felicidad que sentía continuaría o no. No le importaba.

Quería disfrutar de aquel momento junto a Kate, de toda la felicidad que sentía, y conservarlo en su memoria cuando acabara. Porque había aprendido a vivir del presente y no del pasado o el futuro y trataba de mantener aquello funcionando.

Su móvil se había llenado de notificaciones de mensajes de felicitación. Su familia, Tine, Sam y Bucky, Pepper y Morgan, Ned, MJ... También había uno de Peter Parker.

Pero el que mayor sonrisa le sacó fue uno breve, pero que encerraba un gran significado para ella.

Feliz Año Nuevo, Liza. Yelena y Pyotr.

Tras unos segundos, un corazón apareció tras aquel mensaje.

—¿Todo bien? —preguntó Kate, apoyando la cabeza en su hombro.

Betty guardó el móvil y rodeó a su novia con los brazos.

—Todo bien —asintió, antes de inclinarse a besarla de nuevo.



















ya extrañaba escribir sobre betty y kate :')

han pasado más de dos meses desde que terminé artemis y aún ni me creo que esté acabada JAJAJA, no saben las ganas que tengo de que kate siga su paso por el mcu para poder continuar su historia con betts

aunque para eso queda aún, así que pensé... por qué no un extra por el cumpleaños de betty? y aquí estamos

btw, feliz 21 cumpleaños, betty, solo te queda un año para cantar 22 hasta quedarte sin voz :))

anyways, ya que estoy agradezco todo el amor que artemis ha recibido, no saben lo feliz que me hace ver las notificaciones de este fic <3333

pd: ya vieron multiverse of madness? yo iré este fin de semana espero jsjs, pero pls no spoileen a nadie

love, ale.

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