one » not okay

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng







capítulo uno
( no estoy bien )












BETTY DEBERÍA HABER HECHO CASO A LAS ADVERTENCIAS DE BUCKY.

Él le había dicho que la terapia no le serviría. Betty ahora comprendía que había tenido razón. Las sesiones semanales con la doctora Raynor no estaban llevando a ninguna parte y ambas los sabían.

Sin embargo, su terapista insistía en continuar aquella ridiculez después de más de un año. Al menos, un mes atrás había permitido que pasaran de ser cada semana a cada dos semanas, aunque continuaban siendo tan tediosas como antes.

—¿Cómo has estado estos días, Betty?

—De maravilla —respondió ésta, que se había tumbado en el sillón solo para molestar a la mujer—. ¿Y usted?

La doctora ignoró su tono burlón.

—¿Has vuelto a tener pesadillas?

—Siempre tan directa, doc —ironizó Betty, con la vista fija en el techo—. ¿No va a preguntarme antes si he socializado?

—¿Lo has hecho? —preguntó la mujer, que conocía la respuesta de antemano.

—No.

—¿Y por qué quieres que te pregunte entonces, Betty?

—Es cortesía, ¿no? —preguntó ella, distraídamente—. Se pregunta por la familia, por la salud, por los amigos, por el trabajo...

—De las dos últimas no tienes, de modo que no hace falta que te pregunte —objetó la doctora, a lo que Betty se incorporó, ofendida. Era verdad, claro, pero seguía sonando grosero—. Salud sé que tienes y he visto a tu padre antes de entrar y me ha dicho que estáis todos bien. ¿Crees en serio que hace falta preguntar por ello?

—Sí que tengo amigos —protestó Betty, aunque su mentira evidente.

—¿Sí? ¿No me has dicho que no has socializado esta semana? —replicó la doctora.

—Están Sam y Bucky —objetó Betty. No los veía desde hacía unos meses, pero qué más daba—. Wanda... —Tampoco habían hablado en un año—. Rhodey, Happy, Morgan...

—¿Amigos de tu edad? —interrumpió la doctora.

Betty hizo una mueca. No, de esos no le sobraban. De hecho, no tenía.

—Ned y MJ técnicamente nacieron el mismo año que yo...

—Betty, sé que no hablas con ninguna de esas personas desde hace bastantes semanas —interrumpió la doctora, cansada—. Ni siquiera los llamas.

—Llamé a Pepper hace tres semanas —protestó Betty.

—¿Te he dicho ya que así no llegamos a ningún lado?

—Solo media docena de veces por sesión —respondió Betty, jugueteando con sus anillos—. Y, sí.

—¿Sí qué?

Betty levantó la mirada y sonrió alegremente.

—Sí, he tenido pesadillas. Bueno, he tenido una pesadilla, mejor dicho. La misma, la de todas las noches. No sé por qué sigue diciéndolo en plural si solo he tenido un mismo sueño durante el último año.

Hacer perder la paciencia a otros era la especialidad de Betty. Veía la frustración de la doctora en sus facciones. No le importaba.

—Doc, ¿por qué no puede decir que estoy perfectamente y ambas dejamos de pasar por esto todas las semanas? —preguntó Betty, la misma pregunta que hacía siempre.

—Porque no estás perfectamente, Betty, y basta con mirarte —replicó Raylor—. Es mi trabajo ayudarte a que mejores.

—Ambas sabemos que no lo estamos consiguiendo.

—¿Cuándo dejarás ir a Natasha? —preguntó la doctora.

La sonrisa de Betty se desvaneció en un segundo.

—No sé cuándo, pero sí sé que de este modo no.

La misma discusión de siempre. Cada sesión parecía ser un copia y pega de la anterior. Betty había llegado a preguntarse si eran éstas las que no le permitían seguir adelante.

Cada vez que salía de terapia, sentía que aquellos minutos le habían robado un año de vida. Al paso que iban, no llegaría a los veinticinco.

Tampoco es que le sobraran las ganas vivir muchos años más, pero aquel era un pensamiento que no podía compartir con su terapeuta.

—¿Puedo irme ya? —preguntó después de la ronda de preguntas obligatorias que la doctora le hacía en cada sesión y que ella respondía siempre con monosílabos.

—Vas a irte independientemente de lo que te diga, así que sí —respondió Raylor, cerrando el cuaderno con aburrimiento.

—¿Sabe, doc? Merece un aumento de sueldo por aguantarme —opinó Betty, poniéndose en pie y colgándose el bolso del hombro—. Nos vemos en dos semanas. Disfrute de unas felices Navidades sin mí.

A veces, creía que aquellos últimos años vacíos no habían pasado para ella y que se había quedado estancada en la adolescencia. Seguía comportándose como una joven insolente que creía que el mundo estaba en su contra.

Su padre la esperaba fuera, sentado en la sala de espera. La acompañaba a todas y cada una de sus sesiones, aunque ella aún no sabía por qué, e insistía en esperar a que saliera.

—¿Qué tal estás? —le decía siempre. Aquel día no fue una excepción.

Como siempre, ella se encogió de hombros y respondió:

—No estoy bien. —Esbozó su típica sonrisa, que no había variado desde que tenía diecisiete años: una sonrisa vacía, sin emoción—. ¿Nos vamos?

—Claro. Los chicos esperan en el hotel.

A Betty aún se le hacía complicado estar con sus hermanos, mucho más que a su padre. Aquellos cinco años que habían transcurrido para ella y todo lo que había vivido en aquel periodo le hacía sentir a millas de distancias de ellos, y aunque Nate solía hacerla reír, aún no sabía cómo tratar con Cooper y Lila.

—¿No te parece una estupidez? —preguntó a su padre mientras caminaban por las calles de Nueva York, tan abarrotadas como de costumbre.

—¿Qué debería parecerme una estupidez? —preguntó Clint, pasándole el brazo por encima de los hombros.

Betty metió las manos en los bolsillos y, pensativa, observó la ciudad, que vivía su día a día con normalidad.

—Que no haya sido capaz de superarlo en todo este tiempo.

Su padre guardó silencio unos segundos.

—No puedo considerar una estupidez algo que también me pasa a mí —terminó respondiendo. Betty sonrió tristemente—. ¿Qué le vamos a hacer?

—Tienes razón.

¿Realmente ella quería dejar marchar a Natasha Romanoff?

La respuesta era un rotundo no.

BETTY ERA EXPERTA EN PONER EXCUSAS PARA NO HACER LO QUE NO QUERÍA. En el mismo instante en que sus hermanos habían dicho que irían a ver Rogers: El musical, ella improvisó que aquel día tenía un asunto importantísimo que no podía perderse.

Sus excusas eran pésimas, pero ellos habían aprendido a no discutírselas. Sabían que todo podía volverse un tema sensible para ella y, aunque Betty odiara que la tratasen como si fuera a echarse a llorar de un momento a otro, agradecía las ventajas que aquello podía tener.

Si iba a ver Rogers, probablemente terminaría vomitando, llorando o golpeando a los actores. No era la mejor impresión que una ex Vengadora podía dar.

Tenía que hacer compras navideñas de última hora y le apetecía pasear a solas, de modo que tan pronto como sus hermanos y su padre se marcharon, Betty tomó su abrigo más grueso, sus guantes, su pistola y su bolso y dejó atrás el hotel.

A veces, se preguntaba cómo sería volver a ser anónima. La gente le sacaba fotos sin discreción alguna por la calle, se le quedaba mirando y le señalaban descaradamente. Nadie se acercaba, a excepción de un par de niños a los que Betty sonrió y les dio un poco de chocolate que había tomado antes de salir del hotel.

Con los auriculares puestos y la música sonando a todo volumen, se evadía por completo del ruido de la ciudad. Welcome to New York encajaba perfectamente en aquel momento.

Las personas exageraban con su fanatismo por los Vengadores, en ocasiones. Las tiendas de juguetes estaban repletas de muñecos, peluches y figuras de ellos, la mayoría poco realistas. Los niños jugaban con ellas sin cuidado alguno y Betty tuvo que alejarse a toda prisa de aquella parte al ver a un niño al que se le caía accidentalmente una muñeca de Black Widow.

Joder, ¿cómo podía algo tan estúpido doler tanto?

Betty decidió hacer caso a su terapeuta por una vez y marcó el número de Pepper Potts sin darle muchas vueltas al asunto. Planeaba regalarle algo a Morgan, pero no estaba segura de que tuviera los mismos gustos que Nate y quería que fuera algo que le hiciera ilusión a la niña.

—¡Betty! —La alegre voz de Pepper la saludó desde el otro lado de la línea—. Cuánto tiempo. ¿Cómo estás?

—Hola, Pepper. Bien, gracias. —No iba a decirle a Pepper lo mismo que le decía a su padre—. ¿Y tú y Morgan? ¿Todo bien por ahí?

—Sí, espera, estamos juntas, te pongo en altavoz... ¡Morgan, saluda a Betty!

—¡Hola, Betty! —La niña gritó, como si quisiera asegurarse de que la escuchaba bien. Betty casi rio—. ¡Feliz Navidad! Mamá y yo estamos haciendo galletas de jengibre.

—¿Sin mí? —se indignó Betty, con una sonrisa más sincera de lo habitual en el rostro—. ¡No me lo puedo creer!

Escuchó las carcajadas de madre e hija a través del teléfono.

—La próxima vez que vengas de visita haremos galletas juntas, no te preocupes —rio Pepper.

—¡Y podemos guardarte algunas de las que estamos haciendo! —propuso Morgan—. Vendrás a vernos en Navidad, ¿no?

—Claro que sí —respondió Betty, aunque no estaba demasiado segura de ello—. Eh, Pepper, ¿puedo...?

—Perdone, ¿puedo preguntarle una cosa un momento?

Betty miró con fastidio a la mujer que se le había acercado. Llevaba un papel en la mano y Betty se imaginó qué quería. Le había pasado bastantes veces.

—Perdón, no es un buen momento —dijo, apartando un poco el teléfono para responder a la mujer—. ¿Le importa...?

—Creo que es algo que podría interesarle, señorita Barton —dijo ésta, imperturbable—. ¿Tiene un minuto?

Betty podría haber respondido cortante, pero había algo en el tono de la mujer que le intrigó. La miró un segundo, dudando.

—Está bien —terminó aceptando—. Hey, Pepper. ¿Te importa si te llamo luego?

—Seguiremos por aquí, no te preocupes —respondió la mujer—. ¿No pasa nada?

—No, no, estoy bien, no te preocupes —la tranquilizó Betty—. Ahora vuelvo a llamarte, si te va bien.

—Sí, claro, aquí seguiremos —dijo Pepper, y Betty la imaginó junto a Morgan, las dos con las manos llenas de harina y haciendo las galletas. Se hubiera divertido con ellas, sin duda.

—¡Adiós, Betty! —gritó Morgan—. ¡Te guardaremos galletas!

Betty volvió a sonreírle.

—Adiós, M, seguro que están buenísimas. Hasta ahora, Pepper.

Colgó y miró a la mujer, que aún aguardaba pacientemente a su lado. Una gran multitud las rodeaba y Betty ya se había llevado algún que otro empujón, pero aquella mujer se las había arreglado para reconocerla y llegar hasta ella.

—¿Y bien? —preguntó Betty, puede que algo cortante.

La otra no pareció darle importancia.

—Esta noche se celebran una gala y una subasta benéfica a la que puede que le interese ir. —La mujer depositó un papel doblado por la mitad en su mano—. La dirección y la hora vienen ahí. Es obligatorio ir vestido de etiqueta.

—¿Por qué podría interesarme? —cuestionó Betty, frunciendo el ceño.

La mujer sonrió levemente.

—Considérelo usted misma. Le aconsejo ir, pero no soy quién para escoger por usted. Puede que nos veamos por allí.

—Pero...

Con una agilidad y velocidad mayor a la que hubiera esperado, la mujer se metió entre la multitud de compradores que las rodeaba y se perdió de vista.

Betty frunció el ceño. Una agente. Debería haberlo supuesto. Podría ser tanto de S.H.I.E.L.D. como de HYDRA, incluso una Viuda Negra. Tendría que haberse dado cuenta antes.

Betty miró el papel doblado en la mano. Tenía que admitir que la idea le tentaba. Desde que le prohibieron realizar misione, la inacción la estaba volviendo loca.

Tampoco pasaría nada por ir a una gala y a una subasta, ¿no?

Sacó el móvil y escribió un mensaje a su padre.

me han invitado a una fiesta. no estaré para cenar. disfrutad del musical :)

Era la primera vez en bastante tiempo que algo le causaba intriga y deseaba ver a dónde le llevaría aquello.

Mientras, en otra parte de la ciudad, otra joven se lamentaba por no tener más remedio que asistir a aquella horrible gala.

No sabía que cierta rubia iba a hacerla de todo menos aburrida.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro