Capítulo 3: El que no debía estar aquí

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Seungmin.


Yo no debería estar aquí. Mire donde mire, desentono entre el resto de participantes.

Excepto con los chicos rubios que están hablando animadamente entre ellos. Quizás, a su lado, no parezco tan bicho raro. No sé, a lo mejor es cosa mía, pero me da la sensación de que son personas de a pie como yo. El resto, en cambio, vienen con la careta y estrategia bien montada de casa. Como el chico que ha sido vitoreado como líder por un grupo de chicos hace quince minutos. Eso me hace sentir inferior. Muy inferior en este juego en el que no debes dejar que nadie pase por encima de ti.

Dudo si acercarme y presentarme. ¿Y si se conocen de fuera y su círculo es tan cerrado que no hay lugar para mí?

Me muerdo el labio inferior. ¿Debería formar parte de un grupo? Al fin y al cabo, el representante de The Póker, solo me dijo que el juego consistía en enfrentarme a otros para alzarme con la victoria y enmendar mi error. Podría formar parte de un grupo de buenas personas que se ayudaran unos a otros...

—Ay, perdón.

Una chica alta y con el cabello tan negro que repele la luz me sonríe. Ni siquiera me he dado cuenta de que de que se estaba aproximando a mí.

Me quedo embobado mirando su larga melena recogida en una coleta alta. Imagino cómo quedaría su cara y pelo con la luz adecuada en el paisaje apropiado.

Entorno los ojos y, en menos de diez segundos, capto que su perfil bueno es el derecho. Tiene los ojos pequeños y demasiado oscuros (como su pelo). Sin embargo, sus pestañas son tan tupidas y largas que aportan una mirada felina a esa cara demasiado grande y redonda para sus ojos y nariz. Sus labios son desiguales, el inferior es mucho más grueso que el superior. No es que sea fea, sino que tiene una belleza exótica que al principio no destaca pero después te atrapa y no te permite apartar los ojos.

—¿Estás bien?

Parpadeo dos veces, con fuerza, muerto de la vergüenza. Me he quedado pasmado mirándola, como un pervertido.

—Sí, lo siento. —Agacho la cabeza—. No debería haberte mirado de esa forma, supongo que es una deformación profesional. Si después de esto quieres denunciarme por depravado también te puedo asesorar —bromeo, nervioso.

Ella se ríe, y después mira hacia atrás de reojo.

—Qué sentido del humor más extraño.

—Es que soy estudiante derecho y fotógrafo en mi tiempo libre. —¿Me estoy justificando ante una desconocida a la que puede que le dé muy igual mi vida? Sí, lo estoy haciendo.

—Mi nombre es Ahn Byul-jin, encantada de conocerte abogatógrafo—dice clavando sus ojos en mí.

¿Abogatógrafo? Me parece la mejor palabra del mundo para describirme, y eso me hace sonrojar hasta las orejas.

—Yo soy Kim Seung Min pero puedes llamarme Seungmin, a secas.

—Y tú a mí Ahn, Seungmin a secas.

El buen rollo entre los dos dura poco, hasta que un chico alto, moreno y con cara de actor de k-drama coloca una de sus manos sobre el hombro Ahn. Esta se tensa enseguida y rueda los ojos antes de girarse hacia él. Es entonces cuando mi mente se pone a funcionar y creo sospechar por qué miraba todo el rato para atrás.

—Estábamos hablando, ¿por qué te has ido con tanta prisa?

El tono del chico es tan retorcido que no puedo evitar dar un paso hacia atrás. No quiero problemas nada más poner un pie aquí, aunque tampoco quiero que ella los tenga.

Ahn se da cuenta de lo que he hecho y me mira de reojo.

—No me interesa hablar contigo, ¿no te has dado cuenta?

Me temo que el chico con cara de actor no va a darse por vencido tan fácilmente. Chasquea la lengua y sonríe de forma siniestra.

—Has dado con una chica que va de dura, Min Jeong —dice uno de los chicos que va con él.

—Y como todas terminará en mi cama.

El grupo de Min Jeong estalla a carcajadas, pero ni Ahn ni yo dibujamos si quiera un amago de sonrisa en la cara. Ella me mira a los ojos y yo no soy capaz de sostenerle la mirada. ¿Qué espera de mí? ¿Qué quiere que haga, que la defienda? No puedo hacer eso. Su vida no es asunto mío.

Yo no debería estar aquí.

—¿Quién eres tú, su novio? —pregunta Min Jeong dando un paso hacia delante y señalándome con el dedo.

Levanto las manos a la altura del pecho y niego con fervor.

Ahn resopla, entre cansada y molesta de la situación que se ha desarrollado en menos tiempo de lo que tarda uno en bostezar.

—Siguiente —escuchamos que grita uno de los staff.

Ahn aprovecha la confusión y corre hacia el control. Min Jeong hace el amago de seguirla pero uno de sus acompañantes le toma por el codo y lo frena.

—¿Qué te ha dado por esa tía? Es fea, podrías conseguir algo mejor.

Min Jeong levanta el labio superior y mira con desdén la mano que le agarra el codo. El otro chico aparta la mano como si acabara de recibir una descarga eléctrica.

—Siempre consigo lo que se me antoja, sea fea o no. —Aprieta los dientes y tensa la mandíbula.

Camino hacia atrás sin quitar ojo a Min Jeong y a su grupo, tampoco voy a darles la espalda y facilitarles el que puedan pegarme una paliza, desprevenido.

Nunca he visto As de Picas, mi vida es demasiado plena como para estar alimentándome del sufrimiento ajeno. Sin embargo, puedo entrever que el juego ha empezado ya.

Maldigo por lo bajini. Quién me diría a mí que por inmortalizar el atardecer más bonito que había visto nunca me iba a ver metido en este embrollo. La verdad es que la suerte esa vez no estuvo de mi parte, y espero que ahora me devuelva el favor. También tuvo algo que ver mi fascinación del momento que no me dejó fijarme en los tres hombres trajeados estaban pegando una paliza de muerte a un hombre delante de su hijo.

Recuerdo captar la presencia de aquellos hombres después de hacer la instantánea, y ellos verme a mí por el flash de la cámara. Dejaron al hombre tirado y ensangrentado en mitad de la acera, y a su hijo llorando sobre él, antes de correr hacia mí. No intenté huir, estaba en shock. Lo que sí intenté fue negociar con ellos: dije que borraría la foto, que no diría nada y haría como si no hubiera estado allí nunca, pero no entraron en razón y me llevaron a rastras a As de Picas: sala de ocio nocturno juvenil. Allí tuve que enfrentarme a un hombre con el cabello malva, si es que a eso que hice se le puede llamar enfrentar. Porque más bien fue balbucear.

Acabé firmando un contrato a la fuerza y guardándome en el bolsillo trasero de los vaqueros una tarjeta con la palabra DEUDOR en mayúscula. De nada sirvieron mis conocimientos sobre la ley y la justicia. Porque esto está por encima de todo eso.

Sin darme cuenta piso a un chico moreno que está mirando hacia el control.

—Lo siento —es lo único que me sale decir.

—No te preocupes —me responde con semblante serio.

Observo la escena que se desarrolla en el control, un chico rubio con una cicatriz en el ojo mira de mala manera a otro mientras Ahn cruza el control sin problemas. ¿Qué demonios pasa ahí?

El chico al que he pisado me da la espalda, parece demasiado ocupado estudiando a todos como para perder el tiempo conmigo.

Resoplo, un poco indignado. Debería haberme acercado a aquellos chicos rubios que ahora están caminando juntos hacia la cola que, de repente, se ha formado en el control tras la trifulca. De haberlo hecho, cuando tuve ocasión, Ahn no se habría topado conmigo y no habría presenciado una escena tensa por partida doble.

Dejo caer los brazos, pesados, a cada lado de mi cuerpo. Esto está empezando muy mal. Me siento tan perdido que dudo ser capaz de durar mucho aquí.

Camino hacia la cola con pesar, observando mis pies y manteniendo la boca cerrada. Un par de Converse negras Run Star Hike aparecen en mi campo visual.

El dueño de las zapatillas, un chico que me es familiar, me mira con las cejas arqueadas y una sonrisa apretada. Se ha colado y yo no tengo cuerpo para reprochar, aunque sí me quedo mirándolo con los párpados caídos y la boca torcida.

—¿Pasa algo? —pregunta pillándome desprevenido.

Esas abultadas mejillas las he visto antes en algún sitio y ahora no caigo dónde.

—No, nada. Lo siento. —No quiero peleas. Tampoco encontronazos. ¿Por qué el mundo intenta alejarme de mis planes?

El chico rompe la tensión de su sonrisa y deja al descubierto su dentadura de ardilla.

—Anímate, anda. Esto es una mierda para todos. —Encoge los hombros.

Mi respuesta es una mueca de desagrado que él intenta suavizar con una palmadita en la espalda.

Él está más preparado que yo. Yo aquí no pinto absolutamente nada.

Tras varios minutos de espera, en los que el chico de las abultadas mejillas ha estado hablando sin recibir una respuesta elocuente por mi parte, falta dos personas para que sea nuestro turno en el control.

—No llevarás nada ilegal en la mochila, ¿no? —bromea.

Estoy yo para bromas. Lo miro a través de las pestañas y aprieto los labios y los ojos.

—Me tomaré eso como un "no". —Introduce las manos en los bolsillos de su chaqueta ancha.

Me fijo en su postura, como si nada le importara pero a la vez quisiera esconderse de todo. Eso me hace pensar en una canción que escuché en Youtube hace no mucho. Una que hablaba de las voces en la cabeza de uno que lo atormentan y tapan su propia voz.

La mandíbula me pesa ocho kilos, de repente. Un momento. No puede ser. O sí. Asomo la cabeza por encima del hombro del chico que tengo delante. Ojeo su perfil y mofletes. Sí, sí. Es él. El chico de las mejillas abultadas es Han, un rapero de Incheon que sube vídeos haciendo freestyle a Youtube.

Descubrí a Han por Kakao y su inusual forma de decir las cosas me llamó la atención. También lo hizo cómo se promociona, tan precario y falto de profesionalidad que estuve tentado a ofrecerme para hacerle unas fotos y unos vídeos con mejor enfoque. Pero no llegué a hacer nada.

Esa es la historia de mi vida. Pienso mucho, imagino otro tanto pero, al final, no muevo un músculo por lo que realmente quiero hacer. Por eso estudio derecho, porque es lo que mis padres querían. La vía fácil. Por eso digo que mi hobby es la fotografía, porque pararme a explicar qué me hace sentir inmortalizar un trozo de vida me da miedo.

—¿Y tú, llevas algo ilegal? —digo, aunque hayan pasado unos minutos desde su broma.

Han sonríe mostrando los dientes y se señala el mentón con los dedos.

—¿Te parece poco esta cara? Volveré locos a los gwanjeonja con mi presencia y mis letras. Me ganaré su trato de favor en las apuestas.

Abro mucho los ojos, no sabía que los gwanjeonja podían apostar, aunque ¿qué esperaba de un reality de la Deep Web, dasiky, te y buenos modales?

Me doy cuenta de que no soy el único que tiene los ojos excesivamente abiertos. Tras el control, justo antes de cruzar la puerta que lleva a una oscuridad abrumadora, el chico castaño que se estaba enfrentando al rubio de la cicatriz en el ojo nos mira a Han y a mí. O más bien a Han.

Me alegra no ser el único que le reconozca.

Bueno, en realidad, me alegra no ser el único al que se le note. 

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