Chapter II.

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II;
una nueva incomparable

Parece ser que nuestra reina aún mantiene un favor especial hacia la duquesa viuda de Forbes. Un diamante nunca pierde su valor, ¿no es así?

Desayunar en la casa Pontmercy solía ser ruidoso, pero a Elspeth le encantaba. Su hermano y cuñada acostumbraban a sentarse a la mesa con sus tres hijos, una tradición poco común que habían adoptado tras tantas comidas compartidas con los Bridgerton.

Sus sobrinos eran bastante inquietos, aunque se comportaban mejor ahora que su tía los visitaba con tanta frecuencia. Al menos, eso decía su hermano. Hillary, su cuñada, le daba la razón, aunque siempre decía que Viola se comportaba bien la mayor parte del tiempo, no solo durante las visitas de Elspeth.

—Tía Elspeth —la llamó la mayor de sus sobrinos. Viola era menuda para su edad, pero poseía unos ojos marrones que reflejaban una enorme perspicacia—. ¿Sabes qué sucede en mi nuevo libro?

—Cuéntame —respondió Elspeth, sonriendo. Con siete años de edad, Viola ya adoraba leer. Era común verla con un libro en brazos, y su padre había terminado por cerrar con llave la biblioteca de la casa para evitar que sacara de ella algún tomo poco adecuado para una niña. No porque guardaran nada especialmente escandaloso, pero tampoco convenía que se interesara por la física o filosofía siendo tan joven.

—Estoy segura de que no es bueno leer tanto a su edad —comentó entonces la condesa viuda, la madre de Elspeth.

Su hija le dirigió una mirada irritada, al tiempo que Viola abría la boca, indignada, para decir:

—¡No es cierto!

—Madre —dijo tranquilamente Elspeth—, estoy segura de que Damian y Hillary nunca permitirían a Viola leer algo inadecuado. No tiene nada de malo que le interese la lectura.

Lady Pontmercy negó, para molestia de Elspeth.

—Si yo te hubiera dejado leer tanto a su edad... —masculló—. Una señorita no debería más que limitarse a su educación dictada. Podría aprender a bordar en lugar de leer.

—No me interesa bordar —comentó Viola—. Madre dice que no tengo por qué aprender hasta que cumpla diez años.

Por la expresión de su madre, Elspeth juró que iría a desmayarse. Echó una mirada distraída a la mesa. Los otros dos hijos de su hermano, Theodore y Frances, discutían entre susurros bastante audibles. Damian y Hillary se habían ausentado unos minutos para consultar con el ama de llaves las decoraciones para el baile que celebrarían la próxima semana. Desearía que no tardaran demasiado en llegar.

Quería a su madre, pero podía llegar a ser increíblemente asfixiante, en especial cuando sus ideas resultaban ser tan opuestas a las de su hija. Viviendo en Londres y siguiendo las normas del decoro, le había pedido que se trasladara con ella a la casa Forbes, para así evitar comentarios sobre ella y William viviendo solos, y comenzaba a arrepentirse de ello. Tenerla con ella la mayor parte del día era ciertamente complicado.

—¿Se unirá a nosotros el duque en la comida de hoy, Elspeth? —preguntó su madre entonces.

—En realidad, pensaba comer en la casa Forbes, madre —dijo Elspeth—. Puedo pedirle al carruaje que te recoja aquí a la hora que desees, o Damian se encargará de buscarte uno.

—Si eso es lo que quieres, querida —aceptó ella, aunque se le veía disgustada—. Pero el duque y tú deberíais venir alguna vez a comer con toda la familia. Después de todo, él también forma...

—Se lo consultaré, madre —suspiró Elspeth, interrumpiéndola—. Por lo que sé, hoy tenía reuniones que atender. Es por eso que no ha venido a desayunar.

Callistabelle Wrayburn nunca había sido una mujer especialmente sutil. Desde su llegada a Londres, que había sido al día siguiente del baile de lady Danbury, Elspeth había sabido que había convertido en su nuevo propósito casarla nuevamente. Y con nada menos que William. Podía no haber nada ilegal en aquella idea, pero a Elspeth se le revolvía el estómago solo de pensar en ella.

¿Por qué todos quería verla casada tan pronto? Sí, había enviudado con tan solo veinticuatro años, sin tener ningún hijo. Era una perspectiva triste, decían. Pero ¿no podían permitirle un poco de paz? Dios sabía que no había deseado la muerte de su esposo, o eso quería pensar, pero tampoco creía que estuviera mal disfrutar de la libertad que ésta le había dado.

—Ya está solucionado. —Hillary, su cuñada, entró en el comedor con una sonrisa en el rostro, seguida por su marido—. Elspeth, no he llegado a preguntarte, pero ¿vendrás?

—Claro —respondió ésta al momento—. No me lo perdería por nada.

Hillary asintió complacida. Los condes de Pontmercy no celebraban veladas con regularidad, pero se esmeraban especialmente cuando se daba la ocasión. Elspeth no había podido acudir a ninguna desde que contrajo matrimonio, así que estaba realmente ilusionada por asistir a la próxima.

—Imagino que Forbes también vendrá —comentó Damian, tomando asiento junto a sus hijos. Theodore y Frances habían dejado de cuchichear tan pronto como sus padres habían entrado en la sala—. ¿Tendré que darle la bienvenida de algún modo especial, Elsie?

—No creo que sea necesario —respondió su hermana—. Tan solo como recibirías a alguien de la familia.

—Mientras no tenga que llamarle sobrino... —bromeó Damian. Elspeth a punto estuvo de estremecerse, aunque nadie pareció darse cuenta.

Nadie excepto Hillary, a quien advirtió contemplándola con atención.

—Pensaba ir esta mañana a comprar, Elspeth —comentó entonces su cuñada—. ¿Me acompañarías?

—Quería ir esta semana, así que me viene genial —asintió, sonriendo—. Me gustaría encargar algún vestido más. Estoy cambiando el guardarropa, pero no he tenido oportunidad de comprar nada en Londres aún.

Los pocos vestidos que había traído habían sido confeccionados en el ducado. Eran bonitos, pero no estaban a la moda londinense y le harían falta más si deseaba quedarse toda la temporada. Elspeth ya había pensado en comprarse nuevos, pero en los días que llevaba en la capital, siempre había terminado por posponerlo.

—Podría acompañaros —comentó distraídamente Callistabelle. Elspeth contuvo un suspiro.

—Creí que preferirías quedarte con los niños —respondió Hillary, extrañada—. Hoy vienen mis sobrinos de visita.

—¡Oh, lo había olvidado! —exclamó la condesa viuda—. Tienes razón.

Así, quedó decidido que Elspeth y Hillary irían solas de compras, mientras Callistabelle se quedaba con los niños y Damian se marchaba a atender una reunión. Lo cierto fue que Elspeth sintió un gran alivio al saber que su madre no las acompañaría.

—Qué maravillosa coincidencia que vinieran mis sobrinos hoy, ¿no crees? —dijo su cuñada, dirigiéndole una mirada elocuente—. Supuse que lo pasaríamos mejor solas.

—Gracias —suspiró Elspeth. Hillary le tomó del brazo, sonriendo.

—No hay de qué.

Elspeth disfrutó enormemente de la mañana en compañía de su cuñada. Tras algunas compras de poca importancia, ambas se dirigieron a la tienda de madame Delacroix, donde la modista tomó con gran rapidez las medidas de Elspeth y le aconsejó con las mejores telas. Ahora que había dejado el luto, la duquesa viuda deseaba regresar a los colores que antes tanto le habían gustado, tonos azules y verdes. Con la promesa de que tendría los vestidos lo más pronto posible, las dos mujeres abandonaron la tienda.

—Es una suerte que haya traído varios vestidos con antelación, no tendría nada para la velada de la reina de no ser así. —Le dirigió una mirada a su cuñada—. ¿Iréis Damian y tú?

—No es como si se pudiera decir que no a la reina —rio Hillary, asintiendo—. Claro que iremos. Me pregunto si por fin se animará a anunciar el nuevo diamante. Eso es lo que dice lady Whistledown.

—No creo que lo retrase mucho más. —Elspeth contempló pensativa la calle, recordando su encuentro con la reina.

Le había sugerido que se casara nuevamente, y todos sabían bien que una sugerencia de su majestad es más una orden que otra cosa.
Dios santo, ¿realmente quería que se convirtiera en esposa de nuevo para final de la temporada?

—¿Pasa algo? —preguntó cariñosamente Hillary. Elspeth soltó un suspiro.

—Creo que la reina desea que me case a final de temporada. Igual que mi madre. —Negó con la cabeza, frustrada—. Y yo no deseo terminar comprometida de nuevo con un hombre al que no...

Hillary asintió, comprensiva.

—Nadie va a obligarte a contraer matrimonio otra vez si no quieres, Elspeth. Eres tú la que puede tomar esa decisión ahora. —Y ella lo sabía, aunque aún le costaba creerlo—. Si no deseas casarte, no lo harás. Y ¿quién sabe? Igual tienes la suerte de conocer a un caballero que te haga desear ser su esposa.

A Elspeth se le escapó una carcajada amarga.

—Creo que con un marido he tenido suficiente para toda una vida, Hillary.

Su cuñada se encogió de hombros. Elspeth sabía que no podía llegar a comprender su posición, puesto que ella y su hermano realmente se amaban. Lo habían hecho desde que tenían memoria; Elspeth siempre había sabido que Damian terminaría casándose con Hillary, aquella dulce niña de la casa de al lado con la que jugaba casi todas las tardes.

No fue una sorpresa para nadie que contrajeran matrimonio tan pronto como ambos tuvieron edad para hacerlo. Viola nació el mismo año en que Damian acabó sus estudios en Cambridge.

—Sé que nunca deseaste casarte con el viejo duque, Elspeth —dijo dulcemente Hillary—. Pero ahora tienes la oportunidad de verdaderamente encontrar a alguien a quien puedas amar. No digo que tengas que buscarlo, pero si se presenta...

—No creo que lo haga, Hillary —respondió su cuñada, negando—. Y es mejor así.

La mirada de su cuñada le hizo saber que deseaba decir algo más, pero ésta se limitó a asentir y cambiar de tema, cosa que Elspeth agradeció infinitamente. Se temía que se corriera la voz de que ella deseaba casarse de nuevo ahora que se había quitado el luto. Esperaba de corazón que no sucediera así.

El blanco nunca había sido un color que Elspeth disfrutara vistiendo, pues estaba convencida de que le hacía verse demasiado pálida, pero si era el requerido para la fiesta de la reina no había mucho que hacer al respecto. En el carruaje, su madre le arregló unos pocos mechones de pelo, un gesto que parecía siempre ser incapaz de evitar.

—Estás radiante, querida —comentó su madre, volviéndose a continuación hacia el duque—, ¿no cree, excelencia?

—Desde luego —comentó William distraídamente. Elspeth contuvo un suspiro—. Casi parece que quieras que te elijan a ti de diamante, Elsie.

—Espero que no sea así —masculló Elspeth—. Creo que haberlo pasado una vez es más que suficiente.

Pero eso no le evitó sentir cierta inquietud al entrar al salón. ¡Casi parecía que volvía a ser debutante! No eran los mismos nervios, desde luego, pero era solo la segunda vez que se presentaba en una fiesta de la alta sociedad. En la última, tan solo había conversado con lady Danbury, lady Bridgerton y William, y se había marchado pronto. No sabía qué esperar de esa nueva velada. William ya parecía resignado a ser rodeado de nuevo por jóvenes solteras y sus madres.

Ofrecieron sus saludos a la reina, que iba recibiendo a los invitados desde una pequeña tarima, acompañada por varios miembros de la corte. Elspeth le dirigió una reverencia, confiando en que la reina no le dirigiera más que un saludo, pero debería haber sabido que no tendría esa suerte. Después de todo, William iba con ellas.

—El nuevo duque, si no me equivoco —comentó la reina Charlotte—. Y nunca lo hago.

—Así es, majestad —dijo William, en su tono más formal—. Es un honor conocerla finalmente.

La reina le evaluó con la mirada y pareció complacida.

—Supongo que muchas jóvenes se alegrarán de tenerle aquí esta temporada. Espero que la disfrute.

—Esa es mi intención, majestad —asintió William, sin perder la sonrisa.

Los ojos de la reina se volvieron hacia Elspeth y asintió, sonriéndole.

—Está preciosa, querida.

—Mil gracias, majestad —respondió Elspeth, siendo plenamente consciente de que ellos no habían sido los únicos en escuchar aquellas palabras.

—Lady Pontmercy —terminó por decir la reina, como saludo.

Tras aquello, los tres se marcharon. A Elspeth no se le pasó por alto la ancha sonrisa de su madre. Sabía que haría algún comentario al respecto del cumplido de la reina, así que murmuró que tenía sed y se marchó a toda prisa a por un vaso de limonada.

Por suerte, encontró a su hermano y cuñada junto a las mesas y se acercó a ellos con una sonrisa. Damian le pasó un vaso.

—Os hemos visto llegar, pero preferíamos esperar a que saludarais —aclaró—. La reina ha parecido alegrarse de verte.

—Me tiene aprecio, al parecer —se limitó a decir Elspeth—. Sigo siendo su diamante, por lo que me dijo. Tampoco tiene importancia.

—Yo diría que sí la tiene —rio Damian.

—¿Has visto a los Bridgerton? —preguntó entonces Hillary—. Eloise ha parecido salir corriendo, pero lady Bridgerton, Anthony y Benedict están por aquí.

—Ya coincidí con lady Bridgerton y Anthony en el baile de lady Danbury —aclaró Elspeth—. Pero lo cierto es que a Benedict...

—¡Excelencia!

Tardó un instante en comprender que era a ella a quien llamaban. Elspeth se volvió, intrigada, encontrándose con dos jóvenes y la que debía ser su madre, todas sonriéndole ampliamente. No le costó demasiado comprender cuáles eran sus intenciones: forzó una sonrisa.

—Buenas noches, excelencia —dijo la madre—. Lord Pontmercy, lady Pontmercy, que alegría verles.

—Lo mismo digo, lady Featherington —saludó educadamente Hillary. Damian hizo un simple gesto. A Elspeth no se le pasó por alto la mirada de alarma que le dirigió.

—Excelencia, permítame presentarles a mis hijas, Philippa y Prudence. —Las dos realizaron una escueta reverencia a la que Elspeth respondió—. Aunque, ¿dónde está el duque?

«Al menos ha sido sutil», pensó irónicamente Elspeth.

—La última vez que le vi, lady Featherington, estaba con mi madre —explicó educadamente—. Ignoro qué ha sido de él desde ese momento.

—¡Oh, bueno! Al menos, podrá hablarnos un poco de él, ¿no cree? —La mujer le sonrió ampliamente—. Verá, estamos muy intrigadas por saber más de su excelencia.

Hillary logró salvarla de manera milagrosa unos diez minutos después. Para entonces, ya se había formado un pequeño corro en torno a ella, todo de jóvenes solteras y sus madres, deseosas por conocer más sobre el nuevo duque de Forbes.

—Portia Featherington —suspiró su cuñada, mientras la llevaba del brazo al lugar donde aguardaban Damian y Callistabelle— es la mayor cotilla del país, e incansable cuando se trata de conseguir casar a sus hijas. Por lo que sé, Philippa está prácticamente comprometida con Albion Finch desde la temporada pasada, pero tengo la sensación de que eso no evitará que siga intentando encontrarle un marido con un título importante hasta que ambos pronuncien los votos.

—¿En qué momento han aparecido tantas? —gimió Elspeth—. Creía que cosas así solo le sucedían a los hombres.

—Eso pensaba yo también —dijo Damian compasivo—. Pero te las has arreglado para sobrevivir, hermana.

—Y a duras penas —suspiró ésta—. ¿Dónde está William?

—Ha ido a por un vaso de limonada. Probablemente le hayan atacado, igual que a ti —aclaró Damian amablemente—. Que Dios le de fuerza.

—Damian, no blasfemes —le regañó su madre. A Elspeth se le escapó una pequeña risa cuando su hermano esbozó una mueca para nada apropiada en un hombre de su edad y título, aunque al menos tuvo la precaución de ocultarla de Callistabelle.

—Ahí está William —señaló entonces Hillary—. Cerca de la reina. Ha sido inteligente, no pueden agruparse allí sin que sea considerado una descortesía hacia ella.

Elspeth asintió, echando un vistazo a William, que conversaba tranquilamente con dos caballeros. Algunas señoritas le lanzaron miradas fastidiadas, pero no se acercaron. Desde luego, había elegido un buen lugar.

—¿No es el duque de Ashbourne el que viene hacia aquí?

Aquel simple comentario de su madre puso a Elspeth en guardia. Indudablemente, el hombre se dirigía hacia los Wrayburn. Y, fueran cuales fueran sus intenciones, no le cabía duda de que su madre trataría de encaminar la conversación hacia que Elspeth volvía a estar disponible en el mercado matrimonial.

—Acabo de recordar que debo decirle algo importante a William —dijo atropelladamente—. Enseguida vuelvo.

Se marchó tan rápido que no dio tiempo a Callistabelle a protestar, pero la escuchó decir algo parecido a «¡Es la segunda vez!». Bueno, no lo sería si su madre comprendiera que no quería verla tratando de casarla de nuevo bajo ningún concepto.

—Aquí estás —saludó William, dirigiéndole una sonrisa al verla llegar. Los dos caballeros con los que hablaba le dirigieron una inclinación de cabeza y se alejaron—. ¿Por qué pareces tan sofocada?

—Mi madre —fue la simple respuesta de Elspeth.

El sonido de las trompetas indicó que la reina estaba por hacer un anuncio. El baile se detuvo al momento. Elspeth, al igual que el resto de invitados, se volvió hacia su majestad, aguardando a que esta hablara. Estaba los bastante cerca de la reina como para que ésta la observara por unos instantes. Se escucharon algunos cuchicheos. Debía estar por anunciarse el diamante. Todos aguardaron, expectantes.

—Su presencia es notoria —comenzó— y su reina lo agradece de verdad. Permítanme ahora tener el honor de presentarles al diamante de la temporada. —El silencio siguió a aquellas palabras. Elspeth vio los rostros de la multitud. Las jóvenes debutantes estaban ansiosas. Sus madres, más incluso. También los caballeros parecían alerta—. La señorita Edwina Sharma.

Se escuchó un murmullo de sorpresa. Todos los ojos fueron hacia la chica, la hermana menor de la señorita Sharma, a quien Elspeth no había podido conocer en la fiesta de lady Danbury. Ésta contemplaba a su hermana mayor, sin dar crédito. Los invitados aplaudieron.

Brimsley, el fiel acompañante de la reina, ofreció el brazo a la nueva incomparable para conducirla hasta donde la reina aguardaba. La señorita Edwina hizo una reverencia ante su majestad.

Entonces, Elspeth le vio, avanzando entre la multitud, como otros tantos hombres. Solo que se trataba de Anthony y no de cualquier otro. Se unió al grupo que se había acercado hasta el diamante y, de entre todos los otros, pareció ser el favorito de la reina, pues ésta dijo:

—Vizconde Bridgerton —saludó—, ¿ha conocido ya a mi nueva incomparable?

—Le agradezco la presentación, majestad —le escuchó responder—. Espero que me conceda el placer de un baile.

Le tendió la mano a la joven, que se volvió hacia la reina en busca de aprobación. Elspeth llevó la mirada a Anthony y, por un instante, tuvo la impresión de que él también le había estado observando.

La reina asintió en dirección a la nueva incomparable, aprobando su baile con el vizconde. Elspeth les contempló dirigirse a la pista. A continuación, se volvió hacia William.

—¿Acaso tú no cortejarás al diamante? —preguntó, bromeando.

—Prefiero buscar a mi propio diamante, en lugar de escoger al que otra persona considere uno —respondió con tranquilidad él—. No creo que la señorita Edwina no sea maravillosa, pero no por ello yo encajaría bien con ella, ¿no crees?

Elspeth le miró, sorprendida.

—¡Vaya! Y yo que esperaba que simplemente dijeras que prefieres mantenerte soltero.

William rio suavemente.

—Bueno, no rechazo la posibilidad de que aparezca el amor. Puede que tenga alma de romántico.

—Eso parece, desde luego —asintió Elspeth, sonriendo—. Aunque no deberías haber dicho eso en voz alta.

—¿Por qué lo dices?

—Porque ahí está Portia Featherington —explicó, haciendo un gesto hacia la mujer, que en ese momento cuchicheaba con las dos hijas a las que antes había sido presentada, Philippa y Prudence— y estoy bastante segura de que te ha oído, de modo que, si Hillary me ha advertido bien, toda la sala estará al tanto de que el duque está dispuesto a casarse y que no se guiará por la elección del diamante antes de que termine esta pieza.

William puso una expresión de terror tan auténtica que Elspeth no supo decir si era falsa o no.

—Me temo que he cavado mi propia tumba —suspiró—. ¿Me llevarás flotes al cementerio?

—¡William, no bromees con eso! —protestó Elspeth, disimulando una risa.

—¿Por qué no?

—Porque no deberías.

—En ese caso, Elsie, tú no deberías reírte.

—No me he reído —protestó ella.

—Tampoco deberías mentir —dijo, burlón.

Elspeth suspiró, resignada. William sonreía orgullosamente.

—Y eso quiere decir... —empezó el duque, pero se interrumpió de golpe. Sus ojos se posaron en un punto a la espalda de Elspeth, y sonrió antes de exclamar—: ¡Bridgerton!

—¡Rosewain!

Elspeth se volvió, sorprendida, y fue testigo de cómo Benedict Bridgerton se adelantaba para estrechar calurosamente la mano de William. La mirada del hermano del vizconde recayó en ella tras unos instantes. Una sonrisa tanto sorprendida como alegre apareció en el rostro de Benedict.

—¡Elspeth, por fin te veo! Mi madre lleva días diciendo que debes venir a tomar el té. Creo que ha estado buscándote antes.

—¿En serio? —preguntó Elspeth, conmovida—. Iré a saludarla tan pronto pueda.

—Deberías —asintió Benedict—. ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás?

—Bastante bien, la verdad —respondió ella alegre—. Deseaba volver a Londres, aunque tuve que convencer a William para que me acompañara.

—La capital nunca ha sido mi lugar favorito, lo sabes bien —comentó William, y Elspeth no tuvo claro a quién de los dos se dirigía al decir aquello—. ¿Cómo es que os conocéis?

—Su hermano y el mío estudiaron juntos en Eton y luego en Cambridge —aclaró Benedict alegremente—. Como tú y yo.

—¡Qué coincidencia! —exclamó Elspeth—. No tenía ni idea.

—El mundo es un pañuelo —asintió William, divertido—. ¿Qué haces por aquí, Bridgerton? ¿Buscando esposa?

—Aún no —rio Benedict—. Aunque me temo que me toca ayudar a mi hermano en esa tarea.

—Parece que a Anthony le ha llamado la atención el diamante —comentó Elspeth—. Aunque me sorprende que por fin haya decidido abandonar la soltería.

—Créeme, a mí también —respondió Benedict—. Se lo está tomando bastante en serio, si he de serte sincero. Nunca me lo hubiera imaginado así.

—Tu madre estará encantada, entre esto y la boda de Daphne.

—Dando saltos de felicidad —asintió Benedict, volviéndose hacia William—. Ya te conté cómo era ella. Está deseando vernos a todos sentar cabeza y casarnos.

—Parece ser que le toca esperar —dijo el duque, sonriendo—. ¿Cómo van tus cuadros, Benedict?

—Podría decirse que igual —respondió éste, encogiéndose de hombros—. Eso no quita que disfrute menos pintándolos.

Viendo que los hombres parecían dispuestos a sumergirse en una larga conversación, Elspeth decidió alejarse, tras prometer a Benedict que iría pronto a visitar a su madre.

Las dos señoritas Sharma pasaron a su lado a paso rápido, provocando que las contemplara con intriga. La mayor parecía especialmente seria, teniendo en cuenta que a su hermana acababan de nombrarle diamante. Llevó la mirada a la dirección de la que venían y sus ojos fueron a parar, una vez más, en Anthony Bridgerton.

El vizconde le dirigió una única mirada. Elspeth decidió que lo mejor sería continuar andando y evitar por todos los medios volverse en su dirección. Aún recordaba vívidamente su último encuentro. Si Anthony deseaba pretender que nunca habían sido amigos, allá él. Elspeth, desde luego, no iba a darle más vueltas al asunto.

Casi debería haber sentido alivio cuando un nuevo grupo de señoritas y sus madres la rodearon para preguntarle sobre el duque, porque eso le daba la oportunidad de apartar de su mente al vizconde.

Pero lo cierto fue que el interrogatorio le resultó incluso menos placentero que pensar en Anthony Bridgerton.

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