Prologue.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

PRÓLOGO;
la nueva duquesa

Londres, 24 de junio de 1809

El día en que lady Elspeth Wrayburn pasó a llamarse Elspeth Rosewain, duquesa de Forbes, fue decididamente lluvioso. Pese a que la boda se celebró en pleno junio y habían gozado de un agradable calor hasta unos días antes, las nubes grises que cubrieron los cielos aparecieron en el momento menos esperado y descargaron con furia sobre la capital inglesa.

A Elspeth tal vez le hubiera molestado si hubiera estado aunque fuera medianamente emocionada por la celebración, pero lo cierto era que su estado de ánimo era todo lo opuesto. Se sentía, cuanto menos, desilusionada.

No debería, desde luego. Todo lo contrario: debería estar agradecida. Pese a haberse presentado a la sociedad a la escandalosa edad de veintiún años, había contado con la enorme suerte de ser escogida como diamante de la temporada por la reina. Eso, sin lugar a dudas, le había conseguido innumerables pretendientes. Muchos más que cualquier otra chica de Londres. Había sido lo suficientemente afortunada como para recibir varias propuestas de matrimonio entre las que elegir. Y había terminado comprometida con un duque, uno que poseía uno de los títulos más antiguos de Gran Bretaña, así como una enorme fortuna. Podía considerar su vida resuelta. Había tenido éxito en el mercado matrimonial.

Pero su corazón se encogía sin poder evitarlo al saber que había quedado atada de por vida a un hombre al que jamás amaría. No solo por ser de la edad de su padre, sino porque había sido amigo de éste durante toda su vida. Elspeth conocía al que ahora era su marido desde que ella no era más que una niña y él, un hombre hecho y derecho, casado y con un hijo que le sacaba dos años. Era una locura. Era repugnante, incluso cuando Elspeth sabía que cualquiera se horrorizaría si dijera en voz alta que su esposo le resultaba repugnante.

Había tenido donde elegir, pero la decisión de su padre había sido irrevocable. Y la proposición de su amigo, demasiado buena para rechazarla.

Sabía que era insólito y probablemente reprobable que hubiera solicitado pasar unos minutos a solas el día de su boda, pero había necesitado escapar durante unos minutos de la celebración asfixiante que estaba celebrándose en el salón de su casa. Sentía un nudo en la garganta y una sensación de ahogo cada vez mayores. Necesitaba relajarse o acabaría por echarse a llorar y ¿qué dirían las malas lenguas de la nueva duquesa?

Sentada en la que había sido su cama hasta aquella misma mañana, Elspeth deseaba de corazón que su hermano subiera. Necesitaba hablarle, porque no se le ocurría otra persona a quien acudir.

Pero sabía que Damian no acudiría: había tenido que marcharse con su esposa, embarazada de ocho meses, un par de horas antes. La pareja le había dado las últimas despedidas, puesto que aquella misma noche Elspeth partiría hacia el ducado de Forbes y nadie sabía aún cuándo regresaría. La nueva duquesa había sentido unas enormes ganas de llorar al abrazar a su hermano, pero había logrado mantener la compostura y había visto marchar al matrimonio mientras sentía el corazón estrujarse en su pecho.

Consultó el reloj. Ya llevaba más de quince minutos allí, tiempo más que suficiente para que la gente empezara a preguntarse dónde estaría. No le quedaba más opción que bajar, por mucho que la idea le retorciera el estómago. De poco le había servido aquel cuarto de hora para relajarse. Más bien, podría decir que todo lo contrario.

Bajó por las escaleras muy despacio, tratando de alargar el descenso todo lo posible. Eran dos tramos los que separaban la primera planta de la baja. Se tomó casi cinco minutos tan solo para bajar el primero. Si ya había pasado más del tiempo establecido ausente, ¿qué más daba si se retrasaba más?

Se detuvo en el rellano durante dos más. No se sentía preparada para regresar y ser todo sonrisas. No deseaba volver a verse envuelta en aquella deplorable actuación. Se obligó a bajar un peldaño. Luego, otro más. Cuando se disponía a bajar un tercero, sus ojos fueron a parar al inicio de la escalera, desde donde la contemplaba Anthony Bridgerton.

Su corazón se encogió aún más cuando sus miradas se encontraron y Elspeth se obligó a forzar una sonrisa.

—Anthony —saludó, con voz rota.

—Elsie —respondió él. Silencio. Dudó—. Te habías ausentado demasiado rato. Quería asegurarme de que estuvieras bien.

—Sí, desde luego. —Elspeth obligó a sus piernas a descender los escalones restantes—. Tan solo necesitaba un momento para mí.

Anthony asintió.

—Me alegra saberlo.

Elspeth contuvo un suspiro. Ahí, parados uno frente al otro, mientras Elspeth contemplaba sus ojos oscuros y su expresión seria, indescifrable, deseó tener el valor de hacerle la pregunta que llevaba semanas corroyéndola. Pensar en ello le hacía sentirse increíblemente estúpida. Tenía la pregunta en la punta de la lengua. Solo necesitaba atreverse a hacerla, pero Elspeth sabía de sobra que carecía de aquel coraje. En cambio, ladeó levemente la cabeza y amplió la sonrisa que dirigía al vizconde.

—Ahora que estás al tanto de mi bienestar, creo que lo más adecuado será regresar a la fiesta. Una no se casa todos los días, ¿verdad? —preguntó, con triste ironía.

—Desde luego. —Anthony le devolvió la sonrisa. Escueta, tensa, comedida, como todo en él—. Más vale que la disfrutes.

A punto estuvo de reír delante de él. Se limitó a asentir y, sin decir más palabra, se dirigió al salón. Anthony permaneció a los pies de la escalera unos instantes más, viéndola alejarse. Podría engañar a otro, pero hacía ya varios años que se conocían y Anthony había visto a la perfección la tristeza en sus ojos. Deseó ser capaz de decir algo más, algo que pudiera servirle de consuelo, pero ¿qué palabras usa alguien en una situación así?

De modo que se limitó a seguirla con la mirada mientras se internaba en el salón, ignorando que aquella sería la última conversación que mantendrían en casi cinco años.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro