Capitulo I: El encuentro (II/III)

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II

Aren

En Northsevia, donde nos encontrábamos en ese momento, el invierno tiene noches muy largas, tan largas que pasan varias lunaciones sin que se vea el sol. Por suerte, estábamos en las lunaciones luminosas del año y aunque las noches eran largas, calculaba que pronto podríamos ver brillar la luz de un nuevo día sobre nuestras cabezas.

Desde que nos pusimos en movimiento, Ariana conjuró una gran luminaria de Lys, la esfera de luz roja, suspendida delante de nosotros, alumbraba con un resplandor mortecino el oscuro camino, agreste y montañoso. A nuestro alrededor solo se escuchaba el aullido del viento que, en aquel paraje desierto, sonaba aterrador, como si miles de draugr salieran de las profundidades de la tierra y elevaran sus lamentos de muerte a Morkes, el dios nigromante.

A pesar de mi gruesa capa, el frío atenazaba mi piel. Me giré viendo a la sorcerina a mi lado, sobre los hombros llevaba una capa de gruesa lana y bajo esta su túnica que, aunque también gruesa, estaba bastante raída. Le ofrecí mi abrigo, el cual rechazó con un movimiento de su cabeza.

La hechicera se mostraba taciturna, caminaba unos pasos adelante sin voltear a verme, tampoco me dirigía la palabra. Cohibido por el silencio busqué un tema para conversar.

—¿Por qué estabais enterrada en el suelo? —Ella volteó y me miró con desconcierto.

—¿Cómo decís?

—Me pregunto quién pudo enterraros allí.

—Eh... yo...yo estaba recogiendo algunas hierbas y semillas para elaborar pociones e infusiones...cuando, cuando un hechicero oscuro, un morkenes me sorprendió por la espalda para robarme y terminé allí.

—Debió ser alguien de gran poder para lograr apresaros. —Ella parpadeó varias veces, parecía sorprendida de mi comentario.

—¿Por qué pensáis eso?

Avancé más rápido para poder alcanzarla y caminar a su lado.

—Pues alguien que es capaz de hacer el encantamiento Gefa grio definitivamente tiene gran conocimiento de magia antigua. Debéis dominar hechizos bastante complejos, por eso pienso que el sorcere que logró apresaros debe tener un gran poder. —Ella me miró con una expresión que no supe identificar, tal vez continuaba sorprendida por mis palabras.

—No soy tan poderosa como creéis.

—Estoy convencido de que sí lo sois, así como también pienso que Surt, ha tejido sus hilos y ha dispuesto que nos encontremos para que me ayudéis a salvar mi reino.

Me pareció que ella emitió un suspiro que el viento transformó en un quejido. Después de un rato de silencio, la sorcerina optó por evadir la conversación.

—Manteneos atento, el suelo está resbaloso, lars. —Ella avanzó deprisa y me dejó nuevamente atrás.

—Gracias, pero no voy a... —No terminé la frase, resbalé y mi cara se estrelló contra el musgo que crecía entre dos piedras.

Me levanté lo más rápido que pude, no quería que se diera cuenta de mi torpeza, pero no tuve tanto éxito. Enseguida se volteó, en la oscuridad de la noche no pude ver su expresión, pero si distinguí el tono burlón con el que habló.

—Os caísteis, ¿no?

Terco como era, por supuesto que negué lo evidente. Tenía la esperanza de que no se hubiera dado cuenta.

—¿Qué decís? ¡Claro que no! —Ella hizo un sonidito. Desde donde estaba no pude descifrarlo, pero seguro se burlaba.

Por precaución hice aparecer una luminaria azulada en mi mano y decidí mantener la vista en el suelo, no iba a quedar como un tonto delante de ella resbalando otra vez. Me apresuré a llevarle el paso, pero era difícil caminar a su lado y al mismo tiempo no volver a caer.

Continuamos nuestro viaje, temblando por el frío en absoluto silencio. A medida que caminaba no podía evitar pensar en mi reino y en el peligro que lo acechaba. Llevaba más de cuatro lunaciones viajando por todo el continente, tratando de encontrar alguna manera que me permitiera ayudar a Augsvert y no había tenido éxito. Ahora me topaba con esta hechicera y por alguna razón la esperanza había vuelto a mi espíritu. Por más que ella dijera que no era poderosa yo sentía lo contrario y estaba convencido de que ella era lo que buscaba.

O tal vez no era más que mi desesperación lo que me hacía tener vanas esperanzas y confiar más de la cuenta en una desconocida.

Mas o menos después de caminar algunas millas o lo que tarda una vela de Ormondú en consumirse completamente, el sol comenzó a salir. El lúgubre paisaje nocturno se disipó en cuanto la luz tocó la tierra. Ante nosotros se extendía una hermosa vista. En porciones extensas, el suelo estaba cubierto de hierba verde y húmeda, interrumpida a tramos por las rocas oscuras que se elevaban varios palmos en algunos sitios. En otros, crecían pequeños arbustos de hojas verdes, brillantes y puntiagudas. Caminamos envueltos en el olor de la tierra mojada de rocío hasta llegar a un valle rodeado por pequeñas colinas de picos nevados. En medio se abría un lago cristalino que reflejaba en su superficie el cielo plomizo cubierto de nubes, cual si fuera un espejo de plata.

La sorcerina se agachó en la orilla del lago para beber con avidez de sus aguas claras. Yo también estaba sediento después de caminar más de la mitad de la noche, así que me incliné un tanto alejado de ella para beber y llenar de agua mi cantimplora de piel de cabra.

Me distraje mirando la gélida belleza a mi alrededor, cuando me di la vuelta me encontré solo. De un salto me levanté y empecé a buscar a mi taciturna acompañante encontrándola varios pies más adelante, entrando a una cueva oculta en una de las colinas.

Corrí hasta ella para alcanzarla ya dentro de la cueva.

Contrario al frío de afuera, adentro estaba cálido. Un resplandor dorado rojizo alumbraba el pasillo primigenio por donde caminaba. Supuse que era la luminaria de Lys de ella la que arrojaba aquel resplandor.

Caminé por el estrecho corredor excavado en la montaña, mirando como en las paredes de piedra se proyectaba, gigantesca, la sombra de Ariana. La sorcerina se había mostrado durante todo el camino silenciosa y huraña, diferente a lo habladora que estuvo cuando quería que la liberara.

El pasillo no era muy largo; terminaba en una cavidad irregular, amplia y bien iluminada.

Al entrar, noté con sorpresa que en la cueva había muebles de madera de fresno en un acabado rústico, algunos apoyados contra las paredes de piedra, otros estaban en el centro de la estancia; tal como una mesa baja, casi a ras del suelo, en cuya superficie se encontraban dispuestos varios platos, una jarra de barro y cuencos más pequeños, también de barro. Me sorprendí al ver un gran estante en la pared oriental lleno de libros, pergaminos, tablillas, tinteros y plumas. Se sentía un ambiente erudito y bastante acogedor, tal vez por el calor allí dentro, tan diferente de la salvaje frialdad de afuera.

Quedé estupefacto al mirar el techo alto de la cueva, de allí provenía la calidez y la iluminación de la estancia. Por sobre nuestras cabezas flotaban muchas flores, brillando con una cálida y hermosa luz dorado rojiza. El corazón me saltó un latido. No pude evitar sorprenderme al verlas y rememorar dolorosos recuerdos.

—Esas flores... —dije en un susurro, sin apartar la vista de ellas— ¿Cómo... cómo? ¿Qué hechizo usasteis?

Cuando dirigí la vista a Ariana para aguardar su respuesta, su boca estaba apretada en una línea tensa. Volvió su rostro a mí de soslayo, pero no me miró directamente.

—¿Qué tienen de especial? —A pesar del significado indiferente de sus palabras, su voz era trémula—. Es un hechizo bastante común.

Quise rebatir su afirmación, pero del fondo de la caverna salió, de un lecho hecho con un montón de pieles de animales, una hermosa jovencita, casi una niña. Su piel tenía uno tono dorado que parecía brillar con la luz de las flores encantadas.

—¡Ariana! ¿Dónde estabas? Me tenías pre... —La chica se calló de golpe al verme y en seguida tomó una de las pieles para cubrirse, pues estaba en camisón.

—Keysa, hoy tendremos compañía —dijo la sorcerina recuperando la firmeza de su voz. La muchacha abrió grande los ojos amarillos con algo de espanto. Ariana volvió a hablar dirigiéndose esta vez a mí—. Daros la vuelta para que ella se vista.

Así lo hice. Un poco avergonzado de haber invadido la privacidad de la muchacha, me giré en dirección a la entrada. En menos de lo que tarda una brizna de paja en consumirse al fuego, la jovencita estaba presentable.

Dirigí de nuevo la vista a las flores que flotaban sobre nuestras cabezas y me pregunté dónde habría aprendido ese hechizo la taciturna sorcerina.

Suspiré sin saber qué hacer, la frialdad y poca hospitalidad de la sorcerina me hacían sentir un visitante indeseado. Desde que le revelé a Ariana que venía de Augsvert, su actitud cambió drásticamente.

Mi reino era uno de los más antiguos y prósperos de todo el continente, durante mucho tiempo fue objeto de la admiración del resto de los pueblos y grandes reinos, pero ahora que la desgracia lo acosaba, me daba cuenta de que tal vez lo que los otros sentían por nosotros no era admiración sino envidia. Nos hallábamos en apuros y no hacían más que despreciarnos. Quizá Ariana era de esos que se regocijaban al ver el frondoso árbol caído.

Miré a mi alrededor un rato y luego fijé los ojos en los movimientos de la niña y la sorcerina. Ambas se afanaban en sacar alimentos de un arcón de madera y hierro.

No me di cuenta antes, pero Ariana había dejado sobre la mesa una malla con varios peces dentro. Seguramente los tomó cuando bebíamos del río mientras yo estaba distraído con el paisaje.

—Sentaos a esperar la comida...lars —dijo ella tomando los peces, un cuchillo y otros utensilios de barro y madera, luego se encaminó a la salida de la cueva.

—¡Has traído pescado! —exclamó la pequeña jovencita, torciendo la boca con repulsión.

La sorcerina se giró y habló con su fría voz ronca.

—Tenemos un invitado, Keysa, a quién probablemente no le gustará comer solo flores y rocío. —Luego me pareció que su tono cambió un poco tiñéndose de amargura, pero era algo tan imperceptible que bien pude imaginármelo—. Quédate mientras preparo los peces para la cena y hazle cómoda la estancia, es un lars de Augsvert.

Keysa lucía desconcertada por la petición, me miró parpadeando.

—Bueno, sentaos, lars. Ariana ya regresará.

Suspiré. Realmente, no quería ser un estorbo, no deseaba incomodarlas con mi presencia, pero a esas alturas sentía que eso era inevitable.

—No tienes que ser tan formal, ni llamarme "lars", mi nombre es Aren.

Me senté a la mesa y vi los objetos sobre ella, uno en particular llamó mi atención.

—Esto es... ¡Hidromiel! —dije tomando la jarra de barro para aspirar su delicioso aroma.

La joven dorada se rio quedo al verme, pero no pude evitar oler con tanto placer la jarra llena de licor. De inmediato, sin pedir permiso, me serví un poco y bebí con gran deleite Cuando me separé del cuenco, Keysa me veía con la boca entreabierta. Yo me avergoncé por mi absoluta falta de modales.

—¡Te gusta bastante, eh! Descuida, aquí nadie lo toma, Ariana tiene algún tiempo sin beber.

—En Augsvert no tenemos hidromiel —dije limpiándome los labios con un pañuelo que saqué del interior de mi chaleco—. Desde que lo probé la primera vez que salí de mi nación, me cautivó. ¡Me encanta!

—¡Se nota! —dijo la chica riendo.

Cuando la miré detenidamente, me sorprendí de no haberme dado cuenta antes, pero sus orejas puntiagudas, los ojos rasgados y el fulgor dorado de su piel, no dejaban dudas.

—¡Eres un hada!

—¡Que observador! —se burló la sorcerina entrando con los pescados ya asados dentro de una cesta de paja.

La chica sonrió tímida.

—Pensé que a las hadas no les gustaban los humanos y menos los hechiceros —aseveré yo, todavía sorprendido de mi hallazgo.

—No nos gustan, pero siempre hay excepciones.

La chica le dedicó una cálida mirada a Ariana que ella no correspondió, de hecho, su mirada continuó siendo fría y disgustada.

Después de caminar varios días por el gélido desierto, el delicioso olor de los peces asados me hizo salivar. La hechicera colocó uno a uno los peces en dos platos de barro sirviéndonos a ella y a mí. Intuí que, Keysa, al ser un hada, no los comería.

Luego sirvió hidromiel solo en mi cuenco y se sentó a mi lado para comer.

La vista de sus manos mientras servía la comida me perturbó. La piel del dorso estaba arrugada por cicatrices de quemaduras que deformaban los delgados dedos de piel morena. Ella se dio cuenta porque me miró con una expresión aún más disgustada, si eso era posible.

Comimos en lo que para mí era un tenso silencio. Ni siquiera la joven hada, quien se mantuvo un tanto alejada de la mesa, pronunció palabra. Después de terminar los alimentos, Keysa se levantó y preguntó:

—Ariana, ¿quieres que te prepare un baño?

—No es necesario, puedo hacerlo yo misma.

La sorcerina tomó un gran recipiente de madera y se encaminó a la salida de la cueva, supuse que iría por agua al helado lago de afuera.

—¡Esta cueva es sorprendente! —dije con una sonrisa antes de que ella se marchara, en un intento por ser agradable. Ariana me miró con sus fríos ojos grises, similares al hielo:

—¿Lo creéis? Esto no es ni siquiera parecido a la sala de estar del campesino más pobre de Augsvert.

—¿Conocéis Augsvert?

—¡No! —exclamó ella y me pareció que había ansiedad en su tono—. Solo lo imagino. Augsvert es el reino más próspero de los cinco grandes reinos, así que allí todo debe ser lujo y comodidad, ¿no?

—Tenéis razón, pero es acogedor lo que habéis hecho aquí. Esas flores...

Me extrañé al notar un ligero temblor en los labios de ella, sus ojos de pronto se tornaron esquivos.

—¡Son muy comunes! Casi todos los sorceres las usan para calentar e iluminar. Debéis conocer también el hechizo.

Yo asentí. Claro que lo conocía, pero no creía que fuera tan común como ella decía.

—Me gustaría que no nos tratáramos con tanta formalidad, Ariana. —Ante lo dicho, ella asintió por lo que me sentí en libertad de hacerle preguntas más personales—. ¿De dónde eres? Quiero decir, ¿dónde aprendiste magia? Tu piel es bastante oscura, podrías incluso ser una lara de Augsvert.

—¡No soy noble de ninguna nación! —me contestó ella con aspereza—. Soy huérfana.

—¡Disculpa! No quise...

Ella se dio la vuelta. Dejándome con la palabra en la boca, se encaminó a la salida de la cueva. Me quedé perplejo mirando a la joven hada sin comprender la actitud de la hechicera.

—¿Qué le pasa? ¿siempre es así?

El hada se encogió de hombros.

—Ariana ha tenido una vida dura.

Pensé que "su vida dura" no era mi problema. Yo era su invitado y un noble de Augsvert, se supone que debía cumplir con las más elementales normas de cortesía para conmigo.

—¿Tú eres su esclava? —le pregunté sin rodeos porque aún no acababa de entender qué hacía un hada con una hechicera y más si esa hechicera tenía el carácter que mostraba Ariana.

—¡¿Qué?! ¡No! Ella...salvó mi vida.

Me sorprendí con la declaración de la jovencita, pero cuando iba a preguntar, regresó Ariana con el balde lleno de agua, flotando delante de ella.

—Esperaré afuera —dije yo, dispuesto a marcharme para que ella se bañara y no se sintiera incómoda con mi presencia.

—No es necesario, te congelarás.

—Estaré bien, no te preocupes.

—¡He dicho que no es necesario! —exclamó ella con firmeza, levantando algo la voz.

Me sentí incómodo de nuevo. Ya era más que evidente para mí que mi presencia le disgustaba. Tal vez era por la obligación del Gefa grio, sin embargo, yo no la obligué a nada, ella sola se ofreció y empezaba a lamentar que lo hiciera, presentía un viaje largo y desagradable hasta Augsvert.

Cuando salí de mi ensimismamiento, en una de las esquinas de la cueva vi una barrera de luz dorado rojiza cuya textura semejaba al agua, detrás de ella se bañaba en un gran balde de madera la sorcerina. No podía vérsele claramente, pues las ondas que formaba la barrera mostraban una silueta distorsionada. Suspiré y permanecí sentado en el suelo frente a la mesa, con ganas de beberme todo el hidromiel que había allí a ver si lograba sentirme mejor.

¿Qué hacía allí con esa odiosa sorcerina, tolerando sus desplantes?

—Te prepararé el lecho —dijo la joven hada con voz suave.

—¡Gracias! —le contesté un tanto apático.

La joven asintió y se dirigió a uno de los estantes de dónde sacó varias pieles de animales que colocó en el suelo, algo alejadas de los lechos de ella y la sorcerina.

Cuando la barrera se disipó, Ariana salió vestida con una túnica blanca de cuello alto, la cual caía suavemente en la falda y hacía algunos pliegues en las largas mangas. En el rostro permanecía la máscara de piel ennegrecida. Me pregunté si la razón de llevar la cara cubierta sería que aquellas cicatrices en sus manos también estaban en ella.

—Descansa un rato, lars. Partiremos por la mañana

Yo asentí y me tumbé sobre las mullidas pieles, casi al instante me quedé dormido.

*** ¿Complicada de entender? Pueden preguntarme lo que quieran, eso me ayudará a saber si estoy explicando bien todo hasta ahora. Si les está gustando no se olviden de votar.

Morkes: Dios del mundo de los muertos y la magia negra, llamado también el oscuro, el dios fantasma y el nigromante. 

Morkenes: Hechiceros practicantes de la magia oscura o magia de Morkes, son seguidores de este dios quien les concede su poder.

Vela de Ormondú: Es una medida de tiempo. El consumo total de una vela de Ormondú equivaldría a seis horas o mediodía.


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