Capitulo III: Percances en el Dorm (II/VI)

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II

Aren

Las aguas que recorríamos, eran apacibles, varios árboles frondosos daban sombra aliviando los fuertes rayos del sol de mediodía, algunas aves grandes volaban sobre nuestras cabezas y otras trinaban a lo lejos. Ariana dormía acurrucada en el centro de la balsa. Al ver a Keysa, me pareció que miraba con aprehensión hacia el río.

—¿Qué pasa?

Ella dio un respingo.

—¿Con qué?

—Creo que estás nerviosa.

—Es... que...no sé nadar.

Pensé que, para un hada, el no saber nadar no era un problema. Total, ¿para qué querría nadar pudiendo volar?

Y como si esa conversación hubiese sido una declaración de mala suerte, las aguas del río cambiaron bruscamente. La balsa saltó una y otra y otra vez. La joven hada gritó al ver la rapidez con la que la corriente nos arrastraba. Adelante sobresalían varios peñascos entre las aguas encrespadas. Froté mis manos nuevamente haciendo fluir energía en ellas y las presioné contra la balsa para guiarla y evitar las grandes rocas, pero como esquivaba peñascos, así caía en remolinos que hacían temblar nuestro pequeño bote.

La espuma blanca que chocaba contra la balsa ya nos había empapado de pies a cabeza. Yo trataba de maniobrar imprimiendo mi energía a la balsa y mantenerla a flote, pero se me estaba haciendo realmente difícil. Si pudiera hacer una barrera como la que hacía Ariana estaríamos a salvo y secos, pero como he dicho, no soy muy bueno en encantamientos no dirigidos a pelear.

De pronto, las aguas del río se hicieron más rápidas, levanté la cabeza y adelante nos esperaba una pequeña cascada, me giré para advertirles a las dos mujeres.

—¡Keysa! Una... —No terminé la frase, el agua me golpeó de frente la cara.

La balsa se sumergió en la cascada y luego saltó de nuevo sobre la superficie, emergiendo sobre ella como si fuese una serpiente marina. Me giré y vi a Keysa aferrada a los troncos de la balsa, pero Ariana no estaba con ella.

—¡Keysa! —le grité para que me escuchara—. ¡Ariana, no está!

La muchacha se giró aterrada.

—¡Sobrevuela y búscala! —le dije, pues era seguro que la habíamos perdido en la cascada.

—¡No puedo volar! —me dijo ella, llorando.

Sus palabras me golpearon y tardé un poco en encontrarle un significado a lo que decía.

¿Un hada que no vuela? ¿No vuela, porque el miedo la paraliza? ¡Solo eso faltaba!

Miré a mi alrededor tratando de ubicar a Ariana, pero era imposible encontrarla entre la furiosa espuma del río. Otro peñasco y la balsa saltó de nuevo. Una piedra más y se rompería. Volví a frotar mis manos, las pasé por encima de la balsa esperando que el hechizo funcionara y la balsa aguantara un poco más.

De pronto un bulto amarillento pasó por un lado de la balsa y quedó atorado contra unas rocas. Agucé la vista en su dirección y me di cuenta de que era Ariana. Parecía inconsciente pues no se movía. Tenía que intentar sacarla de allí antes de que fuera demasiado tarde y que la única esperanza de ayudar a mi pueblo se ahogara en el río.

—¡Necesitamos una soga! —le grité a Keysa para hacerme oír por encima del embravecido río.

La temblorosa hada como pudo revisó una de las alforjas y sacó una larga cuerda de cáñamo, en seguida la tomé y le imprimí energía espiritual con mis manos. La cuerda de inmediato se cubrió con un resplandor azulado. La arrojé hasta la sorcerina, pero ella continuaba inconsciente y era incapaz de sostenerla. Miré a Keysa que se estremecía mirando aterrada la espuma blanca que le salpicaba el rostro. Sabía que estaba muy asustada, pero no había tiempo, nos alejábamos muy rápido de Ariana, si no actuaba de prisa la perderíamos.

—¡Sujeta con fuerza este extremo! Trataré de nadar hasta ella.

Keysa me miró con sus ojos dorados espantados, pero asintió. Me até el otro extremo de la cuerda a la cintura, me arrojé a las aguas heladas del Dorm y nadé contra la corriente intentando llegar a Ariana. Era algo para nada sencillo. La sorcerina había quedado detrás de nosotros y la balsa se movía con rapidez empujada por las corrientes del río. No quería darme por vencido.

Tuve una idea. Froté mis palmas y conjuré en ellas una importante ración de energía. El aire plagado de gotitas de agua se condensó en mis manos hasta formar un pequeño remolino de aire y agua que arrojé a la piedra que evitaba que Ariana se moviera. La roca se rompió y la hechicera fue arrastrada por la corriente, como si fuese un tronco, en mi dirección. Cuando pasó a mi lado, extendí mi mano y la sujeté, la coloqué boca arriba para que pudiese respirar y me dejé llevar también por las aguas rápidas del río sosteniendo la cuerda que nos mantenía anclados a la balsa.

Varias veces estuve a punto de soltarla debido a los desniveles que nos hacían saltar bruscamente en el agua. Adelante, Keysa había atado la cuerda de la que me sostenía a la balsa y se aferraba a ella con todas sus fuerzas. Poco a poco el río se fue calmando hasta que pudimos salir de él.

Me arrastré a la orilla con la sorcerina desmayada en mis brazos y luego tiré de la cuerda para atraer la balsa también a la tierra pedregosa. Quedamos los tres tendidos, temblando de frío sobre las piedras blancas del río.

Keysa se acercó a Ariana y le dio unas suaves palmadas en el rostro, luego acercó su oído a su pecho y exhaló un suspiro de alivio.

—Está desmayada —le dije—, debió golpearse la cabeza con alguna piedra. Vamos hacia ese claro, tenemos que hacer fuego y calentarnos.

Entre los dos cargamos a Ariana. Mientras yo recolectaba ramas secas para hacer la hoguera, Keysa le quitaba la rústica túnica blanca empapada. La sorcerina quedó vistiendo solo un delgado camisón también mojado. Aparté mi mirada de ella sintiendo un sonrojo en mi cara. La pequeña hada también se quitó sus ropas exteriores y se quedó en camisón, sentada frente a la fogata, con sus rodillas pegadas del pecho, abrazándolas con sus delgadas manos. Yo por mi parte solo aumenté la energía de mi cuerpo para calentarme y secarme, no me parecía prudente quitarme la ropa delante de la joven hada.

Cuando estuve seco, me acerqué a Ariana. Su respiración olía a tufo de alcohol. Froté mis manos y de inmediato se cubrieron con el resplandor azulado de mi energía espiritual, comencé a desplazarlas por encima de su cuerpo, aun húmedo, para calentarlo.

Mirándola así, mi mente empezó a divagar. Su boca estaba ligeramente entreabierta, sus labios tenían un tono rosado pálido y eran algo regordetes. Lo que quedaba expuesto de su nariz mostraba que era pequeña y quizás respingada. Tenía los ojos cerrados y eso era lo que más me había impresionado de ella. Recordé como los confundí con gemas cuando la vi por primera vez enterrada en el campo de peliántulas. Me pregunté por qué llevaba una máscara en un rostro que parecía agraciado. ¿Tal vez estaba deforme, igual que sus manos, por cicatrices de quemaduras? El cuero negro de la máscara en su cabeza se había zafado en una de las costuras traseras y dejaba ver debajo un cabello muy claro, plateado.

Al ver las hebras blancas me sentí ofuscado, mil recuerdos me golpearon. Piel oscura, ojos grises, casi cristalinos, cabello plateado. Aquella que perdí hacía tanto tiempo revivía de nuevo en mi mente de la mano de esas sedosas hebras. Sentí la imperiosa necesidad de quitarle la máscara y descubrir ese rostro. Soñaba con imposibles.

Pero existía otra posibilidad. Los alferis, nuestros enemigos, sus gentes eran así: de piel oscura, ojos cristalinos como el agua y cabello plateado. ¿Sería posible que la hechicera perteneciera a ese pueblo y por eso se mostraba tan disgustada de ir a Augsvert y ayudarme?

***Holis, ¿qué  les ha parecido el capítulo? ¿Qué impresiones tienen de esta hechicera y de Aren? ¿Será capaz de ayudar a Aren? Porque mas bien es ella quién parece necesitarla.

Nos leemos la semana que viene. Si les ha gustado el capitulo, no se olviden de votar.



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