Capitulo VII: Culpa (II/III)

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II

Keysa

Ariana o Soriana, que era su verdadero nombre, tenía un espejo de bronce. Me miré en su superficie bruñida y casi no me reconocí. Mi cabello mantenía su color dorado, pero lo adornaban varios broches de joyas, los cuales eran un regalo de Su Alteza, el príncipe Kalevi, de cuando vivíamos en Doromir y hacía tiempo no usaba.

La nostalgia posó su fría mano en mi corazón al recordar al príncipe, él había sido mi único amigo y de vez en cuando lo extrañaba. ¿Qué pensaría de mí después de todo lo sucedido? Me mordí el labio. Quizá me consideraba una asesina, una conspiradora como seguro creía de Ariana. Cerré los ojos y sacudí la cabeza alejando de mi mente los pensamientos tristes, a veces se filtraban y amenazaban enturbiar mi ánimo

Lancé un último suspiro antes de mirarme de nuevo en el espejo. Había embadurnado mi piel dorada con una pasta a base de almidón, vinagre y un polvo muy costoso que hace algún tiempo Ari... Soriana le compró a un mercader que decía haberlo obtenido en las cercanías de los volcanes, en Holmgard. Compró bastante aquella vez, así qué, supongo, había previsto la necesidad de este maquillaje en algún momento.

La capa que había aplicado era muy delgada y solo disimulaba un poco el brillo de mi piel, mas no su tono ambarino.

Me puse uno de mis amados vestidos de seda de araña de color terracota, el cual me hacía parecer más blanca. Ya le haría ver a Soriana mi buena decisión al no hacerle caso y llevar mis atuendos de gala cuando ella me pidió, en Northsevia, no traerlos. El problema eran los zapatos. Solo empaqué botas demasiado rústicas, las cuales no eran acordes al papel que tendría que representar.

Suspiré y me giré hacia Soriana, quien aplicaba una gruesa capa de la pasta blanca sobre su rostro y cuello. Su piel bronce resaltaba en Doromir, donde todos eran tan pálidos. Su cabello ya lo había teñido de negro y recogido en una trenza, como era la costumbre entre soldados.

—¿Verdad que me veo hermosa? —le pregunté girando y haciendo ondear el largo de la fluida falda del vestido.

Ella me miró apreciativa.

—Trajiste los vestidos de seda de araña.

—Fue una suerte que lo hiciera.

Ella asintió con su expresión seria, aun así, yo me sentí feliz de tener la razón al menos una vez.

—Pero te hice caso y solo empaqué botas. Estas son las más delicadas que tengo —le dije compungida, mostrándole unas botas un poco más altas del tobillo confeccionadas en piel curtida.

—Esas tendrán que bastar. Debemos usar magia lo menos posible.

Me coloqué los zapatos, decepcionada de ver lo mucho que desentonaban con el delicado vestido. Soriana me lanzó una fugaz mirada sin darle mayor importancia.

—Los zapatos casi no se notan por el largo de la falda —dijo ella empezando a untarse la crema en el cuello—. Además, nadie mirará tus pies, no cuando tu rostro es tan bonito.

Su comentario me alegró. Yo giré una vez más sintiéndome como una princesa. Era diferente llevar ropas finas y no esas rústicas túnicas que picaban. Me envolví en la capa y me incliné sobre ella para darle un beso en la mejilla.

Por alguna razón me sentía muy feliz. Era la ropa hermosa que vestía, saber que mi protectora en realidad era una princesa (aunque se negara en alegrarse por ello). Y lo principal, a cada instante el recuerdo de lo que hice con mi magia inundaba de efervescente alegría mi interior, cómo aquel árbol obedeció mi orden y dejó fuera de combate al odioso de Gerald.

—Keysa —me llamó Soriana, pensé que le había molestado el beso. Me miró fijo examinándome de nuevo y suspiró, decepcionada—. Sigues brillando.

—¿Qué? —pregunté yo mirando la piel de mis brazos— ¡Pero me coloqué el emplaste, tal como me dijiste!

Ella olfateó el aire.

—Huele a flores. ¡Eres tú Keysa! ¿Por qué estás tan feliz? No dejas de brillar y ahora, cada vez que te mueves, el aire se impregna con el olor de las flores en primavera.

Yo sonreí y volví a girar. Aunque se lo explicara, ella no lo entendería. Soriana era fuerte, segura de sí misma, capaz de todo, una prodigiosa hechicera. ¿Cómo iba a entender que yo estuviera tan feliz porque había podido usar mi magia? Si le decía se reiría de mí.

—Estamos vivas, Ariana. Es suficiente motivo para estar feliz.

Salí de la tienda dando saltitos y me encontré a Aren ofreciéndole de comer a los veörmirs. Vestía de manera más sencilla, con una ligera armadura de acero y cuero, solo la coraza y muñequeras al estilo de soldados y mercenarios. El cabello oscuro lo llevaba trenzado, al igual que Soriana, sujeto en la parte de arriba de la cabeza. Encima de los hombros se abrigaba con una capa de lana sin teñir, que en nada se comparaba a la elegancia de la que antes portaba. Aun con el cambio continuaba viéndose apuesto.

Hice ruido con mis pasos para que se voltera, cuando lo hizo disfruté el momento, su cara de sorpresa al verme.

—¿Y bien? ¿Cómo me veo?

—Muy bonita, pero continúas brillando.

Me carcajeé y me acerqué a él.

—Es porque estoy feliz. Dime, ¿parezco una princesa? —Aren me miró de arriba abajo y asintió—. ¿Cómo Ariana cuando vivían en Augsvert?

La sonrisa de Aren se amplió.

— No te pareces a Soriana, pero luces tan hermosa como una princesa.

—Ya sé que no me parezco a Soriana, tonto. Solía vestirme así cuando vivíamos en Doromir. El príncipe Kalevi siempre decía que yo era muy hermosa.

—Y es cierto, Keysa —me dijo Aren sonriendo.

Me senté en una roca que sobresalía del suelo y lo miré. Por alguna razón hablar con él era más fácil que con Soriana, tal vez porque no sentía la presión de no defraudarlo.

—Estoy feliz porque hoy pude hacer magia.

Aren me miró sorprendido.

—¿Nunca antes lo habías hecho?

—No. Siempre lo intentaba, pero era como si algo por dentro me bloqueara. ¿Como cuándo sabes que fallarás e inevitablemente fallas? Así. —Tomé una ramita y comencé a garabatear en la tierra—. Pero hoy fue diferente. Tal vez el miedo de ver a Gerald a punto de hacerles daño me hizo confiar en mi propio poder, era eso o que los hiriera.

—Me alegro mucho por ti, Keysa. Lo hiciste muy bien hoy.

Yo sonreí feliz. Extendí la mano sobre la hierba y de inmediato brotaron algunas plantas que luego abrieron hermosos capullos. Sí, podía usar mi magia, de hecho, sentía como todo el bosque susurraba, estaba lleno de una energía que antes no percibía.

—¿Y la espada? —preguntó Aren.

—¿Cómo dices? —Volteé a mirarlo, desconcertada por su pregunta.

—¿Sabes alguna técnica de espada?

Aquello era un tema delicado. Durante nuestra estancia en Doromir traté de convencer a Soriana de que me permitiera aprender esgrima con el príncipe, pero ella siempre se negó. «El que lleva la espada, usará la espada» decía. Y era como sí, con esa frase zanjara la cuestión. Yo me preguntaba, «¿Acaso no es esa la finalidad de llevar una espada? ¿Usarla, poder defenderse?» Nunca me dejó. Llegué a pensar que no me creía capaz de aprender, que a eso se refería su proverbio.

Negué con la cabeza y continué mis dibujos en la tierra. Al momento escuché la grave voz de Aren ofrecer con cautela.

—Si lo deseas puedo enseñarte.

Levanté mi rostro, sin dudar, asentí de inmediato. En un segundo pude imaginarme a mí misma de pie con una hermosa espada en la mano, luciendo poderosa y llena de confianza. Esa Keysa podía emplear tanto la magia como una fabulosa técnica de espada, igual que Soriana.

Sentí el impulso de lanzarme sobre Aren y abrazarlo, pero no llegué a concretarlo. El ruido de pasos nos hizo girar en dirección a la tienda. Soriana caminaba hacia nosotros.

Al igual que Aren, vestía una armadura ligera al estilo de los soldados y las escoltas particulares. Ella era alta, así que bien podía pasar por un hombre, uno muy delgado.

No pude contener la risa al ver su cara. Ella me miró con el ceño fruncido. Uno bastante grueso, debo decir. Se había quitado la máscara, en su lugar llevaba una espesa barba y bigotes negros, además, había añadido cabello a sus cejas para que lucieran más pobladas. Se veía graciosa. Parecía un hombre de mediana edad, delgado y peludo, muy, muy peludo.

A mi lado escuché a Aren reír, no tan fuerte como yo, pero lo hacía. Cuando me hube calmado ella habló:

—¿Ya? ¿Han terminado de burlarse de esta sorcerina?

—Discúlpame, Alteza, es que luces... —empezó a explicarle Aren, pero yo lo interrumpí.

—Pareces un cambia formas, a medio camino de la transformación —dije antes de volver a largar otra carcajada.

Soriana resopló y su enorme bigote se levantó. Se veía muy chistosa.

Aren dejó de reír abruptamente y se acercó a ella. De pronto pasó de la risa a lucir muy serio. Levantó una mano y vaciló antes de acercarla a su rostro. Sus dedos largos y morenos se deslizaron por la mejilla de ella, sobre la fina cicatriz que ascendía desde su pómulo izquierdo en línea recta hasta por encima de su ceja. Ariana giró el rostro, se alejó de su toque.

Aren se mordió el labio, sus cejas se contrajeron. Luego le tomó la trenza negra.

—¿Lo cortaste para hacer el bigote y la barba? —le preguntó con una tristeza que yo no comprendía.

Soriana esquivó su mirada de nuevo y le quitó la trenza de las manos.

—El cabello no es importante.

—¡Una reina debe tener su cabello largo, es símbolo de su grandeza!

Soriana resopló. Estaba exasperada, yo mejor que nadie conocía esa expresión.

—¡Aren, por todos los dioses! ¡No soy una reina! Tampoco lo voy a ser, Augsvert ya tiene una.

Él negó varias veces.

—Tú eres la legítima reina de Augsvert. Tal como el rebaño abandona los pastos en invierno para guarecerse en el redil, así tú has de regresar a nuestro reino.

Soriana se rascó la falsa barba, luego lo miró con esos ojos que a veces podían dar miedo.

—Dejemos esto en claro, sí. Nuestro acuerdo no ha cambiado. Te ayudaré a llegar a Skógarfors y obtener una herramienta mágica, después tú la llevarás a Augsvert y se la darás a Engla para que ella pueda rechazar a los alferis. Tú regresarás a tu reino y yo continuaré mi vida lejos de él. No soy la oveja que regresa a ningún redil, Aren.

—¡Pero eres la verdadera reina de Augsvert! —dijo el sorcere, terco.

—¡Una reina que nadie quiere!

—¡Te aceptarán cuando les expliques lo que en realidad pasó!

Soriana resopló de nuevo. Si seguía haciéndolo su bigote se iría volando.

—¡Entiende que no hay nada que explicar! ¡Las cosas pasaron exactamente como dicen que sucedieron!

No sabía que era lo que sucedió en el pasado, pero por la expresión de ambos deducía que fue algo muy doloroso y devastador. Aren se quedó pasmado donde estaba, por un momento creí que lloraría. Soriana le dio la espalda. En ese momento comprendí que ella guardaba muchos secretos, incluso de mí.

—No lo creo —dijo Aren, su voz estaba quebrada—. Pero si lo que deseas es nunca regresar a Augsvert, lo aceptaré. Eres mi reina y cumpliré cada una de tus órdenes, Alteza.

Soriana se volteó y lo miró bastante enojada.

—Si tanto insistes en que soy tu reina y cumplirás cada una de mis órdenes, entonces te ordeno no volver a llamarme Soriana, ni Alteza, ni hablar del pasado.

Aren bajó sus ojos. Hasta a mí me daba pena ver lo triste que estaba. Soriana era una persona muy extraña, ¿Quién rechazaría ser una reina? Solo ella.

El plan era salir de Doromir cruzando el paso de Geirgs, para lo cual tendríamos que atravesar la ciudad de Ulfrgeirgs. Tanto Soriana como Aren habían dicho que los soldados de Doromir nos estarían buscando en los puestos de control apostados en las salidas del reino y en las ciudades cercanas. El paso de Geirgs era una frontera poco o nada custodiada debido a que estaba poblada de fantasmas y nadie la usaba. Nosotros, sin embargo, saldríamos del reino por allí.

Me daba algo de miedo ese cruce. Después de vivir dos años en Doromir había escuchado algunas historias espeluznantes acerca del lugar, pero saber que ahora podía utilizar mi magia y además viajaba con Soriana que era una gran hechicera y con Aren que era un extraordinario espadachín, me proporcionaba tranquilidad.

A la pequeña discusión de Soriana y Aren le siguió un silencio tenso entre ambos, cada quien se dedicó a lo suyo sin volver a tocar el tema. Ella estaba de pie frente a los veörmirs, de sus manos extendidas salían pequeños hilos de energía muy roja que envolvía las gualdrapas de los animales.

—Había pensado en los colores de los Heinss —me dijo mientras me acercaba—. ¿Te acuerdas de ellos, Keysa?

Yo asentí extendiendo mi mano para acariciar el largo pelaje de los animales que permanecían tranquilos, comiendo las hojas bajas de los árboles.

—¿De los Heinss? —preguntó Aren con cautela, parecía temer que en cualquier momento ella le gruñera de nuevo. Soriana, sin embargo, concentrada en lo que hacía, empezó a explicarle sin mostrar resentimiento.

—¿Recuerdas lo que te conté en la posada? Cuando llegamos a esta región del continente, Keysa y yo nos establecimos en las afueras de Doromir, en una pequeña aldea independiente llamada Osgarg? Allí yo trabajé como curandera para los Heinss, una importante familia de comerciantes que tienen negocios con algunas casas nobles de Doromir. Fingiremos que Keysa es su hija. Estoy modificando estas gualdrapas con los colores de su casa.

—Y tú y yo seremos sus escoltas —dijo Aren entendiendo el plan.

—¡Exacto! —exclamó Soriana—. Estamos cerca de la fecha de la fiesta de todos los héroes, muchos pobladores de las afueras de Doromir vienen al reino a participar de las ferias que realizan en las ciudades y aldeas. Diremos que la distinguida señorita se dirige a la celebración en Ulfrgeirgs.

Yo sonreí. Me emocionaba el plan. Monguito, en mi hombro, también estaba feliz y daba pequeñas volteretas. Sobre todo, me animaba la posibilidad de disfrutar de la celebración de todos los héroes, aunque fuera en la pequeña Ulfrgeirgs.

—¿Qué te parece, Keysa? —preguntó ella una vez terminó de cambiar los colores.

Yo vi los animales. Antes sus gualdrapas eran verdes, el color que identificaba al reino de Doromir, Soriana los cambió a rojo, el color de la casa Heinss. El escudo de armas del ejército: un par de espadas cruzadas, se transformó en una cabeza de cuervo. Lucía bastante similar a como recordaba el emblema de aquella familia de comerciantes.

Una vez que terminamos de disfrazarnos, nos pusimos en marcha. Solo teníamos dos monturas. Como se suponía que yo era una señorita distinguida, viajaba sola. Aren y Soriana, disfrazados de escoltas, viajaban en la otra. 



***Hola chicos, ¿qué les ha parecido el capitulo? Keysa está un poquito mas segura de sí misma después que consiguió usar su magia y Soriana se resiste a ocupar su lugar.

Estos capítulos serán dedicados, mas que nada, a los personajes y sus dilemas, así que tendremos un ritmo lento, pero ya llegará la acción, así que no desesperen.


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