Capítulo I: Bajo la protección de Gerald (III/III)

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El plan consistía en culpar a uno de los tíos muertos del príncipe y volver a Vindrgarorg, de esa forma, tanto Gerald como yo seríamos absueltos y quedaríamos libres de cualquier sospecha. Según su promesa, no les haría daño ni a Aren ni a Keysa y los liberaría una vez yo me convirtiera en su esposa.

El problema era que yo no le creía y en ese momento, con la mente despejada, sin el embotamiento que producían las drogas y el alcohol que a diario él me daba en su palacio, podía entender mi situación muy bien: él nunca los liberaría. Era tiempo de que tomara en mis manos el control, de que los buscara y los salvara. Para eso necesitaba mi espada.

En el pasado, intenté muchas veces deshacerme de Assa aldregui y cada vez que lo hacía, la espada volvía a mí. No importaba si la arrojaba desde lo alto de un precipicio o a la inmensidad del mar o si la enterraba muy profundo, inexorable, ella regresaba, incluso, si como se encontraba en aquel momento, con su poder sellado y el mío inutilizado por el lazo del cautivo. Entre la espada y yo existía una conexión que no alcanzaba a entender del todo y no estaba definida por los límites de la magia.

A diferencia de las veces anteriores, en esa oportunidad la requería conmigo.

—¡Hablad, hechicera! —volvió a exigir el príncipe.

Agaché el rostro y en un susurró casi inaudible dije:

—¡Koma, Assa aldregui! —Y luego, en voz alta, para que toda la audiencia escuchara—: El dreki, Gerald Van der Hart, fue quien me pidió participar de la conspiración.

Al silencio que se extendió por toda la sala, le siguió una ola de murmullos incrédulos.

—¿Estáis segura? —preguntó con voz titubeante el consejero llamado Gunnar cuando pudo salir del asombro.

Antes de que respondiera cualquier cosa, Gerald se me lanzó encima.

—¡Maldita! —gritó, con sus manos brillando en verde.

Atada por el lazo del cautivo, no podía defenderme, solo esquivarlo.

Uno de los guardias que tenía a mi lado me apartó y se enfrentó al dreki, De inmediato, este le lanzó una runa que lo arrojó hacia atrás. La situación, tal y como esperaba, se salía de control, solo faltaba que la espada acudiera a mi llamado, si no lo hacía, estaría perdida al igual que todos en esa sala.

—¡Pronto, desatadme! —grité.

—¡No lo hagáis! ¡Es una treta de ambos! —gritó a su vez Gunnar.

El resto de los consejeros corría hacia la salida, intentaban escapar mientras Gerald dibujaba en el aire la runa de Urhz. Apareció una bola de energía verde que él arrojó a la puerta y evitó, de esa manera, el escape de los presentes.

—¡Príncipe Kalevi! —volví a apremiar.

El mandatario dirigió la mirada aterrada a uno de los guardias:

—¡Desatadla!

Pero antes de que él pudiera llegar a mí, Gerald convocó la runa de Alahor. Cintas verdes brillantes rodearon el cuerpo del soldado, la mirada se le desenfocó, había caído bajo su dominio.

—¡Apresad al príncipe! —le ordenó Gerald. El soldado se dirigió a Kalevi con la espada desenvainada y los ojos vacíos.

—¡No te atrevas, Gerald, déjalo! ¡¿Te has vuelto loco, acaso?!

—¡Eres tú quien se volvió loca! ¡¿Cómo osas traicionarme otra vez?! Mataré a todos, Soriana. El primero será Kalevi y tú serás la culpable.

Acto seguido, el dreki de Vindrgarorg lanzó la runa de Erghion al príncipe y este cayó al suelo envuelto por lenguas verdes de sevje. El guardia que Gerald mantenía bajo su poder se acercó a él y lo amenazó con su espada.

—Dime cariño —Gerald sonreía—, en la noche de todos los héroes, ¿qué hechizo usaste para matar tantas personas al mismo tiempo? Tengo que mantener tu estilo.

Casi todos los consejeros, ministros y demás personas en la sala se apiñaron contra la pared, ninguno era un sorcere, ninguno tenía la habilidad suficiente para enfrentársele.

—¿Sería la runa de Aohr?

Sus dedos índice y medio se extendieron frente a él.

Assa aldregui no venía, iba a ser una masacre. Cargaría con el peso de otra mortandad sobre mis hombros debido a mis malas decisiones.

Antes de que Gerald dibujara en el aire la runa que desataría una explosión, el ventanal lateral se rompió. Las corrientes gélidas penetraron por él y agitaron el cabello de todos en la sala. Nadie llegó a distinguirla debido a la velocidad que llevaba, ni siquiera yo. Solo sentí mis manos liberarse de la atadura de ethel. Finalmente, ella había acudido a mi llamado.

Faltaba poco para que Gerald completara la runa del hechizo y volara en pedazos a los consejeros y ministros de Kalevi. No había tiempo.

—Geng —le ordené a la espada y con mis dedos índice y medio derechos la guie hacia él.

Assa aldregui, veloz, le cortó la mano a la altura de la muñeca antes de que terminara el hechizo. Gerald cayó de rodillas, con el muñón sangrante pegado a su pecho, aullando de dolor.

La espada, después de cumplir la orden, retornó a mí. Dibujé la runa de Erghion que brilló en un rojo muy oscuro, casi negro, antes de transformarse en una larga lengua de savje y enrollarse alrededor del dreki, apresándolo.

Las personas en la sala nos miraban a Gerald y a mí, espantadas. Dirigí la diestra en dirección al soldado que amenazaba al príncipe y deshice el hechizo, después hice lo mismo con Kalevi que yacía atado en el suelo por lenguas verdes del savje de Gerald.

Por último me acerqué a Gerald y tomé su extremidad amputada.

—¡¿Por qué, Soriana?! —me preguntó entre lágrimas furiosas—. ¡Lo único que he hecho es amarte y solo recibo traición de tu parte!

No hice caso de sus palabras, su dolor no me conmovía, él hubiera matado a todos los presentes sin inmutarse. Concentré el savje en la palma de mi mano y lo dirigí a la herida. Gerald emitió un grito agudo mientras la cauterizaba para detener la hemorragia.

Cuando la situación estuvo controlada, me alejé del dreki y solté la espada que resonó con un golpe metálico al caer al suelo. Después subí mis manos en señal de rendición.

Me llevaron atada con el lazo del cautivo a una habitación pequeña. El mobiliario lo constituía un librero que ocupaba toda la pared oeste, un gran escritorio delante de un ventanal cerrado y una mesa con dos sillones que parecían bastante cómodos.

Yo permanecía de pie con un guardia a cada lado. Luego de lo sucedido en mi audiencia, me mandaron arrestar de nuevo y me trasladaron a esa salita. Llevaba ya bastante tiempo allí, sin saber cuál sería mi destino.

Podía volver a convocar a Assa aldregui, derribar a mis custodios y escapar, pero no era lo que quería. Deseaba darme la oportunidad de explicar lo sucedido y no por librarme de cualquier castigo, sino para decirle a Kalevi los motivos que tuve de hacer lo que hice. Quería que él entendiera que nunca quise dañarlo.

Así que allí permanecía, esperando paciente.

La puerta de madera tallada se abrió y un Kalevi de expresión consternada cruzó por ella. Tanto los guardias como yo nos inclinamos ante su presencia.

—Salid, por favor, —ordenó el príncipe a los guardias—, dejadnos solos.

Cuando la puerta se cerró sentí los brazos de Kalevi rodearme, me abrazaba.

—¡Maestra! —sollozó en mi cuello—, ¡os he extrañado tanto!

No me esperaba algo como eso. Tal muestra de cariño me sorprendió sobremanera. Aunque hubiese tenido las manos desatadas, no hubiera sabido qué hacer con ellas.

—Alteza, perdonadme por todo lo que os he hecho sufrir. Nunca fue mi intención. —Atiné a decir al reponerme de su repentino abrazo.

Kalevi se separó de mí y me miró con sus grandes ojos azules brillando por las lágrimas. Ya era mucho más alto que yo, pero su mirada volvía a ser la de aquel niño que siempre acudía a mí, deseoso de respuestas.

—Nunca dudé de vos. Ni por un instante creí que desearais mi muerte. Pero os fuisteis sin explicaros, me dejasteis sumido en la ignorancia, perdido y solo en este palacio hostil.

—Perdonad a esta sorcerina inútil. —Levanté ambas manos amarradas y me atreví a acariciar su mejilla que todavía se mantenía suave, ausente de vello—. Tenía miedo de que si me quedaba no me creyerais, de que os convencierais de que era culpable, de que algo malo pudiera pasarle a Keysa.

—Keysa... ¿Dónde está ella, maestra? Me han dicho que no ha venido con vos.

Agaché la mirada.

—Me gustaría sentarme y explicaros todo lo que ha pasado.

Kalevi abrió muy grande sus ojos y los dirigió a mis manos. Pareció percatarse en ese momento de que aún estaba amarrada. Sacó de entre sus ropas una daga y cortó con ella las cuerdas. Después, ambos nos sentamos y comencé a contarle, sin guardarme nada, todo lo que había sucedido desde que Keysa y yo dejamos el palacio del Amanecer, un año atrás.

—Enviaré un haukr a Ormrholm —dijo el príncipe, muy resuelto, cuando acabé mi relato—. Les exigiré que dejen en libertad a Keysa.

Yo sonreí por su entusiasmo.

—Keysa no es prisionera, Alteza. Está en un refugio con los suyos, protegida por la Liga de Heirr.

—¿Con los suyos, maestra? —El joven gesticulaba, sus ojos vivaces expresaban su desaprobación—. ¡Nosotros somos los suyos! Ella debería estar aquí, conmigo. Y con vos, por supuesto. ¿Y si no está bien allí? ¿Habéis pensado en eso? ¿O si Gerald os mintió y está en otro sitio?

Fruncí el ceño por sus palabras. A pesar de la emoción con que hablaba el joven príncipe, había algo de certeza en él. Gerald bien pudo mentirme con respecto al destino de Keysa. ¿Y si Kalevi tenía razón y ella no estaba bien? ¿Y si Gerald la tenía en su poder? ¿Y si le hacían algo luego de mi traición? Tal vez me había precipitado. Ahora me arrepentía de haber expuesto a Gerald.

Durante todo ese tiempo mi preocupación giró en torno a Aren, pues di por sentado que Keysa se encontraba cuidada en la reserva de criaturas mágicas y que la amenaza de Gerald era vana.

En Vindrgarorg pasé los últimos días muy ebria o drogada, nunca se me ocurrió tratar de confirmar que ella no corría peligro. Fui negligente. Una vez más me había dedicado a compadecerme de mí misma, de victimizarme en lugar de asegurarme de que ella realmente estaba en Skógarari.

—Tenéis razón, Alteza. Es una buena idea. Verificaré que realmente Keysa y mi amigo Aren se encuentran a salvo.

—¿Cómo haréis eso, maestra?

Detallé la estancia a mi alrededor buscando algo que pudiera usar para el hechizo que deseaba realizar.

—Necesito velas y un pequeño cuenco, eso será suficiente.

Kalevi abrió uno de los cajones del escritorio y sacó la vela que requería. Sobre el escritorio había una delicada taza de porcelana.

—Bien —asentí—, eso servirá. También necesitaré vuestra daga.

Kalevi me la dio sin vacilar. Me asombró su confianza, el que no dudara ni por un momento de que yo, quien había estado acusada de querer su muerte, pudiera dañarlo con ella. Tomé la hoja filosa y bajo su atenta mirada me quité el guante y subí la manga del vestido para descubrir mi muñeca. Ya él había visto las quemaduras de mis manos y no era un secreto para nadie en Doromir sus existencias, pero las cicatrices de mis muñecas siempre traté de ocultarlas, eran difíciles de explicar.

Deslicé el filo del cuchillo un poco más arriba de las cicatrices. La sangre brotó y dejé que escurriera dentro de la taza.

—¡Maestra! —se asustó él.

—Tranquilo, no pasa nada, estaré bien.

Cuando hubo suficiente, cautericé la herida con el savje brillando en mi otra mano y luego la vendé muy fuerte con una de las cintas del vestido. Encendí la vela con mi poder y procedí a realizar el hechizo.

—Si tuviera algo de Keysa, sería mucho más efectivo —dije para mí misma.

De pronto Kalevi sacó de entre su camisa un relicario de oro que colgaba de una delgada cadena, lo abrió y me ofreció su contenido: un rizo dorado. En cuanto lo tomé sentí la esencia, era de Keysa. Fruncí el ceño, desconcertada de por qué el príncipe tendría algo como eso en su poder. Él debió adivinar mi confusión porque se sonrojó intensamente, agachó la mirada y balbuceó una explicación que no pude entender.

Tomé el cabello y lo eché dentro de la taza con la sangre, luego coloqué la misma sobre la vela para que la mezcla se evaporara y encendí el savje en mis manos, que brillaron en un rojo cada vez más oscuro, casi negro. Mientras traspasaba mi energía al recipiente, comencé a recitar el hechizo:

Sjá, nu finna, Keysa —Repetí la frase hasta que de adentro de la taza brotó la bruma negra que poco a poco fue tomando la forma del haukr de sombra. Siempre que usaba ese tipo de magia era difícil para mí no abandonarme a la deliciosa sensación del poder que sentía correr por mis venas. Cuando estuvo listo, relamiéndome los labios, ordené—: ¡Legjja af stao! 

Entonces el haukr desapareció.

La lujosa salita se desdibujó a mi alrededor. Ya no estaba con el príncipe Kalevi, sino a cientos de leguas de distancia, volando por encima de las frondosas copas de los árboles, mirando a través de los ojos de haukr. Asumí que estaría en Skógarari, pues en todo lo que me rodeaba se sentía una esencia mágica muy fuerte, como aquella que llenaba el palacio Adamantino, aunque un poco más caótica.

De pronto la visión que tenía cambió. No llegué a ver a Keysa, todo cuanto me rodeaba era oscuridad. El haukr de sombra se tornó ciego y la visión terminó.

Cuando volví a abrir los ojos, Kalevi me miraba horrorizado. Tardé un poco en recuperarme y no lo hice del todo, quedó cierta debilidad que antes no estaba. Me remojé los labios resecos y sacudí la cabeza.

—Sé que debéis estar muy confundido, Alteza...

—¡¿Muy confundido?! —Kalevi me miraba con los ojos queriendo salir de sus cuencas—. ¡Maestra estabais envuelta en bruma negra! ¡Vuestros ojos eran blancos y, y... Algo negro reptaba por todo vuestro cuerpo... Fue, fue...! ¡Sois una morkenes!

Dedujo acertadamente un Kalevi bastante aturdido. Y no era para menos, siempre le oculté lo que yo era.

—Sí, soy una morkenes, pero debes confiar en mí y creerme. Este poder no es algo que me complazca usar, si lo hice hace un momento fue porque a través de los Ojos de Morkes creí que podría encontrarla.

Podía ver la duda en él, el conflicto interno en su mente. Se debatía entre creerme o no. Al final suspiró y preguntó:

—¿Y bien? ¿La visteis? ¿Ella está a salvo?

¿A salvo? Keysa no estaba a salvo, temí haberla puesto en riesgo con mi imprudencia. Si algo le sucedía por mi culpa, no sería capaz de perdonarme.

—No pude verla. El haukr de sombra no la localizó.

—¿Por qué? ¿Acabáis de decir que con ese hechizo lo haríais?

Se suponía que, a menos que Keysa empleara un hechizo de camuflaje para el rastro que dejaba su magia, los ojos de Morkes debían ser capaces de localizarla. La magia negra era mucho más poderosa que la de Lys y más fácil de utilizar. Nada más existía una explicación.

—Keysa debe estar en un sitio donde la magia no puede penetrar.

—¿Pero Skógarari no es una reserva protegida? Está lleno de la magia de las criaturas que habitan en él. —preguntó Kalevi. Su desconcierto era evidente en las pequeñas arrugas de su entrecejo.

—Así es. La única explicación es que ella no esté allí y si lo está es en un sitio revestido de ethel.

A medida que lo decía me daba cuenta del terrible significado de mis palabras. Keysa estaba encerrada en algún lugar a prueba de magia, cercano a Skógarari.

Kalevi se dejó caer en el sillón con expresión derrotada, luego me miró con sus ojos angustiados.

—¿Qué haremos? Iré a Ormrholm, le exigiré al líder de la liga que explique por qué un hada que deben proteger se encuentra encerrada en un sitio antimagia. ¡Es tortura, maestra!

Me mordí el labio. No sabía muy bien cómo proceder. Había creído que Gerald mentía que solo deseaba manipularme y por eso me amenazaba con el bienestar de Keysa, pero que en el fondo ella estaría a salvo bajo la protección de la liga de Herir. Ahora me daba cuenta de mi error. Subestimé a Gerald.

También cabía la posibilidad de que la liga de Herir no fuera lo que aparentaba ser. Recordé como en el paso de Geirs las hadas dijeron que la liga era una fachada. ¿Qué sucedía en realidad? Si la liga era consciente del encierro de Keysa, pedirle explicaciones al líder era ponerlos sobre aviso.

Keysa estaba en peligro y debía pensar rápido. Lo mejor sería interrogar a Gerald y sacarle la verdad.

—Creo que lo mejor será no alertarlos. Iré a Skógarari y resolveré esto. —Vi la resolución en sus ojos y antes de que pudiera sugerirlo le dije—: No sería prudente que vinierais conmigo. Sois el príncipe regente, no podéis abandonar vuestro reino para involucraros en un asunto personal.

—¡Es que no lo entendéis! —exclamó afligido—. No podré vivir en paz sabiendo que ella corre peligro.

Creí ver en su desesperación las razones que no decía.

—La queréis, lo entiendo, pero sois el príncipe, os debéis a vuestro pueblo. Gobernar requiere decisiones difíciles. Dejadlo en mis manos, Alteza, os prometo que traeré a Keysa de regreso.

Al final de un largo silencio en el que el príncipe pareció debatirse entre abdicar para acompañarme y continuar en sus funciones, concedió

—Os daré dinero y una escolta. —Él tomó mis manos entre las suyas y con la mirada fija en mis ojos, me suplicó—: Prometed que continuaréis en contacto conmigo, maestra.

Por toda respuesta, con la daga de Kalevi pinché mi pulgar. De la yema brotó una gota carmesí, concentré mi savje en el dedo herido y la gota brilló, creció hasta formar una flor de mediano tamaño de un rojo bermellón. Fue inevitable recordar a Aren, la base de ese hechizo era de su familia, yo solo lo modifiqué un poco para hacerlo más efectivo y duradero.

Llevé la flor a mis labios y murmuré Vesa Kalevi Dahl de Doromir. Luego se la entregué. El príncipe la observó, maravillado.

—Está hecha con mi sangre, por lo tanto, aunque esconda el rastro de mi magia, esta flor me encontrará. Con ella os podreis comunicar conmigo. Debéis decir: finna (encuentra), luego el mensaje que deseáis enviarme y por último: "vesa Soriana Sorenssen", ella me dará el mensaje.

—¿Soriana Sorenssen? —Frunció el ceño.

—Así es. Después os explicaré con más calma. Ahora debemos concentrarnos en hallar a Keysa.

Kalevi asintió y sin dejar de mirar la flor bermellón, embelesado, dijo:

—Creo que mi primo, Gerald, debe explicarnos algunas cosas.

Y entonces fui yo quien asintió.

El príncipe y yo salimos del palacio y fuimos hasta los barracones de los soldados, debajo del cual se hallaban las mazmorras.

Dos guardias vigilaban la entrada, al ver a Kalevi se inclinaron y nos dieron paso.

Uno de los centinelas nos abrió la celda. Al fondo de esta, sentado sobre un sencillo catre y con un collar de ethel, se encontraba Gerald.

Mi antiguo amante apenas nos dirigió una mirada fugaz cuando entramos, sus ojos azules volvieron a enfocarse en la araña que descendía por la pared de piedra. Yo me fijé en la mano amputada que él sostenía con la otra pegada al pecho.

—Primo, deseo haceros unas preguntas —lo abordó Kalevi. Gerald ni siquiera movió un músculo de su cara—. Dependiendo de vuestra colaboración, veré que el consejo sea benévolo con vuestra condena.

Kalevi guardó silencio un momento y yo observé a Gerald. Por su actitud deduje que no nos ayudaría, lo cual no me sorprendió. Cuando lo delaté sabía las consecuencias que mis actos tendrían y las asumía. Él no diría nada y esa sería su venganza.

—¿Dónde está Keysa? —preguntó Kalevi, directo.

Gerald giró el rostro hacia nosotros, los ojos azules se clavaron en mí como puñales de hielo:

—Espero que ya esté muerta, luego de lo que has hecho. ¿Podrás vivir con eso, Soriana?

Tragué grueso. La imagen de mi madre en el ataúd de cristal cruzó mi mente como un relámpago. Kalevi abalanzándose sobre Gerald me volvió a la realidad.

—¡Si algo le sucede a Keysa juro que os picaré en pedazos! —gritó el príncipe mientras lo arrojaba del catre y se subía sobre él para darle puñetazos.

—¡Deteneos, Alteza! —Sujeté a Kalevi para separarlo de Gerald.

Cuando por fin pude separarlos, Gerald tenía el rostro ensangrentado y un odio asesino brillando en los fríos ojos.

—Después de lo que has hecho, tus amigos están muertos, Soriana. Augsvert caerá, Doromir también y yo me reiré de ustedes en el Geirgs.

Kalevi de nuevo perdía el control y se abalanzaba sobre Gerald. Al momento de contener al príncipe, decidí actuar. Rápidamente, me acerqué a ellos y le quité el collar de ethel a Gerald, empujé hacia atrás a Kalevi y dibujé todo lo rápido que pude la runa de alahor. Impacté el hechizo sobre Gerald antes de que él reaccionara, pues se encontraba sin restricción.

Kalevi desde el suelo nos miraba estupefacto.

—Maestra...

Los ojos de Gerald se desenfocaron, necesitaba hacer pronto las preguntas antes de que el efecto del hechizo se desvaneciera.

—Es el hechizo de alahor —le expliqué a Kalevi—, por poco tiempo Gerald estará bajo nuestro control. Podéis preguntar lo que gustéis.

Kalevi asintió y se puso de pie.

—¿Dónde está Keysa? —preguntó.

—En Skógarari —la voz de Gerald salió ausente, sin revelar ningún tipo de emoción.

Kalevi giró a verme y yo fruncí el ceño.

—¿En qué parte de Skógarari está? —interrogué.

—Al cuidado de la liga de Heirr.

No podía ser cierto. ¿Entonces era la liga de Heirr quien la tenía en un lugar antimagia?

—¿Por qué la liga de Heirr la tiene encerrada? —Esperé la respuesta, pero Gerald no contestaba—. ¿No lo sabes?

—No.

—¡Por el gran lobo del norte! —exclamó Kalevi llevando los rizos rojos hacia atrás en un gesto desesperado.

—¿Alguien le hará daño ahora que te he traicionado?

—No. Keysa está bajo el resguardo de la liga de Heirr, no tengo poder sobre ella.

—Maldito —susurré. Todo el tiempo me tuvo engañada con falsas amenazas. Aun así, el peligro que corría Keysa era real. Era menester averiguar donde estaba y quien la retenía—. ¿Y Aren, dónde está?

Gerald parpadeó un par de veces, el hechizo comenzaba a perder poder.

—Él sería llevado a Ormholm.

Me apuré a formular la pregunta más importante:

—¿Quién es el hechicero que desea la caída de Augsvert?

Como antes, Gerald permaneció en silencio. No conocía la identidad del hechicero oscuro o este lo había bloqueado para que no lo dijera. Volvió a parpadear, el encantamiento decaía.

Exhalé, tomé el collar de ethel y volví a colocárselo. De inmediato el hechizo de alahor se desvaneció. Gerald giró a mirarme con odio.

—Realmente te amaba, Soriana —dijo sin ser consciente de lo que había ocurrido antes.

—Nunca me has amado, Gerald.

Me di la vuelta en pos del príncipe, que ya había abierto la puerta de la celda

Kalevi tuvo la amabilidad de disponer para mí la misma habitación que había utilizado en los años en los que me desenvolví como su institutriz. Me sorprendió ver que casi nada había cambiado allí. Incluso, los vestidos que Keysa y yo dejamos abandonados cuando salimos huyendo estaban en el armario, limpios como si recientemente los hubiésemos usado.

Un año atrás cuando salí de Doromir lo hice con apenas tiempo, no pude llevarme muchas cosas.

Me acerqué al librero y toqué unos tomos con mis dedos cubiertos de savje. De inmediato, estos se apartaron revelando un compartimento secreto.

Saqué el contenido: varios manuscritos encuadernados. Los más preciosos para mí eran unos que tenían la cubierta de cuero y mariposas repujadas: los diarios de mi madre.

Abrí uno de ellos, ansiosa. Pasé los dedos sobre las hojas amarillentas, recorrí con la yema la pulcra caligrafía. Los deposité con cariño dentro del zurrón.

Lo siguiente que guardaba en el lugar secreto eran los manuscritos que había hecho durante mi tipo en Dormir. Muchos eran teorías sobre magia negra. Cuando llegué a ese reino para ejercer como maestra del príncipe, volví a interesarme en el origen de las artes oscuras que adquirí en Augsvert. Tenía a mi plena disposición la extensa colección de libros dedicados a la hechicería que el rey Kalev atesoró en vida. Así que una de mis obsesiones mientras estuve allí fue tratar de averiguar la identidad del dios escindido que mencionaba el libro misterioso.

Acaricié nostalgica aquellas hojas. Algunos manuscritos se referían a hechizos inventados por mí, otros estaban dedicados a tratar de encontrar la manera de que Keysa pudiera desarrollar su poder y el resto eran mis divagaciones sobre magia negra. Todos permanecían en orden, el mismo en el cual los dejé antes de huir. Jamás creí que Kalevi pudiera extrañarnos tanto, no obstante, la habitación daba fe de ello.

Suspiré, abandoné las contemplaciones, tomé los implementos que antes usé para convocar el haukr y repetí el hechizo, para lo cual corté mi otra muñeca.

De nuevo, el haukr de sombras no dio resultado. No pude hallar a Aren, ni siquiera un rastro. Tal vez con Aren, Gerald si fue sincero y mi amigo se hallaba prisionero en Ormrholm, en la sede de la liga de Heirr, en algún calabozo antimagia.

A pesar de que me angustiaba su situación, nada podía hacer por él, excepto confiar en el hecho de que era inocente y que su importante posición en Augsvert lo ayudaría a salir bien librado del asunto.

Mi prioridad era Keysa.

Tomé un zurrón grande del armario y lo hechicé para hacerlo liviano. Allí guardé los pergaminos que consideré más relevantes, algunos vestidos sencillos, un par de abrigos, la daga de Kalevi y otras cosas de uso personal. Mientras revolvía encontré una pipa y al lado una bota de cuero, para mi horror, llena de licor.

Me temblaron los labios. Tenía casi tres días sin beber ni fumar después de pasar casi una lunación entera inconsciente por las drogas y el alcohol. El corazón comenzó a latirme con fuerza. Ni siquiera antes, en la asamblea, cuando estaba por delatar a Gerald, sentí tanta ansiedad. Tenía que lograrlo y dejar atrás mis adicciones, la vida de Keysa dependía de que fuera capaz de mantenerme sobria, no podía echarlo a perder como hice con mi vida entera.

Tomé a Assa aldregui y la enganché en mi cinto, me colgué en la espalda el bolso y, temblando, salí a despedirme del príncipe Kalevi, pero lo encontré al salir de la habitación, parado frente a la puerta a punto de llamar.

—Cuando todo se resuelva, volved con Keysa. Esta siempre será vuestra casa.

Lo abracé fuerte, se había convertido en un gran hombre y un gobernante sensato, me sentí muy orgullosa.

—Así lo haré, Alteza. No olvidéis la flor. También yo os mantendré informado.

Abandoné el palacio sobre caballos, mucho más rápidos que veörmirs, y escoltada por cinco de los soldados personales del príncipe, que él personalmente eligió para acompañarme hasta Skógarari.

A menos que se especifique lo contrario, todas las palabras provienen del lísico.

Koma: Ven

Assa aldregui: Sin retorno

Geng: Adelante

Haukr de sombra: Haukr de sombra o los ojos de Morkes: El hechicero conjura un haukr hecho enteramente de energía oscura proveniente de la sangre de alguna criatura mágica o de la energia resentida obtenida de los muertos. Este hechizo es capaz de localizar el rastro de magia de un sorcere y de espiar. 

Legjja af stao: Inicia el viaje

Ormrholm: Isla de las serpiente. Es el nombre de la region en la que se encuentra la sede principal de la liga de cazadores denominada Liga de Heirr

Sjá, nu finna, Keysa: Mira, encuentra ahora a Keysa

Sokogarari: En lísico la raíz Skógar se atribuye a bosque y Aria a Aguila. La traducción sería águila de los bosques. Reserva boscosa protegida por la liga de Heirr. Es un refugio seguro para las criaturas mágicas rescatadas por la liga. 

Vesa: Permanecer, quedarse.

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Hola, queridos amigos. Perdón por el glosario tan largo. Nadie adivinó lo que haría Soriana en este capitulo. ¡Que poca fé le tienen a la princesa! jajaja, aunque ella se lo ha buscado.

El capitulo, aun así, está dedicado a   Gracias por esa hermosa Soriana, es justo como la imagino.

Las actualizaciones trataré de que sean los jueves o los viernes de cada semana. Gracias por seguir aquí.


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