Capítulo IV: Confesión (II/II)

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II

Soriana.

Él tenía razón, afuera la noche era fresca. En el cielo poblado de estrellas, la luna empezaba a menguar. La ciudad estaba en calma. Enlacé mi brazo en el antebrazo de él y caminamos calle abajo, hasta dar con una plazoleta de bancos de piedra algo carcomidos e iluminada por candiles de aceite en lo alto de varios postes.

Delante debería haber una fuente; sin embargo, el tiempo y el abandono la convirtieron en un charco de aguas estancadas, en donde flotaba una capa de musgo verde aterciopelado. De vez en cuando algún sapo asomaba la cabeza y croaba clamando por pareja. Nos sentamos en uno de esos bancos, por un rato admiramos el concierto que daban los sapos y los grillos.

—Solo falta tu harmónica —dije con una sonrisa.

—¿Cómo dices? —Aren giró el rostro hacia mí.

—Si tocas tu harmónica, opacarás a las ranas y a las cigarras. No hará falta que canten para enamorarse.

Después de hablar, caí en cuenta de lo que había dicho. El calor se me subió al rostro.

—Entonces... —carraspeé—. ¿Aparte de Engla, quién más podría robar la espada de mi madre?

Aren suspiró, tardó un rato en contestar:

—Los miembros del Heimr también tienen acceso a la tumba. Alguno de ellos pudo ser.

Eso tenía lógica. Después de la masacre de la Asamblea, mi madre se volvió bastante impopular, era probable que muchos le guardaran resentimiento. Quizás, el que alguien robara su espada para volverla un draugr, obedecía a una venganza personal y nada tenía que ver con los planes del hechicero oscuro de arruinar Augsvert.

—¿Quiénes forman parte del Heimr, ahora? ¿Alguno de los miembros actuales podría guardarle resentimiento a mi madre?

—Puede ser. Había alianzas entre las familias antes de que ocurriera la Asamblea roja.

—¿Asamblea roja?

Aren asintió.

—Así llaman a la... masacre,

—Entiendo.

—Veamos. —Aren comenzó a enumerar—: Christenssen, Nass —Cuando él mencionó a la familia de mi madre, yo fruncí el ceño y él, al ver mi duda, contestó—: Sí, tu tía restituyó a tu abuelo en el Heimr. Están también los Nielsen, Abramson, Ivarg, Alfsson, Haness. Por los Hagebak entró Sila Ilfrid; Por Olestein fue nombrada Clarissa Reginald y por los Narsson, yo.

Sonreí al escuchar que mi amigo formaba parte del Heimr. Me alegré sinceramente por él. No había en Augsvert una familia que mereciera la redención más que los Grissemberg. Sin embargo, algo me extrañó.

—¿Qué pasó con los Narsson? ¿Por qué no continúan en el Heimr? La familia de Erika siempre fue muy influyente.

—Estuvieron en el Heimr hasta hace unos dos años —dijo Aren arrojando piedrecitas al charco verde—. Una extraña enfermedad los exterminó a todos. No queda ningún Narsson vivo.

—¡No puede ser!

Me llevé las manos a la boca. Los Narsson eran la familia de Erika, que ya ninguno viviera, era igual a borrar la memoria de todos ellos del mundo.

De pronto otro pensamiento se filtró en mi mente.

—Aren, dijiste que el hechicero llevaba un brazalete de gefa grio.

—Sí, así es.

—El día de la Asamblea roja, mi madre hizo el gefa grio con todos los sorceres que sobrevivieron. Les hizo jurar proteger el reino y la dinastía Sorenssen. ¿Será posible que uno de ellos sea el morkenes?

—Pero lo que estás diciendo no tiene sentido —dijo mi amigo mirándome—. Si juraron proteger la dinastía Sorenssen no podrían hacerle daño a tu madre.

—Mi madre no es una descendiente de los Sorenssen. De hecho, quien reina sucediéndola es su familia, los Nass. Yo soy la Sorenssen, con quien están obligados es conmigo, no con ella.

—Entonces, podría ser cualquiera.

En ese momento me di cuenta de una terrible verdad.

—Si quiero hallar al culpable, tendré que regresar a Augsvert.

Fue como si un profundo agujero se abriera a mis pies y me llamara. Lo que más había temido desde que mi madre murió sucedía; tendría que regresar y enfrentarme al pasado.

Aren apretó mi mano.

—Estaré contigo cuando lo hagas.

Yo asentí.

—Si no deseas quedarte, si no quieres tomar tu lugar, te apoyaré. Imagino lo difícil que es todo esto para ti.

—He pasado mi vida huyendo —dije mirando a un sapo saltar sobre un tronco—. Creí que podía esconderme, dejar atrás Augsvert, pero solamente me he engañado. Siempre he estado encadenada al reino. Supongo que el hilo que Surt ha tejido para mí es ineludible.

Suspiré con fuerza. Una ráfaga de brisa agitó las ramas de los árboles y varias hojas cayeron sobre la fuente de aguas estancadas, algunas dieron volteretas errantes antes de aterrizar.

—Luego de que te marchaste hubo un tiempo en que soñaba que regresabas —dijo Aren apretando más mi mano—. En los primeros sueños yo te insultaba porque te habías ido sin decirme. Después, los sueños cambiaron: tú regresabas llorando y me contabas que te habías perdido. Y por último ya no regresabas, era yo quien te buscaba y no te encontraba. Muchas veces te odié con pasión, Soriana.

Giré a verlo. Sus ojos estaban fijos en las aguas verdosas, pero el pulgar de su mano acariciaba las cicatrices de mi dorso.

—Aren... yo...

—Pero cuando te encontré me di cuenta de que jamás te había odiado, lo único que quería era que volvieras. Ahora ya no quiero que vuelvas. —Aren se giró y sus ojos se clavaron en los míos—, quiero que seas feliz, no importa si es lejos de Augsvert.

Una lágrima se me escapó y él la barrió con su dedo, luego llevó uno de los mechones de mi pelo detrás de la oreja.

Los grillos y las ranas continuaban cantando, la brisa sopló más fuerte y alborotó nuestros cabellos.

Muy lejos de nosotros, en lo que me parecía una distante realidad, un hechicero oscuro manejaba sus hilos; un día yo tendría que pagar por mis crímenes; en algún lugar, en ese mismo instante, alguien moría y un bebé nacía al mundo, pero yo solo podía pensar en los ojos de Aren, fijos en los míos y en el pulgar que acariciaba mi mano.

Él se acercó muy lentamente, hasta que su boca se posó sobre la mía y fue como si miles de harmónicas vibraran en el aire. Los crímenes, la magia de Morkes, la vida y la muerte, ¿qué importaban si Aren estaba ahí, besándome? Me aferré a sus hombros y él rodeó mi cintura, su calor me cubrió; su lengua me quemaba. Los labios de Aren eran suaves y dulces y traían consigo la paz que tanto anhelaba. Podría haberme quedado allí por siempre.

Los labios abandonaron mi boca y fueron a recorrer mi mentón y luego mi cuello.

—Soriana, eres lo que más amo en la vida.

Esas palabras rompieron el hechizo. Me separé de él y me levanté dándole la espalda.

¡Estúpida de mí! ¿Qué era lo que había hecho? Si seguía, destruiría también a Aren.

—¡Perdóname, Aren! Cometí un error. No debí...

—¡No! Yo fui el atrevido. No tienes que explicar nada.

Me giré y lo vi, continuaba sentado en el banco, cabizbajo y abatido. ¿Qué había hecho? ¿Cómo pude dejarme llevar por mis sentimientos?

—Por favor —continuó él sin mirarme—, no quisiera que nada cambiara entre nosotros. Puedo entender que no me ames, pero me gustaría que siguiéramos siendo amigos, como hasta ahora.

Su voz estaba rota, sus manos temblaban. ¡Qué idiota había sido! No podía dejar que creyera eso, que pensara que no lo amaba. No soportaba verlo tan triste, además, ya era hora de sincerarme.

—¿Supones que me refiero a que no te amo? —le pregunté—. ¡Ah, Aren! ¡Creo que siempre he estado enamorada de ti! —Cuando mencioné aquello, él de inmediato subió el rostro y me miró, sorprendido—. No es porque no te quiera. Tú eres alguien muy importante para mí, tanto que no soporto hacerte sufrir.

Él se levantó y tomó mis manos entre las suyas, la sonrisa iluminó su rostro.

—¿Por qué ibas a hacerme sufrir, si acabas de darme la mayor felicidad que pudiera imaginar?

Sí, yo todo lo destruía y ahora, aunque no quería, sería el turno de Aren. ¿Por qué no me alejé de él? Debí hacerlo hace mucho tiempo.

—Estoy maldita, Aren —Jadeé. Las lágrimas cayeron—. No puedo corresponderte, voy a morir.

Él suspiró y cerró los ojos, al abrirlos llevó el dorso de mis manos a sus labios y los besó, después me miró:

—Todos vamos a morir.

—Sabes a lo que me refiero. Soy una morkenes, no puedo atarte a mí.

—Tú no me atas a ti. Yo me ato a ti. Es mi decisión, Soriana. ¿Cuándo dejarás de decidir por los demás? Y en cuanto a que vas a morir, todos lo haremos.

—¡Pero yo lo haré antes! —le dije desesperada de ver su calmada decisión de ignorar mis motivos.

—¿Cómo puedes saberlo? Bien podría ahora mismo caerme un rayo y partirme a la mitad.

—¿Qué estás diciendo, Aren? ¿No lo entiendes? ¡La oscuridad está en mí, todo lo que toco se destruye!

—Lo que entiendo es que debo atreverme a decirte lo que siento, lo que tengo atorado desde que éramos unos niños. No quiero seguir callando. ¡Te amo, Soriana! Quiero estar contigo. Si esta es tu última noche entre los vivos, o la mía, quiero pasarla contigo. Déjame estar a tu lado. Si tú también sientes esto, no me apartes, por favor.

El corazón se me partía en dos. Quería decirle que sí, que deseaba pasar hasta el último de mis días a su lado, pero entonces, recordaba lo que yo era y cuál sería mi destino. No podía condenarlo.

Él se acercó a mí. Sus manos rodearon mi cintura, sus ojos no dejaban de mirar mis labios y yo sentía que la determinación me abandonaba. Jadeé, desesperada, cuando contra mi boca susurró:

—Dime que no me amas y nunca más volveré a insistir.

Cerré los ojos, cansada de luchar.

Sus labios volvieron a atrapar los míos. No podía dejar de sentir ese calor que invadía mi boca y se extendía por todo mi cuerpo, haciéndome perder la cabeza.

No podía ser posible. ¿Esto era una maldición o una bendición? Dejó de besarme y asaltó, de nuevo, mi cuello. Se paseaba por mi piel con una familiaridad pasmosa, como si siempre hubiera hecho eso y, sin embargo, para mí la experiencia era arrolladora. A una lágrima siguió otra y otra y otra más. Sentía el sabor salado del llanto mezclado con la dulzura de los besos.

—Todo lo que toco, lo destruyo, se deshace en mis manos.

—Destrúyeme, entonces, y seré feliz.

—¡Maldita sea, Aren!

—Te amo, Soriana, siempre te he amado.

—Aren —sollocé—, no me hagas esto.

Él se separó de mí y me miró con sus hermosos ojos verdes brillando cálidos. Los dedos barrieron las lágrimas de mis mejillas.

—¿Qué? ¿Amarte? ¿Cuidarte? ¿Desear que seas feliz? —Tomó el contorno de mi rostro entre sus manos—. Deja de castigarte. Entiende algo, Alteza, esta es mi decisión. Yo quiero estar a tu lado, quiero amarte hasta que uno de los dos muera, y si el geirgs existe, después de muertos, reencontrarnos y seguir amándote. No niegues esto, hacerlo es condenarnos a ambos a la infelicidad.

Cerré los ojos y gruesas lágrimas cayeron. Me abracé a su cuello con fuerza, me fundí en su calor, en la paz que su presencia siempre me había transmitido y por un instante dejé de ser la princesa que mató a su madre, la sorcerina tonta que hizo de sí misma una hechicera oscura en su afán de ser poderosa. En ese momento simplemente era Soriana y quería seguir siendo por siempre Soriana en sus brazos.


¡Gente, me vuelvo cursi! ¡Perdón!

Por otro lado... Tres libros para llegar a este momento! Este, sin duda es mi nuevo récord, jajaja. (Perdóname DrausXCaos por hacerte esperar tanto). Espero que les haya gustado, porque será todo lo que les daré ... muajajajaja. Si quieren romance vayan a leer El amante del príncipe, romance súper gay, pero romance al fin. Ya en serio, es probable que tengamos una pareja un poco mas cariñosa en los siguientes capítulos, ¿que tanto? realmente no lo sé, no estoy muy segura de si habrá +18.

Bueno, besitos, nos leemos el otro fin.

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