Capítulo V: Enemigo (III/IV)

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III

Aren

Nuestros caballos continuaron la marcha y nos detuvimos a la voz de alto de uno de los soldados vergsverianos. Había dos en total, sumado al par de cazadores, la puerta del paso era custodiada por cuatro personas. «¿Qué tan difícil sería vencerlos?» pensé. Y pues, eso no iba a ser lo complicado, sino enfrentarnos al resto de guardias que seguramente se hallaban acuartelados en el interior y que saldrían alertados si nosotros hacíamos algo.

Con la boca seca, dirigí las riendas hasta detenernos donde indicó el soldado.

—¿Sois vergsverianos?

—No, señor —contestó Soriana con un acento llano, similar al que empleaban los campesinos al hablar.

—¿Qué os trae a Vergsvert?

Soriana guardó silencio un instante. El plan que habíamos urdido para entrar en Vergsvert sin llamar la atención era hacernos pasar por comerciantes de seda de araña, sin embargo, no sabía de qué forma lo alteraría ella.

—Somos curanderos, señor. —Ante la falsa declaración, los dos guardias se miraron dubitativos. Soriana continuó hablando:

—Hemos escuchado que una plaga está acabando con vuestro ganado, mi hermano y yo tenemos experiencia en eso. Vivíamos en los alrededores del cañón de fuego. Mirad —Soriana tomó uno de los talegos que pendían de su cinturón y sacó de él varias gemas y frasquitos con polvos blancos y negros. Reconocí los frascos, eran las tinturas que ella empleaba para cambiar el color de su cabello y de su piel. En efecto, venían del Cañón de fuego, pero serían inservibles para tratar una plaga que mataba al ganado. Tragué saliva rogando a Surt que los soldados creyeran sus mentiras, ella continuó explicando—: Estás tinturas provienen del Cañón de fuego y estas son piedras volcánicas obtenidas en sus alrededores.

Los soldados volvieron a mirarse, cuchichearon algo que no alcancé a oír. La disertación duró menos de lo que tarda en consumirse una brizna de paja al fuego. Uno de ellos se dirigió a nosotros en tono severo:

—Espero que no seáis charlatanes. Cuando el árbol cae, todos quieren hacer leña.

—No lo somos, señor —dije—. Nadie en su sano juicio ingresaría a un reino azotado por la plaga. Sabemos lo que hacemos.

Exhalé aliviado cuando el soldado se apartó y nos permitió el paso. De soslayo, alcancé a ver a Ivanara que hablaba con su compañero cazador. Éramos los únicos que cruzaban el paso y avanzábamos a marcha lenta para no llamar la atención, sin embargo, no fue suficiente.

—¡Vosostros, deteneos!

Halé hacia atrás las riendas al escuchar la orden de la cazadora.

—¿Qué os pasa?—gritó ella en dirección a los soldados de la puerta—. ¡Falta nuestra inspección!

—Son curanderos —se excusó el soldado—. Traen artilugios del Cañón de fuego.

Ivanara no respondió, ella y el otro cazador se acercaron a nosotros.

—¡Descended de los caballos! —ordenó.

Maldije en mis adentros, estaba seguro de que, a pesar del disfraz, ella me reconocería.

Los tres desmontamos y nos paramos uno al lado del otro mientras la capitana nos miraba con sus fríos ojos castaños.

—Quitaos los sombreros.

Así lo hicimos.

Soriana había empleado magia sin que yo lo notara, pues su pelo no solo era de color negro, sino muy corto, como lo llevaría un campesino. Keysa también mantenía su físico modificado ocultando los rasgos de su raza.

—Así que curanderos, ¿eh? —Ella caminó por delante de nosotros sin dejar de inspeccionarnos—. ¿Queréis hacer fortuna de la desgracia de Vergsvert?

—Queremos ayudar, señora. Antes éramos granjeros y una plaga similar azotó nuestra pequeña aldea. —La voz de Soriana era grave, hablaba con seguridad, aunque mantenía un tono respetuoso y sumiso. Hasta yo empezaba a creer su historia—. Mi hermano y yo pudimos salvar algunos animales después de muchos intentos. Tal vez nuestros conocimientos sirvan de algo y nos den a cambio una pequeña retribución.

—No dudo que el primer consejero os reciba. Necesitan mucha ayuda. Le pediré al capitán del fortín que os dé una escolta, así llegarán sin perdida de tiempo a Eldverg. —Cuando la escuché, apreté los dientes. Soldados escoltándonos era lo que menos queríamos—. Pero antes.

Ivanara metió la mano por dentro de su uniforme de cuero y sacó una piedra blanca, al verla supe que estábamos perdidos, era la piedra de Sýna. La cazadora dio dos pasos al frente y balanceó la piedra delante de Soriana, de inmediato, se coloreó de rojo sangre. No me di cuenta en qué momento aparecieron más cazadores, lo cierto fue que con rapidez asombrosa, nos rodearon con cuerdas fabricadas de ethel.

—¿Así que curanderos? —La mano de Ivanara brilló en naranja y la deslizó frente a Soriana—. ¡Revelaos!.

El cabello volvió a ser de un blanco resplandeciente y cayó en oleadas sobre los hombros. Ivanara jaló la falsa barba y el rostro de Soriana fue expuesto.

No pude hacer nada, el ethel drenaba mi poder y las cuerdas, fuertemente apretadas alrededor de mis brazos y cuerpo, me impedían moverme.

—¡Soriana, la escurridiza hechicera oscura! —exclamó Ivanara con satisfacción. Después giró hacia mí—. ¡Revelaos! —Ante el contrahechizo todos los rastros de mi disfraz desaparecieron, los ojos cafés de ella brillaron—. Como creí, eres mi buen amigo Aren.

Ahí moría nuestro plan. La perseverancia de la cazadora daba frutos. Nos quitaron las espadas y nos llevaron al interior del fortín. Allí solo restaría esperar a que nos trasladaran a Ormrholm, a la sede de la liga.

Los cazadores nos llevaron con rudeza hasta una pequeña celda de los calabozos subterráneos. Nos arrojaron a los tres al interior de la misma, donde no había ni un solo mueble, solo piedra oscura y fría. La gruesa puerta de hierro se cerró tras de ellos. Un haz de luz proveniente de una única ventana en lo alto de la pared, y que debía estar a raíz del suelo del patio de armas, iluminaba precariamente la pequeña celda cubierta de restos de paja.

—Soriana —gimoteó Keysa en cuanto nos quedamos solos.

—No te preocupes, saldremos de esta —le contestó ella mientras se enderezaba y pegaba la espalda contra la pared.

—No pensé que hasta aquí nos perseguiría Ivanara —me lamenté.

—Esperaremos el anochecer para escapar. —Soriana hablaba como si lo que dijera fuera lo más sencillo del mundo, como si no nos encontráramos en una alcabala llena de soldados y cazadores—. Si deciden trasladarnos hoy mismo a Ormrholm, entonces huiremos mientras viajamos.

—¿Y cómo supones que haremos eso, Soriana? Con esto alrededor de nuestros cuerpos no podemos usar magia, ni siquiera Keysa puede.

—Hay otra manera.

Ella lucía muy segura, pero yo sabía que no existía forma de emplear la magia mientras el ethel estuviera en nuestro cuerpo, al menos no la magia de Lys. La miré de soslayo y temí lo peor. Tal vez ella conocía otra forma de burlar el ethel usando la magia de Morkes.

Keysa empezó a llorar.

—¡Esto no puede ser posible! ¡No seré una prisionera de nuevo!

—Te prometo que no lo serás.

Podía entender a la joven hada, su cautiverio estaba muy reciente y a pesar de toda esa nueva fortaleza que exhibía, ella en el fondo continuaba siendo una niña asustada.

Estuvimos un rato largo allí dentro, pero no tenía forma de saber con precisión cuánto tiempo había pasado. Sentía los labios y la garganta reseca, necesitaba agua.

Keysa ya no lloraba y al igual que Soriana, parecía sumida en sus pensamientos.

La puerta se abrió con un chirrido y una figura apareció recortada contra la luz del pasillo. Dio un paso adelante y pude ver que se trataba de Ivanara. Traía una banqueta en la mano, la colocó en el suelo y se sentó frente a nosotros.

—Sabía que tarde o temprano los encontraría —masculló enojada—. Jamás dejo escapar a un criminal.

No podía verle con claridad el rostro, pero por su tono de voz imaginaba la rabia que debía embargarla, lo cual me desconcertó un poco. Había creído que ella se sentiría satisfecha de habernos atrapado. Ivanara agitó un pequeño pergamino en el aire, del tamaño de aquellos que portan los hawkers, supuse que su enojo estaba relacionado con el mensaje escrito en él.

—¿Saben qué es esto? Es la respuesta de la sede central. Les escribí notificando que los había atrapado.

—No me digas —le contesté burlón—, ¿después de todo tu esfuerzo no te ascenderán?

—Me han ordenado asesinarlos, aquí y ahora.

Keysa gimió al escuchar la noticia y yo me sorprendí, esa orden era bastante arbitraria.

—No lo entiendo —dijo la capitana cruzando las piernas e inclinándose hacia adelante—. La liga no opera así. Eres una asquerosa hechicera oscura y tú un estúpido sorcere que por alguna razón la ayuda. Merecen morir los dos, pero después de ser juzgados. ¿Por qué el karl me ordena directamente que los ejecute sin enjuiciarlos?

Fruncí el ceño intentando entenderla. Ella era tan apegada a la justicia y las normas que no podía concebir el hecho de pasar por alto las reglas.

La risa de Soriana sonó fuera de lugar en medio del tenso monólogo de la capitana.

—¿No me digas que tienes principios? —le preguntó Soriana cuando dejó de reír.

—Tú sabes por qué lo está haciendo —le dije yo—, en el fondo lo sabes. Te lo dije en el paso de Geirs, Ivanara. Algunos de tus compañeros están en algo turbio y si el karl te ha ordenado eso es probable que él sea partícipe.

—¿Qué es lo que ustedes saben? ¿Por qué el karl quiere eliminarlos sin un juicio?

—¿Y qué harás si te lo decimos? —la voz ronca de Soriana tenía un tono retador—. ¿Nos creerás?

—Depende de qué tan descabellada sea la historia.

—Miembros de la liga están involucrados en el tráfico de criaturas mágicas —le dije.

—¿Sigues con eso?—contestó ella.

Iba a replicarle cuando Soriana habló:

—¿No investigaste el paso de Geirs? Allí ocultaban criaturas mágicas, hacían experimentos, debiste ver las señales, los rastros de magia negra. La liga sabía de su existencia, había insignias de cazadores allí. Y me imagino que estarás enterada de Sokogarari. Dime, cazadora, ¿qué te dijeron que pasó en el bosque?

Ivanara guardó silencio un instante, cuando habló el tono de su voz se había suavizado:

—Ustedes atacaron a los cazadores que protegían la reserva.

Eso no estaba equivocado, sin embargo, a la historia le faltaba una parte.

—¿Cuál reserva? —le contestó Soriana, cínica—. La única criatura mágica que había allí eran una strix. Cuando penetramos el bosque hallamos un sitio en lo profundo del cañón, un pasaje subterráneo donde todo un corro se hallaba secuestrado por morkenes. Explícame, capitana, ¿cómo es posible que hechiceros oscuros tomen cautivas hadas de una reserva protegida por la liga de Heirr? Creo que ya sabes la respuesta: tus superiores lo permitieron.

Cuando mi amiga acabó su explicación, Ivanara permaneció en silencio, no podía estar seguro si le creía o no. Ella era terca y muy probablemente se reusaría a sospechar de la liga. Me quedaba claro que tenía un alto concepto de la organización a la cual pertenecía y no sería fácil aceptar que estaban enlodados por la corrupción.

Finalmente, se puso de pie, tomó la banqueta de madera y salió de la celda sin decir nada más.

—Ella no creyó nada, Soriana —dijo Keysa con voz llorosa— ¿Qué haremos ahora?

—Depende. Si la capitana decide cumplir ahora la orden de la liga, será una masacre. Si lo deja para mañana, escaparemos esta noche.

Seguía sin entender cómo ella podía estar tan segura de que podíamos escapar, yo lo veía imposible.

El resto del tiempo estuvimos en la celda sin recibir nuevas visitas. La celda se tornó mucho más oscura, pues el haz de luz dejó de entrar llegada la noche. Desde afuera penetró el rumor de varias voces y algunas palabras sueltas por las que deduje que los soldados realizaban el cambio de guardia.

—Ivanara no nos va a ejecutar esta noche —dije.

—Por fortuna —me contestó Soriana—. Tener que enfrentarnos al pequeño destacamento que hace vida en el fortín sería un verdadero contratiempo. ¿Cuántos soldados crees que haya? Estás en el ejército negro, ¿no?

—Así es —le contesté a mi amiga—. Lo usual es que sea una pequeña compañía, no más de cincuenta. Deben haber montando guardia diez en este momento. ¿Qué estás planeando?

Ella no me contestó, pero a mis oídos llegó un susurro:

—Koma, Assa aldregui.

Fruncí el ceño. ¿Estaba convocando a su espada? ¿Podía hacer eso? Solo si existía una conexión entre su savje y el de la espada, esa llamada funcionaría. Esos casos existían, ocurrían cuando en la forja de las espadas se usaba sangre del futuro propietario y el herrero era un versado hechicero que empleaba magia para conectar el arma al dueño, era el caso de todas las armas legendarias, el caso de la reina Seline y su espada. Hasta donde yo sabía nada de eso pudo ocurrir con Assa aldregui y Soriana. La espada existía desde hacía cientos de años, no había sido forjada para Soriana, no podía existir ninguna conexión entre ellas.

Un zumbido irrumpió en el silencio de la celda. A través de la reja apareció un destello, me costó verla en la oscuridad. Me sorprendí cuando la espada cortó las ataduras de Soriana. ¿Cómo era posible?

Para ella aquello parecía ser de lo más natural, no hizo caso a mi mutismo estupefacto. Soriana se levantó y cortó las cuerdas alrededor de mi cuerpo, luego hizo lo propio con Keysa.

Iba a preguntarle de qué forma había conseguido tener esa conexión con la espada, cuando el murmullo de pasos rápidos llegó hasta nosotros. Soriana, a mi lado, empuñó a Assa aldregui y yo encendí mi savje al igual que Keysa. Nos colocamos a un lado de la puerta para que, en el momento en el que esta se abriera, nosotros pudiéramos atacar al soldado.

Una figura encapuchada penetró el umbral.

—Por todos los draugres, ¿qué... —la capitana no concluyó la frase, pues Soriana apoyó la filosa hoja en su cuello.

—Grita y te mueres.


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Hola, estoy muy feliz de volver y con muchas expectativas con respecto a lo que se viene. 

Bueno, seguimos leyéndonos. Estén atentos, les notificaré en mi tablero si habrá actualización el proximo domingo o el siguiente. Besitos y gracias por seguir aquí.


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