Capítulo XIV: Frente a frente (IV/IV)

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IV

Aren

La lluvia y los relámpagos continuaban cayendo. Al frío de la tormenta se sumaba el de las decenas de cadáveres revividos que nos rodeaban. Reisa vel refulgía en mi mano cubierta de mi savje azulado y Assa aldregui brillaba intensamente.

De pronto, Soriana hizo algo que no esperaba, envainó la espada.

—¿Qué haces? —le pregunté sin dejar de mirar con horror a los cadáveres cada vez más cerca.

Ella encendió su savje y comenzó a arrojar runas a los cuerpos que se nos aproximaban.

—No tienen la culpa, están siendo manipulados por Dormund, Si Assa aldregui los absorbe, sus almas nunca más podrán volver.

Los cadáveres caían al ser impactados por las runas, pero casi de inmediato volvían a levantarse. Sin la ayuda de Assa aldregui no había mucho que pudiéramos hacer.

—¡Esto no está funcionando, Soriana! —le grité al ver que a pesar de nuestro ataque volvían a recomponerse.

—¡Berkhan, haz la runa de Brekhan! —gritó ella.

Hice lo que dijo y con una sola lengua de savje apresé a varios cadáveres. Los cuerpos mutilados y putrefactos emitieron alaridos espeluznantes cuando el savje los rodeó, el frío que se desprendía de la energía oscura que emanaban comenzaba a afectarme, sentía que mis miembros se entumecían. La densa oscuridad que nos rodeaba hacía difícil ver, así que hice aparecer una gran luminaria de Lys, cuyo brillo y calor retrajo un poco las sombras y el frío.

Soriana avanzó hacia el grupo de cadáveres, envuelta en energía oscura; los ojos grises de agua clara se habían convertido en pozos de brea.

—Apresa a más con el berkahn —dijo con esa voz extraña que adquiría cuando la magia de Morkes la poseía.

Trataba de lanzar los hechizos lo más rápido que podía, pero aquellos muertos eran también muy veloces. Una mano huesuda me aferró el tobillo, otro de los cadáveres logró acercarse lo suficiente como para que sus dedos se cerraran alrededor de mi cuello. Blandí mi espada y la mano cayó al suelo, sin embargo, el cadáver no se dio por vencido y extendió el otro brazo. Más muertos se acercaban y el grupo sujeto por el berkhan comenzaba a librarse del hechizo.

Los cazadores de la liga de Heirr tenían éxito en sus misiones porque utilizaban herramientas mágicas como la piedra de Sýna que se los permitía o conocían hechizos restrictivos con los que lograban devolver al geirgs a los cadáveres. Yo no poseía herramientas, tampoco conocía hechizos anti magia negra. Y además el efecto de la magia de Morkes comenzaba a debilitarme.

Para empeorar el panorama, la reina Seline había vuelto a aparecer.

De su antigua imagen no quedaba mucho, ella no era más que una sombra que se movía con destreza.

—¡Madre, soy yo! —gritó Soriana mientras la esquivaba—. ¿No me reconoces?, soy tu hija.

Era inútil, La Escarchada se movía con una agilidad sorprendente. Temía que si Soriana no atacaba, tarde o temprano acabaría lastimada. Sin embargo, ella no quiso usar a Assa aldregui en contra de los cadáveres de los alferis, mucho menos lo haría para enfrentar a su madre.

No pude continuar prestando atención a Soriana porque los enemigos salidos del geirgs continuaban acechando. Usé entonces, la runa de Ahor, cuando explotó, los cuerpos se desmembraron y varias partes putrefactas salieron volando. Al menos tendría unos pocos instantes antes de que se reagruparan.

Me uní a Soriana y junto a ella enfrenté al draugr que era la reina.

Seline abrió la boca y exhaló una pestilencia helada, Soriana la rechazó con un golpe de energía oscura.

Hice la runa de berkhan y logré apresar a Seline, no obstante el efecto no duró mucho, ella la rompió con facilidad.

Soriana, finalmente, desenvainó la espada, pero en lugar de usarla en contra de nuestro enemigo, hizo con ella un corte en el antebrazo que no tenía la muñequera. Las gotas de sangre cayeron en su palma. Mientras ella hacía lo que fuera que estuviera planificando, yo la cubrí y continué arrojándole runas a la reina y golpeando con Reisa vel a los cadáveres.

Por el rabillo del ojo vi como se concentraba alrededor de Soriana gran cantidad de energía oscura mientras ella susurraba palabras que no alcanzaba a escuchar. De pronto los cadáveres con los que luchaba se quedaron incólumes y solo la reina persistía en el ataque.

No podía prestar mucha atención a lo que hacía Soriana, debía hacer rápidos movimientos con mi espada para bloquear la de Seline, no obstante fue imposible no observar como de los cadáveres se desprendía la energía oscura que los animaba. Volteé hacia Soriana y la vi absorber dentro de sí misma todo ese savje oscuro. Ella se había convertido en una especie de receptáculo de energía de Morkes.

El pánico me invadió al mirarla hacer semejante locura. Los cuerpos vivos no estaban hechos para albergar energía de muertos, pues esta suele destruirlos tarde o temprano y ella acababa de recibir en el suyo la de decenas de cadáveres.

—¡Soriana, no!

Sus brazos se abrieron en cruz para recibir ese savje, ella gritó y luego su cabeza cayó hacia adelante como si se hubiera desmayado. Tuve miedo de que toda esa energía la hubiera vencido. No pude hacer nada para socorrerla, la reina me atacó con la Escarchada haciendo un movimiento de barrido.

—¡Soriana, despierta! —grité mientras continuaba peleando.

No supe qué sucedió, ni como lo hizo, lo cierto fue que de pronto los cadáveres volvieron a animarse, se movieron en mi dirección. Creí que me atacarían, pero en lugar de eso todos se volcaron sobre Seline.

Al mirar con atención me di cuenta de que muchos hilos delgados de savje negro los unían a Soriana.

Ella estaba de pie, otra vez se encontraba envuelta en magia de Morkes y susurraba palabras que no alcanzaba a oír. Los hilos se cortaron, los cadáveres apresaron a la reina y Soriana parpadeó varias veces, poco a poco sus ojos recuperaron el color habitual.

—Tenemos que encontrar a Dormund —dijo ella caminando hacia mí—. No sé cuanto tiempo mi madre tarde en deshacerse de los cadáveres.

La miré un instante buscando algún signo de debilidad, no podía creer que hubiese soportado tanta energía fantasmal y no tuviera alguna repercusión. Lo cierto fue que Soriana lucía como siempre, se dio la vuelta y emprendió la marcha. Volvimos sobre nuestros pasos para buscar los hipogrifos que habíamos dejado amarrados.

—Apresúrate —apremió ella.

La oscuridad se había incrementado y en el suelo varias raíces hacían el terreno irregular. Ella caminaba rápido, en un instante trastabilló y yo tuve que apresurarme para evitar que cayera, fue entonces que lo noté. A pesar de que ella llevaba puesta la armadura, me di cuenta de que Soriana temblaba sin control y al estar más cerca, aprecié su rostro surcado de muchas líneas negras como si fuera una red.

—¡Soriana, no estás bien! —exclamé alarmado.

Ella se enderezó, pero no dejó de temblar, con un hilo de voz respondió.

—Estoy bien. Mira, ahí están los hipogrifos. Tenemos que llegar a Dormund y también con los alferis, hay que decirles lo que él planea.

A medida que caminaba veía como se tambaleaba.

—¡No mientas! ¡No estás bien, Soriana!

La sujeté del brazo y evité que continuara avanzando, ella se giró hacia mí.

—Sí, lo estoy. A veces tardó un poco en reponerme, eso es todo. Por favor, Aren, tenemos que detenerlos.

Dudé de si seguirle el juego, era evidente que la magia negra le pasaba factura. Deseaba tomar el hipogrifo y sacarla de allí, ya no me importaban Dormund o Augsvert. Los ojos de agua clara me miraban suplicantes. En el fondo sabía que no podía obligarla a dejar esa guerra atrás, porque lo que estaba involucrado no era Dormund o nuestro reino, sino el alma de su madre.

Con un suspiro asentí, pero me juré a mí mismo llevármela si empeoraba, no iba a permitir que arriesgara la vida así terminara odiándome para siempre.

Subimos al mismo hipogrifo, en el estado en el que ella se encontraba temía que pudiera caer. Encendí una gran luminaria que nos alumbrara el camino y nos elevamos. Desde las alturas lo primero que vimos fue a los alferis, la mayoría en tierra, dirigiendo las lanzas contra la barrera, otros se encontraban en el cielo, sobre hipogrifos como nosotros. En lo que nos vieran nos atacarían.

—Cambia tu imagen —me susurró Soriana.

Así lo hice. Con mi aspecto semejante al de un alferi, volamos entre ellos. Me aseguraba de buscar a Dormund, pero él no estaba por ninguna parte.

—¡Detente! —ordenó Soriana—. Es Caleb, el capitán de los alferis.

Ella había señalado hacia un alferi que montaba una bestia castaña. El hombre daba órdenes a otros a su alrededor. Era la primera vez que veía a un alferi de cerca y me sorprendí con el parecido que tenían con Soriana. Eran los mismos ojos gris claro, el mismo cabello blanco, el tono de piel oscuro. Más que nunca entendí por qué el Heimr siempre estuvo receloso de ella, el aspecto de Soriana era igual al de un alferi.

—¡Caleb, Caleb! —gritó ella cuando dirigí el hipogrifo hacia el capitán alferi—. Caleb, soy yo, Soriana.

—¡Abre el domo! —exigió él en lugar de saludo—. ¡Dijiste que nos dejarías entrar!

—No puedo hacer eso ahora, sería una masacre y es lo que Dormund quiere, él desea que muchos sorceres y alferis mueran para poder tomar su savje. ¡Tienes que ordenar la retirada!

—¡¿Estás loca?! ¡Esta es nuestra oportunidad, el domo está a punto de romperse!

—¡No, Caleb! Si entran, los sorceres los asesinarán, Dormund no va a ayudarlos.

La lluviaincrementó su intensidad, los relámpagos iluminaron el cielo y los truenos agitaron a las bestias que batieron las aladas, asustadas. A nuestro alrededor, los alferis sobre las monturas aprovecharon el recrudecimiento de la tormenta y cargaron las lanzas. El tal Caleb sonrió ampliamente y dio la orden a sus subalternos de atacar el domo de Augsvert.

Varias lanzas se estrellaron contra la cubierta mágica, todas dirigidas al mismo lugar donde se encontraba la falla.

—¡Caleb, por favor, detente! —imploró otra vez Soriana—. ¡Detén esto! ¡Será una masacre!

—¡No!

—¡Dijiste que yo era Alberic! ¡¿No obedecerás a tu Alteza Real?!

Caleb pareció reflexionar, sin embargo, antes de que pudiera decir cualquier cosa, la situación en tierra se agitó. Dormund y sus hechiceros oscuros aparecieron.

Los que acompañaban a Dormund eran al menos diez morkenes. Los alferis reaccionaron con entusiasmo al verlo llegar, aprovecharon los relámpagos y volvieron al ataque con más fuerza. Mi esperanza era que el domo resistiera. Del otro lado, el ejército negro aguardaba preparado. Sin embargo, no eran tantos hombres los que custodiaban el pilar. Englina no envió refuerzos y los que cuidaban la falla era un solo un destacamento de pocos soldados. Ni siquiera con los subordinados de Moira y Percival lograrían equiparar el número de alferis del otro lado.

—¡Caleb, ordénales retirarse!

El cielo se oscureció como sucedió antes, cuando Dormund invocó el ejército de cadáveres. Fue evidente que se preparaba para realizar algún hechizo de magia oscura. Decenas de flechas se estrellaron justo en la falla, la cual se amplió peligrosamente.

—¡Tenemos que cruzar el domo! —gritó Soriana para hacerse oír por encima del clamor de los soldados y los truenos—. ¡Tengo que reforzarlo, no resistirá!

—¡Tú tampoco lo harás, estás muy débil!

—Debo intentarlo. Si Dormund lo rompe, nos matará a todos, a sorceres y alferis.

Arrié las riendas y le di vuelta al hipogrifo directo hacia el domo, cuidando de cruzar en un sitio donde los alferis no estuvieran dirigiendo sus ataques. Soriana abrió una abertura en la barrera y logramos atravesarla.

Había olvidado que mi apariencia era la de un alferi, en lo que estuvimos del otro lado, decenas de runas volaron hacia nosotros. Por suerte, Soriana logró formar un Jhálmar gylltir que nos protegió. Envuelto por la barrera mágica, dirigí el hipogrifo hacia el pilar del oeste, aterricé suavemente. A pesar de que ya había desecho el hechizo sobre mi apariencia, los soldados del pilar nos recibieron con las espadas en alto. Esos soldados no sabían de la princesa Soriana, para ellos una alferi había cruzado el domo.

—¡Rendíos! —gritó uno de ellos.

Otro se acercó con la espada en guardia.

—¡Dejad vuestras espadas! —grité yo—. Estáis ante Su Alteza Soriana Sorenssen.

El soldado más cercano a nosotros dudó al escuchar mis palabras, le dirigió una mirada más detallada a Soriana y para mi sorpresa, bajó la espada, luego postró una rodilla en tierra.

— Es la princesa Soriana —le dijo él a sus compañeros—. Yo os recibí cuando volvisteis a Augsvert. Disculpadme, Alteza.

—Levantaos. —Soriana movió la mano y el hombre obedeció—. Continuad vuestra labor y estad atentos, intentaré reparar la falla.

—¿Estás segura de esto, Soriana? —le pregunté—. ¿Tienes la fuerza suficiente para hacer el hechizo?

—No lo sé, pero tengo que intentarlo.

Soriana sacó un talego de cuero que llevaba en el peto de la armadura, extrajo un par de cristales brillantes, que sostuvo en la mano. Los reconocí, eran las lágrimas de la reina Nayla.

Me aparté unos pasos de ella que comenzó a dibujar runas en el aire, las cuales brillaron en rojo oscuro, reconocí algunas: ipsil, regna y otras que nunca antes había visto.

Mientras Soriana realizaba los símbolos del hechizo, el aire continuó densificándose, los relámpagos aumentaron la frecuencia y también los ataques de los alferis. De pronto se escuchó del otro lado del domo un sonido sordo, semejante a un gran trueno, y después un resplandor rojizo, una inmensa onda de energía impactó contra el domo, que tembló por primera vez en cincuenta años, desde que fue creado. Volteé a mirar a Soriana, las runas brillaban frente a ella, pero todavía el hechizo no estaba listo.

De nuevo el sonido. Soriana juntó las palmas y después las separó, las runas fueron arrojadas hacia el pilar en tanto la inmensa onda del otro lado se estrellaba contra el domo. Con horror vi la barrera fracturarse igual a cristal frágil. El domo de Augsvert había caído.

Los alferis sobre sus hipogrifos y los que estaban en tierra se lanzaron al ataque, eran inminente el choque de los dos bandos. A mi alrededor los soldados del ejército negro desenvainaron. Sin embargo, ningún alferi pudo cruzar. Las runas del hechizo de Soriana se extendieron a partir del pilar y cubrieron la ruptura. De las manos de ella brotaban hilos de energía resplandeciente y para mi total asombro dorada, como era su antiguo savje. Hilos que se difuminaban en el pilar y que este multiplicaban por cientos, expandiéndose y creando una gigantesca malla.

—¡Lo lograste Soriana!

Ella no me contestó. De sus manos continuó brotando la energía que formaba el hechizo. Dormund, del otro lado, lanzó una nueva onda y otra seguida a esta y una más. En total fueron tres que impactaron continuamente contra el pilar que recién se formaba. La plataforma tembló luego de la última onda.

Soriana cayó de rodillas.

Corrí hacia ella y la sostuve en mis brazos, los cristales de la reina de las hadas se habían vuelto polvo en sus puños. El rostro de Soriana lucía una palidez espectral y de nuevo lo surcaban finas líneas de savje negro.

—No... tengo... más savje de Lys —dijo ella con dificultad, sus ojos se habían vuelto negros como obsidiana—. Morkes me está llamando.

Soriana cerró los ojos, la plataforma tembló otra vez. El domo no aguantaría otro impacto. La tomé en mis brazos y monté con ella el hipogrifo, justo antes de que la plataforma se derrumbara.


*****

Chan, chan, chan, chaaaaan ¿qué pasará ahora?

Contra todo prónóstico logré escribir este capítulo, no es el mejor, me cuesta narrar batallas por que no me gustan, pero hice mi mejor esfuerzo y espero que les sea de su agrado. Espero que podamos leernos la próxima semana.

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