Capítulo XVI: Otro tiempo se acerca (I/III)

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

I

Soriana

Mi cabeza pesaba como piedra, un temblor violento me recorrió el cuerpo, tenía mucho frío.

Cuando abrí los ojos, la luz me cegó y tuve que cerrarlos de nuevo. Temblando, con los párpados apretados, fui tomando conciencia poco a poco de donde me hallaba: acostada boca arriba sobre una superficie dura y con las piernas estiradas, no así mis manos, las cuales tenía flexionadas sobre mi abdomen y agarraban un objeto pesado que reposaba sobre este.

Volví a abrir los ojos, esta vez con más cuidado, intentando adaptarme a la luz brillante. Por encima se extendía el techo alto y blanco. Giré un poco la cabeza, a mi alrededor no había más que muebles comunes. Otro temblor intenso me hizo tiritar, me levanté estremecida por el frío, pero al hacerlo choqué contra paredes de cristal, me encontraba encerrada dentro de una especie de urna.

—¿Qué es esto?

Mi voz salió clara, pero a pesar de ello no podía escuchar ningún otro sonido debido al encierro en el que me encontraba. Apreté con fuerza lo que tenía en mis manos y me di cuenta de que era Assa aldregui. Levanté la espada y corté con su filo la urna, de inmediato el aire se llenó de ruido.

—¡El poderoso cetro de Lys me saqué los ojos si lo que veo no es real! —Una voz sorprendida me hizo respingar—. ¡Habéis vuelto a la vida! —La madre de lara Moira se acercó a toda prisa. Sus ojos oscuros parecían querer salirse de sus cuencas mientras me detallaba—. ¡Es imposible!

—La batalla —Mi voz salió más ronca de lo habitual—, ¿qué sucedió?

—No, no lo sé. Todavía no hay noticias. ¡¿Cómo es posible que estéis viva?!

Estaba encima de una especie de plataforma, al intentar descender me mareé.

—Alteza, os encontráis débil. —Melisandra se apuró a sujetarme del hombro para que no cayera de bruces en el suelo—. Permitidme examinar vuestro savje.

No había tiempo para examinar savje, debía volver al pilar del oeste y detener a Dormund.

—¿Qué pasa? —La voz grave de Aren llegó hasta mí. Luego un grito de sorpresa, al girarme nuestros ojos se encontraron—. ¡Soriana!

Él corrió y cuando llegó a mi lado me abrazó con fuerza.

—¡Por todos los dioses! ¡Estás viva! ¡Bienaventurados Lys y Surt, y Olhoinna que te han permitido regresar conmigo! ¡Oh, Soriana!

Aren sollozaba mientras apresaba mi cabeza contra su pecho. En ese momento entendí lo que sucedía, todos me habían creído muerta y me encontraba en mi lecho sepulcral. También Keysa llegó y, al igual que Aren, se sorprendió de verme viva, así que en un instante llorábamos los tres abrazados sobre los restos de cristal del ataúd roto.

***

—No hemos tenido noticias desde entonces —dijo Aren—, lo último que supe fue que continuaban peleando en la frontera.

Me abrigué más con la manta que me habían traído; era gruesa, no obstante, el frío persistía, parecía venir de adentro de mi cuerpo y ni siquiera mi savje encendido lo mitigaba. Bebí otro sorbo de té antes de responder.

—Entonces tenemos que ir, debemos detenerlo.

—¡Estás loca! —Aren jamás se había opuesto a mí de esa forma tan tajante—. ¡Acabas de regresar de entre los muertos, no dejaré que vayas!

—Mi madre...

—¡Tu madre no se irá a ninguna parte, Soriana! Primero repondrás fuerzas. ¿Qué sentido tiene haber vuelto si te expones a ser asesinada de nuevo?

—¡No lo entiendes! ¡A medida que pasa el tiempo y la lucha sigue, Dormund se vuelve más fuerte con cada muerte de sorcere o alferi que ocurre! ¡Si lo dejo continuar, no podré salvarla!

—¡¿Y piensas que ya no es muy fuerte?! Reponte y luego lo enfrentaremos.

—Él tiene razón, Soriana. —Keysa se había acercado a mí y me miraba suplicante—, no podré soportar perderte otra vez.

Me partío el corazón verla tan triste. Entendía los sentimientos y el temor de ambos, pero ellos no me comprendían a mí. Había regresado de entre los muertos con único propósito: liberar a mi madre y por muy egoísta que pudiera parecer, no permitiría que nadie me lo impidiera.

—De acuerdo, descansaré esta noche, pero mañana antes del alba iré a buscar a Dormund.

Aren suspiró cansino, sin embargo, no se opuso a mi decisión.

Melisandra examinó mi savje, no encontró ninguna alteración en él. Según dijo lo sentía fuerte y fluido, así que concluyó que el frío que sentía se debía a mi paso por el reino de los muertos. Ella no conocía a nadie que hubiera regresado del geirs así que no sabía qué esperar. Tampoco yo, en realidad, lo que había vivido en la tierra de los muertos era confuso. Morkes y Lys en realidad eran dos partes de un mismo dios: Erin, quien fue el creador de la magia en un tiempo primigenio. El mensaje que ambos me habían dado era claro: la magia era una; sin embargo, no dijeron como fusionarla.

—Erin —susurré deslizando el índice por el medallón que colgaba en mi pecho—, continúas siendo un misterio.

Tocaron a la puerta

—Adelante.

Aren entró, pero se detuvo en el umbral, parecía indeciso de si seguir o no.

—Tengo mucho frío —dije y extendí una mano en su dirección—. Ven.

Él se acercó y se sentó a mi lado en la cama.

—No quiero que estés molesta conmigo.

—¿Por qué lo estaría?

—Discutimos allá abajo —contestó él, cabizbajo.

—Está bien, entiendo tu miedo. Quiero detener a Dormund lo antes posible, cada vez se vuelve más fuerte, mientras la lucha dure, su magia oscura continuará alimentándose del savje de los muertos.

—Lo vamos a detener, no te preocupes. —Los ojos verdes de Aren brillaron mientras su mano acariciaba mi mejilla—. Realmente creí que habías muerto, estaba devastado.

Apoyé la cabeza en su pecho y dejé que el calor de su cuerpo me rodeara. No llegaba a contrarrestar el frío, pero era reconfortante, al igual escuchar los latidos acompasados de su corazón.

—Morí, Aren. Fue Morkes quien me permitió regresar.

—Y quieres volverte a ir. —El tono melancólico de su voz me trastocó.

—Regresaré a ti —dije.

Aren sujetó los costados de mi rostro y lo subió para mirarme a los ojos, en los suyos había angustia.

—¿Lo prometes? ¡Prométeme que vas a vivir!

—Voy a vivir.

Me estiré un poco hasta alcanzar sus labios tibios. En el geirgs no hay forma de medir el tiempo, había estado poco más que lo que tarda en consumirse una vela de Ormondú, pero allí, en los brazos de Aren, sentía que había estado años separada de él. Extrañaba su boca, su calor, el tacto delicado de sus manos grandes sobre mi piel. Cerré los ojos cuando profundizó el beso, la mano que tenía en mi espalda me acercó más a él mientras la otra continuaba sujetando mi mejilla.

En poco tiempo el beso escaló en intensidad.

Era extraño sentir frío y calor al mismo tiempo. Por un lado estaban las sensaciones que Aren despertaba en mí y por el otro el frío lúgubre que se me había quedado adherido de la tumba. No importaba, cerré los ojos y me concentré en los labios que me besaban y los dedos que me recorría.

Mientras Aren me hacía el amor, me olvidé de Dortmund, de mi madre y del dios que fue partido a la mitad. En ese instante solo importaba el aroma masculino que me envolvía, las hebras castañas que me hacían cosquillas en el rostro cada vez su cabello rozaba mi cara, el ardor que sentía en mi cuerpo y las imperiosas ganas de entregarme a él. Como hubiera deseado que la realidad fuera otra. Lo habría dado todo si algún dios me concediera la posibilidad de regresar en el tiempo y enmendar mis errores. Intentaría que mi madre continuara con vida, yo sería una buena hija y la heredera que todo Augsvert esperó y merecía.

Pero no era así y todo lo que me quedaba era vivir ese instante de efímera felicidad de la manera más intensa posible.

Abrí los ojos cuando ya el sueño me vencía. A través de las cortinas ya no se filtraba la luz, una nueva noche había llegado. A mis espaldas, en mi cuello, se perdía el aliento de Aren. Con cuidado giré, quedé frente a él y observé su plácido rostro dormido: La sobra castaña de su barba, la piel tostada y un poco áspera, los rizos que le cubrían parcialmente el rostro. Quería tocarlo, recorrer con la punta de mis dedos la nariz, un poquito torcida, el contorno de su mandíbula fuerte, acariciar sus labios y apoyar mis yemas sobre sus párpados cerrados, sentir el leve temblor de sus ojos e imaginar sus sueños.

¡Dioses! Se me apretó la garganta. Si tan solo existiera otra forma. Si la tonta Soriana del pasado no me hubiera arruinado la vida, yo podría quedarme en los brazos de Aren, yo hubiera podido ser feliz.

Una lágrima se me enredó en las pestañas y luego, presurosa, recorrió el camino de mis mejillas. Cerré los ojos, agarré aire hasta que la determinación de nuevo regresó. Aparté el brazo que cruzaba mi cintura y moviéndome lo más lento posible, salí de la cama. Me vestí de prisa con una de mis viejas túnicas, tomé la espada y sin hacer ruido, abandoné el dormitorio. Sí, el corazón de Aren se destrozaría al despertar, pero no tenía ninguna otra opción.

La casa se hallaba desierta, a esa hora de la noche los pocos ocupantes dormían. Descendí las escaleras en completo silencio, avancé y salí afuera. Era noche cerrada, ni siquiera la luna brillaba en el cielo, varios nubarrones cubrían las estrellas. Tal parecía que la tormenta amenazaba de nuevo. Mi dirigí hasta los establos. La suerte estaba de mi lado, o los dioses me bendecían porque un hipogrifo se encontraba atado. Lo solté y montada sobre él, me dirigí al pilar del oeste. No dejaría que Dormund se escapara.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro