12. Los viejos enemigos. Parte I

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Su pelo, largo y fino, se movía en torno a su rostro como tinta negra en el agua. Las mejillas hundidas tenían la palidez de un cadáver, pero los ojos eran tan azules que el cielo se avergonzaría. Por la boca asomaban dos colmillos puntiagudos como una aguja. Nina lo sabía bien, porque años atrás —una década atrás— los había clavado en ella.

Nina palideció hasta convertirse en una mancha tan blanca como los bastoncillos de nieve que caían del cielo con lentitud. Todo su mundo pareció congelarse mientras el suelo se tambaleaba bajo sus pies.

«Imposible. Imposible. Imposible».

James se lo había dicho: estaba muerto. Ella lo había quemado vivo.

Pero allí estaba, mirándola desde lo alto casi con tanta curiosidad como ella lo miraba con miedo.

—Deseaba volver a verte —le dijo el vyre.

Descendió entre gráciles aleteos, hasta posarse en el suelo a poca distancia. Nina tenía la sensación de que más que mirarla a ella, él observaba su cuello, la vena yugular palpitante por la que la sangre corría rauda en aquel momento, aunque su atención se desvió al sobre que seguía apresado entre los dedos femeninos. Se echó a temblar al ver que olisqueaba en su dirección.

Las alas oscuras se abrieron con placer antes de que las plegara en la espalda, creando una aureola oscura a su alrededor, casi tanto como el Caos y el Orden que envolvían su cuerpo. Las sombras reinaban, apenas entrelazadas con las luminosas manchas del Orden; se enroscaban alrededor de su torso desnudo como caricias perversas. Hablaban de hambre, depravación y algo más que no supo reconocer. Su estómago dio un vuelco.

—Por un instante pensé que lo había imaginado, pero nunca podría confundir este olor. Sol y tormentas. Ha pasado mucho tiempo, Nina.

Oírle pronunciar su nombre en aquel tono profundo y peligroso la trajo de vuelta.

—No. Estás muerto. Tienes que estar muerto —tartamudeó. Sintió sus ojos cristalizarse sin remedio. De furia. De repulsión. De un miedo tan primitivo que se sentía cercana al desmayo—. Yo te maté.

—Lo hiciste. Tardé varios años en poder regresar del limbo y sanar las quemaduras. —Dio un paso hacia ella mientras abría los brazos, como si quisiera demostrárselo, pero lo cierto es que casi no había cambiado. Tenía el mismo cuerpo alto, de músculos finos. Un rostro joven que apenas rozaba la treintena y que nunca había perdido detalle en sus pesadillas. Seguía igual, salvo por el aura de luces y sombras a su alrededor. Había un toque de muerte en ella—. Pasé cada uno de ellos lamentando que no supieras mi nombre cuando yo no podía olvidar tu sangre con sabor a sol.

Nina invocó el resplandor sin darse cuenta. Dejó que la envolviera casi por completo, que se transformara en un escudo. Se convirtió en una llama de luz deslumbrante mientras la noche caía sobre el mundo. El viento sopló, arrastrando el ronroneo de una tormenta que empezaba a gestarse en las alturas. De pronto el vyre ya no parecía tan sonriente.

—Es Ivor, amor. Ahora ya lo sabes.

Lo vio ladear el rostro con una mirada pensativa, calculadora, como si estuviera preguntándose cuál era la mejor forma de llegar a ella sin terminar calcinado otra vez. Su propio poder se reflejó en aquellos ojos azules sin iluminar ni un ápice de duda.

Nina empezó a retroceder. Si conseguía llegar a Cast... Se preguntó si los porteros intervendrían para ayudarla. Se preguntó si James sentiría la llamada de auxilio a través de la runa.

—¿Eso te lo ha dado Alec? —preguntó Ivor, señalando el sobre que tenía en su mano, la única parte de ella que no brillaba—. Ya decía que era extraño verlo por aquí. Llevo meses siguiéndolo sin que haya venido nunca a este lugar. Prefiere pasar el tiempo con otros de los nuestros o con humanos. ¿Intenta hacer una alianza? Supongo que mi amo no tendrá problema en que intervenga. Me había prohibido buscarte, dijo que aun no estabas lista, aunque pronto lo estarías, y que hasta entonces había que esperar, pero esto cambia las cosas, ¿no te parece?

Nina se detuvo a medio paso cuando aquellas palabras penetraron con más fuerza en su cerebro. Ya había oído eso antes. Casi un mes atrás. En una noche invernal en un santuario.

—¿Quién es tu amo? —preguntó. ¿Era posible? ¿Los vyre renegados estarían bajo el mando de la criatura de fuego?

—Alguien que encauzará todo. Cuando termine ya nadie va a prohibirnos ser lo que somos. —Ivor se relamió mientras la miraba. Casi podía ver sus colmillos vibrando—. No temas, no devoraré tu alma. No del todo. Te quedarás conmigo para siempre, y así podré tomar un poco de tu sangre y tu alma todos los días. Aunque no puedo asegurar la vida de tus hijos. Lo lamento.

Casi lo creyó, casi. Pero tenía esa mirada enloquecida y ansiosa en los ojos. Era el monstruo hambriento el que la miraba, un monstruo que no sabría parar. Nina dio otro paso atrás. Solo tenía que llegar a los porteros, y luego a Cast. No se fiaba de su poder si él tenía una forma de engañar a la muerte.

«Haz que siga hablando», se espetó.

—¿Y trabajas con los lobos para eso? —preguntó.

Lanzó las palabras al azar, porque James le había contado sobre el veneno vyre en los esclavos de la luna que daban problemas por todo el país y que casi habían conseguido matarla en dos ocasiones. Ivor asintió.

—Ellos también tienen sus propios objetivos. El amo quiere devolvernos a nuestra verdadera esencia. Somos depredadores, hijos de la diosa del Caos. Los depredadores no necesitan las cadenas de una sociedad.

Nina se mordió el labio inferior. ¿Esa era su idea? ¿Escudarse en su diosa para desatar sus bajos instintos y derramar sangre inocente?

—¿Y qué gana tu amo con eso? ¿Quién es?

—¿El amo Zhelonys? Quién sabe. Sus motivos deben ser tan extraordinarios como él. No deberías interponerte en su camino. No tienes idea de lo poderoso que es. Hasta me trajo de vuelta para ti. Soy tu regalo.

¿Un regalo? A ella le parecía una pesadilla. Ivor extendió una mano.

—Te llevaré a conocerlo. No podrá enfadarse conmigo. No te he buscado, los Destinos han permitido este encuentro, otra vez, y no puedo dejar que te vayas. No nos conviene una alianza y si desapareces los lobos culparán a todos los vyre, como siempre. Para cuando descubran que no fue cosa de mi raza al completo ya será tarde. Y créeme, quieres estar en el lado vencedor.

Nina sabía que decía la verdad. La sangre se pagaba con sangre. Gary seguía siendo muy criticado por no declarar la guerra cuando sus dos hijos mayores fueron asesinados, incluso si esa decisión había salvado incontables vidas.

Alzó la mano libre cuando Ivor llegó más cerca. No sabía qué tan lejos estaba de los porteros. Y él era más rápido: si le daba la espalda y corría solo le pondría las cosas más fáciles. No era un esclavo de la luna sin raciocinio. Y tenía toda la pinta de querer llevársela lejos por el aire.

—Si me tocas vas a arder otra vez —advirtió con voz temblorosa. Aunque el resplandor era un poder cálido, no podía estar más helada.

—Si te dejo inconsciente no podrás mantener eso. —Ivor esbozó una sonrisa enorme, con los colmillos largos del todo visibles esta vez. Se acercó dos pasos más—. Puedo soportar una mano quemada

Pero vio algo más allá de ella y Nina percibió el miedo apoderarse de su rostro durante un segundo. Y un segundo fue lo que tardó en flexionar las rodillas y saltar hacia arriba, en vertical. Sus alas se abrieron en cuanto estuvo en el aire y lo impulsaron más alto, más rápido, hasta que se fundió con la noche.

La fuerza de su despegue lanzó una ráfaga de aire por todo el callejón que agitó la nieve y la hizo tambalearse. Nina esperó sentir la dureza del suelo contra su trasero, pero fue recibida por la suavidad de unos brazos masculinos. No necesitaba mirar para saber que pertenecían a Cast. La ayudó a ponerse derecha y en cuanto sintió que recobraba el equilibrio, Nina no pudo aguantar más: se inclinó hacia adelante, con las manos apoyadas en las rodillas, solo para devolver todo el contenido de su estómago.

Apenas notó los dedos cálidos que rastrillaron su nuca para recogerle el pelo y alejarlo del estropicio. Tenía preocupaciones mayores, como dejar de temblar y no caerse sobre su vómito. No había manchado el sobre de milagro.

—Debería entrar —dijo una voz rasposa que tendría que ser de uno de los porteros nythir.

—No... —Nina trastabilló al dar unos pasos, intentando alejarse de aquellas pegajosas manos de rana que la rozaron de pronto. Oyó un siseo, y supuso que el que la había tocado tenía ahora una bonita quemadura.

—Déjala, Korei. Entrará cuando se calme —espetó Cast. Ella le dirigió una mirada agradecida—. Lo sé, no te gustan los lugares cerrados cuando estás nerviosa. Siempre has preferido la furia de una tormenta sobre tu cabeza antes que el cobijo de un tejado seguro.

Nina no tenía idea de cómo sabía eso, pero no iba a indagar. Se obligó a calmarse en cuanto las arcadas cesaron.

—Estás herida. ¿Sientes algún veneno?

Nina miró hacia abajo para ver a su mano goteando. No sentía nada más allá de un entumecimiento. Al menos la carne no estaba desgarrada. Había salido de un encuentro con Ivor con solo un rasguño y un susto de muerte. Años atrás había terminado con los huesos rotos y casi desangrada.

—No es de una mordida. Creo que su ala me rozó.

—Ven. Te ayudaré.

Ella lo miro y empezó a caminar con paso dudoso. Tenía las mejillas enrojecidas por algo más que la bilis, por algo más que contacto fugaz con el aura del vyre. Todos respetaban a Cast y se las había arreglado para dar la peor de las impresiones.

—¿Vas a matarlo? —preguntó con voz débil.

—No, pero te prestaré un cepillo de dientes.

Como no sabía qué responder a eso y quería ese cepillo, Nina se adentró con él en aquel tenebroso pasillo de huesos, dejando que su poder se desvaneciera. De pronto, mientras la luz rojiza los bañaba a ambos, la joven fue consciente de la amplitud de la espalda masculina. Tras la barra del Bosque no le había parecido para tanto, y su rostro había arrebatado la atención de todo lo demás, pero para ser un tabernero estaba increíblemente fuerte. Se preguntó qué era.

Cast la llevó más allá del bar. Atravesaron la discreta puerta lateral que había visto antes y después la condujo a través de un entramado de pasillos.

—Habitaciones para algunos clientes que vienen desde muy lejos y nunca han pisado el mundo santuario, habitaciones para los empleados y mi despacho —respondió él a una pregunta que ella no llegó a formular. Además, ella ni siquiera había visto otros empleados—. Mi casa está en otro lugar, te llevaré hasta allí cuando te mudes a Nueva York.

Nina abrió la boca para repetir que no haría eso, pero volvió a cerrarla. Un encuentro con Ivor era todo lo que necesitaba para olvidar el instituto, la sencillez de su rutina y lo que representaba esa despedida: el fin de su adolescencia, de la normalidad a la que se había estado aferrando. De pronto todo lo que hasta entonces le había parecido importante, como los exámenes y lo que cuchichearan sus compañeros sobre ella, carecía de importancia.

El despacho de Cast no era como había imaginado que sería. Los muebles de madera eran clásicos, tan bonitos que pensó en una mano femenina tras ellos. Las paredes color crema estaban llenas de color, pintarrajeadas con trazos enérgicos que solo podían ser obra de un niño (¿qué edad tendría el hijo de Cast?) y había un sofá en un rincón; era un despacho mundano, salvo por el enorme ventanal que hacía de pared e inundaba el lugar con una suave luz azulada. Nina tomó una bocanada de aire.

—No estamos en Nueva York ¿verdad?

Más allá del ventanal no había ningún callejón, ni ningún edificio, ni nada que hubiera visto nunca en la tierra. Aunque quizá sí al mirar el cielo. Pero incluso mientras lo consideraba sabía que era un pensamiento erróneo. No era el espacio exterior lo que veía, sino algo más.

La vasta extensión, de un gris desvaído y azulado, rezumaba poder. Espeso, como si capas y más capas de aire se presionaran hasta transformarse en otra cosa mucho más sólida y maleable. Y algo flotaba en su interior, agitándose como cenizas plateadas en el viento.

—¿Qué son? —preguntó en un susurro al acercarse.

—Mundos, entre otras cosas —respondió Cast. Nina abrió mucho los ojos.

—¡Imposible! ¡Son demasiados!

Cast soltó una carcajada ronca y ella se obligó a seguir mirando al exterior en lugar de mirarlo a él.

—Esto no es nada. Solo una diminuta esquina en un rincón. ¿Sabes lo que es el Sendero Astral?

—El camino entre mundos.

—Sí, aunque se podría decir que el sendero lo es todo. Imagina un bosque oscuro y salvaje. Cada árbol es un panteón. En la copa de cada árbol está la esfera divina, el hogar de los dioses, en las raíces están las tierras exánimes. En medio está todo lo demás: la tierra de los sueños, el plano de los elementales, las Tierras Sombrías, los mundos mortales, y el limbo.

—¿Como en la pintura del techo del bar?

—Exactamente.

—Sé que existen otros panteones, los libros de historia hablan de dioses invasores, pero pensaba que el Sendero no era de... ¿uso comunitario? ¿Así que por eso es peligroso?

—Ningún panteón puede decir que es suyo sin cabrear a todos los demás. Estarás pensando en la nébula astral, no en el sendero. La nébula es el camino dentro de cada árbol, los caminos entre portales. Y usar el sendero es peligroso porque es fácil perderse. Un descuido y podrías terminar en las Tierras Sombrías, sin alma o peor, en la Gran Espiral. Es donde nacen los monstruos, ¿sabes? Intervengan o no los dioses, lo peor del Caos va a parar allí. El inframundo tiene mala fama por eso.

Nina sintió que su cabeza daba vueltas. Los términos le resultaban conocidos, sin embargo, aunque sabía que existía todo un universo aterrador allí fuera, no solía dedicar su tiempo a pensar en él. Tenía suficiente con sobrevivir a los monstruos conocidos.

Cuando dio un paso más cerca de la ventana, descubrió que no había cristal. Al tratar de rozarle sus dedos se hundieron y la imagen onduló como agua agitada. Intrigada, dejó que su mano se hundiera más, notando el frío tanto como las súbitas ráfagas de calor. La retiró enseguida al notar como una de las luces parpadeantes se acercaba, con un montón de imágenes apocalípticas en la mente.

Cast sacudió un cepillo de dientes rojo frente a sus ojos y ella recordó que estaba hecha un desastre.

—Gracias —le dijo en voz baja.

Cogió el cepillo y se dirigió a la puerta que él señalaba como un perrito apaleado.

Por suerte era un baño normal, sin vistas extraordinarias. Solo cuatro paredes de baldosas grises y un espejo. Como no quería mojar el sobre vyre, Nina lo enganchó en la cinturilla de su pantalón y lo escondió bajo la camisa; solo entonces se centró en sí misma. Se lavó los dientes, se echó agua fría sobre el rostro y la nuca y se ató el pelo en una coleta alta.

Y cuando no tuvo nada más por hacer se atrevió a mirarse al espejo; no le gustó lo que veía. Los ojos verdes parecían más grandes, hundidos. La palidez de su piel de pronto era demasiado enfermiza y su labio inferior estaba herido por sus propios dientes. Vio el asomo de algo conocido, del miedo que la había dominado diez años atrás. Solo que más envejecido y en un rostro que perdía los rasgos de la niñez.

Se pellizcó las mejillas en busca de algo de color y notó como sus manos temblaban. Lo odiaba. Odiaba sentirse débil y pequeña. Siempre había sido el eslabón vulnerable de la manada, y eso nunca le había preocupado. Hasta ahora. La manada ya no era un lugar seguro. Y si no estaba segura en su hogar...

—No me lo perdonaré nunca si os ocurre algo —murmuró al acariciarse el vientre con la mano herida. El miedo a ser madre estaba muy por debajo de ver a sus hijos ser asesinados. Tenía que aprender a manejar el resplandor. Sintió los ojos picar, pero se echó más agua en el rostro antes de que las lágrimas cayeran.

Al notar el inicial escozor de la herida, Nina volvió a suspirar.

«Después —se dijo mientras se secaba—. Puedes ponerte histérica pensando en monstruos después».

Se obligó a serenarse y salió del baño.

—¿Tienes vendas o una tirita? Esta humana no puede curarse como vosotros —murmuró. No era una gran herida. Comparada a las de meses anteriores no era más que un rasguño, pero las gotas de sangre no dejaban de acumularse. Las alas vyre eran bastante afiladas.

—Tú no eres humana —espetó Cast, estrechando los ojos al ver que ella daba un respingo antes de mirarlo asombrada—. Asúmelo, por tu propio bien. Puedes curarte eso sola.

—Sé que puedo, pero no sé controlarlo. ¿Y si provoco un incendio? No quiero arder hasta la muerte.

—Soy bueno apagando incendios.

Nina lo miró recelosa, con las mejillas calentándose, aunque al final se encogió de hombros. Por culpa de Darren terminaba buscando dobles significados donde no los había. Y el tabernero no parecía ser de ese tipo. Se distrajo al darse cuenta de que su runa palpitaba.

—Debería ir a hablar con James. Está preocupado —murmuró, con la mirada clavada en la puerta, como si pudiera ver a su pareja en el bar.

—Él puede esperar un poco más.

Cast se sentó en una de las dos sillas frente a su mesa y le hizo gestos con la mano para que se sentara en la otra.

—Si supieras controlar tus poderes podrías curarte eso. Si los dominaras podrías haber matado a quien tanto te asusta. ¿Graduarte aun es importante?

Las mejillas femeninas escocieron. Lo miró mortificada.

—Ya lo he pillado, ¿vale? Hablaré con los Aryon.

—Bien.

—¿Puedes empezar a enseñarme ya? Por favor.

—Es mi hijo quien va a ayudarte, no yo. No sé lo suficiente. Él es quien es como tú. Además, no tiene sentido, tienes que quererlo de verdad. Alguien que no cree en sí mismo está destinado a fracasar. No importa lo talentoso que sea o lo buenos que sean sus profesores. Te llevaré con él cuando estés segura.

Nina se mordió la lengua para protestar. Ya estaba segura. Ivor la había ayudado a decidirse, pero aun tendría que hablar con los Aryon, así que preguntó en cambio:

—¿Cómo se llama tu hijo?

Cast dudó.

—Isik.

—Significa luz, ¿verdad? Es muy bonito.

—Sí, sois como farolillos.

Mira quién habla, pensó la chica. El tipo que tenía llamas blancas en la cabeza.

Nina se quedó muy quieta cuando él le pasó el pulgar por el labio herido, sanándolo. Apenas había asimilado la caricia cuando los dedos masculinos descendieron hasta su mano. La sangre dejó de caer y la piel se le calentó al roce, como su boca.

—Conduce tu poder aquí —le dijo Cast, mirando la herida.

—Ya te lo he dicho, no sé...

Él hundió la punta de un dedo en el corte. Nina siseó, intentando liberarse, hasta que se dio cuenta de lo que intentaba: con el dolor era más consciente que antes de la herida.

Cerró los ojos y accedió a la fuente de aquella energía. Tiró un hilo y lo arrastró por todo su cuerpo, empujando el calor hasta que le llegó al hombro y luego bajó por su brazo, concentrándose en su mano como si fuera el final de una cascada.

Abrió los ojos solo para ver como su piel estaba envuelta en aquel halo dorado y empezaba a regenerarse. El resplandor también estaba por su brazo, asomándose por debajo de la tela de su camisa, y se extendía por su pecho. Nina supo que en aquellas zonas las venas estarían tan insufladas de luz como en su mano. Se levantó un poco la camisa para ver el estado del sobre, tanto por temor a quemar la ofrenda de paz como a que la ofrenda de paz prendiera en llamas y terminara quemando su ropa. Ya había hecho bastante el ridículo frente a Cast como para terminar también medio desnuda y humeante. Volvió a bajarla, todo estaba bien. Y, tal y como había imaginado, el resto de su cuerpo también tenía las venas encendidas.

—¿La piel se te pone así cada vez que lo usas?

—Casi siempre, depende de la cantidad. No estoy usando mucho ahora, pero es la tercera vez que lo uso hoy en un corto espacio de tiempo.

—Por eso estás tan paliducha —murmuró Cast.

—Es que el sol odia a los pelirrojos —replicó ella antes de refrenarse, tal y como haría con los Aryon cuando se metían con ella. Y Cast, con su piel marrón y dorada, la hacía ver incluso más pálida que ellos.

—Debes tenerlo por todo el cuerpo todo el tiempo de forma instintiva. Rasguños como este se cerrarán tan pronto como se produzcan sin que tengas que intervenir.

—Mi resplandor no está por todo el cuerpo. Mi fuente de poder se siente contenida, lejana.

Y ella sabía que no debería ser así. Aunque controlada por el cerebro y con un origen más profundo como el alma, la energía mágica se expulsaba en cada bombeo del corazón.

—Tu caso es especial.

Nina tragó saliva.

—Si tu hijo es como yo eso significa que sabes lo que soy.

—Por supuesto. —Cast clavó aquellos ojos de pura luz en ella—. Pronto, mucho más de lo que crees, tú también conocerás la verdad.

—Podría conocerla ahora. Solo tienes que hablar. Por favor.

Él suspiró.

—Me gustaría, pero no seré yo quien ponga las cosas en marcha. Quiero hacerte correr para aprender a manejar ese... ¿cómo lo llamaste? Resplandor. Para lo demás no me parece mal que vayas en modo tortuga. —Cast sonrió, aunque la sonrisa no le llegó a los ojos—. Una vez mi mujer me dijo que cuando algo es inevitable no hace falta correr hacia ello. Llegará, a su debido momento. Hasta entonces hay que aprender y disfrutar. Por supuesto, ella nunca ha sido muy buena siguiendo sus propios consejos.

Esta vez la sonrisa sí fue verdadera, pero tan triste que sintió ganas de abrazarlo.

—Aprende a manejar esos poderes, Nina. Crece, cuida de tus hijos, ama a ese lobo, disfruta de cada segundo, porque los dioses han empezado a jugar y cuando juegan nadie está a salvo.

Nina contuvo el aliento, pensando en sus sueños, en las palabras de Meriv. Su pulso se aceleró.

—¿Hablas de una guerra? —preguntó en un susurro—. ¿Guerra con la gran «ge»?

—Una guerra con la gran «ge» solo puede comenzar con el dios de la guerra y Aennai está en el sueño. Lleva años así, y su general no mira a los mortales en este momento, no lo hará hasta que ella despierte. Mientras no den señales de vida todo puede esperar o ser resuelto. Por desgracia, que la Guerra esté dormida no significa que el resto de dioses vayan a quedarse quietos. Tienen la mala costumbre de azuzarse los unos a los otros.

Nina se removió. Era la compañera de un Aryon. Si los lobos se metían en problemas se sabía involucrada de una forma u otra. Y por lo que Meriv había dicho antes de suicidarse algunos estaban deseando participar en el juego. Ivor se lo había confirmado solo unos minutos antes.

Bajó la mirada al ver que él le estaba poniendo algo en la muñeca.

—¿Qué es eso? —preguntó recelosa. A simple vista parecía una pulsera kumihimo, de esas baratas y coloridas que podría comprar en la playa a un vendedor ambulante, pero al prestar mayor atención se dio cuenta de que no estaba hecha de hilos sintéticos, ni siquiera de seda. Era cabello. Hebras de distintas tonalidades, trenzadas con tal cuidado que creaban imágenes diferentes dependiendo de donde incidiera la luz.

—Un regalo. Mi mujer la hizo: usó el pelo de sus seres queridos para tenerlos siempre cerca de sí cuando temiera perderse a sí misma.

Nina posó una mano sobre la de él.

—Entonces no debes dármela.

—Ella no lo necesita, y pueda hacer más. A ti te vendrá bien. Es un objeto creado con una intención, similar a ese pequeño lobo que tienes por mascota, en cierta manera. James lo inundó con su magia con la intención de convertir a la mascota en tu guardián. Mi mujer creó esa pulsera para encontrar calma y la ha usado durante milenios, ahora esta pulsera tiene poder. Te ayudará. —Cast le frunció el ceño—. No se te ocurra rechazarlo.

Nina no lo hizo. Su poder, en cierta forma, se sentía más apacible. Como si hubiera encontrado alguna clase de alivio. El único problema era que la bola dorada que reconocía como su origen parecía haberse pinchado, y su contenido se desparramaba por todas partes sin control.

Siseó por el dolor y luego se retorció, llevándose una mano hacia atrás. Le dolían los omóplatos y buena parte de la espalda.

—Me duele —se quejó. Cast asintió.

—Tus poderes intentarán salir de la forma que sea. Lo controlaste hace solo un momento, vuelve a hacerlo. Concéntrate en la pulsera.

Lo hizo, aunque le costó una eternidad. Lo contuvo bajo su piel al ver que aquel resplandor amenazaba con expandirse, ejerció presión hasta que el río embravecido se convirtió en aguas plácidas. Y terminó tan agotada que su espalda adolorida golpeó contra el respaldo de la silla. Su respiración era agitada, su piel estaba enrojecida y pequeñas gotas de sudor se aferraban a los bordes de su frente. Las limpió avergonzada con la mano libre y luego miró a Cast que seguía anudando la pulsera a su muñeca. O era muy lento o la eternidad se había vuelto bastante breve.

Observó su trabajo durante unos instantes mientras la calma volvía a ella, aunque pronto trasladó la atención hasta el rostro masculino. Sus dedos picaron con unas ganas suicidas de acariciar la cicatriz.

—¿Cómo te la hiciste? —preguntó antes de poder morderse la lengua. Era más fácil concentrarse en él que en sí misma—. Perdón, no contestes. No sé qué me pasa hoy.

Frunció el ceño, mortificada. Por norma general los extraños no se le daban muy bien. A Cast no pareció molestarle la pregunta.

—¿La cicatriz? Provoqué un incendio y olvidé que también yo iba a arder.

—¿Y por qué la conservas?

Los habitantes del submundo que conocía no tenían cicatrices. Solo las armas reliquia podían causarlas.

—Para no olvidar.

Nina vio como las sombras y las luces... No, el Caos y el Orden en torno a Cast se alteraban. La danza, hasta entonces llena de armonía, se agitó, como si en lugar de música se moviera ahora por una cacofonía.

La muchacha se tapó la boca con la mano libre, o tendría que decirle a los Aryon que había vomitado sobre ese tabernero misterioso al que todos respetaban. Por suerte, Cast debió darse cuenta porque se apresuró en terminar el nudo y soltarla.

—Vamos, el lobo espera.

Nina se levantó cuando él lo hizo, intentando recomponerse. Tocar la pulsera, de hecho, le ayudó a centrarse.

—¿Cast?

—¿Sí?

—¿Por qué me ayudas? —Se ruborizó al ver que él enarcaba ambas cejas—. Te lo agradezco, pero no lo entiendo. A menos que hayas llegado a algún acuerdo con los Aryon, yo no tengo nada que pueda interesarte, y no creo en los actos desinteresados, no en este mundo de inmortales.

Él la miró fijamente desde su increíble altura, con una expresión indescifrable. Cast enrolló un dedo en los mechones rojizos de su pelo y su mirada se desenfocó, como si estuviera viendo algo más allá de ella. Su voz era tranquila cuando habló.

—Porque si la Guerra con la gran «ge» llega, más no vale a todos que estés lista.

«¿Lista por qué? ¿Para qué ? ¡Joder!».

Nina taladró la espalda del tabernero con la mirada durante todo el camino. Había insistido, pero por mucho que intentó sonsacarle más, Cast se negó a hablar, y al final desfiló fuera del despacho y la dejó parloteando sola. Nina apenas echó un último vistazo al Sendero Astral antes de corretear tras él.

Sin embargo, se olvidó del tabernero cuando Cast abrió la puerta que separaba ambas zonas del bar y vio a James forcejeando con los porteros nythir. Dejó de hacerlo al verla; ella corrió, esquivó a Cast, a los porteros y se echó a sus brazos. James la abrazó con tanta fuerza que pensó que la rompería.

—Está vivo, James —le dijo, justo en el momento en que lo sintió olisquearle y tensarse, notando el olor extraño—. El vyre. Está vivo.

Como de costumbre, James no necesitó preguntar. Solo había un vyre del que ella hablara con tanto miedo.

—Imposible. Te vi quemarlo. Vimos los cadáveres quemados.

—Dijo que alguien lo había traído de vuelta. Te dije que Eelil quiere matarme —añadió, casi por costumbre.

—Puede que sea la diosa de la muerte, pero no creo que sea cosa suya.

Ella tampoco lo creía. Después de todo, Ivor había hablado de la criatura extraña en el santuario. La criatura que Eelil había partido en dos con su guadaña. Miró a Cast, como esperando que ofreciera alguna respuesta llena de sabiduría, y los demás la imitaron, pero el tabernero se encogió de hombros.

—Y quería llevarme —dijo un momento después—, pero Cast me salvó.

Nina apretó el rostro contra el pecho masculino, sin derramar ni una lágrima, pero sin fuerzas. James se encargaría de mantener todo en su sitio.

—Realmente no hice nada —señaló Cast—. Ni siquiera se habrían cruzado si ella no hubiera salido corriendo del bar. Ya os explicará todo.

Las mejillas femeninas se calentaron al verse entregada. Esperó la regañina, pero James se limitó a acariciarle la cabeza y darle las gracias al tabernero. Sus runas palpitaban al unísono en aquel momento, al ritmo de la ansiedad y el miedo.

—¿Has terminado con ella? Si es cierto que ese vyre está vivo, me gustaría llevarlos a todos junto a la manada —le dijo Nate a Cast, siempre el hermano mayor. La tensión en su voz era palpable.

Si Nina tenía miedo para ese vyre, los Aryon tenían odio y sed de sangre.

—Por hoy, sí —respondió Cast. El tabernero se alejó un momento para recuperar la chaqueta de la chica.

Al notar su presencia a su lado, Nina se revolvió en el abrazo de James, agarró su chaqueta y lo miró con una mezcla imposible de agradecimiento y molestia.

—Gracias por todo.

Cast sonrió.

—Hasta luego, Elei Nime.

Ninguno de los Aryon habló mientras salían del bar a la oscuridad de la noche, y Nina estaba segura de que James se contenía para no alzarla en brazos y correr hacia el coche. Pero el aparcamiento estaba a unos minutos de caminata y había demasiados ojos mortales.

En realidad no se sintieron listos para hablar hasta que salieron de Nueva York y Nina desabrochó su cinturón para acurrucarse junto a su pareja. James aprovechó para comprobar su estado con un gesto torcido.

—¿Nos cuentas lo que pasó? —le pidió él cuando acabó su inspección—. Hueles a dos machos vyre, y a Cast.

—Tuve un pequeño encuentro con un príncipe vyre.

—¿Cuál de todos? —preguntó Darren. Esta vez era él quien conducía.

—Con Alec. No me ha he hecho nada —se apresuró en añadir al oír los gruñidos—. Soy más accesible que vosotros.

Se levantó la camisa para rescatar el sobre arrugado y luego se inclinó hacia adelante para dárselo a Nate.

—Me pidió que se lo entregara a los alphas.

Los tres Aryon miraron el sobre que Nate sostenía en alto ceñudos.

—¿Por qué tienen que hacerlo todo con sangre? —murmuró James al notar la peculiaridad del sello.

—Eso dije yo. —Nina miró a su pareja con el asomo de una sonrisa, pero James no sonreía.

—Cuéntanos todo. Huelo tu sangre y me está volviendo loco no saber qué ha pasado. Estabas en pánico.

—Lo siento mucho —murmuró, porque notaba su ansiedad. Debía destrozarlo sentirla en peligro y no poder alcanzarla.

Suspirando, Nina se arrellanó a su lado y después les contó casi todo, sin que la interrumpieran. Al final era ella quien tenía una pregunta.

—¿Qué significa Elei Nime?

La forma en que Cast se había despedido de ella no dejaba de dar vueltas en su mente. James meneó la cabeza.

—No sé qué significa «nime», pero los elei son la raza nativa del mundo santuario, tiene algo que ver con la luz, creo. ¿O era el crepúsculo? ¿Pensará que eres de los suyos?

—No lo sé, se negó a decírmelo, pero dijo que lo descubriría pronto.

—Nuestro abuelo está por llegar —les recordó Nate. Se giró en su asiento para mirar a Nina—. Si ese Ivor ha sido revivido lo vamos a encontrar. Y Alec te dio esto, debe ser entregado por ti.

Nina guardó el sobre en la chaqueta y la dejó a un lado. Sus ojos se cerraron, relajándose finalmente al saberse a salvo.

—Descansa, aun nos queda más de una hora de viaje —le dijo James.

Nina no protestó, porque la verdad era que se sentía agotada. Se inclinó contra James mientras les oía hablar entre sí y luego a Nate llamando a sus padres para ponerlos al corriente. Estaba a punto de quedarse dormida cuando se dio cuenta de que Cast la había tocado mientras estaba envuelta en el resplandor sin consecuencia alguna.


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 ESTA HISTORIA NO ESTÁ COMPLETA. 

Repito para aquellos que ignoran el gigante ''hiatus'' del título. AULLIDO DE RESPLANDOR NO ESTÁ COMPLETA. 

La historia se encuentra paralizada. Pretendo retomarla en unos meses. 

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