5. Susurro de rebelión

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Tras colgar el teléfono, James decidió abandonar el coche y valerse de sus propias piernas para regresar a una velocidad sobre humana, poco preocupado por la posibilidad de que alguien distinguiera más que un manchurrón entre parpadeo y parpadeo.

Alcanzó la ventana de la habitación femenina de un salto, con un gruñido formándose en su garganta al notar la estela que dejaba el olor de un esclavo de la luna, una guerra encarnizada de humanidad, lobo y el desequilibrio de la locura; lo bastante diluido por la lluvia como para que él no lo notara cuando Nina abrió la puerta del coche. El gruñido ascendió entre rasguños de fuego cuando ese aroma fue sustituido por el de la sangre de su pareja.

Sus ojos se estrecharon mientras catalogaba el lugar con rapidez. Primero a su compañera, de pie junto a la puerta con una palidez mortal y herida, luego a la mujer en la cama sometida bajo las fuertes patas del lobo guardián.

El gruñido salió al fin, transformándose en un rugido que atravesó las gruesas paredes. Sumiso, Scooby abandonó su posición cuando James avanzó con las manos convirtiéndose en garras mucho más grandes y fuertes que las de la mujer; entre la piel humeante por el cambio, un destello de magia titiló en las uñas afiladas, arremolinándose hasta envolverlas como una nube de fuego fatuo.

En el rostro de la mujer, iluminado por la demencia, hubo un cambio. El instinto de atacar fue sustituido por el de supervivencia ante el poder latente de la sangre alpha. Se debatió frenética, intentando morder y patear, con la metamorfosis a su estado animal retrocediendo, aunque ya era tarde. James le rodeó el cuello, listo para arrancarle la cabeza de cuajo, pero en el último segundo sus manos empezaron a temblar. Luego, un chasquido dio paso al silencio.

La zarandeó un momento, elevándola como a una muñeca hueca antes de soltarla. Para cuando el cuerpo cayó con un sonido ahogado sobre los jirones de la gruesa alfombra, él ya estaba junto a Nina.

—¿Te ha mordido? —le preguntó, retirando los hilos de pelo que se mezclaban a la perfección con la sangre sobre su piel.

—Solo esto. Un arañazo. Te dije que Eelil iba a intentar separarnos. —Su atención estaba puesta en la mujer—. No tenías que matarla.

—Esto es algo más que un arañazo —murmuró al observar las hendiduras en la carne y el pellejo colgante. Le echó un vistazo a su rostro, suponiendo que la adrenalina estaba haciendo su trabajo y aun no sentía el dolor—. Y no está muerta. Creo que ni siquiera le he roto el cuello.

Había visto la reacción de la carne en los desgarros de su torso, donde anteriormente estaban los brazos, una respuesta demasiado hiperactiva de regeneración como para que muriera solo por una posible rotura de cuello. No, tendría que arrancarle la cabeza o el corazón para eso, aunque quizá la abundante pérdida de sangre dificultara el proceso de sanación y la llevara a la muerte.

—Quítate eso, voy a lamerte la herida. —Al ver la mueca que hizo al intentar sacarse la sudadera rota, James alzó las manos para partirla en dos, así como la camisa interior.

—Deja que le eche un poco de agua para quitar el exceso de sangre y la tierra.

James la siguió al baño y mientras ella humedecía la pequeña toalla de mano colgada junto al espejo, aprovechó para hacer una rápida llamada a su padre y explicar la situación.

—Dame, yo lo hago. —Agarró la toalla para limpiar los alrededores de la herida con suavidad, así como los hilos de sangre que se habían deslizado por sus pechos, manchando el sujetador y descendiendo más allá del escote para bañarle el vientre. Su furia se reavivaba ante cada pequeño sonido de dolor que ella intentaba ahogar.

Nina lo observó cuidadosa. El blanco de sus ojos se había vuelto negro, lobuno, lo cual hacía que los iris plateados y metálicos lucieran más claros que nunca. No le extrañaba que asociaran a los demonios con cosas malas.

—No te enfades.

—No estoy enfadado.

La sentó sobre el lavabo de mármol y después se inclinó para lamer, sosteniéndola con fuerza por la cintura cuando trató de escapar del abrasador contacto de su lengua contra la herida en carne viva. Su saliva ayudaría en la curación y evitaría las infecciones, así como las cicatrices que la volverían loca; también haría que dejara de sangrar con tanta fuerza.

—Estás enfadado —sentenció Nina al contemplar su rostro embadurnado en rojo; con la sangre y aquellos ojos medio animales que daban una dureza increíble a su rostro, no podía evitar sentirse inquieta, sin embargo, no era lo peor. Alzó una mano hacia el torbellino de sombras que se agitaba a su alrededor sin llegar a tocarlas; tampoco le hacía falta para saborear la ira. Se aferró al lavabo con los párpados cerrados mientras el mundo daba vueltas y su estómago vacío se resentía. Jamás las había sentido con tanta fuerza—.Y no digas que no, estás rodeado de esas cosas.

James alzó la cabeza, paladeando el fuerte sabor de su sangre. La había probado unos días atrás al marcarla, notando el toque eléctrico y luminoso que ahora adjudicaba a los extraños poderes que había despertado; en aquel momento distinguió dos notas nuevas. Una era palpitante y desenfrenada: la huella de las vidas creciendo en su interior; la otra era más espesa, ácida: el veneno en las garras de la esclava de la luna. No lo bastante fuerte como para ser mortal, como el de muchos dhemaryons y ni de cerca tan poderoso como el de un Aryon, pero lo bastante potente para enfermar a Nina por unos días. Al menos no pasaría nada más. La conversión era a través de una mordida.

—¿Así que estás viendo eso a mi alrededor? Bueno, no estoy enfadado contigo —aclaró. Su voz bajó hasta convertirse en un susurro—. Perdóname. Te he fallado.

—No es verdad. Tanto mi hermano como mi madre se quejaron de que hice demasiado ruido temprano por la mañana. Debió estar aquí desde el amanecer. No veo cómo podrías haber detectado su olor cuando esta mañana ha llovido —replicó Nina—. Es eso ¿verdad? La lluvia.

James asintió. En aquel momento la lluvia también arreciaba, aunque apenas se apreciaba en su ropa que había tenido que aventurarse bajo ella. Estaba cada vez más seguro de que los extraños poderes de la chica eran la razón tras ello; la noche anterior la tormenta se había desatado durante una crisis nerviosa, y en aquel momento Nina estaba lejos de estar tranquila.

—Su presencia en forma humana es demasiado débil como para detectarla, pero incluso así... —James bajó la mano hasta su vientre y Nina lo miró confusa por el revoltijo de emociones en la runa—. Pudo hacerte mucho daño y yo no estaba aquí para protegerte.

«Protegeros», se corrigió en su interior. Había más de tres personas en aquella habitación.

—Scooby me protegió, me lo diste justo para eso.

—Y él no me avisó. Le pediré a alguien que lo revise, puede que haya hecho algo mal después de todo.

—James... —Le acunó el rostro con ambas manos, obligándole a sostenerle la mirada. Todos habían salido con sus propias heridas después de ver a los hijos mayores de los Aryon ser asesinados. La de James a menudo le hacía comportarse como un maníaco en lo que a la seguridad de Nina se refería, como si se castigara aun por no haber podido hacer nada años atrás. Cada vez que atisbaba esa fragilidad en el fondo de sus ojos era ella quien se rompía—. No es culpa tuya. No tienes que obligarte a matarla para demostrarme algo. Te confiaría mi vida y mi alma cada vez. No te hagas eso.

Apretó los labios contra su frente, sintiéndolo temblar con más fuerza cuando apoyó la cabeza sobre su hombro sano en un intento de ocultarse. Permanecieron así unos minutos, reacios a alejarse el uno del otro, como si temieran que la sombra de la muerte aun acechara en las esquinas, lista para abalanzarse ante el más mínimo descuido.

Nina solo se movió para volver a humedecer la toalla y pasársela por el rostro y limpiar cada gota de sangre. Después volvió a abrazarle y se quedaron así hasta que oyó un ruido extraño proveniente de la habitación.

—¡Scooby, no! —gritó. Desde allí podía ver a su mascota, aun en tamaño gigante, mordisquear los brazos que había arrancado, bastante orgulloso de si mismo. Apartó a James para bajarse y regresó a la habitación con él siguiéndola—. ¡Y vuelve a tu tamaño!

—No puede evitarlo. Está hecho para cazar a criaturas como ella —explicó James cuando el lobo la miró con ojos arrepentidos y caminó hacia ellos. Le acarició la cabeza. La había protegido, al final era lo que importaba.

Scooby era su espectro: una proyección de magia sobre un ser vivo. Gran parte de los lobos comunes que pululaban por los terrenos de la manada eran espectros de los alphas. Si detectaran a un forastero en el territorio lo reportarían y después atacarían mientras los refuerzos llegaban. Scooby era diferente a esos lobos porque James había ido más allá de una unión parcial, necesitaba más que ver y oír lo mismo que él. Decidió hacer una unión completa pese a los efectos secundarios, como sentir lo mismo que Scooby, hasta la más mínima caricia que Nina le hiciera al cachorro. Le había costado todo un verano aprender a hacerlo —era la magia más avanzada que se había visto obligado a manejar—, pero saber que sería protegida cuando no estaban juntos lo mereció. La convirtió en la razón de ser de Scooby; la cuidaría hasta la muerte.

—Lo has hecho bien —le dijo cuando menguó a su tamaño habitual, apenas relajado. Un hechizo extra le permitía hacer eso; no tenía sentido regalárselo y que los señores Sparks se rehusaran a tener un lobo adulto alrededor. Sus ojos se clavaron con pesar en el asomo del pelaje gris plateado con el que Scooby había nacido y que se había teñido de negro, su color, tras el hechizo. Debía renovarlo.

Se envaró al sentir a otros. Al contrario que la mujer sobre la alfombra, la presencia de los suyos se convertía en pequeños puntos de luz en su cerebro. Los lobos emitían vibraciones específicas para otros de su especie.

—Han llegado.

—Voy —murmuró Nina, y tan pronto como abrió la puerta se estampó contra el pecho fornido de Sterling por segunda vez en el día. Él la miró de arriba abajo, con el azul de sus ojos volviéndose sombrío.

—¿Qué haces aquí?

Sterling dejó de mirar a Nina de inmediato, liberando su rostro de cualquier emoción en particular al ver el ceño fruncido de James.

—Estaba con Karen y Darren cuando llamaste. Pensaba unirme a la caza —le respondió con tranquilidad, señalándose la ropa empapada. Miró al cuerpo roto en el suelo—. ¿Necesitas que termine?

James le dio una mirada oscura antes de centrarse en la chica. No le sorprendía que Sterling se involucrara en la búsqueda. Pertenecía a una de las familias de cazadores más antiguas, un linaje que se remontaba a Azzhack y que pertenecía a la élite purista de la manada, incluso cuando el diverso origen de un compañero de vida les dificultaba la tarea. Cualquier aspirante a cazador aprovecharía una oportunidad para aprender de Karen.

—No soy yo quien decide —respondió, atento a la forma en que intentaba regenerarse.

Aunque su instinto solo pedía la muerte de la desconocida, el vengar a su pareja, era una suerte el no haberla ejecutado. Su hermano mayor llevaba un par de meses recorriendo todo el país por la oleada repentina de esclavos de la luna. Todos los que lograron encontrar estaban en un estado demasiado avanzado de demencia, y las búsquedas desembocaron en persecuciones en lugares recónditos de ciudades y bosques, acabando en muerte. Ni siquiera Nate, un Aryon, había podido influenciar sobres ellos y calmarlos, para finalmente convertirlos. El sacrificio nunca era la primera opción si podía evitarse.

Con un poco de suerte, ella les daría una pista sobre quien inició todo el problema. Quizá los esclavos se infectaran los unos a los otros, pero el origen era dhemaryon.

—Oh, bien, sigue viva. —Gary entró en la habitación con paso calmo, observando todo el desastre a su alrededor antes de centrarse en Nina. Su mirada se aceró al toparse con la sangre que manchaba la toalla que ella sostenía sobre el pecho. Su voz, en cambio, siguió siendo suave—. ¿Estás bien?

Al ver que sus ojos empezaban a llenarse de lágrimas, James se movió para situarse al lado de su novia y acariciarle la espalda desnuda con una mano.

—Sí. —Nina se sorbió la nariz, intentando no echarse a llorar. Sentía las piernas temblorosas de pronto. Había estado muy cerca. Otra vez—. Aunque no sé cómo explicarle esto a mis padres.

—Nosotros nos encargaremos de todo, no te preocupes. Katya hará que vuelva a estar como antes y Garrick viene de camino, tratará esa herida. —Gary le alborotó el pelo—. Lo has hecho bien. Sterling, la bolsa.

Cuando su amigo se acercó para meter el cuerpo, James se apresuró en ayudarle.

—Mi hermano llegará en cualquier momento. Si ve a tanta gente aquí se preguntará lo que ocurre. —Hizo una pausa—. ¿Por qué hay un esclavo de la luna en mi casa?

Los muchachos también miraron a Gary, curiosos. Los esclavos de la luna preferían atacar a otro licántropo antes que a un ser humano, buscando inconscientes la conversión completa. Allí no vivía ninguno y la casa de los Sparks, situada en una zona residencial acaudalada en el centro de la ciudad con todos sus jardincitos cuidados y calles tranquilas, estaba del todo aislada del bosque que rodeaba Saint Clair.

—Por él. —James alzó ambas cejas cuando su padre lo señaló—. Aquí no vive ninguno de los nuestros, es cierto, pero James viene con frecuencia y su olor es fuerte e impregna la casa, sobre todo a tu habitación. Al no sentir otras esencias se habrá visto tentada a entrar.

James sintió la ira quemar desde dentro y Nina lo miró alarmada.

—No te eches la culpa encima —espetó ella.

—Podrías haber estado aquí.

—Pues no lo estaba. Aunque es un milagro que no haya salido de la habitación.

Nina se estremeció. Había aceptado mucho tiempo atrás que si quería seguir relacionándose con los Aryon y la manada, debía asumir riesgos mortales; aquella no era la primera vez en que casi había muerto y dudaba que fuera la última. Vivía con el miedo de no ser ella quien acarreara las consecuencias de esa decisión, sino su familia.

—Tienes razón. —Gary asintió—. De todas formas, ayer no hubo luna llena, aunque su estado sea avanzado dudo que lograra mantener la forma durante demasiado tiempo. Tal vez alguna parte del cuerpo. Supongo que entró aquí ya al final. En ese estado solo son humanos muy fuertes... y con garras afiladas.

Nina asintió, sabía eso. Al principio los esclavos solo pueden transformarse bajo la luz de una luna llena. Incapaces de cambiar por si mismos, su nueva naturaleza pulsa para salir en la fecha marcada para todos los Dhem, una cita de adoración a su diosa. En esas noches, cuando la luna está en lo más alto del cielo, el cambio se desata por si mismo. Es solo cuando la demencia está demasiado avanzada que varias partes del cuerpo empiezan a transformarse sin control alguno, sin importar si es de día o de noche.

—Tenía solo una mano transformada y un poco los dientes —confirmó Nina, señalando a uno de los brazos que Scooby le había arrancado y que había recuperado la apariencia humana—. Y estuvo a punto de empezar a transformarse, pero James llegó.

Por suerte.

—Lo que me intriga es que Karen no puede encontrar su aroma. Aparece justo al lado de la casa, como si hubiera caído del cielo. Con un poco de suerte podremos sonsacarle algo.

No dijo lo que todos sabían: que una vez obtuvieran las respuestas la mujer moriría.



Cuando Katya llegó junto a sus aprendices, los demás se marcharon a la mansión, llevándose a la esclava de la luna consigo después de que la illarghir la envolviera en magia, ocultándola de ojos humanos. Nina esperaba que nadie de su familia regresara a casa; conociendo a Katya, lo más probable era que les borrara la memoria, aunque ya estarían involucrados.

En la mansión fueron recibidos por varios de los sirvientes, lo bastante curiosos por el huidizo esclavo que había logrado despistar a sus rastreadores, como para enfrentarse a una fría noche lluviosa de noviembre con tal de echar un vistazo. Encabezando a la muchedumbre estaba Alley Duhamel, uno de los betas, y Garrick Harrison, un illarguir que si bien no tenía el puesto de consejero, ostentaba el lugar de sanador principal de la manada y gran amigo de la familia. Fueron los únicos en moverse, uniéndose a los demás bajo la lluvia, el beta apresurándose en ir junto a su Alpha y el sanador hacia los chicos que sacaban la bolsa de cadáveres del coche.

—En un momento me pongo contigo —le dijo a Nina al pasar a su lado.

—Ella primero —espetó James, tras tomar a Scooby bajo un brazo después de depositar la bolsa en el suelo—. Le arañó en el hombro.

—Yo puedo esperar —protestó Nina de forma vaga, aunque el sanador asintió hacia James—. Si ella no está muerta, debe andar cerca.

—Su corazón late, así que vamos a ver. —Garrick se agachó junto a la bolsa y bajó la cremallera. La esclava tenía los ojos abiertos y hacía el grotesco intento de girar la cabeza por si sola y devolver los huesos del cuello a su lugar. El resto de su cuerpo se debatió débil, en movimientos fantasmales y espasmódicos. La luz que la lámpara del porche arrojaba a sobre ella le daba un aspecto aun más ceniciento—. Sin duda es resistente

—Deberíamos matarla. Si sigue moviéndose pese al dolor, dudo que pueda ayudarnos —señaló Alley mientras todos observaban a la mujer. Avanzó un par de pasos—. Nada le importa a los lunáticos.

—¡No!

James agarró a Nina por la cintura con el brazo libre y la situó rápidamente tras él cuando un macho rubio irrumpió en el grupo, agazapándose frente a la mujer en una postura tan protectora que todos comprendieron lo que ocurría, hasta la humana.

El momento de encuentro entre dos compañeros de vida es inexplicable. Por fuera siempre eran los mismos síntomas: la expresión embelesada y devota de sus rostros, la vibración del aire entre ambos, atrayéndose con tanta fuerza que el hilo resultaba tangible hasta para quien era ajeno al vínculo que formaban, y el instinto feroz de proteger.

Era lo último lo que dominaba la expresión de Marc, el serio cocinero, lo que le impulsaba a tensar los músculos y desafiar a su Alpha pese al miedo. Estaba dispuesto a luchar y morir por una desconocida que ya se había convertido en el centro de su universo mientras sus almas se extendían queriendo rozarse y unirse.

La esclava se quedó quieta, sus ojos castaños cautivados por la locura se aclararon durante un instante al clavarse en Marc mientras se sumía en una calma contemplativa. Solo las aletas de su nariz se movían mientras inhalaba el aroma a frutos secos y ocasos tras la lluvia que colmaba su atención.

—Gary, te lo suplico, dale una oportunidad. —El cocinero parecía al borde del pánico, aunque era innecesario, incluso con la ley de la Primera Sangre. En una lucha caprichosa, una gota carmesí daba derecho a represalias. Ella no había atacado a Nina de forma consciente. Gary no pensaba condenarlos a ambos por un acto de mala suerte, no si nadie exigía justicia, y sabía que ni la chica ni su hijo la pedirían. ¿Quiénes eran ellos para contradecir un enlace formado por Ikra, la diosa primordial del amor?

Marc se encogió al ver a Gary acercarse, pero no no se apartó. El Alpha posó una mano sobre su hombro.

—Nadie la matará, viejo amigo. Cuidaremos de ella. Podrás morderla y completar la conversión en cuanto Garrick lo considere oportuno.

Marc tragó saliva. Todo su ser reclamaba el derecho de conversión, sin embargo, no era un estúpido.

—Prefiero que lo hagas tú —dijo. El veneno de un Aryon era muchísimo más potente que el cualquier otro lobo y según decían, cuanto más fuerte el veneno mayor posibilidad de que el esclavo pudiera superar la locura—. Por favor.

Gary asintió.

—Lo haré. Hasta entonces, ella estará en las celdas.

—Está bien. —El cocinero, un antiguo cazador que no había perdido su porte pese a haber cambiado la espada por las cacerolas, no quería llevarla a aquel lugar, pero allí al menos estaría viva—. Yo la llevaré.

Con cuidado y ayuda del sanador, Marc desató el cinturón atascado entre sus dientes y después sacó a la silenciosa esclava de la bolsa de cadáveres y empezó a caminar en dirección a la mansión, sin cesar de repetirle que todo estaría bien, que cuidaría de ella, ajeno a las miradas de compasión que la manada le ofrecía.

—¿Cuántos años tiene Marc? —le preguntó Nina a James.

—Creo que poco más de doscientos —respondió este. Su rostro era puro alivio. Sobre sus hombros habría estado la pesada carga de matar al compañero de vida de otra persona—. Me alegra no haberle hecho nada o jamás se habrían encontrado.

—Habría sido mejor que la ejecutaras. Humana y loca —escupió Sterling ponzoñoso—. Él es el último de su linaje, tanto aquí como en Azzhack.

—Ahora que ha encontrado a su compañera ya no lo será. Iniciarán una nueva dinastía de cazadores y, como bien sabes, la locura no es algo hereditario, si es lo que te preocupa—dijo Gary, tras intercambiar una mirada llena de significados con su beta—. Es algo que debemos celebrar.

Sterling se envaró al sentir el poder implícito en esas palabras y no se atrevió a discutir. Agachó la cabeza antes de dar un paso atrás y dejar que el pelo caoba húmedo le cayera sobre los ojos, ocultando lo que se arremolinaba con claridad en los iris azules.
Tras dedicarle una mirada implacable a su amigo, James posó una mano en la parte baja de la espalda de Nina y la instó a caminar, sintiendo su piel caliente por el indicio de una fiebre. Intentó forzar la runa para entender qué pasaba por su mente, pero la conexión estaba en silencio y su rostro sin expresión. No era la primera vez que tenía que oír algo así. Por desgracia, entre algunas familias de cazadores el desprecio a los humanos sin magia estaba arraigado.

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