6. Un lugar solitario

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La biblioteca no era el oasis de tranquilidad que acostumbraba a ser. Nina se detuvo un momento en la puerta, haciendo una mueca al asimilar la cantidad de personas y el ruido. Había olvidado la fecha: era el día de los desesperados.

Todos los que necesitaban subir nota estaban allí haciendo trabajos extras. Avistó a los deportistas reunidos en un rincón con caras de idéntico estrés y fastidio, asustando a los empollones que habían logrado atrapar para ayudarles. Como tenía información privilegiada, Nina sabía que el entrenador Collins había dado permiso a parte del equipo de fútbol para faltar aquel día. Si seguía echándole un pulso al resto de profesores terminaría sin mitad del equipo; el entrenador espartano era tozudo, pero no un completo imbécil. Y ella había cumplido con su papel de tutora con semanas de antelación a los exámenes justo para ahorrarse todo eso.

Regaló una sonrisa enorme a los chicos de la manada que la saludaron cuando pasó junto a su mesa, y después se dirigió a su lugar habitual para retomar el libro que había empezado la noche anterior, inhalando la mezcla de olores de viejos libros y las golosinas que todos colaban en el lugar para sobrevivir.

Pese al alboroto, su rostro era tranquilo. En aquellos días pocas cosas lograban molestar a Nina. «Euforia» era su nueva palabra favorita. Viéndola, nadie sospecharía que un mes atrás estuvo cerca de la muerte, o que en aquel momento su pequeño pueblo estaba en indefinido estado de alerta después de que varios esclavos de la luna intentaran traspasar sus fronteras. Nina no podía verla, pero sabía que la barrera mágica estaba ahí, encerrando la ciudad en una cúpula segura.

Como no podía hacer nada, se había limitado a disfrutar de su reciente noviazgo. Incluso enferma por el veneno de las garras de Corinne y con un hombro herido, no se había sentido así de feliz en mucho tiempo.

Además, la herida estaba del todo curada. Solo sus huesos seguían aquejándose. Cuando las temperaturas bajaban, Nina temía en silencio los días más duros del invierno. Quizá siempre lo haría. Como en aquel momento.

Tras quitarse la chaqueta y acomodarse, presionó contra el hombro la taza desechable de chocolate caliente que había comprado en Maggie's unos minutos antes, sabiéndose afortunada por solo sentir algo de dolor en los huesos a cambio de seguir respirando; luego abrió el libro y se dispuso a matar el tiempo.

Se olvidó con rapidez de los otros, sin volver a elevar la mirada hasta que sintió la presión asfixiante de unos ojos sobre ella que puso todos sus instintos en marcha.

Buscó alrededor, sorprendida al ver que estaba sola. Lo entendió al comprobar la hora en su móvil. Faltaban diez minutos para las cinco de la tarde, la hora en la que el intratable conserje disfrutaba de echar a los rezagados a patadas de la biblioteca; se puso la chaqueta, se movió para tirar el vaso a la basura y regresó para guardar sus cosas, lista para esperar a James en el campo de fútbol.

Ni siquiera la señora Winter, la bibliotecaria, estaba ya en su puesto. El lugar se había sumido en las penumbrosas horas del final del día y el silencio apacible de un pequeño pueblo.

Al menos así era más allá de los cristales. Dentro, Nina sintió la tensión crecer en su interior con la misma velocidad en que el anochecer devoraba el cielo de fines de otoño. Cuando su mirada se cruzó con unos ojos del color del crepúsculo, sintió como su piel se erizaba.

Sterling estaba solo en la mesa que los deportistas habían llenado antes, en una posición desde la cual podía verla sin problemas a través del hueco entre dos estanterías. Su mirada era tan fija e intensa como las sombras que empezaron a manar de su cuerpo. Cerró los ojos un instante, mareada por su fuerza. Su cuerpo aun se rebelaba contra aquel poder, retorciéndose y enfermándose.

Cuando volvió a separar los párpados, él ya estaba frente a ella, deslizándose tan silencioso como una serpiente que acecha entre la hojarasca. Nina elevó el rostro con recelo. Sterling no era alguien con el que quisiera estar a solas en una desierta biblioteca de instituto.

Habían crecido juntos por la manada, pero no le agradaba y él jamás se había molestado en ocultarlo; estaban acostumbrados a ignorarse. Sin embargo, en aquel momento recordó la forma en que la había mirado el día en que una esclava de la luna decidió echarse una siesta en su cama. A lo largo del mes lo había pillado espiándola a menudo y en cada ocasión un escalofrío se había adueñado de ella.

—¿Quieres algo? —preguntó, apartando la mirada para terminar de recoger sus cosas como si no sintiera el pellizco del miedo, como si él no pudiera oler eso. Sus cuerpos se rozaron cuando se levantó y ella saltó hacia atrás—. Estás muy cerca.

El pelo de Sterling, una maraña de mechones color caoba, caía por su frente, ensombreciendo esos ojos inhumanos. El rostro masculino se onduló, endureciéndose, con el susurro salvaje del cambio pulsando bajo la piel. Nina no se atrevió a moverse cuando el fantasma de una mano apareció en su visión periférica para agarrarle el mentón. Conocía aquella forma de actuar. El cazador en él estaba al mando, y si lo provocaba se convertiría en una presa fácil

—¿Quieres algo? —repitió. Sterling ladeó la cabeza, sin sentirse afectado por el débil tono bravucón de la chica.

—No lo entiendo —murmuró para sí. Su voz era suave, incompatible con el cuerpo grande, contenida. Con la otra mano, atrapó un largo mechón rojizo y lo enrolló en un dedo, sorprendiéndola al inclinarse para olerlo. Su garganta vibró con la fuerza de su gruñido y resonó en ella, dividiéndose, multiplicándose, reverberando a cada extremidad de su cuerpo en una tensión difícil de ignorar que le puso la piel de gallina.

—¿Qué no entiendes? Sterling, aléjate un poco. Estás... —Tragó saliva—. Estás muy cerca. —Posó una mano temblorosa en su pecho para empujarlo, y notar los músculos abultados bajo la tela solo le recordó la facilidad con la que podría romperla en dos. Sus dedos se cerraron sobre su camisa cuando se tambaleó, mareada.

Empezaba a distinguir con facilidad las distintas facetas de esa energía oscura. La que manaba de él era del tipo negativo y malvado: era la primera vez que tocaba a alguien mientras esas sombras nauseabundas brotaban a través de cada poro de su piel.

Nina las vio arrastrarse hacia ella, enroscarse en sus dedos, subir por sus brazos como una lengua húmeda e infernal que llegaba a partes profundas y sagradas de sí misma, disponiéndose a atrapar su alma. Apretó los labios al sentir la bilis agolparse en el fondo de su garganta y sintió que se desvanecía cuando él posó las manos sobre sus hombros para estabilizarla. Boqueó cuando las hebras oscuras se espesaron, agrandándose para convertirse en un manto tangible.

La sonrisa de Sterling era seca. Aquel día la bestia que en verdad era fluctuaba muy cerca de la superficie, como si tirara tentativa de las cadenas que la mantenían bajo una fachada mortal.

—A ti. Humana, débil... —Una mano subió por su hombro, rozó su runa y regresó a su barbilla. La otra permaneció firme, impidiéndole moverse—... y aún así campando a sus anchas como si fuera una de nosotros, obligando a nuestros Alphas a proteger al miembro intruso débil en lugar de devorarlo como manda la naturaleza.

Con el primer asomo de las lágrimas en sus ojos, tanto por la oscuridad como por la fuerza con la que la apretaba, lo vio inclinarse otra vez, olisqueándola como un sabueso. Una expresión de absoluto placer cruzó su rostro y las sombras se volvieron locas; las saboreó. Había rabia además de desprecio, pero fue el matiz de intenso deseo lo que la sorprendió...y aterró. Lo que veía en él era diferente a lo que había experimentado junto a James. Sentía que Sterling pretendía devorarla hasta que no sobraran más que huesos. Literalmente.

Se echó a temblar.

Podía amar a James y a su familia como si fuera la propia, pero nunca subestimaría a los demonios lobo. Había entendido hacia mucho que era una humana en un mundo de hermosos monstruos que podían cortar su cuerpo en dos con sus garras como si fuera gelatina. Si quería vivir, debía bailar al ritmo de la seductora canción sobrenatural que en ocasiones amenazaba su vida. En aquel momento, Sterling destilaba señales de peligro como un cartel de neón recortado contra el cielo nocturno.

—Estás haciendo la cosa del hombre lobo grande y aterrador ¿sabes? Y me estás asustando. Si me haces algo James se enfadará —advirtió a la carrerilla con un hilo de voz.

Estaban lo bastante cerca como para que sus pechos lo rozaran en cada inspiración. Intentó sostenerla la mirada, no verse como una presa fácil, mientras la fría humedad del sudor impregnado del miedo que le perlaba la piel se hacía notar. Y otra cosa más, algo duro que se clavaba contra la parte baja de su vientre; una erección que solo atizó el miedo en su corazón y de la que no pudo apartarse porque la acorraló con su cuerpo contra la mesa, creando una fricción que le provocó náuseas.

—¿Lo hará? —Le acarició el labio inferior tembloroso con el pulgar mientras su mirada descendía a la marca en su cuello. Nina se encogió con un gemido de dolor cuando le apretó más el brazo ante su amago de escapar—. Sí, supongo que sí. Eres un error. Que estés con nosotros es un error. También esto. —La mano que la apresaba descendió con lentitud hasta su vientre. Presionó los dedos con tanta fuerza que ella supo que al día siguiente tendría cinco pequeñas marcas ovaladas sobre la piel—. Tu olor humano me repugna.

Pero incluso mientras lo decía, la expresión extasiada seguía en su rostro. Cuando los ojos azules se trasladaron a sus labios, Nina supo lo que iba a hacer antes de que se moviera: la besó.

Su reacción fue instantánea, intentó empujar aquella montaña de músculos mientras la repulsa inundaba su cuerpo y la runa estallaba ante el contacto de alguien que no era James, como si cada poro de su piel intentara rechazarlo. Con las lágrimas bajando y la boca adolorida por la fuerza de unos labios agresivos y crueles, Nina hizo lo único que estaba a su alcance y que ni siquiera un hombre lobo podría resistir: lo pateó en las bolas. Dos veces.

—¡No vuelvas a tocarme! —chilló, jadeante.

Agarró su mochila mientras aun estaba doblado y gimiendo de dolor, sin dejar de maldecir. Echó a correr, necesitando salir de allí, con el corazón hinchándose con tanta fuerza en el pecho que cada paso supuso un esfuerzo enorme en los dos segundos de ventaja que consiguió frente al depredador tras ella.

El mundo se convirtió de pronto en un borrón y, justo después, Nina sintió el latigazo de dolor extenderse por su espalda a la vez que el aire escapaba de sus pulmones y todo daba vueltas. Inhaló desesperada en medio de la tormenta de libros que caían uno tras otro ante el violento choque. Entonces él estuvo otra vez sobre ella, apresando sus muñecas con una mano, tocándola con la otra. Sus labios se movían obstinados y su lengua se adentró a la fuerza, ambos saboreando la salina humedad que se deslizaba por las mejillas femeninas para adentrarse en sus bocas. Lo mordió con saña, sin dejar de forcejear, y él soltó un quejido.

La miró desde arriba, succionando el labio herido, y al ver las sombras hundirse para cubrirle como una segunda piel, Nina conoció un nuevo tipo de miedo.

—¿El hombre lobo superior va a violar a la humana? —susurró.

Eso lo desconcertó. La miró como si no entendiera el porqué decía eso. Como si no acabara de lanzarla al otro lado de la estancia y no la tuviera arrinconada y temblorosa entre sus brazos, del todo aterrada mientras sentía su excitación contra el cuerpo.

—Yo nunca haría algo así —espetó ofendido—. Tengo honor.

—¡Pues no me lo creo!¡Suéltame!¡Si me haces algo sabes que acabará contigo!

Empezó a chillar pidiendo ayuda, aunque apenas fue capaz de completar dos palabras antes de que una mano masculina, callosa por los entrenamientos con espada y su puesto en el equipo de fútbol, le tapara media cara, ahogándola.

—Solo quiero probar una cosa, estate quieta. —Sterling bajó el rostro y arrastró la nariz por su mejilla, embriagado por su esencia y la forma en que se mezclaba con el miedo, por los latidos de colibrí en su pecho cada vez que ella sentía su aliento rozarle el rostro.

La presionó más contra la estantería, colando con facilidad una rodilla entre sus muslos bajo la faldita, y tuvo que resoplar por sus desesperados intentos de arañarle con las diminutas uñas humanas a la mano que le impedía respirar, hasta que se hartó y volvió a atraparle las muñecas. La pegó a sí con un gruñido de satisfacción ante las dulces curvas femeninas apretadas contra él, apreciando al fin lo que había admirado desde lejos.

—No, al final no lo justifica. Aunque seas preciosa y solo pueda pensar en estar dentro de ti al verte... al olerte —inspiró, extasiado—, eso no es suficiente para que te aceptemos. No eres digna como pareja de un Aryon. No eres digna de James. No eres una de nosotros. Está destinado a grandes cosas en Azzhack; eres un estorbo, una vergüenza.

Volvió a moverse con sus labios como objetivo, pero cometió el error de soltarle las manos.

—¡Deja de tocarme!

Algo extraordinario sucedió en el momento en que intentó empujarlo: hubo un resplandor. Un efímero instante dorado que iluminó todo el lugar como si intentara congelar el momento; la desesperación de Nina, la sorpresa del hombre lobo, las chispas que volaron ante el roce de la piel contra piel. Luego Sterling salió despedido hacia atrás, aullando de dolor. Su cuerpo cayó contra una de las mesas y la partió, levantando una nube de astillas.

Nina dudó un solo segundo, estupefacta ante lo que acababa de hacer, por el olor a quemado y el humo que se elevaba desde el cuerpo de un aturdido hombre lobo. Entonces recogió la mochila donde había caído en el suelo y echó a correr.

Con las bombillas rompiéndose allá por donde pasaba, como si cada estallido de cristal marcara el ritmo de sus pasos, las únicas luces disponibles eran los rectángulos brillantes que los relámpagos arrojaban al suelo a través de las ventanas. Los pasillos de su instituto nunca le habían parecido tan sinuosos y quietos. No podía verlo, aunque lo buscaba entre las sombras alargadas de los rincones; ni tampoco oírlo más allá de sus propios pasos repiqueteando entre los temblores enardecidos de los truenos, pero lo sentía. Era un punto oscuro en su mente. Una mezcla endiablada de ira llena de matices de dolor que se acercaba a toda velocidad.

Sintió de pronto sus manos y el empujón le hizo caer de culo sin gracia.

—¿Qué me has hecho? —gruñó Sterling con la voz extraña por el dolor.

Un relámpago lo rodeó con un aura blanquecina, pero no lo necesitaba para ver su estado. Su piel ardía, como una fina hoja devorada lentamente por el fuego, salvo que aquello que la consumía era el dorado poder de Nina.

Él avanzó y ella retrocedió arrastrándose. Desde dentro de su mochila, una alegre canción de Taylor Swift empezó a sonar y ambos se congelaron. La joven la miró ansiosa, con las lágrimas escurriéndose impotentes al saber que la ayuda estaba al alcance de la mano y no podía acceder a ella; clavó las uñas con fuerza contra las palmas. En cuanto cesó, Sterling empezó a moverse.

—Era él ¿verdad? Tendrías que haberte visto la cara. —Resopló cuando el móvil volvió a sonar, esta vez anunciando un mensaje—. Vamos, intenta cogerlo.

—Sabes que va a tomar represalias —balbuceó. No se atrevió a intentar coger el teléfono. Nunca la dejaría hacerlo.

—Ya conoces las leyes. La sangre solo se paga con sangre. —Se señaló el rostro, cuya piel en carne viva perdía la batalla contra el fuego dorado mientras intentaba regenerarse a toda velocidad; la sangre caía con lentitud, bañándolo en rojo—. ¿Dónde has aprendido eso? Los stryr no hacéis magia. Vamos, ¡habla! ¿Has robado uno de los libros de los illarghir?

Nina se estremeció. Conocía bien el significado de stryr. «Los huecos» en la lengua común de Azzhack. Aquella era la forma favorita de algunos dhem para insultar a los humanos sin magia, en una burla a sus ancestros. Era la primera vez que alguien la llamaba así a la cara; le sorprendía la cantidad de repugnancia que podía reunir una sola palabra.

—¡No robé nada! ¡Me dijeron que soy un prodigio! ¡Un prodigio!

Decirlo en voz alta la golpeó con fuerza, pero no tenía tiempo para pensar en ello. Él ladeó la cabeza, sin dejar de mirarla. Su expresión endurecida por el dolor se resquebrajó cuando el interés y cierto alivio brotó en él. Gruñó, llevándose las manos al pecho. Por entre sus dedos y la ropa chamuscada la sangre manó con más fuerza cuando aquel rastro brillante profanó otra capa más de piel.

—Prodigios son solo humanos raros —espetó. Sacudió la cabeza con fuerza, intentando centrarse más allá del dolor. Avanzó, pero su paso era dudoso. Sus rodillas amenazaban con flaquear mientras la incredulidad mal disimulada lo llenaba—. Esto solo te hace un poco menos indigna. Retira el hechizo.

—Yo no...

—¡Que lo detengas! ¡Hazlo! O reclamaré el pago de sangre ahora.

—¡No puedo! ¡Y tu me atacaste primero! —Soltó un chillido al ver sus uñas alargarse hasta convertirse en garras que se envolvieron en magia purpúrea. Sus dientes se afilaron—. ¿Por qué me estás haciendo eso? ¡Yo nunca te hice nada!

—Soy un cazador, mi deber es proteger a los Aryon hasta de los peligros que se niegan a ver. Sin importar lo hermosos que sean. —Nina se estremeció al ver que olisqueaba. Otra vez tenía aquella mirada hechizada en los ojos y la voz ronca, más allá del dolor, más allá de cualquier otra cosa en el mundo, como si solo pudiera pensar en tenerla—. Te gusta jugar con el peligro, ¿verdad? Vuelves una y otra vez. ¿Es que solo vas a parar cuando te maten?

Se le heló la sangre. Sterling siempre había sido solo un idiota que le gruñía cuando se acercaba demasiado y que la ignoraba el resto del tiempo. No lo había visto ser absorbido por esa parte de la manada que consideraba a todos los humanos un cáncer para los suyos.

—¿Es que vas a matarme tú?

Él reflexionó sobre ello, como si lo considerara de verdad. La sombra del terror cruzó el rostro de Nina.

—¿Qué coño estáis haciendo? —Ambos se sobresaltaron al oír la voz del conserje.

Sterling ladeó el rostro para observar al anciano cascarrabias que avanzaba lentamente hacia ellos; después lo ignoró para agacharse junto a Nina y mirarla de cerca. Sus dientes, de un blanco impoluto, destellaron cuando sonrió, tan tentadores y aterciopelados como la mordida fatal de un tiburón. Durante un breve momento aquellas uñas afiladas estuvieron alrededor de su cuello y le pareció que miraba la runa con un odio infinito. La magia le calentó el cuello, quemándole la garganta, atrapándola otra vez en la sensación de asfixia.

—No cometas el error de creerte a salvo con nosotros. En la mansión tampoco estás segura. Eres el dulce ratoncito pelirrojo rodeado de lobos hambrientos. Aléjate de James antes de que alguien más lo haga a la fuerza, stryr —susurró—. Sabes como acabaría.

Con su cuerpo destrozado.

Nina no se molestó en responder. Sterling estaba muy cerca del cambio y un espectador —más uno de los stryr a los que consideraba tan sucios— no lo detendría. El instinto de supervivencia hizo todo lo demás.

Llevó las manos encendidas de poder a su rostro, apretando hasta que gritó de dolor y se cayó al suelo. Se levantó como pudo, conteniendo las arcadas por el olor a la piel quemada inundándole las fosas nasales, y echó a correr, esperando al menos alejar el peligro del anciano que no dejaba de insultarles; sin embargo, cuando miró atrás Sterling ya no estaba.

No se detuvo hasta que llegó al vestuario del equipo de fútbol, tan desierto y sombrío como el resto del instituto. Su mochila se deslizó al suelo cuando correteó hacia uno de los compartimientos del baño y devolvió todo el contenido de su estómago con la misma fuerza con la que las lágrimas bajaban por sus mejillas.

Durante mucho tiempo, Nina permaneció acurrucada en el suelo, demasiado asustada por salir y encontrarse a Sterling, incluso si aquel extraño poder no detectaba la bola de sombras iracundas que él era alejándose cada vez más, y también por los truenos que agitaban el cielo. Se tapó las orejas con manos temblorosas, como si así no fuera a escucharlos a ellos o a su propios sollozos, que escapaban del cubículo oscuro como un siniestro canto espectral.

Había estado en situaciones peligrosas antes y también se había tragado más de un murmullo insidioso, sin embargo, era la primera vez que alguien de la manada que consideraba su familia la atacaba físicamente, y eso pareció romper algo sin vuelta atrás. Se sentía huérfana en un mundo hostil. En peligro en su propio hogar. Ciega ante las amenazas que acechaban en la noche.

Cuando reaccionó, lo hizo por la necesidad de llegar a James. De sentirse otra vez arropada por los pelajes suaves de lobos gigantes. Sintiéndose débil y agotada, se obligó a arrastrarse fuera hasta alcanzar la mochila.

El mensaje en la pantalla rota de su móvil era de James, y las lágrimas que habían remitido en su momento de negación resurgieron con más fuerza. Tras muchos intentos en la tela defectuosa, al fin logró abrirlo.

¿Estás bien? Se desató una tormenta de repente... aunque la runa está en silencio. Toma el camino al vestuario y espérame allí ¿vale? Tengo un mal presentimiento. Acabaremos pronto aquí; después te llevaré a casa y veremos una peli acurrucados en el sillón con una taza de chocolate caliente. Si no tienes nada que ver con la lluvia, veremos una peli acurrucados en el sillón igual.

Nina se sintió mejor al instante; el solo pensar en su pareja ayudaba.

La necesidad de su compañía fue lo bastante fuerte para que se pusiera en marcha. James se aseguraba de mimarla y estar atento a su alrededor cuando había truenos desde que eran unos niños, incluso si tenía que ir de una casa a otra. Aquella vez Nina quería estar junto a él por más de un miedo. Antes de relajarse debía decirle lo que había hecho Sterling.

«Has sobrevivido a cosas peores —se recordó mientras se frotaba las mejillas para limpiar las lágrimas. Tan solo un mes atrás se las había visto con la muerte. Una verdadera, no un adolescente racista de estupidez potencial—. Necesitas moverte».

Quería ducharse, sacar cualquier rastro de su olor de si misma. Y también un abrazo.

Tratando de recomponerse e ignorando el dolor en su cuerpo, Nina se acercó al lavabo tras tomar el pequeño cepillo de dientes y el tubo de pasta dentífrica que había empezado a llevar a todas partes cuando empezó a vomitar unos días atrás. Después se echó agua en el rostro. No le hacía falta mirarse al espejo para saber el aspecto que tendría, aunque el reflejo fue fiel a su imaginación: una palidez enfermiza, las pupilas dilatadas en extremo, labios temblorosos y heridos por sus propios dientes, hinchados por los besos furiosos, el pelo como un nido de pájaros. Le había rasgado parte de la ropa durante el forcejeo y notaba las marcas de sus manos sobre los hombros junto al dolor en todas partes y arañazos que resquemaban.

Se cerró la chaqueta lloriqueando para ocultar el estrago. Su corazón seguía acelerado, la boca seca y el cuerpo embargado por un frío que se resistía a abandonarla. Quizá él dijera la verdad, quizá no tenía intención alguna de hacer algo más que besarla o amenazarla, pero ella no iba a olvidar aquel temor en el vientre que no debería haber experimentado nunca, el miedo que le hacía querer regresar al váter aunque no quedara más que bilis en su estómago. Siempre se había callado ante las pequeñas afrentas. Esta vez no estaba dispuesta. Lo último que deseaba era esperar a ver qué pasaría después.

Se alegró de haberse traído los guantes al mirarse las manos temblorosas. Como en las primeras veces en que aquel poder hizo acto de presencia, las venas se habían encendido bajo la piel en una red luminosa y emitía cierto resplandor, como si fuera un farolillo. Se los puso sin alterarse al ver que la luz traspasaba la tela: tenía mayores problemas. Ocultaría las manos en los bolsillos esperando que fuera suficiente.

Estaba lista para irse junto a James cuando algo más cruzó su cerebro entumecido, algo que Sterling había hecho y a lo que debía dedicar un segundo pensamiento. Algo importante. La sensación la molestó durante largos minutos y no supo qué era hasta que cogió el móvil otra vez, dispuesta a llamar a su novio con la esperanza de que estuviera aun cerca del aparato, temerosa de cruzar el espacio que separaba el vestuario y el campo de fútbol sola, y vio la fecha. Un nuevo tipo de pánico creció en ella. El lugar donde Sterling había clavado los dedos en su vientre pareció temblar.

Tenía dos semanas de retraso. 

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Las cosas se van calentando. Adivina adivinanza ¿qué se viene para el próximo? XD
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