Aquel Libro Olvidado

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EditorialHellen

«Érase una vez un valiente caballero de brillante armadura, sobre su corcel, cabalgaba hacia el infinito en busca de aventuras…»

Escuché la compuerta en la casita del árbol abrirse y dejé de escribir para ver a la persona que subía, era otro niño de cabello oscuro, pero en lugar de entrar pareció asustarse y emprendió la retirada.

—¡Espera! —le grité mientras corría hacia él. Lucía más asustado «debe ser nuevo en el barrio porque jamás lo vi en este parque», pensé; el niño se detuvo y sonreí antes de volver a hablarle—: Soy Johan, ¿Cómo te llamas? —Lo miré atento, a la espera de una respuesta, pero él no dijo nada. Un millón de minutos después lo vi sonreír y volvió a subir, agarró mi cuaderno, también el lápiz y escribió: “yo soy Rui” «¡qué mala letra tiene este chico!».

Rui lucía curioso por lo que estaba haciendo así que le mostré mi cuaderno de cuentos. Comencé a contarle algunos, él parecía muy emocionado, entonces decidí seguir narrando una historia tras otra. Hablé un millón de horas sobre piratas, duendes, caballeros, dragones o castillos sobre el arcoíris «quedaré mudo yo también de tanto hablar», Rui tomó de nuevo mi cuaderno y lápiz, pero lo que hizo me dejó impresionado: dibujó un caballero de brillante armadura cabalgando sobre un fantástico pegaso «¡las alas son increíbles!», pensé. Volaba entre las pomposas nubes, además hizo unas letras asombrosas para el título de mi nuevo cuento.

—¡Rui, esto es increíble! —grité emocionado y el niño a mi lado rio.

Recogí mis cosas y tomé su mano para llevarlo conmigo, quería mostrarle a mami y mi hermana, Jen, lo que ese niño podía hacer. Corrimos entre risas, pero antes de llegar, dos cosas llamaron mi atención:

Vi a mi hermana con un chico de cabello oscuro que tampoco conozco, pero con cierto parecido a Rui y además una señora estaba en la banca junto a mami, también con cabello oscuro era muy bonita, aunque llevaba unos enormes anteojos negros que le cubrían casi toda la cara. Ambad parecían conocerse, pues no dejaba de sobar la barriga de embarazo de mami.

—Cariño, allí estás… —llamó mi mami, sonriendo—. Ven a conocer a alguien.

Corrí arrastrando a Rui conmigo y él no paraba de reír. Cuando llegamos con ellas, estaba por presentarle a mi nuevo amigo, el super dibujante, pero la señora habló antes que yo:

—Entonces, ya vos conociste al gatito —dijo abrazando a Rui y él sonrió—, gata, yo sabía, ¡esos son los ojos de vos! —Creo que habla de mí. Mi mami me sentó en sus piernas antes de responder:

—Cariño, ella es Romi, somos casi hermanas, no te imaginas la emoción que sentí al saber que regresó aquí.

—Mami, ¿por qué la señora habla raro? —Todos se rieron de mí, hasta mi hermana y el otro chico, pero yo no entendí por qué. La señora acarició mi mejilla, sonriendo.

—Yo soy de Argentina, un país que está muy, muy lejos de acá. Y vos —le habló a Rui, jalándolo para abrazarlo—, ¿dónde conociste al gatito? —Rui volvió a sonreír «este chico no habla, solo ríe, ¿la señora no lo sabe?», fue lo que pensé sin comprender.

—No soy gato, soy niño —respondí con mala cara y todos volvieron a reírse «ahora soy payaso».

Jen bajó del árbol donde estaba montada y vino conmigo a revolverme el cabello y besar mi frente «¡wagh! No me gusta que me babeen».

Luego de explicarme que lo de gatito es por mis ojos verdes, exactos a los de mami, a quien ella le dice gata; todo cobró sentido. El chico que estaba con mi hermana resultó ser el hermano mayor de Rui, tenía dieciséis «entonces es un año más grande que ella», pensé. Se conocen desde que nacieron, por eso él le decía a mami “tía” y Jen ha hecho siempre lo mismo con la mamá de Rui. Hace años se fueron al país de la señora y allá nació él, por eso mi mami apenas acababa de conocerlo; así que el super dibujante pasó a ser mi casi primo «¡eso es genial!».

Rui tenía siete y por ser mayor que yo, su mamá le encomendó la gran misión de cuidarme como lo hace cualquier hermano y él solo asintió sonriente.

«Creo que es genial tener un hermano», en casa era el único niño, así que no tenía con quién jugar; Jen solía cuidarme, pero ella estaba grande, nana era mi otra hermana mayor y como tenía ocho me llamaba bebé, así que no jugaba conmigo y mami embarazada de gemelas. Entonces sí, me alegró tener a Rui conmigo.

Les mostré el dibujo que me hizo él y Jen quedó encantada —ella siempre ha sido la artista de la casa—, Ricky, su hermano, sonrió; mami se emocionó, pero la señora —bueno, tía— parecía no gustarle y no entendí por qué.

***

Rui reía mucho cuando estaba en mi casa y eso era genial. Creábamos nuestro cuento Aventura sobre el Arcoíris, él dibujaba las escenas y yo escribía, iba quedando fantástico; pasamos todo el día haciendo aquello hasta que sonó la alarma junto a mi cama, anunciando que era tiempo de parar y correr porque esa hora era santa. Cuando llegamos al salón, nos lanzamos de cabeza al sofá a ver Saint Seiya, nuestro anime favorito. Pese a que Rui no hablaba, la pasábamos bien —aunque sentía que yo era una especie de urraca—. En ese casi año que llevábamos juntos, aprendí a entender cada una de sus sonrisas porque casi siempre contestaba con una y digo casi porque las pocas veces que estuvimos en su casa fue muy diferente, reía poco y muy bajito, tampoco solía dibujar cuando estábamos allá, de hecho sus lápices y colores siempre los dejaba en mi alcoba. A veces deseaba que pudiera hablar y así saber ¿por qué lucía así de triste en su casa? Tía Romi era muy buena y la mayoría de las sonrisas de Rui eran para ella...

—¡Wao! Ese Hyoga está de lujo —gritó Rui, emocionado por el comercial de las nuevas figuras de acción «y ese Hyoga en serio está fantástico con su armadura de metal y... pero qué rayos, eso no importa».

—¡Wao, sí puedes hablar! —grité ignorando al televisor, él de nuevo sonrió, así que lo jalé y arrastré hasta la cocina donde mami y Jen estaban preparando alguna merienda—. ¡Mamá, mamá! Rui puede hablar… —le dije emocionado al entrar, ella nos miró asombrada y sacudí a Rui como loco una y otra vez—. ¡Anda! Habla, no te quedes callado, ahora.

—¡Déjame ya!

«¡Sí! Lo hizo»


—Rui, ¿qué tienes allí? —pregunto en alto al entrar a su departamento, lo veo saltar de la impresión y acabo riendo, parece que estaba muy concentrado en quién sabe qué—. Lo siento, no quise asustarte. —Rui niega con la cabeza y viene conmigo, trae esa típica sonrisa de niño en el rostro y en sus manos… ¿Qué? No puedo creerlo, han pasado años—. ¿De dónde salió eso?

Baby, ¿tú conoces esto? —asiento sonriente y ambos sostenemos el libro o, bueno, el intento de libro.

Contemplo la portada y suelto una carcajada, no hay duda de que crecimos. ¡Demonios! Lo recordaba más impactante, ahora el pegaso parece una paloma con cuatro patas, el caballero creo que luce peor que el quijote…

—¡Y además está mal escrito el título! —exclamo en alto, entre risas y Rui me empuja, muerto de risa— ¿Cómo escribiste “Abentvra” en lugar de “Aventura”?

—¡Cállate, baby! Si lo hice así, seguro fue tu culpa porque así lo escribiste. —Río más fuerte.

—¡Rui, tenía cinco! Tú debiste corregirme. —Vuelve a empujarme y no paro de reír.

Abrimos el aborto de libro y algo me llama la atención, asumo fue lo que le hizo quedarse así de absorto, observándolo, de hecho ya había olvidado esta parte:

«Erez el mejor ermano mayor ciempre te quero feliz,  quedate esto para que tambien sonrias en tu casa»

—Mi ortografía era horrible —expreso bajo luego de largo rato en silencio, intentando contener las lágrimas, también tratando de rescatar un poco de mi ironía característica. Lo escucho reír, aunque no levanta la mirada porque seguro está lloriqueando—. Llorón. —Me burlo y lo empujo.

Baby, siempre buscaste alegrarme. —Compartimos una sonrisa.

—Tú también lo hiciste siempre por mí, idiota.

—Vagos recuerdos volvieron a mí al ver esto. —Sonrío burlón al arrancarle el libro y aunque me mira liado lo empujo al sillón y me siento junto a él.

—Bueno, quizás si te leo esta cosa algo vuelva a ti. —Me aclaro la garganta antes de empezar y él sonríe—. No me hago responsable por las burlas que esto pueda provocar. —Reímos juntos e inicio la fantástica lectura.

Esto está horrible, no paro de reír ni él de empujarme para seguir con la historia, luce muy feliz como cuando escribimos este aborto literario, es que además de la espantosa ortografía, la historia es demasiado sin sentido.

—¿De qué fumé cuando escribí esto? —Rui golpea mi hombro con fuerza y me quejo entre risas—. No, es que, ya va, se pone peor… —No paro de reír—. Un reino en los cielos con palacios de nubes esponjosas, donde las aves son azules y te saludan al pasar, un lugar mágico al cual sólo se podía acceder a través de un arcoíris. —Sigo burlándome y me gano otro empujón. Él se levanta antes de hablarme:

Baby, yo creo que es algo tierno. —Paso el dorso de mi mano por mis párpados para limpiarme las lágrimas producto de las carcajadas. Rui ahora se ve algo decaído, demonios—. Quisiera poder recordar algo de esos días, quizás también me revolcaría de la risa como tú ahora.

Suelto el libro y voy con él, lo abrazo fuerte y él me responde igual. Sé que debe ser dura la condición que le toca vivir, olvidar toda su infancia y parte de su adolescencia también, pero…

—Sonríe, porque a pesar de las cosas malas, tú y yo vivimos muchos momentos divertidos y hermosos, Rui —masculla un escueto “¿de verdad? Y yo asiento efusivamente con la cabeza—. No te sientas mal y tampoco intentes forzarte a recordar, algún día volverán y si no, igual solo ríete de mis idioteces.

—¿Lo ves? Siempre has sido mi arcoíris después de la tormenta, baby. —Viro mis ojos suspiro con fuerza.

—No empieces con tus cursilerías, tonto. —Sonrío y vuelvo a llevarlo al sillón—. Ahora, idiota, sigamos contándote un horrible cuento.

«Los principez y Pirueta, continuaron juntos su abentvra majica en busca de aquel suabe castiyo echo de nuves»

—¡Oh!, Pirueta, el cachorro que siempre quise —Rui habla emocionado y fijo mi vista en él, ¡vaya! Recordó algo y creo que ni cuenta se dio—, pero como siempre, mi padre decía que eso era una mierda. —Se encoje de hombros, yo trago grueso y supongo debo verme triste porque se apresura a continuar—: Perdón, baby, no quise…

—No te preocupes… —lo interrumpo—. Recordaste a Pirueta. —Por un momento luce pensativo y luego sonríe asintiendo. Decido seguir leyendo este bodrio:

«Entonces, Pirueta se altero y comenso a ladrar y ladrar; los principez se pusieron alertas. Aparesio ante ellos un gran dragon dorado...»

Me cuesta mucho seguir leyendo es que ¡es horrible! Siento que se me queman los ojos. Vuelvo a destornillarme de la risa y me gano un nuevo puñetazo al hombro. Sin embargo, paro de reír cuando lo escucho a él decir:

—¿Sabes qué? No sigas, ya quiero ver el palacio de dulces y al duende de las lollipop. —No deja de reír y yo de mirarlo—. Tu obsesión con esas paletas es épica, hasta le diste poderes. —Río bajo ante eso—. La lollipop disparando arcoíris que formaban nuevos puentes, ¡Cómo me reí con eso!

Esta basura le ha hecho recordar cosas y él ni cuenta se da, luce demasiado feliz, pese a sentir mis ojos derretirse sigo adelante leyendo esta bazofia.

Para cuando llego al final del cuento los papeles se han invertido, él no deja de reír, yo, en cambio, esbozo una sonrisa no sé si nostálgica o ya qué sé. Lo único seguro, es que esta vieja tontería le provocó una sacudida a su confundido cerebro y pudo recordar sin darse cuenta un montón de anécdotas…

Baby, ¿qué tienes? —pregunta asumo que por mis gimoteos y niego con la cabeza en respuesta.

—¿Qué otra cosa recuerdas? —pregunto bajo y aunque primero ladea la cabeza confundido, luego sonríe al darse cuenta por fin.

Baby, necesito otra basura como esa… —Nos carcajeamos—. ¿Dónde están los otros? —Me encojo de hombros.

—No me importaría volver a escribir tonterías contigo… —Sonreímos.

—Me apunto, hagamos una nueva Aventura sobre el arcoíris.

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