CAPÍTULO TREINTA

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Say Something -A Great Big World 


Con cada metro que el coche avanzaba, Jessica apretaba aún más el anillo en la palma de su mano. No había dormido en toda la noche aunque empezaba a acostumbrarse a esa sensación de sequedad en los ojos, a los dolores de cabeza, a la torpeza y confusión.

Se había bebido medio litro de café y aún así no podía ver bien, tenía los ojos borrosos por tanto llorar y todas las noches sin dormir.

Un semáforo se cerró a un metro de ellos, en el horizonte ya podía divisarse el edificio de los juzgados con sus color marrón apagado y las dos columnas amarillentas de la entrada.

La declaración ante el juez estaba acordada para las diez de la mañana, unos días después tendría lugar el juicio y serían condenados o absueltos en función de lo que el juez considerara justo.

Halit, Claude y Timothy también estaban citados a la misma hora, así que no sería difícil que acabaran por cruzarse en uno de los pasillos del edificio.

A Jessica le temblaban las piernas de rabia y temor solo por la idea de volver a ver a Claude, de conocer a ese padre ausente, de mirar a Halit.

Su cuerpo era una mezcla de emociones que le revolvía el estómago, sentía las tripas rugir.

Cuando el semáforo se abrió, un latigazo nervioso le subió por el pecho y apretó los dientes sin poder evitarlo, el corazón se le aceleró cuando llegaron a los aparcamientos y el coche fue frenando hasta detenerse.

Blake suspiró a su lado, la miró y trató de sonreír.

Pero él también estaba nervioso y se notaba en cada uno de sus gestos, en su ceño fruncido y las manos sudorosas que no dejaba de secarse sobre los pantalones del traje.

—¿Estás lista? —le preguntó.

Ella apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento, no estaba lista, no sabía qué iba a decir ni cómo iba a decirlo, no había una respuesta correcta.

¿Cómo pretendía él que estuviera lista?

—Sí —respondió al aire.

—Cuando veas a ese tío, no te acerques. Ya sabes lo que tienes que decir.

—Lo sé —susurró.

Blake le acarició la pierna y se quitó el cinturón de seguridad para acercarse a ella.

—Sé que tienes miedo, que te cuesta aceptar que has pasado todo un año con un tipo como él mientras te escapabas de la policía. Pero te prometo que poco a poco, con mi ayuda y la de tu padre, podrás recuperar tu vida.

Ella lo miró y él sonrió. Estaban justo enfrente del palacio de justicia, Jessica se bajó del coche para esperarlo mientras aparcaba.

Se aferró a su bolso, las manos le temblaban y tenía escalofríos a pesar de la temperatura.

Enfrentarse a un juez, volver a ver a Halit, hablar de todo lo que sucedió. Jessica echó un vistazo por encima de los coches, Blake todavía no había aparcado y ella aprovechó su momento a solas para abrir la palma de su mano.

El paso del tiempo había desgastado el anillo, su color dorado se había ido apagando y perdiendo brillo pero ante sus ojos, ese anillo era lo más hermoso del mundo.

La prueba viva de que el amor es real y está en los lugares más oscuros, en esos en los que ni siquiera la esperanza se atreve a entrar.

Suspiró y se ajustó el anillo alrededor de su dedo, justo el lugar al que pertenecía, de donde nunca debió salir.

No declararía contra Halit, preferiría desgarrarse la garganta con un cristal antes de hacerle daño de alguna manera.

Si uno de los dos tenía que condenarse para que el otro pudiera ser libre, sería ella.

Cogió aire con dificultad, de vez en cuando la vista se le nublaba más y apenas podía ver pero no ignoró la presencia de un monovolumen negro que aparcó muy cerca de ella.

De su puerta trasera se bajaron unas piernas kilométricas enfundadas en un mono blanco y unas gafas de sol.

Claude Mackey se bajó del coche tomada del brazo de un hombre un poco mayor que ella, con el pelo canoso y un traje caro.

Era Timothy, lo reconoció porque sus fotos aparecían en internet como uno de los empresarios de la industria textil más importantes de todo Cambras.

Claude llevaba su bolso pegado al cuerpo y cara de pocos amigos, mirando a los policías de la entrada y al resto de viandantes por encima del hombro, ni siquiera en una situación como esa podía mostrar un poco de humildad.

Parecía estar allí por algo diferente, como si la lucha dentro de esos juzgados no fuera por Mavi, sino por su orgullo. Mientras caminaba, refunfuñaba.

Jessica apretó los puños, sus ojos vagaron entre ella y su marido. Cuando la miraba Jessica pensaba en el color azul, en los moratones de Mavi, en el armario.

Cuando la conoció, le pareció una mujer bella y admirable, digna del retrato de algún artista extravagante, la musa de cualquier escritor.

Pero con ella había aprendido que los rostros más bonitos a veces esconden los pecados más enfermizos.

Jessica contuvo sus piernas, se mordió la lengua y temió morir por el propio veneno que su cuerpo estaba desprendiendo.

Si estuvieran en un lugar diferente, si estuviera tan desesperada y al borde del precipicio que nada pudiera contenerla, le devolvería uno por uno todos los golpes que ella le había dado a la niña.

—No quiero errores Timothy, quiero destrozar a ese hijo de puta —exclamó.

La sangre de Jessica se espesó dentro de las venas, sintió la tensión pinzarle el cuello y una descomunal ira propagándose desde la punta de los pies hasta el último pelo.

No debería porque si la tocaba, acabaría otra vez en la celda y eso la perjudicaría pero su cuerpo reaccionó como en un mecanismo de defensa y en unos segundos estaba frente a Claude y Timothy.

Su antigua jefa se subió las gafas a la cabeza para mirarla con desprecio, mientras que su marido la miraba sin tener ni idea de quién era ella.

—¿Cómo pudiste hacerme esto? Confiaba en ti, te dejé entrar en mi casa y te llevaste a mi hija —escupió.

Jessica apretó los dientes.

—¿La misma hija a la que pegabas y encerrabas por las noches en un armario? ¿La misma hija a la que tenías aterrorizada? Mavi no es tu hija, tú no mereces ese privilegio.

Claude miró a Timothy con una sonrisita y negó con incredulidad.

—¿Quién es Mavi? ¿Y quién te crees que eres tú para meterte en mi vida y la de mi familia? Voy a meterte en la cárcel, no tendré piedad contigo ni mucho menos con ese desgraciado. Tú quizá tengas posibilidad de evitar la cárcel con el dinero de papi pero, ¿Halit? —Sonrió—. A Halit voy a encerrarlo de por vida, ya lo verás.

Jessica le clavó las uñas en los hombros y la miró con tal odio, que Claude pudo sentirlo hasta en los huesos.

—Ni siquiera te atrevas a mencionar a mi marido, Claude. Hace mucho tiempo que tú y yo tenemos una deuda pendiente
—bramó.

—¿Pero qué haces, loca?

Timothy empujó a Jessica lejos de Claude, ella se arregló el traje y se ajustó el bolso al hombro.

—¿Me estás amenazando? Puedo quitarte todo lo que tienes, te lo recuerdo —le gritó.

—Yo ya he perdido a mi familia así que no me pongas a prueba —susurró solo para ella.

Las manos de Blake aparecieron de la nada, la agarró por el brazo y tiró hacia atrás.

—Nunca fue tu familia, para empezar. Le mandaré saludos de tu parte a Seray cuando vuelva a casa con su madre
—Sonrió.

Jessica intentó abalanzarse sobre ella pero Blake la sujetó con fuerza para evitarlo.

—¡Si le pones un dedo encima a mi hija, te mataré! —gritó desde el fondo de su garganta, Blake le tapó la boca con fuerza y la pegó a su cuerpo.

—¿Quieres ir a la cárcel hoy mismo? ¡Cálmate! —exclamó todavía sujetándola.

Jessica se apartó de él, se arregló el traje y el pelo y respiró despacio.

Se tomaron otro café en la cafetería del edificio antes de volver a entrar, Blake estuvo media hora recordándole que ese tipo de incidentes, no le servirían para nada bueno pero Jessica no lo escuchó, de todas formas no habría defensa posible para ella después de que se declarara culpable de todos los cargos.

Se dedicó a mirar los coches pasar a través del cristal de la cafetería, pensando en todo lo que pasaría después. No podía concentrarse en Blake, ni en sus palabras, no podía desquitarse de la rabia que sentía ni de todo el dolor.

No servía de nada que apretara las uñas contra las palmas de sus manos ni que golpeara la mesa con los puños cerrados. Nada podría quitarle esas irremediables ganas de hacer justicia por su cuenta.

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Halit había insistido en llegar con dos horas de adelanto, aunque lo único que había logrado era pasar todo ese tiempo esperando sentado en una silla de madera clara que se movía junto con sus piernas inquietas.

—Halit por favor, recapacita. No he venido aquí a ver cómo te declaras culpable —le suplicó Annabelle, acariciando su espalda.

Halit la miró, tenía la cabeza entre las manos y los ojos rojos.

—Creo que conoces el camino a la salida.

Ella se dejó caer contra la pared, negando.

—¿Vas a tratarme así después de todo?

—¿Y qué quieres, Annabelle? Tú y yo sabemos la clase de personas que somos.

Anabelle apretó los labios.

—No, yo ya no sé la clase de persona que eres. Has cambiado mucho.

—Gracias —susurró y sonrió con tristeza.

—Ella no te quiere, Halit. Llegó a la cafetería abrazada a su antiguo novio y tiró su anillo. ¿Qué más pruebas necesitas?
—No necesito pruebas, no me servirían de nada. Sigues preguntándote si ella me quiere o no y crees que la respuesta me hará cambiar de idea. El problema no es Jessica, Annabelle.
El problema soy yo. Si ella me quiere o no, si planea declarar contra mí o no, todo es secundario porque yo sí la quiero y eso nada podrá cambiarlo, ni siquiera ella.

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Jessica y Blake entraron con tiempo, atravesaron unos pasillos de color blanco apagado y subieron a la tercera planta, donde se darían las declaraciones.

En uno de los pasillos, Halit y Annabelle ya esperaban sentados para entrar. Tan pronto como Jessica dobló la esquina, Halit miró hacia ella como si la hubiera presentido, como aquella vez en la cafetería.

Al ver esos ojos verdes enrojecidos y las marcas violáceas bajo los párpados, Jessica sintió que la rabia se disipaba y solo quedaba el amor.

Quería darle un abrazo, asegurarse de que estuviera durmiendo y comiendo bien, solo quería cuidar de él y que supiera cuánto entendía el dolor por el que estaba pasando.

Mientras avanzaba hacia él Jessica oró porque todavía no fuera demasiado tarde para arreglar todo lo que se había roto.

Blake intentó ponerle la mano en el hombro, lo primero que le había pedido es que se mantuviera alejada de él y era justo lo primero que estaba ignorando. Se acercó a Halit dejando a Blake atrás, lo miró a un metro de distancia y entreabrió la boca.

—¿Podemos hablar? —preguntó.

Necesitaba que supiera que iba a culparse, que no tenía dudas, que él debía seguir adelante y luchar por la niña.

Halit vio a Blake aparecer por detrás de ella, colocarle una mano en la cintura y mirarlo mal. Entonces se tragó todo el dolor y la rabia y respiró profundo.

—Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir —respondió.

Jessica dio otro paso hacia él pero Halit estaba decidido a hacer lo que había ido a hacer y marcharse.

—Halit por favor, solo dame un minuto.

Annabelle se interpuso entre los dos y le colocó la mano en el hombro a su defendido. Entonces comenzó a hablarle como si Jessica no estuviera allí, como si fuera invisible o su presencia irrelevante.

Él intentó concentrarse en ella e ignorar a la mujer de la que estaba enamorado pero no podía, Halit nunca podía dejar de mirarla.

—Escúchame, Halit. Quiero que le hables al juez de tu vida, de los abusos de tu padre, del abandono de tu madre, de toda tu familia.

Una sonrisa sarcástica se le escapó al recordar la forma en la que Jessica le había dicho que ellos no eran una familia, que no eran nada.

Mientras la miraba, Halit no pudo evitar que unas palabras de las que después se arrepentiría, subieran a trote desde sus entrañas y escaparan por su boca.

Él mejor que nadie sabía que algunas palabras duelen más que los golpes, lo había vivido cada vez que su padre lo llamaba inútil mientras le pegaba. Pero su furia habló por él.

—Yo no tengo ninguna familia —soltó.

Lo que ocurrió después, no lo vio venir.

Sus palabras hirieron a Jessica en lo más profundo, en el amor que llenaba su corazón.

Podía soportar su desprecio, que la ignorara, podía soportar incluso verlo con otra mujer.

Pero no podía permitir que se atreviera a decir algo semejante, a romper aquello que con tanto esfuerzo habían construido.

Sus piernas se movieron deprisa y la palma de su mano impactó contra la mejilla de él, le dio la vuelta a la cara de un golpe certero.

Halit se quedó estupefacto, la miró con el rostro tan pálido como las paredes y solo entonces notó que ella lo había golpeado con la misma mano en la que llevaba un anillo, su anillo.

Había ido a buscarlo, lo había recuperado.

—Gracias a Dios que tu hija no te ha escuchado decir eso —escupió ella.

Los ojos de Jessica estaban llenos de lágrimas y de dolor, su voz salió en un susurro ahogado, en una súplica.

Mientras la miraba, Halit quiso que las paredes se le cayeran encima, quiso que el palacio de justicia se hiciera pedazos con él debajo y que los escombros le arrancaran la voz que tanto había herido a la mujer que amaba.

Quiso golpearse contra todos los muros, quizá así pudiera devolver el tiempo atrás. Anabelle intentó avanzar hacia donde Jessica estaba corriendo, defenderlo de ella, incluso devolverle esa bofetada.

Pero no pudo moverse ni un centímetro, los dedos de Halit se cerraron alrededor de su muñeca.

Nadie le haría daño a su esposa, nadie la tocaría.

—Ni se te ocurra —amenazó.

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