CAPÍTULO TREINTA Y DOS

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Surrender -Natalie Taylor

Al coche de Halit lo recibió la muralla de pinos que rodeaba Luna Azul, pasó de largo el cartel de bienvenida y condujo hasta llegar al parquecito, frente a su casa.

Solo habían pasado tres días pero una fina capa de polvo ya había cubierto los escalones del porche y el banco mecedora que nunca llegaron a arreglar.

Jessica no había dicho una sola palabra y él tampoco, se bajó del coche y ella se cruzó de brazos, no bajaría con él. Halit abrió la puerta del copiloto, le quitó el cinturón de seguridad y la agarró por la muñeca para que saliera.

Cuando ya estaba fuera del coche, le indicó el camino con la mano como si ella no lo conociera de memoria, como si no pudiera recorrerlo incluso con los ojos cerrados y dos copas de más.

—Vamos 

Llegaron hasta la puerta y Halit extendió la mano con la llave sobre la palma. Al mirar el pedazo de metal, Jessica solo pudo recordar las horas que pasó sentada en las escaleras, esperando a que él regresara.

—No olvides el truco, empuja hacia ti mientras giras la llave —susurró.

Jessica abrió la puerta pero no entró. En su lugar, se cruzó de brazos.

—No voy a entrar —dijo.

—Cuando entres, deja la llave sobre el mueble de la entrada, junto al peluche de Mickey. Luego quítate los zapatos, el suelo es muy sucio y se mancha enseguida. Si quieres agua, los vasos están en el mueble por encima del fregadero y si quieres comerte una de tus chocolatinas, están en el de al lado. Creo que sabes dónde está lo demás pero si lo has olvidado, pregúntame.

Jessica apretó los dientes, había tensado los hombros y cerrado los ojos.

—¡Ya basta, Halit! Ya basta. Me has traído hasta aquí pero no voy a entrar y no vas a obligarme.

—No voy a obligarte a que entres en nuestra casa, te estoy recordando dónde está todo lo que necesitas.

—No es nuestra casa.

—Es la casa de nuestra familia.

Ella se humedeció los labios, no sentía ninguna de las palabras que decía pero estaba tan enfadada que no podía controlarse.

—Nosotros no somos una familia, tenías razón. No somos nada —escupió.

Se giró de vuelta a las escaleras pero él la sujetó por la muñeca y tiró de ella hacía atrás hasta que quedaron pegados.

—No, no la tenía pero estaba enfadado, igual que tú lo estabas en la feria. Nada de lo que dijimos fue real, perdóname
—suplicó.

Sus ojos verdes se llenaron de verdad, estaba rogándole porque se quedara junto a él.

Jessica lo empujó pero no pudo separar sus cuerpos pegados, él la mantenía firme por la cintura.

—No regresaste —susurró sollozando y lo empujó tan fuerte que Halit se apartó de ella— ¿Sabes durante cuántas horas te esperé, Halit? Pero no regresaste, nunca volviste a casa. Si de verdad nos amas tanto como dijiste hacerlo, ¿por qué no viniste a buscarme cuando saliste de comisaría? ¿Por qué te fuiste con esa mujer?

Él frunció el ceño, la agarró por los hombros pero ella se apartó bruscamente.

—No sabía que estabas aquí, no sabía que me estabas esperando.

—¡Claro que lo sabías! —gritó ella— ¿Dónde iba a estar sino? ¿Adónde más podría haber ido?

Halit hundió sus dedos entre las hebras de su cabello y tiró con fuerza, estaba desesperado.

—¡Anabelle me dijo que estabas con Blake y yo no podía dejar de pensar en lo que me habías dicho en la feria! ¿Cómo querías que fuera a buscarte si me habías dicho que no me permitías quererte? Yo quería buscarte pero tenía miedo, me sentía derrotado.

Jessica miró a su alrededor, sobre el mueble de la entrada había una foto de los tres, la foto de la que le había hablado a su padre. Sin pensarlo la cogió entre sus dedos con fuerza.

—¿Tú estabas derrotado? Me dejaste sola. Me quedé aquí esperándote a que volvieras y me dijeras que todo estaba bien, como siempre hacías. A que me protegieras de todo, a que me salvaras pero nunca llegaste. Esto es lo que somos, Halit. Míralo bien.

Su brazo se estiró para lanzar el cuadro y los pedacitos de cristal saltaron por los aires por detrás de ellos.

Halit la miró con el dolor reflejado en las pupilas, dio media vuelta y se agachó hasta el suelo. Sus manos comenzaron a apartar los cristales, cogió la foto y retiró el marco.

—Halit, para. Te vas a cortar, solo es una foto —susurró ella dando un paso hacia él. Halit había comenzado a llorar, lágrimas furiosas caían por sus mejillas.

—No es solo una foto para mí
—respondió.

«Ni tampoco para mí» quiso decirle ella pero prefirió no hacerlo.

Cuando pudo coger el pedazo de papel, algunos cristalitos le habían arañado las manos, abriendo pequeños surcos en sangre.

Pero no sentía dolor, nada podía dolerle tanto como perderlas a ellas. Tomó la mano de Jessica y, con mucho cuidado, le colocó la foto en la palma asegurándose de que no tuviera fragmentos.

—Puedes romper el cristal si quieres, puedes derribar hasta las paredes de la casa pero no puedes hacer que me marche. Esa niña y tú sois la única familia que he tenido en toda mi vida, la única familia que me ha querido.

Jessica dejó caer la fotografía al suelo y salió de la casa a pasos apresurados, el calor de las lágrimas se había propagado por sus mejillas, sentía un extraño ardor en los labios y un nudo en la garganta. Halit salió detrás de ella. 

—¡Yo no te quiero Halit y esa niña tampoco! Yo solo quería ayudarla y ella solo quería escapar. Todo lo que yo quería, me lo quitaste tú.

Jessica lo miró, ella había bajado las escaleras pero él seguía arriba. 

Jessica corrió, intentó escapar de allí pero Halit bajó los escalones de cuatro en cuatro y llegó hasta ella de dos zancadas.

La agarró por los hombros, la abrazó contra su cuerpo. Ella se resistió, intentó separarse pataleando el suelo y moviendo los brazos pero él la mantenía bien sujeta y aunque estaban tan enfadados y dolidos que no podían soportarlo, ninguno de los dos hizo daño al otro. 

—¡No te quiero! —repitió— ¡No te quiero!

Siguió repitiendo tantas veces que perdió la noción del tiempo mientras pretendía separarlo de ella.

Pero Halit no la soltó, esta vez no la dejaría sola aunque se lo pidiera, no se marcharía aunque ella quisiera, no la soltaría ni aunque el mundo se volviera cenizas.

Ella pataleó sin cesar, después de un rato se fue calmando y cuando su mirada comenzó a despejarse y bajó los ojos hasta las manos de él, se dio cuenta de que estaba sangrando.

Subió los brazos para revisar su herida, una punzada de preocupación le quemó las entrañas.

—Halit estás sangrando —susurró, sujetando su dedo herido entre sus manos. Él la besó en la coronilla.

—No es nada, cariño. No ha sido nada.

Jessica se recostó contra él y Halit comprendió ese gesto como una bandera verde para que la abrazara con más fuerza. Apoyó su cabeza en el hombro de ella y aspiró contra su cuello.

—¿Sabes a quién vi ayer? A esa pequeña traviesa con alergia a las almendras. Te llamó —susurró contra su piel. Ella sollozó.

—¿Cómo vamos a recuperar a nuestra hija, Halit?

Él frotó su cara contra su cuello como un pequeño gatito que busca dar amor y luego le dio un beso debajo de la mandíbula. 

—Juntos, como siempre. Siempre hemos sido tú y yo contra ellos y eso no ha cambiado. No sé cómo vamos a salir de esto pero sé que lo haremos.

En ese momento, Jessica sintió que el cielo por encima de ellos se abría y que el propio Dios en persona le estaba hablando, recordándole las palabras de Blake.

Una sonrisa brotó de sus labios y un rayo de sol iluminó por encima de ellos.

—Ya sé cómo podemos evitar esa declaración.

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

El palacio de justicia abrió sus puertas a las ocho en punto, habían pasado dos días desde que Jessica se marchara de su casa y desde ese entonces, Blake no había vuelto a verla.

Había ido a buscarla, había estado conduciendo alrededor de la ciudad, la había llamado pero ella solo le había dicho que estaba bien, que se verían el día de la declaración si es que él quería seguir siendo su abogado después de lo sucedido.

Blake le aseguró que nada había cambiado, que era un profesional y ese era su trabajo pero en realidad, él seguía manteniendo intacta su esperanza. Estaba en el mismo pasillo de la otra vez, esperando junto a Annabelle.

Apenas quedaban cinco minutos para que comenzara la declaración pero de Halit tampoco había rastro. Los dos habían desaparecido como si la tierra se los hubiera tragado.

La puerta se abrió, un hombre con barba y bigote y el pelo a media melena, el secretario del fiscal, sacó medio cuerpo y miró de un lado del pasillo al otro.
Los miró y les lanzó una sonrisa de cortesía.

—Halit Denson ya puede pasar
—anunció.

Annabelle se acercó a él, su maletín pegado a sus piernas y su moño recién hecho.

—¿Puede darnos cinco minutos? Mi cliente está en un atasco —pidió.

—Mi cliente también se ha retrasado un poco, por favor solo cinco minutos.

El secretario miró al reloj de su muñeca y asintió.

—Esta vez el juez no va a ser tan benevolente como la última, si sus clientes no están aquí en cinco minutos, ordenará su búsqueda y detención.

Blake miró al fondo del pasillo, apretó los puños y negó. Tenía que ganar tiempo.

—Disculpe, secretario. Cuando cogí este caso, la jueza instructora era la Magistrada Atkins, ¿renunció al caso?

El hombre salió y cerró la puerta tras él.

—Renunció por problemas personales, ¿tiene usted algún problema con el juez instructor actual?

Blake negó con una sonrisa y le dio una palmada en el hombro.

—Para nada. Mi padre y el padre de la Magistrada Atkins fueron juntos a la universidad, conocemos a su familia desde hace años, por eso preguntaba. Me preocupé cuando supe que había salido del caso.

El secretario miró con disimulo al reloj de su muñeca, la hora casi había llegado y su paciencia se estaba agotando.

—No hubo ningún problema, solo un tema familiar.

Se giró, Blake dio un paso hacia delante y le colocó la mano sobre el hombro pero el secretario ya había terminado de hablar.

—Si sus clientes no aparecen, tengo que informar al juez —dijo.

—Solo un minuto más, por favor —rogó él.

—No hay más minutos, ya hemos esperado lo suficiente.

El secretario abrió la puerta para regresar dentro, donde el juez seguía esperando por ellos. Pero en ese momento, las puertas del ascensor se abrieron frente a sus ojos.

Halit y Jessica aparecieron con sus manos entrelazadas, caminando codo con codo, con las frentes en alto y sus pasos decididos llegados desde lo más profundo del infierno, dispuestos a librar cualquier batalla.

Sus anillos seguían en el mismo lugar pero habían adquirido un significado muy diferente. En el bolsillo trasero del pantalón de Halit, había un libro de familia recién impreso.

Blake los miró, bajó la vista hasta sus manos unidas y abrió la boca para decir unas palabras que nunca salieron de sus labios.

Sus ojos parpadearon, no estaba seguro de estar viendo bien, quizá su cabeza lo estaba engañando.

Pero según se fueron acercando más y más hasta quedar a medio metro de ellos, no tuvo más dudas y sintió cómo todas sus ilusiones se derrumbaban como un castillo de arena bajo una tormenta.

Deseaba que todo fuera mentira, una burda estrategia. Pero no fue así.

—Por fin, señores. ¿Cuál de los dos quiere declarar primero?

Jessica y Halit se miraron.

—Ninguno —respondió él.

El secretario alzó una ceja y se cruzó de brazos.

—¿Es una broma? ¿Quieren volver a comisaría?

Volvieron a mirarse y Jessica suspiró.

—No es ninguna broma, no vamos a entrar. Queremos acogernos a nuestro derecho de no declarar contra un familiar.

Blake dio un paso al frente, se interpuso entre ellos y el secretario de justicia y, con su mirada pegada a las manos entrelazadas de Halit y Jessica, preguntó.

—¿De qué estás hablando, Jessica? Vosotros no sois familiares.

Jessica reajustó sus dedos sobre los de Halit, haciendo que su agarre se volviera más firme y luego, bajo la atenta mirada del secretario, Blake y Annabelle, levantó sus manos al aire.

—Ahora sí —respondió—. Nos hemos casado.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro