CAPÍTULO VEINTICINCO

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If We Have Each Other -Alec Benjamin

Con enero llegó el cumpleaños de Mavi, tuvo una tarta —azul— y como regalo el busto de una muñeca de cabellos rubios a la que podía hacer mil peinados diferentes.

Con febrero llegó más frío y el cumpleaños de Halit, le regalaron un reloj nuevo y un día en la playa.

Con marzo llegó la lluvia y se quedó durante todo abril hasta que en mayo, los vestidos y las gafas de sol volvieron a llenar los escaparates de todas las tiendas de Luna Azul.

Ya era veintinueve de mayo cuando la familia Denson paseaba tomando helado por las calles, sin miedos ni preocupaciones, sin contratiempos, ni problemas.

Como una familia normal que tiene días aburridos y peleas absurdas, que se ama y respeta por encima de todo.

—¿Me das una chocolatina, papá?

Jessica sacó una de las chocolatinas que Halit siempre hacía que llevara en el bolso, a ella le sabían a cartón porque no tenían azúcar pero a la niña le encantaban y todos los días le robaba alguna.

—Solo me quedan de almendras, espero que te sirva —dijo y se la entregó.

—No lo sé, nunca he comido almendras.

La niña abrió la chocolatina y mordió, el sabor explotó dentro de su boca como si fuera una bomba. Halit caminó más rápido que ellas para adelantarse a sus pasos, se colocó de espaldas a la calle para mirarlas.

—He escuchado que ya han puesto el cine de verano, ¿vamos esta noche?

Jessica asintió.

—Suena bien.

Entonces, los dos se giraron hacia la niña pero ella había dejado de caminar a su lado. Tenía la mano sobre la garganta y sus mejillas parecían haber aumentado de tamaño en apenas unos segundos.

Intentó hablar pero de su boca no nacieron las palabras, no era capaz de pronunciarlas ni de que ellas salieran de sus labios.

Mavi no podía respirar.

—¿Mavi? —Jessica se arrodilló junto a ella y le puso una mano en el pecho, su rostro se seguía hinchando y la niña comenzó a hacer sonidos forzosos.

—Mavi, cariño. ¿Qué pasa? —preguntó Halit al llegar junto a ella.

La niña miró de uno al otro y utilizó todas sus fuerzas para decir apenas dos palabras.

—No… puedo… —balbuceó. Se estaba ahogando.

—¡No puede respirar, Halit! ¡Llama a una ambulancia! —gritó Jessica.

—¡No hay tiempo, déjame!

Halit no esperó, cogió a la niña entre sus brazos y comenzó a correr en dirección al hospital más cercano, que estaba en la otra punta de la urbanización.

Jessica lo siguió pero sus piernas no eran lo suficiente rápidas ni sus pulmones lo suficiente fuertes para soportar el ritmo desenfrenado con el que él corría.

Halit cruzó un semáforo en rojo, una fila de coches frenaron de golpe para evitar atropellarlos y sus bocinas retumbaron al unísono cuando Jessica llegó hasta ahí.

Las puertas automáticas del hospital se abrieron para ellos, Halit llevaba el rostro rojo y caliente, le dolían las piernas y le ardían los pulmones pero no se detuvo, no dejó de correr ni desfalleció.

—¡Ayuda, por favor! —gritó en el recibidor del hospital, donde una enfermera de cabellos pelirrojos trenzados dio la voz de alarma apretando un botón.

Unos segundos después un médico de mediana edad y de gafas redondas salió por una de las puertas del pasillo que llevaba hasta Emergencias.

—¿Qué ha pasado?

Le abrió los párpados a la pequeña y alumbró, sus pupilas reaccionaban pero se había desmayado por la falta de oxígeno.

—Se comió un-a chocolatina y… no podía respirar.

Halit intentó explicarle la situación al doctor pero estaba tan nervioso que las palabras se enredaban en su lengua y no lograba hacerse entender. Jessica llegó a su lado y se agarró a su brazo.

—¿Es alérgica a algo más? —preguntó la enfermera.

—No que sepamos, la chocolatina tenía almendras —respondió Jessica.

—Vale, ustedes tienen que esperar aquí.

El doctor le quitó a la niña de los brazos y la puso sobre una camilla, luego se la llevó corriendo pasillo adelante y se perdió por la puerta de Emergencias. Halit se enredó las manos en el pelo y se le escapó un grito.

Golpeó la pared del hospital con el interior de su puño para después recargar la cabeza en el mismo lugar.

Jessica se apoyó contra la mesa de recepción, la enfermera le colocó una mano en el hombro y cuando Jessica se giró para mirarla, le sonrió.

Sentía el pecho dolido no solo por la carrera sino por el miedo. Estaba asustada, aterrorizada.

—Disculpe por molestarla en un momento tan delicado pero necesito que me faciliten los datos de la niña.

Halit la oyó, se giró para mirarla con los ojos llorosos y la voz ronca.

—Mavi Denson —dijo sin pensarlo mucho.

Jessica caminó hacia él, intentó tocarle pero Halit se alejó de ella. No lo estaba haciendo a propósito pero se estaba encerrando en su dolor y la estaba dejando atrás, sola. Sin apoyo en una situación tan dolorosa como esa.

—Halit —susurró. Él la miró de mala gana.

—¿Qué? —dijo casi gritando.

Jessica dio un paso atrás, quiso hablar pero las palabras que tenía planeadas no servían para una respuesta como aquella porque no era justo, no estaba siendo justo.

Se acercó a él lo suficiente para que nadie más pudiera escucharla.

—Puede que ella no me considere su madre pero yo la quiero tanto como tú, Halit —bramó.

En ese momento, al ver en sus ojos cómo la había herido y al darse cuenta de lo que estaba haciendo, a Halit le tembló el labio.

Se acercó a ella y le colocó ambas manos sobre las mejillas mientras la acariciaba con mucha ternura, con cuidado.

—Perdóname, mi amor. Lo siento, perdóname.

Ella asintió y lo abrazó haciéndose más pequeña, metió los brazos por debajo de los suyos y se acopló en su pecho.

El tiempo transcurre de forma diferente en un hospital, como si al entrar allí, los relojes perdieran su fuelle y los minutos pasaran a ser horas y las horas, días.

Eran eternos, demoledores, eran tan interminables que el sonido de las máquinas acababa por internarse dentro de tu cerebro como un martillo pilón, una condena, una tortura.

Se quedaron allí abrazados, esperando esas noticias que tardaban demasiado en llegar, rezando oraciones que nunca aprendieron, suplicándole a un Dios al que nunca reconocieron.

El tiempo allí no pasaba, estaba detenido, paralizado por el miedo. Quizá el tiempo no fuera más que un enamorado de la esperanza y hubiera congelado a sus fieles trabajadores para nunca perderla.

Una puerta se abrió pero poco o nada tenía que ver con ellos, Halit agarró a Jessica por la parte posterior de su cabeza para que volviera a su abrazo, al único lugar seguro cuando todo se derrumbaba.

De fondo unos ojos familiares los miraron con una mezcla de curiosidad y lástima, Lauren ya los conocía pero prefería ignorar que estaban allí, fingir que la razón de su presencia en ese hospital no le importaba y seguir con su trabajo.

El doctor que se había llevado a Mavi salió de emergencias, se quitó los guantes y caminó hacia ellos.

—La niña está bien, le hemos hecho un lavado de estómago pero sigue un poco débil así que va a quedarse aquí un par de horas más.

Las noticias llegaron como el sol que sale un día nublado, como una respuesta a todas esas oraciones plegadas al aire. Pudieron respirar hondo cuando el médico les aseguró que todo iría bien.

—¿Podemos verla? —preguntó Jessica.

—Acabamos de subirla a la primera planta, hay una enfermera allí haciéndole un par de pruebas pero en cuanto termine, podrán verla.

Se miraron y sonrieron.

—Gracias, doctor. Muchísimas gracias
—dijo Halit y el médico les puso una mano en el hombro a los dos al pasar junto a ellos.

Se fueron hasta la sala de Emergencias, junto a ella estaba los ascensores y las máquinas expendedoras, subieron hasta la primera planta pero la habitación aún permanecía cerrada, la enfermera seguía estando allí.

Halit caminaba impaciente de un lugar a otro, sus pies no podían quedarse quietos ni durante un segundo. Jessica se puso frente a él y le plantó las manos en los brazos.

—Ya —le dijo y sonrió.

Él le devolvió el gesto pero estaba demasiado feliz y eufórico para quedarse en el mismo lugar. Unos segundos después, el ascensor volvió a abrirse revelando a la enfermera de cabellos pelirrojos que los había atendido en la recepción con una carpeta entre sus brazos.

—¿Señores Denson? Disculpen pero necesito hablar con ustedes un momento. No he conseguido encontrar su historial, ¿quizá me hayan dado algún dato mal?

—¿Qué dato podríamos haberle dado mal? Mavi Denson, siete años.

Los ojos de Jessica se abrieron como platos al comprender lo que estaba ocurriendo. Halit estaba nervioso, tan nervioso que había olvidado que no existía ninguna Mavi Denson.

Ni ninguna familia Denson, ni ningún historial.

—Halit —susurró tirando de su camisa.

—Pues no lo encuentro, lo siento. No sé qué es lo que puede estar pasando pero necesito que me faciliten la tarjeta sanitaria de la niña.

Halit se tocó los bolsillos como si pudiera encontrar algo en ellos.

—No la tenemos aquí, ¿de verdad es necesario? ¿Con el nombre no basta?

—Halit.

Jessica volvió a tirar de su camisa hasta que él la miró y al hacerlo, supo lo que estaba pasando.

Entrelazó sus dedos con los de Jessica y tiró de ella hacía atrás como si un poco más de distancia pudiera sacarlos de la situación en la que estaban metidos.

—Lo normal es que el nombre sea suficiente pero en este caso no puedo encontrar su historial así que necesito que me entreguen la tarjeta sanitaria. Me imagino la situación por la que están pasando pero si no pueden identificar a la niña, voy a tener que llamar a seguridad.

La enferma apretó la carpeta contra su pecho y tamborileó los dedos sobre ella, esperando una respuesta que no podían darle. Estaban acorralados entre la pared y la verdad, desprovistos de cualquier solución, a merced de lo que esa chica decidiera hacer con ellos.

—Pero Karina, por Dios. Son Halit y Jessica, mis vecinos.

Lauren apareció por detrás de la enfermera como un ángel que aguarda el momento justo para aparecer y salvar a alguien que está en peligro.

Le pasó el brazo por los hombros con toda la naturalidad del mundo a su compañera y la miró como si estuviera haciendo una montaña de un granito.

—¿Tú los conoces, Lauren? No encuentro su historial.

—Claro mujer, porque nunca habían venido al hospital antes. No llevan ni un año en Luna Azul así que su antiguo hospital no habrá hecho la transferencia de datos todavía.

Karina los miró pensativa, luego miró a Lauren.

—Es posible, sí. Pero es que necesito identificar a la niña.

Lauren le dio una palmadita en la espalda.

—Déjamelo a mí, su niña es amiguita de Robbie. Tú vete a descansar un poco anda, llevas muchas horas de guardia.

Karina pasó sus ojos de los unos a los otros, sopesando la situación. Jessica tenía el corazón en la garganta y los puños cerrados por la ansiedad, apenas podía respirar.

Pero entonces, Karina sonrió y el cielo volvió a abrirse para ellos como si hubieran pasado de enero a agosto en un parpadeo.

—Pues sí, no puedo más con las piernas. Gracias Lauren y lamento muchísimo el malentendido, señores Denson. Que se mejore pronto.

Karina les miró una última vez antes de subirse al ascensor de vuelta a la recepción. Halit suspiró con alivio y Jessica miró a Lauren con agradecimiento en los ojos. Lauren asintió.

—No os preocupéis, la niña está bien. Los lavados de estómago son procesos muy desagradables y más siendo tan pequeña.
En un rato estará recuperada —aseguró.

Jessica la interceptó antes de que pudiera marcharse.

—¿Cómo vamos a agradecerte esto?
—dijo casi llorando.

Lauren soltó el aire con pesadez y apretó los labios mirándolos.

—Sigo sin querer saber nada de vosotros pero si algún día esa niña se convierte en vuestra hija de verdad, aceptaré esa invitación a cenar que todavía tenemos pendiente. Buenas noches.

Halit encaró a Jessica tan pronto como se quedaron a solas, la miró sonriendo a través de las lágrimas y levantó la barbilla para darle un beso en la frente.

—Voy a por café, ¿quieres uno?

—Sí, por favor.

Él asintió, en esa planta no había máquinas de café así que tendría que volver a bajar a recepción pero ahora lo haría sabiendo que estaban a salvo, que podrían salir de ese hospital igual que habían entrado.

Juntos.

Halit ya se había montado en el ascensor cuando la habitación en la que estaba la niña se abrió y una enfermera que no aparentaba más de veinte años y no medía más de metro cincuenta sonrió a Jessica.

—Ya puede pasar —anunció.

Ella se giró buscando a Halit con los ojos pero él ya no estaba ahí, así que no pudo esperar más y entró. Mavi estaba conectada a una vía que le suministraba suero y a una máquina que controlaba los latidos de su corazón.

Había llorado y tenía el pelo revuelto y pegado a la cara pero estaba a salvo y despierta.

—Hola, mi amor —susurró Jessica al entrar.

—Hola —respondió ella con la voz tímida.

—¿Estás bien? ¿Te duele algo?

Se orilló a su cama y la tomó la mano para dejar un beso en el dorso.

—Estoy muy cansada.

Le frotó la barriguita con ternura.

—Bueno pero eso no es nada, esta noche vas a dormir muy bien.

La niña miró hacia la puerta y arrugó el rostro.

—¿Dónde está papá?

—Ha ido a por café pero voy a buscarlo y lo traigo en un minuto, ¿de acuerdo?

Jessica intentó moverse pero la mano de Mavi se aferró con más fuerza a la suya.

—No te vayas, mami —le pidió.

Jessica se tapó la boca con su mano libre para no gritar, se giró hacia ella pero ya no la veía, tenía una cortina de lágrimas tapándole los ojos.

El pecho se le llenó de una sensación indescriptible, un amor que no reconocía, que nunca antes había experimentado.

La mandíbula le temblaba cuando se apoyó contra la cama, junto al pecho de la niña, para poder llorar en silencio sin preocuparla.

—Oye tú, pequeña diabla. Me habías dado un susto de muerte, nunca más, ¿eh?

Halit entró en la habitación con los dos vasos de café, los puso sobre la mesilla junto a la cama de la niña y se inclinó del lado opuesto a Jessica para quitarle los cabellos esparcidos por el rostro a la pequeña.

—Tú me has dado una chocolatina envenenada, estamos en paz.

Halit soltó una risa.

—¿De dónde habrá sacado esa manera de hablarle a su padre?

Jessica sonrió con inocencia y levantó su mano libre.

—Creo que de su madre pero no tengo ni idea.

La niña miró de uno a otro con los labios apretados en una sonrisa traviesa y asintió.

Jessica se agachó, se quitó las zapatillas que llevaba y se metió en la cama junto a la niña, luego palmeó del otro lado, invitando a Halit a unirse a ellas.

Dejaron a la niña en el medio, con sus manos entrelazadas sobre la barriga de la pequeña.

—Oye, Mavi —la llamó Halit—. Mamá, tú y yo, hacemos un buen equipo, ¿verdad?

La niña asintió pero Jessica negó.

Estaba convencida de que lo que iba a decir no era una sorpresa, que ya lo sabían, que cualquiera que los hubiera visto juntos lo sabía pero aún así, nunca dejaría de sorprenderle la forma en la que el amor correcto aparece en tu vida sin que lo busques, aunque no lo quieras, tan solo llega. 

—No somos un equipo, Halit —lo corrigió—. Somos una familia.

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