Encuentros

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, yo solo juego con ellos ^^

.

|  2  |

* Encuentros *

.

Por aquel tiempo, a fines de 1912, ingresó al foro de periodistas británicos Edward Rawdon Smith, quién desempeñó muchos cargos financieros en el "London Passenger Transport board"; lo cual hizo posible su nombramiento e integración al foro.

Como todo buen relacionista público y reconocido periodista del diario londinense "The Sun Times" no podía dejar de lado su labor y menos un domingo. Iba en busca de gente famosa y glamurosa. No existía lugar preferido, todos eran puntos clave y estratégicos.

Hace dos meses, hizo un reportaje acerca de dos miembros de la realeza británica: el conde de Eastwood y el duque de Grandchester. El reportaje trataba sobre las lujosas residencias de la realeza cuando vacacionaban. Por tanto, tuvo que comportarse como un aristócrata y ser cauteloso en las preguntas, sobre todo, los dos días que estuvo como huésped en la mansión Grandchester en Edimburgo, capital de Escocia y una de las mansiones favoritas de la duquesa.

En aquella ocasión, de casualidad y como si fuera un regalo enviado del cielo, Rawdon Smith logró escuchar una discusión entre el duque y su rebelde hijo mayor. Procuró no incluirla en su reportaje, pero sí estuvo muy atento en grabar la imagen del castaño. Era muy extraño encontrar, entre los jóvenes monarcas, alguno con las características que ese muchacho tenía: rebelde, osado y con gran inclinación a quebrantar las normas diplomáticas. Posiblemente sería el primero en rechazar su título nobiliario, como años después lo haría el Rey Edward VII.

«—¡Al diablo con lo que hablas! gritó Terry en el vestíbulo en aquella ocasión.

¿Sabes a lo que te enfrentas, Terrius? Es peligroso.

Entiéndelo agregó restando importancia a lo dicho por su padre, nunca dejaré de quererla, ¿me oíste? ¡Nunca! ¡Ahora déjame hacer mi vida y no te entrometas más!»

El chico salió de la casa arrojando la puerta sin compasión, totalmente enojado, sin percatarse que un ávido periodista había saboreado cada palabra que él había dicho. Al parecer era una oportunidad única y casi indescifrable del porqué de su comportamiento. ¿A quién se refería con «ella»? ¿Acaso estaba enamorado de una mujer pobre o de una dama de dudosa reputación que vivía solo de noches desenfrenadas?

Al ver este penoso incidente, el duque pidió disculpas por la actitud inmadura de su hijo y le suplicó no tomara en cuenta este terrible encuentro entre ellos.

«—Cosas de muchachos, Ud. comprenderá.»

Y claro que lo comprendió, más aún cuando su estadía se prolongó por tres días más con paseos a caballo y lujosos banquetes.

El artículo periodístico se publicó una semana después y Terry solo fue mencionado como hijo mayor de Richard Grandchester, el heredero del título, décimo tercero en la lista al trono y futuro dueño de todas las propiedades que se sitúen en el área de Edimburgo. De sus otros dos hijos no habló mucho, sólo que estaban a punto de ingresar al colegio real San Pablo y serían los encargados del usufructo londinense.

«—Se especializarán en economía y relaciones diplomáticas. Las negociaciones con Irlanda y Francia están mejorando y tengo planeado un futuro prometedor en cuanto inversiones extranjeras.

Muy digno de usted, mi lord.»

A pesar que la entrevista prosiguió durante toda su estadía, fragmentando las preguntas y tratando de sacar las mejores fotos de la mansión, su mente no dejaba de pensar en aquel malcriado joven.

Habían pasado dos meses y su imagen era tan vívida como ese día en Escocia. Pero esta vez, se encontraba en Londres, cerca al puente, y no podía dar crédito a lo que sus ojos veían.

.

.

El buen amigo regordete, Don Malquioni, se les acercó lentamente. No quería arruinar la romántica escena de dos adolescentes viviendo su primera, pero verdadera primavera. Con la experiencia que tenía, reconocía a dos personas enamoradas con solo verlas, ¿y quién no podría hacerlo si durante toda la velada el brillo de los ojos de ambos opacaba la estancia? Irradiaban miradas absolutamente tiernas, aunque ellos no lo sabían o mejor dicho, no se daban cuenta.

De pronto sus pequeños ojos negros se abrieron de par en par al ver que la chica había devorado su bife en cuestión de minutos.

Terry reía, no podía esconder sus sentimientos al estar al lado de Candy. Nunca olvidaría aquella tarde en la que su pecosa lo hizo reír.

Si en diez años, le preguntasen a Candy cuál sería el mejor recuerdo de Londres, ella respondería, sin dudarlo, aquella tarde de agosto, al lado de Terry, en un restaurante pequeño pero acogedor, escuchando las risas angelicales de su castaño rebelde.

Estar junto a Terry le encantaba, lo quería sólo para ella y eso la tenía confundida. A veces dudaba de sus sentimientos, no sabía con claridad qué le estaba sucediendo; no se imaginaba el conflicto interior entre su corazón y sus pensamientos. Lo único que sí sabía era que este sentimiento era muy diferente al que sintió algina vez por Anthony. Sin embargo, también se sentía mal al pretender si quiera olvidarse de él. Le era tan difícil observar cómo su recuerdo iba quedándose a los lejos, en su niñez, y que una nueva persona, tan diferente al rubio y con aires de rebeldía podía tapar aquel vacío...

No paraba de observar aquellos ojos azules, la enamoraban aún más. Le parecía un chico enigmático pero a la vez dulce, lleno de metas y sueños, pero que quizás nunca las haría realidad si seguía bajo el dominio imperial.

—Ahora pecosa... ¡¿qué quieres?! —le preguntó con dulzura cuando Don Malquioni insistió en servirles un postre.

—¡Te lo advertí Terry! ¡Conmigo llegarías a la banca rota en cuestión de segundos!

—Nada de eso —le respondió—. ¡Vamos pide un dulce! Ya que de tanto observar a alguien, me estoy aburriendo —agregó Terry mintiendo cínicamente.

El Chef no dijo nada, solo asintió.

—Bueno, ¡pero conste que tú lo has dicho! —Sonrió contenta.

Después de pedir una torta inglesa con extra ración de fresas y dos tazas de té, Candy notó que el chef seguía mirándolos desde la ventanilla de la cocina, y que los mozos hacían lo mismo de vez en cuando.

—Terry, dime, ¿por qué nos tratan tan bien, te conocen de tiempo?

—Más o menos, ¿pero a qué viene ahora?

—Nada, simple curiosidad. —Se encogió de hombros, dándole una última saboreada a su torta. Terry la observó y amó la sencillez de Candy.

—Ellos saben que soy hijo de un duque, salió una foto mía en una revista y en el diario hace algún tiempo —dijo sin importancia—, además, los días que vengo solo conversamos de muchas cosas y vemos que compartimos el mismo punto de vista.

—Oh, debe ser genial tener alguien con quien conversar y que no esté influenciado por esas monjas.

—Lo es. El señor es muy gentil y sobre todo siempre me da consejos que por fin hoy he puesto en practica —explicó Terry, dándole un sorbo a tu té. Por el rabillo del ojo vio a Malquioni animándolo.

—Y... ¿se puede saber qué cosas? —interrogó la ojiverde.

—¡Encima de ser así, eres una Tarzán pecosa entrometida y chismosa!

—¡Terry! ¡Te voy a matar!

Todos en el restaurante siguieron la escena, el amigo regordete reía imaginándose el plan.

—¡Eres un rico malcriado! —gritó furiosa, ¡Terry la estaba llamando tragona y chismosa! No podía creer que ese mimado le gustara demasiado—: ¡Me las pagarás, Terry!

—¡Si es que me alcanzas! —Y el azulino salió corriendo, dejando sobre la mesa algunas monedas y un billete.

Por un instante, pensó perder a Candy y empezó a caminar hacia el lado izquierdo del puente. No quería que le perdiera el rastro y él le llevaba ventaja por traer zapatos cómodos y un pantalón que le permitía escabullirse sin preocuparse del viento. Aquel lugar tenía una brisa fresca y podía asegurar que los mejores atardeceres de Londres podrían admirarse desde allí.

—¡TERRY! —gritó Candy acercándose con gran rapidez. Tres cuadras adoquinas al parecer no fueron nada para la pecosa—. ¡Ven aquí!

El aludido hizo caso omiso y decidió bajar por la escalinata, lo cual imitó Candy. Si no fuera porque estaba realmente enojada, confirmaría que encontrarse bajo el lado sur del puente, cerca al río Támesis, era fantástico.

—¡Terry! ¡Ay no! —exclamó con un hilo de voz.

—¡¿Candy?! ¿Pero qué...? —entonces volteó y vio a Candy arrodillada, con el ceño fruncido y tratando de arreglar su coleta. Había resbalado por la leve pendiente y su vestido se encontraba manchado con tierra—. ¡Se ve que la naturaleza no está a tu favor! Ahora se te notan más las pecas. —Y rió hasta que no pudo más.

Casi fue fulminado por la mirada verde y adolorida de Candy.

Se acercó y decidió ayudarla con toda la caballerosidad británica que poseía.

—¡Ahora sí! ¡Terry prepárate porque...

Aun sin equilibrio, Candy quiso seguir con su plan, pero Terry no soportó más y la tomó por la cintura, evitando que caiga al río y obligando a que esas bellas esmeraldas lo viesen fijamente.

Para Candy, después de su dolorosa caída, un baño de agua fría no sería una mala opción, pero si pudiera evitarlo... lo haría. Sin embargo, lo que no pudo evitar fue verse en esa situación. Perdió la cólera y fijó su mirada en esos ojos azul verdosos, color océano, donde podía ver su imagen reflejada. Terry también la contemplaba, le encantaba sumergirse dentro de las esmeraldas de Candy y perderse en sus risos color de sol.

Fue un instante que pareció una eternidad, donde sentimientos confluyeron para dar forma a un amor que se instalaba con fuerza en sus corazones.

—Terry...

La presión que ejercía en su cintura le lanzó escalofríos por todo el cuerpo. Ella se encontraba muy al filo del Támesis y Terry no vio mejor opción que acercarla más a él, sosteniéndola para no dejarla caer, sin dejar de mirarla ni un segundo.

Se iba acercando cada vez más a su rostro, y al ver que Candy no protestaba, ni decía nada, siguió avanzando...

.

CONTINUARA...

.

.

Notas:

¡Gracias por leer hasta aquí! Como les comenté, estoy subiendo este fic nuevamente haciendo muchas mejoras en la redacción. Han pasado muchos años y creo que merecía mejorar mi primer fic.

Pero... calma, prometo que la próxima vez será mejor ^^ Por favor quisiera leerlos, así sean tomatazos, amenazas... bueno no tanto xD! Hasta la próxima. Lu.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro