🎀 Capítulo 1 🎀

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Soy buena, pero no un ángel. Pecado, pero no soy el diablo. Solo soy una pequeña niña tratando de encontrar a alguien a quien amar.

Frida Khalo.

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Barbie Robbie

Bloqueo de pintor.

Otros lo resumen como un fenómeno que te vuelve incapaz de utilizar alguna inspiración o creatividad. En otras palabras, es el hecho de estancarse y ver al pincel como una inservible herramienta que no podrás tomar en mucho tiempo.

Yo lo resumo de diferente forma.

Para mí, el bloqueo de pintor es un obstáculo de cuatro paredes que me atrapó dentro de sí desde el fallecimiento de mi madre. Es mi forma de expresar que fracasé en el único talento que la vida me otorgó, que mis planes de ser una pintora se habían desmoronado y que seguiría viviendo como un patético intento de ser más que solo Barbie.

Luego de tantos años de haberme rendido y asumido la pérdida de mi talento, todavía seguía mi costumbre: intentar, cada tres de Enero, el día de mi cumpleaños, hacer un retrato.

Por consecuencia, solo participé en una pérdida de tiempo.

Lancé el pincel en algún rincón, bastante decepcionada de mí misma, y recordé la frase favorita de mi mejor amigo, acompañada de un bufido:

"Tantos años de intentos fallidos pudiesen ser aprovechados por ti encontrando nuevas actividades en las que seas excepcional. Pero como siempre, querida, has decidido obsesionarte"

Os lo juro, él ensayaba la frasecita frente al espejo para dedicármela a cada rato. Y vaya que lo comprendía, porque Oliver no tenía filtros al hablarme y ser directo.

Me rendí enseguida de seguir insistiéndole al lienzo y al pincel, por supuesto. Y justo cinco minutos después, alguien apareció tocando mi puerta.

—Entra, entra.

Pronto supe que se trataba de mi padre. De haber sido Oliver, mi mejor amigo, no hubiese tocado la puerta y entraría a mi habitación sin miedo de pillarme en bragas. O sin ellas, claro.

Me giré al abrirse la puerta y resoplé para alejar los mechones del cerquillo que caían en mis ojos. Mi padre me sorprendió en cuanto me tomó de la mano para pegarme su fornido pecho en un abrazo.

—¿Sabes qué es lo que más amo en este mundo, mi niña?

La interrogante me hizo reír por lo bajo.

Oh, ya sabía por dónde iba. Con su cálida expresión solo logró alejar cualquier inseguridad de mí con respecto a ese don desperdiciado que tuve.

—¿Tu colección de corbatas que no te sabes poner solito?

—Puede que sí, pero hay otra cosa.

—¿Tu auto?

—No, Babi.

—Cuéntame qué es.

Besó mi coronilla, alejándose. Hasta que me mostró sus manos, no fui consciente de que tuvo todo ese tiempo una bolsita escondida.

—Lo que más amo es el hecho de que seas mi hija —murmuró, contento—, mi razón para despertar con una sonrisa y mi mayor orgullo, Babi. No un auto, ni las prendas. Eso no se compara a ti.

Me entregó la bolsita que yo, tal cual niña impaciente por recibir su regalo de navidad, no dejaba de observar con dejes de interés. Viendo su contenido, no pude secuestrar las lágrimas y lo abracé nuevamente.

—Feliz cumpleaños, pequeña.

—¡Aww! ¡Gracias!

Comencé a besarle la mejilla, conmovida.

Luego de unos instantes, nos sentamos en mi cama sin importarnos que él debía ir pronto a la empresa.

En la bolsa de regalo hallé una cajita roja que reconocí enseguida. Pese a que era vieja y ya no adoptaba ese esplendoroso color rechinante, recordaba que al abrirla me encontraría con el collar más precioso de todos. Era una joya fina que perteneció a mi madre, porque así lo eligió mi padre para ella como regalo de bodas.

Ahora él me lo colocaba en el cuello.

—Cuando eras más pequeña estabas obsesionada con este collar, pero tu madre y yo decidimos que te lo daríamos cuando cumplieras diecinueve —contó, despeinándome como gesto cariñoso—. Espero que te guste todavía. En la bolsita hay algunas otras cosas...

En efecto. Visualicé unos cuantos objetos extras dentro y una tela fina que no dudé en sacar para notar que era un largo vestido rojo con decoraciones de diamantes en los tirantes y escote pronunciado. Elevé una ceja, asombrada.

—Déjame adivinar: este vestido no lo elegiste tú, lo eligió Damon.

—¿Tan obvio es?

—¡Claro! Estoy segurísima de que discutieron porque tú querías comprarme un vestido de niña y él esta belleza.

—Es que no me entendéis —se excusó, bromeando—. El vestido que yo quería para ti llegaba hasta las rodillas. Era perfección pura, hija.

—Venga ya, que no tengo cinco años, supéralo.

Suspiró con un exagero dramático.

—Qué lástima me da admitirlo.

Lo próximo que saqué de la bolsita le hizo avergonzarse.

–¿De verdad? ¿Condones?

—Es que no quiero nietos tan pronto, entiéndeme.

—A Damon seguro que le encantaría ver a mis gemelos corriendo por los pasillos.

—No quiero echarte de casa el día en que cumples mayoría de edad, así que shh —avisó, echándome malas miradas hasta hacerme reír.

Damon era el novio de mi padre y, dicho sea de paso, un buen compañero de trabajo. Eran el dúo dinámico de la oficina hasta que todos supieron que tenían una relación más allá de lo laboral. Mi padre, llamado Albert, me contó sobre su relación y no pude estar más contenta por él.

Aunque todavía él extrañaba a mi madre, de lo contrario no guardaría todas sus pertenencias ni sus retratos seguirían colgados en su habitación.

Guardé los accesorios de regalo en sus respectivos lugares y mi padre se marchó a la empresa, pues era un agente inmobiliario exitoso que no debía llegar tarde por su jodido profesionalismo. En cuanto a mí, llegué al sofá para ver Realitys Shows.

Vamos, que ese era mi entretenimiento en casa. Ah, y ver cuántos miles de likes y comentarios obtenía en las fotos que subía a Instagram. Observé mi última foto publicada y leí los comentarios:

"Sin dudas es Barbie..."

"¿Soy la única que cree que su nombre fue intencional?"

"¡Eres guapísima!"

"¡Soy tu admirador aunque no me conozcas todavía! Voy a tu misma universidad"

"🔥🔥🔥"

"Perfecto cuerpo para probarlo el día entero..."

"Cosa bonita, cosa bien hecha, cosa hermosa😏"

"Yo sí te daría como triciclo en subida, Barbie Robbie"

Vale... Los últimos comentarios fueron los que me dieron un poco de grima y causaron mi mueca de asco, no obstante los ignoré.

Bien era sabido que fui catalogada como la maldita muñeca Barbie. Desde que tengo memoria he recibido comparaciones con la icónica, ya sea por mi cabellera rubia, mi cuerpo curvilíneo, mi rostro parecido a ella o mi puto nombre. En un principio fue genial porque, vamos, ¿quién no quisiera ser Barbie? Sin embargo, crucé ciertos límites que me hicieron llegar a hartarme.

La atención, los halagos y las comparaciones nos amábamos, pero la relación se nos complicaba cuando tenía que afrentar la realidad.

La realidad de la fama, y todos los dilemas que consigo traían.

Pero eso, queridos, no es imprescindible en este capítulo.

Mi celular vibrando fue el encargado de centrarme, he de confesar, porque de lo contrario pude haberme quedado navegando entre pensamientos. Contesté la videollamada del mismísimo contacto que anunciaba "Mi sexy amor".

Y no, claro que yo jamás agregaría así a alguien.

Y no, tampoco ese contacto era mi novio.

Mi soltería convertía a Oliver en ese "sexy amor", puesto que él mismo se agendó de esa patética forma. En cuanto pude presenciarlo, lo distinguí en un baño público con una sonrisa de oreja a oreja y el cabello hecho una maraña.

—Buenos días, Oli...

—¡MEJOR AMIGA, FELICIDADES! —chilló, de pronto, cortándome—. ¡Feliz diecinueve años siendo virgen, Babi, te deseo muchos más!

Rodé los ojos y aguanté la risa para poder comerme la tostada sin morir ahogada en el intento.

—Gracias por felicitarme, idiota, pero el grito fue innecesario. Además, ¡no soy virgen!

—No lo sé, Rick... me parece falso.

—¿Recuerdas que sabes absolutamente todo de mí, hasta esos detalles?

—Agh, verdad. Pues... felicidades de todas formas. ¿Podemos quedar hoy? Necesito hablar demasiadas cosas contigo. ¡Ah, y darte mi regalo!

Abrí los ojos con evidente sorpresa. ¿Oliver me tenía un regalo? Lo conocía desde hacía años y el único regalo que me había hecho era un estriptis en plena reunión familiar a la que decidió invitarme, ya que su familia me tenía bien recibida.

Oh, no, por favor, otro estriptis no.

—Te juro que no será un estriptis —aseguró de repente. Desde la pantalla lo vi sonreír como niño pequeño e inocente—. En realidad es...

—¡Pero no me cuentes, joder, que así no tiene gracia!

—Tranquila, chiquilla, que no soy tan tonto como para decírtelo.

—Sí lo eres, mi vida.

—¿Sabes qué sí soy? Guapísimo —hizo un gesto de chica presumida, trasteando su cabello como toda una diva.

Sin dudas, era un idiota por todas las de la ley.

Sin embargo, acepté que ese idiota tenía toda la razón.

Al inicio de nuestro curso universitario, Oliver ya traía un grupo de fanáticas a su lado —o entre sus piernas— por ser el único pelirrojo candente del campus. Tenía explicación: sus ojazos miel, su mandíbula marcada, las pequitas regadas por la nariz respingona y esas facciones rudas, le daban mucho atractivo.

—Eres igual a Ken: guapo pero bruto.

—Amor, soy el rey de la belleza.

—¿Se te olvida que yo existo? —bromeé, riéndome.

—Oh, perdón, mi reina, le entrego su corona.

—Venga, mejor dime por qué estás en un baño público, chico guapo. ¿No estarás jalando el ganso, verdad?

Recién bajó la mirada y notó su torso desnudo. Su sonrisa se evaporó como agua hirviendo.

—Joder, verdad —murmuró, recapacitando de algo—. ¡Estoy en una cita!

—Dios mío, Oliv, ¿quién es tu pobre víctima ahora?

—Es una chica que conocí en una fiesta. ¿Cual era su nombre? Creo que se llamaba... eh... era algo de silvar... ¡Silvana! Así se llama.

—¿En serio incluso te cuesta aprenderte su nombre?

—El nombre me cuesta recordarlo, pero a ella no la olvido ni muerto.

Enarqué una ceja.

—¿Te recuerdo quién la olvidó hace cinco segundos?

—¿Eres mi amiga o mi enemiga? Porque a veces dudo lo primero.

Tomé una respiración.

—Trata bien a la chica, eh, que ya bastante desgracia tiene con ese nombre como para tener desgracias por un hombre.

—No te preocupes, tonta.

—Así me gusta, campeón.

—Ya debería colgar —bostezó—. Estoy en una fiesta en la piscina y no quiero dejarla sola por más tiempo. Puede aparecer un degenerado y hacerle algo...

—El degenerado es con quien tiene la cita...

—... Así que adiós, Babi, nos vemos cuando entre por tu ventana.

Y colgó enseguida.

Ya lo vería en la noche cuando se escabullera por mi balcón y abriera la ventana para entrar a mi habitación Sabiendo que mi padre lo adoraba, él podría tan solo entrar a la casa tocando la puerta principal, pero ya estaba acostumbrado a entrar encubierto a los cuartos de las chicas.

Siempre tan ilegal...

En cuanto a mi tarde, se pasó casi volando entre monotonías. Me compliqué la existencia intentando aprender a preparar la cena, lo cual resultó horrible porque era un desastre andante. De verdad, un desastre andante, al punto de que me prohibieron acercarme al salón de química de la universidad por un incidente con los experimentos...

En fin, esa no era una historia agradable de contar.

Y todavía las personas pensaban que yo era perfecta. Bah, ni queriendo lo sería. Solo debían ver más que mi físico para notar la química que tenía con la mala suerte, mi aburrida personalidad y mi mala leche.

Dejé esos pésimos intentos cuando leí el mensaje de mi padre que anunciaba que, en la noche, se llevaría a cabo la cena por mi cumpleaños en un restaurante. Y no estaríamos solos, porque vendrían Adrianna y Damon.

Entonces me desperté porque lo había olvidado por completo. Justo esa noche, papá le pediría a su novio Damon que, junto a su hija menor, viniese a vivir con nosotros.

A mí eso me sentaba emocionante.

Llegada la hora de prepararme, me puse el vestido y revisé por última vez mi cajita secreta. Esa dichosa estaba guardada bajo mi cama.

Dentro, se encontraba toda la información que había podido obtener sobre los posibles hijos y amantes de mi madre, pues... digamos que tenía una pequeña obsesión.

Y es que, desde que supe que mamá había tenido otro hijo antes de concebirme, me metí en la cabeza la idea de buscarlo, pero nadie todavía sabía su paradero. Por tanto, yo investigaba a los exs de mi madre para perseguir pistas. Papá decía que era una idea tonta, pero...

Apunten esto en mi ficha de personalidad: yo soy una jodida humana que se obsesiona con lo imposible.

Por mientras, hice el intento para saltar del tema y manejé en el segundo auto de mi padre hasta el restaurante, sin embargo...

Recordé mi relación con la mala suerte.

De repente, un grito proveniente de mi garganta se hizo presente.

A la primera no reaccioné. En segunda instancia noté que, una cuadra antes de llegar a mi destino, se me cruzó con rapidez un idiota en patines y tuve que frenar en seco para no aplastarlo.

Hundí el entrecejo y me di cuenta de que, aunque frené, hice que el chico perdiera el control de sus cuatro rueditas y cayera al asfalto. Daba la impresión de que le dolía la rodilla pese a que tenía protección. Como rayo me apresuré a salir del vehículo y tenderle una mano, nerviosa, con pensamientos intrusivos sobre cuál sería mi karma por este incidente.

Pero también ¿a quién se le ocurre patinar por la principal?

—¿Serás idiota? Pude haberte matado —regañé al llegar a él—. ¡No te pongas patines si no sabes detenerte!

Él despreció mi mano, y con razones, ya que yo le había estado exclamando por estar asustada. Joder, estuve a punto de atropellarlo. Me llevé tremendo susto y él se veía tan tranquilo. Creo que incluso comencé a temblar del nervio, la lástima y la culpa.

Yo tras las rejas no sobreviviría con mis bracitos delgados y sin tatuajes, ¿es que no lo notó?

Barbie puede ser lo que quiera ser, menos una presa.

—¿Quién te dijo que no sé patinar? —preguntó, levantándose sin ayuda—. Eres tú quien no sabe manejar.

—Pues controlo mejor el auto que tú tus propios pies.

—Sí, claro.

Ambos subimos la vista y hubo tiempo para repasarnos de pies a cabeza. Claro, él solo me vio cuando recogió sus lentes (gafitas de nerd) del suelo y se los colocó. Durante ese simple acto me resultó conocido.

Tuve un déjà vú que ignoré.

—Perdón —murmuré, ya menos borde por tranquilizarme contemplando sus ojos azules—. Empecé mal. Eh... ¿estás bien?

—Sí, no te preocupes.

Él abrió un tanto sus ojos a la primera hojeada que me dio, sin embargo a la segunda ya le pareció dar igual mi aspecto.

Por otro lado, yo vacilé cómo le quedaba el cabello castaño largo, con un moñito y suelto por otros lados. Lo traía hasta los hombros. Interesante. Lejos de verse afeminado, le daba esas vibras sensuales que tenía. Sus ojos eran brillantes y se escondían tras el cristal de sus lentes, los cuales acomodó con su mano. En esa hallé un tatuaje de serpiente rodeando su muñeca.

Interesante.

Chistó para centrarme y recogió el celular que seguía en el suelo. Aclaré mi garganta y me di la vuelta para alejarme, hasta quedarme paralizada por escuchar:

—Hey, Barbie, se te cayó esto.

Me volteé, con una ceja enarcada.

¿Yo le dije mi nombre?

En su mano traía la pulsera que combinaba con el collar. La acepté de vuelta y como último vistazo observé la calle por necesidad de saber si había caído otra cosa. Solo hallé su cartera en el asfalto. Recogí la misma, notando que estaba abierta. Con inercia leí la identificación que se encontraba dentro, a mi vista: Nils Sheldon.

Y entonces el bombillo se me alumbró, porque ser rubia no siempre significa ser tonta.

Recordé que en mi lista de sospechosos a haber sido amantes de mi madre, se encontraba el señor Miguel Sheldon. Éste hombre de cuarenta y tres años tuvo una relación con mi madre antes de que firmara los papeles de casamiento. Y él había tenido un hijo.

¿Y si tal vez ellos...?

—¿Quién es tu madre?

Y sentí algo rarito en el estómago, como si se revolcara todo mi desayuno y almuerzo de verduras. ¿Tal vez fue que me pareció muy atractivo, o que sus ojos resultaban hipnóticos?

El castaño apretó los carnosos labios en una dura línea, nada contento.

—¿Sueles hacerle preguntas personales a todos los que intentas asesinar?

—De nuevo, perdón por eso. Además, no te preocupes: si te asesinaba volverías al cielo.

—¿Volvería?

—Ajá... ¿o del cielo no vienen los ángeles?

Genuinamente se confundió. Pese a eso, sonrió.

—¿Eso fue un flirteo?

—Puede ser.

—Vaya.

—Pero también fue un intento de agradarte para que me respondieras.

Borró la sonrisa.

Vale, lo arruiné de nuevo.

—No creo que te interese quién es mi madre.

—Créeme que sí lo hace. Solo... dímelo.

—Barbie, hablo en serio: no te interesa. Mejor ocúpate de saber cómo rayos no atropellar a un ciudadano, ¿vale?

Dicho eso, tomó la cartera de mis manos con delicadeza y se alejó de mi vista hasta nuevo aviso, dejándome con una curiosidad que iba a saciar sí o sí. Decepcionada, monté de nuevo en el auto y, con el peligro de esta vez sí atropellar a alguien, agarré mi celular mientras manejaba para stalkearlo.

Lástima que no encontré nada. No tenía redes sociales el muy hijo de... probablemente mi madre. ¿Cómo si quiera pensé que el chico de gafitas tendría Instagram?

¿Es que sería un nerd? Por su camiseta de cuadros y sus pintas lo sospeché, sin embargo no creí que fuese tan grave.

Vamos, desde ese instante creí que podría ser una pista útil. Y no me haría la ciega ante él, menos hacia el hecho de que ese tipo no me hablara sobre su madre. El que me llamara por mi nombre me dio un spoiler: él sabía de mi existencia, entonces tenía posibilidad de volverle a hablar si obtenía algo de suerte.

Llegué enseguida al restaurante, proponiéndome olvidar a ese chico y luego, casi en un pestañazo, me vi a mí misma sentada en una cómoda silla. En frente se encontraba mi padre, quien con manos temblorosas intentaba acomodarse la corbata.

—¿Cómo fue tu día de trabajo, pa?

—Fatal —suspiró en su drama—. ¿A ti cómo te fue, Babi? ¿Has hecho algo divertido en tu cumpleaños?

Casi atropello a un nerd, quise decir, pero nuestra confianza para contarnos todo tampoco me volvería estúpida.

—Pues... poco. Por cierto, en la noche vendrá Oliver a verme. Dice tenerme un regalo.

—Oh, ¿y se quedará a dormir contigo?

—¿Por qué se quedaría?

—Para darte su regalo. Si te lo dará, avísame para comprar tapones de oído y más condones.

—Papá, no hables bobadas.

Le fruncí el ceño y se echó a reír, llamando la atención de las personas que se encontraban cenando. Algunas familias o parejas probablemente terminarían, pues las mujeres se le quedaron viendo como si éste fuese un filete.

—Babi, voy a hablarte como un padre responsable: Oliver es un buen chico, lo aprobaría si sucede algo entre vosotros. Ya sabes, es de la familia.

—Oliver es como mi hermano, por Dios.

—De todas formas, dile que a su edad aprendí a usar un rifle y todavía lo guardo por ahí.

Papá intentó guiñarme un ojo y falló. Uno de los tantos defectos de la familia Robbie es que no sabíamos ni mover el cuerpo al bailar ni guiñar el ojo. Pésima coordinación.

—Mierda, esto le ha quitado seriedad a la amenaza.

—Oye, Albert, cuida tu vocabulario.

La voz que interrumpió nuestra charla fue perteneciente a un hombre bajito de cabello castaño, aquel al que bauticé como mi segundo padre. Damon, quien iba de la mano con su hija de diez años, saludó a mi nervioso padre con un tierno y corto beso. Entre tanto, Adrianna, la niña, se acercó a mí para dejarme un dibujo en la mesa.

—Felicidades, cumpleañera —Damon tomó mi mano y besó los nudillos, sonriendo con emoción—. Te he traído este regalito. Ah, y Adri te ha dibujado eso. No me ha dejado ver qué dibujó, pero debe ser bonito.

Bueno, yo no diría que fuese bonito.

A no ser que en la categoría de bonito entre un dibujo de plumones negros que me mostraba atrapada en una trampa de osos. A mi lado estaba Adrianna, quien sonreía con un cuchillo en mano. El letrero que colocó encima del dibujo decía: papá es mío, osa.

—Oh, gracias, qué bien dibujas —halagué a la niña.

—¿Verdad que sí?

El regalo de Damon fueron unos pinceles y acuarelas para emprender mi único talento: dibujar; y unos cascos con una notita que proclamaba:

"Por si quieres escuchar música hasta sentir que la vives, esto es para ti, Babi. Disfruta de otras primaveras y de tus pasiones, porque lo mereces"

¿Está claro que le di un abrazo de osa luego de leer eso, no?

La cena dio inicio e intenté hacerle gracias a Adrianna. Después de todo, yo tenía la certeza de que ella me veía como su hermana mayor desde hacía meses, pero no lo admitirá en voz alta porque sus celos inocentes le ganaban.

Luego de terminar de cenar, entre risas y comentarios, una camarera trajo un pastel de fresas para mí y lo colocó en medio de la mesa. Al cortar el mismo, papá dio la esperada noticia:

—Además de celebrar el cumpleaños de mi niña... os quería hacer una petición.

Capturó la atención de la niña y el hombre.

—Damon, ya pronto cumpliremos un año juntos y creo que es el momento indicado para pedirte que... vengas a vivir con nosotros. Sé que quiero unir mis días a los tuyos por toda una eternidad.

—Albert...

—Nos encantaría integrarte más que formalmente a nuestra familia, cariño. A los Robbie.

La reacción de Damon hizo una transición de desconcierto a sorpresa. Enseguida se levantó de la mesa para acercarse a mi padre.

—Me encantaría, querido.

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