🎀 Capítulo 11 🎀

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El deseo es el fuego que consume el alma

William Shakespeare.

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Barbie Robbie

Cuidar de Adrianna era sencillo: le prestaba algunas revistas de moda, la instaba a ver shows conmigo o dibujaba a su lado, y de esta forma su compañía se hacía llevadera. Y silenciosa. Y si en algún instante se volvía un poco insistente con algo, bastaba con pedirle que dejase de comportarse así.

¿Pero con Nelson?

Joder, eso sí que merecía un mérito por conseguirlo.

Si bien Nils lo describió como un niño súper introvertido, a mi lado se volvió todo lo contrario, al punto de que yo, la chica que odiaba el silencio y debía estar hablando cualquier tontería para acabar con él, deseé un ratito que se callara.

Era un niño un tanto indiferente cuando no estaba molestando o insinuando cosas, pero normalmente parloteaba como papagayo con una dosis de cafeína.

Me encontraba en su habitación, curioseando como de costumbre. El cuarto con dinámica de superhéroes dibujados en la pared era enorme. El más grande del piso. Hallé cositas interesantes, como doce estatuillas de Spiderman, todas del mismo tamaño y estilo.

—Vaya, estás obsesionado —comenté en cuanto las noté.

—Mi hermano me las regaló —informó Nel, que aunque llevaba los cascos gamer y le prestaba atención a su computador no dejaba de escucharme—. Él es el único obsesionado en esta casa.

Se rió por lo bajo, todo un santito, haciéndome enarcar una ceja.

—¿Qué otras obsesiones tiene?

—¿Quieres la lista larga o la corta?

—La corta.

—Está obsesionado con cuidarme.

—¿Y la larga?

—También con el chocolate, los pianos, el FIFA, las películas de terror, los programas sobre especies en extinción o algún drama sobre la astrología, el color azul, las camisas de cuadros, sus lentillas, aunque no las usa mucho porque son de color verde, la pintura...

Tanta información a la velocidad de la luz me dejó anonadada, pero por lo menos lo último atrapó mi atención.

—¿La pintura? ¿Le gusta pintar?

—Le encanta —accedió, todo sonrisitas—. ¿Es que no has visto los cuadros del salón? Los hizo él.

—Los vi, sí.

—Y quieres volver a verlos porque los olvidaste —dedujo.

—Joder, ¿tan obvia soy?

—Tus expresiones lo dicen todo.

Con una mueca de vergüenza se lo concedí. Ya nos conocíamos. Me apresuré y casi corriendo llegué al salón, toda curiosa. Claro que apenas recordaba aquellos mencionados cuadros, aunque de haber sabido que Nils los hizo no los olvidaría pronto.

Parecía que el nerd era más interesante y misterioso de lo que yo pude imaginar.

Contemplé cuatro cuadros en la pared, y cada uno siendo sujetado por un marco y cordel negro. El primero, más cercano a mis ojos, mostraba un cielo oscuro al estilo de La noche estrellada de Vincent van Gogh, con diferencia de que éste relucía solo una galaxia, complementando algunos planetas pero utilizando la misma paleta de colores: amarillo, negro, azul...

Viéndolo como alguien que alguna vez tuvo el don de ilustrar sobre el lienzo, me pareció preciso y admirable cada mínimo detalle.

Ojalá haber podido llegar a recrear tan perfectamente alguna vez.

Pero ese sueño cada vez se notaba más lejano.

Los otros dos cuadros mostraban paisajes naturales como un jardín y un bosque, que daban la impresión de haber sido creados hacía más tiempo, sin dejar de ser maravillosos y con aires enigmáticos. En cuanto al último, el apartado a esos, era un retrato.

La imagen de una mujer atrapó mi atención, porque parecía haber sido dibujada con tanta paciencia y dedicación para haber podido incluso mostrar los poros o sonrojos de sus cachetes, o las mismas arrugas de su madurez. Se encontraba frente a un muelle, de noche, sonriendo y posando con un naturalidad y comodidad. Su cabello castaño rodeaba los hombros y contaba con algunas canas; su rostro con pizcas de cansancio y la sonrisa con alegría genuina.

Bajo ella, pude contemplar la firma de Nils, cuyo trazo era fino y limpio, en comparación a mi letra que de vez en vez se volvía chapucera o la de un doctor con muchos años ejerciendo la profesión.

Nils Sheld.

La puerta detrás de mí se abrió y no necesité girarme para conocer de quién se trataba. Su cuerpo desprendía un olor tan conocido que ya me revelaba cuándo se acercaba a pasos relajados. La sonrisa fugaz se me escapó cuando, por alguna razón, llegó poniéndome un brazo por alrededor de los hombros. Me dejé jalar por su ¿medio abrazo?

—¡Llegó por quién llorabas! ¿Me extrañabas? Yo a ti no.

—La próxima vez que llegues, al menos sé creativo con la frase de entrada.

—Soy creativo, y creo que lo has notado.

Aquella indirecta me hizo voltear a la pared nuevamente, intrigada a más no poder.

—¿Quién es ella?

Por sus ojos clavados en donde mismo yo, transmitiendo casi el afecto que le tenía a la obra, creí que se reservaría la respuesta como a millones de preguntas que jamás me contestaba.

—Es la madre de Nelson —contestó, para mi sorpresa—. Y también mi mamá, Helen. Yo le tomé esa foto y, meses después, hice el retrato para colgarlo aquí porque decía que la pared estaba vacía y eso no era correcto en un hogar.

—Es... fantástico el nivel de detalle. Debiste tener muchísima inspiración.

Pareció orgulloso, asintiendo con su expresión atractiva y creyente.

—Vincent van Gogh expresó: A menudo pienso que la noche está más viva y más rica de colores que el día; y opiné lo mismo en cuanto a Helen, porque quería que al retratarla se mostrase tan viva y asombrosa como la noche que él veía.

J-o-d-e-r.

¿Se me aceleró el corazón o fue puro drama?

Tuve que hacer un puchero al escucharlo, porque aquello había calado profundo en mi corazón y ni siquiera era dedicado a mí. Pero lo soltó con tal naturalidad que su voz ronca parecía adquirir pizcas de vulnerabilidad y dulzura que, en lo personal, me encantó.

¡Es que era tan tiernito!

Me tendría desmayada si sus palabras en ese tono se dirigiesen alguna vez a mí.

O acostada con las piernas abiertas, que también.

—Me has dado ganas de abrazarte como a un osito cariñosito.

Apartó su brazo de mi cuerpo y dejó de observarme, risueño, para negar con la cabeza.

—Ya le has arrebatado el encanto al momento con una sola frase, Sisu.

—Venga, pero no te vayas, solo fui sincera. ¿No quieres un abrazo?

—No me limitaría a aceptar solo eso.

La curva de sus labios se ensanchó hacia arriba en lo que podría jurar que fue una sonrisa seductora.

—¿Qué más quieres, entonces?

—¿Justo ahora? Comer algo.

—¿Me consideras comida?

—No, señorita coqueta, todavía no.

Lástima.

Lo seguí hasta la habitación de Nelson, que nos sorprendió saliendo de ahí como si corriese para asegurar no ser el último en la cola. Avanzó a la cocina. Nils, ceñudo, me tomó de la muñeca para arrastrarme consigo.

—Buenas noches a ti también —le reprochó a Nelson, comprobando cómo él profanaba el refrigerador como si fuese la tumba de Tutankamón.

—¡Maravillosas noches! ¡Y hola, comida!

—Sisu, ¿no le has dado comida a mi humanito?

—Claro que le di, no está en los juegos del hambre como para dejarlo morir por eso.

—Es que tengo más hambre, Nils —explicó Nelson, con aires graciosos—. ¿Dónde tienes las donas? Oh, cierto, me las comí yo. En fin. Nunca hay nada en esta casa.

—Enano, no me jodas tan temprano.

—Está bieeen, papá.

—¿Para qué querías que viniese rápido? ¿Extrañabas mis regaños?

—En realidad, no. Si vienes a regañarme, a unos pasos tienes la salida y a una cuadra el banco del parque donde duermen los vagabundos.

—No he venido a eso, y lo sabes. ¿Me dirás ya por qué le pediste a Barbie que me llamara?

—¿Porque la cena ya estaba lista?

—No cuela.

Nelson bufó, cediendo. Estaba actuando extraño y nervioso en comparación a cómo se comportó conmigo antes. Lo que se avecinaba sería interesante, lo veía venir.

—Muchacho, la verdad es que tengo un problemón que Barbie no me resolvió. Ayúdame con eso, anda, Nils. Plis.

¿Problemón?

Me mostré confusa.

¿Pero qué problema podría tener un niño de doce años? ¿Que lo hubiesen pillado traficando plastilina en la escuela, o que le hayan dicho que no en el sí o no?

—Jamás me comentó que tuviese un problema —me defendí bajo la mirada atravesada del nerd, para no meterme en líos.

—Lo supuse.

—Bien... yo con esto último me retiro.

Nelson hizo ademán de tomar otra lata de refresco y cerrar el refrigerador, a tope con la comida enlatada y postres.

—Nel, suelta todo eso, que no eres un gigante.

—Barriga llena, corazón contento, hermanito.

—Venga, dime qué problemón tienes y cómo puedo ayudarte.

—Me ayudarás atrapándome antes de que me zampe todo esto.

De alguna manera, el niño se las ingenió para echarse a correr por los pasillos con la sonrisa tan endiablada como la del mismísimo gato de Cheshire. Nils se limitó a suspirar y pasarse la mano por la frente, arrugándola.

—Dile a tu hermano que la leche que agarró está caducada. Lo sé porque la revisé.

Mi comentario le hizo relajar los hombros e invocar otra sonrisa juguetona.

—¿Hasta ese punto curioseaste mi piso y mis pertenencias, Sisu?

—Entiéndeme: necesitaba saber si estaría en la casa de algún pervertido, o algo así...

—Y lo estás, pero a ti no te afectará todavía.

—¿Todavía?

—Porque si así lo quieres, el tema cambia.

Alcé y bajé las cejas.

—Nils, ¿has vuelto a flirtear?

—No, ¿y tú te has vuelto a sonrojar por eso?

—Nop.

—Pues aquí no ha pasado nada.

Pasó de todo.

Y se encogió de hombros, fingiendo desinterés. Yo fingí que no me afectaba.

Pero mis mejillas y su mirada embobada nos delataron. Pestañeé unas siete veces, contadas.

Joder, este trabajo de niñera sería complicado si comenzaba a sentir cositas cuando sus ojos perforaban mi piel de la forma más erótica e intensa posible.

En algún punto dejó de verme para ir al cuarto de su hermano, cuya puerta se encontraba abierta de par en par. Mi duda sobre qué le pasaba seguía atacándome, por lo cual fui ahí como personaje extra que debe enterarse del chisme en casa ajena.

Introduciéndonos a su habitación, lo primero que hice fue notar dos detalles. El primero, es lo que hacía Nelson en su computador durante toda mi estadía esa tarde: un PowerPoint que mostraba muchas oraciones, pero me dio pereza leer. Lo segundo, es que él había dejado las municiones de comida en la cama y decidió plantarse frente a nosotros.

—No quería hacer esto, muchachos, pero no me dejáis opción.

Con la nariz arrugada, me pareció ver que un destello negro avanzó por mi lado hasta hacerme tambalear de sorpresa por la rapidez. Y luego, sin notarlo, la puerta tras nosotros fue cerrada desde el salón.

Nelson se había marchado.

—¿Él acaba de...?

A mi lado, con la boca medio abierta, Nils parecía delirar. Se la cerré con una mano y me agradeció con la mirada.

—Nos dejó encerrados y se llevó sus cascos para no escucharnos.

—Bonita, esa lógica la saqué hace tres segundos.

—Eh, para una vez que aporto alguna lógica ingeniosa...

—Por este año tu cerebro se lució, pero el mío se apresuró.

—En fin... ¿y ahora?

—No tengo ni puta idea.

Era un caso perdido intentar gritarle a Nelson para que nos abriese la puerta. Es que también ¿a qué ser humano se le ocurrió poner el cierre de la puerta desde afuera de la habitación? Si lo conociera, le daría una paliza al nivel de Mortal Kombat.

Pero, viendo el lado positivo, teníamos municiones que...

Oh, claro.

Para eso era la comida: para cuando nos dejase encerrados

—Qué niñato tan...

—Oye, silencio, que es mi hermano.

—¡Y nuestro secuestrador, idiota!

—¿Pero por qué me ofendes a mí?

—¡Porque deberías defenderme! Tú me has contratado como niñera, profe.

—¿Y no te he cuidado?

—Pues estoy encerrada aquí, contigo, así que no. Pudiste haberlo evitado.

—Oye, no es mi culpa que el destino nos quiera dar privacidad y una cama.

—Ya, y un encierre total.

Los cinco minutos en adelante nos la pasamos en silencio, subiéndonos a la cama para plantearnos si llorar o reír. En mi caso, deseaba carcajearme hasta morir porque deprimirme sería el colmo. Otra parte de mí, la que se alarmó al notar el cuerpo de Nils tocando el mío, su cabeza acomodándose en mi hombro por distracción suya y sus ojos intentando clavarse en los míos, me hizo abstenerme.

La gracia se había perdido.

Ahora, otra idea se apoderaba de mí.

Vaya, estaba en una cama, con Nils a mi lado...

Esto podía salir muy bien o muy perfectamente espectacular.

Su aroma comenzaba a distraerme, situación que se llevaba a cabo varias veces. En esa posición jamás había estado con un chico. Era íntima, y aunque no sexual por estar encima de una cama, se sentía placentera. Inclusive bostecé por tener ganas repentinas de dormir de esa forma, tan cómoda con su cabello que me acariciaba la mejilla, o su mirada en mis labios al relamerlos.

Mi corazón comenzaba a armar una rumba en mi pecho que, válgame Dios, no logró ser escuchada por él.

O sabría cuánto me afectaba.

Por alguna razón, terminé estando nerviosa. Con los vellos de punta y la sonrisa más corta posible.

Qué increíble segunda experiencia en su casa. Un solo día a solas y ya mi cerebrito comenzaba a crear escenas explícitas donde las colchas y él eran protagonistas.

—Joder, qué maldito calor.

En cuanto me quejé, Nils pareció confuso hasta que rompió a risas nada crueles, sino más bien seductoras. Y eso que se reía como foca.

—Qué directa eres.

—¿Directa?

—Ya sé que te caliento, pero podrías disimularlo por el bien de nuestra amistad.

Rodé los ojos.

—Nils, no me provoques.

—¿Provocarte sexualmente o molestias?

—Dolores de cabeza, cariño, dolores de cabeza.

—Fingiré creerte. ¿Qué es aquello?

—¿Eh?

Casi chillé cuando se apartó de mí, decepcionada. Madre mía, en serio la felicidad dura poco. Y yo que me comenzaba a acostumbrar a poder toquetear su torso con mis dedos, fingiendo hacerlo de forma inconsciente. El frío del aire acondicionado encendido reemplazó su calor y me distrajo.

Odié los aires acondicionados.

¿No podían extinguirse un poquitito?

Entre tanto, Nils se acercó a la mesa del computador y plantó el culo en la silla gamer. Ver el PowerPoint me causó la misma curiosidad ahora, entonces me arrastré por la cama como una serpiente —cuya presa, obviamente, sería un guapísimo hombre de gafitas— y llegué a estar cerca de la pantalla.

Lo primero que se presenciaba era una oración.

Te quiero, hermanito. ¿O cómo se dice cuando estoy metido en un problema?

Ese mocoso...

—Oye, shh, que es tu hermano.

—Cierto.

Proseguiré con el chisme.

Nils, ¿recuerdas que yo debía vengarme porqué el otro día me arrebataste mis chocolatitos? Ahora me tocaría recordarte q el karma existe, pero no lo haré porque soy vuen niño.

¿También recuerdas cuando ayer me dijiste q deseabas pasar mas tiempo con Barbie? Te cumplí el deseo.

Os liberaré en un rato, adiós.

Con cierta emoción plasmando mi rostro, me giré a Nils para verlo en un estado de shock.

¿Que tú le dijiste qué? —golpeé su hombro, coqueta y buscando el contexto de por qué él también deseaba pasar tiempo conmigo.

Me mantuvo contenta no ser la única que anhelaba acercarse al otro. Quería adentrarme a su enigmático mundo como nadie jamás lo hizo, pero no contaba con razones exactas para esto. Solo me gustaba. Demasiado. Y puede que esa haya sido una de las razones por las cuales le pedí a él que me diese clases particulares, o accedí a cuidar a un niño desconocido para tenerlo cerca.

Nils... era encantador.

Y aquello fue lo que me atrapó desde el inicio.

—¿Cómo el enano pudo hacer esto?

¿Delatarte diciendo que...?

No, eso no. Me refiero a tener faltas de ortografía —sonó afectado—. ¡Es como una puñalada a mi pecho! ¡Yo fui quien le enseñó a escribir, no las maestras de la primaria! ¿Y así me lo paga? ¿Poniendo bueno con v?

Puse los ojos en blanco por su preocupación. Además de encantador, de vez en cuando él era extraño.

—Relájate, que no quiere el título de profesor de español.

—¡Por suerte!

—Dios, te lo tomas todo a pecho.

—La ortografía sí, joder. ¿Sabías que la RAE publicó el primer "Diccionario de la lengua española" en 1780, y desde entonces han trabajado en la elaboración de reglas ortográficas, para que venga él a faltarles al respeto?

—¿P-pero tú cómo recuerdas incluso esas fechas inservibles?

—Porque hice un informe sobre eso en tercer grado de primaria.

Derrotado, cedió ante la idea de que su hermanito no era perfecto y, por manía, procedió a atar su pelo en una coleta, quitarse los lentes para dejarlos en cualquier mesita y pasearse por la habitación como un hiperactivo.

Uno que aceptaría trabajar en la RAE para sentirse a gusto.

—Neeerd...

—¿Sí?

Me acomodé en la cama, sentada ahora y abrazando una almohada. Adopté mi expresión más juguetona.

—No me haré la ciega ante el hecho de que le hayas dicho a Nel que querías pasar tiempo conmigo.

Apenas podía verle la ancha espalda, preguntándome cómo de musculosa se notaría sin ropa, pero apostaba a que estaba rogando que olvidase el tema.

—No dije precisamente eso, en realidad.

—¿Ah, no?

—Vaya, eso sonó a decepción —utilizó su tonito chistón, curioso.

—Lo fue.

—Le comenté que adoraba pasar tiempo contigo.

—¿Y...?

—... Porque equivale a estar acompañado de una de las pocas personas que pueden conocerme sin mi máscara.

—¿Tu... máscara?

—No indaguemos sobre eso.

Me dejó atónita en cuanto volvió a llegar a mí, esta vez entreteniéndose agarrando unas galletas de la lata y unas sodas. Tomé las que me ofreció y le cedí espacio a mi lado.

Pretendía cambiar de tema.

Aquello me despertó mucho interés porque ¿de qué máscara hablaría? ¿O por qué no lo profundizaría conmigo? En otra circunstancia volvería con mi terquedad, pero en ese instante solo lo respeté.

—Si estaremos aquí encerrados durante un rato, comamos algo.

—No me hagas malinterpretar, por favor.

—No te hagas ilusiones, bonita, que no te comeré a ti. Venga, abre la boca.

—Eso también suena mal.

—O muy bien, depende del contexto.

Me guiñó un ojo, perverso.

—Somos unos tontos amantes del doble sentido, ¿cierto?

—Por lo menos, lo somos juntos.

Siguiendo órdenes, mi boca terminó repleta de galletas. Él parecía divertirse probando mi límite. Luego fue mi turno, incluso de tenderle otras.

Tuvo cara de un infante contentísimo cuando empecé a parlotear sobre las películas que había visto, porque no tenía de dónde sacar otro tema de conversación. Esto no le resultó molesto. Se acomodó para escucharme hablar como si mi voz chillona —como según él era— tuviese mucho qué compartir. Me conmovió.

Tenerlo tan quieto frente a mí, prestándome atención y encima de esa cama, me hizo recordar a los demás chicos en los que alguna vez puse el ojo y ofrecí el corazón.

Con ninguno estuve en esa situación.

Una cama con los demás significaba tener sexo varias veces hasta aburrirnos y despedirnos hasta la próxima ocasión.

Nils me tenía ahí, bajo su poder porque nuestro interés hacia el otro, sin ser potente o cercano al amor, existía, pero no hizo nada. No se animó a tocarme por muy cerca que estuviese, y tampoco yo lo hice. Aunque deseábamos, de forma obvia, descubrir el sabor del otro y cómo cumplir sus placeres.

Aquello me agradó.

En cierto sentido, daba alivio.

Con él, estar a solas consistía en, en el caso de lo que sucedió más tarde, acostarnos a ver una película en la laptop.

Adoré la confianza que transmitió y cuánto me hizo reír en esos instantes donde pausaba la película para imitar la voz de los personajes como burla o hacía comentarios divertidos. Más de una vez golpeé su cabeza para que se centrase, solo que, dejando las risas de lado como pretendía, quedaba esa chispa que se encendía si nuestros ojos del mismo tono se cruzaban y las pupilas se nos dilataban.

La película se olvidaba.

Las galletas también.

Porque ahí estaba, nuevamente, nuestra conexión.

Mi sonrisa se borraba para darle paso al nerviosísimo y me preguntaba cómo y por qué: ¿cómo podía ser que deseaba tenerlo más cerca, pero me limitaba? ¿Acariciarlo, eso quería? ¿No dejar de pillarlo viendo mis labios? Y ¿por qué se hacía difícil voltear mi vista? ¿Por qué antes no me hechizó a tal nivel, pero ahora parecía que la mano que colocó en mi muslo me haría rogar para que no dejase de tocarme?

¿Por qué tenía claro que sería un error garrafal que nuestra amistad se viese afectada por nuestro interés carnal?

Su tacto era delicado, similar a si tratase con un tulipán, y en cuanto a su calidez podía asemejarse a la de mi cuerpo por tenerlo ahí.

—Ya sé que soy guapo —ronroneó, tan burlesco—, pero no hace falta que me acoses tanto.

Estuve olvidando pestañear, asimismo que no podía verlo mucho o eso me haría parecer retrasada mental.

¿Qué... había pasado por mi cabeza en ese momento?

Amplié mis labios de forma socarrona, imitándolo. Yo también sabía aprovecharme de esto para molestarlo. Y vaya que sí.

—Me lo dices tú, ¿don-solo-miraré-sus-labios?

—Sí, doña-acosaré-todo-de-él.

—¡Yo no te acoso!

—No, tan solo te me quedas viendo como si fuese un coreano y tú una kpoper obsesionada.

Resoplé para apartar un mechón de mi cerquillo y procedí a jugar con él.

Joder, ¿por qué no dejaba de verme así? Su sola atención comenzaba a calentarme de formas nada inocentes.

—¿Qué nos sucede?

—Qué te sucede a ti, dirás.

—Orgullosa, esto también te incluye.

—¿Por qué? ¿Porque me quedé viéndote?

—Porque los latidos de tu corazón te delatan, Sisu.

Creí haber estado imaginando su mano en mi cuello, pero lo cierto es que fue una realidad desde el inicio. Mis mejillas se incendiaron y rogué por tener un extintor por ahí. Sus dedos índice y medio paseaban por la zona de mi cuello, presionando sobre la arteria carótida y sintiendo los latidos rítmicos bajo ellos.

Estaban acelerados.

Tan digna, le aparté la mano, fingiendo no estar avergonzada, confundida y acalorada, y me levanté de la cama.

—Se llama estar hechizada por Nils Sheldon, cariño.

Su chistecito lo hizo sonar seductor y serio.

—Qué tontería.

—Eso, eso, huye.

—No huía, tarado.

—E insúltame por nerviosismo.

No podía seguir pegada a él. La tentación era enorme, injusta y difícil de alejar, puesto que solo podía enfocarme en él y esa jodida camisa que tanto marcaba su pecho y antebrazo, dejando a la vista sus hombros llenos de pequitas y el pantalón apretado en su trase...

Cállate ya, Barbie Robbie.

Tenía que calmarme las hormonas.

¿Dónde encontraría un balde de agua fría?

Me pegué a la ventana para tomar aire fresco y en el alféizar coloqué mis manos. Un cuerpo se posó detrás de mí, cuidadoso. Como un cazador procurando acercarse a su presa. Hubo sumo silencio. Apoyó las manos encima de las mías para acariciar mis anillos. No rozó, puesto que eso sería perjudicial teniendo su torso tras el mío y mi trasero frente a su cintura.

—Hay algo que todavía no sabes de mí, Sisu.

—Espero que no sea que en realidad eres un asesino con fachada de nerd.

—No puedo revelarle eso a mi próxima víctima.

—Oh, entiendo, entonces prosigue.

—Digamos que se me suelen ocurrir unas ideas flipantes, y una de ellas tiene que ver con nosotros saltando por esta ventana.

Giré mi cara, frunciendo el ceño.

—Dime que es una broma.

—No es una broma, es un escape.

—¿Me has visto a mí cara de Rapunzel?

—De vez en cuando.

—Nils, no podemos saltar.

—¿Prefieres estar en esta habitación, conmigo y esta jodida aura sexual que nos montamos?

¡¿Pero por qué debía de ser directo en cuanto a eso?!

Nuevamente, mi corazón se aceleró.

—Aura sexual... —repetí.

—Lo que hay la mayoría de veces que estamos solos —murmuró, pegando sus labios a mi oído con el conocimiento de que esto me encantaba—, aunque intentemos ocultarlo.

—De todas formas, no podemos saltar dos jodidos pisos.

—¿Cuál es el problema? Yo te agarraré al caer. Si lo logro, claro.

—Solo lo harás para agarrarme el culo, pervertido.

—Repito: ¿cuál es el problema?

Vaya, no negó mi acusación.

Y el idiota se rió.

¿Fui la única que pensó que la escenita que se le montó en la mente donde yo saltaba y él me atrapaba, era romanticona?

—Esto no es un videojuego, nerd, si saltamos y morimos no podemos revivir al compañero.

Su risa me interrumpió.

—¿Y qué?

—¿Pero tú te quieres morir sin haberme besado, idiota?

—Entonces bésame antes de que me lance —propuso, alzando y bajando las cejas—. ¿No parece un buen plan? Es mi última voluntad.

—¡Nils, hablo en serio!

—Relájate, bonita. Soy el protagonista del libro, no puedo morir ni queriendo.

—¿De qué coño hab...?

Sin dejarme continuar, nuevamente, el señorito me apartó con suavidad. Impulsándose con la mano cuya muñeca poseía el tatuaje y esas venas marcadas, su cuerpo se inclinó y sus piernas dejaron de tocar el suelo en un santiamén.

Reaccioné abriendo los ojos como un mismísimo búho, aterrorizada.

—¡¡¡Nils!!!

Mi cuerpo tembló ante la idea de que vería un cadáver con solo diecinueve años de edad. El de mi guapo profesor.

Mierda.

Mierda.

¡¿Pero es que era tonto?!

En cuanto me propuse lanzarme al rescate, puesto que no reflexioné mucho sobre lo estúpido que aquello era, noté que desde el pasto de flores resecas se encontraba el dichoso.

Nils. De pie. Sin ser un cuerpo sin vida. Sonriendo. Con esos ojazos abiertos, guiñándome. Y alardeando con la mirada.

—Eres un...

—¿No te alegra que siga vivo?

—¡Claro que me alegra, gilipollas, pero me asustaste! ¡Acabas de saltar dos pisos! ¡¿Es que tienes retraso mental?!

—No. Soy practicante de parkour.

—¡Te voy a matar, te lo juro!

—¿De amor? Cuando quieras tenemos una pelea en la cama.

—¡Nils!

—Lánzate y desde aquí me regañas, pero deja de gritar. Pareces vieja histérica.

Le puse mala cara y me crucé de brazos, media cabreada.

—No lo haré.

—¿No te tienta bajar y golpearme el pecho? —alzó una ceja, la rapada—. O tocármelo sensualmente, que también.

—Que no.

—Anda, o te quedarás ahí sola.

—Tengo comida, que es perfecta compañía. Mejor que la de un homicida.

Cansado de esperar, bufó con aire juguetón.

—Si te lanzas, prometo atraparte y darte una sorpresa.

Captó mi interés. Me crucé de brazos.

—¿Vale la pena?

—Todita.

—¿Es un pack tuyo?

—No, pervertida.

—¿Ni un baile erótico?

—No es nada perverso.

—Qué mal. ¿Y entonces?

—Es una cita.

Minutos después, se pudo escuchar mi grito que cesó hasta que aterricé en los fuertes brazos del castaño.

Lo que hace una por locura...

Que también, era lógico que lo haría porque solía ser impulsiva.

Ah, tuve que suspirar. Imaginen la típica y romántica escena donde la dulce princesa cae desde el alto balcón, su vida pasa por delante de sus ojos, y luego es rescatada por su guapo y sensual príncipe. Fue tan intenso. Mi corazón se aceleró y, en cuanto caí ensimismada en la hipnosis de sus ojos, me incliné para quién sabía qué y estuve a punto de rozar nuestros labios...

Pero inmediatamente me soltó y caí de culo en el suelo.

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